Manuel Gutiérrez Aragón: Narrar todas las primeras mañanas del mundo

Sofía González Gómez © 2017 / Durante cinco días (julio de 2015, Universidad Internacional Menéndez Pelayo) Manuel Gutiérrez Aragón nos contó a un grupo de estudiantes la influencia que ejerció sobre él Samuel Gili Gaya (su profesor en el instituto), el trabajo con los actores españoles más relevantes (muchos descubiertos por él), anécdotas de rodajes y de casting y, sobre todo, rigor académico, literario y cinematográfico. Esas anécdotas, con las que nos hacía reír, encerraban un conocimiento teórico reflexionado durante años, como se puede comprobar en su ensayo A los actores. Y nos hablaba de sus libros y de sus películas no como el mago que desvela su truco de magia sino como el creador que al reflexionar a propósito de su obra multiplica sus significados.

Tuve entonces el privilegio, gracias a una beca, de realizar el curso magistral que impartió entonces sobre su cine y su literatura. Pero mi fascinación por el escritor y cineasta había prendido unos meses antes, cuando el Instituto Cervantes organizó el ciclo Lecturas actuales de prosas clásicas, una serie de conferencias en las que participaron especialistas en obras imprescindibles de la literatura universal. La conferencia inaugural corrió a cargo de Manuel Gutiérrez Aragón. Proyectaron El caballero don Quijote y, posteriormente, Manuel habló del filme. En una clase de literatura en la universidad nos habían explicado esa película en comparación con El Quijote, de modo que para mí y para muchos compañeros escucharlo por primera vez en persona era como asistir a una clase en la que el autor aparecía como si fuera un holograma, solo que en esa ocasión fue real.

Recuerdo que su charla me fascinó: en él se fundían mis dos pasiones, el cine y la literatura, y en su discurso interrelacionaba ambas con absoluta naturalidad. Manuel no solo era una persona real, sino que era cercana y te escuchaba.

En la playa del Sardinero, leí de un tirón Cuando el frío llegue al corazón. Fue la primera lectura —hace tiempo que dejé de contarlas— de una de mis novelas preferidas: una “bildungsroman” espléndida que habla de conflictos familiares, del mundo interior de un niño que se inicia en la vida adulta y de la tensión entre la realidad y el deseo. Me encanta esa novela porque tiene un ritmo trepidante, en consonancia con el movimiento del niño, desesperado en busca de su padre (cuando se leen las primeras páginas, da la impresión de que uno acompaña al protagonista en su recorrido). Se repite a lo largo del libro la expresión “primera mañana del mundo”, una metáfora sobre el inicio de la vida adulta en consonancia con el título y el sentido de la novela.

En la playa del Sardinero, leí de un tirón «Cuando el frío llegue al corazón». Fue la primera lectura de una de mis novelas preferidas: una “bildungsroman” espléndida que habla de conflictos familiares, del mundo interior de un niño que se inicia en la vida adulta y de la tensión entre la realidad y el deseo.

Pudimos ver en el curso Demonios en el jardín, cinta en la que hay un niño protagonista que, como en la novela, enferma durante un verano y va tomando conciencia de las verdaderas identidades de las máscaras que lo rodean. Recuerdo que intervine para decir que el toro embravecido del final de la película, en el momento en que estalla el conflicto pasional, me recordaba al caballo de La casa de Bernarda Alba, por su simbolismo. Charlamos sobre eso, pero semanas más tarde, ya de vuelta a Madrid, volví a ver la película en sí misma, es decir, sin el afán de buscar fuentes —ejercicio a veces quimérico—, y se me ofreció más compleja —en el sentido más positivo posible— que antes.
Otra película que proyectaron y que tuvimos el privilegio de comentar con Manuel fue Furtivos, cuyo guión escribió junto con José Luis Borau, director de la película. La presión por lo políticamente correcto hoy impediría su producción. Una mujer se fue de la sala asustada ante una escena concreta, que Gutiérrez Aragón no escribió con el fin de provocar con fines promocionales, como suele ser habitual, sino que, vista desde el prisma global del filme, tiene su razón de ser dentro del enjambre de constituyen todas las escenas. Estaba mostrando la realidad.

