Jean-Luc Nancy: «otros mundos quieren probar suerte»

Foto de cabecera por Georges Seguin

Emma Rodríguez © 2021

El derrumbamiento no es la única salida a nuestra errancia. O, en todo caso, no hay una única manera de derrumbarse. En pocos siglos, Roma se hundió y nació Europa. En otros pocos siglos, Europa se ha derrumbado sin que podamos vaticinar si nacerá Eurasia, Euroatlántica o Euráfrica o si todos esos nombres se volverán caducos. Los nombres “democracia”, “nación”, incluso “sociedad” caducarán quizás como ya ha caducado “política”, que actualmente quiere decirlo todo y ya no quiere decir nada”. 

El autor de esta argumentación, cargada de fuerza y lucidez, que recibimos como una especie de aldabonazo en las conciencias, es el filósofo francés Jean-Luc Nancy, nacido en Burdeos en 1940 y fallecido recientemente, en agosto de 2021, cuando el libro que ahora tengo entre las manos y de cuya lectura os quiero hacer partícipes, La frágil piel del mundo, acababa de salir de imprenta. Publicada por el sello De Conatus, la entrega, un compendio de escritos y conferencias del autor, se convierte en una aproximación a las ideas esenciales de uno de los pensadores más influyentes y respetados dentro y fuera de las fronteras francesas.

Admirado y seguido por quienes buscan respuestas a un presente en estado de mutación, los títulos de Nancy se exponen en las librerías del país galo, como he tenido oportunidad de comprobar en un viaje reciente, junto a los de Edgar Morin, ambos experimentados y veteranos buceadores en las incertidumbres de un ahora que pide a gritos energía e imaginación para otear otros rumbos.

Como ejemplo de la capacidad inspiradora del que fuera profesor emérito de la Universidad de Estrasburgo, puedo destacar que en 2015 fue el protagonista de un filme de Thomas Lacoste, Notre Monde, un espacio de diálogo entre filósofos, sociólogos, economistas, escritores, científicos y destacados representantes de los más diversos ámbitos, que a partir de los postulados de nuestro hombre, se lanzaron a la busca de un pensamiento común capaz de vislumbrar nuevos horizontes, al tiempo que proponían un lugar para la pausa y la reflexión, fuera del ritmo enloquecido de la vida social y política.  

Comunidad, sentido, acogida, imprevisto, continuidad, mutación, límite, borde, son algunas de las palabras que conforman un original y fecundo territorio que parte de los caminos trazados por pensadores como Heidegger, Derridá, Bataille, Blanchot… A ese territorio regreso ahora para recuperar el hilo del primer párrafo de este artículo, correspondiente a uno de los capítulos finales de La frágil piel del mundo, titulado Cómo abordar. Un capítulo que me parece esencial, porque resume gran parte de las búsquedas del autor y porque no puede dejar de afectarnos, de deslumbrarnos, de despertarnos.

Comunidad, sentido, acogida, imprevisto, continuidad, mutación, límite, borde, son algunas de las palabras que conforman un original y fecundo territorio que parte de los caminos trazados por pensadores como Heidegger, Derridá, Bataille, Blanchot…

Las mutaciones no se entienden siempre por sí mismas como desmoronamientos: no pueden entenderse, incluso si experimentan temblores, fisuras, sacudidas. Es cierto que se trata, al menos de un cambio de piel. Si la piel del mundo no es sino la impalpable película, configurada en ninguna parte, de relaciones, contactos y fricciones de todas nuestras pieles, lo que importa, entonces, es que estemos atentos a todas las configuraciones posibles e im-posibles de nuestros roces mutuos”, escribe el filósofo, hermanándose a continuación con otro pensador, Bruno Latour, autor de Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, un ensayo al que nos hemos referido en otro número de Lecturas Sumergidas.

Podemos decir que todo esto va de aterrizar. Pero, una vez en tierra, de lo que se trata es de abordarse unos a otros (todas las especies y clases de entes confundidos”, apunta Nancy, quien nos dice que “la piel constituye el borde” y nos habla del roce, del tacto, de la caricia, del abrazo, hasta hacernos captar la importancia de construir juntos, “el ser-en-común que nos constituye o que nos funda (que nos comparte)”.

