Fotografía de cabecera © Raúl Cancio
Por Emma Rodríguez © 2018 / Las cárceles que elegimos es un libro contra las certezas, un compendio de ensayos que me ha impulsado a regresar al territorio Doris Lessing. La filosofía de vida, la manera de entender el mundo de esta mujer rebelde, combativa, que supo expresar a través de la literatura las contradicciones del tiempo que le tocó vivir, vaticinando las penumbras y peligros de un presente que nos enreda en su velocidad, están aquí, expresadas de manera directa, con ese talante crítico que tanto la caracteriza. Os voy a hablar de esta entrega que contiene muchas de las ideas de fondo que nutren la obra de la escritora (Irán, 1919 – Londres, 2013) y os voy a hablar de la que ha sido para mí una enriquecedora experiencia de lectura.
Hace años leí con devoción a Lessing, a quien descubrí tempranamente con los deliciosos relatos de Gatos muy distinguidos, una obra modesta en su trayectoria pero que, con su capacidad para observar lo cotidiano con mirada felina, con ácida y compasiva perspectiva, me condujo a abrir, años después, las puertas a, entre otros títulos: Un hombre y dos mujeres, Las abuelas y El diario de una buena vecina, esta última especialmente reveladora para mí y que atesoro en el cofre de mis lecturas transformadoras. En ella la autora aborda el tema de la fraternidad, la búsqueda de sentido a la vida a través de la ayuda a los demás, de la realización de actos nobles. Con un estilo sobrio, por medio de las vivencias, sentimientos y hallazgos, de su protagonista, Lessing nos hace tomar conciencia de que es ahí, y no por medio de la obtención de bienes materiales y ascensos profesionales, donde se puede alcanzar algo de la plenitud que tanto anhelamos.
Recuerdo que esa etapa en compañía de la escritora correspondió a un periodo de búsqueda, de preludio, no del todo consciente, de toma de decisiones importantes que iban a suponer un cambio de rumbo en mi trayecto. Recuerdo la complicidad y el refugio que me proporcionaban unos personajes capaces de avanzar aprendiendo por sí mismos, saltándose las convenciones. Recuerdo que por esos días, en ocasiones, tenía la sensación de vivir más intensamente dentro de las novelas que en el discurrir monótono de una realidad que no me acababa de convencer. Todo esto, que acude a mí con la simple rememoración del nombre, Doris Lessing, se ha fortalecido en este nuevo encuentro en el que los textos contenidos en Las cárceles que elegimos, escritos para ser pronunciados en conferencias en un trecho comprendido entre 1985 y 1992, intensificaron mi deseo de volver a su narrativa, de adentrarme en su novela más conocida, El cuaderno dorado, un título con el que se identifica y limita, aunque a ella no le hiciese mucha gracia, un trayecto fructífero y diverso que la hizo merecedora del Premio Nobel en 2007.
Fue la suya una existencia vivida sin complejos ni cortapisas, entregada a la escritura, volcada, elevada gracias a la ficción, que culminó en 2013, seis años después de la entrega del galardón. Busco imágenes y veo a la escritora ese día tan importante, sentada en las escaleras de su casa londinense, tan alejada de solemnidades, en ese Londres de claroscuros que tan bien retrata en sus libros; ella, tan reacia a conceder entrevistas, recibiendo a la prensa, con su pelo blanco y el gesto adusto. El Nobel sirvió para que su literatura volviese al primer plano de la actualidad, para que nuevos lectores descubrieran una obra que da cuenta de las enseñanzas que Lessing regala a sus personajes y que reflexiona profundamente sobre el ser humano y sus circunstancias, sobre el devenir de un tiempo, el siglo XX, agitado por las guerras, donde se alzaron ideales que fueron derrocados, dejando en la intemperie a hombres y mujeres cada vez más vulnerables.
El Nobel, que le fue concedido en 2007, sirvió para que la literatura de Doris Lessing volviese al primer plano de la actualidad, para que nuevos lectores descubrieran una obra que reflexiona profundamente sobre el ser humano y sus circunstancias, sobre el devenir de un tiempo, el siglo XX, agitado por las guerras, donde se alzaron ideales que fueron derrocados.
