Por Emma Rodríguez © 2019 /
1: Rob Riemen / 2: Bruno Latour / 3: Richard Wilkinson y Kate Pickett/
“Hay libros que inauguran una nueva forma de entender un fenómeno”, señala el sociólogo Pau Marí-Klose en el prólogo de Igualdad, entrega en la que los investigadores británicos Richard Wilkinson y Kate Pickett nos ayudan, a través de un análisis exhaustivo, a interpretar las claves de nuestro modo de vida en las sociedades actuales y a atisbar nuevas sendas para el futuro que ya nos alcanza. La misma frase nos vale para referirnos a otros dos ensayos: Para combatir esta era, de Rob Riemen, y Dónde aterrizar, de Bruno Latour, pues también son obras que abren nuevas miradas y formas de entendimiento.
En este caminar a ciegas en el que todos podemos reconocernos, en mayor o menor medida, en estos comienzos del siglo XXI, en estos momentos de incertidumbre e imprevisibilidad, frente a un planeta amenazado por el calentamiento global, con un modelo económico y social en crisis, necesitamos diagnósticos y necesitamos faros que nos orienten. Hoy que la tecnología nos permite, como nunca, el acceso a la información y al conocimiento, cuando parece que lo tenemos todo a nuestro alcance, nos sentimos huérfanos de valores, de inspiraciones, de referencias, que ofrezcan respuestas desinteresadas a nuestra perplejidad ante la velocidad del presente, ante la avalancha de negaciones y de mentiras en la que estamos inmersos. Temerosos de una transición que no acabamos de asimilar, ante el retroceso a movimientos del pasado que creíamos superados, podemos optar por cerrar los ojos, o por abrir de par en par las ventanas para comprender lo que está sucediendo, camino previo a la preparación para los cambios que se avecinan. Hoy que la tecnología nos permite, como nunca, el acceso a la información y al conocimiento, cuando parece que lo tenemos todo a nuestro alcance, nos sentimos huérfanos de valores, de inspiraciones, de referencias.
El siguiente recorrido, a través de tres lecturas, va para los que se decidan por lo segundo y estén dispuestos a la autocrítica, a la escucha de argumentos muchas veces demoledores, pero esenciales para avanzar. “Todos estamos en migración hacia territorios por redescubrir y por reocupar”, nos dice Bruno Latour. No debemos negar que el fascismo “se ha vuelto activo de nuevo en nuestro cuerpo social”, señala Rob Riemen, quien nos invita a combatirlo a través del regreso a las Humanidades. “La democratización de la economía debe convertirse en un objetivo públicamente reconocido. Todos los políticos progresistas tienen que propugnarla y defenderla (…) Más que una revolución, lo que hace falta es una transformación gradual y de largo alcance”, argumentan Wilkinson y Pickett. Si en algo coinciden todos los autores es en la necesidad de identificar los cauces que mueven las corrientes de la actualidad, para proceder a cambiar su rumbo, a modificar nuestros hábitats. He aquí sus pronósticos, sus reflexiones e investigaciones. Un diálogo abierto, estimulante, en el que unos temas llevan a otros, en busca de los horizontes de un mañana que ya está aquí, llamando a la puerta.
Rob Riemen: Frente al fascismo, recuperemos las Humanidades
“Nuestra época recuerda la de la decadencia griega: todo subsiste, pero nadie cree ya en las viejas formas. Han desaparecido los vínculos espirituales que las legitimaban, y toda la época se nos aparece tragicómica: trágica porque sombría, cómica porque aún subsiste”.

