Joshua Cohen: “El mundo se mueve tan rápido que necesitamos narrar el presente”

Por Emma Rodríguez © 2018 / Se mueve por obsesiones, se desplaza con absoluta libertad, sin prejuicios, por los distintos caminos, movimientos, épocas de la literatura, para tomar de sus fuentes los elementos y materiales que inspiren y nutran las historias que quiere contar, está convencido de que en un presente dominado por el exceso de información y por la banalización se debe volver a dar importancia al estilo en la escritura y da muestras de su sarcasmo cuando declara que “tal vez las noticias falsas sean el gran género literario de nuestra era”. Hablamos de Joshua Cohen (New Jersey, 1980), una de las voces más sugerentes de la nueva narrativa norteamericana. Pese a su juventud, el autor ya cuenta en su haber con varias novelas que han sorprendido a la crítica más exigente, entre ellas Witz, publicada en 2010, donde trataba el tema judío, una constante en su trayectoria, y Book of numbers, de 2015, una original historia sobre el complejo mundo de Internet que le confirmó como un valor indiscutible de las letras estadounidenses (ha sido incluido en la lista de “promesas” 2017 de la revista “Granta”).

Su última entrega, Moving Kings, traducida a nuestro idioma como Los reyes de la mudanza y publicada por la recién nacida editorial De Conatus, supone su presentación en España. El escritor pasó por Madrid para presentarla, en compañía de su traductor, el también escritor Javier Calvo –quien se refirió a él como “un excelente autor de sátiras de la Historia y del presente”– y hubo de volver a unos escenarios, a unos personajes y atmósferas que le quedan algo distantes, porque él está ya con una nueva obsesión, en esa fase en la que el tema que desarrollará en un libro futuro le hace documentarse, leer todo lo que pueda servirle como orientación, acudir incluso al terreno si le es posible… Así sucedió en la etapa previa a la novela que nos ocupa. Todo estaba en su cabeza: quería hablar del Nueva York de hoy, de las desigualdades, de los derribos del capitalismo y al mismo tiempo necesitaba seguir explorando los fondos de la sociedad israelí, el conflicto de los territorios ocupados. “Pero no supe como hilar ambas cosas hasta que pude permitirme el lujo, por primera vez en mi vida, de contratar a una empresa para realizar mi propia mudanza en Nueva York. Los trabajadores que transportaron mis cosas eran todos inmigrantes, venían de lugares y culturas diversas. Fue ahí donde visualicé a dos de mis protagonistas, dos jóvenes israelíes que, después de pasar por el ejército –el servicio militar es obligatorio en Israel–, acaban en una empresa de mudanzas en Estados Unidos de la que es dueño el tío de uno de ellos. Ahí estaba el nexo de unión”, comenta el autor, añadiendo que lo que en realidad le interesaba era acercarse a las experiencias y emociones diarias de esos muchachos atrapados entre dos culturas.

«Los reyes de la mudanza», publicada por la recién nacida editorial De Conatus, supone la presentación en España de Joshua Cohen, una de las voces más sugerentes de la nueva narrativa norteamericana.

No está de más reproducir un impactante fragmento de la novela que ilustra muy bien las palabras del escritor, ese paralelismo que resulta clave en la narración, el acto de desposesión, la escena constante de gente quitándole cosas a otras gentes tanto en un lado como en el otro:

En los días de la ocupación había habido tiroteos, mientras que aquí en América no había tiroteos, o por lo menos ninguno dirigido a ellos. En los días de la ocupación habían pasado largas noches de insomnio sin nada para comer y nada para beber, mientras que aquí en América tenían horas de descanso y una variedad asombrosa de opciones de comida rápida, tanto para llevar como a domicilio. Además, en la Fuerza de Defensa Israelí habían podido romper cosas. Si se topaban con una silla palestina o una mesa o hasta un humano intacto, lo podían romper en pedazos, podían llamar a un convoy de excavadoras blindadas D9 para desmantelarlo y demolerlo todo, o bien a una formación de cazas F16 para que vinieran volando, hundieran los techos, pulverizaran las paredes y rociaran los cimientos de fósforo; aquí, en Nueva York tenían que rescatar cosas. Por lo demás el trabajo que estaban haciendo no era tan distinto. Seguían metiéndose en casas y registrando todas las habitaciones planta a planta. Buscando a gente y buscando posesiones. Sacando a la gente antes que las posesiones...”