El cuaderno dorado era para mí una asignatura pendiente a la que me he entregado este último verano, otra vez en un momento de incertidumbres y retos, mientras se va potenciando la sensación de fugacidad, de aceleración del tiempo, y llega la hora de asumir las pérdidas como parte esencial del viaje de la vida. De nuevo Lessing está aquí para recordarme que no hay certezas ni verdades que debamos dar por asumidas; que hemos de seguir adelante, trazando el camino, el lienzo en blanco de los días, buscando respiros, asideros, zonas de resistencia.
“LAS CÁRCELES QUE ELEGIMOS”, UNA LLAMADA A LA LUCIDEZ

Dicho todo esto, expuesto el resumen de una complicidad de largo trayecto –que seguramente tampoco culmine aquí, dada la vastedad de su trayecto– es hora de recorrer las páginas, ya subrayadas, de Las cárceles que elegimos, que acaba de poner en las librerías la editorial Lumen y que me ha llevado de vuelta, como os contaba, al territorio Lessing, a sus argumentaciones, a sus cuadernos. “Todas las experiencias que he vivido me han enseñado que hay que valorar al individuo, a la persona que desarrolla y preserva su propia manera de pensar, que planta cara a la mentalidad de grupo, a las presiones grupales. O que se aviene hasta donde juzga necesario a tales presiones, pero en su fuero interno conserva un pensamiento y un desarrollo individuales”, expone la autora en el ensayo titulado Mentalidades de grupo, donde continúa: “Mantener una opinión individual disidente, siendo miembro del grupo, es la cosa más difícil del mundo”.
En un presente globalizado, en el que la homogeneidad de ideas parece ocuparlo todo, en el que asistimos diariamente al espectáculo del adoctrinamiento, a través de una educación cada vez menos humanista y de la banal práctica periodística en medios de comunicación faltos de ética y de independencia, somos conscientes de lo relativamente sencillo que resulta mover el flujo de opinión hacia posiciones interesadas (xenofobia y peligrosas corrientes retrógradas campan a sus anchas en pleno siglo XXI) y percibimos lo mucho que cuesta expresar la disidencia: en nuestros entornos habituales, en el trabajo, en las redes sociales en las que nos movemos, sin temor al enfrentamiento enconado y a la calumnia. Por eso, ahora, leer este libro de Doris Lessing se convierte en una llamada a la lucidez y al sentido común.
Son muchos los méritos de este volumen de ensayos inteligentes, fuera de los discursos imperantes, que ahora llegan a nuestras manos, pero si tuviera que destacar uno sería, simplemente, su capacidad para mostrarnos todo lo señalado en el párrafo anterior, para situarnos en el momento histórico que estamos viviendo, un momento de confusión, de abotargamiento, en el que tenemos la impresión de que todo puede transformarse de un momento a otro sin que seamos capaces de visualizar la dirección. La escritora nos motiva a persistir en la lucha por apuntalar el criterio propio, sin acabar obedeciendo al ambiente porque es lo que toca ni cediendo a la opinión mayoritaria para no sentirnos aislados. He aquí uno de sus mensajes más firmes.
En la política, en los ámbitos profesionales, en cualquier área de la vida… la mente colectiva tiende a decir las mismas cosas al mismo tiempo, a repetir las mismas ideas. Cuántas veces hemos visto que se vilipendia a un grupo social, a un personaje de la vida pública, a un político, a un partido, a un movimiento, con argumentos ajenos a la verdad, pero aceptados mayoritariamente tras ser difundidos por medios y agentes de opinión diversos. “Es como jugar a lo que diga el rey”, señala Lessing, quien pone ejemplos del medio que mejor conoce, el literario, mostrándose muy crítica con el poco valor y borreguismo de los críticos.
Entre otros casos, cita uno muy ilustrativo, el suyo propio cuando firmó dos libros con otro nombre, el de Jane Somers, y los hizo circular con el fin de comprobar qué sucedía y analizar los mecanismos de la maquinaria editorial y de la crítica literaria. Uno de ellos fue Diario de una buena vecina, rechazado por dos de sus editoriales principales y recibido muy tibiamente por los supuestamente expertos en su obra, que no fueron capaces de reconocerla y se quedaron con la idea de una autora primeriza sin mayor importancia. El experimento, según la escritora, “fue entretenido”, pero la dejó “triste y avergonzada” de su profesión.

