Mahmud Darwix, la voz y el aullido de Palestina

Por Emma Rodríguez © 2014 / Sabemos lo difícil que resulta atrapar las luces, las verdades, de la Historia porque normalmente la Historia que nos llega ha sido escrita por los poderosos, por los más fuertes. Somos conscientes de nuestra ceguera ante determinados acontecimientos y del modo en que aceptamos las lecturas que nos venden los grandes medios esparcidos por el mundo. Reconocemos nuestras limitaciones, nuestros errores, nuestra incapacidad para abarcar todas las interpretaciones, todas las preguntas, todas las incógnitas. Y, sin embargo, añoramos saber, entender, hacer añicos los estereotipos, manejar el lenguaje de la duda, del equilibrio, de la equidistancia.

Sobre todo esto he reflexionado a raíz de mi descubrimiento de Mahmud Darwix (1941-2008), deslumbrante poeta palestino al que he llegado por un azar que no ha sido tal, un azar impulsado por el ritmo de los acontecimientos, de las circunstancias del presente. Las recientes y terribles matanzas en Gaza me llevaron a él en busca de respuestas, porque no me bastaban las crónicas periodísticas ni las imágenes televisivas, porque ante la barbarie no quería permanecer inmune, ni mirar hacia otra parte, ni creer discursos escuchados una y otra vez, hipócritas discursos en nombre de intereses cada vez más al descubierto. Necesitaba saber y necesitaba ese horizonte, esa perspectiva, esa significación honda, esa cercanía y complicidad que sólo puede proporcionarnos la literatura.

Con ese ánimo, con esa sed, abrí las sobrecogedoras páginas de “En presencia de la ausencia”, una autobiografía poética publicada en España por la  editorial Pre-Textos que no se parece a nada de lo que he leído hasta ahora, una obra que, a través de las vivencias de su autor, me llevaba no sólo a comprender los sentimientos, el dolor, de un pueblo humillado, sino que me acercaba a una voz única, de sublimes registros, a uno de esos idiomas propios que parecen renovarlo todo y que nos alcanzan como la primera lluvia que cae sobre la hierba en los campos y es capaz de limpiarnos la mirada y el corazón.

Porque basta ya de silencios, porque el drama de los palestinos no puede esquinarse nunca más en las páginas de los periódicos, porque no podemos seguir siendo meros espectadores del horror, debemos leer a Mahmud Darwix, seguir sus particulares charlas consigo mismo, sus cadencias, esa grandiosa obra que se alza como un símbolo de lucha y de resistencia, como una manera de afirmación allí donde se niega la existencia de un lugar, de un país, de una tierra usurpada. Darwix habla de “un verso para el lugar perdido, otro para el tiempo perdido” y nos dice que “la memoria cuenta con suficientes cosméticos para que el lugar se aferre a su sitio, y disponer los árboles a capricho”. “Y no porque el lugar esté en nosotros por más que nosotros no estemos en él”, prosigue, “sino porque la esperanza es, a modo de compensación, la fuerza indómita del débil”.

Porque basta ya de silencios, porque el drama de los palestinos no puede esquinarse nunca más en las páginas de los periódicos, porque no podemos seguir siendo meros espectadores del horror, debemos leer a Mahmud Darwix, seguir sus particulares charlas consigo mismo, sus cadencias, esa grandiosa obra que se alza como un símbolo de lucha y de resistencia, como una manera de afirmación allí donde se niega la existencia de un lugar, de un país, de una tierra usurpada.

¿Quién es este hombre que ha logrado reconstruir las ruinas de su pueblo con las palabras y que ha conseguido que el olvido no tape los paisajes de su infancia, que los recuerdos de sus padres y abuelos no fueran borrados de la faz de la tierra de un plumazo? Un enriquecedor prólogo del también poeta Jorge Gimeno nos pone en antecedentes. Darwix nació en Birwa en 1941, uno de los pueblos -en total fueron 531- que las milicias sionistas dinamitaron y arrasaron en 1948, cuando se produjo lo que en árabe se denomina “al-Nakba” (el “Desastre”), paso previo a la creación del Estado de Israel. Con siete años, ese niño, que después sería uno de los grandes poetas de las letras árabes, vivió la destrucción y el éxodo de su familia y de miles de palestinos que fueron arrancados de sus raíces. La geografía natal, esos paisajes situados en las colinas que separan el Mediterráneo de la Galilea interior, con su vegetación particular, con sus olores y sonidos, nunca llegarían a ser recuperados por quienes se fueron. Allí se construyeron otros asentamientos, que hoy en los mapas tienen nombres diferentes, pero sobreviven tal cual fueron en poemas y composiciones que recobran las calles, las voces y el canto de una cotidianidad, de un pasado al que aún no habían llegado los tanques.

