John Banville, los misterios de la vida y de la creación

Por Emma Rodríguez © 2016 / Leyendo una vez más a John Banville, en el momento de cerrar la última página de su nueva entrega, La guitarra azul, vuelvo a reflexionar sobre lo que nos lleva una y otra vez a recorrer los caminos de la ficción con el entusiasmo intacto y la sensación de ser exploradores de realidades ajenas capaces de tocar, de agrietar, de expandir, nuestro espacio interior. Pienso que lo esencial en una novela no es la trama, que puede ser más o menos ingeniosa, original, sorprendente; ni la historia que se cuenta, que sin duda tiene importancia y se convierte en un indudable anzuelo a la hora de conducirnos a un libro en concreto; ni siquiera el estilo, cuando se reduce a puro ejercicio, a pura búsqueda de hallazgos lingüísticos. No hay duda de que todo esto es fundamental, de que su mezcla y combinación conduce a la construcción de magníficas obras literarias, pero hay algo más, algo de carácter menos aprehensible, que es lo que acaba convirtiendo determinadas novelas en un viaje inigualable, fascinante, transformador, cautivador.

Compara el filósofo Santiago Alba Rico la experiencia de la lectura a la del enamoramiento. Y es cierto: hay relatos que nos enamoran y que siembran en nosotros la necesidad de seguir leyendo para estar permanentemente enamorados. Podemos llamar a ese algo alma o misterio. Podemos decir que se trata de la capacidad de una narración para iluminar un espacio, una zona que permanecía velada, una emoción, un sentimiento. Hablo de esos instantes de revelación, de lucidez, que nos hacen más conscientes, más sabios respecto a nosotros mismos durante un breve espacio de tiempo que incluso puede llegar a prolongarse y a convertirse en semilla de transformación, en nutriente de nuestra forma de pensar y de ser.

Hay relatos deliciosos que nos acompañan y nos resultan placenteros, curiosos, interesantes. Hay otros en los que reconocemos una buena factura, una línea argumental o reflexiva que nos atrapa. Hay relatos de los que nos sentimos cómplices y los hay que nos gustan precisamente por todo lo contrario, porque nos muestran aquello a lo que nos sentimos absolutamente ajenos. Hay mil razones para acercarse a una novela, a un cuento, pero a todo eso, en ocasiones, tenemos que añadir el regalo extraordinario de ese instante de lucidez al que me refería antes, de ese momento en el que creemos reconocernos, en el que descubrimos una certeza, una pizca de verdad. Por supuesto, esto no sucede siempre, de la misma manera, para todos. ¿Quién no ha recomendado con entusiasmo un libro -tesoro personal- que a otra persona no le ha transmitido lo mismo? Depende de las circunstancias de cada cual, de las experiencias, de los tiempos. Depende de la edad, de las búsquedas de cada etapa del camino. Es todo eso, precisamente, lo que convierte el proceso de creación -desde que la historia es imaginada y escrita hasta que llega a manos del lector y pasa por los filtros de sus propias vivencias- en algo mágico.

Todo este preludio es para deciros que en La guitarra azul he encontrado algunos instantes de lucidez y algunos destellos de verdad. En algunos capítulos de esta novela de John Banville, que trata precisamente de los cauces de la creación, de su misterio, he reconocido esas franjas de exploración, de profundidad, en los océanos de lo más íntimo de la condición humana, que sólo la mejor literatura es capaz de atravesar. Y eso que debo confesar, confieso, que la historia del pintor protagonista, Oliver Orme, no me cautivó desde el primer momento. Banville dibuja a un personaje egoísta, incapaz de amar, con una gran habilidad para el hurto, para el engaño, y a su alrededor levanta una historia sobre la infidelidad, que le da pie para volver a uno de sus temas favoritos, el secreto con todas sus implicaciones.

Estamos ante una historia de adulterio, de traición, que podría ser una más si no estuviese contada de esa manera tan particular que tiene el autor irlandés para escarbar, para indagar, para decirnos qué se esconde tras las sucesivas capas de las apariencias; qué mueve a las personas a actuar como actúan; qué resortes conducen al mal; de qué manera lo que somos arranca de atrás, de ese lugar llamado infancia que no dejamos de visitar una y otra vez y de cuya asimilación e interpretación dependen tantas cosas.