“¿Es que todo tiene que ser siempre tan predecible? ¿Tan borregos somos los seres humanos? Hay mentes originales, claro que sí, personas que siguen su propio camino y que no se rinden ante la necesidad de decir, o hacer, lo que dicen o hacen los demás. Pero son pocas. Muy pocas. De ellas depende la salud, la vitalidad de todas las instituciones, y no solo de la literatura…”, argumenta. Y más adelante: “Se ha observado que un diez por ciento de la población –líderes innatos, podría llamárseles– sí toma decisiones siguiendo su propio criterio. Hasta tal punto parece demostrado, que este hecho consta ya en las instrucciones que recibe el personal de prisiones, campos de concentración y campos de prisioneros de guerra: quita de en medio a ese diez por ciento y los presos se volverán conformistas y débiles de carácter”.
Nos dice Doris Lessing que, en ocasiones, los cambios en la sociedad, se producen gracias a acciones determinadas. Pone como ejemplo el caso de una editorial que contribuye a fortalecer el movimiento feminista defendiendo valiente y activamente a escritoras “desconocidas o ninguneadas”, pero también indica que muchas veces cuentan los gestos individuales de personas capaces de oponerse “a la corriente principal de opinión”. Entonces, puede suceder que el resto se suba al carro y la nueva postura se generalice. ¿Es el suyo un llamamiento a que plantemos cara ante determinados hechos? Sin duda.
Nos dice Lessing que, en ocasiones, los cambios en la sociedad, se producen gracias a acciones determinadas, que muchas veces cuentan los gestos individuales de personas capaces de oponerse “a la corriente principal de opinión”, porque puede suceder que el resto se suba al carro y la nueva postura se generalice.
Sigo en el mismo ensayo porque me parece un buen espejo en el que mirarnos y comprendernos. Ha sido siempre así, desde luego. Lo es en estos tiempos de poder tecnológico en los que vivimos. Señala nuestra autora que es importante detectar este mecanismo de asimilación, este seguir la corriente que tanto practicamos, para darnos cuenta de hasta qué punto “domina gran parte de nuestras vidas”. Su argumentación posterior es especialmente interesante: “Casi todas las presiones del exterior toman la forma de creencias de grupo, necesidades de grupo, necesidades nacionales, el patriotismo y la exigencia de lealtad a pequeña escala, como a nuestra ciudad o a grupos locales de toda índole. Pero más sutiles y exigentes –más peligrosas– son las presiones que vienen de dentro y nos fuerzan a conformarnos; estas son las más difíciles de descubrir y controlar”.
He ahí las cárceles que elegimos, la “censura interior” que lleva a los seres humanos a actuar por miedo, movidos por la reconocida obediencia a la autoridad. Doris Lessing ha analizado este tema en profundidad. Es un asunto que le obsesiona, que controla por su conocimiento de los patrones de acción del régimen comunista en la Unión Soviética y otros países. Sabemos de su pasado comunista, de su posterior decepción ante los crímenes de Stalin, de su apartamiento de la corriente, lo que la convirtió a ojos de muchos en una traidora… Doris Lessing ha sido protagonista de una parte esencial de la Historia del siglo XX. Ha asistido a la explosión de grandes ideales y a su derrumbe. Sabe de lo que habla y asume que en determinadas ocasiones obedecer, resignarse, callar, es lo que cabe esperar para sobrevivir. Pero hay que ser conscientes de ello. El camino que propone en todo momento es el del autoconocimiento. Tenemos que saber qué fuerzas nos mueven, por qué actuamos como actuamos, atender más a los avances de la psicología y de la antropología en el campo del comportamiento humano, analizar el ayer para no repetir los mismos hechos. La educación es fundamental en este sentido, “para liberar a la gente de lealtades ciegas, de la sumisión a eslóganes, a la retórica, a los líderes, a sentimientos grupales”, señala.
Y a continuación reflexiona: “¿Qué gobierno, de cualquier parte del mundo, vería con buenos ojos que sus súbditos aprendieran a liberarse de la retórica y las presiones gubernamentales o estatales? Si en algo confía cualquier Estado –unos más que otros, por supuesto– es en la lealtad apasionada y en el sometimiento a la presión del grupo”.

