“Mujer azul”, de Antje Rávik Strubel, una novela sobre Europa, sus fronteras y memorias

Emma Rodríguez © 2023 / 

Siento especial predilección por las novelas que me acercan a realidades ocultas, poco presentes en los focos mediáticos, sobre las que apenas había reflexionado. Me gustan las historias que no permanecen al margen de la actualidad, que afrontan, con valentía y capacidad de ahondamiento, los conflictos sociales y políticos que marcan nuestro presente. Agradezco encontrarme con paisajes que hasta ahora no había contemplado, con personajes capaces de transmitirme miradas diferentes sobre las cosas, visiones estimulantes, no siempre cómodas.

Por todo ello me ha interesado tanto Mujer azul, novela que me ha descubierto la personalísima voz de la escritora alemana Antje Rávik Strubel, nacida en 1974 en la antigua RDA, en la ciudad de Potsdam, donde vive actualmente, un origen que marca poderosamente su trayecto literario. Esta obra, con la que obtuvo en 2021 el Premio Alemán del Libro y que ha publicado en castellano la editorial De Conatus, no deja indiferente, tiene la capacidad de poner ante nuestros ojos muchas de las contradicciones de las sociedades europeas.

Pese a ser poco amiga de listas de mejores libros del año, porque siempre me han parecido limitadoras; porque defiendo el eclecticismo y la heterodoxia en la lectura y considero que unas obras no se pueden medir con otras; porque estoy convencida de que muchas publicaciones magníficas no acaban de llegar al gran público, ni siquiera a la crítica, por circunstancias diversas (prejuicios, capacidad de los grandes grupos editoriales para imponerse, falta de atención de los medios convencionales a lo no conocido, a lo nuevo, a lo diferente…), ahora que 2023 está llegando a su fin, me atrevo a decir que esta novela ha sido de las mejores que he leído en su discurrir, al lado de otras de las que he ido dando cuenta en las páginas de Lecturas Sumergidas, consciente, eso sí, de lo mucho, y bueno, a lo que no he tenido capacidad de acceder.

Abro esta Ventana Propia, con la que despido un año a la vez que saludo al siguiente, a las atmósferas de la Mujer azul de Rávik Strubel, a sus tránsitos, a sus contrastes. Historia de fronteras, de huidas, de memoria y heridas históricas, esta entrega, atravesada de furia, de actualidad, también de poesía, nos lleva a empatizar con quienes se ven abocados a emigrar, a dejar sus tierras de origen, a no sentirse en casa en ningún lado, a sufrir, en no pocas ocasiones, la agresión, la explotación, el abuso, como le sucede a Adina, la protagonista, una joven que deja su pequeño pueblo de montaña en Checoslovaquia, en la frontera con Polonia, en busca de más extensos horizontes, de mejores oportunidades, en Alemania occidental, concretamente en su tentadora capital, Berlín.

Construida de manera no lineal, a través de fragmentos, de teselas que se van uniendo hasta componer un complejo y extraordinario mosaico, la novela explora las relaciones de dominio, las desigualdades de poder entre las naciones, entre los sexos. Cuando al principio os decía que me había acercado a una realidad ante la que apenas me había detenido, me refería a la situación de las dos Alemanias tras la caída del muro, ese acontecimiento que en su día nos pareció tan esperanzador y positivo, sin detenernos a pensar en el después, en la vida de los ciudadanos de la RDA, que habían de medirse, en situación de inferioridad, con sus vecinos del otro lado; porque la economía del Este colapsó y hubo de reconstruirse con la ayuda de Occidente, pero bajo sus premisas, dando lugar a endeudamientos y privatizaciones de empresas, protegidas por el antiguo Estado, y a una creciente explotación laboral y de las mujeres.

atravesada de furia, de actualidad, también de poesía, «MUjer AZul» nos lleva a empatizar con quienes se ven abocados a emigrar, a dejar sus tierras de origen, a no sentirse en casa en ningún lado, a sufrir, en no pocas ocasiones, la agresión, la explotación, el abuso, como le sucede a Adina, la protagonista.