Oliver Orme, el protagonista de «La guitarra azul», es un personaje egoísta, incapaz de amar, con una gran habilidad para el hurto, para la mentira. A su alrededor Banville levanta una historia sobre la infidelidad, que le da pie para volver a uno de sus temas favoritos, el secreto con todas sus implicaciones.

Las situaciones de crisis, de crisis vital, atraen especialmente al escritor irlandés. En este caso, Orme es un pintor bloqueado, acobardado ante el lienzo en blanco y también ante la vida, falto de inspiración y, sobre todo, de decisión y de confianza en sí mismo. Si hay algo en su biografía que lo define es su instinto para la apropiación de lo ajeno, para el robo, para la conquista. En torno a él, el autor crea un conflicto a cuatro, una trama de dos parejas enredadas en el juego de la seducción y de la mentira. Pero repito que esto es lo de menos.

Lo que hace que no olvidemos esta novela, lo que nos hará recordarla y conservar difuminadas sus atmósferas y sus destellos a lo largo del tiempo, es la manera en la que el protagonista intenta comprenderse, el modo en el que se cuenta a sí mismo y nos cuenta a nosotros, lectores y lectoras, su propia vida, mejor su propia actitud ante la vida. Este hombre cargado de vilezas, pero capaz de reconocerlas, de reírse de sí mismo, acaba entendiendo algo mejor sus motivaciones, sus impulsos y conductas, a través de la inmersión que realiza en sus pozos más hondos, en sus escondites.

El monólogo es la forma que adopta John Banville para contar esta historia que también se abre al diálogo, a un diálogo que Orme, al tiempo que va poniendo por escrito sus meditaciones, mantiene con sus posibles, invisibles, receptores, haciendo que nos sintamos llamados a participar, a opinar, a reflexionar, a formular interrogantes y prolongar los cauces de la narración. “¿Qué va a ser de mí, de mi seco y marchito corazón? Por qué lo pregunto, me preguntáis. ¿No habéis comprendido aún, siquiera ahora, que yo no comprendo nada? Mirad como avanzo a tientas, igual que un ciego en una casa donde todas las luces están encendidas”, escuchamos al desorientado personaje y nos planteamos si realmente la creación no es eso, una búsqueda, un andar a ciegas, tanteando, a la espera de que alguna puerta se abra al fondo de la memoria, de los sueños, de la conciencia.

Hay, pues, en esta novela una trama de enredos que se va tejiendo en torno a las dos parejas; un drama que se desarrolla a partir de la falsedad, el fingimiento y el engaño. Nos atrapa, sin duda, esa primera capa de la narración, pero es lo que late por debajo, en sus sustratos subterráneos, lo que nos termina por deslumbrar. “En el fondo lo que uno anhela es ser sorprendido y capturado, señala Oliver Orme, incapaz de enfrentarse a los acontecimientos que desencadena, en huida permanente de los conflictos que se van abriendo a su paso.

El monólogo es la forma que adopta John Banville para contar esta historia que también se abre al diálogo, a un diálogo que Orme, al tiempo que va poniendo por escrito sus meditaciones, mantiene con sus posibles, invisibles, receptores, haciendo que nos sintamos llamados a participar, a opinar, a reflexionar, a formular interrogantes y prolongar los cauces de la narración.

Aunque nada tenga que ver con el sentido que el protagonista da a la frase, quienes leemos La guitarra azul sentimos que somos sorprendidos y capturados por los cauces de un relato cuya superficie es un mero reclamo para conducirnos a paraderos ocultos, a revelaciones que tienen que ver con las contradicciones más íntimas, con zonas de sombra inconfesables, porque ese hombre que se confiesa nos desvela sensaciones y sentimientos que pocas veces se expresan en voz alta.

Banville saca a la luz muchos de esos pensamientos que preferimos mantener a resguardo, muchos de esos recuerdos y pulsiones que solemos mantener en secreto, bajo control. Banville nos habla de lo incomprensible, de esos pasajes de la existencia en los que las realidades y los sueños se cruzan (hay una escena, una visión, ante la que el protagonista llega a cuestionarse si no estará asistiendo a algo que sucede en un universo paralelo). Son situaciones difíciles de explicar, a las que sólo el arte puede ponerle palabras o imágenes. He aquí uno de los aspectos más fascinantes de la novela.