Mahmoud Darwix. Fotografía: www.darwishfoundation.org

“Con una o dos matanzas, el nombre del país, de nuestro país, pasó a ser otro”, recoge Gimeno las palabras del autor de obras como “Estado de sitio” o “El fénix mortal”, ese niño que huyó a Líbano con su familia, una familia cuyos miembros, al regresar un año después, fueron considerados “infiltrados” por el Estado de Israel, “físicamente presentes, pero legalmente ausentes en lo tocante a sus bienes raíces”. Son esos dos términos, presencia y ausencia, esenciales en el germen del proyecto literario, de la indagación poética de Darwix, porque es la poesía con su belleza la que denuncia, la que muestra las heridas y escribe sobre ellas a la manera de un tatuaje destinado a permanecer por encima de las peripecias personales, del paso del tiempo.

El dolor de esas experiencias primeras llena las páginas iniciales de un libro que precisamente se titula con esas dos palabras clave, “En presencia de la ausencia”. Un libro prodigioso que brota de las circunstancias individuales y las trasciende, convirtiéndose en un testimonio de la usurpación, de la violencia, de la orfandad. “Te despiertan de tu edad y te dicen: Hazte mayor ahora mismo, con nosotros, de la edad o de la tribu. Corre con nosotros, que no te coma el lobo. No hay tiempo de despedirse de nada caliente. Lo que te queda por dormir, déjalo junto a la ventana abierta, que te alcance cuando despierte con el azul del amanecer. Los sueños salen al camino de los soñadores, qué otra cosa puede hacer el soñador sino recordar / Sal con nosotros a esta noche inmisericorde. Ya aprenderás a ordenar los luceros en la alacena de la memoria, a restituir lo perdido a fuerza de nombrarlo, así te desquitarás. Pero no mires a las estrellas ahora, no sea que te rapten y te pierdas. Agárrate al vestido de tu madre… él te guía por la tierra que corre descalza bajo los pies, y no llores como tu hermano recién nacido, no sea que el llanto ponga a los soldados sobre aviso”. Así, de esta manera, narra Mahmud Darwix la huida de Palestina. El texto es tan impactante que cuesta encontrar adjetivos capaces de apresar las emociones que despierta.

“¿Quién contará nuestra historia? La nuestra, la de los que escapamos a través de esta noche…”, se pregunta y se promete guardar bien en la memoria esa jornada de dolor y tantos otros episodios atroces, limpiezas étnicas que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo y ante las que la comunidad internacional no ha reaccionado con contundencia, atrapada en argumentos dictados desde uno solo de los lados. Así, en el libro de la historia se han ido escribiendo con letras rojas de sangre los episodios de Kafr Qasim en 1956, Sabra y Chatila en 1982, Jenin en 2002, Gaza en 2009, nuevamente Gaza en 2014, último capítulo de un conflicto que ya dura demasiado. A Darwix la vida no le dio para sufrirlo, pero su palabra sigue ahí, firme, imbatible. Su palabra se erige en voz y en aullido.

“¿Quién contará nuestra historia? La nuestra, la de los que escapamos a través de esta noche…”, se pregunta y se promete guardar bien en la memoria esa jornada de dolor y tantos otros episodios atroces, limpiezas étnicas que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo y ante las que la comunidad internacional no ha reaccionado con contundencia, atrapada en argumentos dictados desde uno solo de los lados.

“Asombra la cerrazón con que suele abordarse el hecho palestino. Se trata de una materia en la que cuesta verter luz, porque la luz daña los ojos acostumbrados a uno de los sótanos de la conciencia occidental. Admira lo fácil que fue borrar a los palestinos de la faz de la tierra durante varias generaciones…” Quien habla es Jorge Gimeno en un texto introductorio en el que recoge la gran pregunta: “¿Cómo es que los judíos, que tanto sufrieron durante la guerra, se las arreglaron para cometer un crimen racista colosal contra los palestinos (la Nakba de 1948) tan sólo tres años después de la liberación de Auschwitz?”. Una pregunta formulada en su día por Gilad Atzmon, activista, escritor y músico de jazz israelí, afincado en Gran Bretaña y muy crítico con el sionismo.

