Por Emma Rodríguez © 2017 / Ante una novela de más de 900 páginas, acostumbrados a un presente en el que todo sucede a gran velocidad, sin darnos apenas respiro para digerir las noticias de cada día, caben dos opciones: salir corriendo, ignorar su existencia con argumentos como la falta de horas, las prisas, el excesivo esfuerzo de concentración, o, alegrarse ante la oportunidad de perderse durante algún tiempo en un territorio de ficción, de detenerlo todo sin más intención que disfrutar del viaje prolongado, a la manera de los antiguos viajeros a bordo de un trasatlántico. En mi caso, como podéis imaginar elegí la segunda. Me alegró recuperar los laberintos de Paul Auster, sus músicas del azar. Me alegró poder pararlo todo: los ruidos, las inconsistencias de la actualidad, las frustraciones cotidianas, y sumergirme en la vida de personajes que, poco a poco, me iban a resultar familiares, consciente de que la historia, como me ha sucedido con todas las de Auster –he aquí un gran punto a su favor–, iba a tirar de mí, a absorberme en sus giros, en sus enigmas, en sus sorpresas.
En efecto, durante semanas, a largos trechos, el reloj del mundo real se detuvo y me dejé llevar por el transcurso de un relato torrencial que me alejaba de la turbulenta inmediatez y me trasladaba, como en un viaje temporal, a la no menos agitada etapa de la Norteamérica de la segunda mitad del siglo XX, por completo cómplice de las vivencias de los personajes de 4 3 2 1, de los diferentes destinos de Archie Ferguson, el protagonista, en realidad cuatro chicos con la misma identidad (nombrados numéricamente: 1, 2, 3, 4), pero viviendo circunstancias distintas. Cuatro existencias deslizándose en paralelo, en distintos planos; cuatro relatos cercanos y distantes al mismo tiempo. Paul Auster nos coloca ante cuatro crecimientos, ante cuatro desarrollos, y mientras avanzamos en la lectura, no podemos evitar pensar cuántas vidas se encierran en una sola vida, cuántas aventuras, descubrimientos, afectos, vamos dejando por el camino, de qué modo no somos los mismos que fuimos a medida que pasa el tiempo, aunque nos reconozcamos y lleguemos a comprender, a querer, a nuestros yoes del pasado.
En “4 3 2 1” Paul Auster nos coloca ante cuatro crecimientos, ante cuatro desarrollos, y mientras avanzamos en la lectura, no podemos evitar pensar cuántas vidas se encierran en una sola vida, cuántas aventuras, descubrimientos, afectos, vamos dejando por el camino.
Estamos ante una novela capaz de abrir muchos interrogantes y reflexiones, de las que se quedan con nosotros mucho tiempo después de cerradas sus páginas, porque hemos interiorizado las preguntas que ha suscitado, porque hemos puesto palabras a pensamientos, a anhelos que no habíamos sabido identificar o que permanecían ocultos, dormidos. Estamos ante una novela abarcadora, de las que atrapan la vida mostrando sus opacidades y sus ráfagas de belleza. Pasamos las páginas de este libro como hemos pasado las páginas de esos clásicos que forman parte de nuestro equipaje vital. Auster bebe en la fuente de los clásicos y avanza, a través del conocimiento e inspiración de los grandes autores de la modernidad, hacia su propio, inconfundible, campo de acción (es esta novela también un recorrido por sus lecturas, gustos e influencias). Auster experimenta, se arriesga. En este caso, no le basta con una vida, necesita expandir las vivencias que relata en cuatro, sin resistirse a poner en práctica uno de sus juegos favoritos, meter historias dentro de historias, tirar de relatos que llevan a otros relatos, porque sus Ferguson, aprendices de escritor, narran, imaginan, inventan, amplían sus vidas trazando ficciones.
