Luis Mateo Díez: “Ante el trastorno universal hay que refugiarse, buscar amparo en las convicciones”

Fotos por NACHO GOBERNA / Emma Rodríguez © 2023 / 

La última entrega de Luis Mateo Díez, Mis delitos como animal de compañía, es una historia que, como otras de las suyas, obliga a un esfuerzo de lectura. Quienes ya nos hemos adentrado en su literatura sabemos a lo que enfrentarnos, quienes inicien el camino por primera vez tal vez necesiten una brújula. Pienso en un acercamiento a una naturaleza agreste, en una escalada que una vez terminada produce una gran satisfacción. Algo así se experimenta al avanzar por esta novela tan singular, cuyo efecto permanece en nosotros una vez cerradas sus páginas.

Se trata de un proceso de interiorización. Las ficciones de Mateo Díez nos hacen identificar determinadas situaciones, ponerles nombre. Del mismo modo que calificamos como “kafkiano” un acontecimiento absurdo, un encadenamiento de hechos que somos incapaces de asimilar, de comprender, nos vemos de repente recordando las historias del escritor leonés cuando nos sentimos perdidos, extraviados, faltos de asideros, de respuestas. Libro a libro este hombre ha ido trazando la geografía de un mapa extraño, imaginario, hecho de ciudades de sombra que nos resultan ajenas, pero en las que podemos encontrar ventanas de apertura hacia lo que vivimos. Me viene también a la mente la idea de los universos paralelos, de la posibilidad de viajar entre mundos. 

La obra que nos ocupa no tiene nada que ver con los relatos de ciencia ficción, en absoluto, pero puede evocar esos puentes, esos saltos hacia otro lado –en sentido geográfico, pero también emocional y espiritual– tan propios del género. El lenguaje en manos del autor se convierte en una eficaz herramienta para la exploración, para el descubrimiento. Su literatura es como una linterna que ilumina lo oscuro, permitiendo el acceso a los fondos de la condición humana, en este caso de la locura, tan poco transitados. La novela de la que os hablo es un relato de los desvaríos de una mente extraviada, un viaje interior hacia una conducta trastornada, un ahondamiento en lo subterráneo que nos constituye como seres humanos. 

Para Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) la escritura es un nutriente esencial, un acompañamiento a través de las distintas edades, una solución, una salida ante las desgracias de la vida, desgracias que, como él mismo reconoce, constituyen gran parte del subsuelo del que surgen sus historias. Totalmente alejada del relato biográfico, Mis delitos como animal de compañía, es una entrega que bebe de las fuentes de la experiencia, que participa del tortuoso camino de los diagnósticos, los tratamientos y derivas del padecimiento de uno de los hijos del escritor, Jaime, a quien dedica el libro, afectado por un trastorno límite de personalidad («borderline»).

Para Luis Mateo Díez la escritura es un nutriente esencial, un acompañamiento a través de las edades, una salida ante las desgracias de la vida, que, como él mismo reconoce, constituyen gran parte del subsuelo del que surgen sus historias.

Cuando se refiere a él, Luis Mateo alude al difícil destino de un ser “dotado de una increíble capacidad de tipo intelectual y una gran incapacidad para la felicidad”. Muchas de las vivencias alrededor del trastorno mental del hijo le han ayudado a construir los entornos del personaje central de esta novela simbólicamente tan poderosa, en la que el trastorno individual se convierte en colectivo, definiendo a las sociedades occidentales del presente, tan avanzadas y tecnologizadas como aturdidas. De todo ello he tenido la oportunidad de charlar largamente con el autor, un hombre siempre en proceso de aprendizaje, ahora centrado en captar las señales, las transformaciones, que conlleva la vejez, las pérdidas, la soledad, sin que le abandone esa pizca de humor, de lucidez, que tanto le caracterizan. 

– Me da la impresión de que en esta novela has intentado llevar al límite un viaje en el que estás inmerso desde hace mucho tiempo, un viaje hacia las sombras, hacia lo más profundo y oscuro del ser humano. ¿Acaso ese viaje no concluye nunca, no puede concluir literariamente?