Su nombre se une al de otros muchos judíos heterodoxos que se alzan contra los fundamentalismos, contra el mito de la tierra prometida en cuyo nombre se sigue negando la existencia y la realidad de Palestina. En el prólogo, como decía antes tan necesario para acompañar el testimonio de Mahmud Darwix, para ayudarnos a situar las cosas en su contexto, Gimeno cita asimismo a otro gran poeta, en este caso israelí, Avot Yeshurun, quien perdió a sus seres queridos en los campos nazis y luego emigró a Palestina, donde fue testigo de la aniquilación de otro pueblo.

En distintos pasajes de su obra Yeshurun, en un diálogo abierto, conmovedor, se dirige a una segunda persona que representa a los suyos. Y la interroga: “¿Te has plantado alguna vez ante los árabes para conocer su rostro? Hemos llorado por nuestra Shoah, ¿y por la suya no lloramos?” (…) “Tú sabías que tu instalación aquí hipotecaría gravemente el futuro de los árabes de Palestina y destruiría su esperanza de futuro. Si no quieres ser el mayor cerdo del planeta no lo olvides. No olvides la enormidad de tu deuda. A cada instante debes pagar. Con cada naranja que te comes. No se trata sólo de dar las gracias. Sino de que te acuerdes de no olvidar. Te lo debes a ti mismo. Esta simple toma de conciencia es un principio de acción. Si olvidas, toda tu vida en Palestina transcurrirá en una árida soledad mental, física y espiritual…”

Mahmoud Darwix. Fotografía: www.darwishfoundation.org

Como Darwix, Yeshurun, aboga por no olvidar, por dejar constancia a través de la escritura, por contribuir, a través del testimonio, a despejar las conciencias dormidas, a llevar la verdad y la razón allí donde se quieren instaurar mitos, espejismos y perdones. Hace poco leía una interesantísima entrevista con otro disidente, el politólogo y profesor judío estadounidense Norman Finkelstein, quien sostiene que sólo la comprensión, la denuncia, la solidaridad internacional, las movilizaciones de la opinión pública a nivel mundial, las sanciones de los gobiernos, el apoyo decidido a los grupos de derechos humanos que abogan por la resistencia pacífica y masiva de la población palestina, podrán poner fin al asedio y al crimen consentido, como sucedió en su día con el apartheid en Sudáfrica. Finkelstein parte de la convicción de que Tanto Hamas como el Estado de Israel están empantanados en los discursos de la lucha armada y de la paz, cauces repetidos y secos que no llevarán a la solución.

Por todo eso, insisto, debemos abrir las puertas de los libros, en este caso las puertas de Mahmud Darwix, sabiendo que, además de acceder a través de ellas al corazón de un drama, estamos descubriendo una obra capaz de alzarse sobre sus circunstancias. Una obra que, siéndolo, no es únicamente un arma de combate, sino que va más allá de causas y de horizontes cerrados, elevándose como una cometa y hablándonos de nuestro pobre andar por el mundo, de los viajes, de las pérdidas, de la fragilidad, del amor, de la injusticia, de la impotencia, del miedo… Y, en medio de todo ello, la capacidad del ser humano para crear ríos de sueños y de deseos, la defensa de la vida, de la alegría del día a día que, pese a todo, sigue su avance imparable.

Voy recorriendo las páginas de “En presencia de la ausencia” absolutamente entregada a su juego de espejos y desdoblamientos, a esa conversación que el autor mantiene con su otro yo. El poeta y el hombre con los sentidos despiertos, en diálogo permanente. Sigo adelante paladeando cada pasaje, atenta a la originalidad de esa voz que le habla y le hace recapacitar, como si hubiera perdido la memoria y alguien, a su lado, estuviera reconstruyendo los episodios de su vida, haciéndole saber y al mismo tiempo instándole a actuar.

