Fotografia de Siri Hustvedt por Spencer Ostrander
Emma Rodríguez © 2022 /
Si algo demuestra la recopilación de ensayos diversos de Siri Hustvedt bajo el título Madres, padres y demás, es que estamos ante una mujer extremadamente curiosa, de mente abierta y criterio afilado, capaz de adentrarse en múltiples campos de la creación y del saber. No solo la literatura, sino también el arte, la filosofía, la sociología y la ciencia, especialmente la psicología y la neurociencia, son ámbitos que controla y combina con naturalidad, espacios desde los que construye su discurso, los pilares de una obra original y profunda.
Crítica con el mundo que la rodea, con una capacidad innata para visibilizar las contradicciones del ahora desde una mirada feminista que derrumba estereotipos, que saca a la luz lo que esconden determinadas conductas asumidas, la autora va desbrozando el presente con clarividencia, atenta a los cambios que se van produciendo, a los deterioros y heridas de sociedades en proceso de quiebra.
Podemos distinguir dos partes en este conjunto de textos que arrancan de lo más cercano y llegan a abrazar lo ajeno: los referidos al ámbito familiar, a través del cual Hustvedt acaba construyendo un emotivo retrato de sí misma, de sus influencias y de sus afectos, y los que se detienen en asuntos que podemos denominar merodeos por los alrededores: lecturas, reflexiones sobre el arte, sobre la traducción, sobre acontecimientos de la vida que llaman su atención, sobre conductas que la afectan e indignan… A mí me han gustado especialmente los escritos iniciales, los más íntimos, pero no han dejado de interesarme los de la segunda parte. De algunos de ellos, que me han resultado especialmente reveladores, os hablaré en este artículo.
En El volumen de Ensayos “Padres, madres y demás”, Siri Hustvedt arranca de lo más cercano, del ámbito familiar, a través del cual acaba construyendo un emotivo retrato de sí misma, de sus influencias y de sus afectos.
En este nuevo número de Lecturas Sumergidas, ya el 70, las búsquedas de la escritora estadounidense se acercan a las de la autora marroquí Leila Slimani. Cada una a su manera, desde propuestas diferentes, bucea en los pasadizos de la memoria para acabar encontrándose, para afrontar las pérdidas e intentar llenar los silencios. Ambas hallan en el arte un cauce para la introspección, para la reflexión íntima. Las dos miran a las mujeres que las antecedieron para comprenderse, para rebelarse contra los roles de género. En los dos casos hay un rotundo rechazo a las fronteras del odio y una indagación en el sentido de la escritura, de la creación.
“La verdad que busco como escritora de ficción no es un registro documental del pasado. Estoy buscando una verdad emocional (…) Solo sé que las novelas que amo, los libros que siempre me acompañan, son todos verdaderos. Son libros que me han hecho ver a la gente y el mundo desde una perspectiva nueva. Han cambiado la comprensión de mi propia vida”, escribe Siri Hustvedt.
“Cuando escribes, te encariñas con las debilidades, los defectos de los demás. Te das cuenta de que no estamos solos, de que todos somos iguales (…) En los libros que me deslumbraron, los autores parecen animados por tal empatía que las vidas más comunes, los acontecimientos más cotidianos, se adornan de magia. Algo grande parece surgir de nuestras vidas miserables. Ellos me infundieron la esperanza o la ilusión de que nos podíamos comprender, incluso perdonarnos y no juzgarnos. No estábamos condenados a la fría e interminable soledad”, expone Slimani en El perfume de las flores de noche, lectura recomendada en otro de los artículos de esta edición de una revista que busca entablar diálogos, puentes de complicidad a través de la lectura.