–  No, no puede concluir porque se trata de un viaje mental, una variante de otros viajes intrincados que ocupan a mis personajes. Aunque siempre ha estado en mi narrativa ese impulso, es verdad que aquí hay una prospección en el lado oscuro, en el lado del trastorno. El protagonista de Mis delitos como animal de compañía  circula entre introspecciones laberínticas que, podemos decir, resultan insondables. Creo que en esta ocasión me he metido en un abismo que no tiene fondo, pero la novela da constancia extrema de algo que ha estado siempre en mi literatura, los extravíos.

Luis Mateo Díez en los alrededores de su domicilio en Madrid. Fotografías por Nacho Goberna.

– ¿Qué son las ciudades de sombra? ¿Qué te han enseñado, qué has podido descubrir sobre ellas después de tanto transitarlas y explorarlas?

– Bueno, pienso que llegué a este tipo de construcciones (ciudades de sombra, provincias imaginarias),  por necesidad, y tal vez por una comprensión radical de aquello que decía Borges de que la auténtica condición del arte es la irrealidad. El origen radica en la incomodidad que sentía ante intentos previos realistas, testimoniales. Una ciudad como la de Las estaciones provinciales, ya está llena de puntos de escape, pero es una ciudad concreta, con una determinación geográfica que se puede hasta señalar. Pronto me di cuenta de que el viaje literario que quería hacer no se acompasaba con lo real, con la construcción de lugares y de atmósferas reconocibles, o por lo menos creíbles, verosímiles. No es que se pierda la verosimilitud en las ciudades de sombra, pero son espacios metafóricos, simbólicos, y hay que buscarlos en el campo de la irrealidad. Las ciudades de sombra son como el reverso de las ciudades de verdad, o, si recurrimos al ámbito de la fotografía, el negativo. Y conllevan no una visión pesimista del mundo en el que vivo, pero sí poco enaltecedora. Es algo que, como espejo oblicuo, provoca sensaciones de acabamiento; conduce a asuntos más cruciales y en ocasiones más mortales que vivificadores. Cuando las creé era la conciencia de desaparición la que me movía. En la segunda mitad del siglo XX,  tenía sensaciones emocionales, intelectuales, artísticas, de las desapariciones, de las cosas que se acababan. Todo eso fue fluyendo con el tiempo y hoy estamos viviendo un siglo XXI que, en fin, que Dios nos pille confesados… Tal vez el punto de llegada a las ciudades de sombra es Celama, en el suroeste de una comarca imaginaria, que representa una visión crepuscular de las culturas rurales. De ahí viene todo y de ahí ya no he salido.

Digamos que tu mundo es una especie de laberinto. En esta historia la idea de laberinto se acentúa.

– Sí. Como te decía, la prospección mental del personaje estrambótico de Mis delitos… es laberíntica. Él nunca se ubica, aunque siempre anda buscando dónde hacerlo, y tiene grandes temores de la irrealidad en la que vive. Es un ser inquieto, se mueve tanto que no hay quien lo pare y, además, vamos viendo que no va a llegar a ningún sitio concreto y también que la conciencia de su trastorno, aunque sea una experiencia íntima, personal, física y mental, responde al mismo tiempo a una experiencia colectiva, a un trastorno universal. Él percibe que es como si le hubiera tocado la china. Vive en un mundo que está trastornado y entonces es como si acabara asumiendo lo que le sucede. En el fondo hay un juego sutil, porque lo que necesita este hombre es que todo lo que le pasa se cuente en una novela, aunque es evidente que lo que vive no lo es.

Es un juego metaliterario muy singular.

– Bueno… Algún lector ha llegado a decirme que soy el primero en escribir una novela que no existe. Y hay algo de eso, en efecto; tal vez ese sea uno de los elementos de la novela. No es caprichoso (risas) que aparezcan por ahí algunos novelistas con sus nombres propios (Manuel Longares, José María Merino, Ernesto Pérez Zúñiga…) A ver qué me dicen estos, a ver por dónde sacamos a este hombre; a ver cómo este camino de angustia mental personal, puede derivar en algo de ficción, en un punto de objetividad. El personaje tiene la idea de que la ficción ordena un poco la vida; pero la novela se desarrolla en la inquietud, participa de una gran tensión interna. Se puede ver simplemente como la historia de un chalado que anda por ahí suelto, pero hay lectores que me dicen que la historia es algo mucho más inquietante que eso. 

