El efecto Chéjov (Diálogo a siete voces)

Por Emma Rodríguez © 2014/ Puede que sea un tópico referirse a la eternidad al hablar de los clásicos, pero ante el primer tomo de los “Cuentos completos” de Antón Chéjov, que Páginas de Espuma acaba de poner en las librerías, resulta imposible no pensar en ello, no recurrir a esa idea de la permanencia, del milagro de la literatura que sobrevive, se expande y se convierte en fértil nutriente generación tras generación. La sombra de Chéjov es alargada y de su alcance, de su influencia, hablan a continuación siete escritores incondicionales de quien fue llamado a poner palabras imperecederas al extraño y siempre renovado prodigio de la existencia. Desde Paul Viejo, que se ha encargado de preparar la edición citada, al veterano Juan Eduardo Zúñiga, pasando por Luis Mateo Díez, José María Merino, Clara Obligado, Miguel Ángel Muñoz y Sergi Bellver, todos se declaran chejovianos convencidos, miembros de un club selecto, pero no secreto, que sigue ganando adeptos.

¿Alguna vez se propuso el autor ruso, como Ovidio, que el fruto de su escritura habría de resistir “al tiempo, al hierro y al fuego”? ¿Divagaba sobre ello, en su día a día, este hombre prolífico que escribió cientos de cuentos extraordinarios y obras de teatro que siguen representándose en escenarios de todo el mundo más de un siglo después de su temprana muerte, cuando apenas contaba 44 años de edad? Quién sabe. Puede que encontrara momentos para dar vueltas al asunto. O tal vez no le importara en absoluto, tan atento como estaba a la observación de esos pequeños detalles del comportamiento, de esos leves, extraños acontecimientos, capaces de dar una vuelta de tuerca definitiva al transcurrir de las vidas.

4e9eb357b3da447e3209477b465a7ce3Sea como fuere, de lo que no cabe la menor duda es de que perduró, de que ha llegado hasta aquí sin arrugarse apenas. Capaz de provocar emociones y estremecimientos, tanto a los lectores de su época como a los de hoy, Chéjov, siempre Chéjov, sigue abriendo la puerta a esos pequeños atisbos de verdad y de belleza a los que se refiere el crítico Harold Bloom, quien lo define como “el más sutil psicólogo dramático que ha existido desde Shakespeare” y señala: “Aun sus cuentos más tempranos pueden tener la delicadeza formal y el clima sombríamente reflexivo que lo convierten en el artista indispensable de la vida no vivida y en la mayor influencia para todos los cuentistas que vinieron después de él”.

Si sus relatos, si sus piezas cortas de diversa índole y registro, caben en cuatro volúmenes y ocupan cerca de 5.000 páginas [la aventura de Páginas de Espuma no ha hecho más que empezar y promete a los lectores tres entregas más, tres años de una travesía llena de hallazgos y de sorpresas, incluida la publicación de un buen ramillete de textos inéditos] lo que resulta imposible, inabarcable, es apresar los múltiples “Chéjov” esparcidos por el ancho mundo, esos “Chéjov” que habitan en cada uno de sus lectores.

Harold Bloom lo define como “el más sutil psicólogo dramático que ha existido desde Shakespeare” y señala: “Aun sus cuentos más tempranos pueden tener la delicadeza formal y el clima sombríamente reflexivo que lo convierten en el artista indispensable de la vida no vivida y en la mayor influencia para todos los cuentistas que vinieron después de él”.

Aquí se trata de desplegar un diálogo plural que pretende animar a emprender un viaje apasionante, un viaje que comienza justo donde debe iniciarse todo trayecto: en el nacimiento, en el despertar de un escritor que habría de convertirse en uno de los grandes; de ahí que resulte fascinante el primer tomo de sus Cuentos Completos, que cubre de 1880 a 1885, ya sea para los iniciados como para los que aún no le hayan disfrutado. Adentrémonos en su geografía, avancemos a través de sus vastos dominios hasta llegar a su centro a partir de siete voces, de siete miradas, de siete experiencias, de siete relaciones de amistad cómplice que irán emergiendo en distintas escenas.

I. JÓVENES Y DEVOTOS

Antón Chéjov - 1881

El telón se abre y vemos al fondo a un jovencísimo Juan Eduardo Zúñiga acercándose a los relatos de un autor al que ya conocía por su teatro. “Desde muy pronto me habían seducido esos personajes vacilantes y a la vez decididos, como son los protagonistas de “Las tres hermanas”, señala. Devoto de los autores rusos, Zúñiga, indiscutible maestro de la distancia corta en nuestra lengua, dedica un capítulo de su libro “Desde los bosques nevados” a nuestro protagonista. Abrimos sus páginas y leemos: “Cuando Chéjov comenzó a escribir “La gaviota”, en 1895, era ya un autor de relatos conocido, atesoraba una experiencia de muchos años de trabajo y tenacidad, desde ser un hijo de modestos tenderos hasta llegar a ser médico en Moscú. Un duro trayecto que agudizó su sensibilidad ante los que sufrían injusticias así como su comprensión ante los que hacían sufrir por torpeza o cobardía. Todas las vidas que él conoció en el entorno de la inmensa Rusia tenían la marca dolorosa de las ilusiones frustradas, sueños imposibles, y él trasladó esta frustración general a sus cuentos, no con el propósito caritativo de la literatura social de su siglo sino con el claro entendimiento de sus causas profundas”.

