La experiencia de leer a Jon Fosse, una profunda mirada hacia dentro

Emma Rodríguez © 2023 / FOTO de CABECERA: AGNETE BRUN 

Tomar distancia respecto a otras lecturas, a otras opiniones; mirar hacia dentro, hacia lo que realmente he percibido y sentido. Este ha sido mi posicionamiento ante la obra de Jon Fosse, el escritor noruego que se ha alzado con el Premio Nobel de Literatura 2023. Leer su Septología, esa gran novela en siete trechos que abarca todas sus búsquedas creativas, que dota de coherencia a todo un trayecto, ha sido una experiencia única, una experiencia alentada por la sensación de estar pisando terrenos desconocidos, de acceder a otra dimensión.

¿A qué me refiero cuando digo otra dimensión? Pensad en las veces que os habéis encontrado con obras literarias capaces de agitar, de conmover hondamente. Pensad en la manera en que, después de haberlas leído, han podido modificar, transformar, aunque haya sido sutil, levemente, vuestra percepción sobre determinadas cosas. Es, dentro de esas aventuras que invitan a acceder a espacios no transitados, no visibles hasta el momento en que encontramos la llave adecuada, donde hay que situar a Jon Fosse. Y lo que nos regala, lo que nos entrega el autor, exige de nosotros, como lectores, estar dispuestos a cambiar el ángulo de visión, a percibir el tiempo y lo real de un modo diferente.

Recorrer los senderos que abre Septología exige una actitud abierta, sin prejuicios, un dejarse llevar por la corriente de conciencia que dirige la narración, por su música. Nunca como ahora la palabra sumergirse, acometer una inmersión hacia lo hondo, cobra mayor sentido. Fosse, como os decía, compone este recorrido singular dando entrada a todas las búsquedas emprendidas en sus libros anteriores, pero también, me atrevería a decir, a todos sus descubrimientos más personales, íntimos. Es necesario haber vivido, haber escalado cumbres y también haber caído por hondos precipicios, para llegar hasta aquí, hasta este vasto territorio interior que se despliega en una entrega que la editorial De Conatus fue publicando pacientemente en cuatro tomos –como solo puede hacerlo un sello independiente que busca, y cuida, la mejor literatura– desde 2019 hasta 2023, a medida que se iban escribiendo, y que ahora ha llegado a las librerías en un único volumen de más de 700 páginas.

Recorrer los senderos que abre La «Septología» de JON FOSSE exige una actitud abierta, sin prejuicios, un dejarse llevar por la corriente de conciencia que dirige la narración, por su música. Nunca como ahora la palabra sumergirse, acometer una inmersión hacia lo hondo, cobra mayor sentido.

Confieso que me sentí perdida, desorientada, al emprender el viaje a través de una vida que propone el autor, un viaje que comienza con El otro nombre (tomos I y II), donde conocemos a Asle, el protagonista, un pintor viudo que ha perdido al único y gran amor de su vida, Ales; que vive aislado en un pequeño pueblo, con una vida social que se reduce a muy pocas compañías, dedicado a buscar algo de verdad y de luz en sus cuadros, a dirigir la mirada hacia el mar de Sygne desde un punto fijo que le permite ir adentrándose en su discurrir vital.

Poca acción hacia fuera, aunque hay momentos de marcada intensidad dramática, y todas las turbulencias, todos los movimientos emocionales posibles, hacia dentro. Esto es Septología, un desafío tanto en su contenido, en la historia que se narra, como en la manera en que esta es contada. ¿De dónde parte esa desorientación que he mencionado? Principalmente del transcurrir del tiempo y del desdoblamiento del personaje central, pues Asle es el hombre que he descrito, y es otro totalmente idéntico físicamente, también pintor, con las mismas pulsiones creativas, pero con otras vivencias. Ambos han tenido problemas con el alcohol; uno, el narrador, ha dejado atrás esa etapa; el otro no, y es víctima de un atroz delirium tremens.

