Amos Oz: Luz, oscuridad y amor

Por Luis David Álvarez © 2018 / Cuando alguien me pide que le recomiende un libro y no conozco lo suficiente al posible lector, siempre recurro al mismo: Una historia de amor y oscuridad, la autobiografía de Amos Oz. Pienso en esa obra en primer lugar porque es esa la posición que le corresponde en mi lista de libros infalibles; lo son todos los que en su momento me ha dado pena terminar de leer o aquellos a los que podría volver sin temor al desencanto. Pero además de estos dos requisitos, este relato tiene para mí una virtud difícil de encontrar en otros; lo abra por la página que lo abra, el libro me sigue regalando tantos instantes de emotiva lucidez -sí, es una rara asociación- que necesito compartir sus virtudes con otros lectores.

Deseo que el relato de Oz proporcione tanto placer a otros como a mí aquella primera vez que caí rendido ante su prodigiosa mezcla de emoción e inteligencia, de rigor y frivolidad, de dureza e indulgencia, oposiciones habituales en la narrativa del autor. Estos pilares, forjados con imaginarios masculinos y femeninos enfrentados, sostienen todas sus novelas. Son contrarios de rasgos difusos, útiles para explorar lugares tenebrosos donde los destellos de luz no terminan de disipar la bruma de la melancolía, u otros de peculiar luminosidad oscurecidos por pasiones tendentes a afianzar el aislamiento de quien las concibe.

La soledad, instancia mediadora entre estas dos fuerzas opuestas, enfrenta a personajes masculinos y femeninos en amoroso desacuerdo que se resisten a abandonarse al otro porque están atrapados en un tupido manto de recelos, desconfianzas y rencores con el que se protegen de sus parejas; el deseo de fusión está impedido por la dificultad para el encuentro, y esta tensión es la que realmente dinamiza la narrativa del autor. Las relaciones amorosas están a menudo tiznadas de sarcasmos, condescendencia, rencor y suspicacia, pero casi nunca dejan de ser lo que son; las sombras no mitigan la luz, sino que a menudo la resaltan, y viceversa: la luminosidad sirve a menudo para delatar la profundidad de las tinieblas con las que se enfrenta.

Deseo que el relato de Amos Oz proporcione tanto placer a otros como a mí aquella primera vez que caí rendido ante su prodigiosa mezcla de emoción e inteligencia, de rigor y frivolidad, de dureza e indulgencia, oposiciones habituales en la narrativa del autor.

En todas las novelas de Amos Oz que conozco el enfrentamiento entre el imaginario de carácter masculino y el femenino es constante. El primero aspira a ordenar el desconcierto del segundo recurriendo a una lógica que casi siempre se hace trizas contra el maremoto emocional de la mujer; por otra parte, es ella la que matiza la rigidez masculina con sombras y veladuras que jamás puede permitirse su pareja. Así ocurre con Teo y Noa, en No digas noche, una pareja sin hijos que narra por separado su desencuentro en largos monólogos. El papel de hijo fantasma correspondería a un alumno drogadicto enamorado de Noa, cuyo padre pretende organizar una sospechosa fundación en honor al vástago fallecido.

Aunque se atreven a ser infieles, realmente no lo consiguen. El sexo y los amantes no llegar a romper un vínculo fortísimo hecho de amor y oscuridad, la que aporta cada uno de los miembros de la pareja a una relación que tiene serias dificultades para consolidarse. Teo frecuenta la compañía de mujeres jóvenes y al amanecer vuelve «a convertirse en un extranjero correcto. Amable, considerado, retraído. Y obligado a continuar su camino”. Es un solitario con ansias de unirse a un ser a quien pueda amar. Esa persona parece ser Noa, una romántica profesora de literatura empeñada en localizar un lugar para una fundación en honor a un alumno drogadicto enamorado de ella. El lugar del hijo terminará por ocuparlo un acuerdo entre las respectivas soledades de los miembros de la pareja: “Te acuerdas una vez en Caracas, me dijiste […] que una pareja sin hijos se pasa el tiempo corrigiéndose mutuamente […] Pese a todo, hay momentos en que, efectivamente me gustaría estar en tu lugar y quisiera que tú estuvieses en el mío”. Noa se rinde por fin ante la evidencia de que no puede hacer nada por la memoria de su alumno muerto y decide permanecer al lado de Teo, a tientas, caminando hacia él en la oscuridad. Porque la tiniebla puede ser un espacio fecundo en el que los personajes lleguen a crecer, además de una instancia siniestra que fosiliza sus afectos, como comprobaremos más adelante, cuando hablemos de la autobiografía de Amos Oz.