Los reyes de la mudanza sorprende, y puede llegar a descolocar al lector, por la originalidad del estilo y de la estructura: tres relatos que se encuentran y avanzan en paralelo, casi sin tocarse, ajenos al discurrir lineal: el de David King, un hombre que no quiere renegar de sus orígenes judíos y que no acaba de adaptarse al entorno de las élites y del poder, pese a su enriquecimiento en la empresa de mudanzas que ha montado; el de Yoav y Uri, los dos jóvenes recién llegados a Nueva York desde Israel que acaban trabajando en su negocio, y el de Imamu Nabi, un musulmán, veterano de la guerra de Vietnam, que es desahuciado. Cohen levanta un fresco nada convencional en el que el ahora, aderezado con su humor ácido, llega a doler, a incomodar. La narración avanza directa a la yugular, sin permitir al lector escabullirse, mirar para otro lado, dejar de reconocer las grietas de las sociedades del consumo y el rendimiento en las que vivimos y en las que al lado de las grandes oportunidades crecen los paisajes de la derrota y la desolación.

– Muchos escritores consideran que para encontrarle un sentido al hoy hay que tomar distancia y perspectiva. Sin embargo Los reyes de la mudanza se zambulle de cabeza en el presente y se convierte en una magnífica metáfora del mundo en el que vivimos. ¿Qué le diría a los autores que opinan que no es conveniente escribir desde tan cerca, que hay que esperar?

– Me parece que esa idea que efectivamente tienen algunos escritores es un pensamiento muy cómodo que ha podido valer para épocas más cómodas. Pero no es el caso de la nuestra. El mundo se mueve tan rápido que se nos olvida enseguida lo que pasó el año pasado o la semana pasada. Por eso me parece que necesitamos escribir sobre el presente, narrarlo, porque de lo contrario se nos escapa la vida. Paradójicamente, en este momento, como en ningún otro en la Historia, la gente escribe más, y además va documentando toda la actualidad a través de tuits o entradas en las redes sociales. Tenemos un archivo total de lo que está pasando, un archivo inmortal, pero nunca tenemos tiempo de mirar atrás. Cuando escribo novelas desde el presente lo que pretendo es precisamente eso, llevar a mis lectores atrás, a un pasado reciente, en este caso, 2008-2010. Me parece que esa es una de las funciones de la novela en la actualidad.

– Durante el acto de presentación del libro señaló que al escritor le es imposible cambiar el mundo, el sistema, que su ideología debe ser la de las frases, el estilo, las palabras, pero, ¿hasta qué punto la literatura nos permite mirar de frente a las circunstancias, a los conflictos, entrar en contacto con los problemas de los otros, tomar conciencia, comprometernos con el mundo en el que vivimos?

– La verdad es que yo ya no sé a lo que nos puede ayudar, pero me parece que lo que acabas de comentar es lo que hace a la literatura tan fascinante, en realidad a la cultura en general. Nos presenta lo que estamos buscando, actúa como un espejo: del lector, del espectador, del oyente, reflejando sus propias expectativas. Pero existe la idea de que la cultura siempre es beneficiosa y nos ayuda a mejorar que es una completa falacia. La Historia ha demostrado una y otra vez que no se cumple. Un claro ejemplo lo vemos en la literatura y el arte fascistas. A los nazis les encantaban Bach, Wagner, Schiller… La literatura, la música, el arte lo que hace es presentar unos aspectos concretos de nuestra propia personalidad y puede llegar a reflejar nuestras sombras.

La literatura, la cultura en general, nos presenta lo que estamos buscando, actúa como un espejo. Pero existe la idea de que siempre es beneficiosa y nos ayuda a mejorar que es una completa falacia. La Historia ha demostrado una y otra vez que no se cumple.