Cuando Chéjov comenzó a escribir “La gaviota”, en 1895, era ya un autor de relatos conocido, atesoraba una experiencia de muchos años de trabajo y tenacidad, desde ser un hijo de modestos tenderos hasta llegar a ser médico en Moscú. Un duro trayecto que agudizó su sensibilidad ante los que sufrían injusticias así como su comprensión ante los que hacían sufrir por torpeza o cobardía», escribe Juan Eduardo Zúñiga en su libro «Desde los bosques nevados».

Muy cerca de él, José María Merino, autor de cuentos breves y brevísimos, ganador del último Premio Nacional de Narrativa con “El río del edén”, asegura que también llegó a los paisajes de Chéjov muy tempranamente y decidió quedarse en ellos, convertirse en un fiel lector a lo largo de los años. “Siendo muy joven descubrí sus cuentos humorísticos, y luego, seguí con otros aspectos de su obra, incluido el teatro. Siempre me deslumbró su capacidad para decir tanto con tan pocas palabras y, además, para tener la sabiduría de no expresarlo todo, sino únicamente lo fundamental”, explica, alegrándose de que por fin se acometa en España la publicación de sus cuentos completos.

La luz se desplaza hacia otra esquina del escenario y bajo el foco Clara Obligado toma la palabra: “Hace muchísimos años, casi en otra vida, yo vivía en Buenos Aires y empezaba la carrera de Letras. Para una asignatura en la que se daba un repaso a la literatura universal había que elegir un texto y profundizar en él. Yo elegí “Tristeza”, de Chéjov, un cuento que casi me sé de memoria”, mira de frente a los espectadores.

Se hace un silencio y la autora de, entre otros títulos, “El libro de los viajes equivocados”, que siempre ha compaginado su obra con su dedicación a los talleres de escritura creativa, prosigue: “Entré en la crítica literaria de la mano de Chéjov y luego quise estudiar ruso para leerlo, pero cuando uno es muy joven desea muchas cosas que son imposibles. En todo caso, creo que con él entendí gran parte de las claves del cuento moderno: el uso impecable e implacable de los motivos literarios; la forma, ni cursi ni solemne, de exponer los sentimientos más íntimos; la paradoja de muchos finales; el uso de la naturaleza como parte de la historia; la sutil manipulación del lector. Aprendí también que hay cosas que no se pueden copiar ni desmontar, y que son las que hacen que un escritor sea único. En el caso de Chéjov, se trata de un encanto indefinible que me ha acompañado siempre, como te acompaña un amigo a quien admiras: su manera de ver el mundo, esa mezcla de agudeza, ingenio y piedad”.

Con Chéjov entendí gran parte de las claves del cuento moderno: el uso impecable e implacable de los motivos literarios; la forma, ni cursi ni solemne, de exponer los sentimientos más íntimos; la paradoja de muchos finales; el uso de la naturaleza como parte de la historia; la sutil manipulación del lector», señala Clara Obligado.

Sentados uno al lado del otro, Miguel Ángel Muñoz y Sergi Bellver cuentan sus experiencias. El primero leyó a Chéjov con apenas once años, en un volumen que recogía “La cerilla sueca”, “Una historia aburrida” y algunos otros relatos de su época más humorística. El segundo, que llegó al autor un poco más tarde, alrededor de los catorce, se recuerda “huroneando en la ecléctica biblioteca” de sus padres, “que no tenían el hábito de la lectura, sino sólo unos cuantos libros para llenar las estanterías con algo decente”. Y confiesa que fue ahí cuando empezó  a saltarse las lecturas obligatorias del colegio y descubrió por su cuenta las novelas ejemplares de Cervantes, las historias de Joseph Conrad o los cuentos de Chéjov.

Le quita la palabra Muñoz, quien con el tiempo llegó a titular uno de sus libros de relatos “El síndrome Chéjov”, toda una declaración de principios. Pero, según explica, en esa primera lectura no acabó de entender al clásico. “No le vi la gracia, pese a la sencillez de su prosa. Fue mucho más adelante cuando me apasioné con su obra, pero del recuerdo de la niñez me quedó la convicción de que es un escritor mucho más difícil de desentrañar de lo que puede parecer a primera vista”. Bellver, por su parte, que acaba de publicar su primer libro de cuentos, “Agua dura” y que es responsable de una reciente y muy interesante edición de “Chéjov comentado” (Nevsky Prospects), en la que se toma el pulso al efecto Chéjov entre los mejores autores del cuento español contemporáneo, evoca el impacto que le produjo un relato como «El beso», donde, asimismo, el protagonista sufre una fuerte impresión al recibir un inesperado y único beso de una desconocida, un episodio que nunca va a poder olvidar.