La niñez, la adolescencia, la temprana juventud… Es la etapa de formación la que interesa al escritor. “Lo que quería contar era una historia de desarrollo humano y los grandes cambios se producen en los primeros veinte años de nuestra vida. Es ahí donde nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra alma, se transforman”, señalaba el autor en su parada promocional en Madrid, en un encuentro con la prensa al que tuve ocasión de asistir y donde aludió también a la manera fluida en que le fueron surgiendo muchos de los pasajes de la novela, a “la sensación de estar bailando mientras escribía”, comparación que me resultó vagamente conocida y que, tras un breve repaso a sus libros, he acabado identificando en Diario de invierno, una entrega biográfica en la que se pueden rastrear muchas de las claves de 4 3 2 1. Me refiero al episodio en el que el escritor narra una etapa de derrota existencial y de bloqueo creativo, que superó tras asistir al ensayo de un espectáculo de ballet al que fue invitado.
“Lo que quería contar era una historia de desarrollo humano y los grandes cambios se producen en los primeros veinte años de nuestra vida. Es ahí donde nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra alma, se transforman”, señalaba el autor en un reciente encuentro de prensa en Madrid.
La apreciación de los movimientos, los ritmos, los silencios, le mostraron un nuevo camino para afrontar la escritura. “Los bailarines te salvaron. Los que te devolvieron a la vida aquella noche de diciembre de 1978, quienes hicieron posible que experimentaras el fulgurante y epifánico momento de claridad que te abrió paso por una grieta del universo y te permitió empezar de nuevo”, señala el escritor, refiriéndose a la sensación de libertad, de felicidad, que experimentó entonces. “Y cuando acabó la actuación, ya no estabas preocupado, ya no te preocupaban las dudas que venían pesando sobre ti el año anterior (…) El acto de escribir empieza en el cuerpo, es música corporal, y aunque las palabras pueden a veces tener significado, es en la música de las palabras donde arrancan los significados. Te sientas al escritorio con intención de apuntalar las palabras, pero en tu cabeza sigues andando, siempre andando, y lo que escuchas es el ritmo de tu corazón, el latido de tu corazón…”

Me parece interesante hacer una parada en este revelador Diario publicado en 2012, cuando Auster, cumplidos los 65 años, es consciente de haber entrado en el invierno de su vida y se pregunta cuántas mañanas le quedan. Volviendo a sus páginas, pienso que ya en ese volumen estaba el germen de 4 3 2 1, porque el escritor necesitaba volver atrás, a la infancia, ir reconociendo las ráfagas, los instantes, las experiencias, que le llevaron a ser lo que es. Su afición a los deportes, especialmente al béisbol, que tantas páginas llenan en la novela, están aquí, y los golpes que reciben sus Ferguson tienen que ver con los suyos. Y está también el descubrimiento del sexo, del amor, la intensa experiencia de la transformación en el puente de la niñez a la adolescencia. Incluso los momentos de su vida en los que la muerte estuvo cerca, como ese episodio, al que se refirió durante el encuentro citado, de una feroz tormenta eléctrica en la que se sintió atrapado por un rayo, a sus 14 años, en un campamento de verano, vivencia que traspasa a uno de sus protagonistas.
Lo desconcertante, lo imprevisible, lo efímero, las fugacidades, las probabilidades… Ese no saber nunca lo que puede pasar al instante siguiente, ese darle vueltas constantemente a los supuestos, nutre toda la obra de Auster. La lectura de su Diario nos permite comprender por qué, qué resortes le mueven. ¿Qué habría pasado si en vez de ir por la carretera principal hubiera decidido tomar la secundaria? ¿Y si hubiera dicho no en lugar de sí? ¿Cómo se construye, de qué manera imprevisible, la identidad? Esas preguntas laten en el fondo de muchas de sus historias, siempre desconcertantes, escurridizas, pegadas a la sorpresa y a la extrañeza del hecho de vivir, a las búsquedas de la vida.
“Para mí la palabra azar es muy vaga. Prefiero hablar de lo inesperado. Lo inesperado es parte de la vida. Nos suceden cosas extrañas. Pensamos que están fuera de la norma, pero es así. Esa es la manera en que funciona la vida. Los seres humanos podemos tomar decisiones y hacer planes, pero a veces se cumplen y otras no. El hecho inesperado siempre está ahí”, recurro a las palabras del autor anotadas en mi cuaderno. Y pienso en la Trilogía de Nueva York, mi primer acercamiento a un territorio que no he dejado de visitar desde entonces, una novela que empieza con un número de teléfono equivocado y una voz desconocida capaz de desatar una torrencial aventura de la que no podemos escapar.