Fotograma de la película de Manuel Gutiérrez Aragón «Demonios en el jardín»

Feroz me hizo reflexionar sobre la representación de la violencia en los medios, la situación de España en el tardofranquismo, la perversión de la naturaleza por parte de los cazadores furtivos y el poder narrativo de la represión en lugares minúsculos. Ver películas como Furtivos nos colocan fuera de la sociedad positiva que describe Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia, y ese ángulo ajeno al confort visual que prima en el cine contemporáneo puede resultar incómodo para el espectador contemporáneo. Porque Manuel Gutiérrez Aragón no considera al cine como un entretenimiento ocioso, sino como una narración. Los personajes de sus obras no son estereotipos, sino personas. No es ninguna casualidad que su discurso de ingreso en la RAE se titulara En busca de la escritura fílmica.

«Feroz« me hizo reflexionar sobre la representación de la violencia en los medios, la situación de España en el tardofranquismo, la perversión de la naturaleza por parte de los cazadores furtivos y el poder narrativo de la represión en lugares minúsculos.

En Furtivos se ve claramente uno de los leitmotivs del cine de MGA: la tensión entre la razón y los instintos, que, por ser casi animales, se representan mediante sonidos. La escena de Lola Gaos chillando (hay que recordar la voz tan personal que tenía la actriz española que justo antes de rodar con MGA deslumbró en Tristana), quizá intentando desasirse del incesto que ejerce de sombra durante toda la película, se emparenta a otra  similar de Ángela Molina en Demonios en el jardín, tirada en el suelo también chillando y, para más inri, embarazada, a fuer de asimilar su desamparo dentro un microcosmos familiar hipócrita.

Muchas de sus obras transcurren en lugares de Cantabria (Valle del Pas, Vega como heterónimo espacial de Torrelavega, etc.) o tienen como trasfondo reminiscencias de su tierra natal. En el pasado, yo misma hubiera afirmado que está alejado del costumbrismo, con el fin de recalcar que ese rasgo tan característico de su corpus no tiene nada que ver con el nacionalismo ni con el casticismo. Sin embargo, como ha demostrado en sus investigaciones Joaquín Álvarez Barrientos, reconocido investigador del siglo XVIII y de su literatura —de la que ha escrito rigurosamente poniendo en valor su modernidad, en contra de los falsos mitos que rodean a las obras dieciochescas–, hoy diría que su obra es costumbrista en la tradición más moderna, es decir, en la línea de la literatura que retrata usos y cambios sociales, con toques satíricos y un estilo realista. Me temo que se ha menospreciado esa corriente estética, autóctona y de raigambre europea, mientras se han escrito páginas con afán cosmopolita que han primado un supuesto glamour en detrimento de la verdad en la narración. Gutiérrez Aragón refleja esos cambios abordando problemáticas sociales y políticas que estaban teniendo lugar en una España que comenzaba a enfrentar una nueva etapa, especialmente en el seno de las familias.

La mitad del cielo se ha leído como una crítica a la corrupción franquista y al rol de los falangistas en los últimos años del régimen. Lo es, pero también refleja una historia de emancipación femenina, algo prácticamente insólito en el cine español cuando se estrenó. La película, protagonizada por Ángela Molina, es la historia de una mujer que se traslada, desde un valle cántabro, a Madrid, y en la capital labra una carrera empresarial de éxito. Las mujeres en la obra de Gutiérrez Aragón no aparecen como objetos, papel común en los clásicos de amor romántico, sino como sujetos, y si tenemos en cuenta las fechas en las que se rodaron sus películas, esta característica es más loable aún. Es el filme en el que mejor se ve la estructura del cuento maravilloso, incluso real-maravilloso, que tan bien conoce MGA.

«La mitad del cielo« se ha leído como una crítica a la corrupción franquista y al rol de los falangistas en los últimos años del régimen. Lo es, pero también refleja una historia de emancipación femenina, algo prácticamente insólito en el cine español cuando se estrenó.

