Cecilia frente al tiempo vivido

Fidel Oltra © 2023 / 

A finales de los 60 tomó forma en España el movimiento de los llamados «cantautores». Una palabra que, en principio, simplemente designa a alguien que interpreta sus propias canciones, pero que pasó a describir una cierta forma de componer (generalmente letras comprometidas y reivindicativas) y cantar (normalmente en solitario y en acústico). Aquel movimiento tuvo su razón de ser y dio como fruto excelentes discos y grandes carreras que, en algunos casos, han perdurado durante décadas. Ahí está el caso de Serrat, por poner un ejemplo paradigmático.

Sin embargo, el término «cantautor» también pasó a ser casi peyorativo cuando, con la democracia, entramos de golpe en la modernidad. Incluso cuando hubo cierto revival del movimiento en los 90, no faltaban quienes acompañaban la palabra «cantautor» con el adjetivo «plasta». Los cantautores eran algo del pasado, gente que hacía una canción protesta aburrida y trasnochada, una música que ya no tenía razón de ser. Se asociaba el término a un tipo de artista muy comprometido políticamente y ya pasado de moda, ajeno a la modernidad. Algo totalmente injusto, porque hay pocas cosas más modernas y rompedoras que atreverse a cantar sobre ciertos temas en plena época de la censura, que es lo que ellos y ellas hacían. Además, siempre hace falta gente comprometida en las artes, no solo en tiempos de dictadura. Pero eso sería otro tema. 

A lo que vamos, y aquí me voy a mojar de lo lindo: no ha habido en los últimos 40 años una artista más comprometida, talentosa, moderna, atrevida y libérrima que Evangelina Sobredo Galanes. Una chica madrileña nacida a finales de la década de los 40, hija de un militar y diplomático, que en su infancia vivió en diversos países, desde el Reino Unido o Estados Unidos hasta Argelia o Jordania. Por antecedentes familiares, no parecía destinada a destacar en el terreno de la canción comprometida y social. De hecho empezó a tocar la guitarra animada por una de las monjas que se encargaban de su educación mientras se movía con su familia por el mundo. Además, como mucha de la gente bien de la época, empezó a estudiar Derecho. Sin embargo, Evangelina no se encontraba a gusto en ese mundo.

Su mente le dictaba otras vías, su inspiración le susurraba al oído canciones de crítica social, de protesta, de libertad, de feminismo. Conceptos que, si hoy todavía resultan necesarios, muchísimo más lo eran entonces. Además, en aquellos momentos era mucho más complicado defenderlos que hoy en día. Por cierto, si no os suena el nombre de Evangelina quizás os suene el de Cecilia, que nuestra protagonista adoptó de la canción homónima de sus admirados Simon y Garfunkel. Era 1971 y comenzaba una carrera que fue como un relámpago en una noche sombría, y que lamentablemente fue igual de fugaz.

Cecilia fue una figura rara en la España de principios de los 70. Entre un nutrido grupo de cantautores, principalmente masculinos y con la mirada puesta en la música que llegaba de Francia, ella era mujer y se nutría mayoritariamente de influencias anglosajonas. Era cosmopolita y burguesa, no tendría por qué sentirse oprimida por el régimen pero en su cabeza bullían ideas de libertad y reivindicación, dentro de lo posible, sobre todo respecto al papel de la mujer en la sociedad de su época. Unos aires de libertad que ella había empezado a absorber en otros países, durante sus viajes, y que le resultaban muy deseables.

Sus primeras canciones, escritas antes de cumplir los 20 años, fueron en inglés. Con ellas incluso llegó a ganar un concurso nacional que le valió para grabar un sencillo junto a Nacho Sáez de Tejada, de Nuestro Pequeño Mundo, y Julio Seijas, que luego sería un famoso compositor. Formaron el grupo Expresión y sacaron dos canciones: Try catch the Sun y Have you ever had a blue day?.  Dos temas con más influencia del folk anglosajón e incluso de la música de raíces norteamericana (la cara B es un blues en toda regla) que de la entonces influyente escena francesa o de la música yeyé. Sin embargo, cuando Cecilia alcanzó la fama y se convirtió en un mito de nuestra música fue cuando empezó a cantar en castellano. Su lírica no podía compararse con nada de lo que se escuchaba por entonces, era como una especie de deliciosa mezcla entre Serrat y Vainica Doble

