Mariano Antolín Rato: “Con Joyce descubrí que la literatura no era solo entretenimiento”

Por Emma Rodríguez © 2018 / En las primeras páginas de Silencio tras el telón del sueño, la última novela de Mariano Antolín Rato, se rememora la manifestación al Rectorado que en el Madrid de 1965 causó la expulsión de sus cátedras de los filósofos García Calvo y Aranguren. Los protagonistas de la historia, Pedro Velasco y Juan Gálvez, estuvieron allí. Fue en los ambientes universitarios de la década de los 60, en medio de la represión franquista y de los excitantes descubrimientos de la juventud, donde se forjó su amistad, una amistad en la que irrumpe la figura de Kay Quirós, una mujer que simboliza el anhelo de libertad y modernidad en una época de sometimiento y castigo.

Estamos ante un retrato generacional, ante el devenir de unos personajes en proceso de formación que el autor hace crecer entre contradicciones, regalándoles muchas experiencias de su propia biografía. Se trata de jóvenes estudiantes que buscan nuevas formas de amar y experimentan con las drogas; que van tomando conciencia de sus límites y fragilidades. Mientras nos adentramos en sus peripecias y comprendemos su deseo de huir de una España amordazada, recorremos la historia reciente de este país que en tantas cosas sigue anclado al pasado, incapaz de transformarse.

El arco temporal de esta novela es alargado. Etapas vitales, épocas y búsquedas se suceden a modo de fogonazos, a través de distintos hilos argumentales que se abandonan y se vuelven a retomar, de modo que el lector se siente estimulado a ir juntando las piezas, reconstruyendo los sucesos, hallando respuestas y sentidos al mismo tiempo que unos protagonistas a los que, de pronto, vemos con 50 años, no del todo derrotados porque han logrado salir adelante gracias a la vida paralela que han construido alrededor de la literatura, del arte, de la música…

La novela definitiva del último beat europeo”, leemos en la contrasolapa. “Una historia de amor rebelde que transcurre entre 1967 y 1977 –entre The End de los Doors y el No Future de los Sex Pistols–  y nos arrastra hasta la actualidad por diversas ciudades de Europa y América: Londres, Madrid, Gijón, Oviedo, Nueva York, Anchorage…”, nos dicen los editores de Pez de Plata acerca de esta entrega llena de rock, de deseo y de ganas por apurar la vida que nos devuelve a unos años que el propio Antolín Rato (Gijón, 1943) vivió intensamente.

De hecho, puede detectarse en su literatura un deseo constante de recuperar esa intensidad y de dejar constancia de que vivir literariamente puede convertirse en una forma de resistencia ante una realidad cotidiana, como él mismo dice, demasiado indecente. Así lo reconoce en esta entrevista que realizamos en un viaje que hizo recientemente a Madrid (quedamos en el Café Central y leía un ejemplar de Platón). Entre otras muchas cosas, ese día hablamos del momento en que él y María Calonje, su compañera de trayecto, optaron por abandonar los ruidos y excesos de la ciudad y retirarse a la localidad granadina de Motril, un lugar desde el que poder detenerse a contemplar las puestas de sol, mirarlo todo con una cierta distancia y seguir escribiendo.

En «Silencio tras el telón del sueño» late un deseo de dejar constancia de que vivir literariamente puede convertirse en una forma de resistencia ante una realidad cotidiana «demasiado indecente», como señala el escritor.

Su afán ha sido seguir adelante añadiendo relatos a un recorrido marcado por títulos como Fuga en espejo, Mar desterrado, Abril Blues, Botas de cuero español y Lobo viejo, entre otros, un avanzar sin pausa, fructífero, singular, alejado de los caminos trillados, que ha ido desarrollando a la par que una dilatada carrera como traductor, reconocida con el Premio Nacional de Traducción en 2014, y que le ha permitido analizar los mecanismos estilísticos de autores tan destacados como Kerouac, Burroughs, Faulkner, Scott Fitzgerald, Malcolm Lowry, Raymond Carver o Breston Ellis, por citar algunos.

–  En Silencio tras el telón del sueño nos acercamos a unos años duros, pero a la vez intensos, con un cierto halo de esperanza en el porvenir.

