Victoria Camps, La necesidad de cuidados y fraternidad

Emma Rodríguez © 2021 /

En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana”. Esta frase de la filósofa Carol Gilligan es esencial en Tiempo de cuidados, de Victoria Camps, una entrega llena de esperanza que aborda un tema que cada vez preocupa más, que ha llegado a las conversaciones con intensidad en un presente marcado por la pandemia, una crisis sanitaria, un drama humano, una catástrofe que ha llevado a plantearse la urgencia de potenciar lo público, a reconocer el daño de tantos recortes y privatizaciones de los sistemas de salud.

En muchos lugares de España, las muertes de ancianos en las residencias geriátricas, en total soledad, faltos de cuidados, abocados a un final indigno por la ineficaz y dañina toma de decisiones políticas de signo neoliberal, han encendido el debate, han visibilizado acciones completamente fallidas y han llevado a tomar conciencia de la necesidad de un cambio de rumbo en el que no sea el rédito económico el que marque los destinos de los ciudadanos. Un cambio de rumbo que también debe tener en cuenta que vivimos en un planeta dañado, circunstancia ante la que ya no cabe mirar para otro lado.

Victoria Camps realiza un exhaustivo análisis al respecto, un recorrido que atraviesa pensamientos y tomas de postura, que plantea los conflictos de fondo y apuesta por nuevos modelos basados en la ética, la dignidad, el bien común, los derechos humanos, las reivindicaciones del feminismo. La idea de comunidad, de cuidados, se ha puesto en el primer plano de la actualidad. Cada vez son más las personas que piensan que no todo puede ser medido en función de los beneficios, que la economía debe humanizarse, que la política debe poner en el centro a las personas. Puede que los movimientos de transformación sean aún sutiles; puede que todavía no ocupen grandes titulares ni protagonicen tertulias mediáticas, mucho más atentas a las anécdotas, a los chascarrillos, a las polémicas de quita y pon, pero la corriente que ya empieza a emerger resulta esperanzadora y a su empuje contribuyen obras como la que nos ocupa.

La conciencia de fragilidad y vulnerabilidad del ser humano ha sido uno de los rasgos más comentados, debatidos e interiorizados por todos en este tiempo catastrófico que nos ha tocado vivir. Un virus inesperado ha puesto al mundo entre paréntesis, ha trastocado las formas de vivir, nos ha obligado a aceptar limitaciones que nunca hubiéramos imaginado, nos ha hecho un poco menos arrogantes y seguros de nosotros mismos”, leemos en el prólogo de un ensayo que dialoga muy de cerca con Frágiles, de Remedios Zafra, también presente en este número de Lecturas Sumergidas, y con una obra clave, a la que hemos prestado atención en una pasada edición, Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia, de Edgar Morin. De hecho, el veterano pensador francés es uno de los referentes a los que recurre la autora en su recorrido.

Señala la filósofa que, en el ámbito teórico, la toma de conciencia adquirida con la pandemia, “debería conducir a un cambio de paradigma o a un marco mental distinto, por el que en lugar de concebirnos como sujetos autónomos, racionales y capaces de dominar cualquier fenómeno adverso, nos viéramos también como seres interdependientes y relacionales, empáticos con los semejantes y atentos a los requerimientos del planeta que estamos deteriorando. Un cambio de paradigma capaz de equilibrar razón y sentimiento”.

Tiempo de cuidados, subtitulado Otra forma de estar en el mundo, es una entrega que llega directamente, con profundidad y claridad, a las raíces de una problemática que define a nuestras sociedades. ¿Cómo cuidarnos y cuidar en entornos tan altamente competitivos, cuando se promueven actitudes egoístas, arribistas, para alcanzar ese éxito basado en la riqueza y la fama que tanto se inocula desde los espacios publicitarios y mediáticos? La autora parte de la idea de que los cuidados deben ser responsabilidad de todos, de las mujeres, de los hombres, y también del Estado, que debe facilitar su pleno desarrollo, a través de políticas de conciliación eficaces, permisos de maternidad y paternidad, excedencias para atender a padres  enfermos o dependientes, una buena oferta de guarderías públicas y, por supuesto, mejora de las residencias geriátricas, una de las “asignaturas pendientes más escandalosas de las sociedades avanzadas”, como se ha revelado con la pandemia. 