Poco protagonismo en los medios de comunicación europeos, en las noticias, del día a día de esas dos poblaciones, desconocidas la una para la otra, con maneras diferentes de entender el mundo, que han tenido que afrontar, tras el capítulo del grandioso momento histórico, un destino común bajo condiciones de desigualdad, también de desconfianza, un proceso difícil, traumático, que la escritora conoce muy bien. Rávik Strubel demuestra en esta entrega que la memoria no es la misma para las dos partes y que no tenerlo en cuenta ha acarreado conflictos y violencia. 

Repasando entrevistas me he encontrado con declaraciones que nos ayudan a entender su posicionamiento, el lugar del que parte su novela. “Si hay fronteras físicas, vallas y muros fronterizos, este encuentro suele estar asociado con el miedo. Cuando era niña crecí a la sombra del muro interior alemán; siempre me asustó” (…) “Resulta que crecí en un país que ha desaparecido, y sería miope descuidar su influencia en mi percepción del mundo. Si creo personajes de cierta edad tienden a tener sus raíces en ese país, ya que tengo más fácil acceso a una biografía de Alemania oriental que de Alemania ocidental: el motivo de la biografía rota, la desilusión, la humillación emocional en la nueva sociedad, etcétera. Pero no me interesa salvar algo que está perdido. No me interesan los archivos. No me interesa cómo “es” o “fue”, sino siempre cómo “pudo ser” o “pudo haber sido”, ha señalado la autora en distintas ocasiones.

“Si hay fronteras físicas, vallas y muros fronterizos, este encuentro suele estar asociado con el miedo. Cuando era niña crecí a la sombra del muro interior alemán; siempre me asustó”, Ha declarado ANTje RáVik Strubel.

El miedo del que habla, el resentimiento, la suspicacia, se refleja magníficamente en esta novela en la que también se habla de otros países de la órbita de la Unión Soviética que se liberaron con su desintegración, pero que sufrieron cambios profundos y se sintieron lejos de los horizontes de oportunidad de otras naciones europeas, sin llegar a una integración plena. Adina es hija de esas circunstancias y también Leonides, el cosmopolita diputado europeo procedente de Estonia, con quien mantiene una relación amorosa cuando llega a Helsinki huyendo de una violación.

La joven ingenua que viaja a Berlín en busca de una vida mejor y que se desplaza posteriormente a una localidad, a orillas del río Óder, para realizar unas prácticas en un proyecto cultural, se enfrenta a experiencias que la transforman, que la hacen crecer a marchas forzadas. Lejos de sus paisajes, de su lengua, de la protección de la madre y de los recuerdos familiares, se ha de enfrentar a la violencia que forma parte de las relaciones de dominio, cuando la jerarquía se emplea para someter a los otros, para explotarlos. Adina es utilizada por su jefe, que la pone en manos de un influyente hombre alemán en el terreno de la cultura europea. Un hombre que se sirve de su poder para doblegar a la joven contra su consentimiento. La situación, que se narra sutilmente, a través de gestos, de imágenes, de escenas, que van siendo recordadas por Adina, nos lleva a preguntarnos si su historia habría sido distinta de no haber nacido en Checoslovaquia, de no haber viajado sola, con la confianza de ser una ciudadana europea de pleno derecho.

Estaba en el continente europeo. Había nacido en él. Había recorrido parte de ese continente. Había cruzado tres fronteras entre cuatro países europeos, en autobús, a pie, en ferry, sin billete, en autoestop y finalmente con un billete ordinario, en un tren que llegó mucho después de medianoche a la estación central de Helsinki, donde acampó hasta el amanecer en un banco antes de darse un lavado rápido en los baños públicos y salir a buscar trabajo. Había visto más de ese continente que cualquiera en aquel hall, ya fuesen banqueros o abogados u otra cosa”, leemos en un momento dado.

La protagonista de «MUjer Azul» es víctima de una violación, a través de la que se explora la violencia que forma parte de las relaciones de dominio, cuando la jerarquía se emplea para someter a los otros, para explotarlos.

A grandes rasgos os he contado la situación que plantea esta novela que podemos calificar como política, pero también de iniciación, pues en ella asistimos al crecimiento, a la evolución de la personalidad de Adina (también Sala, Ina), quien se esconde tras el sobrenombre de “el último mohicano”, por ser la única adolescente que quedaba en el pueblo que ha dejado atrás. La vemos en su infancia en esa localidad montañosa, en compañía de su madre, diseñadora en fábricas textiles en la Alemania oriental, que ha de enfrentarse a un futuro laboral incierto tras la reunificación; le seguimos los pasos en Berlín, donde se hace amiga de Rickie, una fotógrafa lesbiana que la toma como modelo y que hace que se cuestione su identidad sexual, sin definir aún.

