Marco Aurelio: “Si no es bueno, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas”

Por Pablo Matilla © 2018 /  Son las siete de la mañana, es noche cerrada y conduzco con prisa. Ha habido un accidente en la incorporación a la autopista. Todos los conductores nos ponemos nerviosos, avanzamos lentamente porque solo hay un carril disponible. En estas circunstancias un coche se me cruza y se pone delante de mí de malas maneras, sin activar el intermitente y sin tener espacio. Inmediatamente juro contra él y contra toda su estirpe. Me domina esa absurda agresividad tan propia de los conductores. Me veo a mí mismo desde fuera del coche: estoy solo, encolerizado, grito improperios contra alguien que no conozco ni conoceré jamás, gesticulo encolerizado, la cara cubierta de rabia. Por un instante soy consciente de que mi comportamiento no tiene sentido, pero la rabia me vence.

En cuanto entramos en la autopista, mi primera idea es ponerme a la altura del otro conductor y hacerle gestos de indignación. Así que acelero, dispuesto a llevar a cabo mi pensamiento. Es intolerable lo que ha hecho, qué manera de conducir, normal que haya accidentes, es que menudo sinvergüenza (realmente las palabras que me vienen a la mente en ese momento son otras, por todos conocidas). Piso el acelerador, completamente vencido por mis pensamientos de indignación.

En ese momento es cuando un fragmento de las Meditaciones de Marco Aurelio me viene a la mente y se interpone en mi corriente de pensamientos iracundos para cortocircuitarlos. De pronto, salgo del bucle. Levanto el pie del acelerador. Consigo tranquilizarme: al fin y al cabo, me digo, no es para tanto, ¿se ha cruzado de mala manera? En fin, déjale pasar, no seas imbécil, ¿qué ganas poniéndote a su altura y haciéndole gestos? ¿Qué ganas con toda esta cólera?

Las luces del coche al que persigo se pierden entre todas las demás. Mi enfado, sin embargo, aún retumba dentro de mí, aunque amainado por el recuerdo de Marco Aurelio.

Podría haber sido cualquier otro, pero el fragmento que me vino a la cabeza en aquel momento corresponde al principio del Libro II:

«Comenzar el día diciéndose: hoy encontraré sin duda a un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un traidor, un envidioso y un egoísta. Son así porque no saben qué es el bien o el mal. Pero yo conozco que la belleza es el bien y la vergüenza el mal, y que quien yerra es inteligente y participa de lo divino como yo. Por eso nadie me puede cubrir de vergüenza y, por tanto, tampoco hacerme daño. Me es imposible, pues, enfadarme u odiar a mi semejante, porque todos nacemos para colaborar, igual que los dos pies, las dos manos, los dos párpados y los dientes superiores e inferiores. Va contra la naturaleza enfrentarse unos con otros, y enfrentarse también es enfurecerse y darse la vuelta». (II, 1)

El efecto tranquilizador del libro de Marco Aurelio proviene tanto del contenido como de la belleza literaria del texto. Son ya muchos años los que llevo visitando las Meditaciones, y tal vez «pasión» (el nombre de la sección de Lecturas Sumergidas donde se inscribe este artículo es Pasiones) no sería la palabra más apropiada para describir mi relación con la obra. En toda la época antigua la palabra «pasión» era entendida como «perturbación o afecto desordenado del ánimo«, es decir, con una connotación negativa, como algo que había que controlar y que era signo de una vida poco elevada. En nuestros días, el término se entiende mayoritariamente como algo positivo, como una «inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona o actividad«. Tampoco esta segunda acepción sería algo muy deseable para Marco Aurelio, porque tal disposición sería también enemiga de la tranquilidad del alma. Lo que sí es indudable es que este libro me ha ayudado a controlar mis pasiones: la cólera, la envidia, el miedo… Me fascina el hecho de que, aún después de dos mil años, el efecto terapéutico de estas palabras continúe intacto, tan actual como si hubiera sido escrito ayer. Recurro constantemente a sus páginas. Abro el libro al azar y leo algunos fragmentos. Siempre consigue calmar y tranquilizar la mente inquieta. Siempre produce un efecto de sosiego. No en vano, estas notas fueron escritas por Marco Aurelio con tal propósito.