La vida y el arte, el amor y la creación. ¿Forma todo parte de un mismo proceso? nos planteamos irremediablemente mientras, ya del todo atrapados, vamos pasando las páginas de la novela. “Yo estaba luchando por apoderarme del mundo y transformarlo, hacer algo nuevo con él, algo vívido y vital, desdeñando la esencia. Una boa constrictor, eso era yo, con la gigantesca boca abierta y tragando lenta, muy lentamente, esforzándose en tragar, atragantándose con semejante magnitud. La pintura como el robo, era un infatigable afán de posesión y yo fracasaba sin cesar. Robar los bienes ajenos, pintarrajear escenas, amar a Polly: al final era todo lo mismo…”, reflexiona Orme, quien nos acerca al abismo infranqueable que existe entre el mundo interior y el exterior, entre lo deseado, lo imaginado, lo interpretado, y lo que realmente existe fuera, en la realidad palpable.

Resulta muy estimulante buscar a John Banville tras las teorías estéticas, en los apuntes sobre la creación que va desgranando su artista. “Lo que me interesa no son las cosas tal como son, sino cómo se ofrecen para ser expresadas. La forma de expresarlas es todo…” señala Oliver Orme, pero podría ser Banville, a quien atisbamos al fondo, como el pintor que se dibuja a sí mismo mientras retrata una escena, reflejado en un espejo frente al caballete. Y seguimos reconociéndolo cuando el protagonista habla del “tejido de la memoria, del pasado, de la infancia, del paso del tiempo, “del truco de magia mundano e inexplicable que lleva a cabo el tiempo...” Nos reencontramos en todo eso con los temas y obsesiones del autor irlandés. Como en otras de sus novelas, volvemos a reír con esa ironía y esos golpes de humor tan suyos, con las situaciones ridículas que plantea y que contribuyen a aligerar, a quitar gravedad, a lo más trascendente.

Es La guitarra azul una novela muy reflexiva y muy pictórica. El escritor irlandés utiliza las palabras a la manera de pinceles con los que nos transporta a cielos y atmósferas que vemos como quien contempla un lienzo. Los colores y las sensaciones lo impregnan todo en esta historia que nos embriaga con su cruce de senderos y que nos devuelve, a la manera de Banville, al tiempo perdido de la infancia al que dio nombre y sustancia Proust. Oliver Orme se desnuda y se acaba encontrando con su ayer. De su mano cruzamos ese túnel oscuro, hacia el pasado, y llegamos a comprender, igual que comprende el protagonista, hasta qué punto seguimos siendo los niños que fuimos y cargando con los miedos, las culpas y los traumas que nos fueron haciendo ser quienes somos.

Resulta muy estimulante buscar a John Banville tras las teorías estéticas, en los apuntes sobre la creación que va desgranando su artista. “Lo que me interesa no son las cosas tal como son, sino cómo se ofrecen para ser expresadas. La forma de expresarlas es todo…” señala Oliver Orme, pero podría ser Banville, a quien atisbamos al fondo, como el pintor que se dibuja a sí mismo mientras retrata una escena, reflejado en un espejo frente al caballete.

Alcanzamos esa verdad, ese punto de lucidez, a través de la emoción y del estremecimiento que nos despierta Orme en un momento culminante de su trayecto, de su autoexploración, cuando se acaba reconciliando con la figura del padre muerto; cuando acaba encontrando un remanso de felicidad en la niñez, un recuerdo que se convierte en un punto de liberación, de ingravidez, en un asidero frente a la intemperie. De regreso a “la oscura cámara de ecos del pasado” el protagonista nos acerca a un instante de belleza, de misterio, en el camino de ida y vuelta que es la vida y es, ahí, en ese recodo nuevamente conquistado, engrandecido por la distancia, donde todo cobra sentido, donde sentimos que, de algún modo, estamos encendiendo una luz que no nos resulta del todo desconocida. Es enriquecedor, gratificante, llegar ahí, encender la luz una vez hecho el camino, el camino de una novela en la que, por mucho que os cuente, tenéis que entrar y hacer vuestros propios descubrimientos.