Ravik Strubel. © alliance/dpa/dpa POOL | Sebastian Gollnow. Goethe-Institut.

Vamos pasando las páginas y la acompañamos en su viaje a Helsinki, donde encuentra la posibilidad de vivir el amor y donde se da cuenta de que no puede huir del pasado, de que ha de afrontarlo de alguna manera. “El miedo, la rabia seguían funcionando aún después de aquella noche. La noche en que Johann Manfred Bengel se había hartado de su tozudez. Después de media hora o una entera. En su reloj de muñeca habían sido las once y media”, leemos. 

A grandes rasgos estos son los hechos, pero no es lo que se cuenta, sino la manera en que la historia es contada, lo que de verdad atrapa, cautiva. La narración no sigue un orden convencional, sino que juega a mezclar los tiempos, los hilos argumentales, las voces. Rávik Strubel parte de las corrientes más íntimas de una vida para retratar lo colectivo. “Lo personal es político”, frase clave del movimiento feminista, se adapta muy bien a esta novela que también contiene un importante trabajo documental, pues su autora investigó a fondo casos y casos de víctimas de violación, a través de sus testimonios y de conversaciones con profesionales de la judicatura y la abogacía en Alemania.

En ese proceso se dio cuenta de cómo durante demasiado tiempo la sociedad ha tratado de responsabilizar a las mujeres de las agresiones sufridas; analizó los mecanismos que lo han propiciado y que siguen activándose a día de hoy, cuando aún se siguen escuchando comentarios como “tal vez ella lo provocó o lo buscó”; “tal vez esté mintiendo para sacar partido”. Es evidente que esos comentarios y discursos ofensivos continúan difundiéndose en los espacios mediáticos; también que quienes han de juzgar se han formado en los marcos patriarcales. Sin embargo, se ha avanzado en visibilización, gracias al empuje del movimiento feminista, que ha impulsado en muchos países políticas de avance, gracias a corrientes como la del “Me Too”. De todo esto se hace eco esta novela en la que la protagonista va siendo consciente de las pocas posibilidades que tiene de ser creída ante un tribunal que la pondrá al lado de un hombre que lo negará todo, protegido por las esferas del poder. 

La escritora alemana realizó un importante trabajo documental. a través de testimonios de Víctimas de violación y de conversaciones con profesionales de la judicatura y la abogacía en Alemania, se dio cuenta de cómo la sociedad ha tratado de responsabilizar a las mujeres de las agresiones sufridas.

En esta parte de la entrega es muy atractivo el personaje de Kristiina, una valiente activista finlandesa, que defiende los derechos de los trabajadores en situación irregular, a la que acude Adina en busca de ayuda y quien es partidaria de desacreditar al violador exponiéndolo públicamente. “Se le echa el guante cuando se hacen públicos sus puntos oscuros, cuando se los saca a la luz”, opina, menos confiada en las labor de los tribunales, que, en caso de juicio, muy probablemente enfocarán sus preguntas alrededor de la posibilidad de que lo que la joven checa considera una violación, para el agresor pudo ser simplemente la práctica de “sexo salvaje”. 

Mujer azul plantea que la batalla hay que darla en el terreno del desenmascaramiento, en el levantamiento de la voz, de las voces de cada vez más mujeres dispuestas a romper el muro de silencio largamente construido. Un grito de protesta colectivo, global, contra los abusos, frente al temor de las acusaciones, de la exposición pública… Acabar con la vergüenza individual y conseguir que sea precisamente la vergüenza colectiva la que se instale en la sociedad. Ese es el camino.

La historia va ganando en intensidad a medida que avanza, en sus diferentes tramas. El personaje de Kristiina, sus alrededores, es muy interesante y también el de Leonides, cuyos orígenes marcan hondamente su manera de ser, su defensa a ultranza de los derechos humanos y su afán por construir una Europa menos desigual, que de la misma manera que juzgó los crímenes nazis llegue a juzgar los cometidos en la Unión Soviética (los dramas del Gulag). 