En la oscuridad se esconden los secretos que los niños Maya y Mati descubrirán en De repente en lo profundo del bosque. Internándose en su espesura llegarán a averiguar por qué en el pueblo en el que viven ya no se aprecia la presencia de ningún animal. Todos ellos han desaparecido, los habitantes del lugar han conseguido convencerse de que jamás habían existido o fingir que los han olvidado. Se dice que en la oscuridad de la noche Nehi, el diablo de la montaña, abandona su palacio y se lleva los pocos animalillos escondidos que todavía quedan en el pueblo. Los niños no deben salir jamás de casa de noche, “porque la noche es muy peligrosa. La oscuridad es un enemigo cruel”. Pero el peligro es tentador, porque “desde el corazón de los espesos bosques de coníferas que rodeaban el pueblo por todas partes, llegaba de la mañana a la noche un turbio olor a oscuridad. Incluso durante los meses de verano penetraba en el pueblo desde los bosques una especie de sombra oscura de invierno”.

El peligro del bosque solamente tienta a dos niños de entre todos los que viven en el pueblo, por eso comienzan a ir siempre juntos a todas partes hablando de su afición con mucho cuidado, pero eso no les evita los chismorreos. En el pueblo hasta se dice que han comenzado a ser pareja, lo cual todavía los une más, pero no tanto como la primera vez que ven un pez juntos. Después de eso, despreciando las advertencias de sus mayores, se encontrarán con Nimi, un ser libre que prefiere pasar por apestado de una extraña fiebre antes que seguir las pautas de comportamiento que rigen en el pueblo.

El bosque tenebroso resulta ser un paraíso en el que viven hombres diferentes que han sufrido la burla y el desprecio de sus semejantes y por eso deciden apartarse de ellos y ponerse salvo entre los árboles prohibidos. Eso es más o menos lo mismo que han hecho Maya y Mati, pero deben volver a casa; después de haberse atrevido a penetrar en lo profundo del bosque, despreciando tanto los consejos como los miedos de sus mayores, los niños regresan al pueblo dispuestos a cambiar las reglas del juego social: ellos no van a maltratar al diferente, ni lo van a apartar como hicieron los vecinos con los monstruos que se han retirado en el bosque. En esta parábola sobre el respeto a la diferencia, la oscuridad de lo desconocido es una manera de ampliar los límites de la mente, y también un escenario en el que se consolida la infantil pareja.

En la novela «De repente en lo profundo del bosque» el bosque tenebroso resulta ser un paraíso en el que viven hombres diferentes que han sufrido la burla y el desprecio de sus semejantes y por eso deciden apartarse de ellos y ponerse salvo entre los árboles prohibidos.

La sabiduría también se protege con la oscuridad en Una pantera en el sótano. En esta novela la madre es profesora de inmigrantes huérfanos que vienen “del valle de la sombra de la muerte”, y el padre un activista que conspira  para expulsar al invasor de la que será futura tierra de promisión, el Jerusalén del último año del dominio británico. El padre quiere ayudar a construir un estado hebreo libre, deseo que implanta en su hijo; así, el niño pretende sabotear a los invasores mediante acciones propias de su edad, pero llega a simpatizar con un soldado inglés, por lo que pasa a convertirse en un traidor a la causa paterna.

Se siente también traidor por no contar la historia adecuada a los intereses de los suyos o por no guardar silencio para protegerlos. De eso mismo se acusa al propio autor: Amos Oz es considerado un traidor a la causa de su país por los ultranacionalistas que se oponen a la existencia de un estado palestino en un país vecino de Israel.

En esta novela el niño protagonista es un ser capaz de interesarse por el idioma de un invasor con quien ha entablado amistad en contra de los rígidos mandatos paternos, porque se trata de un enemigo atípico: es un inglés simpático, despistado e interesado por las costumbres locales de quienes lo consideran enemigo. El padre castiga al niño a permanecer en la penumbra de su cuarto por haber sido un traidor a la causa del pueblo judío haciéndose amigo de la persona menos indicada, y la madre, como es habitual en la narrativa de Oz, intercede por el hijo acusando al padre de sordera, de inflexibilidad y de desatención en su afán de suavizar la tensión existente entre los personajes masculinos de su casa. El de la madre suele ser el personaje encargado de matizar la rigidez de los varones con destellos de compasión y respeto por la diferencia; algo que ocurre en la autobiografía de Amos Oz.

Amos Oz es considerado un traidor a la causa de su país por los ultranacionalistas que se oponen a la existencia de un estado palestino en un país vecino de Israel.