John Banville: “Para mí escribir es dar algún tipo de forma al caos”

“A todos nos interesa el pasado, porque quizás sea lo más intenso y lo más real que hayamos experimentado”, me decía John Banville (Wexford, 1945) en una conversación que mantuvimos hace ya más de dos años, cuando publicó Venganza, una de las entregas de la serie negra Quirke, firmada por su alter ego, Benjamin Black. El pasado era muy potente en ese libro, en realidad lo es en toda la obra del escritor irlandés, en ese largo y fértil trayecto en el que destacan títulos como El mar, Los infinitos, Antigua luzEn su última entrega, La guitarra azul, el territorio de la infancia, de los orígenes, vuelve a cobrar relevancia, porque ahí es donde el protagonista, Oliver Orme, acude a encontrar las claves sobre sí mismo y sobre la novela de su vida. Son muchas las preguntas que plantea esta obra altamente indagadora; algunas de ellas las responde, en esta ocasión vía correo electrónico, John Banville. En sus respuestas encontramos esa manera tan especial de mirar al mundo con el deslumbramiento de quien nunca se acostumbra a lo extraño del vivir. Y, nuevamente, la convicción de que los claroscuros del ayer son el más preciado material para un novelista. 

En «La guitarra azul» se condensan muchas de sus obsesiones, pero como ninguna otra vez, creo no equivocarme, en esta novela se plantea el tema de la creación. El protagonista señala que su lucha como artista ha consistido en «apoderarse del mundo y transformarlo». ¿Le pasa lo mismo a John Banville como escritor?

– Sí, tienes razón en que el arte y la creatividad son temas centrales de este libro. En todo caso sospecho que hayas malinterpretado la frase que pones entre comillas. El artista busca absorber el mundo dentro de sí mismo y hacer de él algo “enriquecedor y extraño”, como dice Shakespeare. Eso no significa que el artista intente “cambiar el mundo” para bien o para mal; si es realmente un artista no tiene ningún objetivo social, político o moral. Al respecto, una de mis máximas está en algo que dijo Kafka: “El artista es aquel que no tiene nada que decir”.  

– ¿Alguna vez ha pasado, como Oliver Orme, por una crisis de creatividad, se ha quedado bloqueado ante el papel en blanco: es algo que le preocupa?

Siempre me siento atrapado y horrorizado ante el folio en blanco. Me pasa cada mañana. Me siento en mi escritorio y una voz dentro de mí me dice: ¡no sé cómo hacer esto! Pero la ignoro y sigo adelante con una sensación de desesperación. Entonces me planteo: Si no me obligo a hacerlo, ¿cómo he de vivir el resto de mi vida? Y al final del día la página está escrita o ennegrecida, como diría Beckett. Sin embargo, yo nunca he atravesado un gran “block” (bloqueo), como le sucede al pobre viejo Ollie, el protagonista.

– ¿Hasta qué punto la novela le ha servido para dar pistas sobre su manera de concebir la propia obra: el mundo real como tal no existe, todo son imágenes, representaciones, capturas, robos…; «Lo que me interesa no son las cosas tal como son, sino como se ofrecen para ser expresadas, la forma de expresarlas es todo...», señala el protagonista. ¿Pone en su boca sus propias reflexiones?

– Para mí escribir es una manera de mediar con el mundo, de poner algún tipo de forma al caos. No me vuelvo loco pensando que el mundo tal cual lo represento en mis libros es real, pero creo que es verdadero. Esta es una distinción muy importante. En el arte de la ficción no hay hechos -todo es construido- pero hay verdad.

– El arte, la pintura, siempre le han interesado. Hay especialistas en arte en otras de sus novelas como El mar, pero en esta ocasión hay momentos que parecen un cuadro, por las sensaciones, los colores especialmente.  Es una novela llena de colores, muy plástica, muy pictórica.  ¿Le inspira tanto el arte como la literatura?

– Cuando era un adolescente intenté ser pintor, pero no tenía talento y abandoné desesperado después de dos años de intentarlo. Por supuesto, no dejé de escribir durante todo ese tiempo. Los esfuerzos para pintar, aunque fallaron, merecieron la pena porque me llevaron a ver el mundo con mirada pictórica y eso, creo, es evidente en mis escritos.

– El protagonista dice algo así como: «Aquí estoy, hablando nuevamente del pasado«. ¿No es John Banville quien habla? ¿Para cuántas novelas da el pasado, cuántas novelas hacen falta para atrapar la infancia? A Proust le dio para mucho; Banville parece llevar el mismo camino.