La obra de Darwix, siéndolo, no es únicamente un arma de combate, sino que va más allá de causas y de horizontes cerrados, elevándose como una cometa y hablándonos de nuestro pobre andar por el mundo, de los viajes, de las pérdidas, de la fragilidad, del amor, de la injusticia, de la impotencia, del miedo… Y, en medio de todo ello, la capacidad del ser humano para crear ríos de sueños y de deseos, la defensa de la vida, de la alegría del día a día que, pese a todo, sigue su avance imparable.

“Yo, el narrador, y no tú, hago que recuerdes ahora cuando el pregonero del pueblo se subía a una azotea y gritaba: ¡Que viene la hiena! Decenas como tú os precipitabais a las cuevas hasta que los soldados acababan su ronda de inspección en busca de los infiltrados en su propio país. Aquélla era una aldea tallada en la ladera, con casas de tres muros (…) Casas que vistas desde abajo, desde los olivares, semejaban un cuadro de piedras amontonadas sin orden ni concierto, compuesto aprisa por un artista ciego que se hubiera olvidado de poner, aquí y allá, una nota de color, y que a la postre hubiera tenido miedo del fruto de sus manos. ¡Ah! Y todas las ventanas miraban en la misma dirección. ¡hacia la hiena!”, transcribo este párrafo que nos lo dice todo.

Y hay otro, igualmente estremecedor, en el que la colectividad, el nosotros, acude al primer plano de la narración. “Es nuestro sino vivir encadenados a un destino inexorable, a un infierno tras otro. El agua la compramos de los pozos de los vecinos. El pan nos lo prestan generosas las piedras. Y vivimos, si es que esto es vida, en un pasado recién sembrado en campos que eran nuestros desde hace cientos de años hasta hace muy poco… hasta que fermentó la masa del pan y se enfriaron las cafeteras. En tan solo una funesta hora la historia entró por la puerta como un ladrón sin escrúpulos y el presente salió por la ventana (…) La mitología se impuso y el conquistador todo lo atribuyó a la voluntad del Señor, que había hecho una promesa y no la había roto. Sus cronistas escribieron: Hemos vuelto. Los nuestros: Han vuelto al desierto. Nos espetaron: ¿Por qué habéis nacido aquí? Nosotros les dijimos: ¿Por qué Adán nació en el paraíso?”

Una y otra vez, de distintas maneras, Darwix alude al “aquí” presente y al “allí” pasado. Confiesa que odió la segunda mitad de una niñez truncada y evoca “las flores amarillas de las chumberas trepando por las colinas, el olor a nostalgia de las bellotas asadas en la chimenea”, el manto del abuelo…” La necesidad de construir la identidad, de rescatar el pasado lo anima todo. “Acuérdate de tu país y olvida el firmamento / acuérdate de acordarte”, rezan unos versos.

La escritura, la verdad poética, llenó de sentido el trayecto de un hombre que padeció la cárcel y que más de una vez esquivó la muerte, las balas perdidas. Quien siempre fue ese niño obligado a huir de su aldea en una noche que desgraciadamente no fue una pesadilla, se sintió durante todo su trayecto como un transeúnte de aeropuerto en aeropuerto, de ciudad en ciudad -Beirut, El Cairo, Túnez, París…- Rastreamos esa experiencia en un texto: Te ves en un tercer, cuarto, décimo aeropuerto, explicando a funcionarios indiferentes a la historia contemporánea que existe el pueblo de la Nakba, repartido entre el exilio y la Ocupación, pero ni te entienden ni te conceden permiso de entrada”, seguimos esa enigmática voz que va narrando los hechos, las heridas, los destellos, de una existencia. “Te ves en una larga película, narrando lentamente, lo que le sobrevino a tu gente, desposeída de la lengua, del trigo, la casa, los argumentos… desde que el gigantesco buldózer de la historia pasó y los arrolló y niveló el lugar con la vara de una mitología pertrechada hasta los dientes de armas y sacralidad”, continuamos leyendo. “¿Existen verdugos sagrados?, nos detenemos ante una pregunta tras la que vemos al poeta asumir lo inevitable y rellenar “la casilla de la edad, sin el apoyo de historiadores y autoridades, en un aeropuerto repleto de gente que corre a sus citas amorosas y de negocios”.

