Paul Auster y Percival Everett, dos miradas a las semillas del racismo y la violencia en Estados Unidos

Emma Rodríguez © 2023 /

En una ocasión, en 2017, cuando visitó España para presentar su novela 4 3 2 1, escuché a Paul Auster hablar de las raíces de Estados Unidos: el genocidio indio a manos de los colonos blancos y la institución de la esclavitud, “un veneno que sigue dentro del sistema, de la sociedad”. Decía el escritor que ambos hechos no pueden olvidarse; que el “conflicto del racismo sigue existiendo y seguirá ahí” mientras el pueblo norteamericano no sea capaz de “hacer las preguntas correctas”, de enfrentarse a su pasado.

He recordado estas declaraciones al abrir las páginas de Un país bañado en sangre, un ensayo sobre la violencia, sobre la aceptación del uso de armas por gran parte de la población, que se acompaña de imágenes del fotógrafo Spencer Ostrander de espacios del terror –donde se han cometido tiroteos masivos a personas inocentes–, un hecho que, irremediablemente marca a una nación que es venerada como adalid de la democracia y las libertades. En cierto modo, Auster, maestro indiscutible de la literatura estadounidense, intenta en este libro hacerse esas preguntas correctas de las que hablaba, no esquivar una realidad amenazante, ponerse de frente ante los males de su país de origen y ante sus propios fantasmas.

La lectura de esta obra, que parte de la propia biografía del autor, ha coincidido en el tiempo con la de una novela de otro de los escritores más destacados de la narrativa norteamericana actual, Percival Everett, Los árboles, una entrega mordaz, brillante, que tiene el mérito de convertirse para los que la descubrimos, en la imagen del racismo. Particularmente me será imposible, a partir de ahora, hablar, reflexionar sobre el tema, sin recurrir a los argumentos, a las imágenes, a los efectos, que este libro, que da voz a las víctimas de los linchamientos racistas a lo largo del tiempo, ha provocado en mí.  

Estados Unidos es un lugar profundamente violento. El mal, el conflicto entre blancos y negros, sigue muy presente. Vives expectante. En cualquier lado puede producirse un tiroteo, y nunca sabes cuándo va a suceder. Hay demasiada gente con armas para hacer posible que prácticamente todos los días te puedas ver envuelto en una tragedia de este tipo. Le puede pasar a cualquiera, es cuestión de suerte”, señalaba el autor afroamericano recientemente, en una visita promocional a Madrid, alertando de que hay corrientes de opinión proclives a eliminar todo el capítulo de la esclavitud de los planes de estudio en las escuelas. “Estados Unidos tiene un gran talento para ocultar sus propias transgresiones”, ha declarado el autor.

Tanto Auster como Everett, utilizando recursos, géneros diferentes, contribuyen con sus libros a fijar la memoria, a plantear conflictos de fondo que deben salir a la luz una y otra vez, cuyas semillas siguen dando frutos oscuros. El primero mira hacia su propia biografía, hacia las circunstancias de su niñez, en busca de claves, de sentidos, que le ayuden a comprender. Las armas están presentes en su historia familiar, pues su abuela paterna mató de un tiro a su abuelo, de quien se había separado y que vivía con otra mujer. Un hecho que durante mucho tiempo fue un secreto celosamente guardado y cuya revelación, fortuita, inesperada, cambió la percepción del autor sobre muchas cosas de la vida de su padre, de su propia vida. 

Paul Auster mira hacia su propia biografía, hacia las circunstancias de su niñez, en busca de claves, de sentidos, que le ayuden a comprender. Las armas están presentes en su historia familiar, pues su abuela paterna mató de un tiro a su abuelo.

Hay una necesidad de revelar la verdad en la narración de los hechos que hace Auster, una narración levantada desde la distancia, con la clara conciencia del efecto transformador que supuso esa verdad en su persona, en su mirada a sus raíces y al mundo. Lo que sucedió tras el incidente lo relata de la siguiente manera: “Hubo un juicio, como es natural, y después de que mi abuela resultara inesperadamente absuelta por motivos de locura temporal, sus cinco hijos y ella se marcharon de Wisconsin, se dirigieron al este y acabaron instalándose en Newark, Nueva Jersey, donde mi padre creció en el seno de una familia destrozada, presidida por una matriarca exaltada, trastornada las más de las veces, que adoctrinó a sus hijos para que no dijeran ni palabra, ni entre ellos ni a nadie más, de lo que había pasado en Kenosha”.

