Federica Montseny: «Ahí va la mujer que habla»

«Si un sueño de dominio ha habido en mí, ha sido el de reinar espiritualmente sobre el futuro por la fuerza de mi recuerdo, de mi ejemplo y de mi obra. Ahora, curada hasta de esta vanidad pueril, generosa y romántica, sonrío; al fin de todos los sueños humanos no hay más que polvo».

Por Juan Manuel Álvarez Romero © 2015 / Escribir sobre Federica Montseny (Madrid, 1905- Toulouse, 1994) no es fácil sin admirarla, sin dejar de tener la tentación de elevarla a las nubes más altas, sin dejar de reflexionar sobre su pensamiento y su vida; sin abandonar el deseo de conocerla y compartir con ella charlas sobre la literatura, la existencia, el amor y el feminismo antifeminista que tanto defendió, imaginando que paseas o tomas un café en alguna terraza de la Barcelona que la vio crecer.

Nacida en Madrid, como ella misma decía, de rebote, en el seno de la familia Urales, intelectuales, escritores y reconocidos anarquistas –Federico Urales “Joan Montseny” y su madre Teresa Mañé “Soledad Gustavo”; importantes activistas del anarquismo, cuyos nombres debieron cambiar a la hora de publicar, por motivos de seguridad– Montseny se convirtió en una de las mujeres más influyente como política, escritora y defensora de los derechos de la mujer en la Europa del siglo XX. Su infancia y juventud se enmarcan en un periodo de nuestro país que sufrió la opresión, el hambre y las luchas obreras, hasta desembocar en la Guerra Civil. En su madurez hubo de sufrir el exilio, la persecución y la cárcel, siendo también testigo, ya fuera de nuestras fronteras, de la deriva de un continente que se desmoronaba ante sus pies y que la llevó, como a tantos otros, a revivir y sentir la muerte, la desolación humana y la injusticia más abismal que el hombre haya vivido en estos últimos siglos.

Estamos, sin duda, ante uno de los personajes revolucionarios más reconocidos de su tiempo y, al mismo tiempo, uno de los más olvidados después en el discurrir de la Historia. Mientras leo y repaso las obras de Federica Montseny (escribió más de cincuenta novelas) me es casi imposible no pensar que puedo conversar con ella, utilizando un lenguaje y un ideario que traspasa la barrera del tiempo. Y lo mismo me pasa al escuchar sus entrevistas, que aunque pocas, reflejan el carácter fuerte e inquebrantable de un pensamiento libre y hecho de coraje y vida en un tiempo nada fácil para las generaciones que vivieron una represión social y capitalista encaminada a oprimir al más débil (al obrero).

He grabado su voz en mi cabeza después de escuchar sus entrevistas y mítines. La escucho mientras escribo estas líneas y recreo el momento en que volvió del exilio, en 1977, y sintió que aquel país ya no era el suyo; que sus ideales anarquistas, duros y hechos a base de coraje,  indomables, se habían quedado dormidos.

Federica Montseny es, sin duda, uno de los personajes revolucionarios más reconocidos de su tiempo y uno de los más olvidados después en el discurrir de la Historia. Las pocas entrevistas que se conservan de ella reflejan el carácter fuerte e inquebrantable de un pensamiento libre y hecho de coraje y vida en un tiempo nada fácil.

Veo sus manos que dirigen las palabras a lo más profundo del alma de quien la escucha; siento su mirada como un arpón buscando el lenguaje más apropiado en la memoria, la memoria lúcida y clara de una mujer que lo ha visto todo y que a todo le ha puesto nombre y lo ha colocado en los estantes de su pensamiento libertario y revolucionario. Dialogo desde el presente con alguien que supo adelantarse a su tiempo y que fue capaz de imaginar, de nombrar, de dotar de pensamiento  renovado, un mundo mejor para todos.

Federica Montseny, con Mauro Bajatierra y Claro José Sendón, en un momento de la conferencia La Commune de París y la Revolución espa

Me acerco a Federica Montseny en su labor de escritora y revolucionaria. Comparto mi tiempo con ella, cuya pasión literaria se transformó en actividad política cuando fue proclamada la Segunda República. Me intereso hondamente por esta mujer silenciada en los manuales de la historia contemporánea del siglo XX de nuestro país, una mujer que llegó a ser ministra de Sanidad, “ácrata y ministra”, bajo el mandato de Largo Caballero, en un tiempo muy breve y complejo. Madre de tres hijos y esposa del militante anarquista Germinal, con quien compartió su vida, trabajó para crear hogares infantiles, comedores para embarazadas y centros “liberatorios” para prostitutas. Siempre activa, con una enorme energía, ideó un listado de profesiones para que pudieran ser ejercidas por minusválidos; promulgó la primera ley de interrupción del embarazo y coordinó el exilio de miles de niños, un episodio muy doloroso para ella, según comentó en una entrevista, pues miles y miles de esos pequeños jamás regresaron ni volvieron a saber de sus familias. Estremece escuchar cómo lo dice, así como la lástima y rabia que manifiesta al exponer que solamente consiguió abrir un hogar para niños en Valencia y un comedor para embarazadas en el poco tiempo que fue ministra.