Es complejo el pensamiento del filósofo, pero sumergirse en sus cauces es una de esas experiencias de las que se sale con la impresión de haber tocado algo nuevo, trascendente: significados, puntos de llegada, claridades entre la espesura que nos enriquecen, que nos indican un rumbo, un propósito, una apertura hacia panoramas renovadores. “El mundo somos nosotros mismos. El mundo no es ni la persecución de una finalidad inmanente, ni el efecto de una causalidad trascendente. Es lo que la humanidad hace (o deshace) de él al tiempo que se hace a sí misma (o se deshace)”, leemos en otro momento del recorrido propuesto en la obra, un recodo del camino en el que cada uno de nosotros, ateniéndonos a las palabras de Nancy, somos, como parte de la humanidad, constructores, junto a los otros, del mundo.

¡Cuántas ideas esenciales en apenas 153 páginas!, pienso al dar por concluida la lectura, volviendo a lo subrayado, consciente de que cada lector ha de encontrar sus propios descubrimientos y canales de reflexión, pues la obra de la que os estoy hablando, como os decía un compendio de los principios fundamentales del autor, y, sin duda, una invitación a adentrarse más en su territorio, es un diálogo abierto que estimula la búsqueda, la salida de las llanas planicies de la conformidad. Son muchos los espacios, títulos, que conforman el trayecto. La comunidad revocada, La comunidad descalificada, La comunidad inoperante, El peso de un pensamiento, La creación del mundo o la mundialización, La experiencia de la libertad, Un pensamiento finito, Ser singular plural…  son distintos paisajes de un mismo y singular entorno al que no es difícil llegar, pues Nancy se ha ido traduciendo al castellano a lo largo de los años.

Inmersa en el trayecto de La frágil piel del mundo, mi puerta de acceso al autor, me detengo yo en otro argumento que centra su obra, el de “la degradación correlativa del pasado y del porvenir”. Intento resumirlo, a grandes rasgos, siguiendo el capítulo que lleva por título Aquí mismo, en el presente, centrado en la quiebra de la continuidad como uno de los motivos de la zozobra en la que vivimos actualmente, de la incapacidad para hallar puntos de referencia, principios, sentidos.

A la búsqueda de explicaciones a los males del presente, a los movimientos de fondo que explican la situación actual, sostiene el filósofo que “hace treinta años el ritmo ternario del tiempo histórico, político o filosófico apenas estaba debilitado”; que hasta hace poco toda la historia de la civilización occidental, ha ido acompasada con “una vacuidad del presente, siempre íntegramente abocado a evaluar su pasado y a preparar su futuro”; que “la constancia y la continuidad fueron para esta historia desde muy pronto marcas de culturas y de reinos desaparecidos”.

Jean-Luc Nancy en el Salón del libro de París como participante en la conferencia «Dessine-moi un roman». Fotografía por Georges Seguin.

Nancy dirige la mirada hacia el hundimiento continuo, a lo largo de los siglos, de sistemas geopolíticos y técnicos, a los que conocemos como longevos imperios, pero hoy no son los imperios sino las ciudades, nos dice, las que “representan la invención del tiempo presente”. Y “aquí y ahora, sin transmisión y sin continuidad, tenemos que comenzar. Tenemos que inventar, iniciar, abrir caminos, fundar, crear”, le seguimos. 

La consciencia de lo desaparecido, de lo cumplido, y la consciencia de lo inaugural son inherentes al tiempo occidental. La revolución y la instauración adquieren en ese tiempo valores absolutos, desligados de todas las formas de regreso, de recuerdo, de linaje o de ciclo. Las estaciones de la tierra y las edades de la vida ven así sus regularidades confundidas. Cada tiempo se encuentra expuesto, en principio, a sí mismo en su fragilidad, en su fuga”, expone el pensador.

«El mundo somos nosotros mismos. El mundo no es ni la persecución de una finalidad inmanente, ni el efecto de una causalidad trascendente. Es lo que la humanidad hace (o deshace) de él al tiempo que se hace a sí misma (o se deshace)”, dejó escrito Jean-Luc Nancy.