Son muchos los puntos de interés de esta entrega en la que la autora se refiere a lo que considera “laboratorios de cambio social”. Precisamente así se titula otro de los ensayos. “A veces resulta difícil ver algo bueno o esperanzador en un mundo que cada vez parece más horroroso. Basta con oír las noticias para que una piense que está viviendo en un manicomio”, comienza un texto en el que Lessing no se muestra pesimista, sino alentada por la esperanza de que, pese a tantas cosas malas, el ser humano se mueve hacia adelante en una evolución que aún somos incapaces de ver. “Quizá dentro de, pongamos, uno o dos siglos la gente dirá: “Era una época en que los extremos luchaban por la supremacía. La mente humana se desarrollaba a gran velocidad en la dirección del autoconocimiento y el autodominio, y como pasa siempre, como siempre tiene que pasar, este impulso hacia adelante suscitó su opuesto, es decir, el desatino, la brutalidad, el instinto gregario”…”, pone de manifiesto, recurriendo a ejemplos como el del surgimiento de cada vez más democracias en el mundo.
La educación es fundamental “para liberar a la gente de lealtades ciegas, de la sumisión a eslóganes, a la retórica, a los líderes, a sentimientos grupales”, señala la escritora en uno de sus ensayos.
Puede que las democracias sean imperfectas, pero, por muchos fallos que tengan, siempre ofrecen “la posibilidad de reforma, de cambio, la libertad de elección”, nos dice más adelante. Y apunta también que el fracaso del comunismo, su terrible deriva tiránica, su identificación con la barbarie y la ineficacia, no debe hacer olvidar que “surgió del viejo sueño de la justicia para todos. Un sueño de grandes prestaciones, un potente motor para el cambio social”. Cree Lessing que la idea de una verdadera justicia puede volver a renacer y puede cumplirse. “Entretanto”, seguimos leyéndola, “no existe un solo país en el mundo cuya estructura no esté formada por una clase privilegiada y otra pobre. Siempre hay una élite de poder mientras que la masa del pueblo queda excluida de la riqueza y de cualquier tipo de poder político…”
Pero, en contrapartida, en ocasiones surgen élites, mejor llamémoslas minorías que se convierten en avanzadilla, capaces de propugnar ideas novedosas, regeneradoras, que al nacer son vapuleadas y consideradas irrealizables, pero que, poco a poco, van ganando apoyos y se convierten en opiniones aceptadas. Se trata de un proceso en marcha, que se repite una y otra vez, y que conviene observar y analizar. Doris Lessing nos anima a repasar y aprender del devenir de los acontecimientos, de los avances y retrocesos históricos, y lamenta el poco interés al respecto de las jóvenes generaciones.
“La literatura y la historia”, nos dice, “estas dos grandes ramas del saber, depositarias del comportamiento humano, del pensamiento, son cada vez menos valoradas por la juventud y por los educadores. Sin embargo, de ellas podemos aprender a ser ciudadanos honestos y seres humanos. Podemos aprender a mirarnos a nosotros mismos y a la sociedad en que vivimos con esa visión serena, objetiva, crítica y escéptica que es la única actitud posible para un ser civilizado. Al menos eso han dicho todos los filósofos y los sabios”.
“Pero las presiones”, continúa Lessing, “van todas en el sentido contrario, hacia aprender únicamente lo que sea funcional y de utilidad inmediata. Cada vez es mayor la exigencia de educar a la gente con vistas a funcionar en una fase tecnológica que a buen seguro será provisional: educar para el corto plazo”.

La defensa del humanismo impregna todo este libro en el que la escritura vislumbra un mundo cada vez más complejo, abierto y flexible, en el que habremos de manejarnos entre posibilidades a menudo contradictorias. “Creo que a largo plazo las batallas las ganarán las democracias, las sociedades flexibles”, expone, consciente de un optimismo no siempre bien comprendido. “A la gente joven, enfrentada a muros de obstáculos en apariencia impenetrables, le resulta especialmente difícil tener fe en su capacidad de cambiar las cosas, en mantener intactos sus puntos de vista personal e individual”, escribe, evocando sus sensaciones en la veintena, “ante lo que parecían inexpugnables sistemas de pensamiento, de creencias, ante unos gobiernos que se antojaban indestructibles”.