La influencia del cuento tradicional en sus obras se palpa, por un lado, en el esquema narrativo del héroe que va encontrando obstáculos en su periplo vital, y por otro, en escenas inspiradas en esos relatos tradicionales, como Hansel y Gretel en Habla, mudita o de La Cenicienta, en La mitad del cielo. Otro elemento muy común es el uso de símbolos, como el afilador cuya aparición en escena presagia lluvia. De ese modo, se recoge una tradición popular, hoy en peligro de extinción, muy rica en sabiduría y costumbres populares, que enriquece la narración fílmica. Hago hincapié en este rasgo porque, antes, las películas producidas por Disney solían ser versiones cinematográficas de historias contadas por los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen y Rudyard Kipling, entre otros. El cine infantil ha prescindido de esas fuentes, salvo algunas excepciones. Por este motivo, ver las películas de MGA supone para varias generaciones de espectadores y lectores recordar las primeras experiencias cinematográficas y literarias de sus vidas. A veces, incluso se permite jugar con elementos mágicos, cuyo tratamiento, lejos de restar verosimilitud, provoca que la obra resulte fantástica en todos los sentidos de la palabra. Constata en todas sus películas la posesión de un universo narrativo propio, caracterizado por la inclusión de aspectos muy diferentes a los de sus contemporáneos y la forja de un lenguaje expresivo muy particular que lo hace único como creador.

Después del curso, leí La vida antes de marzo, novela ganadora del Premio Herralde, pionera en la literatura sobre el 11M y el terrorismo yihadista. Posee un estilo con tendencia al lirismo, algunos rasgos en los personajes que aparecerán en novelas suyas posteriores y un contrapunto irónico que siempre llega en el momento preciso, con el fin de evitar un tono demasiado solemne.

La obra está protagonizada por dos desconocidos, dos extraños en un tren que se cuentan historias en un largo viaje en El Gran Expreso de Oriente. Es el culmen de la narración, un recuerdo de épocas pasadas en las que era habitual entretenerse contando historias. Volví a ver hace poco La vida que te espera. Parece que las dos obras que llevan la palabra vida en su título tienden puentes, con el perdón como nexo principal. La vida que te espera es una historia de redención en la que se produce una dialéctica entre la culpa y el deseo. Hay un arquetipo muy recurrente en la obra de MGA: el padre opresor, que en este caso logra salvarse entregando su propia vida por sus hijas. Me gusta mucho el final: la imagen de unos jovencísimos Marta Etura y Luis Tosar charlando mientras caminan. En general, sus finales suelen ser abiertos, salvo quizá en el caso de la kafkiana Feroz (el protagonista se metamorfosea en un oso), con un equilibrio entre la esperanza y la incertidumbre.

«La vida antes de marzo», novela ganadora del Premio Herralde y pionera en la literatura sobre el 11M y el terrorismo yihadista, posee un estilo con tendencia al lirismo, algunos rasgos en los personajes que aparecerán en novelas posteriores y un contrapunto irónico que siempre llega en el momento preciso, con el fin de evitar un tono demasiado solemne.

Berlanga, Carlos Saura, Mario Camus, MGA y, también, Elías Querejeta como productor, tuvieron el mérito de diversificar las tramas en una etapa, la década de los 50, en la que se profesionalizó el cine y se estrenaron los grandes clásicos de la filmografía española. La gran pantalla podía albergar historias que no giraran en torno al amor romántico con una buena recepción por parte del público. MGA teje una red de relaciones de una manera que a mí me parece formidable. Quizá sea el elemento de su obra que más me ha influido. Se abordan los afectos más complejos desde un punto de vista despojado de cualquier romanticismo banal. El niño de Cuando el frío llegue al corazón desea a su tía, vínculo abocado al fracaso porque, aparte de que la tía mantiene una relación clandestina con el padre, ella sufre una enfermedad terminal. La tensión entre lo posible y lo imaginado, lo que da a entender la tía, lo que verdaderamente dice, y lo que interpreta el niño me parece magistral. Las últimas páginas nos sitúan de nuevo en la cotidianeidad de los días laborales, sin grandes mitos ni grandes historias de amor. La cita de Platón que precede a la novela cobra pleno sentido: “Cuando el frío llegue al corazón, Sócrates morirá”. Fortaleza y desengaño. Demonios en el jardín, personalmente, creo que es su mejor película. Está construida a partir de un triángulo compuesto por el amor incondicional de Ángela Molina, la seducción de Ana Belén y la ambivalencia de Imanol Arias, que interpreta a un hombre, la mayor parte del tiempo personaje in absentia y, sin embargo, o precisamente por eso, piedra de toque de una serie de enredos entre los personajes femeninos que desemboca en tragedia.