Podemos pensar que el autor nos está planteando un juego de posibilidades, de variaciones vitales en función de las decisiones que se toman. ¿Qué hubiera sido de la vida de nuestro hombre si no hubiera sido capaz de superar su alcoholismo; si no hubiera entrado en la cafetería en la que conoció a su gran amor…? ¿Habría sido su discurrir como el del otro Asle? Y también podemos pensar en la existencia de los dobles; de hecho en la novela se recurre, una y otra vez, al “Tocayo”, al igual, que acaba siendo un amigo al que ayudar, al que rescatar. Dos vidas, en fin, transcurriendo al mismo tiempo, encontrándose la una con la otra, avanzando cada uno en sus circunstancias, en sus tramas, mientras se va desarrollando el amplio diálogo consigo mismo de quien nos cuenta desde su sillón con vistas a un punto fijo en el mar, o mientras va conduciendo por la carretera, muchas veces nevada, que le lleva a la ciudad cercana de Bjørgvin, donde se encuentra la galería en la que expone cada año antes de Navidad; la fonda en la que se aloja, la Iglesia a la que acostumbra a acudir cada domingo… 

Asle piensa todo el rato y se va viendo en distintas etapas de su vida, que avanzan a la vez, paralelamente. El joven Asle se asoma a la ventana de la casa marrón en la que vive con Ales y ve la furgoneta del Asle adulto, vehículo que ya reconoce, rumbo a la ciudad… Nosotros les seguimos, vamos pasando las páginas, avanzando por el camino, hasta que llega un momento en el que ya no nos preocupa estar perdidos o confundidos, porque hemos entrado en un estado diferente y nos sentimos cómplices de los recuerdos que emergen, de los encuentros, de los diálogos que se van desarrollando. Cuando hemos accedido a esa otra dimensión solo deseamos seguir, seguir adelante, recorriendo esta narración absorbente, hipnótica, que nos acaba cautivando con su extrañeza, con sus hallazgos.

Me detengo en la palabra “hallazgos” y reflexiono sobre lo que realmente nos sorprende, nos deslumbra, de Septología. Pienso en su capacidad para desordenar las medidas y parámetros en los que habitualmente nos movemos, por ejemplo la aceptación del tiempo como un discurrir lineal… Pienso que tiene que ver con la manera en que nos aproxima a una parte esencial de la vida que tenemos abandonada, la parte espiritual, en un tiempo de prisas en el que somos incapaces de volver los párpados hacia dentro; en el que nos cuesta reconocer la belleza que nos rodea, los prodigios que encierra toda existencia y ante los que solemos permanecer ciegos, insensibles. Pienso que Fosse nos enfrenta al tema de la muerte como continuidad (de la nada de antes del nacimiento a la nada final), y nos transmite ese sentimiento de universalidad, de unión, de abrazo, del que tan necesitados estamos. 

Porque todas las personas están enlazadas, las que están vivas, las que están muertas, las que aún no han nacido, y lo que hace una persona en cierto sentido no puede separarse de lo que hace otra”, voy leyendo un pasaje del primer libro en el que el protagonista medita sobre Dios y los principios del catolicismo, porque otro rasgo importante del Asle narrador es que se ha convertido al catolicismo, siendo precisamente la fe la que le ha permitido llegar a superar su adicción al alcohol. 

La religión que nos encontramos en Septología no tiene que ver con la imagen que enseguida nos hacemos de las convenciones y dogmas de la Iglesia católica, aunque el protagonista reza, asiste a misa, comulga, se persigna, pasa las cuentas de su rosario, hace suyos, a través de su práctica personal, rituales que le ayudan a encontrar la paz, el silencio interior. Es en los principios básicos, nobles, del cristianismo donde encuentra asideros. Es la suya una práctica meditativa, muy cercana a las formas del budismo. Es la búsqueda de la espiritualidad, de la trascendencia, lo que anima un recorrido afín a las enseñanzas místicas, influenciado por el legado del maestro Eckhart, teólogo y filósofo alemán cuya vida atravesó la segunda mitad del siglo XIII y los comienzos del XIV. Como expresa el narrador, como ha señalado en alguna ocasión el propio Fosse, todas las religiones son formas de acercarse a lo sagrado, a “la divinidad desconocida”.