Con estas palabras de Kierkegaard extraídas de la obra O lo uno o lo otro, inicia Rob Riemen (Países Bajos, 1962) su ensayo Para combatir esta era, donde apuesta por la vuelta a los valores del humanismo con absoluto convencimiento y pasión, como el arma más eficaz para luchar contra la ola de fascismo que nos amenaza. Sostiene el ensayista que nada hay más alejado de las mejores sociedades que anhelamos construir que la involución, que el retorno a lo peor de nuestra historia reciente; se queja de lo mucho que se ha tardado en definir y visibilizar a los movimientos retrógrados, fascistas, que han ido resurgiendo y se han vuelto a fortalecer en los últimos años. El término ha llegado a ser un tabú, nos dice, en cierto modo se ha encubierto la existencia del fascismo en Europa, se le ha acogido bajo la capa de difusas y engañosamente abarcadoras denominaciones como “populismo”, “una forma más de cultivar la negación de que el fantasma del fascismo amenaza nuevamente a nuestras sociedades y de negar el hecho de que las democracias liberales se han convertido en su contrario: democracias de masas privadas de su espíritu democrático”.
Se propone el autor llamar a las cosas por su nombre, partir del reconocimiento, sin medias tintas, sin blanqueos de ningún tipo, de que, efectivamente, el fascismo ha vuelto, e identificar las causas de lo que está sucediendo, al tiempo que nos invita a recuperar lo mejor del pensamiento y la cultura occidental, nutrientes que nos libran de la sinrazón y nos otorgan el regalo de la “conciencia histórica”. Recurre Riemen a una frase, pronunciada en 1933, en su discurso de investidura, por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, quien decía, con la mirada puesta en una Europa tomada por los fascistas: “De lo único que debemos tener miedo es del miedo mismo”, argumentando a partir de ahí que son el miedo –que se aviva en situaciones de crisis, de inseguridad económica, de amenazas de terror o de guerra–, pero también la ignorancia, la banalidad creciente, la “estupidez organizada” de nuestras sociedades, las razones de fondo que nos permiten entender la deriva actual.
Frente a la perplejidad de una gran parte de la ciudadanía, incapaz de entender por qué hemos regresado a esta vieja pantalla, por qué hemos retornado a un mal que parecía superado, el pensador busca respuestas y lo hace hermanado con filósofos de ayer y de hoy, con creadores comprometidos, con resistentes como Leone Ginzburg, intelectual comprometido con la defensa de la cultura como camino para encontrar la libertad y la verdad, que en su día fue uno de los pocos docentes que se negó a firmar la carta de lealtad, exigencia de Mussolini a todos los maestros italianos para que mantuviesen sus puestos de trabajo, y fue arrestado y deportado, muriendo con posterioridad a manos de los nazis (de todo ello da cuenta la que fuera su compañera, la escritora Natalia Ginzburg en las estremecedoras páginas que le dedica en su libro Las pequeñas virtudes, que también es referencia aquí).
Entre los muchos nombres que nos acompañan en este recorrido, continuador de las búsquedas emprendidas con anterioridad por el ensayista en Nobleza de espíritu (ambas obras dialogan, se complementan), nos encontramos con el del cineasta Federico Fellini, quien durante un breve periodo de su vida fue miembro de las juventudes fascistas italianas, y quien ya a una edad avanzada, argumentaba: “El fascismo siempre surge de un espíritu provinciano, de una falta de conocimiento de los problemas reales y el rechazo de la gente –por pereza, prejuicio, avaricia o arrogancia– a dar un significado más profundo a sus vidas. Pero aún, se jactan de su ignorancia y buscan el éxito para ellos mismos o su grupo, mediante la presunción, afirmaciones sin sustento y una falsa exhibición de buenas características, en lugar de apelar a la habilidad verdadera, la experiencia o la reflexión cultural. El fascismo no puede ser combatido si no reconocemos que no es más que el lado estúpido, patético y frustrado de nosotros mismos y del cual debemos estar avergonzados. Para contener esa parte de nosotros necesitamos más que activismo en favor de un partido antifascista, pues un fascismo latente está oculto en todos nosotros. Alguna vez ya ganó voz, autoridad y confianza, y puede hacerlo otra vez…”
“El fascismo siempre surge de un espíritu provinciano, de una falta de conocimiento de los problemas reales y el rechazo de la gente –por pereza, prejuicio, avaricia o arrogancia– a dar un significado más profundo a sus vidas…”, señalaba Federico Fellini.