“Con el tiempo, Chéjov llegó a ser uno de esos autores que, en todos los sentidos, nunca me fallaba. De los pocos artistas hacia los que he sentido siempre y sin fisuras una sincera admiración, como me sucede con Beethoven. Tal vez porque, de algún modo, para mí han sido capaces de desvelar sin mentiras ni aspavientos lo más íntimo de la condición humana”, continúa Bellver, a quien da la razón el escritor leonés Luis Mateo Díez desde su veteranía y la fecundidad de una obra en la que destacan títulos como “La fuente de la edad” o “La ruina del cielo”. ¿Cómo mira a Chéjov?, se escucha a lo lejos a alguien que pregunta: “Desde la convicción de haber leído al mejor cuentista de la literatura, comprometido con la vida en todas sus dimensiones”, es la respuesta.

Llegados a este punto, es Paul Viejo quien se coloca ante el micrófono. A él, que ha preparado la edición de los “Cuentos Completos” de Páginas de Espuma, la aventura en marcha le está aportando la excusa perfecta para para “no salir de Chéjov”. “No es que sea un autor al que siempre vuelvo, como se suele decir, sino que un proyecto así obliga a cierta dedicación gozosa. Y dentro de esa obligación me encanta volver a hacer una lectura muy cuidadosa por orden cronológico, y ver a Chéjov desde el principio hasta el final, comprobando cómo sí hay ligaduras entre el autor inicial y el consagrado final, temas que se van tocando, a los que él vuelve, como si se hubiera quedado con las ganas de hacerlo mejor en otro momento”.

No duda Viejo, también autor de una obra propia que incluye libros de relatos como “Los ensimismados”, en declararse un “fan” en toda regla de Chéjov. “Igual que hacen los seguidores de Star Trek o de Sherlock Holmes”, para mí también ha sido durante mucho tiempo casi un hobby, una afición extraña. No sólo lo he leído con placer, sino que también lo he coleccionado de muchas maneras: traducciones, ensayos, informaciones diversas. Y sigo fijándome en todos los detalles, viendo y anotando los escenarios, los personajes o nombres propios que llegan a repetirse en los relatos. Se trata de una actividad incesante, que casi roza la esquizofrenia”.

II. SEÑAS DE IDENTIDAD

Chéjov con sus hermanos

Ha llegado el momento de jugar a los detectives, de indagar en los secretos de Chéjov, de seguir sus pistas para tratar de acercarnos un poco a lo que lo hace grande, único, eterno. Aquí los argumentos se multiplican, el debate se enriquece. “Nunca perdió la medida del hombre: de su ridículo destino vital tanto como de la grandeza, a ráfagas, de su tránsito por la tierra. Murió en 1904, su obra es del XIX, pero sus temas, sus planteamientos, su lenguaje pertenece al siglo XX. Habiendo muerto muy joven, tuvo tiempo de transformar la historia del cuento y la del teatro. ¿Hay otro ejemplo de autor, después de él, que haya logrado algo así?”, se cuestiona Miguel Ángel Muñoz.

Nadie dice nada, pero los gestos, las miradas, indican que hay acuerdo, que poco más hay que añadir al respecto. Tras una pausa, toma la palabra Juan Eduardo Zúñiga: “Sus señas de identidad son su decidida protesta ante la injusticia y la frustración en la que viven sus personajes. Pero lo que le hace realmente grande es esa genial capacidad para encerrar en unas pocas páginas el latir de la vida”, comenta el autor de títulos tan significativos como “Largo noviembre de Madrid” o “Capital de la gloria”.

Sergi Bellver da un paso al frente y se detiene ante la naturaleza dual de los personajes de Chéjov, ante el contraste que establece entre ellos para resaltar el conflicto de fondo, ante la omisión de datos y el uso de la elipsis, así como en el peso de cada silencio en el desarrollo dramático de sus historias. “Quien tenga a Chéjov por un triste dibujante de escenas, no se ha enterado de la película, porque su mundo literario es mucho más profundo de lo que parece. Esa sencillez en su grandeza es la que ha seguido influyendo a los mejores cuentistas de los siglos XX y XXI”, afirma con contundencia.

“Quien tenga a Chéjov por un triste dibujante de escenas, no se ha enterado de la película, porque su mundo literario es mucho más profundo de lo que parece. Esa sencillez en su grandeza es la que ha seguido influyendo a los mejores cuentistas de los siglos XX y XXI”, declara Sergi Bellver.

Y pasa el testigo a José María Merino, para quien todos los cuentos de Chéjov “son verdaderas joyas literarias por su intensidad dramática, con estupendos apuntes de una sociedad infectada por la corrupción, el alcohol, el servilismo, el autoritarismo brutal y las carencias materiales, sin que el panorama social llegue a desdibujar en ningún momento el núcleo dramático: la soledad humana, la falta de arraigo y la huida como una especie de felicidad, la imposibilidad o al menos la dificultad del encuentro”.