Me divierte escuchar a MGA contar las vicisitudes de su carrera artística. Parece marcada por el azar, y curiosamente por fuerzas que, a simple vista, parecería que alejaban a Manuel de su vocación de escritor. Su plan inicial, recién llegado a Madrid para estudiar, era matricularse en Filosofía y Letras, pero no pudo por la falta de plazas. Y cuando se disponía a escribir Demonios en el jardín como novela, pues sentía que esas redes que he mencionado antes podrían desarrollarse mejor por escrito y no parecía posible que se rodara (“La fluidez de la tinta me devolvía a la dulce enfermedad de la escritura, a mi primera vocación de contar sin maquinaria ni estridencias, a las anillas en espiral que sujetan las palabras y las ideas”, escribe en A los actores), lo llamó Luis Megino, productor de la película, para anunciar que habían conseguido financiación. La literatura debía esperar.

La doctrina de un partido político puede generar tensiones con respecto a la conciencia individual del afiliado o simpatizante. Su libertad se supedita a un ideario. Y esto ocurre, paradójicamente, mientras se promete alcanzar hipotéticos cambios que, se dice, llevarían a más libertad. La armonía entre un compromiso colectivo y la libertad individual no suele ser fácil de conjugar si hay egos de por medio. De esto habla Sonámbulos, la película más intelectual y de más influjo surrealista, junto con Habla, mudita. La primera está protagonizada por Ana Belén —fue su estreno en el cine de MGA— y la segunda por José Luis López Vázquez, que dos años antes había hecho una interpretación formidable en La cabina de Antonio Mercero, y que se convirtió en imprescindible para directores como Luis García Berlanga y MGA (pese a lo anterior, me sorprende que se le siga considerando principalmente un actor cómico).

Habla, mudita, opera prima de MGA, estrenada tras graduarse en la Escuela de Cine de la calle Monte Esquinza y producida por Elías Querejeta, es una reflexión sobre el lenguaje, la fuerza expresiva del silencio y sobre el trabajo del actor, que debe lograr la conjunción entre el decir con palabras y el decir con gestos. La lucha por la libertad individual, por la autorrealización, también se narra en El caballero don Quijote. Mi parte favorita es la versión de la estancia de don Quijote y Sancho con los duques. La escena en la que, después de disfrazarse de doncella para burlarse de don Quijote creándole falsas ilusiones, Juan Diego Botto se quita el maquillaje frente a un espejo y don Quijote lo descubre. El rostro de decepción de Juan Luis Gallardo en ese instante es absolutamente estremecedor. Más fortaleza y todavía más desengaño.

MGA cuenta que los domingos acudía a ver películas en el cine de Torrelavega y que los lunes “la realidad volvía a recomponerse, mutilada de su lado cinematográfico”. A mí me parece que sus obras, precisamente, nos recomponen la realidad. Nos regala el testigo de su bagaje vital y cultural para enriquecer nuestra cosmovisión, nos muestra la complejidad de los sentimientos, de todas las primeras mañanas del mundo. Y a mí, además, me regaló, el pasado 13 de septiembre en la Librería Rafael Alberti, la presentación de mi primer libro de relatos, Una playa de septiembre, gesto que siempre le agradeceré.

Héroe es quien quiere ser él mismo”, escribió Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote. El corpus de MGA está lleno de héroes que quieren ser ellos mismos en un espacio de libertad, preciado don que, tras ver sus películas y releerle, uno solo quiere afanarse por encontrar, tanto en la escritura como en la vida.

Sofía González Gómez


FIRMAS SUMERGIDAS

Sofía González Gómez es investigadora predoctoral en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Es autora del libro Una playa de septiembre (La Isla de Siltolá, 2017).