– “Si hay progreso, hoy, es únicamente el que representa, para todos aquellos que no lo comparten, el modo de vida que llamamos “occidental”: electrificado, petrolizado, higienizado, informatizado. Automóvil, smartphone y residencia de ancianos. Los que lo comparten y se sienten amenazados cuando ven peligrar su confort saben con mayor o menor claridad (cada vez menos, a decir verdad) que todo aquello no progresa ya o que no ha progresado nunca, si ese término explica un crecimiento hacia un esplendor y hacia el cumplimiento de una plenitud. Ni segunda naturaleza, ni sociedad justa, ni humanidad fraterna y ni siquiera satisfacción fisiológica, puesto que fabricamos nuestras patologías...”

– “Sin lugar a duda, es nuestra historia lo que nos falta: su tiempo no parece haber sido ni progresivo ni regresivo, ni continuo ni discontinuo, ni de crecimiento ni de declinación (ningún modelo le conviene y el pasado se vuelve complejo y se dispersa a medida que el porvenir se vuelve opaco o se volatiliza). Ya no sabemos nuestro propio relato. Hemos registrado con Lyotard el fin de los “grandes relatos”, pero, al mismo tiempo, nuestro presente, cada vez más imponente, tentacular y absorbente, nos impone la cuestión de algo así como un contra-relato: estamos ahí, hemos enturbiado el tiempo de arriba abajo… ¡Eso es lo que ha ocurrido definitivamente!” 

– “En estos días a menudo nos sentimos tentados a percibirnos a nosotros mismos (nosotros: los habitantes de los llamados mundos “desarrollados”) como un presente desprovisto de pasado y de porvenir fiables, y que cada día extiende un poco más una niebla en la que se difuminan los contornos y el sentido de nuestro avance. De poca ayuda nos resulta nuestro pasado, ya sea el del humanismo o el del comunismo, y nuestro porvenir nos ofrece más dudas que certezas. Al mismo tiempo tenemos un sentimiento de inmovilidad o de suspensión dubitativa en la que nos sentimos desorientados. hasta el punto de refugiarnos en lo que algunos llaman un “presentismo”. Este término tiene un sentido teórico (la afirmación de la exclusiva existencia del presente) y un sentido práctico (“ocupémonos del presente, lo demás está fuera de nuestro alcance”).

– “Estas actitudes son otras tantas maneras de hacer el duelo de la historia (duelo anunciado desde hace más de medio siglo), de la historia entendida al menos como un proceso relativamente continuo y relativamente orientado hacia una determinada “vida buena”, por recuperar la expresión con que Aristóteles califica el desafío de la vida común”.

“a menudo nos sentimos tentados a percibirnos a nosotros mismos (habitantes de los llamados mundos “desarrollados”) como un presente desprovisto de pasado y de porvenir fiables, y que cada día extiende un poco más una niebla en la que se difuminan los contornos y el sentido de nuestro avance…»

Jean-Luc Nancy traza diagnósticos certeros en esta obra que nos explica por qué nos sentimos tan vulnerables en un mundo que se transforma –que contribuimos a transformar–, continuamente, que nos empuja en su deriva, incapaces de tomar el control. El filósofo aboga por una revolución de la totalidad de los valores, por la recuperación del deseo de vivir, que pasa por disponer de una dirección, algo hacia lo que orientar los pasos, al compás de los otros.

En algunas de sus últimas declaraciones y entrevistas, que ahora repaso, señala que es la filosofía la que “debe pensar este desierto de sentido de una humanidad que se transforma”, porque “todas las utilidades que el capitalismo generó en los últimos años devienen inútiles”. Lo decía en relación a la pandemia de COVID-19, que ha demostrado hasta qué punto ha sido menoscabada, desenmascarada, la gran ruta del progreso. 