«Mis delitos como animal de compañía» Se puede ver simplemente como la historia de un chalado que anda por ahí suelto, pero hay lectores que me dicen que la historia es algo mucho más inquietante que eso», señala El escritor. 

Hay algo que también resulta evidente y que a mí particularmente me ha fascinado: el ambicioso juego con el lenguaje, con el estilo, con la construcción artística, que se alza por encima de todo lo demás. El fondo de esta novela llega a deslumbrarnos: su simbolismo, su carácter poético, incluso aforístico. Hay frases que repasamos más de una vez, ante las que nos detenemos para extraer sus sentidos.

– Sí. Ese ha sido el reto literario, la deriva que conlleva el desafío de la construcción de un mundo tan singular, un mundo en el que resulta fundamental la parte material: la lengua, las palabras, la escritura. Hay una voluntad de estilo, de trabajo con la complejidad, de acceso a un más allá del sujeto, verbo y predicado. Todo esto se acomoda a una sintaxis y a una estructura de lenguaje un poco peculiar, dura, difícil… Lo que yo me he ganado en la vida es que me digan: “Tú, Mateo, eres un buen escritor, pero tienes un gravísimo problema: hay que leerte dos veces para llegar a entenderte” (risas). 

En cuanto a lo que dices del simbolismo, es cierto, en toda mi  narrativa hay visiones, metáforas, símbolos recurrentes. Hay gente que los ha identificado y estudiado con mucho tino; que me pregunta qué significan los cines desolados en mi literatura; las estaciones de trenes… En la novela que estoy escribiendo ahora hay un personaje que dice: “Mi vida es como un cine vacío”. Es uno de esos ejemplos de frase a los que creo que te refieres. En éste y en el resto de mis libros, sí, hay muchísimas frases que funcionan como aseveraciones aforísticas.

Luis Mateo Díez. Fotografías por Nacho Goberna.

– Hablas de la complejidad. Mi experiencia lectora me indica que la mejor manera de acercarse a esta novela es dejarse llevar por el fluir de la narración, por su corriente; seguir el murmullo, ir encontrando los sentidos en el camino, continuar adelante sin querer apresarlo todo de inmediato

– Sí, me gusta lo de dejarse llevar. Esta novela es una invitación a eso, a seguir el discurrir, a participar del camino propuesto. La aventura con el estilo, con el lenguaje, está unida al mundo en el que me muevo, sin ella no encuentro aliciente. Y lo duro del reto es que cada vez es más exagerado. Habrá  un momento en que llegaré a la abstracción. Lo veo. Tengo muchas cosas inéditas, porque como sabes soy prolífico y no hay editores que me aguanten. Qué va… Tengo muchos y todos me atienden; pero es cierto que mis escritos van indicando un rumbo hacia el hermetismo, hacia la abstracción.

– ¿Qué faros te guían, con quienes te sientes acompañado en el trayecto?

– Pues hay focos muy palpables. Está el amparo kafkiano, ese mundo que no sabes a dónde te va llevando. Está Beckett y la corriente del expresionismo. En esta última novela, fíjate, está el surrealismo, que a mí nunca llegó a subyugarme del todo y ahora se me está mezclando. De pronto estoy redescubriendo lo que serían las herencias del surrealismo; no ya el surrealismo clásico, vanguardista, que, bueno, puede fascinarte o no, sino sus herencias. Y con el expresionismo me pasa algo similar. Si tuviera que decir una cosa pedante de mí mismo diría que me considero un heredero, que participo con gusto de todas esas herencias.

«La aventura con el estilo, con el lenguaje, está unida al mundo en el que me muevo, sin ella no encuentro aliciente. Y lo duro del reto es que cada vez es más exagerado. Habrá  un momento en que llegaré a la abstracción».

– Y también está el esperpento. Es inevitable percibir la sombra de Valle mientras se lee esta novela.

– Claro, claro que está Valle, quien tiene conexiones un poco dadaístas. Hay una conexión española de la vanguardia que anda por ahí; que también se encuentra en el cine, en  Buñuel… En este sentido me siento totalmente amparado, no busco la complacencia de ser un escritor original. Todo lo he heredado y se ve que tengo capacidad, eso sí, para deglutirlo de manera razonable y rentable. Es evidente que llevo un camino de perdición (de nuevo risas).