“Para mí la palabra azar es muy vaga. Prefiero hablar de lo inesperado. Lo inesperado es parte de la vida. Nos suceden cosas extrañas. Pensamos que están fuera de la norma, pero es así. Esa es la manera en que funciona la vida…”
Pienso en La música del azar, donde escuchamos al narrador decirnos que “todo se reducía a una cuestión de secuencias, de orden de los sucesos”. Pienso en El palacio de la luna, El libro de las ilusiones, La invención de la soledad, Sunset Park o Brooklyn Follies, donde un hombre al que le dicen que le queda muy poco tiempo de vida comprueba que el vaticinio no se cumple y que lo mejor, lo más enriquecedor, está por acaecer. Pasado el tiempo, las tramas se confunden, escenas e imágenes acuden a fogonazos, pero de la memoria lectora podemos extraer impresiones, lucideces, por ejemplo la constatación de que determinados hechos pueden suceder por muy imposibles que parezcan; de que “la vida es muy corta para andar perdiendo el tiempo”, frase que subrayé en su día en Invisible. Y, ya que aparece esta palabra, la certeza de que, además del plano visible, existe, el invisible (“las cosas que no podían verse eran con frecuencia más reales que las que existían”, piensa en 4 3 2 1 uno de los Ferguson, cuando aún no ha cumplido los cinco años, a propósito de la importancia que ha adquirido para él un amigo invisible).
“Siempre perdido, equivocándote siempre de dirección al tomar un camino, siempre sin llegar a parte alguna...”, habla de sí mismo el escritor en su Diario de invierno. Es así como se mueven muchos de sus personajes, así es como avanzan los chicos de 4 3 2 1, esta novela que, en cierto modo, las encierra todas, en la que Auster parece haber querido condensar buena parte de sus logros, de sus ahondamientos y aprendizajes tanto vitales como creativos. El recorrido es largo y la acción se detiene en muchas ocasiones para dar paso a un relato paralelo, a una reflexión sobre un autor determinado, una lectura, un acontecimiento social o político, un deporte (si tuviera que suprimir algo de la novela serían las largas explicaciones sobre béisbol o baloncesto, pero esto tiene que ver con mi escaso interés por los deportes, no me lo tengáis en cuenta). Todo contribuye a crear un fresco coral en el que nos adentramos desde la complicidad, donde las experiencias personales se abrazan a las colectivas, donde, como sucede con los grandes clásicos, acabamos siendo conscientes de hasta qué punto el peso de la Historia marca los devenires individuales.
Paul Auster dirige las vidas, las cuatros posibles vidas, de Archie Ferguson, y al mismo tiempo extiende el mapa de su país, recurre a la hemeroteca en busca de huellas del pasado reciente, escarba en sus propios recuerdos y nos refresca la memoria. El resultado es una esclarecedora indagación en la intensa Historia de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX, que pone el acento en acontecimientos que siguen estando muy presentes, en heridas que no acaban de cerrar: la Guerra de Vietnam, la segregación racial y la sangrienta lucha por los derechos civiles, las muertes de Kennedy y Martin Luther King, los disturbios estudiantiles en los 60, que se anticiparon al Mayo del 68 francés, demostrando la fuerza de ideales anticapitalistas, de izquierda, una bocanada de rebeldía que fue abatida en sus distintos frentes por el Estado, pero cuyo rescoldo sigue presente.