Lo que queda es recuperar al sujeto, la propiedad individual que en Marx significaba la posibilidad de cualquier humano de convertirse en él mismo”, sostiene el autor, quien a lo largo de toda su obra dirige la mirada hacia la comunidad como una circulación de afecto y energía. Vayamos a sus palabras: “Las sociedades de los países desarrollados no son comunidades. Contienen varias comunidades, tal como se entienden, pero están muy divididas entre sí y, a menudo, se oponen. No hay más solidaridad obrera o proletaria porque las condiciones del trabajo, de la producción y del consumo están alteradas. Y al mismo tiempo hay un desasosiego político. Estamos realmente en una nueva era, inédita, desconocida…”

Llamemos como llamemos a los males de nuestro tiempo –desigualdad económica, injusticia social, hambrunas, guerras, desaparición de la biodiversidad, agotamiento de los recursos, cambio climático, pandemias…– todos se originan en lo que el filósofo denomina la “catástrofe del sentido, señalan en la pieza de presentación de La frágil piel del mundo Jordi Massó Castilla y Cristina Rodríguez Marciel, también traductores de la obra.

La humanidad ha perdido el sentido del mundo (…) porque éste ha dejado de sentirse, de experimentarse”, prosiguen, siguiendo al pensador cuando señala que habría que vivir el presente “desde la inquietud ante lo que viene, pero prestando atención al sentido de lo que sigue pasando en el presente, esos momentos de verdad, de belleza, de amor, aun cuando hayamos dejado de confiar en el porvenir”.

Thomas Lacoste y Jean-Luc Nancy en el plató de «Nuestro Mundo», una película del citado Thomas Lacoste. Fotografía CC por Céline Gaille

Volviendo a los textos del autor contenidos en el volumen nos encontramos con una idea que en su sencillez lo dice todo. Podemos estar parados en “el aquí y el ahora” y haber quebrado los ciclos y las continuidades del existir, pero no se puede vencer el movimiento hacia adelante. Vendrá el tiempo. No es una predicción, pues el tiempo vendrá de todos modos, aunque sea como tiempo del fin de los tiempos”, señala el filósofo. “Si hoy en día nos sentimos inquietos, perdidos y perturbados es porque estábamos acostumbrados a que el “aquí y el ahora” se perpetuase echando fuera a todo lo demás. Nuestro futuro estaba allí mismo, ya realizado, todo control y prosperidad. Y he aquí que todo se ha ido al infierno, el clima, las especies, la economía, la energía, la confianza e incluso la posibilidad de hacer previsiones de la que estábamos tan seguros y que parece verse superada”, vamos leyendo.

Estamos delante de la-nada-o-algo-completamente-diferente” (…) “Nosotros mismos somos el tiempo que viene”, declara Nancy, enfrentándonos a lo imprevisible, lo improbable, lo incierto, circunstancias que han determinado siempre “los flujos e influjos de la mezcla universal”. El pensador pone ante nuestros ojos el aumento de la toxicidad (química, radiactiva, financiera o moral), las consecuencias del modo de vida capitalista, y nos dice que “mientras el mundo “desarrollado” de hace medio siglo se destruye en el frenesí de una inquietud general, otros mundos quieren probar suerte”

«Nuestro futuro estaba allí mismo, ya realizado, todo control y prosperidad. Y he aquí que todo se ha ido al infierno, el clima, las especies, la economía, la energía, la confianza e incluso la posibilidad de hacer previsiones de la que estábamos tan seguros y que parece verse superada”, leemos en «La Frágil piel del mundo».

No nos gusta escuchar todo esto y a mí me fastidia escribirlo. Pero hay que preguntarse con decisión por qué desde hace tanto tiempo (un siglo al menos), nos empeñamos en no prestar atención a tantas y tantas advertencias, las de Valéry o Heidegger, las de Günther Anders o Jacques Ellul, las de Marshall McLuhan o Neil Postman, entre otros muchos. Todos ellos pasan por ser profetas de la desgracia y nosotros permanecemos demasiado atados al esquema de una historia que está autopropulsada hacia una meta que, en el fondo, casi nos hemos imaginado haber alcanzado ya”, reflexiona el autor.

Y prosigue más adelante: “El progreso lineal de la tecno-economía encierra al porvenir en un futuro calculable y revela su propia errancia al mismo tiempo. Lo que llamamos “destrucción de la naturaleza” destruye de hecho eso mismo que impulsa la técnica: este es el punto más agudo, el más cargado de angustia y de expectativa. Si se trata indiscutiblemente de una autodestrucción, en ese caso es tan posible una aniquilación como una fuerte sacudida procedente de otro lugar (¿dónde está ese otro lugar? aquí mismo, por supuesto). / “Tan posible como imposible. Imprevisible, incalculable, pero tan seguro como es la venida del tiempo”.