Su siguiente sencillo, ya en solitario, incluía las canciones Mañana y Reuníos. La primera es un bonito medio tiempo al piano, algo triste, con una producción muy de la época pero en la que ya destaca la personal y poderosa voz (aunque José María Íñigo dijera que no era nada del otro mundo, en realidad se movía en parámetros similares a los de las grandes voces femeninas del British Folk) de Cecilia. En cuanto a Reuníos, llama la atención su combinación de pasajes muy inocentes, casi infantiles, con otros donde se coquetea con el jazz, el pop orquestal e incluso la psicodelia. La canción, por cierto, era una llamada a los entonces casi recién separados The Beatles para que volvieran a reunirse. No pasó nada con aquel sencillo, pero la voz de Cecilia empezaba a escucharse y la compañía CBS, con la publicó aquellas canciones, decidió seguir apostando por ella a lo grande. Y apostar a lo grande suponía grabar un LP, claro. 

El primer álbum de Cecilia se tituló así, Cecilia, y fue un soplo de aire fresco en una España de ambiente enrarecido. Incluso dentro del gremio de los cantautores destacó como algo diferente. Una chica de familia bien criticando la propia sociedad en la que había crecido, removiendo conciencias a solas con su guitarra. La portada la mostraba con un enorme guante de fútbol en su mano derecha, dando una imagen de dureza y confrontación, pero también mandando un sutil mensaje de admiración hacia, de nuevo, Simon y Garfunkel, de cuya canción The boxer estaba prendada. El contenido del disco pasa por momentos sublimes y otros menos destacables, con una producción que hoy se puede entender como pasada de rosca, pero que hay que apreciar en su contexto.

Cecilia incluye en su primer disco todavía algunas canciones en inglés, como Mama don’t you cry, Portraits and pictures o Lost little thing, una versión del Dear Prudence de los Beatles, a la que por alguna razón se le cambió el título. Son de todos modos las canciones en castellano las que hacen de este debut uno de los mejores en la historia de la música popular española. El trío inicial es impresionante: Fui es una canción muy al estilo de Serrat que, de hecho, recuerda melódicamente a canciones como Tu nombre me sabe a yerba o a Cançó de matinada. No obstante, se trata de Cecilia en su más mágica y pura encarnación, y también en la más descarada y reivindicativa.

En Fui la cantante habla de relaciones pasajeras de una noche (ojo, estamos en 1972, todavía en el franquismo) y se queja de que su amante la olvide a la mañana siguiente. No es un tema que se tratara de forma tan abierta en aquella época., pero ella no se cortaba a la hora de hablar de amor y sexo en términos de igualdad entre hombre y mujer, a pesar de que una de las canciones se titule Señor y dueño. En la letra, eso sí, encontramos frases como «eres como la barca que en mi puerto atraca, y al nacer la mañana te marchas«. La liberación femenina, en auge en otros países pero todavía casi inédita en España, despertaba a base de versos como estos que Cecilia dejaba caer en unas canciones de apariencia inofensiva.

En Al son del clarín critica a las jóvenes que se casan por conveniencia, o que dejan que los demás decidan por ellas con quién casarse. Un tema al que volverá, de forma más directa o más velada, en varias de sus canciones. Por cierto, si antes hablaba de las influencias anglosajonas, es justo mencionar también el suave toque de bossa nova que se respira en Mi gata Luna, otro de los temas de este impresionante debut de Cecilia, y también de manera más sugerida que evidente en Canción del desamor

He dejado para el final las dos joyas de la corona de este disco, dos de las mejores canciones de la carrera de Cecilia y casi diría que de todo el pop español de los 70: Dama, dama y Nada de nada. En la primera, de nuevo bajo una apariencia inocente y una bellísima melodía, se esconde (más bien se presenta a la vista de todo el mundo) una de las más demoledoras e inteligentes críticas a la sociedad bienpensante, pero también hipócrita, de la época. Sin pelos en la lengua, Cecilia traza un retrato cáustico de aquellas damas que frecuentaban los palcos del Real Madrid, no faltaban a misa ni a los eventos de caridad, pero luego se lanzaban en los brazos de un vividor. Hay que apuntar, de todos modos, que «dama, dama, que hace lo que le viene en gana» o «ser pensante y escribiente» son otras de las frases a las que habría que darles una segunda lectura.

Quizás, además de una crítica a la hipocresía estamos también ante otra forma de llamamiento a que la mujer pudiera soltarse los corsés sociales y desarrollarse libremente. La letra, además de ácida, es de una brillantez lírica abrumadora. Aunque la canción consiguió esquivar en su mayor parte a la censura, no pudo evitar que se «sugiriera» algún cambio. En los versos «Puntual cumplidora del tercer mandamiento, algún desliz inconexo» parece ser que originalmente Cecilia cantaba «algún desliz en el sexto«. Es curioso que se suprimiera esa referencia a los «actos impuros», pero se dejara pasar esa brutal metáfora de «Dama, dama, de alta cuna, de baja cama«. También tuvo problemas con la letra de Fauna, una especie de fábula que usaba las figuras de los «cuervos largos, negros y severos» predicando a «las cotorras perfumadas«. Originalmente el texto era todavía más ofensivo, a ojos de la censura. 