Este capítulo de la biografía del autor es esencial para entender el desapego hacia las armas que le transmitió su padre, pese a su destreza en ejercicios de tiro que, de joven, practicó en campamentos y en compañía de amigos, que sí eran animados por sus progenitores a ejercitarse en el empeño. Auster se refiere a su educación, a las muchas películas de vaqueros consumidas desde su niñez, historias en las que todo el mundo llevaba pistola, tanto los héroes como los villanos, en el caso de los primeros un símbolo de “virtud e integridad”. Esos valores del western, producto típicamente americano, que tanto refleja una cultura basada en la imposición de la fuerza, en la conquista, no calaron en las costumbres del escritor, que se decantó por el béisbol y los libros. Sin embargo, a lo largo de su trayecto, como cuenta en la obra que nos ocupa, sí ha estado cerca de otros muchachos devotos de las armas desde su juventud, formados en entornos racistas.

Al respecto nos habla de algunos casos que conoció en el período –1970– , cuando se embarcó como marinero en un petrolero. Casos de hombres que, en un primer momento, le parecieron individuos corrientes, hasta conocer sus historias, hasta escucharles hablar de que podían llegar a disparar por gusto, sin ningún reparo, a personas anónimas. “Si se pone un arma en manos de un maniaco, puede ocurrir cualquier cosa”, manifiesta. ¿Es el maniaco que puede acceder al arma el problema o lo es una sociedad proclive a generar maniacos, seres desestructurados, forjados en la desigualdad, movidos por ideas de venganza hacia quienes tienen más, hacia quienes pueden acceder a ese modelo americano perfecto tan promovido publicitariamente?, me pregunto yo al hilo de la lectura.

“Si se pone un arma en manos de un maniaco, puede ocurrir cualquier cosa”, Señala Auster, citand0 casos que conoció cuando se embarcó como marinero en un petrolero, Casos de hombres que podían disparar por gusto a personas anónimas.

Por su parte, a través de la ficción, Percival Everett, que no niega la inquietud que, como persona de color, le produce ser seguido mientras conduce, por las luces de un coche de policía, recurre al humor y al toque de suspense, de thriller policial, como herramientas para contar lo más terrible y profundo. “Esto es una guerra. Una guerra que ya dura cuatrocientos años”, leemos en un momento dado en Los árboles, que parte de la espeluznante matanza, un 28 de agosto de 1955, de Emmett Till, un adolescente de color, nacido en Chicago, que mientras estaba de vacaciones con familiares en Money, Mississippi, fue acusado por una mujer blanca, Carolyn Bryant, de haber coqueteado con ella, motivo suficiente para que el hermano y el marido de esta lo asesinaran brutalmente, mutilando su cuerpo y lanzándolo al río Tallahatchie. 

Hablamos de un episodio negro en la historia de Estados Unidos, que en su día activó la lucha por los Derechos Civiles, a lo que contribuyó que la madre de Till decidiera que en el funeral de su hijo el ataúd permaneciera abierto para que todo el mundo pudiera ver la crueldad de los hechos. No sólo Everett ha rescatado este capítulo espeluznante. Bob Dylan le rinde homenaje al chaval asesinado en su tema The death of Emmett Till y hay una película reciente que narra los acontecimientos, Till, el crimen que lo cambió todo, dirigida por la directora Chinonye Chukwu y con la actriz Danielle Deadwyler en el papel de la madre que lucha con todas sus fuerzas para que se haga justicia, para que no quede impune el crimen de su hijo. 

Un crimen que sacudió al país, que puso en primer plano el recuerdo de los miles de asesinatos raciales contra personas negras y de otras minorías, y tras el que se celebró un juicio, con el resultado de la liberación de los criminales, absueltos por un jurado de 12 personas que quisieron creerlos cuando negaron su implicación. Años después, la mujer acusadora confesó que Emmett no se le había insinuado de ninguna manera y los que la vengaron, en base a una mentira, confesaron haber apaleado y matado al chico; pero ya no podían ser juzgados nuevamente por el mismo delito. Todo ello entra en una novela que, como os decía, no deja indiferente a nadie que la lea, muy galardonada y finalista en 2022 del Booker Prize.