Disciplina del juicio, del deseo y de la acción

Las Meditaciones son un conjunto de escritos que Marco Aurelio dirigía a sí mismo, de ahí lo acertado de algunas nuevas traducciones que titulan el volumen como Pensamientos para mí mismo (Errata Naturae). Probablemente comenzó a escribirlos a una edad avanzada, cuando ya vislumbraba la muerte, y se exhortaba a sí mismo a dejar las distracciones y dedicarse a lo verdaderamente importante: alcanzar la tranquilidad de ánimo. Así leemos en el Libro II:

«Abandona tus libros, suprime las distracciones, nada de esto te está permitido, y, como hombre que va a morir, desprecia esta carne, montón de sangre y huesos, tejido de nervios, de venas y arterias. (…) No te quejes de tu suerte presente ni temas la futura». (II, 2)

O, un poco más adelante:

«Abandona esos libros que tan ávidamente devoras, pues de lo contrario vas a maldecir la muerte llegado el día en vez de recibirla con alma tranquila y agradecido a los dioses de todo corazón». (II, 3)

Marco Aurelio, pues, comienza estas notas a sí mismo como un ejercicio espiritual cuyo objetivo principal es la obtención de la tranquilidad del alma. Si entendemos esto, podremos comprender también el resto de peculiaridades de la obra. El emperador-filósofo escribe para recordarse a sí mismo los dogmas de vida del estoicismo y el ejercicio de la escritura se convierte, de este modo, en un modo de traer a la mente aquellas normas de vida que constantemente se pierden, se olvidan o, simplemente, se hacen difíciles de llevar a la práctica. Así lo expresa Pierre Hadot en su estudio sobre las Meditaciones, La ciudadela interior, cuando habla del rasgo definitorio de la obra:

“Lo que cuenta es formular de nuevo; es el acto de escribir, de hablarse a sí mismo, en el instante preciso en el que tenemos necesidad de escribir; es también el acto de componer con el mayor cuidado, de buscar la versión que, en el momento, producirá el mayor efecto, esperando marchitarse casi de forma instantánea, apenas se escriba. Los caracteres trazados sobre un soporte no fijan nada. Todo está en la acción de escribir”.

Escribiendo sus Meditaciones, Marco Aurelio practica, pues, ejercicios espirituales estoicos; es decir, que utiliza una técnica, un procedimiento –la escritura–, para influenciarse a sí mismo, para transformar su discurso interior a través de la meditación de los dogmas y de las reglas estoicas. Ejercicio de escritura diario, siempre renovado, siempre retomado, siempre por retomar, ya que el verdadero filósofo tiene conciencia de no haber alcanzado aún la sabiduría. La escritura como terapéutica, he aquí la clave de las Meditaciones: así se comprende la urgencia en algunos casos, las múltiples repeticiones temáticas, los pasajes confusos o la brevedad casi telegráfica de algunos fragmentos.

Probablemente Marco Aurelio comenzó a escribir sus «Meditaciones», textos que se dirigía a sí mismo, a una edad avanzada, cuando ya vislumbraba la muerte y se exhortaba a sí mismo a dejar las distracciones y dedicarse a lo importante: alcanzar la tranquilidad de ánimo.

Si hablamos de estos Pensamientos a sí mismo como un ejercicio espiritual cuya herramienta es la escritura, es porque, no solo en Marco Aurelio sino en toda la Antigüedad, existe la concepción de la filosofía como una actividad eminentemente práctica, encaminada a mejorar a los hombres mediante cambios concretos en su vida. De hecho, la filosofía implicaba la elección de un modo de vida. Ya fuera el estoicismo, el epicureísmo, el platonismo o el aristotelismo, todas estas escuelas preconizaban un estilo de vida concreto.