Pero volvamos a las páginas de Madres, padres y demás, que lleva por subtítulo Apuntes sobre mi familia real y literaria, una frase que encierra una clave importante, pues para Hustvedt los autores y personajes de la literatura pueden cobrar tanta importancia en los trayectos vitales como las personas del entorno más próximo. En esta entrega de las que os estoy hablando, de hecho, la autora nos presenta a sus abuelos, a sus padres, pero también pone de manifiesto su relación a lo largo de los años con guías literarias como Jane Austen o Dyuna Barnes, con seres de ficción como los protagonistas de Cumbres borrascosas, la escurridiza y extraña novela de Emily Brontë cuyos enigmas y secretos tanto la han estimulado, con esa “mezcla indescriptible de pavor y emoción” que, como dice, ha estado circulando en su “torrente sanguíneo” desde que la leyó por primera vez.
La obra de Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) es amplia y fecunda. A sus siempre sorprendentes novelas (Todo cuanto amé, Elegía para un americano, La mujer temblorosa, El mundo deslumbrante…) se unen tomos de ensayo como el que nos ocupa (Vivir, pensar, mirar, Espejismos de la certeza, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres…) que dan cuenta de sus inquietudes, de su estar en el mundo desde una actitud siempre reflexiva, alerta, crítica. A través del tiempo, su obra ha ido ganando el favor de la crítica y haciéndose con una legión de lectores ávidos de seguir la pista a quien ha conseguido, no sin esfuerzo, demostrándolo obra a obra, ser reconocida por su talento, por sus conocimientos y creatividad, al margen de los logros de su marido, el escritor Paul Auster. Esos lectores agradecerán conocer sus orígenes, vivencias íntimas, aprendizajes y rebeldías.
la autora nos presenta a sus abuelos, a sus padres, pero también pone de manifiesto su relación a lo largo de los años con guías literarias como Jane Austen o Dyuna Barnes, con seres de ficción como los protagonistas de “Cumbres borrascosas”.
El paisaje de los fiordos noruegos, que le es legado tanto desde la rama paterna como materna, es un fondo muy presente en la vida de la autora. Los antepasados de su padre se desplazaron a Estados Unidos en el siglo XIX, por lo que la inmigración también es una experiencia que conoce de cerca y que aparece en sus ensayos y narraciones. Madres, padres y demás, comienza de hecho con una rememoración de sus ancestros. Un escrito que dejó su padre sobre la familia Hustvedt le ofrece significativos hilos de memoria de los que tirar, pero también silencios importantes, omisiones que ella intenta solventar de adulta, que la llevan a reflexionar sobre los conflictos que marcaron la relación de su progenitor con su madre, Tillie, esa abuela que recuerda “huraña, gruesa y formidable” a la que intenta acercarse tanto tiempo después de su pérdida, desde una imperiosa necesidad de comprenderla mejor, de aproximarla.
Tillie se titula precisamente el texto que abre el volumen. Hacía tres meses de la muerte de su madre, en 2019, cuando la autora decidió abrir la compuerta de los recuerdos, asumir que se iniciaba un nuevo tiempo para ella, ya sin la presencia de los padres, a los que sitúa de jóvenes, en la ciudad de Oslo, donde él, devoto de su cultura de origen, futuro profesor de Lengua y Literatura noruegas, había acudido a estudiar, y, sin saberlo, a encontrarse con ella, que acabaría convirtiéndose también en inmigrante noruega en EEUU. La granja familiar de Minnesota es un territorio esencial en la infancia de Siri Hustvedt. Un territorio recobrado en este libro donde rememora también capítulos históricos trascendentales como la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi, vividas por sus padres, y la guerra de Secesión, acaecida en tiempos de sus bisabuelos, quienes al llegar a su nuevo hogar debieron escuchar las historias sobre los dakotas traicionados, arrancados de sus tierras.
Siri Hustvedt destapa secretos familiares en una narración en la que descubre la ira de su abuela Tillie, la “ira de una mujer blanca sujeta a las desconcertantes realidades del matrimonio, y la pobreza y la vergüenza que las acompañaban”. Una ira que “la ayudó a sobrevivir”. La emoción contenida, el carácter evocador, son las señas de estilo de este texto y de los que le siguen, dedicados a sus padres y al proceso de duelo tras sus pérdidas. Como es habitual en la autora, las experiencias propias, cercanas, la conducen a reflexionar sobre temas que trascienden la esfera de lo personal. Así, en la narración titulada Un paseo con mi madre parte de determinados recuerdos a su lado, para recuperar las sensaciones que experimentó con el nacimiento de su hija Sophie y terminar reflexionando sobre las ideas cambiantes a lo largo del tiempo sobre la maternidad.