Alrededor de este episodio de violencia racista Percival Everett levanta una venganza, planteando un cambio de papeles: los negros se convierten en los verdugos y los blancos (la mujer responsable y algunos de sus familiares, herederos de los asesinos, así como otros racistas reconocidos) son las víctimas, a través de una rocambolesca trama en la que un mismo cadáver aparece y desaparece una y otra vez. Hay un momento clave y absolutamente poderoso en esta novela, que como he dicho, no podremos olvidar una vez leída, porque se convierte en decisiva, en una referencia de peso para acceder, comprender, los fondos del odio racial. Se trata de una extensa lista con los nombres de las personas linchadas, una simple lista que estremece y que se convierte en un símbolo contra la desmemoria. Los nombres importan; forman parte de un archivo que la enigmática Mama Z guarda en su casa, donde se recopilan todos los linchamientos llevados  a cabo en el país desde 1913, sin que nadie pagase un precio por ello. “La novela surgió como un marco para esa lista; esa lista es la novela”, ha confesado el escritor.

Percival Everett: “Estados Unidos es un lugar profundamente violento. El mal, el conflicto entre blancos y negros, sigue muy presente. Vives expectante. En cualquier lado puede producirse un tiroteo, y nunca sabes cuándo va a suceder”.

También Un país bañado en sangre, de Paul Auster, puede entenderse como una historia, un estudio, que se apoya firmemente en las fotografías de Spencer Ostrander, imágenes que, a semejanza de la lista de Everett, estremecen en su simplicidad. Son esos paisajes de la desolación los que motivan al autor, quien en una nota inicial califica las imágenes como “fotografías del silencio”, explicando que, a lo largo de dos años, Ostrander “emprendió varios viajes largos” por los distintos estados de todo un país atrapado por la violencia. El resultado: instantáneas de los emplazamientos de más de treinta tiroteos masivos ocurridos en las últimas décadas.

Las fotografías”, indica Auster, “son notables por la ausencia de figuras humanas y por el hecho de que en ningún sitio haya a la vista ni siquiera la sugerencia de un arma. Son retratos de edificios, construcciones sombrías a veces, desagradables, emplazadas en paisajes norteamericanos anodinos, neutrales: estructuras olvidadas donde hombres con fusiles y pistolas perpetraron horrendas matanzas…”

Hay disputas verbales y peleas a puñetazos a lo largo y ancho del mundo, constata Paul Auster, pero esos conflictos en Estados Unidos, a diferencia de en otros lugares, acaban con heridas de armas de fuego. Las estadísticas son a la vez crudas e instructivas. Los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos (…) El ochenta y dos por ciento de las muertes por armas de fuego ocurren aquí. La diferencia es tan grande, tan chocante, tan desproporcionada con lo que sucede en otras partes, que hay que preguntarse por qué. ¿Por qué es tan diferente Estados Unidos, y qué nos convierte en el país más violento del mundo occidental?”, vamos leyendo.

El escritor habla de dolor colectivo, el mismo que transmiten los personajes / vengadores / fantasmas, de la novela de Percival Everett. Tras el horror del presente, que analiza Auster en su entrega, asoman, de forma inevitable, las escenas de la masacre contra las poblaciones indígenas, sobre las que se fraguó la nación estadounidense, y, sin duda, las imágenes tan aterradoras del Ku Klux Klan, tan presentes en Los árboles, donde algunos de los personajes sienten nostalgia del pasado y quieren recuperar “las costumbres sagradas, las costumbres de la furia, el fuego y la soga”.

“Esto es una guerra. Una guerra que ya dura cuatrocientos años”, leemos en un momento dado en “Los árboles”, que parte de la espeluznante matanza, un 28 de agosto de 1955, de Emmett Till, un adolescente de color, En Money, Mississippi.