En la misma línea, Luis Mateo Díez apunta a “la absoluta naturalidad en el trazo de su escritura” y a “la hondura de su reflexión sobre la condición humana”, mientras que Paul Viejo se queda con dos rasgos que se ven en Chéjov desde el inicio y que marcarán el resto de su producción: por una parte, “la insinuación, la capacidad de síntesis para señalar cosas sin contarlas, algo bastante extendido e influyente en los escritores posteriores”, y por la otra, el aspecto “teatral” de sus cuentos. “No solo es que fuera a ser un enorme e importantísimo autor de teatro, es que ya desde el comienzo se puede ver cómo muchos de sus relatos son absolutamente representables sobre las tablas”.

III. CUENTOS QUE NO PODEMOS DEJAR DE LEER

Antón Chéjov

¿Cuáles de los centenares de cuentos de Chéjov no podemos dejar de leer?, aparece la pregunta en una gran pantalla que ocupa toda la escena. De nuevo es Paul Viejo quien interviene: “De este primer tomo sería ridículo no citar “Flores tardías”, una novelita corta de 1882, donde está ya todo el Chéjov de los cuentos considerados “mayores”, una narración donde es capaz de hablar al mismo tiempo de enfermedad, tristeza y desigualdades sociales sin despeinarse y con un pulso absolutamente moderno. También vuelvo una y otra vez a ese pequeñísimo cuento enorme que es “Se fue”, dos paginitas de 1883 donde se dice muchísimo omitiéndolo casi todo. Y para los que tengan a Chéjov únicamente en el canon de los escritores realistas recomendaría “Las islas voladoras”, un relato fanta-científico que podría haber firmado Verne. Habría que recomendar también títulos bien conocidos, como “Ostras” o “Cirugía” o “El gordo y el flaco”, pero de entre los desconocidos, a los que quieran reírse un buen rato les diría “Encaje de bolillos”, un Chéjov desternillante”.

Viejo sostiene que en la preparación del primer tomo le ha parecido “sorprendente” la cantidad de recursos, estructuras y pruebas varias que pone en circulación Chéjov en sus piezas iniciales. “No hay tipo de cuento que parezca no haber probado. No se limita a una sola categoría de relato, como otros autores y referentes del género han podido hacer: Chéjov ni siquiera se planteó cuáles deben ser las reglas de un cuento”.

Se refiere también al extremo perfeccionismo del escritor, al que le costaba dar el visto bueno a los relatos que habrían de formar parte de sus Obras Completas. “Era exigente, sí, pero al mismo tiempo algo despreocupado. Lo fue para seleccionar lo que consideraba con suficiente calidad como para “permanecer”, aunque a veces sus criterios podamos no entenderlos (excluye, por ejemplo, cuentos tan magníficos como “Un liberal” o “De caza”). Sin embargo, también en sus inicios, debido a las prisas, los ritmos de escritura, la necesidad de las entregas a las publicaciones en las que colaboraba, fue bastante descuidado respecto al resultado final de algunos cuentos, algo que en muchas ocasiones solucionó años después al corregirlos para las reediciones”.

Paul Viejo se refiere al extremo perfeccionismo del escritor, al que le costaba dar el visto bueno a los relatos que habrían de formar parte de sus Obras Completas. “Era exigente, sí, pero al mismo tiempo algo despreocupado. Le costaba mucho seleccionar lo que consideraba con suficiente calidad como para “permanecer”, pero, también, debido a las prisas, los ritmos de escritura, la necesidad de las entregas,, fue bastante descuidado respecto al resultado final de algunos cuentos

Paul Viejo cambia de postura, saca unos folios de una carpeta y sigue seleccionando sus relatos predilectos del resto de la producción chejoviana. “Sé que es un tópico, pero si tuviera que elegir sólo uno, éste seguiría siendo –una y otra vez- “La dama del perrito”, sin duda. Uno de los cuatro o cinco cuentos más grandes de la historia. Pero también puedo añadir “La bromita” y “Vanka”, dos de los cuentos más tiernos que he leído nunca y que aparecerán en el segundo tomo; enormidades como “El duelo”, “Gúsev” o “El beso”, que se incluyen en el tercero. Y ya en el cuarto, “El monje negro”, todo un tratado sobre la locura, y, por supuesto, repito, no me canso de repetirlo, “La dama del perrito”.

Coincide Juan Eduardo Zúñiga en «El beso»: “un relato muy interesante que marca un cambio de estilo en la obra de Chéjov, el final de la etapa del humorismo, y en el que se muestra una situación inexplicable que despierta en el oficial protagonista una crisis de frustración y la sensación de la inutilidad de su vida”. Cita, además, «La novia», escrito en 1903, un año antes de su muerte. Un cuento que le parece importante porque en él “trata un tema que nunca antes había contemplado: la situación de la mujer en la sociedad rusa, su condición de dependencia y el inicio de su rebeldía”.