Es 4 3 2 1, en efecto, una novela donde entra la política, las discusiones sobre política, discusiones que ponen de manifiesto las enormes contradicciones de una sociedad compleja y diversa. En 4 3 2 1 los jóvenes protagonistas buscan su identidad y su ideología, se debaten entre optar por ser meros espectadores o pasar a la acción e intentar transformar el mundo. Amy, la chica que se repite en las cuatro vidas de Ferguson, y que es uno de los personajes centrales de la novela, simboliza el lado combativo, la fuerte musculatura del activismo en aquellos años, del feminismo. A la sociedad más conservadora se opone un fuerte grito de protesta, la lucidez de la crítica ante la guerra, ante el racismo, ante el sostenimiento de dictaduras en Latinoamérica…
Estamos ante una esclarecedora indagación en la Historia de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX, que pone el acento en acontecimientos aún muy presentes, en heridas que no acaban de cerrar: la Guerra de Vietnam, la segregación racial y la sangrienta lucha por los derechos civiles, las muertes de Kennedy y Martin Luther King, los disturbios estudiantiles en los 60…
La manera tan cercana de recobrar ese tiempo, de transmitir las emociones de la gente de a pie, resulta más eficaz que cualquier manual de Historia, proporciona una visión desde dentro, nos acerca a la inquietud, al dolor, a los miedos, a la impotencia, a la rabia. La muerte de Kennedy, como todo momento histórico vivido, deja sin palabras a los protagonistas. ¿Qué hacías en ese momento, ese día, a esa hora concreta? parece preguntar el autor. ¿Qué pensaste, qué sentiste? A todos los Ferguson les une el tiempo histórico, la época que marca sus destinos. Uno de ellos, tras la suspensión de las clases en el instituto, toma el autobús y oye a un viajero decir al conductor: “Esto me recuerda Pearl Harbour. Ya sabe, todo está tranquilo y en calma, una perezosa mañana de domingo, la gente andando en pijama por su casa y entonces BAM, el mundo estalla, y ya estamos en guerra”. Son palabras que llevan al adolescente abatido a pensar que no es una mala comparación, que, pese a la gran distancia entre un drama así y la guerra, estaba ante un “gran acontecimiento que desgarra el corazón de las cosas y cambia la vida a todo el mundo, el inolvidable momento en que algo acaba y empieza otra cosa diferente”.
Entre lo mucho que ofrece 4 3 2 1 destaca la capacidad del autor para reflejar la perplejidad del ser humano ante el devenir de la Historia, la impotencia, la sensación de no entender nada, de que los acontecimientos se desatan muchas veces de un modo desenfrenado, sin posibilidad de pararlos, en gran parte motivados por malas decisiones políticas, por gobernantes sordos, incapaces de aceptar los anhelos colectivos, los cambios. Sucede con los enfrentamientos raciales, tan presentes en la novela. Sucede con el rechazo a Vietnam. Sucede con los disturbios estudiantiles… “La inacabable maraña de horror y esperanza que parecía definir el paisaje de Estados Unidos”, leemos en un momento dado.
Entre lo mucho que ofrece 4 3 2 1 destaca la capacidad del autor para reflejar la perplejidad del ser humano ante el devenir de la Historia, la impotencia, la sensación de no entender nada, de que los acontecimientos se desatan muchas veces de un modo desenfrenado, sin posibilidad de pararlos, en gran parte motivados por malas decisiones políticas.
“El problema de vivir en el presente es que no sabemos lo que puede pasar mañana. No tenemos ni idea de hacia dónde va a ir la Historia… Tolstói escribió “Guerra y paz” mucho tiempo después de sucedidos los acontecimientos. Para que una cultura absorba lo que ha hecho se necesita tiempo”, voy repasando las palabras de Paul Auster el día de la presentación de su novela, cuando, inevitablemente, se le preguntó por la actualidad, por Estados Unidos, por Europa, por Trump… “Ahora tenemos que prestar atención y vigilar que no se repitan las mismas cosas que en los años 30. Los periodistas tienen una gran responsabilidad en esto, más que los creadores”, señaló.