El final del Libro II tal vez sea una de las más claras y bellas definiciones de la filosofía que se han escrito:

«¿Cuál es la extensión de la vida del hombre? Un punto en el espacio. ¿La substancia? Variable. ¿Las sensaciones? Oscuras. ¿Qué es su cuerpo? Putrefacción. ¿Su alma? Un torbellino. ¿Su destino? Enigma. ¿Su reputación? Dudosa. En una palabra, todo lo que proviene de su cuerpo es como el agua de un torrente, y lo que dimana de su alma, como un sueño, como el humo. Su vida es un combate perpetuo, un descanso en tierra extranjera, y su fama, después de la muerte, un olvido absoluto».

«¿Qué nos puede guiar? Solo una cosa: la filosofía, que consiste en mantener a nuestro dios interior sin afrentas ni daños, por encima de placeres y penas, sin dejar nada al azar, sin mentir ni fingir, al margen de lo que los demás hagan, aceptando los acontecimientos y la parte que le toca, pues tienen su mismo origen. Y sobre todo, esperar la muerte con buena disposición, sabiendo que es solo la disolución de los elementos que componen a los seres vivos. Si la constante transformación de los elementos no es terrible para ellos, ¿por qué ha de serlo para nosotros? Esto es lo natural, y por tanto no es malo».

Este fragmento constituye un perfecto resumen de todo el libro. Ese «dios interior» al que hace referencia corresponde a esa parte inexpugnable de nosotros, aquella que debemos preservar, lo cual, dicho sea de paso, es nuestra única responsabilidad.

Como buen estoico y discípulo de Epicteto, Marco Aurelio diferencia entre «lo que depende de nosotros» y «lo que no depende de nosotros«. El ámbito de la ética, de la vida estoica, es el de aquello que depende de nosotros. Dicho de otro modo, no importa tanto lo que nos sucede, sino cómo recibimos lo que nos sucede. De modo que es nuestra responsabilidad emitir los juicios adecuados sobre cuanto nos sucede, de manera que nada nos turbe. La toma de responsabilidad sobre la propia vida es total:

«Suprime la opinión y suprimirás el «se me ha herido». Suprime el «se me ha herido» y suprimirás la herida». (IV ,7)

El ámbito de la ética, de la vida estoica, es el de aquello que depende de nosotros. No importa tanto lo que nos sucede, sino cómo recibimos lo que nos sucede. La toma de responsabilidad sobre la propia vida es total.

Este trabajo de supresión de la opinión, o, como en otras partes menciona, de «no añadir nada a lo que nos traen los sentidos«, es uno de los grandes factores para la tranquilidad de espíritu. Las Meditaciones plantean una triple ascesis o disciplina: del juicio, del deseo y del impulso a la acción. Estos tres ámbitos son los que, por encima de los demás, dependen de nosotros mismos y en ellos se funda una vida de bien. El secreto de la tranquilidad de ánimo, por tanto, reside en la gestión de estos tres ámbitos.

Todo comienza con el pensamiento

El libro de Marco Aurelio es, por su misma naturaleza, un texto que se construye a través de repeticiones. Es la búsqueda de la expresión más elocuente de un grupo de ideas más que conocido, pero cuya repetición ayuda a mantenerlas en la mente: el desprecio por la muerte, la brevedad de la vida, aquello que constituye el verdadero bien…

De entre todas estas repeticiones, creo que la que me acompaña desde el principio es la referida a la sinceridad de pensamiento, a la transparencia del pensamiento, porque creo que es la que mejor articula esa disciplina de juicio, deseo y acción de la que hablábamos antes.

Leemos en el Libro III, 4:

«Acostúmbrate a coordinar tus pensamientos de tal modo que si de súbito te hicieran esta pregunta: «¿En qué piensas?», pudieras contestar inmediatamente y con toda franqueza: «Pienso esto o aquello», de suerte que por tu respuesta se viera enseguida que todo en ti es sencillez, bondad, que eres digno de vivir con tus semejantes, indiferente a los placeres y, en general, a todo lo que halaga los sentidos, exento de odio, de envidia, de rastrera desconfianza y, en fin, de todas aquellas pasiones que te sonrojarían de vergüenza si llegaras a afirmar que existían en el fondo de tu corazón».