– No vamos a negar aquí, y retomamos el hilo anterior, que estamos ante una novela compleja, extraña, no apta para lectores acomodaticios. Todo eso sin olvidar el reto que supone, la valentía de seguir haciendo literatura en un entorno tan mercantilizado, donde se prima lo fácil, lo que vende.

– Bueno, no voy a decir que mi obra esté en la línea de la gran novela experimental y demás, no. Pero sí que la apuesta es dura, muy rigurosa, y, desgraciadamente, no para cualquier lector. Mi campo no es el de los superventas, esto lo tengo más que asumido, pero cuento con lectores cómplices, a los que atiendo y con los que siento una gran sintonía. La verdad es que no me puedo quejar. Sería el colmo de la miseria, tal como está el mundo y como están las cosas… Yo soy un privilegiado. Esta manera de escribir y estas cosas tan raras que hago me han hecho merecedor de premios importantes y de distinciones; me han llevado a la Academia… Nunca me he quejado, todo lo contrario; pero, desde luego, mi línea es compleja. Me siento amparado por unas grandes tradiciones de escritura, pero para lo que se vive ahora, para lo actual, no ya para lo contemporáneo, mis libros tal vez contrasten demasiado.

– ¿Consideras que tus lectores son exquisitos, exigentes?

 – Te hablaba de la complicidad y sí, ciertamente puedo decir que soy un escritor exigente y exigido. Quienes me leen acceden a un mundo de personajes que viven, que fluyen, que hablan de una manera rara, tienen nombres especiales, viven en unas ciudades que no se sabe si existen, y se mueven entre símbolos. Hay una simbología muy reconocible en mis narraciones.

– Parece que las historias que cuenta Luis Mateo Díez están fuera del tiempo, se desarrollan en mundos de la imaginación, pero siempre hay puentes de cercanía, de reconocimiento; espejos en los que reflejarnos.

– Cierto, se pueden hacer lecturas muy actuales de mis libros. No me considero un escritor que anda por caminos del pasado. Lo que escribo tiene mucho que ver con las derivas existencialistas y con la desgracia de vivir un mundo tan convulso como el que vivimos, tan fascinante y a la vez tan atrabiliario, tan misterioso y tan miserable. Todo esto se encuentra en lo que escribo y está, indudablemente, en Mis delitos…, aunque, claro, no es el mejor conducto para complacer al lector, más acostumbrado a encontrar claves reconocibles. Creo que hoy en día en la novela hay demasiada cercanía y compromiso sociológico y eso no se encuentra en mi obra.

«Lo que escribo tiene mucho que ver con las derivas existencialistas y con la desgracia de vivir un mundo tan convulso como el que vivimos, tan fascinante y a la vez tan atrabiliario, tan misterioso y tan miserable».

¿A qué tipo de compromiso te refieres? ¿No te parece positivo que la novela ofrezca claves que ayuden a entender el presente? Muchas veces una obra de ficción refleja mejor que cualquier noticia una situación, ofrece miradas que despiertan. Hay magníficas novelas que nos ayudan a interpretar el mundo desde el ahora.

–  Cuando digo sociológico me refiero a lo que vivimos, a los problemas que nos preocupan. En un mundo saturado de actualidad, la novela redunda en la misma sociológicamente, en los gravísimos problemas que se están debatiendo, algunos de los cuales se intentan solucionar. Y en ese sentido me parece redundante. Considero que la auténtica novela puede dar claves simbólicas y metafóricas de lo que está sucediendo, que se puede leer muchos años después de haber sido escrita y llevarnos a entender cosas muy extrañas y complejas. Es lo que nos pasa con Kafka, con Beckett, con todos los grandes. Es evidente que la novela vive del día a día, pero ese día a día, desde el punto de vista sociológico o político-socioeconómico, es bastante redundante. Yo no puedo leer una novela para que me de más o menos claves, como si fuera un libro de autoayuda, o para que me muestre, tal cual, lo que ya veo en la calle. Pero sí estoy de acuerdo, por supuesto, en que la novela, la poesía, lo imaginario, el arte en general, resulta clave para el conocimiento. Creo en las propuestas que aportan complejidad y emoción, también gusto y placer… No voy a ser yo quien defienda el puro entretenimiento, pero también tiene que haberlo… No se trata de que la novela tenga que perjudicarle la vida a nadie. 