En cuanto a la otra canción de la que hablaba, Nada de nada, es una excelente muestra de la particular poesía de Cecilia, en este caso más orientada hacia una visión existencialista de la vida y menos centrada en la crítica directa. Antes de cerrar este espacio dedicado al debut de Cecilia, hay que mencionar los arreglos orquestales de Juan Carlos Calderón. De nuevo deberíamos recordar que estamos en 1972, y lo que ahora quizás se nos antoja excesivo y barroco entonces era novedoso y vanguardista. 

Cecilia fue todavía un paso más allá en su segundo álbum. El título original era Me quedaré soltera, igual que una de sus canciones, y en la portada iba a aparecer una foto de Cecilia aparentando un embarazo. Aquella combinación (¿embarazada y soltera?) era demasiado para la puritana vigilancia de las instituciones, así que, aunque en este caso fue a iniciativa de la propia compañía discográfica, la foto se difuminó un poco y, aunque la canción se mantuvo en el disco, este pasó a llamarse simplemente Cecilia 2. Andar abría el disco hablando de nuevo de libertad, aunque de una forma que no molestaba («andar como un vagabundo, sin rumbo fijo, sin meta, a vueltas de veleta«). Las referencias a las relaciones fugaces seguían apareciendo, como en Canción de amor, pero de nuevo de una forma tan poética que nadie parecía reparar en el fondo de lo que su autora proponía en sus letras. En Me quedaré soltera Cecilia canta suavemente sobre un piano clásico y unos arreglos que esta vez resultan menos intrusivos. Una excelente canción en todos los sentidos, adelantada a su tiempo, y una de las cumbres de su obra, en mi opinión.

La parte más oscura e introspectiva de su personalidad vuelve a asomarse en Si no fuera porque..., que habla sin disimulo del suicidio, otro tema más que delicado para la época. Como delicado era todavía hablar de la Guerra Civil, por eso Cecilia tuvo que modificar el título de la antibelicista y estremecedora Un millón de sueños, que originalmente iba a llamarse Un millón de muertos. Su autora llegó a tener que defenderse en los juzgados, aduciendo que la canción hacía referencia a la guerra que estaba teniendo lugar en Oriente Próximo. Al final, con el título cambiado, pudo incluirse en el LP aunque se prohibió que sonara en la radio. El contenido, independientemente de cómo se llame la canción, sigue siendo igual de atronador, así que no es de extrañar que el Régimen pensara que cuanta menos gente la escuchara, mejor. 

Cecilia 2 tuvo menos éxito comercial que su debut, pero la crítica coincide en que es superior en cuanto a calidad compositiva. A pesar de no contar con un claro gancho como lo fueron Dama, dama o Nada de nada, se trata de un disco más equilibrado. Además hay canciones tan potentes como las mencionadas en el párrafo anterior, junto a dos temas especialmente interesantes: Cuando yo era pequeña y Me iré de aquí. Cecilia habla en ambas del contraste entre su infancia plácida, sencilla y sin dudas, y su entrada en una madurez en la que las preguntas eran mucho más numerosas que las certezas.

En Me iré de aquí no duda en mostrar su rechazo a la forma de vida en la que creció, aunque se disfrazara de una historia de amor. Cecilia canta «me iré de aquí, me iré porque te quiero«, pero también dice «yo me iré de aquí, donde todo me lo dieron, del mínimo capricho hasta el menor deseo«, o «me iré de aquí, de esta prisión sin rejas, de mi niñez feliz de fotografías viejas». De nuevo el deseo de liberarse, de encontrar su propio camino en la vida. El tema de Cecilia enfrentada a su aparentemente predeterminado destino vuelve a aparecer en Equilibrista, canción que cierra el disco. Un tema muy sencillo y desenfadado, pero con una letra en la que insiste en su rebeldía: «Mi padre quisiera que fuera su niña estudiosa de alguna carrera, mi madre prepara mi boda con un caballero de güisqui con soda«… Ella, sin embargo, solo quiere ser equilibrista, la reina de la pista. Equilibrista, de nuevo avanzada en lo musical y con unos arreglos que vuelven a crear una atmósfera cercana al jazz, da título a una biografía de Cecilia que apareció hace algo más de una década. En este segundo disco los arreglos fueron obra de Pepe Nieto, aunque trabajó de una forma muy parecida a como hizo Juan Carlos Calderón en el primero, agregando capas orquestales a una grabación de Cecilia tocando sola.