Los reyes de la mudanza es el primer título por el que conocemos a Joshua Cohen en España, pero en su haber hay otras novelas y libros de relatos. ¿De qué manera le han ido trayendo hasta aquí? ¿Forman parte de un camino de búsqueda, tienen nexos en común?

– No soy tanto de la escuela de Balzac como de la de Zola. Mi opinión es que tengo que escribir muchos libros y después, cuando haya terminado, decir que todos forman parte de la misma serie. Antes de Los reyes de la mudanza había escrito cinco novelas y dos libros de relatos y creo que cada uno de ellos es una respuesta al libro anterior y además responde a las circunstancias actuales o al contexto en que los he elaborado. En el caso de Los reyes de la mudanza se trata especialmente de una respuesta a la crisis financiera, a la crisis de la vivienda y también a la guerra en Gaza. Había una especie de coincidencia entre los desahucios en Estados Unidos y lo que estaba sucediendo en los territorios palestinos ocupados y me parecía que esa coincidencia era muy susceptible de ser novelizada.

– Ocupación, usurpación, son palabras que definen muy bien la novela. El tema de los desahucios, de la centrifugación que se está viviendo en las grandes ciudades del mundo, en este caso Nueva York, es algo que nos resulta, por desgracia, muy cercano, pero el conflicto de los territorios ocupados nos llega a través de las noticias, muchas veces sesgadas, interesadas. ¿De qué manera se ha documentado?

– Bueno, he tenido experiencias sobre el terreno, pero desde la postura más segura que hay, que es la del espectador o la del periodista, que no tiene nada que ver con la de ser palestino. Al respecto debo decir algo que me está llamando mucho la atención: me estoy encontrando con mucha gente que está olvidándose de cómo interpretar las metáforas. Una metáfora es una proyección de las cualidades de algo sobre otra cosa, pero como cada vez se consume más cultura a través de las pantallas, no de los libros, se está olvidando cómo funciona una metáfora y se interpreta todo en clave de analogías, es decir, como ecuaciones matemáticas en las que “a” es igual a “b”. Los reyes de la mudanza no intenta establecer una analogía entre la ocupación o los desahucios en un lugar y en otro. Lo que intenta es presentar una metáfora y de algún modo poner a prueba la ideología política de los lectores. Si aceptan o no los términos de mi metáfora conseguiré ponerles en contacto con sus propias ideas políticas, sus creencias, su sensibilidad o falta de sensibilidad.

– La escritora Cynthia Ozick llama la atención sobre su apertura al mundo a través de la mirada periodística que se percibe en su literatura. ¿Qué le parece?

– Adoro a Cynthia Ozick y creo que es una de las mejores escritoras de Estados Unidos, así que me voy a tomar cualquier cosa que diga ella como un cumplido. Creo que lo que ha querido decir con esto, o eso espero, es que cuando me pongo a escribir una historia intento documentar las cosas con la integridad y la objetividad que debe caracterizar el trabajo del periodista. Yo intento importar ese afán de  objetividad a mi literatura, sin atenerme a prejuicios. Si eso no es lo que quería decir Cynthia, es a lo que aspiro. Creo que la objetividad total es la cumbre de la narrativa.

Cuando me pongo a escribir una historia intento documentar las cosas con la integridad y la objetividad que debe caracterizar el trabajo del periodista. Yo intento importar ese afán de  objetividad a mi literatura, sin atenerme a prejuicios.

– No hay muchas novelas que afronten el conflicto entre Israel y Palestina de una manera tan directa y tan ácida y eso añade valor a Los reyes de la mudanza. Muchas noticias no nos llegan o lo hacen de forma sesgada. En Israel también hay un movimiento de resistencia contra las políticas que se están llevando a cabo en los territorios ocupados y, sin embargo, es algo que los medios de comunicación no reflejan. Tenemos la impresión de que son pocos los que se muestran críticos con la situación frente a los muchos que la aceptan o se resignan y, desde fuera, nos hacemos la pregunta de cómo un pueblo tan castigado en el pasado reciente ha podido convertirse en verdugo de otro pueblo… La novela nos lleva a reflexionar sobre todo esto.