– A mí me da la impresión de que te has divertido escribiendo Mis delitos como animal de compañía, sobre todo en el juego con el lenguaje. Se nota en la fluidez de la escritura…

– Sin duda. Es así. Todo fue saliendo, no tuve que forzarlo. En ocasiones cuando estoy escribiendo tengo que contenerme. “Sujétate un poco Mateo, vete a tomarte un tinto a algún lado, llama a algún amigo o amiga que te echen una mano, que estás pasado de rosca…” (más risas). Pero es que, si voy a mi experiencia personal, debo constatar que en la escritura yo he encontrado la solución de mi vida, al menos un poco. Ha sido una especie de salida ante las desgracias que uno va acumulando y tiene que administrar. Me considero un buen administrador de la desgracia. Considero que lo he hecho relativamente bien y aún no he acabado. Eso forma parte sustancial de mi vida, del subsuelo de mi vida… 

– El nutriente de la existencia…

– Sí. Las cosas que te van pasando… La gente que se nos muere…  En mi caso, Margarita, mi mujer, murió en una residencia en plena pandemia, tras un alzheimer de cinco años, sin que pudiera estar con ella… Tengo un hijo con veinte mil problemas… Son circunstancias muy fuertes, asuntos que forman parte de una experiencia crucial y acaban apareciendo en mis libros de alguna manera. No hago autoficción, no escribo novela biográfica, pero, como me dice algún crítico, si algo tiene mi literatura es mucho subsuelo.

Luis Mateo Díez. Fotografías por Nacho Goberna.

– Podemos decir que la literatura de Luis Mateo Díez ha ido fluyendo a la par que su vida, sin que sea autobiográfica para nada. Las circunstancias vitales asoman, y en Mis delitos como animal de compañía se aprecia que hay mucho conocimiento, mucha exploración y una vivencia muy intensa de todo lo que rodea a la enfermedad de uno de tus hijos, su trastorno límite de la personalidad. Las terapias, los diagnósticos, las clínicas, los psiquiatras, los tratamientos… La enfermedad mental había asomado en otras de tus entregas, pero aquí se accede a sus abismos, sin que en la exploración falte ese punto de humor tan característico en tu narrativa.

–  Sí, como le suele pasar a mis personajes, el ser desvariado de esta novela tiene también un punto humorístico. Esta historia tiene  momentos en los que te puedes reír. Hay en ella muchos dislates, algo que forma parte de mi mundo. Como comentábamos antes, tal vez el mayor obstáculo para un lector cualquiera que se enfrente con un libro mío es que hay una ambición de escritura que hace que la experiencia resulte dura, no complaciente, pero sí que hay muchos elementos humorísticos. La tragicomedia siempre me ha interesado mucho. La vida de todos los seres humanos está llena de variedad y yo, pese a todo, siempre he tenido una mirada vitalista y humorística. Mis amigos y amigas coinciden en que se lo pasan bien conmigo por ese punto de humor, aunque hay días, claro, que no estoy para nadie, que mejor no salir conmigo. Cuando uno administra tanto la desgracia, como te decía antes, el desgaste de la administración conlleva también algún tipo de recurso irónico o de humor, que es una forma de lucidez. Para mí el humor es de lo más difícil que hay… Una buena comedia puede tener un increíble punto de lucidez. Pensemos, por ejemplo, en algunas de las películas de Woody Allen.

– Si tuviéramos que explicar brevemente la novela podríamos decir que es un intento de acceder a una mente extraviada, a un porvenir bipolar. Un viaje interior hacia una conducta trastornada y también  una exploración de lo oscuro, de lo subterráneo que nos constituye como seres humanos. 

– Sí. Todos esos elementos están ahí y afrontarlos supone un desafío. Lo que dice el personaje: “A mí me ha tocado la china, lo mío es un trastorno universal”, fue para mí un hallazgo mientras escribía. Esa conclusión resulta liberadora en el camino de perdición, en el camino de extravío de la mente del protagonista. El suyo es un denodado proceso de inquietud hacia un intento de solución, que, como se ve, no está en las terapias; no está en la psiquiatría; no está en los elementos punitivos que acompañan a sus acciones delictivas (cuando roba, cuando lo pillan y encarcelan). Al final acaba en una suerte de lugar psiquiátrico de experimentaciones donde tampoco tiene nada que rascar… Todo son pasos de esa conducta extraviada y mentalmente deteriorada hacia un hondón, hacia una profundidad donde encontrar algún sentido a su vida, que es lo que busca. Ese sentido lo atisba en la ficción, en la idea de la novela que no está escrita. Él busca desesperadamente convertirse en personaje, busca que le ayude alguno de sus amigos novelistas. 