Siempre me ha sorprendido, no solo en Marco Aurelio, sino en todos los estoicos, esta aspiración a la pureza de pensamiento. Es en el pensamiento donde reside el principio de la paz de espíritu, el fundamento que después posibilitará una acción justa.

Ya hace dos mil años, Marco Aurelio se daba cuenta de ese abismo que existe entre aquello que queremos ser, y aquello que realmente somos. ¿Qué son nuestros muros de Facebook, nuestros perfiles de Instagram, sino extensos catálogos de cómo queremos ser vistos por los demás, de aquello que nos gustaría ser? Sin embargo, aquello que somos solo es accesible para nosotros mismos. Existe un reducto inexpugnable al que, en muchas ocasiones, ni siquiera nosotros podemos acceder, tan enamorados como estamos de esa construcción que afanosamente elaboramos: cómo queremos ser vistos y, por tanto, qué queremos ser.

Ya hace dos mil años, Marco Aurelio se daba cuenta de ese abismo que existe entre aquello que queremos ser, y aquello que realmente somos. ¿Qué son nuestros muros de Facebook, nuestros perfiles de Instagram, sino extensos catálogos de cómo queremos ser vistos por los demás, de aquello que nos gustaría ser?

Marco Aurelio nos insta a salvar ese abismo, a tender un puente de modo que no exista diferencia entre lo que somos y lo que queremos ser. Hay que trabajar incansablemente, nos dice, en lo más esencial que tenemos: el pensamiento.

Y es cierto que si lográsemos estar libres de odio, envidia, desconfianza y, en fin, de todas esas pasiones que nos avergüenzan, viviríamos más tranquilos y seríamos más dignos de vivir con nuestros semejantes.

Una guía de vida

Hoy, en la era de Internet y de las redes sociales, en la era de las distracciones absolutas, las palabras de Marco Aurelio son más útiles que nunca. Por eso este libro no se ha convertido para mí en una pasión, sino en un compañero de vida. Una guía. Un recuerdo constante de hacia dónde quiero ir, de cómo quiero vivir.

Me gustaría resaltar esto, no hay nada de abstracto en estas Meditaciones. Se trata de un libro que apunta a la vida de cada uno y que, si se lee seriamente, tiene un efecto directo en el lector, en el sentido en que influye en la manera de pensar y en la manera de ver y juzgar las cosas. Se trata de un libro de acción. ¿Pero de qué manera nos ayudan hoy día las reflexiones de Marco Aurelio, por qué considero que sus enseñanzas continúan siendo de actualidad? En primer lugar, los grandes deseos y miedos de la humanidad no han cambiado desde entonces: ¿quién no tiene miedo a la muerte? ¿quién no desea aunque sea un poco de fama? ¿quién no se desespera por el dolor o la enfermedad que sufre? El estoicismo en general, y las Meditaciones de Marco Aurelio en particular, tratan de dar una respuesta práctica a todas esas preguntas.

El libro de Marco Aurelio apunta a la vida de cada uno y  si se lee seriamente tiene un efecto directo en el lector, en el sentido en que influye en la manera de pensar y en la manera de ver y juzgar las cosas.

Pondré otro ejemplo personal para ilustrarlo. Como tantos otros, soy un declarado insomne. Hay noches en las que simplemente no hay manera de dormir. Las horas se me pasan lentamente dando vueltas en la cama. El discurso interior, sin embargo, marcha a toda velocidad: mañana estaré muy cansado en el trabajo, no podré levantarme, no podré trabajar bien, aquí hace demasiado calor, deberías cambiar las sábanas, mañana no tendré energía para hacer nada, ¿por qué no me duermo? Si no hubiera tomado café después de comer, ahora estaría durmiendo… Así infinitamente. En mi caso, lo que caracteriza la mayoría de veces al insomnio es la verborrea mental. Una corriente de pensamiento que soy incapaz de controlar y que se caracteriza por tomar la forma de queja. Me quejo de mi situación, exprimo y analiza las razones (posibles, reales e imaginarias) por las cuales no puedo dormir, echo la culpa a todas las causas que se me ocurren, me rebelo contra todo y doy vueltas y vueltas bajo las sábanas. Con este tipo de razonamientos, cuanto más tiempo paso sin dormir, más enfadado estoy conmigo mismo y con todo.

