Antonia Pozzi vive en sus versos

Yuleisy Cruz Lezcano © 2023 /

La poeta italiana Antonia Pozzi quería escribir un libro para hablar de su amada tierra en Lombardía, pero en lugar de eso eligió la muerte prematura a los 26 años. Algunos lectores que se acercan por primera vez a su vida podrían considerar su decisión de diferentes maneras: bien juzgarla como una persona débil, que se rinde ante la adversidad, o ver su acto desesperado como una petición de ayuda. Otros lectores podrían interpretar su decisión de morir como una elección consciente, pero, sin embargo, el estudioso atento y el admirador fiel, aquellos que quieren conocer la verdad, buscan los motivos en los lugares donde vivió la poeta y donde todavía quedan huellas escondidas de su presencia. Es en esos lugares donde se busca el silencio y donde se narra el valor eterno del presente de sus versos.

Resulta conveniente, antes de proseguir, ofrecer algunos datos biográficos para los no iniciados en la trayectoria de esta poeta y filóloga italiana nacida en Milán en 1912, que  creció en el seno de una familia adinerada durante el periodo del fascismo italiano. Su padre Roberto Pozzi fue un brillante abogado, simpatizante del régimen de Mussolini, mientras que su madre, Carolina Cavagna Sangiuliani di Gualdana, fue una condesa, por lo que disfrutaron de cierto estatuto social. Pero las circunstancias familiares provocaron en ella una crisis personal profunda que marcaría su visión de mundo.

Antonia estudió en la escuela secundaria Manzoni y luego se matriculó en la Universidad Estatal de Milán para estudiar la carrera de Filología. En esa época inició una amistad duradera con el poeta Vittorio Sereni. Pero fue durante el bachillerato cuando tuvo uno de sus episodios amorosos más importantes, pues se enamoró de su profesor de latín y griego Antonio Cervi. Su familia, por supuesto, se opuso a dicha relación por la diferencia de edades. Esto le generó el desconsuelo y tormento que la llevaron a encontrar en la naturaleza un refugio para sus sentimientos e ideas. Por ello, en sus poemas, que no se publicaron en vida de la autora y que alcanzaron el lugar que les corresponde en el devenir de la literatura italiana gracias a la iniciativa de figuras como Eugenio Montale, son recurrentes los espacios de la naturaleza, ya que se convirtieron en lugares donde podía huir del peso de su vida familiar y del mundo que la rodeaba. 

Se puede comprender la vida de Antonia Pozzi, como decíamos, acudiendo a sus lugares, pero también a través de sus diarios, de las cartas que escribió y que fueron una ventana a sus variados intereses culturales, pues a pesar de la brevedad de su vida, dejó más de trescientos poemas, cartas, diarios y unas tres mil fotografías, muchas de las cuales fueron hechas durante sus largos paseos en bicicleta. Gracias a esta documentación hoy en día podemos saber que tenía planeado escribir una novela histórica sobre Lombardía, que amaba viajar y que visitó un gran número de lugares en Italia y Europa que inspiraron su obra. De estos lugares, destaca la villa familiar del setecientos ubicada en la localidad de Pasturo, en la provincia de Lecco, al pie del macizo de La Grigna, donde se aislaba para estudiar y perderse en los libros de la biblioteca.

en Los poemas de Antonia Pozzi, que no se publicaron en vida de la autora, son recurrentes los espacios de la naturaleza, ya que se convirtieron en lugares donde podía huir del peso de su vida familiar y del mundo que la rodeaba. 

Con esto, podemos entender que los poemas de Antonia Pozzi estén cercanos al hermetismo con versos llenos de simbolismo crepuscular. En su obra, el dolor se apodera de su imagen y el mundo la reta. La poeta, en un momento indeterminado, empieza a sentir el peso de sus visiones y su obra se convierte en un laberinto mágico donde los días se pierden. Este es el tiempo de la historia de una poeta que no muere, pues es el presente. Antonia Pozzi vive en sus versos, aquellos que son anticipatorios, porque contienen epicentros temáticos como la melancolía, la muerte y la inaccesibilidad a la felicidad. Estos epicentros mueven un mecanismo de sobreposición antropológico-poético, un mecanismo de asociación que ayuda a interpretar su identidad suicida.