Percival Everett consigue poner el dedo en la llaga, demostrar hasta qué punto la ficción puede llevarnos a comprender de manera profunda, emocional. En su ensayo, Paul Auster mira de frente, con valentía a la realidad; nos introduce en el eterno debate que existe en EEUU sobre la conveniencia o no de que cualquier ciudadano pueda acceder con facilidad a tener un arma. Un debate en el que se producen pocos cambios, marcado fuertemente por intereses, por el poder de movimientos como la Asociación Nacional del Rifle. Ningún presidente, ningún gobierno, ha podido hacer frente a sus marcos.

Nos dice el autor que el hecho de que el número de norteamericanos, directa o indirectamente, marcados por la violencia de las armas ascienda a millones cada año, debería ser un motivo de peso para llevar a cabo “una acción nacional, un esfuerzo concertado entre el gobierno federal, municipal y estatal para controlar lo que por cualquier parámetro de comprensión racional es una crisis de salud pública”. Pero “la relación de Estados Unidos con las armas de fuego, sin embargo, es cualquier cosa menos racional”, constata.

La argumentación y el análisis que realiza el autor de las complejas razones históricas, de la falta de voluntad, de la obstinación para no afrontar un problema de tal magnitud, es muy interesante. Hay que hacer un recorrido por el pasado para entender algo; adentrarse en la historia colonial; en la masacre de los primeros pobladores, los indios; en el período de la esclavitud, en la etapa del Ku Klux Klan, en la Declaración de Independencia, en la guerra de Secesión… Hay que acercarse a la Constitución y sus enmiendas… Paul Auster se detiene en todos estos acontecimientos. Se refiere al embuste de la declaración sobre la igualdad de todos los hombres, sobre la idea de libertad, que nutrió desde el comienzo la fundación de la República.

A través del análisis de todos estos capítulos históricos, va trazando el mapa de una nación enorme, dominada por grandes diferencias entre estados del norte y del sur, de un país siempre dividido (partidarios y no partidarios del uso de las armas, de las guerras, de la esclavitud en su día; racistas convencidos frente a defensores de la igualdad de derechos). Es interesante seguir sus argumentos, su aportación de datos, su esfuerzo por comprender, también su impotencia. El autor ofrece ejemplos de enfrentamientos, de amenazas, muchas veces imaginarias, que no habrían terminado en crímenes sin la existencia de un arma en manos de gente corriente y también otros, los menos, en los que contar con una pistola en casa ha salvado vidas de inocentes. 

No olvida páginas centrales en el devenir del país como la guerra de Vietnam, los asesinatos de dirigentes tan destacados como John F. Kennedy, Malcom X, Martin Luther King, Robert F. Kennedy. Paso a paso, nos va conduciendo al presente, a la falta de consensos respecto a cómo combatir la violencia, a la existencia de dos bandos claramente identificados en torno a las armas. Para avanzar en la dirección correcta, apunta, lo primero tendría que ser “llevar a cabo un examen riguroso, revulsivo, de quiénes somos y quiénes queremos ser como pueblo que mira al futuro, lo que necesariamente tendría que empezar con un riguroso examen de lo que hemos sido en el pasado”.

Colegios, institutos, iglesias, supermercados, aparcamientos, cafeterías, bares, clubs nocturnos, grandes almacenes, repartidos a lo largo y ancho del país, han sido escenarios del horror. Los tiroteos a gentes desarmadas que ven sus vidas truncadas de repente, en su cotidianidad, son algo habitual en EEUU, algo a lo que la población ya se ha acostumbrado, indica Auster, aunque la sociedad al completo siempre se para en seco, cuando los medios transmiten las imágenes de gente llorando, destrozada. Las cifras de muertos, de heridos, son, en algunos casos sobrecogedoras: 50 personas perdieron la vida por disparos en el Club Pulse en Orlando, Florida, un 12 de junio de 2016; 26 fueron víctimas de una matanza en la Iglesia First Baptist en Sutherland Springs (Texas) un 7 de noviembre de 2017... La lista es muy larga. Con su cámara Spencer Ostrander capta la desolación de los emplazamientos, muchos de ellos cerrados; otros convertidos en rincones-santuarios de la memoria, destinados a que no se olvide lo sucedido.