La misma relevancia concede a este relato rompedor para la época Clara Obligado. “Es increíble que un hombre ruso escribiera, hacia 1910, un texto como éste”, comenta. La escritora se había referido con anterioridad a “Tristeza”, donde un cochero cuenta su historia ante la indiferencia general. Es una narración que también está entre las favoritas de José María Merino. Añade éste a su lista: “Vanka”, relato del niño aprendiz de zapatero que escribe a su abuelo una carta sin posible destino; “Ganas de dormir”, en el que una criadita soñolienta acaba abruptamente con el motivo principal de su invencible insomnio, y “La corista”, un cuento que siempre pone como modelo del género “porque es un ejemplo de concentración dramática y de destreza en el que se nos presentan los personajes con un ajuste perfecto del escenario y del tiempo, y de un modo tan sutil que, por muchas veces que lo leamos, siempre tendremos dudas sobre la conducta de esa dama ofendida que acaba llevándose el patrimonio de la pobre corista”.

Mucho más escueto, pudiendo referirse a todos, Luis Mateo Díez es capaz de decantarse por uno solo de los relatos de Chéjov, “Luces”. “En ese cuento siempre descubro la esencia de un escritor obsesionado por el sentido de la vida, pero que, al fin, reconoce que solo nos queda la elocuencia de las palabras para entender su absurdo”, señala.

“Chéjov está lleno de vericuetos y sorpresas, así que cada lector encontrará sus cuentos imprescindibles”, cambia de registro Miguel Ángel Muñoz, quien destaca tres títulos: “Enemigos”, donde ve a “Chéjov en estado puro, creando una angustia y empatía en el lector propia de Hitchcock; “El monje negro”, “porque en él se desata una vena fantástica que quizás Chéjov habría explorado de no haber muerto tan joven” y “Gusev”, un cuento que escribió tras su periplo hasta la isla de Sajalín y que es muy distinto a otros cuentos suyos. Casi una historia de Conrad”.

Luis Mateo Díez es capaz de decantarse por uno solo de los relatos de Chéjov, “Luces”. “En ese cuento siempre descubro la esencia de un escritor obsesionado por el sentido de la vida, pero que, al fin, reconoce que solo nos queda la elocuencia de las palabras para entender su absurdo”, señala.

“Resulta complicado elegir”, señala Sergi Bellver, “porque escribió demasiados y evolucionó mucho en poco tiempo. Ni siquiera maestros como Tolstói o Richard Ford coincidieron al elegir los mejores cuentos de Chéjov, y aunque ya en sus primeros textos hay destellos de genio, personalmente me interesa más su etapa de madurez, a partir de 1886, cuando Chéjov cobra verdadera conciencia de su dimensión como artista. Me quedaría, pues, con «Enemigos», «Casa con mezzanina», «El violín de Rothschild» o «Tristeza», que junto a otros más célebres, como «La dama del perrito», resumen lo mejor de su mirada, su talento y su visión del mundo. Más allá del cuento y dejando el teatro aparte, hay dos textos suyos que me parecen obras maestras: la narración de “La estepa” y la monumental crónica periodística de “La isla de Sajalín”.

IV. PASEO POR LOS PAISAJES RUSOS

Antón Chéjov con Lev Tólstoi
Antón Chéjov con Lev Tólstoi

Imágenes de Rusia, de sus reconocibles paisajes y de los genios de su literatura, se van proyectando en la gran pantalla. De fondo, una suave música y las palabras de nuevo. “Entre “La hija del capitán”, de Pushkin, novela inicial de la literatura rusa, y “Guerra y Paz”, de Tólstoi, una de sus cumbres, median solamente 33 años. En ese brevísimo plazo, los rusos consiguieron poner en pie una de las grandes literaturas de la humanidad. Gógol, Turguéniev, Dostoievski, Lermontov, Léskov… Chéjov mantiene el nivel en su máxima  altura, conserva  los elementos profundos del genio literario ruso; la capacidad para entrar en los territorios del corazón humano sin olvidar el entorno social. En el género del cuento llega a un punto insuperable de refinamiento estético”, sostiene Merino.

Y le toca a Paul Viejo referirse a su reconocimiento temprano por parte de la crítica y del resto de la sociedad literaria, lo que favoreció el contacto con otros escritores de su época. “El respeto que sentía hacia Tolstói tuvo su parte recíproca de apoyo y aliento, pero también de crítica necesaria, ya que Tolstói llegó a seleccionar los cuentos “buenos” y los cuentos “malos” de Chéjov. También llegó a conocer a Léskov, a quien reverenciaba, pero con quienes mayor amistad y complicidad tuvo siempre fue con Maksim Gorki e Iván Bunin. Por apoyar al primero fue capaz hasta de renunciar a su plaza en la Academia. Ambos autores escribieron preciosos retratos de Chéjov a su muerte”.