“Frente a las políticas de Trump, lo que no podemos negar es que EEUU es una nación de inmigrantes. Se trata de un país que fue inventado y eso, la idea de que cualquiera se puede convertir en norteamericano, en su mejor faceta, es una idea bastante noble. Pero no podemos olvidar nuestras raíces: el genocidio indio a manos de los colonos blancos, la institución de la esclavitud, un veneno que sigue dentro del sistema, de la sociedad. El conflicto del racismo sigue existiendo. Seguirá ahí y mientras no seamos capaces de hacer las preguntas correctas, de enfrentarnos a lo que ha pasado, seguiremos siendo un país mermado”, prosiguió el escritor, insistiendo en que ahora mismo atravesamos “un momento de recesión, retrógrado, reaccionario”.
Pero ¿quién sabe? Los sucesos imprevistos pueden seguir sucediéndose. Y, además, estamos en el territorio Auster. Mañana todo puede darse la vuelta. Ojalá para mejor, me permito desear. “Para mí Trump es una amenaza, un peligro… Sigo sin entender cómo tanta gente pudo votar por él, aunque me haya leído todos los análisis. Demuestra cuánto odio hay en el país y cuán enfadados están los norteamericanos. Yo rezo para que no tenga un segundo mandato. Porque de ser así, mi pregunta es: ¿el mundo seguirá aquí?”, vuelvo a las declaraciones del autor.
Si algo consigue Paul Auster con esta nueva entrega es contribuir al entendimiento, aportar perspectiva, añadir memoria a un presente en el que los hechos se muestran cada vez más fragmentados, en el que el peso de la actualidad se acaba convirtiendo en una losa que, como dice Josep Maria Esquirol en su ensayo La resistencia íntima solo puede ser quebrada con el ejercicio de la memoria y la imaginación.

Compromiso y creación se dan la mano. Frente al fracaso del mundo, el acto creativo como resistencia, como defensa. Estamos ante una novela que reivindica la creación, la cultura con mayúsculas. Se trata de una historia sobre la forja de la identidad, de una obra de formación en la que la literatura, la música, el arte, el cine, son fundamentales. Los protagonistas están ante un gran banquete (idea tomada de la novela) y eligen los platos, se dejan aconsejar, se nutren y al mismo tiempo nos nutren como lectores, recordándonos la importancia de las ficciones que nos marcan y nos transforman, que nos acompañan y nos ayudan a entender, que entran a formar parte de nuestra realidad y de nuestros sueños, enriqueciendo la percepción, las imágenes que nos permiten interpretar el mundo en el que vivimos, poner palabras a sus bajezas y alturas, a sus buenos y malos momentos.
“Para mí Trump es una amenaza, un peligro… Sigo sin entender cómo tanta gente pudo votar por él, aunque me haya leído todos los análisis. Demuestra cuánto odio hay en el país y cuán enfadados están los norteamericanos. Yo rezo para que no tenga un segundo mandato. Porque de ser así, mi pregunta es: ¿el mundo seguirá aquí?”
Pero no hay mejor manera de transmitir todo esto que recurrir a un fragmento de la novela: “Ya en dos ocasiones un libro lo había vuelto del revés cambiando su forma de pensar, volando en pedazos sus postulados sobre el mundo y lanzándolo a un terreno nuevo donde todo parecía diferente, donde todo seguiría siendo distinto mientras él continuara viviendo en el tiempo y ocupando un espacio en el universo. La novela de Dostoievski sobre las pasiones y contradicciones del alma humana, el ensayo de Thoreau que era un manual sobre cómo vivir y ahora Ferguson había descubierto un libro que Ron había calificado correctamente de tratado sobre cómo pensar, y mientras leía (…) sintió que un viento tempestuoso y purificador soplaba por su cerebro limpiando la basura allí acumulada...”
Aquí Auster coloca –a través de su protagonista– un libro del artista, poeta y compositor John Cage junto a Crimen y castigo de Dostoievski y a Walden de Thoreau, obras a las que dedica páginas absolutamente entregadas. Hablamos de Silencio, la entrega de “un hombre sin miedo a hacer preguntas fundamentales, a empezar desde el principio y andar por un sendero por el que nadie había transitado antes”. Se trata de lecturas capaces de hacer crecer, de dar un vuelco a la existencia. Y son muchas, muchísimas más, las referencias, los títulos, los nombres que nos vamos encontrando, entre ellos, y si nos limitamos al territorio de las letras, el de Cervantes y García Lorca, que destaco por cuestión de cercanía. Al poeta granadino se le evoca porque el Ferguson 1 acude a la habitación 1231, la que ocupó el poeta granadino en la residencia John Jay Hall, en la Universidad de Columbia, durante unos meses entre 1929 y 1930. Fue allí donde escribió la mayor parte de los poemas que componen Poeta en Nueva York, “libro que acabó publicándose en 1940”, cuatro años después de que Lorca fuese apaleado, asesinado y arrojado a una fosa común por esbirros de Franco”, vamos leyendo.