Me intereso hondamente  por esta mujer silenciada en los manuales de la historia contemporánea del siglo XX de nuestro país que llegó a ser ministra de Sanidad, “ácrata y ministra”, bajo el mandato de Largo Caballero,  en un tiempo muy breve y complejo.

«El enemigo principal de la libertad humana y la relación entre los hombres y los pueblos es la existencia de los estados, por eso hay que gestar un mundo auténticamente socialista basado sobre todo en los derechos del individuo y en la organización de una sociedad en la que no exista poder opresor, partiendo de la base de que todo poder sea cual sea, venga de donde venga será forzosamente opresor y acabará siendo dictadura».

Figura destacada del movimiento obrero, Montseny, que no creía en el Estado porque lo consideraba opresor y contrario a los derechos universales, que confiaba en la liberación del hombre y la mujer mediante la igualdad y el conocimiento, era capaz de llenar las plazas de toros para transmitir su manera de cambiar el mundo desde un sistema donde el individuo sea el creador y dueño de su vida, dentro de “una idealidad basada en la posibilidad de organizar la sociedad sustituyendo el estado por la administración de las cosas, por el pacto, por la asociación de productores y la organización armoniosa, puesta la producción en manos de los mismos productores”, según comentaba en otra de las entrevistas que se conservan. Poseedora del don de la oratoria, Federica cuenta que una vez, al llegar a un pueblo del sur, unos niños la señalaron como “ahí va la mujer que habla”. Así la llamaban allá donde iba, de ciudad en ciudad por todo el país, organizando mítines en su labor de militante de la CNT. También la denominaban la loba, por su ferocidad en los debates, en las conferencias, en los cientos de artículos que escribió en publicaciones como «La Revista Blanca», primero, y después en “El luchador” y en “Solidaridad Obrera”.

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En junio de 1931 ingresó en la CNT. En esos tiempos Montseny consideraba que la revolución anarquista nacería en el campo y de ahí pasaría a la ciudad. Nunca estuvo de acuerdo con el ataque frontal a la República que pretendía el grupo “Nosotros” y tuvo entre sus principales objetivos escribir y luchar intensamente por la igualdad entre hombres y mujeres. En noviembre de 1933 fue nombrada redactora del periódico “Solidaridad Obrera”. En el congreso de la CNT, en mayo de 1936, participó en la elaboración de la ponencia sobre comunismo libertario, junto con Zubizarreta, Ascaso y García Oliver. Y en 1938 tuvo que exiliarse  junto con su familia a Toulouse, donde permaneció sin dejar de participar con la CNT y sus ideales hasta 1994, año en el que murió, con 86 años de edad.

Montseny, que no creía en el Estado porque lo consideraba opresor y contrario a los derechos universales, que confiaba en la liberación del hombre y la mujer mediante la igualdad y el conocimiento, era capaz de llenar las plazas de toros para transmitir su manera de cambiar el mundo desde un sistema donde “el individuo sea el creador y dueño de su vida”.

Ella misma relata: «Hija de una familia adherida al anarquismo desde muchos años, descendiente de una dinastía enemiga del autoritarismo (…), mi entrada en el Gobierno no tenía por fuerza que significar algo más que un simple nombramiento de ministro. Para nosotros, que siempre habíamos batallado contra el Estado; que siempre sostuvimos que el Estado no podía llenar ningún objetivo; que las palabras Gobierno y Autoridad significan la negación de toda posibilidad de libertad para el individuo y los pueblos, nuestra incorporación en calidad de organización y como individuos, a un programa de Gobierno, sólo podía significar un acto de osadía histórica de fundamental importancia o una corrección teórica, a la vez que táctica, de toda una estructura y de un largo capítulo de la historia (…). Fue algo que me obligó a realizar un enorme esfuerzo y me costó muchas lágrimas. Y yo acepté. Acepté venciéndome a mí misma… Fue de ese modo como entré a formar parte del Gobierno y me traslade a Madrid…».