“Pero, ¿qué ha sido de aquellos gobiernos, como por ejemplo el de Rodesia del Sur? ¿de aquellos poderosos sistemas de fe como los nazis, o el fascismo italiano, o el estalinismo? ¿Qué ha sido del imperio británico… o de todos los imperios europeos, antaño tan poderosos? Todos ellos han desaparecido, y en poquísimo tiempo”, argumenta esta mujer que nos anima a valorar la actualidad en su justa medida; a mirar atrás; a aplicar perspectiva y contemplación; a no cerrarnos al cauce de nuevas ideas y analizar el transcurrir de los acontecimientos, abiertos a imaginar nuevos modelos de sociedad sin recurrir a las referencias de siempre. Se trata de adoptar esa visión serena y crítica de la que nos habla, esa visión que encontramos en Las cárceles que elegimos. Una entrega contra las certezas, os decía al principio, y contra el miedo a discrepar. Porque el futuro depende de esa minoría que discrepa, nos dice la escritora, en cuya opinión “deberíamos encontrar las maneras de educar a nuestros hijos en el sentido de fortalecer a la minoría y no, como hacemos por regla general, de venerar al grupo, a la manada”.
“EL CUADERNO DORADO”, UNA ASIGNATURA PENDIENTE

“Crecer es difícil y doloroso y aquí de lo que estamos hablando es de nuestro crecimiento en cuanto a animales sociales”, sigo leyendo. Apenas he apuntado algunas direcciones. Es mucho lo que ofrece este conjunto de ensayos, absolutamente vigentes, que me ha resultado tan enriquecedor y refrescante y que, como os decía, me ha llevado a sumergirme con placer en las más de 800 páginas de El cuaderno dorado, una novela que es un auténtico tiovivo, un torbellino de ideas, de emociones, de búsquedas, de confrontaciones. Una narración puzzle, de las que tanto me gustan, conformada por piezas diversas, los distintos cuadernos que va componiendo su protagonista, la escritora Anna Wulf, a quien Lessing cede muchas de sus vivencias.
He disfrutado llevada por las turbulentas corrientes de esta obra deslumbrante en la que nuestra autora vierte muchas de las reflexiones y preocupaciones expresadas en sus textos ensayísticos. Ser consciente de ello, comprobar de qué manera se van afrontando distintos enfoques de la realidad a través de los personajes, de sus contradicciones, de sus conversaciones; analizar de qué manera Lessing utiliza la ficción para dar cuenta de sus propias dudas y aprendizajes, para explorar a fondo los comportamientos y dar cuenta de lo doloroso que resulta vivir, crecer, conocerse, ha sido una experiencia altamente energizante; a ratos, como os decía, placentera; por momentos, también angustiosa, porque Anna Wulf toca fondo en su proceso de autoconocimiento y sentimos de cerca su vértigo.
Difícil resumir El cuaderno dorado, complicado reducirlo a definiciones, porque es una novela que escapa a las etiquetas, aunque una y otra vez se la haya adscrito a la corriente feminista. Por supuesto que es una historia que localiza las desigualdades de género y pone el acento en el gran abismo entre los sexos, fortaleciendo la causa femenina, pero sin dejar de retratar, de criticar, ciertas actitudes propias de las mujeres, como el exceso de dependencia de los hombres, la necesidad de agradarlos o la idea excesivamente romántica del amor, de la vida en pareja, del matrimonio. Pero estamos ante un libro que es mucho más que eso. Corresponde a cada cual identificar sus propios descubrimientos, esos horizontes de sentido que nutren la experiencia individual que es toda lectura que sobrepasa el terreno del mero entretenimiento.
“El cuaderno dorado” es una historia que localiza las desigualdades de género y pone el acento en el gran abismo entre los sexos, fortaleciendo la causa femenina, pero sin dejar de retratar, de criticar, ciertas actitudes propias de las mujeres, como el exceso de dependencia de los hombres, la necesidad de agradarlos o la idea excesivamente romántica del amor, de la vida en pareja, del matrimonio.
La propia autora explica en el prefacio de la edición que tengo entre las manos (DeBolsillo, Penguin Random House); fechada en 1971, nueve años después de su publicación inicial, en 1962, que no escribió la obra con la intención de que fuese un “toque de clarín” en pro de la liberación de las mujeres, aunque en ella se describen “muchas emociones femeninas de agresión, de hostilidad, de resentimiento”. Pero reconoce con ironía que en cuanto acabó el proceso de creación supo que tenía mucho de “panfleto de la guerra de los sexos” y que ese era el diagnóstico que iba a prevalecer. Se refiere a la polémica que se levantó en su momento entre defensores y detractores de la entrega; la animadversión que causó en muchas lectoras a las que no les gustó la autocrítica, la contemplación de sus contradicciones en el espejo de la ficción. Lessing constata, en el momento en que escribe el prólogo del que hablamos, que en poco tiempo muchas de estas reacciones se habían suavizado.