“Porque todas las personas están enlazadas, las que están vivas, las que están muertas, las que aún no han nacido, y lo que hace una persona en cierto sentido no puede separarse de lo que hace otra”, leemos un pasaje en el que Asle, el protagonista, medita sobre Dios y los principios del catolicismo.

Al respecto, hay un momento muy significativo en el que Asle se autorretrata. ”Me veo a mí mismo como un cristiano, bueno, un poco de la misma manera en la que me veo a mí mismo como un comunista, o al menos como un socialista…”, se dice, y detrás de sus palabras vemos a Fosse, a la manera del pintor que mientras trabaja se refleja en el espejo. Piensa Asle que nunca se ha arrepentido de su conversión, pese a que haya muchas cosas en las que no está de acuerdo con la Iglesia católica. Y llega a la conclusión de que “todas las religiones son una”, porque todas conducen a la idea de Dios, “y en ese sentido convergen también la religión y el arte, también porque tanto la Biblia como la liturgia son ficción, imágenes y poesía, son literatura, teatro y artes plásticas, y como tales tienen su verdad…”

Es fácil detectar el gusto del autor por los relatos bíblicos, incluso la influencia que ejercen en algunas de sus historias, en su manera de narrar. Evidentemente encontramos muchos rasgos biográficos de Jon Fosse en su Septología. El escritor ha declarado que abandonó la iglesia luterana noruega a los 16 años y se convirtió al catolicismo, que practica de forma poco ortodoxa, muy personal, después de haberse sentido durante algún tiempo muy cercano al movimiento de los cuáqueros, una corriente disidente, de origen crtistiano protestante, que busca un vínculo directo con Dios, sin necesidad de autoridades eclesiásticas que actúen como mediadoras. Su proceso, en este sentido, es muy similar al de su protagonista, con el que también comparte la adicción al alcohol, que abandonó coincidiendo con su conversión religiosa, consciente de que necesitaba estar sobrio para poder escribir. Jon Fosse no cuenta su vida en las siete partes (novelas) que componen el trayecto que nos ocupa, pero toma prestadas experiencias y revelaciones que le son propias.

Os decía que estamos en otra dimensión, en un territorio hipnótico, donde buena parte de lo que sucede arranca de los pensamientos, de la mente obsesiva del protagonista, que vuelve una y otra vez sobre sus recuerdos, sobre sus reflexiones. Asle habla constantemente de las imágenes que se agarran a su memoria y que debe pintar para deshacerse de ellas, más bien para asumirlas, para integrarlas en su discurrir, y yo me quiero referir al componente plástico y sensorial de esta novela que tiene imágenes, pasajes, escenas imborrables, que se agarran, sí, a nuestra memoria lectora.

Una de ellas se corresponde con el capítulo de los dos amantes (Asle y Ales) jugando en el columpio de un parque en el que pronto irrumpe la nieve. Es un tramo del camino en el que se perciben las dotes de dramaturgo de Fosse: en los diálogos, en el movimiento del columpio en el que Ales está sentada mientras su enamorado la empuja más y más alto cada vez. Se palpa una gran carga sensual en el episodio, que continúa con la pareja amándose encima de la arena, al tiempo que el Asle adulto contempla la escena a distancia, como espectador de su propia vida. El acto amoroso, la fusión de los cuerpos, de las almas… “Es como si al estar juntos formaran una luz”, percibe el artista, capturando, irremediablemente, una de esas imágenes que se le pegan, que se le agarran, sabiendo que habrá de pintar.

Jon Fosse, en la Feria del Libro de Frankfurt de 2019, donde se hizo el lanzamiento del primer volumen de «Septología». Foto: Beatriz González Goce / De Conatus.