Novelista y editora

Federica montseny con su hija primogénita, Vida
Federica montseny con su hija primogénita, Vida

Avanzando por su dilatada y fértil trayectoria nos paramos en 1924, un año absolutamente productivo para Federica, que dedicó todo su tiempo a escribir artículos, novelas cortas y, sobre todo a trabajar en La victoria, novela que fue publicada al margen de la colección anarquista La novela ideal por su extensión y que tuvo una gran repercusión de opiniones y de críticas que ponen de manifiesto el pudor social de la época. “No vacilamos en decir que el criterio de la autora es el más radical que se ha expuesto en la condición moral e intelectual de su sexo; tan radical es, que muchos radicales no estarán de acuerdo con él”, llegamos a leer en una reseña.

Fue La Revista Blanca, fundada en 1898 y donde escribían firmas como Unamuno y Pi I Margall, entre otros miembros de la generación del 98, la cuna de esta mujer rodeada desde pequeña de intelectuales, artistas y políticos que transitaban por su casa en la Barcelona de los años veinte, un periodo duro donde los conflictos patronales y obreros se saldaban con víctimas en las calles a diario, a causa de la ley de fugas y las revueltas ocasionadas por la disconformidad social entre obreros y patronales.

Cuenta la autora en sus memorias que con once años leía discursos que ella misma escribía a su abuela y a su perrita en el patio de su casa barcelonesa; la misma casa donde escribió su primera novela, “La tragedia del pueblo” y títulos posteriores como “Peregrina del amor”, narraciones que después quemaba a causa de su auto exigencia. Federica Montseny siempre quiso dedicar su vida a la escritura, pero el tiempo y las circunstancias la llevaron a comprometerse cada vez más, dedicándose poco a poco al periodismo y posteriormente a la literatura de intención social y de ideología anarquista, alentada por maestros como Proudhon y Bakunin, marcadas influencias tanto en su literatura como en su pensamiento. «…Empecé a escribir desde muy joven, colaborando en «Nueva Senda» de Madrid, «Tierra» de La Coruña, y «Redención» de Madrid. Mis padres hicieron aparecer La Revista Blanca y les ayudé en su empresa editorial y de propaganda, alternando este trabajo con la lucha sindical y mi participación en la vida de la organización y en la propaganda. Pronto llegué a ser una figura muy conocida en la CNT a causa de la gira de conferencias y de mítines realizados, sobre todo después de la proclamación de la República.»

«La Revista Blanca», fundada en 1898 y donde escribían firmas como Unamuno y Pi I Margall, entre otros miembros de la generación del 98, fue la cuna de esta mujer rodeada desde pequeña de intelectuales, artistas y políticos que transitaban por su casa en la Barcelona de los años veinte, un periodo duro donde los conflictos patronales y obreros se saldaban con víctimas en las calles a diario.

Aunque los escritores libertarios escaseaban, Federica leía a Balbina Pi, Rosario Ducet, Lola Ferrer, Antonio Maimó, Lucia Sánchez Saornil, y Teresa Claramunt, a la que tanto admiraba como oradora. También seguía a escritores como Azorín, Unamuno, Baroja y Valle-Inclán, que en su opinión se acercaron a la literatura anarquista. «Unamuno«, llegó a comentar, «fue un hombre contradictorio pero amante de la libertad por encima de todo. A Baroja, como novelista, siempre lo he apreciado, como hombre individualmente considerado, también. Desde el punto de vista social, sin embargo, fue en cierto modo negativo, porque nunca creyó ni en las organizaciones obreras, ni en la acción de los trabajadores. Era un individualista, pero un individualista consciente y muy inteligente. Valle-Inclán resultaba la contradicción hecha hombre. Tenía buenas ideas, tenía sobre todo actitudes, pero desde el punto de vista ideológico era poco aprovechable».

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De su juventud destaca, sobre todo, las lecturas de Zola; a los escritores rusos Tolstoi, Dostoievsky y Gorki, y por supuesto, a los autores libertarios Kropotkin y Bakunin. «La influencia de Bakunin ha imprimido un carácter especial al anarquismo español porque frente al individualismo contrario a la organización obrera, existía un movimiento bakunista que creía que la organización obrera era precisamente la base para conseguir transformar la sociedad. En cuanto a los autores españoles pues leíamos a Galdós, a Clarín, a todos porque la verdad es que leíamos mucho», dejó escrito.

Volviendo a la polvareda que levantó en su día su novela La victoria, Montseny tuvo que dedicar tres artículos a defender a los personajes de la misma, muy distanciados de los usos y costumbres de la sociedad española de la época. En uno de ellos decía: «Hay pocas mujeres capaces de concebir la verdadera libertad mutua y sin límites para ambos sexos…, pero aún son menos los hombres capaces  de aceptarla, sean reaccionarios o avanzados”.

