Foto de cabecera por Mike Ariga /
Fidel Oltra © 2022 /
El 29 de mayo de 1997, casi al anochecer, el cantante Jeff Buckley y su roadie Keith Foti, aparcan su furgoneta cerca del río Wolf, un afluente del Mississippi con cuyas aguas se une cerca de Memphis formando una especie de canal navegable. Keith Foti saca una guitarra y se pone a tocar, mientras que a Jeff le apetece un baño. Se adentra en las aguas del río cantando Whole lotta love, de Led Zeppelin. Da unas brazadas, se relaja flotando en el agua, nada un rato de espaldas mientras sigue canturreando. Va vestido, lleva una camiseta, vaqueros y botas militares. Keith sigue tocando y cantando cuando ve que un barco se acerca y trata de atracar cerca de donde estaban la radio y la guitarra de Jeff.
El gran barco remueve el agua, provocando una enorme estela y elevando el nivel del canal. Keith se ve obligado a alejar sus cosas de la orilla para evitar que el agua las estropeara. Cuando el barco pasa, Keith busca a Jeff con la vista. No lo encuentra. Es de noche y no lo ve. Tampoco se le oye canturrear como un rato antes. Lo llama y no responde. Finalmente, Keith acude a la policía. Esa noche y los días siguientes unos buzos rastrearán el canal sin éxito. El 4 de junio unos pasajeros a bordo de otro barco, el American Queen, divisan algo atrapado entre unas ramas en la orilla del río. Parece un cuerpo. Era el cadáver de Jeff Buckley, que había muerto ahogado según una autopsia en la que no se encontró indicio de sustancias tóxicas en su organismo. Fue un accidente, un estúpido accidente tan trágico como la propia vida de Jeff.

Jeffrey Scott Buckley nació el 17 de noviembre de 1966. Sus padres eran Tim Buckley y Mary Guibert. Ambos eran muy jóvenes. Se habían conocido en el instituto y se casaron apenas un año después. Tim parecía buscar en el matrimonio una estabilidad familiar y personal que no tenía en su casa, ya que su padre, veterano de la II Guerra Mundial, sufría problemas mentales. Sin embargo, pronto quedó claro que aquello había sido un error. Cuando Mary quedó embarazada, a Tim se le volvió el mundo al revés. ¿Estaba preparado para ser padre y un buen marido? ¿O prefería dejarlo todo para perseguir su sueño musical?
Tim Buckley nació en 1947 en Washington DC, aunque pasó su infancia en una ciudad del estado de Nueva York y posteriormente su familia se mudó a California. Tim creció rodeado de música: de sus abuelos y su madre aprendió a amar el jazz, sobre todo el jazz vocal de los años 30 y 40, de Billie Holiday a Frank Sinatra; su padre le introdujo en el country de Hank Williams. El propio Tim aprendió a tocar el banjo y formó varios grupos de folk con amigos del instituto. Uno de ellos era Larry Beckett, quien escribiría numerosas letras para Tim. En 1965 dieron varios conciertos, llegando a actuar en el Troubadour de Los Ángeles. A principio de 1966 Tim fue descubierto por el manager de los Mothers of Invention de Frank Zappa. Se lo llevó a Los Ángeles, lo introdujo en el mundo folk y le abrió los ojos a una nueva vida que entraba en conflicto con la estabilidad matrimonial y la responsabilidad de ser padre. En agosto de 1966 Tim publicó su primer disco, homónimo. Un álbum del que no resultó totalmente satisfecho, puesto que era demasiado folk y no reflejaba sus variados intereses. En cualquier caso, la decisión estaba tomada. Cuando en noviembre nació Jeff Buckley, su padre ya había abandonado el hogar.
Tim Buckley siguió con su carrera. En 1967 publicó un gran disco: Goodbye and Hello. Aunque seguía siendo un álbum de folk, Tim empezaba a encontrar su voz y su estilo propio. Aquel disco fue un gran salto respecto a su debut, y abrió las puertas para una trayectoria posterior tan personal e intransferible como, en ocasiones, errática. Tim Buckley compuso en esos años, sobre una letra de su compañero Beckett, la que posiblemente sea su canción más conocida: Song to the siren. Al mismo tiempo, protagonizaba pequeños incidentes en sus apariciones públicas.
