Por Emma Rodríguez © 2013 /
Querido Julio Cortázar, quizás esta carta tendría que habértela enviado hace muchos años, cuando leí por primera vez “Rayuela”. Te hubiera contado entonces que durante un par de semanas casi no salí de mi oscura habitación de estudiante, que me olvidé de las clases, de los amigos, de cualquier tipo de compromiso cotidiano, y me sumergí de manera febril en el mundo caótico de Oliveira, de La Maga, de todos los miembros del Club de la Serpiente, respirando, primero, las atmósferas de París cuando llovía: la humedad del río, el aliento a alcohol y tabaco de las buhardillas… Y después los ambientes más abiertos, calurosos, de un Buenos Aires lleno de pliegues, de huecos, de pasadizos hacia el otro lado. Ambientes de circo y de psiquiátrico. Puentes de madera improvisados, palanganas de agua como muro defensivo ante el miedo…