Hustvedt se rebela contra la idea de lo que debe ser una buena madre, sobre los impecables anuncios publicitarios o glamourosas fotografías en Instagram en las que todo parece perfecto para esas guapísimas mujeres que posan con sus bonitos hijos, ajenas al discurrir del mundo, destinatarias de los típicos libros o blogs de consejos que incluyen recetas para la felicidad y la eficiencia en el hogar y que tan poco tienen en cuenta a quienes deben combinar la crianza con agotadoras jornadas de trabajo, con preocupaciones económicas.
en “Un paseo con mi madre” La autora parte de determinados recuerdos a su lado, para recuperar las sensaciones que experimentó con el nacimiento de su hija Sophie y terminar reflexionando sobre la maternidad.
“La maternidad se ha ahogado y se ahoga en tantas barbaridades sentimentales con tantas reglas punitivas sobre cómo actuar y qué sentir que sigue siendo una camisa de fuerza cultural incluso hoy (…) Cuando lo materno se convierte en un concepto estático, una fantasía sobre la crianza sacrificada y sin límites, sirve como arma moral para castigar a las madres que se perciben como indómitas”, reflexiona, refiriéndose al “control institucional masculino” que se ejerce desde siempre sobre las madres, en forma de vergüenza o de culpa cuando estas no actúan según lo que se considera la conducta adecuada en el cuidado y la educación de los hijos.
En un momento dado la escritora confiesa sentir náuseas ante los roles diferenciadores que se siguen atribuyendo a los padres y las madres, a las “mamás” y “papás” estadounidenses, representantes de la vieja imagen de familia feliz. “¿Cómo es ser esposa, madre y escritora?, le preguntaron en una entrevista, a lo que ella respondió con otro interrogante: ¿Le haría la misma pregunta a un escritor: ¿Cómo es ser marido, padre y escritor?, a lo que la periodista respondió que no. Imposible expresar de manera más sencilla la manera en que siguen funcionando las cosas, el anquilosamiento de determinadas ideas culturales, costumbres.

Siri Hustvedt alude a experiencias propias respecto a la maternidad, se refiere a los “sentimientos ambivalentes” que se dan en las relaciones entre padres e hijos y vuelve a su madre, Ester Vegan Hustvedt, para explicar los cambios y fluctuaciones de las vidas humanas, su carácter dinámico, no estático. “Mi madre fue niña, adolescente y adulta antes de tener a sus hijas y, una vez que estas se fueron de casa, tuvo una vida propia que se prolongó durante muchos años. Tenía ochenta años cuando murió mi padre y vivió otros dieciséis. Viajaba mucho, pasaba casi todos los veranos en Noruega, hizo amistades íntimas, seguía de cerca la política estadounidense, tenía fuertes opiniones de izquierda, leía mucho y daba sus largos paseos diarios”.
Como os decía, de este libro me quedo especialmente con estas narraciones biográficas en las que Hustvedt, al recrear la trayectoria vital de su madre, al dar cuenta de la amistad que las unió en sus últimos años, se prepara para afrontar el período de la vida que conduce a la vejez, tomando impulso en los aprendizajes recibidos, por ejemplo la capacidad de Ester Vegan para hacer frente a los obstáculos y seguir adelante. Hay una frase de ella muy significativa: “No hagas nada que realmente no quieras hacer” que ha marcado a la autora y sobre la que reflexiona largamente.