Cuando Beckett fue llamado a filas, Buckley se encontró solo y aprovechó para dar rienda suelta a su inspiración, que le llevó por caminos cercanos al jazz y al rock de vanguardia. En 1969 publicó un nuevo álbum Happy Sad, y trabajó a la vez en otros tres: Blue Afternoon, Lorca y Starsailor. El primero vería la luz también en 1969, mientras que los otros dos, mucho más experimentales, aparecerían en 1970. Buckley se mostró en esos años como un autor prolífico, pero quizás debería haber seleccionado mejor lo que publicaba. La recepción no fue demasiado buena, y Buckley dio otro giro a su música en los años siguientes. Despidió a su banda y formó otra nueva con un enfoque más funk.
En 1972 publicó Greetings from L.A., un disco que se vendió algo mejor que los anteriores, pero que paradójicamente le hizo perder a una buena parte de sus seguidores de su época folk por tratarse de un álbum de R&B y funk. Peor suerte corrió Sefronia, lanzado en otoño de 1973. Un disco en el que Tim Buckley graba varias versiones de otros artistas. Versiones excepcionales, como el Dolphins de Fred Neil o el Martha de un Tom Waits que ya empezaba a despuntar. Sin embargo, ese mismo hecho daba a entender que quizás Buckley estaba agotando demasiado rápidamente sus fuentes de inspiración. Su vida ya había tomado un rumbo peligroso, con múltiples adicciones y episodios confusos. En las portadas de sus discos aparecía desmejorado, como si hubiesen pasado décadas y no siete años desde que arrancó con ímpetu juvenil su carrera.

En 1974 ve la luz su último disco de estudio, Look at the Fool. Un álbum en el que se metía de lleno en el rock soul y coqueteaba con sonidos latinos. Al mismo tiempo, Tim preparaba múltiples proyectos entre los que se encontraba un disco en directo que, pensaba, iba a representar todo un regreso a lo grande con el que recuperaría su prestigio y a sus seguidores de su etapa más folk. Como preparación, a finales de junio dio un concierto en Dallas ante un aforo completo de casi 2000 personas. Buckley estaba contento, y quiso celebrarlo a lo grande. Lo hizo como lo hacía todo, al máximo y sin mesura. En la tarde del 29 de junio de 1975 fue declarado muerto por una sobredosis de heroína y morfina. Su hijo, Jeff Buckley, que por entonces tenía ocho años, no fue invitado al funeral. Jeff quedó bastante traumatizado por ese desplante, a pesar de que apenas había visto a su padre en años. De todos modos, a principios de los 90, cuando Jeff Buckley arrancaba su carrera interpretando canciones ajenas en el East Village, la versión del tema de su padre I never asked to be your mountain solía ser una de las escogidas.
Jeff Buckley, que llevaba ya unos años como músico en diversas bandas de corto recorrido, actuando en hoteles y otros locales, se limitaba a tocar y solo hacía coros. Pero pronto empezó a encontrar, como su padre, su propia y original voz. Tras hacerlo durante mucho tiempo en California, en 1990 se trasladó a Nueva York. Allí empezó a interesarse por el blues y también por la música oriental y la obra de gente como Nusrat Fateh Ali Kahn. Casi al mismo tiempo, descubrió que era dueño de una voz muy personal que había heredado de su padre, Tim. Aprendió a trabajar con ella, a extraerle todo su jugo y a experimentar con todos sus recursos. Pronto se atrevió a cantar en directo y a mostrar sus propias composiciones. Aunque nadie le conocía, llamó la atención de Herb Cohen, quien había sido manager de su padre. Cohen le ofreció grabar una maqueta con aquellas canciones. El resultado fue una casete titulada Babylon Dungeon Sessions, donde ya aparecían, en una versión muy primigenia, algunas de las canciones que lo convertirían en un mito pocos años después.