Al mismo tiempo, la cantante no dudaba en interpretar en vivo canciones incómodas para la sociedad franquista como We shall overcome de Pete Seeger, o Blowin’ in the wind de Bob Dylan. En inglés, eso sí, que así era más difícil que los cuervos negros se enteraran de lo que decían las letras. Además, sus composiciones eran interpretadas por gente como Julio Iglesias, Mocedades (suya es su éxito Desde que tú te has ido) o la mismísima Rocío Jurado. En 1974 no publicó ningún disco pero sí que lanzó como sencillo una de sus canciones más conocidas y versionadas, Un ramito de violetas. Un tema que antes de ser canción fue un cuento escrito por la propia Cecilia cuando todavía era una adolescente y se llamaba Eva.

Una revelación sorprendente, si uno piensa en la corta edad de su autora, ya que la letra habla de una mujer casada que durante años ha soportado la indiferencia de su marido. Manzanita hizo una versión muy conocida y exitosa en 1981, pero la original de Cecilia tiene esa encantadora inocencia bajo la que se agazapaba su tigresa interior. La letra está repleta de laísmos, de hecho es bastante famosa por esa particularidad, pero eso la hace incluso más sincera y conmovedora. Además el uso del laísmo tenía alguna razón de ser (quizás situar a la protagonista en un determinado entorno), porque en maquetas que han visto la luz posteriormente esos laísmos están prácticamente ausentes.

Un ramito de violetas dio nombre a su tercer álbum, en cuya portada podemos ver una pintura obra de la propia Cecilia. De nuevo ella es la compositora de todas las canciones, y, por segunda vez, no hay ningún tema en inglés. El disco se abre con Mi querida España, otra de las canciones más conocidas de la artista. A pesar del título, la letra es crítica y conflictiva, lo que le volvió a causar problemas con la censura. Se trata de una de las canciones que más hubo que suavizar para que pudiera ser publicada. En varios versos, donde ahora dice «Mi querida España, esta España mía esta España nuestra«, algo que parece sugerir reconciliación, unidad y deseo de olvidar el pasado, en realidad decía originalmente «Mi querida España, esta España viva, esta España muerta«. En otra parte decía «Mi querida España, esta España blanca, esta España negra«. Esa dualidad entre dos Españas, una de ellas supuestamente negra y muerta, la otra blanca y viva, no sentó nada bien a los censores. Sorprendentemente, en algunas ediciones del LP la letra que aparece en la contraportada es la original. 

Con el LP Un Ramito de Violetas volvió a suceder lo mismo que con su debut: la crítica lo recibió de forma más tibia, comparándolo desfavorablemente con Cecilia 2, mientras que el publicó lo convirtió en un éxito de ventas. Además de las dos grandes canciones que son Un ramito de violetas y Mi querida España, encontramos otros temas muy atractivos que profundizan en ese estilo intimista e introspectivo que convivía con la Cecilia ácida y crítica. Así, Decir adiós insiste en el tema de los amores perdidos, complicados o directamente ilícitos, como en ese otro acercamiento a la bossa nova que es Nuestro cuarto.

La primera comunión es una canción que describe de forma muy bonita ese momento de la infancia, aunque en este caso nos quedamos sin saber hasta qué punto es una descripción sincera y no otra de sus escondidas puyas al establishment. En general nos encontramos con una Cecilia menos en guerra con el mundo, mirando más a su interior, dedicando canciones a su viejo piano, a Sevilla, a sus raíces (Mi querida España, pero también Esta tierra). Incluso cuando parece que vuelve la Cecilia mordaz, en Don Roque, nos encontramos con un entrañable retrato de un viejo cura al que no parece tener nada que reprochar salvo que fuera un símbolo de la «vieja Iglesia». De los arreglos volvió a encargarse Juan Carlos Calderón.

Cecilia estaba en la cumbre de su carrera. RTVE la escogió para que representara a España en el Festival de la OTI. Dudó mucho porque no le gustaban esos magnos eventos, pero al final aceptó. Con una condición, eso sí. La canción que Juan Carlos Calderón le había escrito para la ocasión, La llamada, no acababa de convencerla, sobre todo la letra. Cecilia se puso manos a la obra y, con su energía y terquedad, convenció a RTVE para que aceptara una nueva versión a la que incluso le cambió el título, pasando a denominarse Amor de medianoche. Una canción en la que sí que podemos reconocer a la Cecilia libre, independiente y feminista.

