Los juegos de magia de Amélie Nothomb

Por Emma Rodríguez © 2013 / ¿Qué es lo que me gusta de Amélie Nothomb? ¿Qué me llevó a elegir , sin apenas pensarlo, su última entrega, “Matar al padre”, para meterla en la maleta durante mi última escapada de Madrid? ¿Qué es lo que encuentro en unas historias breves que la mayor parte de las veces me saben a poco? Me hago todas estas preguntas mientras recorro sus libros -en mi biblioteca cuento seis, pero son más los que conforman su trayectoria- intentando establecer conexiones entre ellos.

Leí por primera vez a la escritora belga a finales de la década de los 90, cuando Anagrama publicó en España una de sus primeras novelas, “Estupor y temblores”, una obra refrescante que venía avalada por el éxito de público y crítica en Francia y que trataba sobre el mundo del trabajo en una empresa japonesa dominada por una inmutable jerarquía de mando y por la práctica, por encima de todo, de la sumisión y la obediencia. Han pasado catorce años desde ese primer encuentro y no he dejado de seguir a esta autora tan prolífica. Con ella me pasa un poco como con Woody Allen. Unas películas me pueden gustar más que otras, pero siempre acabo sintiendo unas enormes ganas de verlas cuando se estrenan, deseosa de recuperar esa sensación, esa corriente de afinidad, que experimenté un día.

He ido madurando a la par que Amélie Nothomb ha ido levantando su universo narrativo y ahora puedo analizar mejor las razones por las que no deja de despertar mi interés: en primer lugar está la extrañeza, esa extrañeza que me provocan siempre sus historias; en segundo lugar, la ya insinuada incomodidad ante su brevedad, ya que sus relatos raramente pasan de las 150 páginas y me dejan la sensación de querer saber más de los personajes, de sus circunstancias, de sus motivaciones, con lo cual paso al siguiente libro. Y, por último, la capacidad que tiene para levantar parábolas contemporáneas que nos hacen comprender mejor el mundo en el que vivimos, darnos cuenta de la estupidez y del horror que dirigen muchos de los actos del ser humano. Puede que la autora no busque eso, seguramente su intención no tenga nada que ver con señalar determinados comportamientos, pero aquí la opinión del lector -lo que recibe- también cuenta.

Nothomb escribe de una forma descarnada, sencilla, directa, hiriente, sin exceso de adjetivos, construyendo en ocasiones párrafos a la manera de un poema. Sus narraciones son bosquejos que podrían ir más allá, pero que por sí mismos bastan para quedarse clavados en la memoria. Puede ser una imagen, una idea, un razonamiento, pero lo cierto es que seguimos recordando el libro mucho después de acabada su lectura. Pasado el tiempo sé que pensaré en “Matar al padre” siempre que me hablen de magia, de trampas, de juego de cartas, de imposturas, de obsesiones, de ese afecto auténtico que poco tiene que ver con los lazos de sangre. Del mismo modo que asocio “Estupor y temblores” con el ejercicio del poder, con la humillación; Diario de golondrinas” con la búsqueda del deseo aunque sea a través de las prácticas más atroces, o “Ácido sulfúrico” con la pérdida de la identidad, la telebasura, el imperio de lo mediático, de lo falso, de lo mediocre, que tanto caracterizan la época actual. En esta última historia la autora consigue reflejar con maestría cómo la crueldad, el sufrimiento ajeno, son utilizados como un medio para ganar audiencias.

La autora de «Matar al padre» escribe de una forma descarnada, sencilla, directa, hiriente, sin exceso de adjetivos, construyendo párrafos en ocasiones a la manera de un poema. Sus narraciones son bosquejos que podrían ir más allá, pero que por sí mismos bastan para quedarse clavados en la memoria.

Irónica, especialmente dotada para el registro humorístico, para el sarcasmo, a la autora le gusta el juego. Juega con su imagen, con su rostro, que muchas veces ilustra las portadas de sus libros, y le encanta colarse en sus relatos, hasta el punto de que en uno de ellos, “Diccionario de nombres propios”, se dejó asesinar por la pareja protagonista. En esta ocasión se convierte en una intrusa, en la observadora que en un club de magia detiene la mirada ante un joven jugador de póquer que a su vez es contemplado por un hombre mayor. Alguien le cuenta qué relación existe entre ellos, una relación de maestro y discípulo, de padre e hijo, y ahí se inicia una aventura extraña, como todas las suyas. “El objetivo de la magia es lograr que otro llegue a dudar de la realidad”, se dice, estableciendo un claro paralelismo con la literatura.

¿Qué es la mirada?”, se pregunta la voz narradora de “Metafísica de los tubos”. “Ninguna palabra puede aproximarse a su extraña esencia. Y, sin embargo, la mirada existe. Incluso podría decirse que pocas realidades existen hasta tal punto”. “¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada”, sigue respondiendo a sus propios interrogantes.