De regreso a Nueva York, Jeff participó en un concierto tributo a su padre en el que interpretó por primera vez I never asked to be your mountain, además de otros temas de Tim Buckley. Su interpretación fue muy diferente, personal, más una forma de darle a su padre la despedida que no le pudo dar en su momento que un tributo musical. En 1991 Jeff se animó a formar su banda para tocar sus propios temas, pero el primer intento se frustró rápidamente. Jeff Buckley empezaba a mostrar indicios de ser tan inseguro y volátil como su padre. Al final Jeff decidió actuar en solitario. En 1992 consiguió una residencia en el Sin-é del Lower Manhattan. Allí permaneció durante bastante tiempo tocando alguna de sus canciones junto a un repertorio amplio y ecléctico de versiones que iban de Led Zeppelin, Robert Johnson o Bob Dylan hasta The Smiths, Siouxsie o Bad Brains. Todo tenía cabida en su particular imaginario musical, con el que se iba labrando un estilo tan personal que acabaría siendo único e irrepetible. De aquellas actuaciones, que llamaron la atención de gente de la industria, acabaría saliendo un EP titulado Live at Sin-é, con solo cuatro canciones en su edición original, algunas propias y un par de versiones entre las que estaba The way young lovers do, de Van Morrison. Posteriormente el disco se reeditaría ampliado, incluyendo interpretaciones de Just like a woman de Bob Dylan o Night flight de Led Zeppelin, entre otros muchos temas.

En 1993, ya con 27 años, Jeff Buckley se decidió a intentar grabar su primer disco de estudio. Su nombre empezaba a ser conocido, con lo que no le costó mucho encontrar músicos que quisieran acompañarle – el bajista Mick Grondhal y el batería Matt Johnson – y un productor que quisiera trabajar con él. El escogido fue Andy Wallace, quien no tenía demasiada experiencia como productor pero sí que había trabajado como mezclador o ingeniero de sonido en discos como el Nevermind de Nirvana, Dirty de Sonic Youth o Reign in Blood de Slayer. En otoño de 1993 el trío se encerró en unos estudios de Woodstock para empezar a trabajar en lo que iba a ser el álbum Grace. Además de los dos músicos antes mencionados, por el estudio pasaron algunos invitados, ex compañeros de Jeff y músicos locales de jazz. Todos ellos se implicaron en un proceso que solo se vio interrumpido por algunas giras de Jeff promocionando su disco en vivo. En principio aquellas giras eran en solitario, llegando a actuar en algunos cafés y pequeñas salas de Europa, pero según avanzaba el proceso de creación y grabación de Grace, Jeff se animó a llevar a su banda también en directo. Entre junio y agosto, con el disco ya a punto de salir, Jeff Buckley y su grupo realizaron una gran gira con el nombre de Peyote Radio Theatre Tour. Jeff todavía no había publicado su primer álbum de estudio, pero aquellos conciertos tuvieron gran repercusión, acudiendo a ellos gente como The Edge de U2 o Chrissie Hynde de Pretenders.
Finalmente Grace vio la luz en agosto de 1994. El disco, a pesar de todas las expectativas, resultó tener más éxito entre la crítica y sobre todo entre gente del mundo de la música que en las listas de ventas. Tampoco sonaron mucho sus canciones en la radio, a pesar de que con el tiempo su versión de Hallelujah, de Leonard Cohen, casi ha llegado a superar en prestigio a la original. Es de suponer que, principalmente, el relativo fracaso en su momento del álbum se debió a que la mayoría de sus canciones no estaban pensadas para ser éxitos de ventas ni sonar mucho en la radio. Como tantos grandísimos discos adelantados a su momento, Grace vivió un largo y costoso proceso de reconocimiento gradual hasta llegar a su estatus actual. Algunas publicaciones minoritarias, ciertos críticos y muchos músicos fueron capaces de ver la magia que escapaba a borbotones de aquellas canciones únicas.
Cuentan que Thom Yorke, de Radiohead, sintió un escalofrío al escuchar Grace por primera vez y adoptó muchos de sus recursos para su segundo álbum, The Bends. Jimmy Page y Robert Plant, de Led Zeppelin, aseguraban que era uno de sus discos favoritos de los 90. Otros grandes, como Dylan o Bowie, expresaron también sus elogios. Una lenta pero imparable corriente de aceptación acompañó al disco en la década siguiente. En 2004, con motivo de su 10º aniversario, se reeditó en una versión extendida y entró por primera vez en listas. A día de hoy, Grace tiene numerosos discos de oro y platino en países como los Estados Unidos, el Reino Unido, Australia o Italia.