El tema del final de la vida ocupa un espacio importante y trasversal de la obra entera de una poeta que sabía escribir sobre la continuidad de la vida con la muerte. Hay que entrar entre las rendijas de las contradicciones para ubicar el lugar donde surgen los demonios. Para comprender la razón de un trágico final es necesario saber que Pozzi era una mujer frágil e hipersensible, de dulce angustia creadora, pero, al mismo tiempo, dotada de un carácter fuerte y de una enorme inteligencia filosófica.

Para opinar hay que ponerse en su lugar, sentir como ella sintió la paranoia paternal, la ambivalencia de pensamientos, la censura de su vida y de su poesía. Sin duda, como decíamos anteriormente, vivió enfrentada a una gran crisis con el ambiente familiar que la rodeaba. La amada tierra de Lombardía con su naturaleza la consolaron hasta el día en que la insatisfacción vital y la profunda melancolía llamaron a su puerta y así, con un agudo sentimiento de frustración, se precipitó hacia el abismo de la angustia que la llevó con su bicicleta hacia el último viaje orientado por una pulsión autodestructiva.

Su final acaeció en la naturaleza que tanto amaba. El 2 de diciembre de 1938 las autoridades de Chiaravalle encontraron a Antonia Pozzi sin vida en una zanja, en uno de los lugares “donde la mirada se pierde en un vuelo de puentes y de caminos”, como lo describe su gran amigo Vittorio Sereni en el libro Frontiera (Frontera), dónde se incluye el siguiente poema dedicado a Antonia Pozzi: 

3 DE DICIEMBRE

Hasta el último tumulto de binarios

tienes tu paz, donde la ciudad

en un vuelo de puentes y de caminos;

se lanza en el paisaje

y quien pasa no sabe de ti 

como tú sabes

de los ecos de las cacerías que te rozan.

La paz tal vez sea realmente tuya

y los ojos que nosotros cerramos

ahora abiertos para siempre

sorprenden

que todavía para nosotros

tú mueras un poco cada año

en este día.

[En 1940 Vittorio Sereni escribió a su amigo Giancarlo Vigorelli que había “dedicado intencionalmente y no abiertamente a Antonia” el poema 3 de diciembre, uno de los ocho nuevos poemas compuestos en Módena.]

Antonia, el día de su muerte, parecía como si quisiera escapar de la escuela con su bicicleta. Pedaleando y pedaleando, la podemos imaginar dirigiéndose hacia las afueras del pueblo, pasando por delante de las casas, dejando atrás la ciudad, y ahí, sola, abandonando su bicicleta para sentarse cerca de un arroyo que riega los campos. La vemos entonces agarrar un bote de pastillas que llevaba consigo y tomarlas todas con un solo buche de agua. Finalmente, Pozzi se acostó en la nieve que cubría la tierra, donde la encontraron todavía viva. Poco después moría de envenenamiento, aunque su padre, el mismo que había mutilado parte de sus poemas, declarara, para que quedase constancia oficial, que Antonia había fallecido a causa de una pulmonía. Como premonición, ella había escrito: 

Vivo de poesía como las venas viven de la sangre (frase tomada de las cartas escritas a Tullio Gadez, Milán, 29 enero 1933). 

Tal vez cuando un poeta se quita la vida, cumple la orden del cielo, tal vez. Puede ser que, antes de morir, la creadora haya observado dentro de sí misma, para hallar reflejados todos los libros no escritos, y después de tomarse el veneno, se haya sentado a aceptar, a trabajar en la perfección de su transparencia.  Mirándose desde afuera, quizás haya visto los círculos de una mujer desgajada por su propia mano.

Imagino, en su alma, flotar agónica las cinco vocales del acento, una luz que camina por las mejillas y se aleja de su cadáver rodando. En el silencio de cada poro, cada nervio abierto se vuelve oro, molido y diluido con el veneno. Puede ser que ella haya presentido lo que yo estoy imaginando. En la resonancia de sus versos se puede hallar una relación causa-efecto, con el angustioso sentido de un destino del cual no se puede escapar. Pozzi acepta su destino, incapaz como es, por su formación, de ver en la vida la fuerza germinativa. En el poema siguiente tenemos las más penetrantes confesiones acerca del sufrimiento. Allí nos habla, de manera esclarecedora, del alcance de su sacrificio.

AL BORDE DE LA VIDA

Vuelvo por la ruta habitual,

a la hora de siempre,

bajo un cielo invernal sin golondrinas,

un cielo dorado aún sin estrellas.

La sombra pesa sobre los párpados.

como una mano larga velada

y los pasos en lento abandono demoran

en el camino tan conocido

y desierto

y silencioso.