– Es que en mi opinión los años más divertidos, vivos y activos del siglo XX fueron tanto los 20 como los 60. Puede ser una cuestión biológica, porque en los 60 yo era joven y ahora ya soy un anciano, pero lo cierto es que cuando me encuentro con gente de mucha menos edad me doy cuenta de que dan mucha importancia a esa época, de que en cierto modo la mitifican. Entonces me digo que no debo estar tan equivocado, que la viveza de esos años ha pervivido… Fíjate lo que nos espera ahora con la celebración del cincuenta aniversario del Mayo del 68 francés

– ¿Guardas un recuerdo especial de ese momento?

– Yo nunca fui especialmente fan de Mayo del 68 porque me pareció que en realidad fue cuando se acabó la diversión. Lo digo un poco haciendo la broma aquella de “se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó parar” [estribillo de la canción de Carlos Puebla en referencia a Fidel y la revolución cubana]. En este caso lo que sucedió es que se introdujo la política a todos los niveles. Todo era política, cualquier acto… Hasta ese momento el rock and roll, por poner un ejemplo, era para muchos pura y simplemente una diversión, una diversión probablemente rebelde, pero a partir de ahí hasta la música se intentó politizar. Es cierto que hubo mucho enfrentamiento: a la familia, al municipio, al sindicato, pero no se pudo con el sistema. El sistema ha permanecido, aquello no sirvió prácticamente para nada. Si te fijas estamos en la misma situación, yo diría que, en este momento, incluso peor. Estamos viviendo en un caos que yo sinceramente no sé racionalizar. No acabamos de creernos lo que sucede, pero lo estamos padeciendo constantemente. Yo siempre había creído que, dada mi vida, no vería el final de la civilización en la cual fui educado. Y da la impresión de que estamos en un final, en un final que no parece que sea apocalíptico, porque en estos casos siempre viene después una especie de renacimiento. Ahora es como si asistiésemos a un final final. Como decía antes, puede que mi impresión responda a una cuestión biológica, sociológica. Puede que al estar ya en la última fase de la vida me parezca que se acaba todo, mientras que para la gente joven todo está empezando. Pero, insisto, lo preocupante es que hoy los jóvenes viven en un gran desconcierto, me atrevería a decir que mucho mayor que el que nosotros teníamos a esa edad.

– En la España de los 60 reinaba el autoritarismo, la mediocridad, pero había un descubrimiento permanente, un anhelo de cambio. Daba la impresión de que las cosas podían moverse desde el punto de vista político, también estético, pero ahora, en amplios sectores de la población, hay una especie de parálisis, de devastadora resignación…

– Sí, sin duda. Entonces el descubrimiento era una constante y teníamos el deseo de salir de ahí, de avanzar. En mi caso, de pronto me encontré con el movimiento “beat”, con el impulso del surrealismo. Había un grupo de escritores franceses, los del denominado “nouveau roman”, ahora medio olvidados, que para mí fueron fundamentales. Ahí estaba Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, la primera Marguerite Duras… Se han quedado marginados porque se les considera difíciles y se dice que representan una época ya pasada, pero yo los sigo leyendo y sé que están siempre presentes en mi literatura.

«Yo nunca fui especialmente fan de Mayo del 68 porque me pareció que en realidad fue cuando se acabó la diversión. Se introdujo la política a todos los niveles. Todo era política, cualquier acto… Hasta la música se intentó politizar».

– Pero se te relaciona más con los “beat”, a los que has traducido.

– Sí. Y debo decir que, curiosamente, a los «beat» los descubrí en Italia, cuando estudiaba filología italiana, durante dos cursos que estuve en Roma con una beca y entré en contacto con gente que los conocía. Llegué a los “beat” a través de su traducción al italiano y después pasé a leerlos en inglés. Para mí fueron fundamentales en mis comienzos como lector y como escritor, después de descubrirme Joyce que se podía hacer una literatura que no fuera pura y simplemente aventura.

– En tu novela hay muchas referencias musicales, artísticas, literarias… En un momento cobra relevancia Retrato del artista adolescente de Joyce, que es una obra de formación. También en tu libro hay crecimiento, aprendizaje, una constante búsqueda de identidad de los protagonistas.