¿Qué tenía Grace para que los críticos de medio mundo, así como los músicos más prestigiosos, lo alabaran mientras pasaba casi desapercibido para el gran público? Es difícil explicarlo con palabras, pero vale la pena intentar acercarse a este disco mágico, desentrañar su misterio y resolver el enigma de un álbum que, surgiendo casi de la nada, se convirtió milagrosamente en una pieza única y referencia para generaciones posteriores. En la música de grupos como Radiohead es fácil ver como brilla la herencia de Jeff Buckley y su obra maestra. Recordemos que el disco se publicó a mediados de los 90, con el rock alternativo, el incipiente brit pop y el grunge dominando el mundo. Grace era, en ese contexto, un oasis de sensibilidad y belleza. La combinación de la increíble voz de Jeff con una música inspirada y misteriosa, siempre cambiante y visitante de múltiples estilos, es imposible de imitar por mucho que se haya intentado posteriormente. Grace es de esos discos que salen una vez porque solo podían salir una vez.
Nada mas arrancar el disco con los primeros compases de Mojo pin, es evidente que estamos ante algo único. Lo primero que escuchamos es un pequeño hilo de música y voz, apenas audible, que se va desenredando hasta convertirse en un lamento teñido de guitarras y tímidos golpes de batería que parecen no querer molestar al cantante en su catarsis. La canción suena a los momentos más folk y psicodélicos de sus admirados Led Zeppelin, algo que será bastante frecuente a lo largo del disco. Lejos sin embargo de tratarse de una pura imitación, algo en su forma de cantar y afrontar la canción, sus desgarradoras letras, nos dice que no hay nada de pose en su interpretación y sí mucho de íntimo sentimiento.
Sin caer en leyendas, mitos de cantautores atormentados y destinos trágicos, es evidente que Jeff Buckley encarnaba a ese tipo de artista que se fundía con su arte en un abrazo comprometedor. En Grace, otra canción que habla de amores perdidos, canta “And the rain is falling and I believe my time has come, it reminds me of the pain I might leave behind”. Aunque su colaborador Gary Lucas se encargaba de algunas letras, esta en concreto fue escrita por Jeff. Escuchando la canción con recogimiento y atención, casi puede sentirse físicamente el dolor que supuran estos versos. La voz de Buckley pasa de los susurros a los gritos lacerantes, dejándose ir en el clímax de la canción y adentrándose en una especie de psicodelia tenebrosa. This is our last goodbye, una de las canciones en las que llevaba más tiempo trabajando, ya lo dice todo en su título. De nuevo la instrumentación sigue al cantante en sus altibajos vocales y emocionales, algo que le da al disco gran parte de su personalidad sonora.

El dolor no cesa pero se ve calmado por el vino en Lilac wine y So real es una bellísima ensoñación que el cantante grabó en una sola toma a las tres de la mañana, con los músicos tocando de forma presencial. Algo de esa nocturnidad se filtra en un tema que atrae al abismo, como los cantos de las sirenas. Llega entonces Hallelujah, que en la voz de Jeff Buckley suena más desesperada que espiritual en una interpretación que, para mucha gente, rebasa la original de Leonard Cohen. Salvado este paréntesis, regresan las agónicas odas a los amores perdidos con Lover, you should’ve come over. Curiosamente, en este caso, la canción parece escrita desde el punto de vista de un hombre que afronta su envejecimiento y echa la vista atrás. Teniendo en cuenta que Jeff apenas tenía 27 años cuando la escribió, resulta llamativo, pero no por ello menos desolador.
Buckley se basa en un viejo himno religioso británico del siglo XVI para Corpus Christi Carol. En realidad se basa principalmente en la versión que el compositor clásico Benjamin Britten hizo en la década de los 30. Un drama religioso cuyo romántico pero sobrecogedor final casa a la perfección con el ambiente melodramático del álbum. La voz de Buckley alcanza en algunos momentos de esta canción una perfección sublime, subrayando el carácter religioso pero también trágico del tema. Un enorme giro de guión nos lleva a Eternal life, donde Jeff da rienda suelta a su devoción por Led Zeppelin ya de una manera nada encubierta, siendo esta la canción con un estilo más rock y menos intimista de todo el disco.