Amélie Nothomb © Carles Mercader

Amélie Nothomb está dotada de una mirada diferente y esa diferencia alcanza a los protagonistas de sus novelas, muchas veces niños o adolescentes, a los que comprende de una manera muy especial, tal vez porque ella también fue una niña singular al crecer en unos ambientes en los que se sentía distinta, tal vez porque hubo de recurrir a la literatura, a los cuentos de hadas, quizás de terror, para estar menos sola. Aquí hago un inciso para volver a citar “Metafísica de los tubos”, donde narra su biografía hasta los tres años de una manera insólita, originalísima. 

Hay muchas obras de formación en este territorio, muchos trayectos en los que esos personajes se asoman al mundo y están ansiosos por perder la inocencia, por acceder al terreno de los adultos. Esto sucede con el joven aprendiz de mago en “Matar al padre”,  un chico de 14 años que quiere robar a su maestro -una especie de padre adoptivo- todo lo que es, todo lo que tiene: sus trucos, su don para la magia, e incluso su mujer, una atractiva malabarista del fuego que le ayuda a comprender lo que es la belleza y la pasión. Una vez más la escritora contrapone la bondad y la maldad, la honestidad y la mentira, en esta novela construida como una partida de cartas que al parecer acaba ganando el aspirante, aunque el lector sabe que no es así, que los triunfos en la vida son asuntos efímeros.

Poco más debería decir de este libro, ya que cada cual deberá ir despejando las incógnitas, los secretos, las preguntas que encierran las páginas, porque, insisto, si algo tiene Amèlie Nothomb es un extraordinario don para seducir y para fijar en el recuerdo determinadas sensaciones, determinados escenarios, como en esta ocasión la extensión del desierto y las malabaristas-bailarinas del fuego ejecutando su función. Salgo de este espacio de transgresión y alucinógenos y siento el impulso de volver atrás, a unos ambientes totalmente distintos, los de la empresa japonesa en la que trabaja la joven de “Estupor y temblores”. 

Hay muchas obras de formación en el territorio de Nothomb, muchos trayectos en los que esos niños y adolescentes se asoman al mundo y están ansiosos por perder la inocencia, por acceder al terreno de los adultos.

Atrapada por la actualidad, por el deterioro del mundo laboral al que nos ha conducido la crisis económica y la aplicación de políticas neoliberales, llevaba tiempo acordándome de esta novela que la autora escribió partiendo de experiencias propias, ya que conoce muy bien los modos y costumbres de la sociedad japonesa y está capacitada para profundizar en temas como la sumisión femenina, o la tendencia al suicidio, que tantas páginas llena en la literatura nipona. Nothomb nació en la ciudad de Kobe, debido al trabajo como embajador de su padre, y pasó allí y en otros países de Oriente su infancia y adolescencia, aprendiendo  japonés y trabajando más tarde como intérprete en Tokio.

Hace 14 años, cuando leí esa novela, la interpreté en clave de contraste cultural, salvando las distancias un poco a lo “Lost in Translation”, la película de Sofía Coppola, pero aún más hacia los extremos. La protagonista, una joven occidental, empieza a trabajar en Yumimoto, importante compañía de Tokio, y no termina de asumir la jerarquía establecida en la empresa, ni entiende por qué sus trabajadores acaban aceptando sin más las constantes humillaciones a las que son sometidos. Su periplo, contado con indudables dosis de humor, se convertirá en un infierno, en una caída sin remedio hacia el escalafón más bajo: de elaborar informes pasa a hacer fotocopias, a llevar los cafés a sus superiores y finalmente a limpiar los retretes.

Amélie Nothomb © Carles MercaderCuando descubrí “Estupor y temblores” me pareció muy alejada de los modos occidentales, algo que no podría decir en un presente en el que los trabajadores europeos tienen que aceptar condiciones cada vez más precarias, más abusos, más indignidad. Por eso, junto con “Matar al padre” recomiendo a quienes quieran adentrarse en el universo narrativo de la escritora no prescindir de un libro que me parece, junto con “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole, hermanados ambos por el recurso de la ironía, una de las ficciones que mejor retrata el mundo del trabajo, el funcionamiento de las empresas que limitan al ser humano a meras máquinas de obediencia, el absurdo de los sistemas económicos basados en la producción salvaje, sin el menor atisbo de humanidad.

[«Matar al padre» y el resto de novelas de Amélie Nothomb han sido publicadas en España por Anagrama. Todas han sido traducidas por el escritor catalán Sergi Pàmies. El texto se abre con un juego de diferentes portadas. Las otras dos fotografías, cedidas por la editorial Anagrama, las firma Carles Mercader.]

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