Y más adelante, el mismo joven descubre algunas partes de Don Quijote que le han asignado en sus clases, y se pregunta: “¿Cómo no querría uno leer la totalidad de aquel libro, el mejor y más poderoso de todos los grandes libros?” El caballero de la Triste Figura vuelve a aparecer en la historia paralela de Ferguson 2, quien se deja conquistar por el “demente, inepto y visionario personaje”. Las lecturas son esenciales en la vida de los chicos Ferguson, pero al mismo tiempo, nos hablan de Paul Auster, de sus gustos, de sus influencias e inspiraciones. El escritor nos acerca con total generosidad a sus fuentes y os puedo asegurar que en muchos casos consigue contagiarnos las ganas de abrir las páginas de algunas obras que aún desconocemos.
Ferguson 1 acude a la habitación 1231, la que ocupó García Lorca en la residencia John Jay Hall, en la Universidad de Columbia, durante unos meses entre 1929 y 1930. Fue allí donde escribió la mayor parte de los poemas de Poeta en Nueva York, “libro que acabó publicándose en 1940”, cuatro años después de que Lorca fuese apaleado, asesinado y arrojado a una fosa común por esbirros de Franco”, leemos.
Hay literatura, igual que hay política, deporte, periodismo (¡cuántas verdades sobre la manipulación y la mentira encierran estas páginas!), y tantas otras cosas, en esta novela, pero la abundancia de citas, de alusiones, así como los muchos comentarios y reflexiones al hilo de lo acontecido, no rompen el ritmo de la historia, que como decía al principio, fluye torrencialmente y nos atrapa en sus búsquedas, en sus hallazgos. Auster se detiene en la primera vez, en la primera vez que sus Ferguson descubren la amistad, el amor y el desamor, el sexo, la aceptación de la homosexualidad en el caso de uno de los personajes, el compromiso, la ideología, el conflicto con los padres, la irrupción repentina de la muerte, la pérdida, la culpa, la decepción, la desigualdad entre hombres y mujeres, el rechazo al diferente, la capacidad de crear… Y en todos estos descubrimientos nos vamos reconociendo, porque todos hemos tenido una primera vez. 4 3 2 1 es una novela abarcadora, insisto, que nos regala páginas altamente luminosas sobre los aprendizajes del camino y también sobre la superación.