La universalidad define a Chéjov, rasgo al que se refiere Sergi Bellver. “Su impresión de la condición humana va más allá de lo ruso, aparte de que eligió cultivar la concisión del cuento justo cuando le había tocado ser contemporáneo de titanes de la gran novela rusa como Tolstói, Dostoievski o Bieli. Chéjov leyó con admiración a Pushkin, Gonchárov y Turgueniev, mantuvo una estrecha relación con Gorki y Bunin y, aunque se sintiera al principio tan cercano a Tolstói como lejos de Dostoievski, terminó separándose del maestro y buscando su propio camino: «La dama del perrito», por ejemplo, es en parte una contestación a la intransigencia moral de Anna Karénina”, señala Bellver, argumentando que “los grandes artistas no saben de generaciones ni de geografías, y que si son grandes es justo por mantenerse fieles a sí mismos y ofrecer al mundo una mirada genuina, que no imite a las demás, ni siquiera aunque al autor le toque compartir una época tan gloriosa literariamente como la de la segunda mitad del siglo XIX en Rusia”.

Le da la razón Zúñiga, para quien “el destino de los innovadores,  consiste en una cierta soledad, sin interlocutores”. “Chéjov fue un renovador no sólo de la prosa sino también del teatro. Si hubiese que buscar influencias en la literatura rusa quizás Gogol y Turgueniev podrían ser considerados unos maestros lejanos”, añade quedamente, en contraste con Luis Mateo Díez, que en ese momento alza la voz para decir: “El modo en que Chéjov dialoga con sus contemporáneos es haciendo metáforas narrativas sobre los dos temas cruciales de la gran literatura rusa: el bien y la bondad, sus contradicciones en el destino de un pueblo”

“Cuando lees a Chéjov”, le sigue MIguel Ángel Muñoz, “ves y reconoces el mundo ruso, su obsesión por la burocracia, por la condición solitaria y amarga del hombre, pero sus cuentos no admiten comparación con otros rusos. Chéjov es menos petulante, siempre menos petulante, y menos aún, como si viviera una extraña condición de pequeñez frente a la grandeza geográfica y literaria de esa Rusia eterna que su época quería transmitir a los contemporáneos”.

V. CONSEJOS PARA APRENDICES DE ESCRITOR

Antón Chéjov y Máximo Gorki en Yalta, 1900.
Antón Chéjov y Máximo Gorki en Yalta, 1900.

Hay algunas ideas que siempre aparecen cuando se habla de Antón Chéjov: su influencia en muchos de los grandes cuentistas surgidos con posterioridad y la necesidad de que todo aquel que quiera dedicarse a la literatura lo lea con fruición. A Zúñiga le parece obligado acudir a él como maestro indiscutible de la descripción de sentimientos, tanto a sus relatos como a sus cuatro obras de teatro fundamentales : «El tío Vania», «Las tres hermanas «, «El jardín de los cerezos» y «La gaviota», entrega por la que recomienda empezar, “profundizando”, dice, “en el personaje del joven autor que aparece en ella, el cual busca romper con la tradición y encontrar nuevas formas, como hizo el propio Chéjov”.

Sergi Bellver, por su parte, se dirige a cualquier escritor en ciernes para decirle que si piensa dedicarse al relato breve o a cualquier otro tipo de género narrativo, aprenderá de Chéjov “concisión, dramaturgia y sentido escénico, pero sobre todo, si lo lee con atención, aprenderá a observar mejor lo que le rodea”.

Conocedora de las dificultades de quienes empiezan en el apasionante y tortuoso mundo de la escritura Clara Obligado considera fundamental partir del clásico; de hecho en su taller es un autor al que se recurre frecuentemente y al que se le han llegado a dedicar cursos completos: “Hay lecturas que son imprescindibles en la formación de todo escritor, y Chéjov es, sin duda, una de ellas. En particular si se quiere ser cuentista. Bajo mi punto de vista no ha perdido un ápice de modernidad y, de hecho, no conozco a nadie a quien no le guste”, señala. Y pasa a establecer un triángulo muy atractivo:  Chéjov, Carver y Munro.

“Chéjov es el principio. Él cuenta lo grande desde lo pequeño, o lo pequeño de manera que parece inmenso, no necesita de una gran algarabía para que sintamos la perplejidad de la existencia”, explica Obligado en un decorado que reproduce una clase, con muchos alumnos alrededor. “Chéjov no exhibe sus trucos, sino que los esconde, lo que trae como resultado una literatura profunda, pero nada altisonante. En él la acción es subsidiaria de la emoción. Esta literatura de lo máximo en lo mínimo creo que está muy próxima a la literatura escrita por mujeres como Katherine Mansfield, o Natalia Ginzburg, quien no por casualidad escribe una biografía de Chéjov. O Irene Némirovsky, que tiene un libro sobre el autor ruso casi excesivamente laudatorio”.

La escritora cita las cartas a Olga Kniepper, donde se aprecia también “una visión del hombre y de la mujer absolutamente contemporáneas”, y se refiere a la modernidad del clásico tanto en la temática como en la forma, tanto en el pensamiento como en la manera de contar. “Ese es el camino que sigue y que reconoce Raymond Carver. “Tres rosas amarillas” , un cuento inolvidable, no es más que un homenaje al maestro ruso. Carver, que evidentemente ha leído muy bien a Chéjov, comprende que lo pequeño es la base de lo inmenso”, sigue su argumentación. Y traza un puente con Alice Munro, a la que se ha llegado a definir como “la Chéjov canadiense”. “Ella da un nuevo giro, ya que incluye tanto lo fantástico como la experimentación metaliteraria pero, en el fondo, se trata de lo mismo. Los tres autores tienen muchos elementos en común: la búsqueda del sentido de la existencia a través de las pequeñas historias, el despojo retórico, el uso de las emociones sin sentimentalismo alguno, la elaborada artesanía formal”, concluye Clara Obligado.