Inicialmente el disco se cerraba con Dream brother, una canción dirigida a un amigo cercano al que advertía de las posibles consecuencias de sus erradas acciones, llegando a suplicarle que no hiciera con su hijo todavía nonato lo mismo que hizo su padre, Tim Buckley, con él. Conociendo la historia, es difícil no estremecerse con esta canción y ante un llanto lírico como el que se expresa en su letra: “Don’t be like like the one who made me so old, don’t be like the one who left behind his name…because they’re waiting for you like I waited for mine…Nobody ever came…Nobody ever…”
La inclusión de Forget her como cierre de posteriores reediciones del disco no está exenta de polémica, ya que el propio Jeff decidió dejarla fuera en su momento en favor de So real. Desde luego la canción, grabada en las mismas sesiones, no desentona con el resto del álbum. Sin embargo, el regusto que deja ese final con Dream brother debería ser el último eco del disco, una invitación a reflexionar no solo sobre lo que hemos escuchado durante los últimos 50 minutos, sino también sobre nuestra propia existencia. Pocos discos realizan esa exhortación de manera tan natural y sincera. Lo que cada uno encuentre en Grace dependerá, eso sí, de lo que vea cuando mire hacia su interior.
Lamentablemente Jeff no vivió lo suficiente como para ver y escuchar los elogios que su disco ha recibido con el tiempo. Aunque las comparaciones con Nick Drake sean inevitables, en realidad Jeff Buckley sí que quiso promocionar su disco y de hecho se embarcó en una gira con banda que le llevó por todo el mundo. En Francia llegó a llenar dos veces el Olympia de París, algo que no está al alcance de todo el mundo. Actuó en Australia y Nueva Zelanda, en Canadá y en Japón, aparte de Inglaterra y Estados Unidos.
Al mismo tiempo que Jeff giraba con la banda, también encontraba algún hueco para actuar en solitario en su amado Sin-é. Solo cuando se quedó sin batería se planteó descansar. Sin embargo, pronto volvió a sentir la llamada del escenario, solo que esta vez lo hizo de manera diferente: anunciaba sus conciertos con diferentes nombres en una gira que denominó “The Phantom Solo Tour”. En los carteles aparecía como “Crit-Club”, “Topless América”, “A Puppet Show Named Julio” y otros nombres igual de estrambóticos. Solo en el momento en el que hacía su aparición en el escenario, aquellos que habían escuchado su música llegaban a saber ante quién se encontraban. Buckley confesó que decidió hacer esa gira anónima para recuperar las sensaciones de sus inicios, cuando se permitía el lujo de adoptar riesgos y equivocarse, cuando cantaba para divertir o epatar a su audiencia, no para defender un nombre más o menos conocido.

En 1996 Jeff Buckley empezó a trabajar en su segundo álbum, un disco titulado Sketches for My Sweetheart the Drunk que iba a producir Tom Verlaine. Las sesiones se prolongaron hasta inicios de 1997 sin resultar del todo satisfactorias para el cantante. Al mismo tiempo Buckley seguía girando, aprovechando para presentar algunas de sus nuevas canciones y testear la reacción de la gente. Alguien sugirió a Jeff que grabara su nuevo disco en Memphis y no en Nueva York, en un ambiente más musical y desinhibido. Allí las cosas tampoco acababan de funcionar, así que Buckley pensó en cambiar a Verlaine por Andy Wallace, el productor de Grace. Además decidió mandar a su banda de regreso a Nueva York y quedarse él en Memphis grabando algunas demos para mandárselas a Wallace. Sus músicos debían regresar el 29 de mayo de 1997 a Memphis. Jeff se les uniría en el estudio y volverían a intentarlo. Mientras la banda volaba desde Nueva York, Jeff tomaba un baño en el canal del Wolf River. Nunca llegó al estudio.
Sketches for my Sweetheart the Drunk se publicó de forma póstuma en 1998, recibiendo buenas críticas y dando a entender que Buckley buscaba evolucionar en distintas direcciones. Aparecen referencias soul, así como canciones más ortodoxas que recuerdan al trabajo en solitario de John Lennon. Incluso muestra influencia del post punk en temas como Nightmares by the sea. Sin embargo, el disco se ve perjudicado por su propio origen, ya que no estamos ante un trabajo cohesionado y perfectamente ensamblado como en Grace. Aquí hay canciones que seguramente Jeff no hubiese querido incluir en el álbum, otras no están terminadas y algunas directamente le muestran en proceso de experimentación, más que de grabación. No obstante, es un bonito testamento, pero nada que pueda igualar esa maravillosa fascinación que produce Grace, por muchas veces que se escuche. Su legado, el legado de Jeff Buckley, es casi inabarcable.