VICTORIA CAMPS parte de la idea de que los cuidados deben ser responsabilidad de todos, de las mujeres, de los hombres, y también del Estado, que debe facilitar su pleno desarrollo, a través de políticas de conciliación eficaces.

Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona, tiene una interesantísima obra a sus espaldas, una obra enraizada en los principios de la ética como base para la formación de una ciudadanía formada, crítica, capaz de construir sociedades igualitarias, tolerantes. Conocida, entre otros, por títulos como Virtudes públicas, Breve historia de la ética, La búsqueda de la felicidad y El gobierno de las emociones, con el que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo, en esta ocasión se adentra en un concepto, el de los cuidados, que como ella misma dice, no ha sido considerado digno de estudio hasta hace apenas cincuenta años, ya que estaba adscrito al ámbito del hogar, adjudicado con exclusividad a las mujeres. 

Ya es hora de romper del todo con las divisiones establecidas por el patriarcado y avanzar con una actitud renovada de colaboración, de igualdad. “Introducir el cuidado en la vida pública significa dar un paso decisivo en el intento de acabar con las dominaciones de todo tipo (…) Hacer del cuidado un objetivo político significa diseñar estructuras que propicien la redistribución de las obligaciones de cuidarnos mutuamente. Significa asimismo tomarse en serio la llamada “transición ecológica” y hacer del cuidado de la “casa común” una preocupación sostenida y prioritaria”, expone Camps.

La ensayista va centrando el tema de análisis a través de distintos capítulos, muy bien delimitados, en los que disecciona las diversas problemáticas que hay que ir clarificando, los diferentes obstáculos que hay que ir atravesando, superando, para llegar a un nuevo enfoque. En principio se detiene en el aspecto de la invisibilización de la labor de los cuidados, realizada durante mucho tiempo por las mujeres, situación ante la que los economistas han permanecido ciegos durante siglos, incapaces de denominar trabajo a una actividad que no lo era “desde los criterios dominantes”, porque no se atenía al principio de productividad. 

Las sociedades liberales se han organizado “sobre la base de una división del trabajo, que otorgaba automáticamente a los hombres la capacidad de ganarse el pan, para sí y para los suyos, mientras a la mujer le atribuía la función de dispensar a diestro y siniestro amor y cuidados”, una tarea, una dedicación, sin la cual ellos, profesionales de todo tipo, no habrían podido desarrollar las funciones asignadas. En este sentido la autora menciona una obra de título muy significativo, ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, de la economista Katrine Marçal. Y más adelante se pregunta: “¿Cómo remunerar la empatía, el cariño, el cuidado, todo lo que motivaba que la madre de Adam Smith le preparara la cena religiosamente cada día para que él pudiera dedicarse a trabajar en serio?

Las sociedades liberales se han organizado “sobre la base de una división del trabajo, que otorgaba automáticamente a los hombres la capacidad de ganarse el pan, para sí y para los suyos, mientras a la mujer le atribuía la función de dispensar a diestro y siniestro amor y cuidados”.

Esta división se ha admitido durante siglos y aún hoy, desde los sectores más reaccionarios, se aboga por mantenerla. Pero las reivindicaciones feministas, los derechos de la igualdad, la incorporación de las mujeres al ámbito del trabajo, han cambiado por completo el panorama, la visión, al menos en las sociedades avanzadas. “Hoy empezamos a reconocer que los cuidados tienen valor porque sabemos que son imprescindibles para la prosperidad y la cohesión social”, indica la filósofa, quien apunta a una idea clave para promover definitivamente la transformación deseada: la idea, la defensa liberal del individualismo, la racionalidad y la autonomía de los sujetos, debe dar paso a la reivindicación de la comunidad, basada en la idea de que somos esencialmente seres vulnerables, dependientes, necesitados de sociabilidad, de ayuda.

En las sociedades que habitamos la demanda de cuidados, que tan evidente se ha hecho durante el confinamiento, persistirá y habrá que tener cada vez más en cuenta la “ética del cuidado”, que ha ido avanzando de la mano del feminismo. El camino ha sido complejo. Las mujeres han afrontado una sobrecarga de trabajo al asumir los cuidados al mismo tiempo que sus desarrollos profesionales y, cuando no han podido compaginar ambas facetas, se han cargado de culpas. El camino ha sido largo hasta llegar al convencimiento de que “considerar el cuidado un valor ético conlleva de por sí una pretensión de universalidad”, señala Camps, quien prosigue: “Lo que en principio fue un asunto privado, el cuidado de los demás, tendrá que dejar de serlo para adquirir una importancia y un valor político”.