“A muchos escritores actuales, sobre todo a los jóvenes, les vendría bien leerlo a fondo, para templar sus humores y petulancias”, introduce un poco de cizaña Miguel Ángel Muñoz. Y tira del hilo José María Merino, quien no entiende que nadie quiera dedicarse a la literatura sin haber leído a Chéjov. “A los “escritores en ciernes” les diría que si la influencia de Poe llega por lo menos hasta Borges y Cortázar, la de Chéjov acaba fructificando en la gran literatura americana y en Carver, por ejemplo, que relató la muerte del gran narrador ruso en “Tres rosas amarillas, aunque bastantes jóvenes escritores contemporáneos suelan ignorarlo”, comenta. Y prosigue: “No es raro que jóvenes cuentistas citen con admiración a colegas tan endebles como Don de Lillo o Lydia Davis, y, si saben algo de Chéjov, piensen que pertenece a un pasado arcaico y no recuperable. Pero son los signos de los tiempos…”

«A muchos escritores actuales, sobre todo a los jóvenes, les vendría bien leerlo a fondo, para templar sus humores y petulancias”, introduce un poco de cizaña Miguel Ángel Muñoz. Y tira del hilo José María Merino, quien no entiende que nadie quiera dedicarse a la literatura sin haber leído a Chéjov.

De nuevo un silencio largo y notas musicales que se apagan cuando Paul Viejo decide introducir un matiz a lo que se ha dicho, concretamente en lo referido a Carver. “Se le suele ver como continuador de Chéjov, y es cierto. Pero de «una» de las líneas chejovianas. Carver sólo escribió de una manera, pero Chéjov de muchas”.

“Hay que empezar a entender esa relación de otra manera, del mismo modo que hay que empezar a desmontar un tópico al que le tengo especial manía, y que, además, suele ser un tópico del cuento en general: el de la palabra justa, que nada sobre ni falte, el del lenguaje medido, etcétera”, continúa argumentando Viejo y anima a leer cuentos como “El encuentro de la primavera”, para ver el uso absolutamente poético del lenguaje que hace Chéjov; “Un drama de cacería”, para olvidarse de que no sobran cosas, así como muchos otros relatos donde la retórica existe y es usada convenientemente.

En cuanto a las influencias en sus propias obras, en mayor o menor medida, todos los participantes, actores, de este reportaje, las reconocen. “Chéjov representó para mí la fe en el propio trabajo, la fuerza de la tenacidad para cumplir los sueños”, declara Zúñiga. “Me ha descubierto que la vida no está en las evidencias, sino en los pliegues más imperceptibles y oscuros”, señala Mateo Díez. “No es el autor al que siempre vuelvo, sino el que nunca se aparta. Incluso como escritor, aunque estéticamente intente apartarme de él, es evidente que mucho de lo poco que sé, ha sido culpa suya”, interviene Paul Viejo.“No puedo olvidar a Poe, ni a Maupassant, ni a Clarín, por citar a algunos clásicos que también me enseñaron a escribir cuentos, pero sin duda Chéjov es un maestro de la extrema concisión, de la condensación dramática llevada a sus límites. Me ha enseñado que los buenos cuentos siempre convierten un suceso humano, por pequeño que sea, en un referente simbólico”, añade Merino.

“Chéjov representó para mí la fe en el propio trabajo, la fuerza de la tenacidad para cumplir los sueños”, declara Zúñiga. “Me ha descubierto que la vida no está en las evidencias, sino en los pliegues más imperceptibles y oscuros”, señala Mateo Díez.

En el caso del escritor almeriense Miguel Ángel Muñoz, la respuesta está clara: basta con decir “El síndrome Chéjov”, título de un cuento, de un libro y de un blog de referencia donde el autor va dando cuenta de sus lecturas. “En ese cuento laborioso y extenso que le dediqué”, explica, “procuré meterme en su vida, en sus emociones. En esa historia escogí su faceta de médico altruista, que atendía a sus pacientes sin cobrarles, al tiempo que escribía sus mejores obras, porque creo que ahí está ese Chéjov contradictorio pero muy grande: misántropo pero generoso, un tanto misógino pero profundamente enamorado, sabedor de la importancia de su obra pero muy humilde y nada engolado. Pertenece al grupo de esos escritores, no tan abundantes –como Camus o Delibes-, que por su inflexibilidad moral uno puede tener como modelos sin temer una decepción”.

