Amélie Nothomb y la historia de su padre, un relato del “júbilo de la vida”

Foto cabecera © Johanna Marghella /

Emma Rodríguez © 2023 / 

Desde el vehículo que me ha trasladado hasta el monumento, he contemplado el mundo y he empezado a apreciar su belleza. Qué lástima tener que abandonar un lugar tan espléndido. Qué lástima, sobre todo, haber necesitado veintiocho años de experiencia para ser así de sensible”. 

Quien nos lo cuenta es el protagonista de Primera sangre, de Amélie Nothomb, quien, cuando se encuentra ante un pelotón de fusilamiento, experimenta la “revolución extraordinaria” de sentirse vivo, la intensidad de cada instante. Son reales las peripecias que narra la escritora en esta entrega con la que rinde homenaje a la figura de su padre, el personaje que habla, un diplomático que, en el verano de 1964, cuatro años después de lograda la independencia del Congo Belga, siendo él cónsul en Stanleyville, se convirtió en una figura crucial en la mayor toma de rehenes del siglo XX.

Los 1.500 blancos que vivían en la ciudad, sus compatriotas, fueron apresados en un hotel de la ciudad por los partidarios de una recién proclamada “república popular”, enfrentada al gobierno central, al que intentaban presionar con los rehenes, un gobierno que contaba con el beneplácito belga y con apoyos internacionales y cuyos dirigentes habían derrocado y asesinado al que fuera su líder, Patrice Lumumba.

El hombre que se sentía responsable de toda la gente que junto a él fue apresada por los rebeldes, era Patrick Nothomb, el padre de la escritora. Fue salvado de la muerte en el último momento, cuando se encontraba en el paredón ante 12 hombres armados, gracias a la intervención de Christophe Gbenye, el presidente del nuevo estado insurgente, quien hizo parar la operación y se dirigió a la víctima preguntándole qué le había parecido la pequeña broma. Todos estos acontecimientos fueron contados por quien los vivió en un libro titulado En Stanleyville, publicado en Francia en 1993 y reeditado en 2007.

el padre de AMélie Nothomb Fue salvado de la muerte en 1964, cuando se encontraba en el paredón ante 12 hombres armados. Era Cónsul en la ciudad de Stanleyville, en el Recién independizado Congo Belga. la escritora lo cuenta en «Primera sangre».

Los hechos están ahí, contados de manera objetiva, fiel su autor al transcurrir histórico, pero sin alarde alguno de emocionalidad, una carencia que se convirtió en el detonante para que Amélie Nothomb volviera a ese momento crucial en la vida de su progenitor, a ese momento que marcó y definió su existencia. La autora ha insistido en ello en las ocasiones en que se le ha preguntado por los orígenes de su novela, señalando que tuvo la necesidad de imaginar lo que sintió su padre, cuáles fueron sus  emociones ante esa circunstancia extrema.

Ese fue el germen de este libro, a la vez que un intento de dar salida al duelo, pues decidió escribirlo tras el fallecimiento del padre en marzo de 2020, en los primeros días de confinamiento, sin que pudiera despedirse de él, una circunstancia dolorosa a la que sobrevino un largo diálogo mental mantenido con quien ya no estaba, pero permanecía muy cerca, hasta tal punto de que la autora sintió que él le pedía que contase su historia.

En las primeras páginas de la novela el protagonista hace mención a su dramática vivencia, similar a otra que en el pasado había idealizado, la del escritor ruso Fiódor Dostoievski. Efectivamente, el autor de Crimen y castigo se libró de la muerte cuando estaba a punto de ser ejecutado junto a otros intelectuales por sus críticas al zar Nicolás I, quien en el último momento intervino y les perdonó la vida a cambio de que fuesen encarcelados en Siberia, donde habrían de realizar trabajos forzados. Amélie Nothomb tuvo muy presente esta peripecia mientras elaboraba la narración. Sin duda, Dostoievski se convirtió en otra persona tras vivir algo así, lo cual influyó poderosamente en su literatura, del mismo modo que su padre no pudo seguir siendo la misma persona.     