Expone con tanta fluidez y claridad Victoria Camps que nos parece imposible que un tema tan esencial haya permanecido arrinconado tanto tiempo. Este libro del que os estoy hablando toca de lleno las problemáticas del presente, las inconsistencias de nuestros modos de vida. ¿Cómo conciliar el trabajo con los ritmos de la existencia; la esfera laboral con la familiar? Es una pregunta necesaria, una pregunta que adquiere tintes aún más preocupantes cuando los trabajos son precarios, cuando todo ha de aceptarse para sobrevivir.

“Hoy empezamos a reconocer que los cuidados tienen valor porque sabemos que son imprescindibles para la prosperidad y la cohesión social”, señala la filósofa.

En el área que nos ocupa la precariedad acompaña a quienes desempeñan, fuera del marco familiar, las tareas del cuidado de niños, de ancianos. A ello se refiere Camps, avivando un interesantísimo debate en el que deberíamos implicarnos mucho más y que abre una ventana al futuro que anhelamos, a las sociedades que imaginamos habitar: más empáticas, más igualitarias, más justas, más atentas a lo que significa cuidar, dispuestas a salir del círculo vicioso de las leyes de la oferta y la demanda, a apreciar el valor del afecto, de la cercanía, del acompañamiento, del escuchar.

Pero volvamos al ahora. “Los cuidados se han profesionalizado en gran medida y se han extendido a ámbitos ajenos al hogar. Lo que apenas ha cambiado es el sexo de las personas que suelen hacerse cargo de cuidar. Ni el sexo ni la remuneración”, nos dice la autora, haciendo hincapié en la esencialidad de un trabajo escasamente valorado. Precisamente, nos recuerda, durante la pandemia, se constató que los servicios esenciales (limpieza, provisión de alimentos, restauración, cuidados) eran los peor remunerados y estaban muchos de ellos en manos de mujeres inmigrantes. 

Los entornos del cuidado ocupan otras de las páginas de este ensayo que se adentra en el interior de los hogares y en las escuelas. Sea cual sea el tipo de familia, nadie pone en duda que se trata de un espacio que no tiene sustituto, que aporta a las personas “la calidez, el cariño, la cercanía” que necesitan para desarrollarse, para vivir en plenitud.

Camps insiste una y otra vez en que ya es hora de desvincular a las mujeres de los cuidados y de entenderlos como algo universal, que atañe a todos por igual. Y da un paso más: “Una democracia que asuma el cuidado como una obligación política y social ineludible ha de poder contar con la función cuidadora de las familias y, al mismo tiempo, poner las condiciones para que quienes tienen que atender a los más débiles puedan hacer compatible esa tarea con un plan de vida personal más amplio (…) A veces el cuidado es gratificante, pero no siempre, también cansa y desespera. Por grande que sea el amor que lo motive, cuidar implica sacrificar deseos y aspiraciones, tener que escoger, mantener un difícil equilibrio entre obligaciones conflictivas. Esa es la dimensión política de algo que, en principio, tiende a ser visto solo como un compromiso personal”.

Al hablar del ámbito educativo, la pensadora se pregunta por “la función social y emocional de la escuela”, más allá de su cometido de transmitir enseñanzas, de impartir materias. En este punto las reflexiones de Victoria Camps resultan muy inspiradoras: “Atender al alumno o a la alumna, escucharle, mostrarse receptivo, ayudarle cuando lo necesita o cuando no sabe qué le pasa, evitar el “bullyng” y las discriminaciones, todos esos fines forman parte de un proyecto docente, o educativo, de amplio alcance, y debieran ser parte de las habilidades docentes. Educar es enseñar, pero no solo enseñar matemáticas y lengua, sino enseñar muchas más cosas. Es enseñar a comportarse con respeto, con fraternidad, con delicadeza. La enseñanza que incorpora el tener cuidado de transmitir una formación ética será más eficaz en la transmisión de los saberes más instrumentales y será más completa”.