En el otoño de 1927 publicaría la segunda parte El hijo de Clara, que no fue menos polémica que la primera. Y, después, en 1928, según una carta de Max Nettlau, publicó La indomable. En la segunda edición de ésta, diez años después, comentó: «He vuelto a leer estas páginas casi autobiográficas (…) Y las he dejado tal como las escribí, tiernamente apiadada de mi misma (…) Además, con qué íntima alegría he vuelto a reencontrarme. Tal como fui un día, tal como transcurrió mi infancia independiente y dichosa al aíre libre…»

«Hay pocas mujeres capaces de concebir la verdadera libertad mutua y sin límites para ambos sexos…, pero aún son menos los hombres capaces  de aceptarla, sean reaccionarios o avanzados”, decía Montseny en defensa de los personajes de su polémica novela «La victoria».

Aquí cabe hacer un inciso: La familia Urales, artífice de una de las empresas más fecundas de difusión literaria: La Novela Ideal (1928) mereció del gobierno franquista el calificativo de «envenenadora de dos generaciones de españoles«. Valga este párrafo para dar cuenta de su filosofía: «Procurábamos que ética y estética estuviesen sincronizadas. Queríamos que las novelas tuvieran un fondo ético elevado y a la vez una forma correcta, pero si había que dar alguna preferencia, se la dábamos a la ética por encima de la estética. El resultado era que la vertiente educadora del público se convertía en la finalidad primera de la novela. Nosotros éramos conscientes de que la juventud leía con más facilidad, leía mejor una novela que libros de filosofía o de ciencia, más abstractos y difíciles de asimilar. Por este motivo nos planteamos Ia necesidad de crear un tipo de novela ligera, de apariencia inocente, donde se exponían las ideas que queríamos inculcar en la juventud. Y creo que lo conseguimos«.

Fue mucho esta mujer valiente, luchadora, tan adelantada a su tiempo. Son muchos los detalles que, irremediablemente se quedan en el tintero. Merece la pena rescatar, reivindicar hoy, el talante, el pensamiento avanzado de quien declaró:

«El presente lo veo difícil. Hay muchos obstáculos en el camino, pero el futuro me parece optimista. España ha sido siempre un país de libertarios, en el sentido más amplio de la palabra, y se vuelve a pensar en anarquista. El anarquismo está en el vórtice de los movimientos ecologistas y juveniles. Nosotros éramos una minoría, sobre todo las mujeres, pero el futuro indudablemente traerá una afirmación de nuestras ideas. Hay que trabajar, escribir y editar para conseguirlo».

Intervención de Federica Montseny en el mitin de CNT en Barcelona,1977, el primero tras los 36 años de dictadura franquista
Intervención de Federica Montseny en el mitin de CNT en Barcelona, 1977, el primero tras los 36 años de dictadura franquista.

Nota: He consultado para este escrito un gran número de textos que recomiendo así como las entrevistas con Federica Montseny grabadas por TVE, entre ellas en el programa La clave.

Entre las obras consultadas: La indomable (Temas de Hoy), biografía de Susanna Tavera (Madrid, 1945), doctora en Historia Contemporánea y profesora de la Universidad de Barcelona, que ofrece un importante trabajo de investigación, así como Federica Montseny, una anarquista en el poder. (Espasa), obra de Irene Lozano (Madrid, 1971).

Federica Montseny escribió más de cincuenta novelas cortas, textos autobiográficos y cientos de artículos. Recomiendo: La mujer, problema del hombre, Cien días en la vida de una mujer, Crónica de la CNT, El anarquismo, Mis primeros cuarenta años y La victoria.

FIRMAS SUMERGIDAS | JUAN MANUEL ÁLVAREZ ROMERO

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Artista plástico y escritor nacido en 1965. Ha publicado novelas como: El hijo de las costureras y Eco de una memoria, obras que reviven gran parte de la memoria histórica de nuestro país a través de unos personajes que se buscan a sí mismos en medio de una transformación constante, entre conflictos sociales, guerras, exilio… En Eco de una memoria transitan personajes como Federica Montseny, Thomas Mann, Lorca , Neruda… Todos ellos aparecen como figuras que se mueven constantemente, en un mundo que se desmorona y al que hay que sostener en pie. También es autor del poemario  Errante (2010- 2014). Ha colaborado en revistas digitales y de papel; poesía, ensayo y, artículos de temática social.