EN “UN PAÍS BAÑADO EN SANGRE” EL ANÁLISIS DE AUSTER SE ACOMPAÑA DE imágenes DE SPENCER OSTRANDER, instantáneas desoladoras DE EMPLAZAMIENTOS DONDE HAN ACONTECIDO TIROTEOS MASIVOS QUE ESTREMECEN EN SU SIMPLICIDAD, “FOTOGRAFÍAS DEL SILENCIO”.

Cuando lo terrible acontece, cuando los medios transmiten el dolor, la sensación de inseguridad, de vulnerabilidad lo invade todo. “Por un breve instante, todo el mundo parece unirse en este país solitario y fracturado, pero en un abrir y  cerrar de ojos los defensores y detractores de las armas se ponen en guardia para enfrentarse de nuevo, y a pesar de los indignados gritos en favor de reformas, medidas y cambio, nada cambia jamás, y al cabo de una semana o dos el distraído público dirige la atención a otro lado”, expone el escritor. 

Muy reveladora también es la parte en la que se analizan los perfiles psicológicos de los asesinos, muchas veces individuos enfermos, frustrados, conspiranoicos, agraviados, que no han alcanzado sus metas, que se han sentido apartados, abandonados por sus parejas, por sus amigos, por la sociedad… Muchos de ellos –el número de mujeres implicadas en matanzas es escaso– compiten por superar el total de víctimas alcanzadas por sus predecesores, “batir el récord y así conquistar la fama y la eterna gloria criminal como autor de la mayor matanza de la historia norteamericana”.

Resulta escalofriante leer esto y seguir las reflexiones del escritor al respecto, reflexiones críticas, mordaces, que parten del estupor: “La aniquilación de personas desconocidas se ha convertido tanto en un deporte competitivo como en una nueva variante de la performance artística contemporánea. Es el último regalo de Estados Unidos al mundo, una nota psicópata a pie de página de previas maravillas como la bombilla incandescente, el teléfono, el baloncesto, el jazz y la vacuna contra la polio. Nuestros amigos de lejanos continentes observan perplejos y horrorizados, no menos sobrecogidos que nosotros cuando leemos algo sobre la mutilación genital de muchachas adolescentes o la práctica de la lapidación de mujeres acusadas de infidelidad por sus maridos”.  

Fotografía de Spencer Ostrander del Club nocturno Pulse, en Orlando (Florida), donde se recuerda el tiroteo de 2016 donde murieron 50 personas.

En los últimos años al horror se han unido, como indica el escritor, ejércitos de conspiranoicos de extrema derecha que, en algunos casos, han difundido masivamente, a través de medios afines a su causa, el bulo de que las matanzas no han sido reales, sino engaños representados por actores para atemorizar a la sociedad. El supremacismo blanco, envalentonado en la etapa de Trump, ha añadido aún más negrura, odio y violencia a un país cada vez más resquebrajado. La capacidad de Estados Unidos para influir en el resto del mundo, pienso mientras voy pasando las páginas de este ensayo, está exportando ese odio, esa violencia, a otros muchos lugares del mundo, alentando el uso de la mentira, el negacionismo; alimentando el fascismo. Por eso, para situar, para entender mejor el mundo en el que vivimos, son esenciales obras como Un país bañado en sangre, de Paul Auster; novelas tan poderosas como Los árboles, de Percival Everett. 

El arte, la literatura, son muy importantes. Es complicado ver un mundo en el que tanta gente sufre tantísimo. Hay libros que nos ayudan a acercarnos a ese sufrimiento, a comprender y abordar los problemas”, señalaba Everett en su reciente visita a Madrid. Para hacer llegar a los lectores la historia tan dura de los crímenes raciales, el escritor recurre a los resortes de la sátira social y del género detectivesco, dando protagonismo a tres investigadores de color (dos hombres y una mujer) que se introducen en la América profunda. “Sería muy fácil escribir una novela densa y oscura sobre linchamientos que nadie leería; tiene que haber un elemento de seducción (…) Lo absurdo de la desatención al tema fue el motor de la comedia, pero la novela vive tanto de dar la vuelta a los estereotipos como de revelar la verdad de los linchamientos. Estoy feliz de haber cabreado a mucha gente con mis estereotipos de los blancos”, ha declarado el escritor. 