En algunas ocasiones, las más felices, me acuerdo de Marco Aurelio y alguna de sus frases. Aunque no es necesario recordar una frase en concreto, basta con recuperar el espíritu propio de su filosofía. Dormir o no dormir no depende de mí, en sí mismo no es un bien o un mal. Lo que sí depende de mí es toda esa palabrería que llena mis pensamientos y con la que me inundo de rabia e indignación. Puedes, me digo, aceptar que no duermes. Seguirás sin dormir, pero al menos dispondrás de algo de paz, de algo de silencio. Marco Aurelio se referiría a la necesidad de aceptar el destino tal y como es, a amarlo incluso, pues así lo quiso la Razón Universal. Me resisto a utilizar palabras tan grandes para describir algo tan nimio como mi insomnio, pero, en fin, me sirve para calmar los ánimos.

Pasa la noche y, en efecto, no he dormido nada. He conseguido, eso sí, vaciar el odre de mi rabia. Estoy, es verdad, cansado, ojeroso, falto de energía, pero tranquilo. Parece que no haya cambiado nada y, sin embargo, todo ha cambiado. Resiste en mí una cierta confianza, otorgada tal vez por las repetidas lecturas de Marco Aurelio, en que podré ir afrontando el día pedazo a pedazo, prestando atención a cada momento, y así hasta que tenga que volver a dormir.

Así que, por experiencia personal, me inclino a pensar que, desde la manera en la que conducimos hasta cómo discutimos con nuestras parejas, no hay aspecto de la vida diaria que no se vea afectado por estas letras. No obstante, como todo en la vida, se trata de un libro en el que hay que entrar poco a poco. Tal vez la primera vez te resulte confuso o pesado. Tal vez pienses que no está escrito para ti. Puede que sea así, no lo niego. Pero deja que la vida siga transcurriendo y, de vez en cuando, vuelve a estos textos, visita alguno al azar. A lo mejor te sorprendes leyendo con más interés que la primera vez, con más atención, pensando en algún momento concreto de tu vida. Así me sucedió a mí, al menos.

Tan sencilla como dolorosamente Marco Aurelio se dice a sí mismo lo que todos sabemos:

«Si no es bueno, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas. Tú mismo debes juzgarlo». (XII,17)

Uno no puede salir el mismo de este libro, porque cambia lo más esencial que hay en todos nosotros: la manera en que pensamos.


Me gustaría añadir un último comentario sobre las traducciones de las Meditaciones que suelo utilizar. Para mí, la mejor, por exacta, concisa y clara es la de la Editorial Ariel (Quintaesencia), a cargo de José Ignacio Díez Fernández y Luisa Fernanda Aguirre de Cárcer, cuyo leitmotiv es una frase de Baltasar Gracián: «Más valen quintaesencias que fárragos«, el cual cumplen sobradamente.

Existe también una reciente traducción con el título de Pensamientos para mí mismo, a cargo de Joaquín Delgado, y editada por Errata Naturae. Se trata de una traducción de una gran belleza literaria que, en algunos casos, resulta un poco más confusa que la de Ariel, pero en cualquier caso es un trabajo excelente. Cuenta, además, con unas ilustraciones magníficas.

• Los fragmentos de las Meditaciones destacados en este texto utilizan ambas traducciones, según la que, en cada caso, me parecía más conseguida. En el caso del fragmento XVII del Libro II utilizo, de hecho, una mezcla de ambas.

• Por último, decir que el mejor tratado sobre las Meditaciones, lamentablemente ya no disponible en las librerías, es La ciudadela interior, del filósofo francés Pierre Hadot, y editado en 2013 por Alpha Decay.