Ese más al que alude el director de películas tan inolvidables como La Dolce Vita o Amarcord está en el cultivo de las humanidades, en las pequeñas virtudes de las que hablaba Natalia Ginzburg y que son las bases de la “civilización democrática”. “La capacidad humana de ir más allá de nosotros mismos, de tener imaginación y empatía, de vivir en la verdad, crear belleza y hacer justicia” debe alzarse por encima de las ideas de la grandeza de “la fuerza, el poder y la promesa del regreso a un pasado inalcanzable”. Palabras como “democracia, libertad y civilización” deben recobrar su auténtico sentido ahora que tanto impera “el refinado arte de la mentira y el torcimiento del significado de las palabras, lo cual es parte de la naturaleza del fascismo”, sostiene el ensayista.
Igual que sucede con la lectura de Nobleza de espíritu, luminosa entrega a la que dedicamos un artículo en un número anterior de “Lecturas Sumergidas”, en esta ocasión, con su estilo diáfano característico, con su capacidad para ahondar y conmover a través de su complicidad con autores clásicos y modernos, pero también con las enseñanzas de personas desconocidas, sin publicaciones a sus espaldas, pero cargadas de sabiduría, Riemen se convierte en un despertador de conciencias, obra el milagro de hacernos comprender, de centrarnos en lo que de verdad es trascendente, alejándonos del ruido mediático, de la confusión imperante. “No debemos aceptar el poder ciego de lo actual (…) en vez de amoldarnos a la cultura farsante de nuestra era debemos ser combatientes contra esta era”, nos dice, tomando como referencia a Nietzsche, que ya lo tuvo muy claro en su momento, en la segunda mitad del siglo XIX.
Y al lado del filósofo, dos de los autores de cabecera del ensayista, Albert Camus y Thomas Mann, quienes, una vez terminada la II Guerra Mundial, asumieron que, pese a haber sido derrotado militarmente, “el bacilo del fascismo” permanecería “virulento en el cuerpo de la democracia de masas”. Ya no vale negarlo, nos dice Riemen. Ha llegado el momento de nombrarlo; de admitir que “se ha vuelto activo de nuevo en nuestro cuerpo social”; de asumir que “el fascismo nunca es un reto, sino un problema mayor, pues inevitablemente conduce al despotismo y a la violencia”.
“No debemos aceptar el poder ciego de lo actual (…) en vez de amoldarnos a la cultura farsante de nuestra era debemos ser combatientes contra esta era”, reflexiona Rob Riemen.
Llegados hasta este punto del diagnóstico, las preguntas simples son: ¿Qué hacer? ¿Cómo pertrecharnos para combatirlo? Pues con más cultura, con el apoyo a formaciones políticas atentas a la mejora de una educación que tenga en cuenta principios menos materiales, conscientes de la necesidad de devolver a las humanidades el lugar que les corresponde, después de tanto tiempo de ser consideradas inútiles en estas sociedades de la productividad y del consumismo (aquí os conduzco al ensayo del autor italiano Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil). Recuperemos los valores espirituales, cultivemos el alma, nos indica el camino Rob Riemen, siguiendo las huellas de Sócrates, de Spinoza, nuevamente de Nietzsche, quien alertaba de la pérdida de dignidad del hombre moderno a marchas forzadas, entregado sin freno a sus deseos, emociones y prejuicios, cada vez más guiado por la voluntad de poder y de prosperidad, cada vez menos interesado en buscar significados, en hallar la verdad.
Para el autor de Así habló Zaratustra el peligro de todos los peligros consistía en que nada tuviera significado. Apoyándose en su pensamiento, el ensayista reflexiona: “Con la pérdida de los valores espirituales absolutos, todo aquello a lo que el hombre había atribuido sentido desaparecerá: el conocimiento del bien y el mal, la compasión, la idea de que el amor es más fuerte que la muerte, todo gran arte, la cortesía, la conversación, el aprecio por la calidad y el valor”.