– Sin duda, y, sin embargo, la anécdota del “artista adolescente” que aparece en la novela, reproduce con bastante fidelidad un acontecimiento que me ocurrió a mí. Yo nunca milité en ningún partido, pero sí era de izquierdas, naturalmente, y sí que participaba en las manifestaciones contra el régimen. Entonces todo estaba muy politizado y un día, en la facultad, mientras leía la novela de Joyce, una chica, a la que recuerdo perfectamente, me dijo que eso era lo que yo quería ser, un permanente artista adolescente; que tenía que hacerme responsable y abandonar esas tonterías de niño creído.

– Exactamente la escena donde se narra este episodio es muy significativa. Un estudiante con pinta de Trotsky, muy activo políticamente, se encuentra con Juan Gálvez, uno de los protagonistas, el poeta, y le dice: “Quédate con tus estudios literarios. Los que los escriben solo dejarán sus torres de marfil a tiros, que de las cosas de la plebe se ocupen los criados”. Escenifica las tomas de postura en ese momento. Los que querían cambiar el mundo políticamente y los que buscaban una transformación más personal, desde el punto de vista de la moral, de la estética, de la creación.

– Así es. En la novela la escena sucede en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, el famoso «Johnny»… El mismo personaje trotskista aparece después como director del Instituto Cervantes y miembro del PSOE. Así es como realmente ha ocurrido. Mucha de la gente de mi generación acabó en la política, ejerciendo de ministros, jefes de Estado. Felipe González apenas tiene tres años más que yo. Conozco de primera mano, contadas por gente próxima, historias de él de cuando era estudiante. De pronto, cuando algunos intentábamos hallar un modo de vivir libremente en medio de la situación, otros lo que buscaban era ser importantes, convertirse en dirigentes, acomodarse. Realmente el grupo del que yo formaba parte y al que pertenecen los protagonistas, fue un grupo minoritario en el Madrid de aquella época. No éramos los tradicionales progres sino gente que vivíamos más lo que pasaba fuera de España que lo que pasaba dentro. Yo, por ejemplo, venía aquí a buscar trabajo, traducciones, pero en cuanto podía me iba a Amsterdam, a Londres, donde podía vivir libremente, ser heredero de esa cultura y participar de ella, de su música, su literatura, su arte.

– Una y otra vez, en efecto, los protagonistas sienten la necesidad de huir y de hecho huyen. “Huirían, ellos creyeron que para siempre, del país que les contagiaba la parálisis ambiente”, leemos.

– Sí. Aquí hay un homenaje a Dublineses, donde Joyce habla constantemente de la parálisis intelectual que había en la Irlanda de su tiempo.

«Cuando algunos intentábamos hallar un modo de vivir libremente en medio de la situación, otros lo que buscaban era ser importantes, convertirse en dirigentes, acomodarse. Muchos acabaron ejerciendo de ministros, jefes de Estado… «

– ¿Hasta qué punto la novela parte de una cierta necesidad de hacer recuento, de recuperar la propia biografía a la par que la colectiva?

– Bueno, no creo que eso fuera lo que me propuse. Pero sí soy consciente de lo que dices. Mucha gente joven que ha leído el libro ha tenido una impresión similar. El editor, que tiene 32 años, me ha dicho que le he contado una historia que él no había vivido y que, sin embargo, le resulta cercana y hubiera querido compartirla. Por eso, en broma, he declarado que, en realidad, sin darme cuenta, había escrito una novela histórica, porque los acontecimientos básicos del libro, que van del 66 al 77, responden a lo que sucedió realmente, hace ya cincuenta y tantos años. Pero si nos fijamos, casi toda la novela tradicional del XIX se escribió 30, 40, 50 años después de lo que se cuenta en sus páginas. En realidad uno de los motivos por los que leemos es para revivir lo que se narra en una novela. Se trata de una experiencia que todos conocemos. Si nos adentramos, por ejemplo, en el Scott Fitzgerald de los años 20 y 30 revivimos esa época, la reproducimos.

– ¿Cuánto hay de Mariano Antolín Rato en las búsquedas de Pedro Velasco? ¿Has elegido a un pintor como protagonista en vez de a un escritor para disimular un poco?