Confiesa la autora que aprendió a medida que iba desarrollando su historia, avanzando a tientas en sus arenas movedizas. “Toda suerte de experiencias y de ideas que yo no reconocía como propias fueron apareciendo (…) El hecho mismo de escribir resultó más traumatizante que la evocación de mis experiencias, hasta el punto de que eso me transformó (…) Se juntaron pensamientos y temas que había guardado en mi mente durante años…”, asegura en un texto interesantísimo sobre el proceso de creación y sobre los mecanismos de la lectura; sobre lo que el autor intenta transmitir con su obra y sobre lo que finalmente acaban recibiendo los lectores, con un revelador análisis acerca de los dogmas de la crítica y el adoctrinamiento de los estudiantes de letras.
A estos se dirige y les dice: “Solamente hay una manera de leer, que es huronear en bibliotecas y librerías, tomar libros que llamen la atención y leer solamente esos, dejándolos a un lado cuando aburren, saltándose las partes pesadas y nunca, absolutamente nunca, leer algo por sentido del deber o porque forme parte de una moda o de un movimiento. Recuerde que el libro que le aburre cuando tiene veinte o treinta años le abrirá perspectivas cuando llegue a los cuarenta o a los cincuenta, o viceversa. No lea un libro si no es para usted el momento oportuno…”
No puedo dejar de sonreír al pensar que El cuaderno dorado ha llegado a mis manos en un buen momento. No puedo dejar de reflexionar sobre la importancia de llegar a determinadas obras en etapas concretas de la vida y sobre la manera en que las propias circunstancias moldean la interpretación que nos hacemos de las mismas y el poder transformador que pueden llegar a ejercer en nosotros. Para mí El cuaderno dorado es una novela abierta, una multiplicidad de ventanas-cuadernos (negro, rojo, amarillo, azul, hasta llegar al dorado) por las que observar la realidad y mirarnos sin prejuicios. Siendo muchas cosas, lo he recibido como un relato río que nos habla de los valores, de la manera en que elegimos vivir, de las consecuencias de las decisiones que tomamos y del precio que supone seguir adelante de acuerdo a las propias convicciones, sin dejarnos llevar por las corrientes imperantes, en lucha constante entre los principios y los deseos y el discurrir de una realidad a la que, en mayor o menor medida, tenemos que amoldarnos.
Anna Wulf y su gran amiga Molly son dos mujeres que se resisten a seguir las normas sociales, a vivir de acuerdo a los esquemas del capitalismo, mientras asisten, perplejas, desencantadas, a la tiránica puesta en marcha de los ideales comunistas en la Unión Soviética, al modo en que muchos adeptos, demasiados intelectuales, siguieron negando durante mucho tiempo esa deriva y mirando para otro lado. Como indica la autora estamos ante una novela de ideas, fragmentada, de tonalidades diversas, donde pensamientos y conductas se enfrentan y se influyen. Ella habla en el prefacio citado de fracaso, del fracaso americano, representado por Anna y Saul Green, ambos escritores, ambos unidos en una relación en la que la destrucción se acaba tornando creación.

Son muchas las bifurcaciones de este camino narrativo. La protagonista va escribiendo cuadernos, diarios, de cariz diverso. En uno se refiere a una novela ambientada en África con la que ha logrado el éxito y donde Lessing alude a sus vivencias en Rodesia y a su lucha contra la segregación racial. En otro despliega apuntes para futuras historias. Hay libretas dedicadas a su día a día, a sus sentimientos más íntimos. Habla de su amistad con Molly, de sus relaciones sexuales, de su papel como madre, de sus bloqueos creativos, de sus estados depresivos y del psicoanálisis que lleva a cabo, de su crisis ideológica y su decisión de abandonar el Partido Comunista…
Lessing aborda, a través de la ficción, como os comentaba, ideas que desarrolla en sus ensayos, así el sometimiento a las presiones de grupo; la experiencia de la guerra y la nostalgia soterrada que despierta en muchas personas que la recuerdan como el momento en que pudieron dar rienda suelta a sus impulsos más turbios y desenfrenados. Lessing afronta la dificultad para educar a los hijos lejos de los dogmas imperantes, algo en lo que Molly, una actriz divorciada con un hijo que acaba de salir de la adolescencia, acaba fracasando, al tiempo que Anna ve como su hija se aleja de todo lo que ella representa y decide ser una estudiante obediente, de uniforme; una futura ciudadana decidida a vivir de acuerdo al orden establecido, lejos de las dificultades de adaptación y complejidades de su madre.