En otra de sus obras, Conocer a una mujer, el autor cuenta la historia de Ibriyya y Yoel; una profesora de literatura y un militar aturdido por el deseo. Los dos son capaces de compasión y de ternura y se esfuerzan mucho por complacerse mutuamente. He aquí un ejemplo perfecto de la sustancia de la que están hechas las uniones matrimoniales en los relatos de Oz. En ellos no se encuentran muestras de amor romántico, y aunque existen arrebatos de pasión, eso no quiere decir que sean correspondidos en igual medida por el otro miembro de la pareja. No existen ni representaciones ni ensoñaciones de amor ideal, por eso tampoco hay lugar para el desengaño en ese ámbito; el desencanto tiene más que ver con las propias esperanzas frustradas por una vida que nunca las colma. El amor matrimonial no es un acuerdo instalado permanentemente en el lado de la luz, sino que sobrevive en las tinieblas con el esfuerzo y la renuncia a los intereses personales de sus componentes.

En La caja negra las relaciones matrimoniales son mucho más tormentosas y anudan ligazones imposibles de borrar con otras uniones posteriores. Alec e Ilana se han divorciado y él se ha convertido en un intelectual respetado por sus estudios sobre el fanatismo, mientras que ella ha decidido permanecer en Israel al lado de un judío ortodoxo bastante ridículo. Boaz, el hijo, utilizado por Alec para hacer daño a su exmujer, se convierte en un joven particularmente violento, razón por la cual lo expulsan de todos los colegios. Ilana decide escribir a su antigua pareja para pedirle ayuda, pero en realidad lo que pretende es retomar el contacto con el hombre de su vida. Así comienza una novela epistolar en la que emisores y receptores analizan sus sentimientos tanto para justificarse como para enardecer al destinatario.

De nuevo estamos ante una pareja que se atormenta en presencia de su descendiente, y otra vez aparece el hijo como la posibilidad de superación de los desencuentros entre los progenitores. Boaz es la condición necesaria para que el vínculo entre los padres se mantenga, a la vez que genera una propuesta autónoma de futuro. Tras haber visto cómo sus mayores intentaron destruirse, decide construir un mundo diferente al que le han legado; la de Boaz es una propuesta integradora que supera la dinámica excluyente que ha tenido que sufrir en su familia. Finalmente el hijo volverá a reunir a sus padres en una nueva tierra saneada ofreciéndoles un espacio de paz contrario a la violencia que ellos generaron mientras estuvieron juntos. No hay un final luminoso en este relato, sino una nueva sabiduría de contornos indefinidos, mostrada, una vez más, con una redundancia de caracteres oscuros: “Le diré a Boaz que haga una gran cama […] Yaceremos bien despiertos y atentos con los ojos abiertos en la oscuridad […] Cuando me desees me pegaré a ti y sus dedos se deslizarán por nuestras espaldas. O puedes pegarte tú a él y yo os acariciaré a los dos […] Para que los tres seamos uno. Porque entonces, de la nada, de la oscuridad […] vendrán viento y lluvia, mar, nubes, estrellas para envolvernos silenciosamente a los tres.”

Es el momento de volver a la que considero su mejor obra, y para ello me apetece rescatar antes algunas de las palabras que el propio Oz ha dicho sobre su relato autobiográfico. Recuerdo una entrevista de Rosa Montero en el diario El País del 26 de octubre de 2007 que me llamó poderosamente la atención, mucho antes de haber leído al eterno aspirante a premio Nobel. La entrevistadora lo describe como un hombre minúsculo, atendiendo a la relación existente entre su portentosa cabeza y la pequeñez de su cuerpo, que a duras penas llega al metro sesenta de alto. En esa superficie diminuta vive una suerte de gnomo, según Montero “a la vez fuerte y delicado, a la vez niño y sabio”, que para mí representa -o da sentido- a esa tensión que después he podido advertir entre el amor y la oscuridad en sus novelas. Tengo perfecto derecho a imaginar la apariencia que me convenga del autor de las obras que más me interesan, y he de decir que esta descripción de Oz parece hecha a la medida de mi fantasía: es un hombre pequeño y sabio que cobija en una mente privilegiada un mundo oscuro en el que camina a tientas para no espantar al amor. El amor al semejante y al diferente.

Después de esta frivolidad que no he querido evitar, sigo recordando aspectos de la entrevista de Rosa Montero, sobre todo uno que me interesa especialmente, cuando la periodista pregunta a Oz por una novela que todavía no conozco (Rimando vida y muerte), señalando el carácter paradójico de su obra, “tan llena al mismo tiempo de luz y oscuridad”. Me parece muy acertada esa observación, porque la atención a esos dos opuestos es una constante en la narrativa del autor, pero lo que realmente me inquietó la primera vez que leí aquella entrevista fue la respuesta de Amos Oz, de la que deduzco que la luz es el resultado de haberla deseado y buscado. La periodista cuenta una historia en la cual un terrorista renuncia a hacer estallar la bomba que tenía preparada en el momento que visualiza a las posibles víctimas de su fanatismo, y Oz califica esta decisión como un momento luminoso producido por la luz de la compasión, la que surge tras haber dado un rostro a un enemigo que no lo tenía.