– Una vez le preguntaron a la novelista Joyce Carol Oates cuánto hay de autobiográfico en sus libros, y contestó: “pues pongamos que un 30 por ciento”. Yo puedo decir lo mismo. Todos los libros son autobiográficos hasta cierto punto. Igual que te contaba antes lo del “artista adolescente”, puedo decirte que muchas otras anécdotas que aparecen en la novela tienen su origen en acontecimientos que he vivido, o los reproducen tal cual. Cuando me puse a escribir sobre mis personajes me di cuenta de que no me hacía falta ni siquiera documentarme, de que me funcionaba perfectamente la memoria para dar cuenta de muchos de los hechos y detalles que quería narrar. En cuanto a lo de elegir a un pintor como protagonista tiene que ver con que a mí me interesa mucho el arte y me apetecía reflexionar sobre ello. Pero también es cierto que cuando se habla de la pintura se puede estar hablando de la escritura, de la creación en general.

– ¿Qué salvarías, qué recuperarías de tu generación?

– El feminismo. Creo que ha sido el gran logro de mi generación. Lo demás: la revolución, el cambio político, no se han producido. Ha habido importantes avances en lo que respecta a la homosexualidad, a la transexualidad, pero el movimiento realmente fuerte, potente, ha sido el feminismo, ese impulso que ha llegado hasta hoy y ha sido capaz de montar lo que hay montado en estos momentos. Dentro de los restos del pasado, de las barbaridades que aún existen, el feminismo está reforzado, no cabe duda. Por eso no puedo decir que lo salvaría, está salvado, es lo que hay. Lo que he intentado reflejar en la novela, como decía antes, es el deseo que teníamos entonces de vivir el presente al máximo posible. Entonces no se pensaba tanto en el futuro ni se planteaban grandes cambios. Cuando el 68 francés, como decía antes, los propuso fue cuando se produjo el desastre; los obreros se pusieron en contra, no se logró nada realmente efectivo políticamente. Por eso, con lo que me quedo es con la intensidad, con esa sensación de que había que vivir plenamente el presente, hasta donde llegase. Hoy es diferente, preocupa mucho el mañana y realmente hay motivos… El cambio climático, por ejemplo, es algo real, que existe, que va a ocurrir.

«Creo que el gran logro de mi generación ha sido el feminismo, ese impulso que ha llegado hasta hoy y ha sido capaz de montar lo que hay montado en estos momentos. Dentro de los restos del pasado, de las barbaridades que aún existen, el feminismo está reforzado, no cabe duda».

– ¿Tus personajes femeninos son feministas? Kay Quirós es una mujer muy libre para su época.

– Creo que son bastante fuertes en general. Kay Quirós es una mujer independiente desde el primer momento, muy libre, dentro de sus circunstancias, claro. Tiene una manera diferente, menos posesiva, de afrontar las relaciones amorosas. La pareja protagonista opta por no vivir en la misma casa, algo que hoy sigue viéndose como muy raro.

– Comparando los 60 con el presente, ¿te podías imaginar la etapa de regresión, de pacatería, en la que vivimos actualmente en España y en otras partes del mundo?

– Para mí es bastante desagradable. Centrándonos en el panorama social y político español, los de Podemos son los más simpáticos que me caen, pero en el terreno cultural son tremendos. Se han empeñado en que la alta cultura es elitista. Y puede que haya mucho miserable en el terreno de la cultura, mucha casta, no digo que no, pero no es excusa. Ahí hay algo que falla. Hablando de esto, en Motril, que es lo que más conozco ahora y donde gobierna el PSOE, se celebraban conciertos de música clásica todos los sábados, y, seguramente por considerarlos elitistas se ha decidido que mejor programar flamenco, cantautores y cosas de ese tipo. Se les envió hasta una carta de protesta, pero no sirvió de nada, pese a que no atraen a la gente con las nuevas iniciativas.

– La cultura es el nutriente de los protagonistas de tu novela. El arte, la literatura, la música, les permite mantenerse al margen. ¿Hasta qué punto a ti te han ayudado a salir adelante, a resistir, en cierto modo?