La letra es muy poética, pero también valiente: «Yo no quiero ser tu sombra en un rincón, la muñeca que no tiene opinión«, «has comprado el silencio de mi voz«, o «yo no soy la marioneta de cartón, el juguete que baila en tu guiñol«. Esos versos tienen mucho mérito, por las circunstancias en que fueron compuestos y cantados, aunque una vez más desde hoy parezcan cursis. Situémonos, y pensemos en lo que Cecilia estaba cantando ante 300 millones de personas mientras el dictador aún vivía. La canción acaba con un «adiós amor de medianoche, hoy mi voz quiere gritar, abre tu puerta y déjame volar, volar en libertad«. Insisto, era 1975, no un 2023 donde el mensaje feminista está razonablemente difundido y aceptado, salvo innombrables excepciones.

Amor de medianoche acabó en 2ª posición en el festival, y se convirtió en otro éxito de Cecilia. Justamente ese año, 1975, publicó un recopilatorio que se título precisamente Amor de Medianoche, aprovechando el tirón de la canción. Aquella especie de «grandes éxitos» fue muy vendido, aunque la crítica que más ilusión había puesto en la indomable personalidad de Cecilia advertía, con cierta razón, pero quizás de manera injusta, que la industria la estaba domesticando en demasía. De hecho muchas canciones habían sido regrabadas y la voz de Cecilia sonaba más suave, menos agresiva, más pulida por las clases de canto que estaba tomando. CBS estaba construyendo una cantautora al uso, una máquina de facturar éxitos comerciales, aunque es de suponer que Cecilia se hubiese resistido de alguna manera y seguro que habría colado alguna de sus mordientes composiciones en futuros discos. 

Nunca lo sabremos porque, salvo un sencillo publicado en 1976, aquel recopilatorio fue su último disco en vida. El 2 de agosto, volviendo de un concierto en Galicia del que había salido muy contenta, su coche (iba de copiloto) se estrelló contra la parte posterior de un carro tirado por bueyes. Cecilia (también el batería Carlos de la Iglesia) iba dormida y falleció en el acto. Su muerte causo un gran impacto por lo inesperado, por su juventud y porque se encontraba en su mejor momento.

Su compañero sentimental Luis Gómez-Escolar, con quien parece ser que planeaba casarse en breve, compuso en su honor la canción Amiga. No pensaba publicarla, pero otro amigo de Cecilia, Miguel Bosé, consiguió convencerle para que le dejara incluirla en Linda, su primer álbum. No fue el único homenaje musical, desde luego. Poco después de su muerte salió un sencillo póstumo con las canciones El viaje y Lluvia. Las canciones que había dejado inéditas han ido apareciendo en las décadas siguientes, bien incluidas en recopilatorios o en reediciones de sus tres álbumes. En 1996 se publicó Desde que tú te has ido, un disco homenaje a la cantante en el 20º aniversario de su fallecimiento en el que colaboraban voces como las del propio Miguel Bosé, Ana Belén, Julio Iglesias o Soledad Jiménez. Fue también la primera vez que se podía escuchar en buenas condiciones la canción Desde que tú te has ido en voz de su autora. Un proyecto que Cecilia dejó inconcluso, el de convertir en canciones algunos poemas de Valle Inclán, no se llevó finalmente a cabo, pero dejó canciones que han ido apareciendo posteriormente, como la maravillosa Doña Estefaldina, otro de sus ácidos retratos sociales presentados con una melodía sublime.

En el siglo XXI no han dejado de aparecer grabaciones inéditas, en estudio o en directo, gracias principalmente al trabajo del sello Ramalama. Canciones que no hacen sino confirmar que Cecilia era un gran talento que todavía tenía mucho camino que recorrer y que, sin duda, habría sido una de nuestras grandes figuras. De hecho lo es, a pesar de su breve trayectoria lamentablemente truncada de manera tan brutal. Es una gran figura por su talento musical, por sus excelentes canciones que han perdurado en nuestra memoria y también, aunque quizás ella no fuera consciente, por haber abierto camino para muchas artistas que llegaron después y, por qué no, para las mujeres en general. Aunque limitada por las circunstancias de su momento, fue un faro que alumbró con fuerza, inteligencia y dignidad. Su paso por el mundo fue breve pero intenso e inolvidable. Una gran artista que merece ser reivindicada. Sería injusto que quedara sepultada por la mala fama que, hoy en día, parecen arrastrar aquellos años de cantautores barbudos y artistas melódicos.

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