– Ahí es precisamente donde se te encuentra a ti. La literatura como salvación, como liberación. La escritura, decías antes, como solución a la vida.

–  Sí. Es que, como decíamos, al final he escrito una novela metaliteraria, que ya es el colmo (risas). Es algo en lo que mi amigo José María Merino es un maestro y que yo nunca había pretendido hacer. Pues, oye, curioso, me he encontrado con este pastel. 

– La experiencia que se narra, como ya has indicado, es una experiencia individual. Nos encontramos con un protagonista víctima de un trastorno de personalidad; pero, al mismo tiempo, ese personaje es la representación de un trastorno universal. Muy al comienzo de la novela se habla de “un baluarte del trastorno universal” y ya hacia el final se alude a “un sujeto pasivo del trastorno global”, al que el doctor Mansarda le dice: “Tienes la desgracia de ser un privilegiado perceptor del mundo en el que vives”. Esto me lleva a preguntarte: ¿Crees que vivimos en un mundo trastornado?

– Bueno, vamos a ver… El trastorno ha existido en todas las épocas, pero el destino de la condición humana también está lleno de progreso, de ciencia, de aplicaciones científicas, de soluciones a tantas cosas… Hemos llegado a una pandemia, que era algo absurdo y en un tiempo radical se encontró una vacuna. Con la peste no había vacuna posible; ahí caía todo el mundo. Somos muy frágiles y muy complejos y eso siempre conlleva la expansión de algún tipo de ruptura, de alteración. A lo largo de la historia se va viendo el contexto de las contradicciones, de los aborrecimientos, de los odios… Todo eso está ahí y conlleva un bulle bulle de trastorno. Es algo propio de los seres humanos.

– Pero hay algo que caracteriza a nuestra época: el uso generalizado de ansiolíticos y antidepresivos para hacer frente a la inquietud, a la ansiedad.

– Sí. Hemos encontrado fármacos para subsistir, para  paliar el trastorno. Sin duda, el trastorno universal del que se habla en la novela tiene que ver con todo esto y, precisamente por ello, la historia de este personaje trastornado puede entenderse como una metáfora de algo muy actual. Él es un ejemplo del total, aunque es un ser que está solo, despojado por completo, incapaz de hallar amparo en los pasos que va dando. En algún momento se encuentra con una chica que aparece en dos o tres escenas y que a mí me parece de lo más bonito de la novela. Ahí hay un punto muy misterioso, de intimidades en el trastorno. Ella es como un esqueleto humano, una chavala que podríamos decir que está liquidada y que le da consejos. Es una especie de alma gemela; entre ambos se da una suerte entendimiento de los trastornados.

Luis Mateo Díez. Fotografías por Nacho Goberna.

– ¿Cómo hacer frente hoy al “trastorno universal” que tan bien refleja tu novela? ¿Acaso la única solución son los fármacos?

– Lo contemporáneo, lo actual, es un punto límite. Estamos viviendo un mundo donde las contradicciones, las precariedades, los usos y costumbres, tienen connotaciones trastornantes y ante eso hay que cuidarse, mantener un sentido de racionalidad… Ante ese trastorno universal hay que refugiarse, buscar un refugio personal. En ocasiones, como metáfora, digo que no hay que salir de casa demasiado; que hay que salvaguardarse un poco. Mi personaje está disparado, es un ejemplo de alguien que no tiene amparo de ningún tipo, y hoy en día hay que buscar amparo. Hay que buscar amparo en las convicciones personales. No está mal encontrar sentido en las cosas, saber lo que se quiere e intentar lograrlo. Y, por otra parte, claro, ser compasivos, bondadosos con el medio… En pocas palabras: ser buena gente hoy que la bondad está tan desprestigiada y el bien común anda en manos de bastante gente inadecuada, en administraciones políticas poco ejemplares. Hablo de las sociedades occidentales; porque lo del tercer mundo es algo que nunca nos podremos perdonar. Que exista un tercer mundo es culpa de todos y esta culpabilidad también indica que estamos trastornados, que no hay sentido común, que el sentido está perdido… Pero esto ya nos llevaría en otra dirección. Sobre lo que me preguntas, la respuesta rápida es que debemos tener convicciones.