Hay un párrafo que no me resisto a transcribir y que da idea de todo lo dicho, además de despertar, por razones vivenciales, mi complicidad: “Si mi madre hubiera muerto antes que mi padre o no hubiera vivido una década más que él en su propio piso, nuestra relación habría sido diferente. Durante esos años adquirió un registro más profundo. Una mujer de ochenta años y otra de cincuenta pasaban tiempo juntas porque realmente querían disfrutar de ese tiempo juntas...”
Hay bellos y reveladores pasajes en este tramo inicial del recorrido. Hay muchas indagaciones, aperturas, puntos de llegada; hay preguntas desde las que se estimula la reflexión sobre la maternidad, la familia, el amor. Las ideas sobre todos estos temas esenciales deben ser amplias, flexibles. No puede haber reglas rígidas, inmutables, en lo que respecta a las relaciones humanas, a sus procesos y edades. Como decía, Siri Hustvedt parte de sus experiencias cercanas, pero las trasciende sobremanera.
Fuera de los marcos biográficos, aunque rondándolos muchas veces, el resto del libro, como señalaba al principio, muestra la variedad de intereses e inquietudes de la autora. En mayor o menor medida, todos los textos contienen puntos de vista interesantes sobre los temas más variados, pero yo me quedo con dos de ellos, animando a quienes se decidan a abrir las páginas de este libro, a entablar su particular diálogo con él. La mirada feminista de Hustvedt planea en toda la obra, pero yo me detengo en el magnífico ensayo sobre la misoginia, titulado ¿Qué quiere un hombre?, donde arranca de su propia experiencia, del reconocimiento del odio hacia su persona por el hecho de ser mujer. “Bofetadas verbales”, “rabia farfulladora”, “desdén furioso”, “miradas de asco”…
en “¿Qué quiere un hombre?”, un Ensayo sobre la misoginia, HUstvedt alude a su experiencia, al reconocimiento del odio hacia su persona por el hecho de ser mujer. “Bofetadas verbales”, “rabia farfulladora”, “desdén furioso”, “miradas de asco”…
“Es un odio extraño, si uno se para a pensarlo, porque todo ser humano ha nacido de una mujer o de una persona con órganos reproductivos femeninos (…) Las mujeres pertenecen a todos los estados, castas, clases, religiones y tribus”, comienza su exposición, constatando la escasez de estudios en profundidad que existen sobre una conducta social que ha tomado formas diferentes en las distintas culturas y que se difumina en comportamientos colectivamente asumidos, sin que lleguemos a reconocerlos, en muchas ocasiones, a ser conscientes de su efecto anulador.
“La misoginia pertenece a los patriarcados y conlleva la exigencia de un determinado comportamiento femenino. Es inherente a la forma de ser de una cultura jerárquica y contamina los pensamientos, las palabras y los gestos de todos”, expone la autora, quien prosigue más adelante: “Para una criatura femenina de la tradición occidental, la repulsa de su sexo por parte de los hombres sabios a lo largo del tiempo hasta hoy tiene la fuerza de un martillo que ha golpeado para amonestarla, culparla y castigarla indistintamente por malvada, contaminante, peligrosa, demoniaca, ninfómana, asexual, débil, intrigante, infantil, emotiva y pasiva, pero siempre incapacitada en el plano intelectual e inferior a los hombres”.
“¿Por qué no se acaba nunca?” , se pregunta Hustvedt. El análisis es complejo y no voy aquí a desmenuzar todos los aspectos tratados y referencias a las que recurre, pero sí os daré algunas pinceladas. La autora señala que la violencia y las injurias contra las mujeres vienen de muy atrás, pero que en la actualidad, lejos de disminuir, parecen haber aumentado, lo que se hace especialmente visible en Internet. Las redes sociales son usadas por los odiadores del sexo femenino sin escrúpulos, especialmente por individuos próximos a la extrema derecha. Basta con acercarse a los crueles y burdos comentarios que reciben habitualmente las mujeres que defienden el feminismo, que se dedican a la política, la creación, la comunicación. Sobre muchas de ellas se ciernen ataques despiadados, se difunden bulos de todo tipo.