La segunda historia que quiero destacar, y que en sí misma es un cuento dentro de la amplitud de la novela, retrata, ya en la segunda parte del recorrido, al protagonista de niño, en compañía de su hermana Alida, caminando ambos por una ruta prohibida, ya que su madre les ha dicho que no bajen a la playa, al muelle, al cobertizo. Pero los niños se van alejando del entorno de la casa familiar; desobedecer es para ellos, principalmente para Asle, un desafío, una aventura. Y empuja a la hermana, y nosotros, lectores, presentimos el peligro mientras leemos, y la tensión narrativa se mantiene mientras los pequeños avanzan hacia la lechería, después de saludar a otro niño subido a una barca, y finalmente acaece la desgracia, aunque lejos de los hermanos, a los que la madre abraza con inmensa alegría por haberlos encontrado sanos y salvos cuando creía que algo grave les había sucedido.

Cuántas emociones, cuántas intensidades, es capaz de transmitir Jon Fosse. Cuántas teclas profundas logra tocar en nuestro interior. Hay dolor, miedo, alegría, revelación, en esta entrega. Algo se agita en el pecho mientras leemos, algo que en determinados trechos atraviesa el corazón… Antes me refería al Asle, ya un adulto de edad avanzada, que mira a su pasado, a su propia vida, como quien contempla una película. Es como cuando pasamos un álbum de fotos antiguas y nos vemos en el ayer, tal vez preguntándonos qué hay de nosotros en las personas que fuimos, en nuestro yo de niños, de jóvenes, cuánto de lo que hemos sido pervive y sigue nutriéndonos. Hay imágenes, fragmentos, aconteceres, que se nos quedan grabados; otros se difuminan con el paso del tiempo, y puede que, tras tanto recrearlos, acaben convirtiéndose en ficción.

Cuántas emociones, cuántas intensidades, es capaz de transmitir Jon Fosse. Cuántas teclas profundas logra tocar en nuestro interior. Hay dolor, miedo, alegría, revelación, en esta entrega. Algo se agita en el pecho mientras leemos, algo que en determinados trechos atraviesa el corazón…

Todos estos pensamientos acudían a mí mientras iba leyendo, mezclados a su vez con los pensamientos hilados del protagonista, con su monólogo, con su oración. Junto a esos tramos inolvidables de los que he dado cuenta, capaces de conmover hondamente, se encuentran los recuerdos –que se vuelven muy nítidos, que se convierten en narraciones dentro de la gran narración–, de lo vivido junto a Madre, Padre, Hermana, Abuelo, Abuela…, que así son nombrados en una corriente que fluye, que nos arrastra en movimientos que avanzan y retroceden, siguiendo el ritmo de la conciencia, sin puntos de separación entre los párrafos, solo espacios, solo silencios… 

Y están los diálogos de Asle con su vecino y amigo Asleik, un granjero y pescador con una indudable intuición para captar la esencia de las cosas. Con él mantiene el pintor una relación de cuidado mutuo, pues el uno y el otro intercambian lo que tienen y acompañan sus soledades en el pequeño y aislado pueblo de Dylgja. Asle le entrega cuadros que este regalará a su hermana cada Navidad y también parte de las compras que hace en Bjørgvin, recibiendo a cambio leña y productos del mar y de la tierra. Disfrutamos de la sencillez de sus encuentros, de las comidas que comparten, de las conversaciones entre ambos sobre la vida, sobre la pintura, del mismo modo que de las que el artista mantiene con Beyer, su galerista de toda la vida.

Hay inocencia, ternura y humor, también humor, en esos intercambios.  Asle se suele perder en la ciudad como nosotros podemos perdernos en los laberintos que traza su recorrido. El juego del desdoblamiento no solo se da en Asle, también afecta al personaje de Guro. Esta es la hermana de Asleik que tiene su casa llena de cuadros de nuestro pintor, y a su vez una mujer enigmática, que tiene exactamente la misma apariencia y que se aparece, una y otra vez, en el entorno de Bjørgvin, en sus locales, en sus esquinas. Las dos comparten muchas cosas en común, hechos que se enredan y nos enredan, mientras la historia sigue avanzando.