– Para mí es un elemento tan vital como comer o beber. La música, la literatura, el arte… Todo ello me ha permitido vivir una vida paralela. No puedo terminar una novela sin tener algo en mente para seguir, porque si no me quedaría colgado. Necesito la escritura y la lectura. Leo y escucho música incesantemente. No me importa nada trabajar con música y, si algo echo de menos son las exposiciones. Por ello siento necesidad de viajar y aún me apetece salir de España de vez en cuando. Mi suerte es que Málaga me queda cerca y está ahora muy activa culturalmente. Pero en Motril tengo la sensación de estar como en otro sitio, como fuera de tu país, y tampoco está tan mal. Recuerdo que T. S. Elliot, hablando de Cumbres borrascosas, decía que “es una novela muy rara, porque ocurre en el infierno, pero hablan en inglés”. Pues a mí me pasa igual, porque estoy en otro sitio, no se sabe dónde, en un lugar cercano a África donde se habla en español (risas). Sí, volviendo a lo de antes: la cultura me ha permitido sobrevivir. Si no tuviera eso, qué habría hecho, no sé. Tengo un vecino que cultiva su huerta y a veces, desde mi ventana, veo como mira su huerta con gran placer. Realmente la gente busca una cierta estética aunque sea a otros niveles… Todos buscamos un poco de belleza, de placer, de bienestar.

– En todo lo que dices de Motril me recuerdas a Pedro Velasco, el pintor protagonista de la novela, ya de mayor, retirado en un pueblo apartado, muy parecido al tuyo…

– Sí, claro… En mi caso esto ha sido posible por mis ocupaciones: traducir, escribir, más traducir que escribir, porque es como principalmente me gano la vida. Me gusta mucho la sensación de disponer de mi tiempo. La zona donde vivo, además, es una zona campesina, en la que los de Motril solo van a cultivar los campos. Los vecinos que tenemos son unos holandeses, unos ingleses y unos chilenos. A ellos es a los únicos que vemos constantemente. Para ellos yo soy un guiri también. Y realmente, muchas veces, me siento así, como un guiri, como alguien que mira a la vida nacional desde fuera.

– Supongo que la práctica zen también te ha ayudado a mantener una saludable distancia.

– En efecto. A mí la meditación zen me ha permitido acceder a estados que no sabía que existían; darme cuenta, por ejemplo, de que tu cuerpo en realidad es el vacío y el espacio que te rodea es lo que existe. También me ha hecho ser consciente de que las cosas no son tan importantes ni tan angustiosas como nos creemos; de que la gente no es tan importante ni tan angustiosa y de que no es tan esencial que no se cumpla lo que uno se propone en la vida. No es la técnica, la parte física del zen, lo que me interesa, sino el estado mental que me procura. Cuando hago meditación a primera hora del día, cuando los momentos y las ideas se convierten en nubes que van pasando, es espléndido.

«La meditación zen me ha permitido acceder a estados que no sabía que existían y ser consciente de que las cosas no son tan importantes ni tan angustiosas como nos creemos, que no es tan esencial que no se cumpla lo que uno se propone en la vida».

– Antes decías bromeando que casi has conseguido una novela histórica. ¿Después de tus inicios experimentales te has ido decantando por una literatura más realista? Bueno, en cuanto a estructura, sigues practicando los saltos temporales, la no linealidad…

– La verdad es que yo no me considero experimental, aunque el camino me haya acercado a esos derroteros. Sí tengo claro que, en un momento dado, alcancé mi techo joyceano y que ya no me interesó seguir ese juego, pero no tengo sensación de que se produjera en mi escritura un gran cambio. En cuanto a lo que dices de la estructura, del manejo de los tiempos, es algo que descubrí como lector. Nunca me han gustado esas novelas en las que sabes lo que va a venir a continuación de una frase, de un episodio. Siempre me han atraído los escritores que de repente dejan una historia a medias y empiezan a contar otra, retomando después la primera y así… No se trata de folletones en los que sabes cómo van a sucederse los acontecimientos y cómo van a reaccionar los personajes.

– ¿Qué primeras lecturas recuerdas? ¿Te gustaba leer desde muy niño?

– De niño no leía libros. Prefería los cómics, y fui adicto al Pulgarcitoal TBO, El Príncipe Valiente y bastantes más. Tenía unos primos mayores que incluso encuadernaban colecciones enteras, que me prestaban, de Hazañas Bélicas, El Guerrero del Antifaz y otros de ese tipo. Después leí, y sigo haciéndolo, los de la Marvel, traducidos en mi infancia por la editorial Novaro de México; y la Pequeña Lulú. He seguido manteniéndome al tanto de los cómics, y durante un tiempo admiré mucho a Enric Sió y a Moebius. Ahora me gustan las tiras cómicas de Garfield, el gato, algunas de cuyas frases he introducido en mis novelas. También sigo con interés a numerosos autores españoles, franceses y estadounidenses actuales. A los trece años más o menos, empecé a leer los libros para adultos que había en mi casa. Mi padre, gran lector, adoraba a Jardiel Poncela y a Baroja. Y las obras de ambos están entre mis primeras lecturas. Posteriormente no he parado.