– Hay muchas malas representaciones del pueblo israelí en los medios,  es cierto, pero yo creo que todas las sociedades y todos los pueblos están mal representados en los medios. Hay un dicho periodístico que viene a decir que si hay sangre vale la primera plana del periódico y partiendo de ahí está claro que hay muchas noticias que no resultan de interés para quienes deciden los contenidos. Además de lo que comentas hay otros fenómenos que no están representados. En mis libros yo intento hablar de la tradición de la literatura judía transnacional, pero cuando la gente piensa en los judíos casi siempre piensa en los askenazíes, es decir, los judíos europeos con su barba y toda la tradición hasídica, pero en realidad la mayor parte de la sociedad israelí hoy es mizrají, judíos árabes que emigraron o fueron expulsados de sus países de origen. Esta parte de la población no ha pasado por la misma historia, no ha huido de Europa, no ha pasado por el holocausto, no ha emigrado a Estados Unidos como hizo mi familia, como hicieron los askenazíes. Los mizrajíes fueron obligados a abandonar los países árabes en los años 60, 70, 80; fueron expulsados de Marruecos, Túnez, Libia, Irán… Es una experiencia más reciente que ha dado lugar a una problemática diferente. Hoy nos encontramos con el odio de un hermano contra otro hermano. Todo eso se refleja muy pocas veces en los medios de comunicación o en la literatura, ni siquiera en la literatura israelí, tanto la que se traduce como la que no. Por lo tanto, el cambio que ha habido en la cultura judía resulta bastante desconocido. El sionismo unificó las distintas ramas de practicantes de una misma religión y los convirtió en un mismo pueblo. Hoy, antes de pensar en la paz con los palestinos, tiene que forjarse la paz entre los unos y los otros dentro de Israel.

– ¿Cómo vive el conflicto a título personal? ¿Le afecta, intenta buscar respuestas a través de lo que escribe?

– Tengo familia que está involucrada en el conflicto y también amigos, así que obviamente este tema me toca personalmente. Conozco a personas que ya han dejado Israel y continúan muy afectadas por todo lo que sucede allí. Se trata de un tema que me ha obsesionado durante mucho tiempo y por diversas razones. Pero creo que cuando uno es escritor desarrolla distintas personalidades que son casi como tus dobles, dobles que se pueden obsesionar con distintos temas durante periodos de tiempo determinados. La escritura es casi como un exorcismo, un ejercicio para limpiar la mente. Si hubiéramos mantenido esta conversación en 2015, cuando publiqué Book of numbers y estaba obsesionado con Internet, esta conversación giraría sobre asuntos relacionados con la red, y si hubiese sido en 2010, cuando estaba escribiendo sobre Nueva Jersey, la charla habría sido otra muy distinta. Para mí escribir es casi como tener un desorden de múltiple personalidad. Por suerte ya ha terminado mi tiempo con Israel y Palestina y ahora considero que soy una persona distinta. Lo único que permanece igual es mi nombre en la portada. La única forma de sobrevivir es limpiar la pizarra después de cada libro, porque si siguiera obsesionado con cada uno de los temas de los que escribo acabaría volviéndome loco.

– Pero, ¿es optimista al respecto, cree que llegará el momento en que haya paz?

– Toda paz tiene un precio y yo estoy seguro de que habrá paz, pero la cuestión es a qué precio. Lo que deberíamos recordar es que ahora mismo hay una relativa paz en esa zona. Y volviendo a lo de antes, nunca sale en los titulares que Egipto e Israel han establecido una alianza para reforzar sus lazos militares, o que Israel y Jordania tienen derecho de vuelo sobre los territorios el uno del otro o que Israel tiene un permiso tácito para hacer incursiones al otro lado de la frontera libanesa. Cuanto más fuertes sean las alianzas de Israel con otros países vecinos para combatir en estos momentos el terrorismo de Daesh, más postergada quedará la causa palestina. Pero todo eso se desarrolla en un marco de negociación, de paz, si entendemos por paz no estar en guerra con el pueblo con el que has estado guerreando durante la segunda mitad del siglo XX. Y, a pesar de todo, los palestinos siguen estando totalmente olvidados. La guerra tiene un precio, pero la paz también tiene un precio. A mí no se me ocurre pensar en la idea de paz sin un precio de por medio. Sería como de cuento de hadas.