Hay una escena muy poderosa en la que el jefe de los rebeldes que le salva la vida le pregunta al diplomático si está casado y cuántos hijos tiene. Al responderle que dos, un niño y una niña recién nacida, éste le plantea si desea tener un tercero. “Eso dependerá de usted, señor presidente”, le contesta. Amélie Nothomb nació después de esta experiencia, se convirtió en la tercera hija, por lo que la escena adquiere un gran valor. Transmite la idea de que ella nació de un renacer, de un intenso ímpetu de vida surgido de la cercanía a la muerte. La transmisión de la alegría de vivir define el discurrir del personaje central a partir de ese momento y le hace caminar hacia atrás, hacia su pasado, en busca de los momentos clave que le definen y que se acaban convirtiendo en revelaciones. He aquí uno de los logros de esta entrega que fue galardonada con el Premio Renaudot en 2021.

Una entrega sobria en la que la escritora vuelve a demostrar cuántas verdades esenciales se pueden alcanzar, cuántos grados de intensidad, sin necesidad de alargarse, no contando más de lo necesario, abriendo silencios altamente sugerentes. Reconozco, como me pasa con otros de sus libros, que hubiera preferido más, un desarrollo más amplio. Me doy cuenta ahora de que en otro artículo sobre la literatura de Nothomb escribí lo mismo… Al acabar de leer Primera sangre, pensé en una continuación en la que la propia autora se sumara al relato en primera persona del padre y lo contase desde su punto de vista… Expreso en estas líneas mis deseos de lectora, divagaciones, en fin, que no tienen demasiado sentido, si acaso reconocer el deseo de seguir alargando la lectura de un libro realmente interesante, cautivador.

Lo que hace en esta obra Nothomb es convertirse en el padre, darle voz, y como es habitual en ella, construir una historia atravesada de bosquejos de otras historias posibles. No ha sido otra su intención: definir con claridad los marcos de la narración y no sobrepasarlos, moviendo con agilidad los recuerdos, los tiempos y ritmos, hasta alcanzar zonas de luz, de hallazgo. 

Os decía que uno de los grandes méritos de esta novela es apresar lo que el protagonista define como una “revolución extraordinaria”: ser consciente de la maravilla de estar vivo, “sentir júbilo por respirar”, percibir la grandeza de cada instante, por mínimo que sea; algo que solemos experimentar en momentos de peligro, de enfermedad, de miedo superado. De la muerte le ha salvado un hombre con el poder suficiente para hacerlo, pero también su don con la palabra, su capacidad para dialogar durante meses con los captores con el fin de prolongar el posible exterminio, el momento final, el desenlace atroz.Nunca había recibido enseñanzas filosóficas tan radicales constata el hombre capaz de ganar horas, días, con sus argumentaciones, con sus historias, alegatos, aproximaciones a los deseos de quienes se enfrentaban a la autoridad en busca de nuevos horizontes. He aquí otro aspecto muy interesante de este libro que celebra la fuerza de la comunicación, de las narraciones.

uno de los grandes méritos de esta novela es apresar lo que el protagonista define como una “revolución extraordinaria”: ser consciente de la maravilla de estar vivo, “sentir júbilo por respirar”, percibir la grandeza de cada instante.

La vida de mil quinientos rehenes dependía no ya de mi elocuencia, sino de mi aptitud para participar en esas asambleas formidables”, escuchamos a Patrick Nothomb, quien cada día debía convencer a los rebeldes de su indignación ante el estado de las cosas, pese a su imposibilidad para cambiarlas; de que el colonialismo ya no estaba vigente”, de que definitivamente Bélgica había perdido y él lo celebraba. 