En la parte central del camino (bajo el título Yo es el otro se reúnen las novelas III, IV y V) se narra la juventud de los dos Asles. Asistimos a la formación de ambos en la escuela de arte, a sus relaciones amorosas, a la amistad de ambos con Sigve, a través del cual introduce Fosse referencias a la poesía, a la lectura de autores como Samuel Beckett, Georg Trakl... El enamoramiento de Asle y Ales parece fruto del azar, o de la providencia, desde su comienzo, y no tiene quiebras, aunque se ve truncado por la muerte de ella; el camino del “Tocayo” es mucho más conflictivo, ofrece más aristas.

En el último tramo (Un nuevo nombre, partes VI y VII) el protagonista se enfrenta al conjunto de su vida, atisbando ya su final, su propia decadencia. Ha cumplido el deseo de tener un perro, Brage, que llega a él de manera inesperada, y aún desea hacerse con un barco (dos cosas que necesita una persona, según piensa, para llevar una buena vida). Las imágenes que se le han ido agarrando a la cabeza se van fundiendo en “un apacible silencio” y se siente embargado por “una especie de paz”, dando gracias por todo lo vivido, por cada año que tuvo la oportunidad de pasar con Ales.

Jon Fosse, en la Feria del Libro de Frankfurt (2019). Foto: Beatriz González Goce / De Conatus.

Septología es también una obra sobre las pérdidas en sentido amplio, sobre las heridas y vacíos que dejan las personas queridas que se van y sobre lo que perdemos, lo que dejamos de ser, sin ellas. Asle pierde a la hermana, a la abuela, a Ales… Y ha de vivir con todo ese dolor, recurriendo al arte como salvación, a la recurrente evocación de los recuerdos. Los momentos vividos se hacen presentes una y otra vez, los pensamientos se mezclan. Hay sufrimiento, hay miedo, duelo, oscuridad, pero él reza, escucha, se escucha. Mira hacia dentro, atraviesa los pasadizos de su existencia y nos lleva de la mano hacia nuestro propio interior, haciendo nuestras sus pérdidas, porque también las conocemos y sabemos de los hondos huecos que dejan a su paso. 

Al principio de este texto os decía que Septología es una entrega abarcadora, pues engloba muchos de los hallazgos de Jon Fosse en libros anteriores e introduce guiños a personajes e historias que le han ocupado a lo largo del tiempo. En un momento dado, por ejemplo, se alude al pintor noruego Lars Hertervig, un ser atormentado que protagoniza su novela Melancolía. Y es la meditación sobre la vida y la muerte, sobre el nacer y el morir, la que late en Mañana y tarde, obra recientemente coeditada en castellano por los sellos Nórdica y De Conatus.

Quienes hemos leído Trilogía, una novela en tres partes que participa de la capacidad hipnótica del autor, de los paisajes de los fiordos noruegos, de atmósferas y ritmos envolventes, del abrazo entre los tiempos de la vida, encontramos elementos de afinidad, de continuidad, entre ambos libros. Hay ecos de esta historia, donde también uno de los protagonistas se llama Asle y donde se cuenta el peregrinaje de una joven pareja que se enfrenta a un entorno hostil, nada hospitalario, cuando busca un lugar para que ella pueda dar a luz, en la primera novela de la Septología.

«Trilogía», novela que narra la historia de una pareja enfrentada a un entorno hostil, participa de la capacidad hipnótica del autor, de los paisajes de los fiordos noruegos, de atmósferas y ritmos envolventes, del abrazo entre los tiempos de la vida.

En ella Asle piensa que lo único que le hace soportable la Navidad es la narración del nacimiento de Jesús, que interpreta de manera libre y hermosa, componiendo el relato de la unión de un joven y una joven que echan a andar para encontrar un sitio donde ella pueda alumbrar a la criatura que lleva en el vientre. En este caso acaban encontrando un establo y, a partir de ahí se va desarrollando un relato muy similar al que conocemos, con presencia incluso de la estrella que guía a tres extraños hombres que quieren ofrecer sus regalos al recién nacido. Asle recrea un relato lleno de luz, la luz que nuestro pintor necesita para aguantar la Nochebuena y no tener que enfrentarse a todo lo que le duele. 