– Has sido un lector ávido a lo largo del tiempo. ¿Cómo han ido cambiando tus gustos?

– Sí, leo mucho, tanto novelas, como filosofía, ensayo y, en especial, poesía, aunque jamás he escrito un poema. En principio pensé dedicarme a la filosofía, y en la universidad estuve matriculado en esa especialidad. Pero, como también me interesaba mucho el cine, hice el ingreso en la Escuela de Cine, donde solo me aprobaron en guión, gracias a uno fusilado de un western clásico. Seguí matriculado allí porque se proyectaban películas prohibidas por la censura política o comercial. Con los años, como es natural, mis gustos fueron cambiando. Y me volví más exigente. Sobre todo, como decía antes,  a partir de la lectura de Ulises, de Joyce, donde descubrí que la literatura no solo era entretenimiento, aventura. Incluía también una filosofía de la vida que me resultó muy próxima.

– ¿De qué manera ha influido el traductor en el lector? ¿Te ha hecho más exigente o todo lo contrario?

– Un traductor es, entre otras cosas, un lector muy atento. Traducir, en paralelo a escribir, me ha permitido descubrir procedimientos expresivos que he utilizado y que dudo que hubiera advertido simplemente leyendo. Creo que ese trabajo, con el que me gano la vida porque nunca he vendido muchos libros, ha sido fundamental en mi evolución. Y suscribo aquello que dijo Borges sobre que un escritor, aparte de escribir, debe
traducir.

– ¿Qué autores te han influido, inspirado, especialmente?

– Pues, además de Joyce, los escritores del “nouveau roman” francés y algunos “beats” americanos, hay muchos más, como Dante, sobre el que hice en su día la tesina, basándome en su relación con la ciencia- ficción, algunos de cuyos autores, como Philip K.Dick o Norman Spinrad, me sirvieron de apoyo. Otros clásicos que me influyeron mucho han sido Calderón de la Barca, Góngora, Juan Ramón Jiménez… Sin olvidar a Homero, que leí muy pronto, o a Virgilio, que me hizo descubrir el alcance de la traducción, en su caso del latín al español. La lista se podría prolongar y, en la mayoría de los casos, coincidiría con la de cualquier lector culto.

«Un traductor es, entre otras cosas, un lector muy atento. Traducir, en paralelo a escribir, me ha permitido descubrir procedimientos expresivos que he utilizado y que dudo que hubiera advertido simplemente leyendo. Suscribo aquello que dijo Borges sobre que un escritor, aparte de escribir, debe traducir».

– ¿Crees en la capacidad de la literatura para transformarnos, para cambiar nuestra visión sobre el mundo?

– Recuerdo una frase de George Steiner, que se preguntaba: «¿Cómo se puede tocar a Schubert por la noche, leer a Rilke por la mañana y torturar al mediodía?». Se refería a los oficiales nazis que hacían eso en los campos de exterminio. Algo que me hace dudar de la capacidad de la literatura para mejorar éticamente al ser humano. Hay personas incultas que son moralmente superiores y que pueden llegar a realizar heroicidades por pura y simple humanidad. Sin embargo, y en plan más modesto, puedo decir que en mi caso, desde luego, ha habido libros que cambiaron mi visión del mundo. La lectura de ciertos autores japonesespor ejemplo, hizo que tomara conciencia de lo limitada que era la visión que tenía, adquirida por medio de la cultura occidental.

– ¿A qué autores te refieres?

– Los autores japoneses que más me interesan son los poetas del haiku, con Matsuo Basho a la cabeza, pero también Buson, Issa y algunos otros de los clásicos. Sin embargo, el primero que leí, impulsado por el poeta “beat” que lo tradujo al inglés, Gary Snyder, fue a Han-Shan, y su clásico libro Montaña fría. También me ha interesado mucho la monumental novela Historia de Genji, de la que solo he leído partes. Y he seguido con interés a prosistas modernos como Mishima, Tanizaki y bastantes más. Llegué incluso a estudiar tres años japonés con un antiguo jesuita –desde Francisco Javier ellos detentaron la exclusiva de la traducción de ese idioma al español hasta hace muy poco–.  He publicado algunas cosas al respecto en El trujamán, la revista  de traducción del Instituto Cervantes y, al menos, conseguí manejar los diccionarios.