– ¿Han cambiado tus propias convicciones con el paso del tiempo?

– Mis convicciones ahora son convicciones ya de anciano, porque uno va cumpliendo años… Con el tiempo he ido tomando conciencia de que el refugio es importante y también saber con quién te refugias. Y ahora me resulta curiosa la experiencia de lo que acontece cuando uno se queda solo en la vida, que no es precisamente una degustación de la soledad. Tengo una novela, de esas que no publicaré nunca, que se titula: Solo, soledad solitaria, y que tiene vislumbres interesantes sobre todo esto; sobre esa condición de estar solo, de administrarte como solo y envejecer. En ese proceso me he encontrado con dos elementos cruciales. El primero es que el cuerpo pesa. (“¡Qué pesado eres Mateo…! Sí, sí, en lo físico, que el cuerpo pesa”). Uno pierde la ligereza y pierde un bien extremo, porque por el mundo se anda. Lo segundo tiene que ver con la constatación de que la vida es incómoda. Ahí está uno de los elementos de lucidez de Mis delitos como animal de compañía.

– Volviendo al uso generalizado de ansiolíticos, de antidepresivos… Gran parte de la población está medicada y, sin embargo, la enfermedad mental se oculta, hay un estigma social sobre ella. Todo se combate con pastillas y, al mismo tiempo, hay una tendencia a mostrar el brillo y la felicidad en redes como Instagram. Hay ahí una contradicción poderosa.

-Sí. Esto que comentas es uno de los elementos de identificación del mundo en el que vivimos, de las sociedades desarrolladas. Y, además, tiene mucho que ver con el destino que ha tenido la psiquiatría. Antes se atendían las paranoias y había un mundo límite de  marginación en los manicomios, en las casas de salud… Con la irrupción de la nueva psiquiatría se vio que había una posibilidad de fármacos que aliviaban determinadas situaciones límite; que evitaban que las personas afectadas cayesen en la miseria terrible de esos sanatorios que eran auténticos mataderos, lugares de una vileza total. A partir de ahí los enfermos mentales podían quedarse en casa, con sus pastillas. Y actualmente hemos llegado a un punto de encubrimiento. No estás bien, estás desanimado, tienes obsesiones, inquietudes recurrentes, a veces incluso te autolesionas, y a todo se responde con pastillas. Todas las ansiedades se curan con fármacos. La medicación encubre a una sociedad bastante trastornada, mucho más de lo que pensamos. Y, como dices, este aspecto contrasta con ese gran escaparate de las redes en el que todos somos guapos y felices. Hay que mostrarse así, salir a jugar en ese campo. Si no queremos entrar en él hay que resguardarse un poco. Siempre llego al mismo punto.

HOY «Todas las ansiedades se curan con fármacos. La medicación encubre a una sociedad bastante trastornada, mucho más de lo que pensamos. Y este aspecto contrasta con ese gran escaparate de las redes en el que todos somos guapos y felices».

– No es nada fácil resguardarse, mantener una cierta distancia, un equilibrio…

– Cierto. Resulta complicado porque está sociedad tolera mal al que no se expone, al que se esconde. Nos hemos degradado mucho en este sentido. Todo es muy contradictorio y mantener una lucidez que te permita una libertad personal en la que no te sientas agredido por lo que se impone en el entorno es como navegar en aguas pantanosas. La pastilla es parte esencial de todo esto, porque hay mucha gente que acepta exponerse, mostrarse en las redes como mercancía de sí misma, pero que en el fondo lleva una vida desastrada, contradictoria… Lo que está pasando con los chavales, que acceden a Internet desde tan pequeños, me aterra. Vivimos en un mundo donde el engaño está comercializado. Las imágenes manipuladas son imágenes creíbles… Hay que estar advertidos. Saber lo que se quiere para no ser engañados.

Luis Mateo Díez. Fotografías por Nacho Goberna.