Para ello, me atrevo a añadir, será necesario que se cuide (cuidar es el verbo esencial, en todos los sentidos) más la educación pública, dotándola de los medios necesarios, contratando a más docentes y también a más psicólogos, incentivando y valorando sus funciones. Es fundamental que la figura del maestro sea considerada socialmente, no vapuleada desde el posicionamiento de determinados políticos o desde los medios de comunicación. Y ocurre lo mismo con los sanitarios, con los cuidadores. “La ética del cuidado en una democracia es una ética de reparto de responsabilidades”, remarca Camps. “Una sociedad que quiere convertirse en sociedad cuidadora no puede delegar los servicios del cuidado en unos cuantos profesionales; el conjunto de la sociedad, la administración, las organizaciones, los medios de comunicación, la cultura, han de prestar su apoyo a quienes cuidan”, vamos leyendo. 

La ética del cuidado en una democracia es una ética de reparto de responsabilidades”, INsiste la autora. “Una sociedad que quiere convertirse en sociedad cuidadora no puede delegar los servicios del cuidado en unos cuantos profesionales».

Capítulo aparte merece la asistencia a los dependientes y a las personas mayores. A ellas dedica la autora una atención especial, afrontando temas como el envejecimiento, que “no tiene por qué ser un tiempo de simple espera de la muerte porque no hay otra cosa que hacer”. Victoria Camps recurre a unos versos de Jaime Gil de Biedma del poema No volveré a ser joven para introducir esta parte de su trabajo. “Envejecer, morir / es el único argumento de la obra”, señala el poeta.

Envejecer es el argumento decisivo, pero ¿a quién le apetece hablar de ello? Ni siquiera la filosofía, que definimos como el anhelo de saber, se ha detenido en interpretar y buscarle un sentido a ese argumento”, añade la filósofa, quien entre las escasas obras que existen sobre la etapa final de la vida alude a De senectute, de Cicerón y a las meditaciones de Schopenhauer recogidas en el volumen El arte de envejecer, otorgando especial relevancia a un libro muy valiente de Simone de Beauvoir, titulado simplemente La vejez, una obra que la escritora francesa acometió “para romper la conspiración del silencio”, para denunciar la invisibilidad, el hecho de que la sociedad pretenda seguir su ritmo como si la vejez no existiera.

Las páginas en las que Camps se ocupa de este territorio de la vida, que supone todo un desafío, son especialmente reveladoras, así como el apartado en el que aborda los últimos cuidados, el “ayudar a morir, asuntos que las banales e infantilizadas sociedades que habitamos prefieren mantener lejos de los focos de atención. “Sabemos que la sociedad envejece y que se envejece mal porque no nos planteamos qué es envejecer o, más bien, cómo se debería envejecer en el siglo XXI, con las nuevas tecnologías, con los avances médicos, con la esperanza de vida”, argumenta, citando a continuación al filósofo de la ciencia Alfred N. Whitehead, quien señala que el ser humano tiene tres objetivos: “vivir, vivir bien y vivir mejor”.

Pero el individualismo que rige nuestras vidas, fruto de la ideología liberal y la economía capitalista, ciega ante las contingencias del ser humano, ante su realidad corporal, ante sus sentimientos, conduce a que esos objetivos se pierdan, enfrentándonos a la vulnerabilidad, resumo el hilo argumental que sigue la ensayista. Victoria Camps identifica las características generales que acompañan al envejecimiento y ofrece valiosas claves para que esa fase de la vida se pueda desarrollar con mayor plenitud, un fin que implica la colaboración de la ciudadanía y que está lejos de alcanzarse, pese a que a todos debería interesarnos avanzar en esa dirección.

En este punto, el ensayo se detiene en la nefasta atención a los mayores en las residencias geriátricas durante la pandemia y no elude hablar de la “gerontofobia” existente en ciertos sectores de las sociedades actuales, esa idea que se intenta inocular de que los mayores son “una amenaza para un sostenimiento equilibrado de la atención sanitaria y de la economía”, un miedo al que se añade la invisibilidad de quienes ya no interesan al sistema productivo.

Se trata de enfoques que duelen y empobrecen la vida, que nos abocan a una deriva deshumanizada, en la que cada vez se valora menos la transmisión de experiencias, de conocimientos, de legados; donde el respeto, la empatía, el diálogo, no son tenidos en cuenta. Pero Tiempo de cuidados y muchas otras obras y líneas de investigación, de búsqueda, conectan con otro lado de la sociedad que late de un modo diferente, que anhela caminar hacia mejores formas de vida, más colaborativas, más dignas.