Siri Hustvedt se desplaza hacia la cultura griega, con sus poderosos referentes literarios, filosóficos, (Hesíodo, Esquilo, Platón, Aristóteles), instauradores de ideas, de conceptos, que han pervivido hasta hoy: “La misoginia entonces y ahora, gira en torno a cuestiones como la diferencia de sexos, de los cuerpos y su crecimiento, y del significado de lo masculino y femenino en nuestro mundo”, señala, y a continuación escribe: “El castigo por presentar una masculinidad o feminidad insuficiente o por desdibujar la línea divisoria entre ellas sigue siendo feroz en según qué partes del mundo. Las personas transgénero de Estados Unidos, en concreto las de color, han sentido sin duda el azote de la misoginia con tanta fuerza o más que cualquier otras”.

La escritora destaca en su ensayo la idea de utilizar la inteligencia artificial y recurrir a la clonación terapéutica para “arrebatarle la gestación a la hembra”, un anhelo científico tras el que puede esconderse una soterrada envidia masculina hacia el proceso del embarazo, idea desarrollada por la psicoanalista Karen Holden, a la que alude tomando una cita de uno de sus ensayos: “Cuando, como en mi caso, se empieza a analizar a los hombres tras un periodo bastante largo de analizar a las mujeres, se obtiene una impresión muy sorprendente de la intensidad de esta envidia del embarazo, el parto y la maternidad”.
Es muy compleja e interesante toda la argumentación que despliega la autora hasta llegar a este desenlace a partir de referencias, teorías y narrativas diversas. El deseo de controlar a la mujer, la necesidad masculina de manifestar su poder en todas las esferas de la vida, alimentan un sentimiento que se ha ido transmitiendo de generación en generación y que se manifiesta en la actualidad de muchas maneras: por ejemplo cuando una mujer aspira a puestos de gobernanza y es atacada por no entregarse a sus hijos, a su familia; ataques en los que pueden participar otras mujeres que optan por alinearse con los hombres o con su estatus en la escala social, que buscan “protegerse del castigo” o “apaciguarse con una ilusión: que son por naturaleza seres más amables, gentiles y dulces”.
Una educación que desmonte tantos tópicos asumidos y aleje de los jóvenes la idea de que la autoridad de una mujer lleva aparejada la denigración y anulación de la suya, es un buen camino para avanzar, del mismo modo que la mayor implicación de los hombres en las prácticas de la crianza, el reparto del tiempo en las labores de cuidado, la adopción de bajas laborales por igual. Son caminos para cambiar la historia de la misoginia, pero aún no han dado los resultados esperados allí donde se han instaurado. “La ironía tal vez está”, apunta la autora, “en que los llamamientos a una mayor igualdad aumentan los niveles de indignación moral y de reacción violenta”.
Os aseguro que merece la pena sumergirse en este texto en el que Siri Hustvedt, aunque no lo haga, podría utilizar de nuevo la palabra “náusea” al dar cuenta de comportamientos, ideas y gestos que todas conocemos, al recrear las veces, no pocas, en que en su trayectoria ha sentido el golpe de la misoginia: por ejemplo cuando han dicho de ella que su pareja Paul Auster, ha escrito o la ha ayudado a escribir sus libros o artículos; o cuando le han otorgado a él conocimientos de ámbitos en los que ella es la experta, como la neurociencia. “Con los años he afinado el olfato para detectar el particular olor de la misoginia. Cuando una mujer reclama autoridad para sí misma o es reconocida como una autoridad por otros, corre el riesgo de recibir un castigo. Su autoridad se tolera mejor si se muestra cooperativa, si suaviza sus conocimientos con sonrisas, miradas deferentes y complacientes o, mejor aún, si atribuye el mérito de su trabajo a otras personas o declara que ha sido muy pero que muy afortunada”, escribe nuestra protagonista.