“Exigimos demasiado. Hemos rechazado siempre comportarnos según las reglas. ¿Por qué, pues, nos alarmamos cuando el mundo no nos trata conforme a ellas? Eso es lo que ocurre”, escuchamos a Anna, quien en otro momento vuelve a dirigirse a Molly: “Todo se está desmoronando. Toda esa gentuza de las altas esferas no cree en nada…” Y más adelante declara: “Somos gente que, a causa de nuestra situación en la historia, nos entregamos con gran energía, aunque solo en nuestra imaginación (y de ahí viene todo) al gran sueño; y ahora tenemos que reconocer que se ha desvanecido y que la verdad es otra, que nosotros ya no servimos para nada…”
“Exigimos demasiado. Hemos rechazado siempre comportarnos según las reglas. ¿Por qué, pues, nos alarmamos cuando el mundo no nos trata conforme a ellas? Eso es lo que ocurre”, escuchamos a Anna Wulf, protagonista de “El cuaderno dorado”.
“Sí, es muy extraño todo…” siente la protagonista, enfrentada a las incertidumbres de la vida, a una realidad en proceso de cambio, donde “cualquier cosa es posible”, a una etapa vital en la que cabe preguntarse en qué se ha equivocado, dónde están los errores que la han conducido hacia un presente entre brumas. ¿Por qué nos decepcionamos? ¿Por qué seguimos sintiendo la necesidad de encontrar a “grandes hombres” en los que descargar el deseo de mover el mundo en la buena, en la mejor dirección posible? ¿Por qué, pese a todo, seguimos creyendo en ocasiones que aún puede nadarse a contracorriente y por qué son tan pocas las personas capaces de hacerlo?, son interrogaciones que abrimos mientras pasamos las páginas de esta novela que nos invita a reflexionar en todo momento.
Las páginas de El cuaderno dorado son intensas, densas en ocasiones, cargadas de escepticismo, de tristeza, pero también de luz y de energía. Estamos ante una novela nada “light”, en la que entra la ideología, la política, como uno de los motores que nos mueven y marcan nuestros pasos, del mismo modo que el sexo y la necesidad de empatía y de amor. Imposible encorsetarla, os decía. Es una novela que nos abarca, que nos abraza, que nos pone en cuestión constantemente, con un estilo que cambia, que adquiere modulaciones múltiples, que juega con distintos géneros y maneras de contar.

Anna Wulf existe en la realidad y en sus ficciones, del mismo modo que Doris Lessing. Ambas se encuentran y se confunden regalándonos profundas búsquedas y revelaciones. “No conozco a nadie que no sea incompleto (…) Todos estamos atormentados y luchamos… Lo mejor que puede decirse de cualquiera es que lucha”, piensa Anna-Lessing. “Me ha enseñado usted a llorar; gracias por nada. me ha devuelto la capacidad de sentir y esto es demasiado doloroso”, se despide la protagonista de Madre Azúcar, nombre que da a su psicoanalista. Hay un momento en que se alude en la novela a los “prisioneros del miedo” y a la existencia de personas que han de desenmascarar esos miedos ante el común de los mortales. Se trata de ir empujando la piedra, promoviendo cambios. Se trata de romper los barrotes de las cárceles que elegimos. Se trata, pese a todo, de preservar los ideales, de no rendirse, de negar con firmeza que valores como la fraternidad están pasados de moda. Todo eso está, es, El cuaderno dorado. Y muchísimo más que, vosotros, cada lector, con su propio criterio, irá añadiendo a los Cuadernos.
“Las cárceles que elegimos”, editado por Lumen, ha sido traducido por Ariel Font Prades
“El cuaderno dorado”, (DeBolsillo, Penguin Random House, reimpresión marzo de 2018), ha sido traducido por Helena Valentí. (desde aquí recomendamos a los editores corregir para futuras ediciones algunas erratas de peso que hemos detectado en su lectura).