Sortear la vejez o aceptarla; aceptarla con triste resignación o autoengañarse; lamentarse por el paso de los años o extraer lo mejor de los que quedan. Son actitudes distintas, ambas posibles y ambas consecuencias tanto de la voluntad personal como de un interés social y cultural por no excluir ni marginar a los mayores”, reflexiona la pensadora, quien nos impulsa a evolucionar hacia unas sociedades para todas las edades, donde superemos la prioridad dada a la vida productiva. 

Aunque parezca difícil aceptarlo, afrontar el envejecimiento de una forma positiva es una elección. La sociedad ayuda a hacerlo si honra a los ancianos y no los margina o los trata como si volvieran a ser niños. La medicina puede ayudar si no medicaliza en exceso el proceso de envejecimiento”, argumenta Camps.

«afrontar el envejecimiento de una forma positiva es una elección. La sociedad ayuda a hacerlo si honra a los ancianos y no los margina o los trata como si volvieran a ser niños», ARGUMENTA VICTORIA CAMPS.

En apartados como La justicia y el cuidado; Cuidar la casa común; El autocuidado, entre otros, nuestra autora aborda temas esenciales desde las raíces humanistas más profundas, partiendo también de investigaciones y estudios recientes en diversos ámbitos. Con la transcripción de algunas de sus reflexiones, correspondientes a distintos capítulos en los que apenas me he detenido, quiero terminar este artículo donde, soy consciente, apenas he podido resumir, rozar el alcance, de las muchas revelaciones, vertientes, propuestas, conclusiones, que ofrece un ensayo altamente enriquecedor que también nos habla de cuidar el planeta, que ahonda en el presente y mira al futuro, cuyas páginas os invito a recorrer si sois de los que aspiran a imaginar, a construir, sociedades mejores.

Victoria Camps

No hemos prestado atención a la contaminación, al cambio climático, al derroche de recursos, ocupados únicamente en una normalidad cuyo fin es el crecimiento ilimitado y el hiperconsumismo. Frente a todo ello, “el cuidado emerge como posibilidad de futuro en el que dejamos venir nuevas fecundidades, ya sea en el ámbito personal, en el de las relaciones interpersonales, en las organizaciones, en los modelos educativos o en las formas de vivirnos como especie en el planeta”.

[Del capítulo Por una administración cuidadora y cuidadosa. Extracto que parte de una reflexión del profesor Luis Aranguren a propósito de la pandemia de covid-19 que ha llevado a añorar la normalidad perdida, esa “normalidad plena de descuidos”]  

– “Hace tiempo que sabemos que el crecimiento desaforado que propician la economía de mercado y la especulación financiera solo son combatibles indirectamente, por la vía de adoptar costumbres que se propongan frenar futuros desastres, políticas que fijen prioridades destinadas a reforzar el sector público y hacerlo más eficiente, de dejar de ser cómplices de un desarrollo sin rumbo. Un humanismo regenerador, dice Edgar Morin, tiene que ser “un humanismo planetario” (…) Más que nunca se hace necesaria la urgencia de actuar juntos”.

[Del capítulo Cuidar la casa común

– “El cuidado de sí, que en la Antigüedad fue un privilegio que podía permitirse una pequeña minoría, hoy es una obligación sin excusas de las personas que tienen satisfechas sus necesidades básicas, que pueden desenvolverse por sí mismas y que deben preocuparse no solo de su existencia, sino de la de los demás que necesitan ayuda. Hace falta un “ethos”, una manera de ser, que responda a los retos de una sociedad que, nos guste o no, es vulnerable. La muerte seguirá estando ahí como el final incomprensible pero inevitable. Los avances que procuran una existencia más larga y menos dolorosa que antaño no evitan el declive del envejecimiento. Vivir la vida como si lo adverso no existiera no es propio de seres racionales e inteligentes. Cuidar de sí es procurar que lo adverso nos afecte lo menos posible. La sabiduría la entendió bien Spinoza: hacer que los afectos tristes, que los hay, no disminuyan nuestra potencia de actuar, no actúen en detrimento de los afectos alegres, que también los hay”.

– “De los tres valores modernos, libertad, igualdad y fraternidad, este último quedó en seguida disuelto en el olvido y la indeterminación. Hoy es el valor que más necesitamos: la fraternidad es el vínculo que une a todos sin distinciones y, porque une, mueve a corregir las desigualdades y a ejercer la libertad con más responsabilidad”.


[Del capítulo El autocuidado]

Tiempo de cuidados. Otra forma de estar en el mundo, de Victoria Camps, ha sido publicado por la editorial Arpa.

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