La escritura, la verdad poética, llenó de sentido el trayecto de un hombre que padeció la cárcel y que más de una vez esquivó la muerte, las balas perdidas. Quien siempre fue ese niño obligado a huir de su aldea en una noche que desgraciadamente no fue una pesadilla, se sintió durante todo su trayecto como un transeúnte de aeropuerto en aeropuerto, de ciudad en ciudad.

Así es este libro, hondo, doliente, conmovedor, valiente, lleno de rabia y rebeldía. Mahmud Darwix narra cómo lloró como nunca antes había llorado, con todos los sentidos, cuando los milicianos palestinos abandonaron Beirut rumbo a Túnez y otros destinos de acogida, en una retirada pactada con la comunidad internacional, sin saber que al dejar desprotegidos a los refugiados de los campos de Sabra y Chatila, en septiembre de 1982, estos iban a acabar siendo masacrados. El exilio, la provisionalidad, ocupa páginas y páginas de unas memorias por las que avanzamos con el corazón en un puño y la mente despierta, muy despierta.

No hay página, recreación, imagen, en este libro que no nos resulte iluminadora, pero hay un capítulo que resulta esencial y a mí me ha impactado especialmente. El poeta obtiene el permiso para regresar a su tierra, requerido por el escritor y amigo Emil Habibi, quien optó por permanecer en Israel en vez de tomar el camino del exilio. Habibi está enfermo y lo llama para que participe en un documental a su lado, pero cuando llega ya es para asistir al funeral. En ese viaje Darwix regresa a la infancia, busca los rastros de su aldea natal por el camino, abraza a su madre, a la que no ve desde hace años y recupera el olor de su café, motivo de uno de sus poemas más conocidos. En ese viaje puede hablar con esa mujer fuerte, que no se deja vencer, que sigue adelante, acude a la tumba de su padre y evoca la figura y las enseñanzas de un hombre que nunca descubrió su herida profunda ante su hijo.

Todo: las convicciones, las dudas, los anhelos de Mahmud Darwix se despliegan en una entrega donde la política y la vida, la fe y la desazón, van de la mano. En el camino nos encontramos al hombre que espera, que confía en que la Historia acabe revirtiendo su rumbo; al hombre que, junto con otro intelectual, Edward Said, redactó la Declaración de Independencia de Palestina, proclamada en Argel el 15 de noviembre de 1988. Una Declaración que aceptaba la existencia de dos estados en el territorio de la Palestina histórica y que se quedó en una idea, en un llamamiento no atendido.

“Regresar, regresar sin himnos ni banderas al viento. Casi como infiltrados, por el agujero de un muro. Casi como celebrando entrar por la puerta grande de, llamemos a las cosas por su nombre, una cárcel, el caos patrio…”, escribió el poeta en la época en que se mostraba crítico con los acuerdos de Oslo que llevaron al mando palestino, encabezado por Arafat, a aceptar el regreso a Gaza en 1994.

Sabías que el Estado no pasaba de ser un texto literario. Sabías que la puerta que cruzaban los que volvían no comunicaba con la independencia, con ningún Estado. Es cierto que la Ocupación había salido de la alcoba, pero para sentarse en el salón y en el cuarto de estar. Controla el grifo del agua, el interruptor de la luz y el azul del mar. ¿Y no es mejor esto que nada? ¿No hay en esto nada bueno? Vacilas, eres dos: uno que dice que sí, otro que dice que en absoluto. Pero, ¿a cuenta de qué todo este alboroto, estos festejos de circunstancias cuyas imágenes narcotizan al mundo?, dejó anotadas sus impresiones, lúcidas impresiones que con el tiempo se han teñido de razón.

“Regresar, regresar sin himnos ni banderas al viento. Casi como infiltrados, por el agujero de un muro. Casi como celebrando entrar por la puerta grande de, llamemos a las cosas por su nombre, una cárcel, el caos patrio…” escribió el poeta en la época en que se mostraba crítico con los acuerdos de Oslo que llevaron al mando palestino, encabezado por Arafat, a aceptar el regreso a Gaza en 1994.