“Pasear con Federman era por encima de todo un ejercicio en el arte de prestar atención, y prestar atención, según descubrió Ferguson, era el primer paso para aprender a vivir”, me detengo en uno de sus pasajes. Y transcribo esta otra reflexión: “El tiempo se movía en dos direcciones porque cada paso hacia el futuro arrastraba un recuerdo del pasado, y aunque Ferguson todavía no había cumplido los quince, había acumulado suficientes recuerdos para saber que su mundo interior iba configurando sin cesar el mundo que lo rodeaba, igual que la experiencia del mundo de cualquiera se iba formando a partir de los propios recuerdos, y aunque todas las personas estaban vinculadas por el espacio común que compartían, sus respectivos viajes a través del tiempo eran completamente distintos, lo que significaba que cada individuo vivía en un mundo ligeramente diferente al de todos los demás…”

Hay revelaciones y experimentos. A través de sus protagonistas Auster intenta apresar el mundo, su propio mundo. Hay mucho de su periplo vital, porque aunque la novela no sea biográfica, el autor comparte en ella distintas experiencias de su trayecto. Es generoso con sus lecturas, como decía antes, y también en la exposición de sus pulsiones, de su proceso creativo. “El mundo se desmoronaba, y el único modo de no irse a pique con él era mantener la mente centrada en su obra: levantarse de la cama todas las mañanas y ponerse a trabajar, tanto si el sol decidía salir ese día como si no”, seguimos la narración y no podemos dejar de ver a Paul Auster. Y lo encontramos también cuando uno de sus aprendices de escritor se plantea cómo quiere que sea El cuaderno escarlata, el libro en el que está trabajando. “Un libro sobre un libro, un libro que se leyera y en el que también se pudiera escribir, un libro en el que se pudiera entrar como si fuese un espacio tridimensional, un libro que fuese un mundo pero también algo mental, un acertijo, un tenso panorama lleno de belleza y riesgo, y poco a poco empezaría a desarrollarse en su interior una historia que arrojaría a su ficticio autor, F., a una confrontación con los elementos más oscuros de su persona. Un libro de ensueño. Un libro sobre las inmediatas realidades que F. tenía delante de sus narices (…) Porque Ferguson quería contar algo distinto. Porque a Ferguson ya no le interesaba contar simples historias. Porque Ferguson quería ponerse a prueba frente a lo desconocido y ver si era capaz de sobrevivir a la refriega”.
A través de sus protagonistas Auster intenta apresar su propio mundo. Hay mucho de su periplo vital, porque aunque la novela no sea biográfica, el autor comparte en ella distintas experiencias de su trayecto. Es generoso con sus lecturas y también en la exposición de sus pulsiones, de su proceso creativo.
¿No será ese el libro que Auster persigue? ¿Cuánto hay de todo lo expuesto en 4 3 2 1? Sin duda mucho. El autor experimenta, se arriesga, se mira en el espejo de la ficción. Construye una historia múltiple, coral, donde condensa sus hallazgos hasta el momento, avanza en libertad, como en una danza, “como si bailara”. Y baila, juega con nosotros. Es la suya una danza de los posibles. La historia que nos entrega discurre como un río y se bifurca en cuatro, con cabida para otros relatos que actúan como afluentes. Incluso, de manera genial, nuestro hombre se permite dar cuenta de las motivaciones, de las claves de construcción de la novela. Puede que, contado de este modo, todo resulte muy complejo. Pero no temáis. Esta novela es como la vida, enrevesada y simple a la vez. Hay espesuras, pero también amplios claros. Si decidís emprender la lectura prepararos para la sorpresa, la risa, también el llanto. Os confieso que al final, para mí, los cuatro Ferguson se han quedado en uno; que ya casi soy incapaz de distinguir sus distintas historias. Y sé que con el tiempo los recordaré como las distintas posibilidades de una sola existencia y pensaré en ellos siempre que reflexione sobre las elecciones tomadas, sobre los errores y aciertos, sobre esos momentos en los que todo puede cambiar con una simple palabra o un gesto.
Cierro las páginas de la novela, os invito a abrirlas, a iniciar vuestro propio proceso, ese diálogo que se inicia siempre que nos adentramos en un libro destinado a enriquecernos de algún modo. En lo que a mí respecta, no quiero culminar este artículo sin volver al Diario de invierno de Paul Auster. En él he creído hallar yo el preludio de esta obra en la que el escritor se acaba encontrando consigo mismo en ese invierno de la vida en el que se pregunta cuántas mañanas le quedan por delante, cuando el pasado está cada vez más presente y las ensoñaciones, los recuerdos, cobran intensidad. Hacer recuento, volver atrás en busca del reconocimiento, de la aceptación. El niño, el joven, dando la mano al hombre que hoy ya tiene 70 años y piensa que su recorrido es “un ejemplo de las diversas cosas que podrían no pasar nunca, pero que en realidad han ocurrido”.
4 3 2 1 ha sido publicado por la editorial Seix Barral, traducido por Benito Gómez Ibáñez.
Diario de invierno y los otros libros de los que se habla en este artículo han sido editados por Anagrama.
Todas las fotografías las realizó Nacho Goberna en un encuentro de prensa con Paul Auster en Madrid, en septiembre de 2017.