La escritora y periodista Rosa Montero, describe al escritor en una entrevista como un hombre pequeño, “a la vez fuerte y delicado, a la vez niño y sabio”, un hombre que cobija en una mente privilegiada un mundo oscuro en el que camina a tientas para no espantar al amor. El amor al semejante y al diferente.

Amos Oz

En los relatos de Oz no aparece la luz sin una dolorosa búsqueda a tientas entre las sombras del desamor -así ocurre en Conocer a una mujer-, o las del fanatismo -en Una pantera en el sótano-; entre las del odio y la rabia -en La caja negra– o las del miedo al otro -en De repente en lo profundo del bosque-. La luz aparece porque existe el anhelo de ver entre las sombras, y ese movimiento del alma consistente en ir en busca del otro para tratar de entenderlo no es otra cosa que amor. El amor es el ansia de ver en medio de la oscuridad.

La relación de los padres en la novela autobiográfica de Amos Oz es tormentosa, como todas las que he recordado antes. La madre es un ser oscuro y lunático que impone a su marido un respeto casi religioso, por eso en su voz se puede apreciar a veces “una mezcla de cobardía, distancia, afecto, respeto y temor; como si tuviese en casa a una adivina con una falsa identidad. O a una nigromante”. Ella cuenta extrañas historias al hijo, historias que no se parecen a ninguna otra: “Las historias de mi madre se movían en círculo y estaban como cubiertas de niebla: no comenzaban por el principio y no terminaban bien, sino que oscilaban en el ocaso, giraban alrededor de sí mismas, irrumpían por un instante de entre la niebla, maravillaban, estremecían y volvían a ser engullidas por la oscuridad antes de que pudieras ve lo que pasaba ante tus ojos”. Los relatos de la madre son una metáfora de su singular trastorno, que la sumirá en una profunda depresión de la que no sabrá salir y afectará a la convivencia doméstica, hasta el punto de que el padre confiesa a su hijo que su esposa se está castigando a sí misma para así castigarlo también a él.

Amos Oz. Fotografía por Kubik

El padre no soporta el silencio, porque cree que se dirige contra él o que él es el culpable de que se haya impuesto. He aquí la habitual tensión entre las parejas de los relatos de Oz, en este caso representada por un hombre “que tenía fascinación por lo sublime” frente a una mujer a la que “fascinaban la melancolía de la resignación y la nostalgia”. El resultado de esta oposición es un niño que se sabe observado y que observa para mantener la fascinación de su público. El hijo único soporta con elegancia el peso de la desilusión de sus progenitores sobre sus pequeños hombros; mientras, ellos pretenden dotarlo de todas las posibilidades que la vida les ha negado, por esa razón lo atiborran de cultura y buenas maneras, y así consiguen generar en familiares y conocidos un culto a la personalidad del heredero. Pero eso no es suficiente para consolidar la unión familiar.

Al final se impondrá la espesa oscuridad que separa a los padres de Amos Oz, quien a través de un sublime acto de amor -así considero su autobiografía- logra entender que aquel proyecto de familia organizado en torno a las dos soledades complementarias de sus padres era imposible: “mi madre se sentó apoyada en un árbol y mi padre y yo pusimos la cabeza sobre sus piernas, una cabeza en cada pierna, y mi madre nos acarició a los dos, incluso en aquel momento, el más querido de toda mi infancia, mil años de oscuridad nos separaban”. La madre no pudo encontrar un camino para poder orientarse en  medio de las tinieblas; consiguió dormir sin que los trinos mañaneros de los pájaros la pudiesen despertar, aunque nunca dejen de intentarlo desde entonces. Tal vez su hijo desee imitar ese canto esperanzado y todavía quiera despertar en sus novelas a la madre muerta permitiendo que sus personajes encuentren sentido a vivir en medio de la oscuridad.

Todos las novelas de Amos Oz a los que se hace referencia en este artículo han sido publicadas en España por Siruela.

La editorial tiene previsto publicar el próximo mes de mayo un libro de conversaciones con su editora israelí, Shira Hadad. 


Firmas Sumergidas

Luis David Álvarez nació el 25 de enero de 1962 y es doctor en Estudios Interculturales y Literarios por la UCM. Trabaja como profesor de Secundaria porque le gusta y escribe desde que se dio permiso para hacerlo. Es autor de las novelas La falta y Vas a morir y del ensayo El límite de lo masculino. Actualmente trabaja en Egg, su tercer proyecto narrativo, mientras aguarda la edición de sus trabajos en inmejorable disposición.

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