Aunque su diagnóstico pueda resultarnos demoledor, también atisbamos luz, apertura, en Jean-Luc Nancy. Otros mundos quieren probar suerte es una frase donde hay esperanza. En esos mundos no cabe ya seguir avanzando en la aventura neoliberal, en la negación del cambio climático, en la sumisión a las fatalistas ideas de que no puede haber otras salidas. Para llegar a esos mundos tal vez haga falta una sana rebeldía, y tal vez una desobediencia civil de carácter colectivo ante imposiciones injustas. “Nada tiene de catastrofista ni de apocalíptico el pensar que la existencia como tal pueda ser llevada ante su propia fugacidad y finitud. Es incluso ahí en donde adquiere su valor infinito, único e insustituible”, nos indica.

Nancy nos hace ver, desde su absoluta capacidad de discernimiento, algo que venimos intuyendo desde hace tiempo. No es el único. En su misma estela se encuentra Edgar Morin y otros muchos pensadores, creadores diversos, que atisban el cambio de era, de paradigma, en el que estamos inmersos y en el que los principios que han marcado a occidente cada vez son más cuestionados, empezando por la propia democracia, hoy tan amenazada y desprotegida. “La historia del progreso se ha consumado y una nueva historia ha empezado en esta consumación (…) La nueva historia ya ha comenzado sin que lo sepamos y sólo será distinguible cuando ella misma entre en una edad avanzada”. 

El filósofo francés Jean-Luc Nancy conversando con Arnau Horta en la radio web del MACBA. Fotografía por MARIA MORENO.

Os aseguro que leer a este filósofo es un ejercicio de deslumbramiento permanente, una manera de situarnos ante el espejo, de colocarnos en un punto de mira en el que no caben excusas para evitar pensar, ser conscientes de que debemos contribuir, en la medida de lo posible, a construir nuevas alternativas para las generaciones venideras; de que hemos de estar dispuestos a imaginar y acoger esos nuevos mundos que queremos mejores.

Os animo a adentraros en las páginas de este libro que es todo un despertador, pero no sin antes volver a un momento de la exposición de Nancy al que no he dejado de dar vueltas estos días. “Al igual que el colapso de y la zozobra de Roma dieron origen al cristianismo en toda su ambivalencia, de la misma manera no es imposible que el colapso y la zozobra de nuestro tiempo –imperantes desde hace más de un siglo– provoquen una sacudida también imprevista e inidentificable, y asimismo portadora de una línea de fuga en relación con el encadenamiento en el que nos sentimos atrapados”(…) “Y si nuestro tiempo nos solivianta por su injusticia privada de todo horizonte, es indudable que el espíritu por venir ha de ser el de una justicia a la que ninguna reordenación, ninguna reforma de las condiciones actuales, puede aspirar”, prosigue el pensador. 

Jordi Massó Castilla y Cristina Rodríguez Marciel, se refieren en la presentación de la obra que nos ocupa al principio de “la ética del mundoa la que alude Jean-Luc Nancy, una ética que busca “un nuevo modo de morar el mundo, de comportarse en él y con él”. Argumentan que puesto que el “mundo”, como ya hemos visto, según el filósofo, “no es sino el conjunto de relaciones que establecen los vivientes que lo componen, reencontrar aquel sentir perdido exige insoslayablemente fomentar y reforzar los “afectos colectivos” que conforman el presente”, a través de la proximidad con el mundo, con los otros sí-mismos”. 

De ahí”, nos dicen, “que la catástrofe de nuestro tiempo deba servirnos para pensar en cómo se produce en esta época la proximidad con los otros, en cómo somos con los demás”. He aquí un magnífico punto de partida para empezar a reconocer las grietas sobre las que nos movemos, reflexionar sobre lo común e imaginar, soñar, el mundo que queremos construir, que queremos ser.
 
La frágil piel del mundo, de Jean-Luc Nancy, ha sido publicado por la editorial De Conatus. La traducción la firman Jordi Massó Castilla y Cristina Rodríguez Marciel, también responsables de la presentación de la obra.

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