Para mí escribir es casi como tener un desorden de múltiple personalidad. Por suerte ya ha terminado mi tiempo con Israel y Palestina y ahora considero que soy una persona distinta. Lo único que permanece igual es mi nombre en la portada.

– Planteemos la pregunta de otro modo: ¿Llegará un día en el que los palestinos puedan sentirse un pueblo no amordazado y recuperar sus territorios?

–  Es la misma cuestión, el mismo planteamiento. ¿De qué territorios hablamos? ¿De todos los territorios, de cada olivo que han perdido, de cada pueblo? Yo creo que eso no es posible. A lo largo del último año he estado bastante confundido sobre este tema y me resulta más difícil responder a estas preguntas hoy de lo que lo era mientras estaba escribiendo Los reyes de la mudanza. No está en mi mano hacer predicciones, pero lo que observo es que durante los últimos años la izquierda o la falsa izquierda, como queramos llamarla, pedía una solución que pasaba por la conformación de dos estados, pero ahora esa solución ya no parece posible porque está Netanyahu al mando en el gobierno, los asentamientos, el apoyo de Estados Unidos, etcétera, y todo eso junto nos conduce a una paradoja que es casi como un chiste de judíos. La única solución posible es un solo estado, un solo estado que sea multicultural, multiétnico, con diversas religiones capaces de convivir. Como la solución de los dos estados ya no es posible, la única vía posible es un único estado democrático. Sin duda se trata de humor judío de primera categoría.

– Cambiemos de escenario. Vayamos a Nueva York… Es la ciudad en la que confluyen todas las historias de Los reyes de la mudanza, una ciudad donde nadie para quieto, donde todo el mundo se está moviendo.

– Sí. La urgencia refleja el presente, pero sobre todo el mundo donde me crié. A mi alrededor la gente estaba resentida, enfadada, impaciente. Recuerdo la generación de mis abuelos, que habían pasado tres años en un campo de exterminio y no acababan de encontrar certezas en su vida en Estados Unidos. Esa urgencia, por otra parte, es muy propia de los barrios de emigrantes blancos de Nueva York o de Nueva Jersey, en Atlantic City. Ahí fue donde me crié, en la ciudad de Trump. Me mudé a Nueva York a los 16 años, y volviendo a Trump, curiosamente he pasado la mitad de su legislatura en Europa, en Alemania [el autor ha estado impartiendo seminarios de creación literaria como profesor invitado en la Universidad de Berlín].

– ¿Puede considerarse una suerte?

–  No es algo que pueda verse desde fuera, el fuera no existe. Ese es el mayor problema y también la mayor virtud de la globalización y también lo que la salva. Así que no, no me siento afortunado en absoluto. Trump es un hombre que no sabe lo que significan sus actos. No te puedes tomar sus ocurrencias en serio, pero sin embargo, todo lo que hace y dice puede tener consecuencias muy serias.

– La urgencia, la velocidad y la gran cantidad de información que nos impone la tecnología, Internet, es el  tema central de Book of numbers, novela que supuso su consolidación. ¿De qué manera la literatura nos ayuda a parar, a detenernos ante determinadas situaciones que con el flujo constante de noticias nos pasan desapercibidas?

–  Me parece una pregunta fascinante. En lo poco que queda del establishment de la crítica literaria en Estados Unidos y hasta cierto punto en el Reino Unido solemos escuchar un tipo de argumento que gira sobre la idea de que los libros deberían servirnos de refugio ante esta oleada de información que viene hacia nosotros, que deberían ser como un lugar de quietud, de escape, un espacio seguro en el que cobijarnos, pero yo personalmente lo dudo. Me parece que esta postura es muy cómoda y también profundamente conservadora. Me hace pensar en un tipo de escritura que llama a retirarse del mundo, a ceder aceptando una especie de fracaso que nos impide enfrentarnos a lo que está sucediendo. No me parece mal que los lectores busquen reconfortarse a través de la lectura, pero sí que un escritor busqué el confort por medio de la escritura. No es en eso en lo que consiste nuestro trabajo.