Efectivamente, los supremacistas blancos, los votantes de Trump, son retratados y caricaturizados en Los árboles, donde el propio dirigente se convierte en el centro de escenas realmente cómicas, no exentas de elementos tomados de la realidad. Everett nos hace pensar en el mal de la ignorancia que lleva a tanta gente a creerse los bulos y las conspiraciones más absurdas. Un personaje habla de que ha ido a un mitin de Trump y se siente satisfecho porque: “Ese tipo es igual que nosotros (…)  O sea, no tiene más seso que un puercoespín, pero sabe poner en sus sitio a las élites progres”.

los supremacistas blancos, los votantes de Trump, son retratados y caricaturizados En la novela de Everett, donde el propio dirigente se convierte en el centro de escenas realmente cómicas, no exentas de elementos tomados de la realidad.

La novela refleja que no sólo los negros han sido víctimas de los linchamientos, también otras minorías, y que estos no sólo han sucedido en los estados del sur, sino en todo el país. Los descendientes y seguidores de las prácticas del Ku Klux Klan sienten en su piel el temor a ser perseguidos, a ser colgados, a sufrir de igual manera que las víctimas reales a lo largo del tiempo. Ponerse en la piel de los otros es el ejercicio que propone el autor, a través de esta potente narración que transmite que el veneno de la violencia sigue presente en una sociedad que no ha admitido sus culpas a día de hoy, donde personas de color siguen siendo agredidas, pisoteadas y tiroteadas en la calle por las fuerzas del orden.

Irremediablemente, acuden a la mente casos como el de George Floyd, asesinado en 2020 por asfixia a manos de un policía, que está en la cárcel actualmente, como indica Paul Auster en su libro, gracias a la filmación realizada por una chica de 17 años, en la que se ve claramente la brutalidad de un asesinato cometido a sangre fría. La figura de Trump, su mezcla de mentiras y odio, que tanto ha inspirado a políticos de otros países, también es analizada en el ensayo. El escritor se detiene en el epílogo que siguió a su pérdida del poder en las elecciones de noviembre de 2020. “Se armó el gran follón y el país quedó tan maltrecho como en la época del nacimiento de la República. Nunca un candidato presidencial derrotado había impugnado el resultado de unas elecciones tan enérgicamente como él, y jamás un presidente en funciones había instigado un golpe de Estado para recobrar el poder perdido”.

Auster se refiere a la turba de seguidores de Trump que asaltaron el Capitolio y argumenta: “Estados Unidos ha entrado en un territorio nuevo, antes inimaginable (…) Nadie tiene la mínima noción de lo que pasará a continuación”. El autor comenta que la violencia se ha incrementado después de la pandemia, que “las fisuras de la sociedad norteamericana crecen sin cesar”. Volviendo a Floyd, señala que las manifestaciones de protesta que siguieron al crimen fueron para él una señal de esperanza por el bien colectivo, representado en las multitudes birraciales que marcharon juntas en más de dos mil ciudades y pueblos de Estados Unidos.

Pero, ¿ha cambiado algo realmente con esa unidad entre blancos y negros o ha sido sólo un claro entre las nubes?, se plantea, nos plantea.  Esta pregunta adquiere aún mayor significado en un ahora en el que la extrema derecha está ganando posiciones a nivel global. Las causas, entre ellas el papel jugado por los medios de comunicación y por las redes sociales, capaces de viralizar conspiranoias y bulos, nos llevarían a otros ensayos, por ejemplo a Antisocial ,de Andrew Marantz, al que ya me he referido en otro número de Lecturas Sumergidas. Con esta pregunta quiero concluir este recorrido que si algo consigue es que no miremos hacia otro lado, que seamos capaces de visibilizar las corrientes de odio para no dejarnos arrastrar en su barro. El más contundente rechazo a nivel colectivo es la única respuesta, la única esperanza.

Un país bañado en sangre, de Paul Auster, con fotografías de Spencer Ostrander, ha sido publicado por Seix Barral, con traducción de Benito Gómez Ibáñez.

Los árboles, de Percival Everett, ha sido publicado por De Conatus, con traducción de Javier Calvo.

La fotografía principal de este reportaje la hemos tomado de la web de Amnistía Internacional.

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