Mahmoud Darwix. Fotografía: www.darwishfoundation.org

Acudí a “En presencia de la ausencia” buscando comprender y he acabado encontrándome con uno de esos testimonios que son verdaderos aldabonazos en la conciencia. Me adentré en sus páginas por un motivo concreto, saber más de una realidad, y me he encontrado con una de esas obras trascendentes, capaces de salir de la experiencia individual para abrazar lo universal. Y es que esta autobiografía originalísima no sólo habla del éxodo palestino sino de todos los éxodos; no sólo recorre la vida de Mahmud Darwix sino que se convierte en el retrato de todos los exiliados y desarraigados de este mundo, de este siglo XXI habitado por hombres y mujeres obligados a emigrar, que sufren el rechazo en entornos desconocidos, o, lo que es peor, que han de cruzar mares para enfrentarse a muros invencibles.

“Volver… ¿adónde? Te preguntas mientras cuelgas cuadros en las paredes de tu nueva dirección. Ir… ¿adonde? lo que tienes por delante es provisional. Lo que dejas atrás, transido de provisionalidad, está disperso…”, escribe Darwix, quien se interroga acerca de cuántos cuadros ha colgado, cuántas camas ha abandonado para que duerman otros, cuántos versos ha olvidado por el camino. Hay maravillosos pasajes en este libro sobre las ciudades y sus olores particulares, sobre el amor que se desvanece cuando desaparece el misterio y sobre la nostalgia. “La nostalgia es un dolor que no siente nostalgia de otro dolor. Un dolor parecido al aire puro de montañas lejanas, el dolor de las viejas alegrías. Pero es un dolor saludable, que nos recuerda que estamos enfermos de esperanza… ¡y que somos unos sentimentales!”, nos dice el poeta.

En el libro autobiográfico “En presencia de la ausencia” hay maravillosos pasajes sobre las ciudades y sus olores particulares, sobre el amor que se desvanece cuando desaparece el misterio y sobre la nostalgia. “La nostalgia es un dolor que no siente nostalgia de otro dolor. Un dolor parecido al aire puro de montañas lejanas, el dolor de las viejas alegrías. Pero es un dolor saludable, que nos recuerda que estamos enfermos de esperanza… ¡y que somos unos sentimentales!”, nos dice el poeta.

Cierro las páginas de este libro sabiendo que he de regresar a ellas en otras ocasiones. Me quedo con ganas de seguir en compañía de su autor un poco más y recurro al tomo de su “Poesía escogida” y al de “La huella de la mariposa”, un diario poemático que recoge textos cortos que escribió el penúltimo año de su vida, ya con la muerte muy cerca. Voy subrayando las palabras que más se repiten en sus composiciones y elaboro una lista que empieza en “árboles” y acaba en “vergüenza”. Un río atravesado de pérdidas, de miedo, de campos, de sueños, de soledades, de olvidos… Hay muchas reflexiones sobre la poesía en esta entrega, muchos retazos de lo cotidiano, mucha ternura. Hay una pieza en la que nos cuenta que despertó de golpe, abrió la ventana a una luz fresca, encendió el transistor, no oyó noticias de nuevos muertos en Iraq, Gaza o Afganistán” y “pensó que estaba dormido”. Pero escuchó una nueva tanda de noticias y todo le indicó que era cierto, que no había ningún muerto nuevo, y “le alegró una mañana tan extraña”.

Así es Mahmud Darwix. Así escribe. Así lo relata. Camina por su propio corazón, como dice en un poema, y nos alcanza. Canta una y otra vez a su tierra, la madre tierra, y su melodía y su ritmo nos tocan. “En el transbordo de lo particular a lo universal reside la fuerza de su obra”, señala Luz Gómez García, quien tan espléndidamente ha vertido sus textos al castellano, en el prólogo de su “Poesía escogida”. Una poesía, nos dice, que “triunfa sobre el tiempo y el lugar por su belleza y su carisma”; que “reinstala al hombre en su lugar, pero no lo ancla a un paisaje y un tiempo unívocos, sino que lo sitúa en un permanente tránsito, en un entredós cuyo fin es hacerse reconocer y al tiempo conocerse a sí mismo”.