Sergi Bellver tampoco tiene ninguna duda sobre las enseñanzas que ha recibido del autor ruso. “Es uno de mis referentes absolutos, no sólo por su obra, sino también por su manera de estar en el mundo y su sentido ético del oficio. Creo que, hasta el día de hoy, en el que apenas he comenzado mi carrera como escritor, hay dos cosas que me han marcado tras años de lecturas chejovianas: su manera de enfocar nuestras sombras para revelar a contraluz nuestra naturaleza, y su capacidad para integrar en la historia toda la escenografía circundante, desde el paisaje a los lugares que cercaban a los personajes. Resulta lógico, si pensamos que Chéjov es también uno de los mejores dramaturgos de la era moderna”, comenta. Y confiesa que también en lo personal se siente identificado con él, con su actitud vital, con su temperamento. “Se le tenía siempre por un hombre serio y austero, cuando entre sus íntimos podía llegar a ser tan divertido y afectuoso como afilado con quien le irritara. Como él siento un profundo desprecio por la gente frívola, indigna y sin moral”.

Otro largo silencio, un juego de sombras al fondo, sirve para que Bellver se adelante y trace con unas breves pinceladas el perfil ético de Antón Chéjov: “Cuando ya era un autor de cierto éxito, volvió a ejercer de médico para arrimar el hombro en hambrunas y epidemias. Financió de su propio bolsillo escuelas para campesinos y bibliotecas para la colonia penitenciaria de Sajalín. Legó en su testamento parte de sus bienes y de sus derechos de autor para la alfabetización de los niños de su pueblo natal. Ayudó siempre que pudo a sus amigos, no hizo mucho caso de los halagos y ocultó su enfermedad para no preocupar a sus seres queridos. Y aunque prefería ser discreto, tampoco se amilanó nunca cuando tuvo que posicionarse frente a una injusticia, incluso aunque fuera en contra de sus intereses. Si Chéjov viviera en nuestro tiempo, me temo que sería un ave todavía más rara entre tanto buitre”.

VI. CONSEJOS PARA LECTORES PRESENTES Y FUTUROS

Ya en la parte final de la representación ha llegado el momento de dirigirse al público, a los lectores. Todos los intérpretes se ponen en pie, mirando directamente al patio de butacas. La voz se hace presente en un maestro de ceremonias que les pide consejos, les pregunta cuál es el mejor camino para llegar a Chéjov, qué es lo que le dirían al lector que quiera descubrirlo. José María Merino es el primero en hablar: “Si el lector es muy joven, lo animaría sin lugar a dudas, asegurándole una lectura deleitosa y estimulante. Si es maduro, miraría para otro lado, porque me parecería  escandaloso que alguien que se llamase lector no conociera a Chéjov”. A su lado, Luis Mateo Díez, le da la razón: “No merece la pena que alguien que no lee a Chéjov lleve a cabo su ambición de lector y de escritor”.

“Si el lector es muy joven, lo animaría sin lugar a dudas, asegurándole una lectura deleitosa y estimulante. Si es maduro, miraría para otro lado, porque me parecería  escandaloso que alguien que se llamase lector no conociera a Chéjov”. A su lado, Luis Mateo Díez, le da la razón: “No merece la pena que alguien que no lee a Chéjov lleve a cabo su ambición de lector y de escritor”.

Se nota cierta incomodidad entre el público y entra Sergi Bellver, a quitar un poco de hierro al asunto. “Al lector le diría que dejara de lado cualquier prejuicio y se acercara a la obra de un autor que sigue apelando a todo lo que nos hace humanos, un autor que no ha perdido vigencia ni frescura con el paso del tiempo. Además, leer a Chéjov es acudir a una de las fuentes esenciales de todo lo que ha sido después el cuento moderno”.

Muy de acuerdo con él se muestra Paul Viejo. “Hay que leer a Chéjov de la misma forma que se lee a los cuentistas contemporáneos, porque, aunque es verdad que algunos relatos pueden resultarnos más lejanos por las referencias concretas a la época y el lugar, Chéjov estaba haciendo entonces muchas de las cosas que hoy se siguen haciendo. Literariamente y, por supuesto, en lo que respecta al tratamiento del comportamiento humano”.

El colofón lo pone Miguel Ángel Muñoz, quien se pone muy cerca de la platea e introduce un brusco giro: “Hay que darse tiempo, no entrar en su mundo a la primera”, aconseja, recomendando empezar por los grandes cuentos y de vez en cuando, para refrescar, ir a algunos de los primeros, más humorísticos. “Pero de lo que no estoy seguro es de que deba ser una lectura obligada para un buen lector. Con Chéjov no se gana confianza en el ser humano, y uno se hace más consciente del fracaso que al final resulta ser todo. Así que quizás, ahora que lo pienso, más que obligar a leer a Chéjov, lo prohibiría”. Cae el telón. Aplausos. Chéjov. Siempre Chéjov.

El primer tomo de los «Cuentos Completos», de Antón Chéjov, ha sido publicado por Páginas de Espuma. La aventura se completará a lo largo de tres años con tres volúmenes más. La edición corre a cargo de Paul Viejo. Las traducciones son obra de distintos traductores. Se han elegido las que se han considerado mejores en cada caso.

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