Y más adelante se detiene a dialogar con el filósofo español José Ortega y Gasset, quien acuñó el término “hombre-masa”, ese hombre que, vamos leyendo a Riemen, “se comporta como un niño malcriado”; que “no quiere ser confrontado, menos aún agobiado, con valores intelectuales o espirituales”; para el que la vida “siempre debe ser sencilla y abundante”, sin reconocimiento de “la naturaleza trágica de la existencia”, convencido de que “todo está permitido, pues no hay restricciones”; de que “escuchar, evaluar críticamente sus propias opiniones o actuar con consideración con los otros no es necesario”. Ese hombre al que “solo le importan él y sus iguales”, para el que “el resto debería adaptarse…”, con un fuerte “anhelo de control” y un sentido del poder reforzado. Ese hombre que “no piensa”, que “se amolda, ajusta su apariencia a las modas dominantes y busca sus propias opiniones en el cálido cobijo de los medios masivos de comunicación”.
Para combatir esta era, que lleva como subtítulo Consideraciones urgentes sobre fascismo y humanismo, es un libro guía, en el sentido en que nos abre la puerta a autores y obras capaces de rearmar nuestro pensamiento, fuera de la confusión, opacidad y trivialidad que la actualidad nos impone. En este sentido, Riemen recurre al escritor satírico vienés Karl Krauss, quien, en la primera década del siglo XX, ya vapuleaba a los periodistas “por tener, a pesar de sus pretensiones, una mayor tendencia a socavar la democracia que a protegerla”, movidos por el hecho de que “las páginas deben llenarse, los periódicos deben venderse”, con el consiguiente resultado de “un diluvio de trivialidad, sensacionalismo y tontería”.
EL escritor satírico vienés Karl Krauss, en la primera década del siglo XX, ya vapuleaba a los periodistas “por tener, a pesar de sus pretensiones, una mayor tendencia a socavar la democracia que a protegerla”.
Nos anima el autor a pensar por nosotros mismos, a imaginar otros trayectos, a alejarnos del pensamiento único, de las consignas neoliberales que, en las últimas décadas, han acentuado la idea de que productividad y consumo son sinónimos de felicidad. Para hacerle frente basta volver a las palabras del poeta Paul Valéry, quien también analizó en los años veinte del pasado siglo, la crisis del espíritu humano, señalando, entre otras cosas: “El hombre moderno necesita ruido, excitación constante, solo quiere satisfacer sus necesidades (…) La idea de la superioridad absoluta de las grandes cantidades –una idea cuya vulgaridad e ingenuidad es evidente– es una de las características del ser humano moderno. Hemos renunciado a nuestro tiempo libre (…) al descanso interior, a ser libres de todas las cosas, la distancia mental que necesitamos, con respecto al mundo, para dejar espacio a los elementos más delicados de nuestras vidas. Nos dejamos llevar por la velocidad, la inercia –todo debe ocurrir ahora– y los impulsos. Ya nada es duradero (…) Vivimos pasivamente. Nos volcamos en los teléfonos, en nuestro trabajo, en la moda. La vida se vuelve cada vez más uniforme (…) Vacilamos entre la superficialidad y el desasosiego (…) Tenemos los mejores juguetes que el hombre nunca ha tenido. ¿Qué gran diversión! Pero ¡cuántas preocupaciones! Nunca antes ha habido tanto miedo…”

Qué cercano resulta el discurso de Valéry del de filósofos tan actuales como el coreano Byung-Chul Han, afanado en identificar las inconsistencias y estupideces de nuestro modo de vida… Imposible recoger aquí todos las referencias y aprendizajes que contiene este libro en el que Rob Riemen busca, en última instancia, la esencia de Europa, una Europa que ha perdido su rumbo, intentando encontrar respuestas a la pregunta de si aún es posible que lo recupere. Para ello repasa conceptos como igualdad y justicia social, que han sido pervertidos en las actuales democracias, donde se han desplomado “los niveles de exigencia de la educación universitaria”, donde la adecuación a la masa y la obsesión por tener cuanto más mejor, siempre en comparación con los otros, ha abierto profundos cauces de resentimiento entre las personas, políticas de agitación llamadas a promover la agresión y el enfado. He ahí el germen del fascismo.