Se asoman dos niños

de una oscuridad de pasaje

agitando los brazos:

la sombra salta

surcada por un vuelo trémulo

de fluidas serpentinas claras.

las campanas gritan,

todas gritan

por un despertar repentino,

gritan con asombro arcano,

como por un anuncio divino:

el alma se abre

con las pupilas

en un rebote de vida.

los niños se detienen

con las manos unidas

y me paro

para no pisar

las serpentinas pálidas

abandonadas en medio del camino.

Cantan los niños

con una voz suave

el canto alto de las campanas: y yo detengo

pensándome inmóvil esta noche

al borde de la vida

como un manojo de juncos

que tiembla

cerca del agua que se encamina.

(Milán, 12 de febrero de 1931)

Me detengo/ pensándome inmóvil esta noche/al borde de la vida/ como un manojo de juncos/ que tiembla/ cerca del agua que se encamina.” Vuelvo a los versos y pienso que es imposible leer las últimas palabras del poema y no pensar en el triste final de Antonia Pozzi; en que, de esta manera, la poeta cumplió su viaje oscuro liberándose de sus sufrimientos. 

En otras de sus composiciones hay una sobreabundancia de sufrimiento vital, como en la titulada Altura (“Pétalos violetas me recogías en las entrañas al anochecer: cuando golpeó el portón y se volvió oscuro el camino de regreso”).

También existe un amor infinito, presente en piezas como El cielo en mí. Pozzi vive a plenitud en dos posibilidades expresivas: la del sufrimiento y la del romanticismo. El remolino de su vida la lleva a ser una figura esencial entre los poetas confidenciales. Ella se pierde en el vacío de una existencia donde el sufrimiento convive con las fuerzas inagotables de la naturaleza, deslumbrante y consoladora para sus penas. Leyendo sus poemas queda claro que el entorno natural es un refugio, una pequeña isla ideal que se hermana con su romanticismo nostálgico. La muerte de la poeta no añade nada a su obra, pero, recorriendo su trayecto, lleno de pasajes vivos y luminosos, es fácil pensar con tristeza en los poemas que dejó de escribir. Cuando muere una poeta como Antonia Pozzi, podemos imaginar uno de sus últimos pensamientos: “No podré nunca contar esta experiencia”. 

Con ella, a su lado, a través de su poesía, visitamos hoy, cualquier día, sus lugares:

LOS LUGARES

Recuerdo que, cuando yo estaba en la casa

de mi madre, en el medio de la llanura,

tenía una ventana que miraba

hacia la pradera; en el fondo, la orilla boscosa

escondía el Ticino y, todavía más en profundidad,

había una banda oscura de colinas.

Yo, en aquel entonces, había visto el mar

solo una vez, pero conservaba

una áspera nostalgia de enamorada.

Ya en la tarde fijaba el horizonte;

entrecerraba un poco los ojos; 

acariciaba los bordes entre las pestañas:

y la banda de las colinas se aplanaba,

trémula, celeste: a mí me parecía el mar

y me gustaba más que el mar verdadero.

NOTAS FINALES: Todos los poemas que se incluyen en este texto han sido traducidos del italiano por la autora del mismo, Yuleisy Cruz Lezcano.

La poesía de Antonia Pozzi ha sido publicada en español en diversas traducciones. Destacamos: Para mí la tierra (Ediciones Torremozas  2019. Con traducción e introducción de Mar García Lozano); Inicio de la muerte (La Bella Varsovia, 2019. Edición y traducción de María Martínez Bautista) y El alma desnuda (Impronta, 2015. Edición de Herme G. Donis).

FIRMAS SUMERGIDAS

Yuleisy Cruz Lezcano nació en la isla de Cuba el 13 de marzo de 1973, actualmente vive en Marzabotto (Bolonia, Italia). Emigró a Italia a la edad de 18 años y estudió en la Universidad de Bolonia, donde consiguió titulaciones en “Ciencias enfermeristicas y obstetricia” y “Ciencias biológicas”. Trabaja en la Sanidad pública y lo compagina con la escritura de poemas y relatos. Es autora de los poemarios Demamah, el señor del desierto y La infancia de la hierba. Ha sido galardonada en premios literarios como el “Ossi di Seppia” y ha formado parte de otros destacados galardones. Su poesía está presente en distintas antologías y revistas italianas, españolas y de América Latina. Ha sido traducida a diferentes idiomas. Es miembro de honor del Festival Internacional de la Poesía de Tozeur en Túnez.

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