“Cuando una mujer reclama autoridad para sí misma o es reconocida como una autoridad por otros, corre el riesgo de recibir un castigo. Su autoridad se tolera mejor si se muestra cooperativa, si suaviza sus conocimientos con sonrisas…”
“La misoginia es un mal sueño. Es una fea fantasía en torno al poder y el control, y tergiversa las verdades sobre los seres humanos dinámicos y cambiantes, y sobre cómo crecemos, nos mezclamos unos con otros y engendramos tanto personas como ideas”, argumenta.
El otro texto del que quiero hablaros y que demuestra las aptitudes de Siri Hustvedt como crítica literaria es el titulado El enigma de la lectura, una indagación en el tema a partir del análisis, que ya he citado, de Cumbres borrascosas, la enigmática novela de Emily Brontë que ha dado pie a todo tipo de interpretaciones sin dejarse atrapar. Ningún crítico ha podido domesticarla, señala la autora, para quien el libro “se construye como una polifonía desconcertante formada por voces enfrentadas”, es “una tormenta que hace dudar a todo aquel que lea con atención”. Y “elegir una posición o un significado fijo es verse inmerso en la vorágine de la novela”.

Hustvedt se acerca a distintas lecturas que se han hecho de la obra y asegura haberla leído cada cierto tiempo a lo largo de su vida. “Nunca ha dejado de seducirme con el mismo arrebato que cuando tenía trece años (…) El poder emocional del libro no ha disminuido (…) El término borrascoso describe bien mi experiencia como lectora: me deja muy impactada, desestabilizada y a veces incluso desarraigada”, cuenta antes de iniciar la exploración de los mecanismos, situaciones y personajes de una novela cuyos sentidos se modifican en función de quien la tome en sus manos.
La escritora reflexiona en el ensayo que nos ocupa sobre la lectura como una experiencia en sí misma extraña y cambiante. “Si bien las palabras de un libro o un artículo son siempre las mismas, el cuerpo, las situaciones, las experiencias y los prejuicios de sus lectores varían (…) Un texto literalmente reverbera con el pulso y el aliento de su lector, su personalidad, su composición emocional y su capacidad lectora. Cuanto más desconcertante y ambiguo es un texto, más heterogéneas son sus interpretaciones. Cada lectura se realiza en el espacio entre el texto y el lector”.
La escritora reflexiona sobre la lectura como una experiencia en sí misma extraña y cambiante. “Un texto literalmente reverbera con el pulso y el aliento de su lector, su personalidad, su composición emocional y su capacidad lectora”.
“Los seres humanos se relacionan con los libros, en particular con las novelas”, prosigue Hustvedt más adelante, “con una intimidad que no se aplica a los demás objetos inanimados (…) Los libros se registran no solo como pensamientos articulados en el lector, sino también como emoción, shock, dolor, sorpresa, placer, alivio. Hasta que el lector no devuelve a la estantería el libro, este no recupera su condición de mero objeto, e incluso entonces la historia puede vivir en él como un recuerdo, que se evoca no como un largo recitado de frases encadenadas una tras otra, sino como imágenes y sentimientos que la obra ha dejado a su paso. Un libro querido permanece en el lector como un fantasma, con resonancias tanto conscientes como inconscientes”.
Absolutamente cómplice de las palabras de Hustvedt, acude a mí esa pregunta que tantas veces me hago sobre cómo unos libros que llegan a impactarnos hondamente, pueden incomodar con la misma intensidad a otros o dejarles indiferentes. La lectura es un enigma, un cauce abierto, un proceso capaz de modificar nuestra mirada sobre el mundo. Devuelvo mi ejemplar de Madres, padres y demás a la estantería, y os animo a abrir el vuestro. Tal vez coincidamos en alguna apreciación o punto de interés. Puede que no, que vuestra atención se dirija a otros aspectos o análisis que os resulten más sugerentes. Este libro de Siri Hustvedt está lleno de puertas que abrir, de asuntos para la reflexión y la conversación. Os animo a atravesarlas.
Madres, padres y demás, de Siri Hustvedt, traducido por Aurora Echevarría, ha sido publicado por la editorial Seix Barral.