Se suponía que teníamos que haber aprendido de la Historia, pero… ¿Estamos a tiempo? ¿Nos servirán las lecciones de Theodor Adorno, Winston Churchill, Thomas Mann, Albert Camus y Primo Levi a las que Rob Riemen recurre? No puedo resistirme a recobrar las reflexiones de Levi: “Ha ocurrido contra las previsiones; ha ocurrido en Europa; increíblemente ha ocurrido que un pueblo entero civilizado, apenas salido del ferviente florecimiento cultural de Weimar, siguiese a un histrión cuya figura hoy mueve a risa; y sin embargo, Adolf Hitler ha sido obedecido y alabado hasta su catástrofe. Ha sucedido y, por lo tanto, puede volver a suceder…”
A partir del recuerdo de esas lecciones que no deberíamos haber olvidado, Rob Riemen desenmascara muchos de los argumentos utilizados por el fascismo en el pasado y en el presente, muchas falsas ideas que se han ido colando sin ser desarticuladas eficazmente por los medios de comunicación, por los intelectuales, por los gobernantes europeos, así el peligro de la emigración, la identificación del Islam como enemigo absoluto, o la defensa a ultranza de la patria, de la nacionalidad. “El fundamentalismo islámico y el terrorismo jamás serán vencidos por el fascismo europeo”, señala.
El fascismo, basado en “el miedo a la libertad y la resistencia a todo lo diferente”, jamás puede ser el camino, pero es muy fácil acabar tomando esa dirección en una civilización en crisis, cuando los valores espirituales se han perdido. En un momento dado, el ensayista se pregunta: “¿Cuál es la forma correcta de vivir? ¿Cómo es una buena sociedad?” y nos invita a realizar un ejercicio muy simple, observar las publicaciones en un quiosco para identificar qué valores tenemos, qué nos parece realmente importante.
El fascismo, basado en “el miedo a la libertad y la resistencia a todo lo diferente”, jamás puede ser el camino, pero es muy fácil acabar tomando esa dirección en una civilización en crisis, cuando los valores espirituales se han perdido.
“¿Por qué conferimos tanto valor, en nuestra sociedad, a la tecnología, la velocidad, el dinero, la fama, el acicalamiento y las apariencias?, nos interroga. Y a continuación argumenta: “La nuestra es una sociedad kitsch, pues en ella el bien más alto, los valores espirituales, es desechado y nuestra existencia entera es vivida bajo el emblema del placer. Las consecuencias de esto son largas y profundas”.