La música es clave en Trilogía, y aparece en el recorrido de Septología a través del personaje secundario de un violinista capaz de elevar las almas con su arte, pero fatalmente tocado por su adicción al alcohol, una constante en el territorio Fosse. Antes me refería a algunos rasgos biográficos de su discurrir narrativo, ahora añado que también fue músico, que tocó la guitarra (como el Asle narrador) y el violín. Y me detengo en lo mucho que revela el escritor de su proceso creativo a través de la figura del pintor; pues las búsquedas artísticas son muy semejantes a las literarias. Vemos al propio Asle reflexionando continuamente sobre su trabajo, pero también el amigo Asleik es capaz de detectar el sentido profundo de la creación. En ocasiones da la impresión de que los pensamientos del artista se traspasan al pescador y granjero. Fosse nos conduce a un entramado de vasos comunicantes, de puentes tendidos hacia la comprensión.

Asleik es listo, es capaz de decir cosas muy inteligentes y de una manera que te hace entender algo que no entendías antes, verlas de un modo en que no las veías antes, y supongo que eso es justamente lo que intentas hacer cuando pintas, ver algo como si lo vieras por primera vez, no, no sólo eso, sino que lo ves de nuevo y lo comprendes al mismo tiempo…”, voy leyendo, y no puedo evitar comparar este extracto con unas declaraciones del escritor, con una de sus respuestas al cuestionario que tuve oportunidad de enviarle cuando se publicó en España su Trilogía. “Suelo decir que para mí escribir es escuchar. Pero lo que estoy escuchando, en realidad lo que estoy escribiendo, tiene que ser nuevo de alguna manera. Tiene que transformar lo común en algo más o menos diferente. Escribir es saltar a lo desconocido, y si tengo suerte puedo llegar a conseguir algo que antes no existía, una manera de ver, de experimentar, con unos personajes que nunca habían visto la luz antes de que yo los creara”.  

«para mí escribir es escuchar. Pero lo que estoy escuchando, en realidad lo que estoy escribiendo, tiene que ser nuevo de alguna manera. Tiene que transformar lo común en algo más o menos diferente», Ha declarado el Premio Nobel de Literatura 2023.

A lo largo de las siete novelas que componen el camino narrativo tan especial del que os estoy hablando, hallamos otras muchas similitudes entre el narrador y el autor: la importancia del silencio para levantar una obra que bebe de la exploración de los adentros; la búsqueda de la soledad y el aislamiento; el rechazo de la comercialidad y de la participación excesiva en el mundillo cultural (el pintor no acude el día que se inauguran sus exposiciones y ha dejado de conceder entrevistas; Fosse mide mucho sus apariciones públicas, es poco amigo de desplazamientos y eventos sociales…)

Jon Fosse fotografiado por Agnete Brun.

Jon Fosse está en sus libros, sin que ello tenga nada que ver con la práctica de la autoficción. Es ahí donde lo encontramos. He intentado ahondar en todo lo que me ha entregado esta obra y concluyo que, aunque me he afanado en ello, es difícil explicar lo que nos regala el autor noruego en este sublime recorrido que toca radicalmente nuestra sensibilidad, que atrapa la complejidad de la vida. Mi convicción de que cada lectura es una experiencia única, capaz de entablar diálogos diversos, se acentúa en este caso. He intentado apresar lo que me ha dicho a mí, pero a cada uno de vosotros os abrirá compuertas diferentes. Estamos ante una gran historia de amor y también de amistad; ante un recorrido en busca de Dios, de la esencia, de la luz; ante una novela sobre el discurrir de la vida, el paso del tiempo, las pérdidas, el agradecimiento.  