Baudelaire dijo que el genio -con g minúscula- consiste en la habilidad para evocar la infancia a voluntad, como uno considere. El pasado es el más preciado y vital material para un novelista. Lo que me fascina es plantearme la cuestión de cuándo el pasado se convierte en “el pasado”, ¿dónde está la línea divisoria entre la realidad tal cual fue experimentada o vivida, cuando fue más o menos el presente, y la luminosa y misteriosa versión de ella a la que nosotros miramos como si fuera un dorado mundo perdido? Toda mi vida he estado obsesionado con esa pregunta y probablemente seguiré planteándomela hasta que me muera. Pero en el arte, por supuesto, sólo hay preguntas, nunca hay respuestas.

Cuando era un adolescente intenté ser pintor, pero no tenía talento y abandoné desesperado después de dos años de intentarlo. No dejé de escribir durante todo ese tiempo. Los esfuerzos para pintar, aunque fallaron, merecieron la pena porque me llevaron a ver el mundo con mirada pictórica.

– Veo que las mentiras, los secretos, los ocultamientos, siguen interesándole. ¿No deja de sorprenderse?

– El mundo es un misterio sin final para mí. Me siento desconcertado por el mero hecho de que estemos aquí, errantes sobre la faz de este tierno, exquisito y moribundo planeta. ¿Tal vez deberíamos haber estado en otro sitio y de alguna manera terminamos aquí por un error cósmico? Siempre me siento desazonado, expuesto como un caracol sin su cáscara. Tal vez todo el arte es la búsqueda de un hogar perdido que nunca existió.

– La novela trata un momento de crisis existencial, de cuestionamiento. Oliver Orme, el protagonista, intenta comprender, comprenderse, aceptarse con sus contradicciones, reconciliarse con su pasado. ¿Son los momentos de crisis especialmente iluminadores, son esos espacios de crecimiento, de aprendizaje, los que le interesa explorar a través de la literatura?

– Bien, por supuesto. Un ser humano en crisis es siempre un tema más interesante que un ser humano que está encantado de sí mismo y de su vida -si ese ser humano alguna vez pudiera existir-. La vida desde sus orígenes es un estado apenas controlado de pánico, en el cual nos las arreglamos para sobrevivir manufacturando bellas ilusiones. Esa es la dificultad para un novelista: ¿cómo escribir de manera auténtica sobre gente que vive en base a ilusiones?  

El mundo es un misterio sin final para mí. Me siento desconcertado por el mero hecho de que estemos aquí, errantes sobre la faz de este tierno, exquisito y moribundo planeta. ¿Tal vez deberíamos haber estado en otro sitio y de alguna manera terminamos aquí por un error cósmico?

– ¿Aprende John Banville con cada novela? ¿Qué le ha enseñado ésta?

Todo lo que aprendo es qué poco sé, qué poco puedo hacer, qué poco puedo alcanzar.

– ¿Se divierte cuando escribe? ¿El humor, la ironía, es una ventaja frente al mundo?

– No estoy seguro con lo que quieres decir con eso de disfrutar. Para mí la escritura es una compulsión que no puedo resistir y con la que no puedo dejar de estar. Vivo para escribir y escribo para vivir. No estoy seguro de que el disfrute tenga que ver con eso. Pero en mi vida, más allá del escritorio, por supuesto, está el amor, las personas a las que amo, el humor, un vaso de vino, en general la comedia de la vida… Todas esas cosas me sostienen.

La guitarra azul está llena de referencias literarias y artísticas. ¿Hasta qué punto la creación (el arte, la literatura, la música…) conforma nuestro mundo y lo modifica?

– No puedo hablar por el mundo ni por nadie, sólo puedo decir que para mí el arte es algo sin lo que no puedo vivir. Como dijo Henry James: “el arte hace la vida, hace el interés…” Creo que quiere decir que el artista busca, como dije anteriormente, dar forma al caos. Y si es muy bueno, muy afortunado, y trabaja duramente, quizás consiga algún logro y quizás tenga un poquito de éxito.

• La guitarra azul, de John Banville, ha sido publicada por Alfaguara. La traducción ha corrido a cargo de Nuria Barrios.

• Todas las fotografías de John Banville, que aparecen en este artículo&entrevista, fueron tomadas por @nachogoberna

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