Este libro es un bello manifiesto a favor de las humanidades, pero también un potente recordatorio de cuáles son nuestras responsabilidades individuales en lo que está pasando, en el tipo de sociedades que estamos construyendo. Porque no vale con echar todas las culpas a los políticos, a los empresarios, a los periodistas… No vale con decir que “todos son iguales” y que, por lo tanto, claudicamos. Como ciudadanos, cada uno de nosotros, tenemos que ejercer la autocrítica, intervenir, pensar, decidir con nuestro voto y a través de nuestras actitudes y actividades, transformar costumbres arraigadas, parar los ritmos impuestos, no temer nombrar a las cosas por su nombre y recuperar el lenguaje de la dignidad, porque sin un cambio de conciencia, sin una transformación interior, nada será posible. “En una sociedad kitsch”, sigue diciéndonos Riemen, “la política deja de ser una plaza pública para el debate serio sobre lo que es una buena sociedad y cómo puede alcanzarse. Se ha convertido principalmente en un circo en el que las personas tratan de ganar y mantener poder político mediante consignas y estrategias de imagen pública. En esta sociedad la economía está dominada por el espíritu del comercio, que quiere ganar dinero a costa de todo lo demás (las personas, el medio ambiente, la calidad) y que exige, a todos los que caen presas de su embrujo, conformarse, ser competitivos, productivos, eficientes y, sobre todo no ser ellos mismos…”
“Debemos estar atentos a lo nuevo y al cambio. Debemos buscar configuraciones significativas si queremos evitar caer en el oscurantismo e ir por la vida adormecidos y anquilosados”, señala el ensayista. Y en otro momento declara: “Una vez que redescubramos nuestro amor por la vida y decidamos entregarnos a lo que realmente da vida –la verdad, el bien, la belleza, la amistad, la justicia, la compasión y la sabiduría–, solo entonces, y no antes, nos volveremos resistentes a ese bacilo mortal llamado fascismo”.
“Debemos estar atentos a lo nuevo y al cambio. Debemos buscar configuraciones significativas si queremos evitar caer en el oscurantismo e ir por la vida adormecidos y anquilosados”, señala el autor de “Para combatir esta era”.
Podría seguir transcribiendo párrafos y párrafos de esta entrega, os lo aseguro, pero mejor que os acerquéis a ella. Os diré, eso sí, antes de concluir, que Europa, su concepto, su futuro, es fundamental en el ensayo y ocupa toda su parte final. Europa y los principios de la democracia, tan en peligro actualmente. De nuevo el autor vuelve la mirada a Thomas Mann, quien sostenía que la educación es el verdadero corazón de la democracia, algo que no solemos plantearnos cuando hablamos de ella en términos de libertades, elecciones, Estado de derecho, derechos humanos… Pero, “¿Educación en qué?”, cuestiona Riemen. “¿Qué puede ser un criterio para nosotros, una regla de medir distinta del poder de mercado, que simplemente lucra con nuestros instintos más primitivos? ¿Dónde encontraremos esta guía, este hilo de Ariadna que pueda orientarnos de regreso a una sociedad civilizada y digna…?
El pensador asiste a un encuentro de intelectuales. Se habla de Europa. Se proponen salidas, entre ellas la de un futuro en manos de hombres-máquina. Resulta muy interesante el contraste de puntos de vista, pero hay un personaje enigmático, Radim, “el maestro checo”, que fuera amigo de Václav Havel, quien acaba ofreciendo una gran y conmovedora lección, transmitiendo lo que a él y a Havel, les enseñó su mentor, Jan Patocka, desconocido e interesantísimo personaje, sobre lo que significa ser verdaderos europeos, algo muy alejado de los acuerdos económicos y comerciales, de la tecnología, de la banalidad de los medios de comunicación, del auge de los nacionalismos…
“Ser europeo también significa tener que combatir, combatir por una sociedad europea humanista, en la que los central no sea el individuo, sino la idea del ser humano, con educación –más allá de las universidades–, en la que los jóvenes puedan desarrollar una conciencia cultural, en la que el alma humana sea cultivada de tal forma que las personas puedan madurar moralmente (…) Patocka nos dijo una y otra vez que nos encontrábamos ante una disyuntiva que concernía, desde hacía mucho tiempo, no solo a nuestro hemisferio, sino también a todo el planeta y al futuro de la humanidad. ¿Aceptaremos el regreso de la barbarie o lucharemos por el renacimiento de la nobleza de espíritu?”, recoge Rob Riemen las palabras de Radim, inspiración y latido en este ensayo que nos hace recuperar lo esencial, que se convierte en brújula para caminantes en busca de nuevos horizontes.
Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre fascismo y humanismo, de Rob Riemen, ha sido publicado por Taurus, con traducción de Romeo Tello A.