– ¿Qué libro recomendarías para encontrar un sentido al presente?

– Me parece que el presente carece de sentido. Así que no puedo responder. Aunque algunos sobre ecología, astrofísica y metafísica, incluso en ediciones divulgativas, contienen indicios, poco claros, eso sí, de posibles modos de entender el delirio que nos ha tocado vivir.

– ¿A qué obras y autores vuelves una y otra vez?

– Suelo releer con frecuencia a Platón, Heidegger, Wittgenstein y otros filósofos. Me permiten viajar a espacios que se relacionan con los que alcanzo mentalmente con ciertos poetas. No busco en ellos soluciones, sino sensaciones y vuelos imaginativos que me alejan del presente, iluminándolo. Aparte de los mencionados, vuelvo una y otra vez a Samuel Beckett; a Espacio, de Juan Ramón Jiménez; a Polifemo y Soledades, de Góngora; a En busca del tiempo perdido, de Proust. Y nunca olvido que en mi iniciación a la literatura desempeñaron un papel fundamental Bertolt Brecht, Neruda (en especial su Canto general), Miguel Hernández, Ignacio Aldecoa, C. J .Cela, Henry Miller, Faulkner, Hemingway, William Burroughs

– ¿Una asignatura pendiente?

– ¡Uf! Hay muchísimos libros que se me han atragantado, pero que confío en abordar alguna vez. Todavía no me he rendido con José y sus hermanos, de Thomas Mann, Los sonámbulos, de Hermann Broch (aunque su obra La muerte de Virgilio esté entre mis preferidos), y recientemente el rumano Mircea Cărtărescu.

«Suelo releer con frecuencia a Platón, Heidegger, Wittgenstein y otros filósofos. No busco en ellos soluciones, sino sensaciones y vuelos imaginativos que me alejan del presente, iluminándolo».

– ¿Tienes manías, rituales a la hora de leer?

– Raramente leo en la cama. Solo lo hago durante enfermedades. También he leído mucho durante los meses que tuve que estar tumbado debido a un grave accidente de moto. No hay, pues, libros en mi mesilla de noche. Entre el momento en que me acuesto y termino por dormirme leo revistas, básicamente The New Yorker o los suplementos culturales de algunos periódicos, en especial el de La Vanguardia, que es mi preferido entre los españoles. Si puedo, que es casi siempre, prefiero leer en mi mesa de trabajo. Pero también lo he hecho en bares y cafés mientras espero a alguien que se retrasa. Y lo mismo en hoteles, salas de espera o de embarque.

– ¿Qué libro o libros te llevarías a una isla desierta?

– ¿Quedan islas desiertas? En el caso improbable de una respuesta afirmativa, trataría de ir provisto de un libro –que seguro que hay– sobre las instrucciones para sobrevivir en esas circunstancias. Y para los ratos libres una buena antología de poesía de los clásicos españoles (Manrique, Aldana, Francisco de la Torre, Quevedo, Herrera, y otros más) con objeto de no olvidar mis orígenes.

[Al Café Central, en el barrio madrileño de las Letras, donde quedamos para mantener esta conversación, llegó Mariano Antolín Rato con el segundo tomo de los Diálogos, de Platón (Ed. Gredos, 2015, trad. Julio Calonge). Concentrado en sus páginas, concretamente en el capítulo de Fedro, le fotografió Karina Beltrán. En esta ocasión le llevó nuevamente hasta el clásico la lectura de un libro sobre música (La música invisible, de Stefano Russomano, Ed. Fórcola, 2017), del que señala: “Es magnífico. Trata de la música de las esferas de los pitagóricos. Busqué la crítica que recordaba hacía Platón sobre ellos, y, a partir de ahí he seguido leyéndolo…]

Silencio tras el telón del sueño ha sido publicado por la editorial Pez de Plata en su colección de narrativa.

Las fotografías las firma Karina Beltrán.

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