Las palabras pueden salvarnos, parece proclamar esta novela que en el fondo nos habla del poder de la ficción y nos lleva a pensar en el traspaso de ese don del padre a la hija. Pese a su brevedad –no llega a las 150 páginas– la entrega se bifurca en diversos senderos, espacios alejados entre sí que acaban encontrándose. A partir de la vivencia extrema que nos es relatada, el protagonista hace balance de su pasado, mira hacia atrás, hacia su infancia, hacia sus orígenes. Y, mientras recrea su voz, Amélie Nothomb recupera su legado, se reconoce en sus raíces. 

Amélie Nothomb. Foto © Johanna Marghella

El tramo de la infancia me ha resultado especialmente cautivador; de hecho podría dar para un libro independiente, pues es una narración con tintes de cuento malvado, mágico, visual, muy sensorial. Se trata de la historia de formación de Patrick, un niño que perdió a su padre con ocho meses y no llegó a sentir el amor de una madre ausente, quien no consiguió perdonar al destino la muerte del marido, un militar que a sus 25 años perdió la vida mientras desactivaba minas.

Ese niño, criado con mimo por sus abuelos maternos, recibe el poderoso influjo de los Nothomb, sus allegados por parte paterna, una rama aristocrática belga venida a menos que vive en un castillo en el bosque (región de las Ardenas) en condiciones muy duras, sobre todo para los menores del clan, numerosos hijos de un extravagante barón (abuelo del protagonista, que es hijo de su primogénito), con ínfulas de poeta que los somete a una educación darwiniana, del sálvese quien pueda.

El tramo de la infancia REsulta especialmente cautivador, con sus tintes de cuento malvado, mágico, visual, muy sensorial. Es EL relato de Formación del pequeño Patrick Y el poderoso influjo que ejerce sobre él la extravagante familia Nothomb.

Las largas temporadas que pasa con ellos, sometido a humillaciones y ataques por parte de los otros niños, son una especie de preparación para el devenir del futuro diplomático, pues, en cierto modo, le arman para las situaciones extremas que ha de experimentar. En un momento dado es consciente de que si quiere sobrevivir en el entorno familiar ha de transformar su “carácter dulce” en “armadura; superar los miedos; moverse entre la desesperación y el éxtasis ante el constante descubrimiento, ante la sorpresa, ante la felicidad que surge de lo inesperado en momentos en que no se la espera. 

La adaptación del menor a esa existencia salvaje; su lucha ante un entorno hostil, marcado por la pobreza; su relación con los distintos miembros de la familia; su afán por comprender, por comprenderlos, y la admiración que, pese a todo, siente por ellos, adquiere una gran fuerza en el conjunto de la novela. El tiempo de la infancia se corresponde con el tiempo de la II Guerra Mundial (“Cumplí cuatro años. Había una guerra, sabía que era grave”). La relación con la madre, a la que el pequeño sólo consigue robar algunos momentos de felicidad, está contada con brillantez. 

La autora controla las distancias, los ritmos, las emociones, las intensidades. La narración de la vida de su padre, que participa de historias escuchadas, pero también de la necesidad de llenar silencios, de iluminar zonas en sombra, avanza hacia el momento en que el protagonista conoce a quien se convertirá en su compañera de vida, la madre de Amélie. Son páginas sobre el surgimiento del amor, sobre la defensa del mismo ante el abuelo Nothomb, que no considera a Daniéle apropiada para una familia que contaba nada menos que con un antepasado que redactó la constitución de Bélgica

Acostumbrada a construir historias extrañas, a explorar el absurdo de la existencia, muchas veces buceando en sus propias vivencias, esta autora tan prolífica, hacedora de mundos imaginarios que se mueven en coordenadas imprevistas, se ha encontrado en esta ocasión ante una gran historia que reclamaba ser contada y se ha sumergido en ella desde la curiosidad y el amor. A través de la voz de su padre nos regala un relato revelador sobre esos  momentos de la vida que nos hacen ser conscientes de su milagro.

Primera sangre, de Amélie Nothomb, ha sido publicada por la editorial Anagrama. La traducción del francés la ha realizado Sergi Pàmies.