– Me refería más bien a la literatura como una manera de tomar conciencia de los conflictos que nos rodean, de acercarnos a los otros, como una herramienta para agitar conciencias, para provocar. Los reyes de la mudanza va en esa línea. Nos vemos afectados por las historias que se cuentan, nos hace reflexionar sobre muchos aspectos.

– Lo que yo creo es que, curiosamente, una de las contradicciones más terroríficas de la libertad de expresión es que si todo está permitido las cosas realmente importantes no tienen ningún impacto. Si pensamos en cualquier problema que acaece en el mundo actualmente, por citar dos ejemplos el calentamiento global o la crisis de los refugiados, nos encontramos con miles de documentales al respecto. Si buscamos las causas de esos problemas también hay múltiples editoriales en periódicos y revistas y se han escrito libros de especialistas sobre ambos temas. Hay alertas muy urgentes, escritas en un lenguaje muy urgente, pero si todo está permitido, si todo circula, hay muy pocas cosas que llegan realmente a su destino y que tienen un impacto de verdad. Por lo tanto, la única forma de garantizar que lo importante tiene un impacto sería volver a limitar la expresión y hacer un uso casi delictivo de ella, pero creo que esa sería una solución mucho peor. El asunto es complejo.

– Se ha referido a que actualmente hay una uniformización en lo que se escribe a través de los dogmas que imponen los grandes grupos editoriales. ¿Es difícil salir de esa uniformización?

– No. A mí no me parece difícil. Cuando todo el mundo hace una cosa, me resulta más fácil evitarlo en mi escritura. Lo que sí sucede es que los libros que vemos en las tiendas de los aeropuertos son siempre los mismos. Vas de Frankfurt a Madrid y ves los mismos libros con las mismas portadas; lo único que cambia es el idioma en el que están. Todo el carácter específico a nivel cultural de estar en Madrid, en Frankfurt, en París, en Nueva York, se pierde, igual que cuando estamos en distintas ciudades y vemos las mismas tiendas en las calles. Yo no tengo ninguna forma de evitar vivir en ese tipo de mundo donde todo es igual, pero a través de mi escritura sí me puedo permitir hacer algo diferente.

No me parece mal que los lectores busquen reconfortarse a través de la lectura, pero sí que un escritor busqué el confort por medio de la escritura. No es en eso en lo que consiste nuestro trabajo.

– ¿Precisamente esa búsqueda, el carácter experimental de sus libros, le ha hecho más difícil publicar, ha sido un obstáculo de cara a los editores?

– Sí, al principio, cuando escribí mi primer libro a los 24 años, tuve muchos problemas, pero evidentemente todo es relativo. Hay autores que tienen que esperar décadas para poder publicar algo y yo solo tuve que esperar un par de años. Pero me parece que, al menos en Estados Unidos, siempre y cuando te tomes en serio tu trabajo y te dediques totalmente a ello, cuanto más te ignore un cierto tipo de personas, más integridad se percibe que tienes. Lo que debes hacer es demostrarle a la gente que vas en serio, que no estás de broma y que no estás intentando escribir de una forma complicada por el hecho de ser complicado o de ocultar el significado real de tu obra o esconder que no sabes lo que estás haciendo. Tienes que demostrar que no estás intentando ser experimental solo por intentar ser experimental, el experimento por el experimento. Si trabajas con rigor y te dedicas totalmente a ello puedes acabar convenciendo a los interesados de que tienes un fin y que aquello que algunos editores no quieren publicar, aquello que es diferente, que les asusta, en realidad tiene un sentido evidente. Hay mucha gente a la que no le gusta lo que yo escribo, pero creo que a pesar de eso respetan que mi literatura tenga ese tipo de fin. Precisamente eso es lo que yo echo en falta en muchos escritores. En cuanto a la situación del mundo editorial, de mis dificultades para publicar en EEUU, quiero insistir en que las cosas son relativas, que no son nada comparadas con las dificultades a las que se enfrentan escritores en países más pequeños con públicos potenciales mucho menores. Por ejemplo, si escribes en hebreo, en Israel, tu público es básicamente del tamaño de tu familia, y si eres un escritor árabe te enfrentas a niveles muy elevados de censura. Por lo tanto esta historia tan tonta que acabo de contar de que me costó un par de años publicar no es nada si pensamos en el sufrimiento al que se enfrentan otros escritores en otros lugares.