Quedémonos pues con los versos de Darwix. Añoremos el pan y el café de su madre; escuchemos la honda conversación con ese “soldado que soñaba con azucenas blancas” y sigámosle a la celda en cuyo techo fue capaz de encontrar el rostro de la libertad. Viajemos con Darwix en trenes, sintamos el tiempo detenido en frías salas de espera de aeropuertos, visitemos a su lado ciudades reales y soñadas y saludemos a los mismos personajes que él saluda. Quedémonos con los versos de Darwix, hagámoslos nuestros, porque, como decía al principio de este texto: Basta ya de silencios, basta ya de que el drama de los palestinos acabe esquinado en las páginas de un periódico cualquiera. En “Contrapunto”, un poema dedicado a Edward Said, el poeta nos dice: “Ningún Oriente es completamente Oriente, / Ningún Occidente es completamente Occidente,/ la identidad está abierta a la pluralidad, no es una fortaleza o un foso/…” En “La tierra se nos estrecha”, otra de sus piezas, se pregunta: “¿Adónde iremos después de la última frontera? ¿Dónde / vuelan los pájaros después del último cielo?… “ Y concluye: “Aquí moriremos. Aquí, en el último pasadizo. Aquí o ahí / germinarán olivos… / de nuestra sangre”.

Una pintura con la imagen de Mahmoud Darwish en el muro del apartheid levantado por Israel.
Una pintura con la imagen de Mahmoud Darwish en el muro del apartheid levantado por Israel.

Dos poemas de Mahmud Darwix:

 

SOBRE ESTA TIERRA

 

Sobre esta tierra hay por qué vivir: los titubeos de abril,

el olor del pan al amanecer, el amuleto que una mujer le da

a un hombre, las obras de Esquilo, los comienzos del amor,

la hierba sobre una piedra, madres en vilo por el hilo de una

flauta, y el miedo de los invasores a los recuerdos.

 

Sobre esta tierra hay por qué vivir: los últimos días de

septiembre, una mujer que sale de los cuarenta como

melocotón maduro, la hora del sol en la cárcel, nubes que

semejan un tropel de criaturas, los vítores de un pueblo a

quienes encaran risueños la muerte, y el miedo de los tiranos

a las canciones.

 

Sobre esta tierra hay por qué vivir: sobre esta tierra señora

de la tierra, madre de los inicios y madre de los finales. Se

llamaba Palestina. Se sigue llamando Palestina. Mi señora:

yo tengo, porque tú eres mi señora, tengo por qué vivir.

 

A Mi MADRE

 

Añoro el pan de mi madre,

el café de mi madre,

las caricias de mi madre…

Día tras día

en mí crece la infancia

y amo mi vida, pues

de morir

me avergonzarían las lágrimas

de mi madre.

 

Haz de mí, si vuelvo un día,

chal para tus pestañas,

cubre mis huesos con hierba

bautizada por tus puros talones,

átame

con un mechón de tus cabellos…

con una hebra del bordado de tu vestido…

Puede que me convierta en un dios,

que en un dios me convierta

si toco el fondo de tu corazón

 

Ponme, si es que regreso,

como leña en la lumbre de tu fuego,

como cuerda de tender en la azotea de casa,

porque no puedo levantarme

sin tu oración de cada día.

He envejecido, devuélveme las estrellas de la infancia

para que comparta

con los pájaros más pequeños

la senda de regreso

al nido en que aguardas.

 

En este vídeo, Mahmud Darwix recita su poema “Jugador de dados”. La animación que lo acompaña es magnífica y los subtítulos están en inglés (algo que se agradece para todos aquellos que no tenemos la suerte de saber árabe). Estremece escuchar la voz de Darwix, seguir sus palabras, sus entonaciones… Agradecemos a @carlusserrano por dirigirnos al enlace.

Los libros de Mahmud Darwix de los que se habla en este texto son: “En presencia de la ausencia”, prologado por Jorge Gimeno y con traducción y notas de Luz Gómez García; “La huella de la mariposa” y “Poesía escogida”, ambos traducidos por Gómez García, quien también prologa el tomo de poesía. Todos han sido publicados por la editorial Pre-Textos.

La entrevista con el politólogo Norman Finkelstein a la que se hace referencia fue realizada por Leila Nachawati y se publicó el día 21 de septiembre de 2014 en eldiario.es.

  • Fotografías 1,2,3,8,9: Mahmoud Darwix © darwishfoundation.org
  • Fotografías de Galería central (4,5,6,7): © Archivo fotográfico de UNRWA (Agencia de la ONU que se ocupa de los refugiados palestinos)
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