Quiero finalizar este texto con esta última palabra, agradecimiento. El protagonista da gracias por el tiempo compartido con Ales, y, a través de sus rememoraciones, sabemos que agradece las otras compañías de su vida, compañías que sigue celebrando en los momentos en los que se sienta en su sillón, centrándose en un punto fijo desde el que mirar las olas del mar de Sygne, o mientras conduce lentamente, concentrado, en días despejados o bajo la nieve, desde el pequeño pueblo de Dylgja, rumbo a la ciudad de Bjørgvin. 

«SEptología» ES una gran historia de amor y también de amistad; un recorrido en busca de Dios, de la esencia, de la luz; una novela sobre el discurrir de la vida, el paso del tiempo, las pérdidas, el agradecimiento.  

A su lado nosotros, lectores, recuperamos esa noción de agradecimiento, ese dar las gracias por el tiempo que vivimos, por el tiempo que compartimos con los otros; por las bondades, los cuidados,  los afectos que recibimos, capaces de hacernos sobrellevar las heridas. Hay una sensación de serenidad, de alegría, que en determinados trechos nos embarga, a la par que al protagonista. Agradecimiento, pues, y serenidad. Puede que ahí radique la grandeza de esta obra que consigue atrapar un atisbo de luz, que nos arranca de las prisas, de las crueldades del presente, y nos traslada a una dimensión desde la que poder reconocer los caminos de la fraternidad, de esa espiritualidad tan escasa en las sociedades occidentales. 

El discurrir lento de estas siete novelas, que transcurren en un breve espacio de tiempo, en los días anteriores a la Nochebuena; pero que se prolonga a lo largo de toda una existencia a través de la rememoración, lleva a compartir días y días de lectura y complicidad con sus personajes. Confieso que me dio pena cerrar la última página, dejar a Asle con su oración, con la oración con la que termina cada entrega. 

Regreso a un fragmento que he subrayado, vuelvo a escucharle: “Ahora lo único que deseo es silencio, un silencio absoluto, que caiga sobre mí un silencio como la nieve, y que me cubra, pues sí, que caiga un silencio sobre todo lo que existe, y también sobre mí, eso, sobre mí, ojalá nieve sobre mí un silencio que me cubra, que me haga invisible, que lo haga todo invisible, que logre que todo desaparezca, pienso, y desaparecerán todos los pensamientos, todas las imágenes que se han acumulado en mi recuerdo y me atormentan y yo estaré vacío, solo vacío, me convertiré en una nada silenciosa, en una oscuridad silenciosa, y quizá lo que tengo en mente sea la paz de Dios, o quizá no, quizá no tenga nada que ver con eso que llamamos Dios…”

Confieso que lamenté perder voces cercanas, que me habían acompañado y mostrado algo nuevo, paisajes interiores inexplorados, y que, de algún modo, se han quedado dentro de mí. Me veo ya, frente a determinadas situaciones, diciendo: “como en las novelas de Fosse…” Confieso, sí, un cierto desconsuelo cuando hube de acometer el trecho final, que intenté demorarlo lo más posible. Sé que todo está dentro del libro, de los libros, que puedo recuperarlo simplemente volviendo a abrirlos, pero, en cierto modo, salvando las distancias, es como cuando perdemos a alguien que queremos, y sentimos que sigue dentro de nosotros, y no por eso deja de dolernos, todo lo contrario. Nos duele la ausencia, echamos de menos lo que tuvimos, sabedores de que ya no habrá vivencias nuevas a su lado, conversaciones distintas sobre lo divino y lo humano, risas, abrazos… Solo nos queda recordar lo vivido, ir uniendo los hilos una y otra vez, como hace Asle, dispuesto siempre al asombro ante lo misterioso, ante la luminosa oscuridad que tanto busca.

Septología, una novela en siete partes, ha sido publicada por la editorial De Conatus. Inicialmente apareció en cuatro tomos, de 2019 a 2023: El otro nombre I y El otro nombre II; Yo es otro (reunión de las partes III, IV y V) y Un nuevo nombre (VI y VII). Desde hace poco, coincidiendo con la concesión del Premio Nobel, se ha editado en un solo volumen.Ha sido traducida, al igual que Trilogía, por Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun.

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