Mis delitos como animal de compañía es una novela con muchas capas de lectura. La puedes leer como la historia de una persona enferma con sus desvaríos, sus alucinaciones; puedes quedarte con la parte onírica –hasta qué punto lo que se nos está contando es real, hasta qué punto el personaje lo vive o simplemente lo sueña, lo imagina–. Y si profundizas puedes encontrar señales, signos, de la época en la que vivimos y en la que ciertamente estamos muy extraviados.

– Sí, en efecto. Los contrastes entre lo real y lo irreal, lo imaginario, la ficción… La novela se puede leer como la narración de Gógol Diario de un loco, que es  la historia de un perturbado. Y, como dices, podemos vernos reflejados en el extravío, en el desconcierto. Hoy nos sentimos así y también -insisto- halagados por muchas cosas, porque esta es una época en la que las conquistas de aplicaciones científicas, la tecnología, la comunicación, han avanzado mucho. El mundo está cambiando y estamos siendo testigos de esos cambios. Y es cierto que los avances tecnológicos, tan veloces que no podemos seguirlos, nos dejan con una sensación de inquietud. Todo va demasiado rápido y por eso digo que estamos saturados de actualidad, tanto que la conmoción que nos produce es tremenda. Lo que está pasando nos invade, nos llega todo el rato en directo y ante eso hay que refugiarse. Ahí está el aprendizaje didáctico para vivir en un mundo donde los trastornos y las incitaciones de todo tipo son tan abundantes. Pienso en los chavales, expuestos de la manera más vil a la mentira, a la pornografía… Vivimos en un mundo donde no hay una buena regulación de las pasiones, entendiendo la pasión como gran concepto, más allá de su cariz amoroso. Los seres humanos tenemos una gran tendencia al desorden. Sobre ello han reflexionado grandes pensadores con enorme lucidez. Hay que refugiarse y una manera de hacerlo es saber lo que se quiere, eso es fundamental para que no te vendan cualquier cosa. 

«estamos saturados de actualidad, la conmoción es tremenda. Lo que está pasando nos invade y ante eso hay que refugiarse. Ahí está el aprendizaje para vivir en un mundo donde los trastornos y las incitaciones de todo tipo son tan abundantes».

– En un momento dado el protagonista reflexiona sobre el siglo XXI: “Un siglo, bien lo sabía yo, que a todos nos pondría patas arriba”.

– Sí. Eso lo dice el loco. Es una de esas frases de las que hablábamos antes. La utilización de toques surrealistas, de aforismos, es también una manera de entender, de reflejar, esta atroz explosión que vivimos: el cambio climático, el feminismo, la ecología… Ahora todo nos llega en forma de una presión tremenda. El otro día venía en tren desde Granada y al mirar por la ventana leía el paisaje, el mundo, con las claves del cambio climático. Ciertamente es algo que nadie puede negar hoy. ¿Cómo es posible que se discuta tanto sobre esto? Tendría que haber un consenso desde el que partir para intentar paliar los daños; del mismo modo que en lo que respecta a la igualdad entre hombres y mujeres, que debería estar en el consenso de las conquistas que ha hecho la humanidad… ¿Cómo es posible que siga existiendo brecha salarial? Pero todo se convierte en discusión, en presión.

– La literatura también es un refugio. Y un cauce de exploración, de autoconocimiento. “Hay muchas cosas ocultas en lo que somos, algunas muy poco recomendables”, leemos en la novela.

-Sí, explorar esas zonas ocultas es un camino de lucidez que nos lleva a entender nuestras contradicciones; a distinguir lo bueno de lo malo, lo cual nos conduciría ya a una deriva moral. La vida es narrativa y todos somos narradores, todos nos contamos a nosotros mismos y tenemos ensoñaciones y secretos. Si sigo por aquí llego a lo del espejo a lo largo del camino, que decía Stendhal acerca de la novela. Pero no es sólo la ficción. El arte en general, la creación en sus distintos ámbitos, es un elemento crucial en la vida; ayuda, ampara la belleza, la mera sensibilidad. 

Luis Mateo Díez. Fotografías por Nacho Goberna.

Mis delitos como animal de compañía ha sido publicado por la editorial Galaxia Gutenberg.

Si queréis conocer más sobre Luis Mateo Díez os recomendamos esta otra entrevista que publicamos en Lecturas Sumergidas en 2014.