– En Estados Unidos publica en un gran grupo, pero en Alemania, ahora en España y en otros países europeos, ha optado por pequeñas editoriales independientes. ¿Responden más a su perfil, se siente más cómodo?

– Nunca estoy cómodo y siempre me resultan curiosas las preguntas sobre el aspecto económico de la literatura. En el mundo editorial, todo es muy similar. Se trata de gente tomando decisiones y trabajando con los libros. He tenido experiencias de todo tipo y los grandes grupos editoriales me parecen ahora mismo organismos anticuados comparados con el alcance de Internet. Preocuparse de los asuntos económicos de la literatura me parece una traición del impulso que nos lleva a escribir.

– ¿Qué le parece que le comparen constantemente con Philip Roth?

– Bueno, si me comparan con Philip Roth, yo espero tener una vida igual de larga que él. Tiene buen aspecto para la edad que tiene (risas). Philip Roth ha sido un escritor muy importante para mí, pero yo creo que soy más parecido a Saul Bellow.

– ¿Puede hablarme de otros escritores que le hayan influido, que le hayan inspirado especialmente?

– Esta es una pregunta muy difícil porque mis influencias cambian con cada libro, ya que tengo ese desorden de múltiple personalidad del que hablaba antes y, además, cada vez que leo algo tiene algún tipo de influencia sobre mi escritura. En cierto modo lo que leo se convierte en lo que escribo. Invento un canon diferente para cada libro. El crítico Van Wyck Brooks dice que todo escritor tiene que construir una especie de pasado útil, algo que pueda utilizar en su escritura y que todos deberían buscar ese pasado. En Los reyes de la mudanza quería crear tres secciones y quería que hubiese cambios perceptibles entre las tres. La primera tiene un estilo que les resultará muy familiar a los lectores estadounidenses, que es el que sigue la tradición de Philip Roth o de Saul Bellow. Son escritores que fueron muy importantes para mí, aunque los asocio más con la generación de mis padres y tengo ciertos problemas con ellos, sin dejar de reconocer nunca su importancia y su influencia. La segunda parte es más bien como un sueño: ¿qué habría pasado si yo hubiera nacido en Israel o si la rama de mi familia que emigró a Estados Unidos hubiera emigrado a Israel como hizo la otra? O mejor todavía: ¿Qué habría pasado si yo fuera un escritor en hebreo en la época en la que se estaba intentando revivir esta lengua ancestral como una lengua que se pudiera usar en el banco o en el supermercado? En este caso me influyeron mucho Sámej Yizhar, Shmuel Yosef Agnon y Orly Castel-Bloom. Y la tercera parte bebe de la tradición literaria árabe, especialmente de la parte más tradicional: del Corán, del Hadish… Me inspiró la lectura de Emile Habibi, escritor y político árabe israelí, y también la poesía de autores palestinos como Mahmud Darwish o Rashid Hussein. Este último ha sido especialmente importante para mí. Era un poeta palestino que dio origen a toda una generación de poetas palestinos en el exilio. Como suele pasar con los poetas bebía demasiado, fumaba demasiado, salía demasiado y vivía  en Nueva York en un exilio agradable. En su apartamento en la ciudad tenía el mayor archivo de poesía palestina que existía y ese archivo se quemó junto con el apartamento y con el propio poeta, así que he pensado mucho en él al escribir esta novela, no solo en su literatura sino también en su vida.

– ¿Con qué obsesión está ahora?

– Lo puedo decir, pero “off the record”…

Apagamos pues la grabadora. La conversación prosigue y se desliza hacia temas diversos, entre ellos la preocupación del autor por el cambio climático. Mantenemos el acordado silencio. Esperaremos la próxima novela.

«Los reyes de la mudanza», de Joshua Cohen, ha sido publicado en España por De Conatus, con traducción de Javier Calvo.

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