Europa, sus contradicciones, sus grietas, sus debilidades, quedan al descubierto en este libro que da cuenta de disputas por subvenciones y fondos de financiación mientras se cierran los ojos ante cuestiones de gran calado que afectan a la vida de la gente. Leonides conoce al poderoso hombre alemán, incluso está implicado en la organización de un Premio Internacional de Derechos Humanos y Libertad de Expresión que ha de concédersele a éste por su trabajo a favor de artistas perseguidos en el exilio. Conoce su lado amable, pero no sus oscuridades. “Con Bengel coincidía de forma habitual en conferencias, se sentaba con él en comedores, bares, desayunos parlamentarios. El hombre venía de un sistema de libertades. No estaba bajo ninguna presión. Ninguna ideología lo impulsaba a actos brutales…”, vamos leyendo.

Es Leonides quien fuerza un encuentro con los organizadores del premio para dar marcha atrás, pero se imponen las argumentaciones machistas, patriarcales, del tipo: “deslices sexuales los tenían los mejores (…) ¡Distinguimos al hombre por su trabajo, no por su vida sentimental!”. Si bien constatamos lo mucho que queda por hacer, los retrocesos que acompañan a los avances conseguidos en el terreno de la igualdad entre los sexos, hay momentos esperanzadores en la novela, como la aparición del joven que irrumpe en medio de la reunión y declara: “Banalizar los delitos sexistas y sexualizados socava nuestras democracias occidentales. Tratar a un ser vivo como una cosa no es banal. Es esclavitud. Y nosotros condenamos la esclavitud…”

Como véis son muchos los temas que aborda esta novela tan apegada a la actualidad, tan cercana a lo que estamos viviendo. Hay realismo en sus páginas, pero no quiero que os quedéis con esa impresión al leer este artículo. Mujer azul es una obra impregnada de lirismo. Su carga política se combina con sus dosis de poesía, con la maravillosa descripción de los paisajes, de las emociones ante ellos, y, sobre todo, con la presencia de un personaje enigmático, casi mágico, el de la “Mujer azul”, ante el que caben diversas interpretaciones. ¿Qué hay de real y qué de sueño?

A través de esta extraña aparición vemos a la escritora, a través de ella, que sirve de asidero a Adina, de refugio imaginario, Antje Rávik Strubel nos introduce en su proceso de escritura y nos confunde respecto a la voz narrativa que cuenta en cada momento la historia. Aquí introduzco un fragmento de un texto del traductor, Ibon Zubiar, que abre el libro: “El cuestionamiento de las voces narrativas es el gran filón de la novela realista desde «Don Quijote«, y Antje Rávik Strubel lo eleva aquí a nuevas cuotas de virtuosismo. ¿Quién está hablando? ¿Qué lenguaje es ése? Lo que se viene a cuestionar no es sólo la voz autorial, sino también las que esta misma voz recaba y sigue (y en particular, en los interludios líricos de la mujer azul). A quien se sumerja en la “Mujer azul”, le revelará honduras insólitas bajo el silencio”.

En la Novela de Rávik Strubel La carga política se combina con dosis de poesía, con la maravillosa descripción de los paisajes, de las emociones ante ellos, y, sobre todo, con la presencia de un personaje enigmático, casi mágico, el de la “Mujer azul”, ante el que caben diversas interpretaciones. ¿Qué hay de real y qué de sueño?

La propia autora se introduce en la novela en determinados trechos, alude a sus motivaciones, a la manera en que surgió esta obra en la que quiso saber cómo había evolucionado el personaje de Adina, que aparece en otra de sus ficciones, Bajo la nieve, la novela con la que se dio a conocer. Cuenta que se encontraba disfrutando de una beca en Helsinki y allí encontró los escenarios, ideó tramas, entró en contacto con personas que le inspiraron a algunos de los personajes, caso de Leonides, un conferenciante del Este al que escuchó disertar sobre política cultural europea y que la cautivó cuando ante una pregunta de una estudiante sobre lo que mejor encarnaba la conciencia europea, contestó: “Los paisajes de Van Goyen y Vermeer, el canto del ruiseñor, Mozart, la sauna finlandesa, el “Archipiélago Gulag” de Solzhenitsyn y un campo de concentración”. 

La misteriosa “Mujer Azul” es el punto de luz de una novela que atrapa en su discurrir por territorios de descubrimiento, entre sombras. Como os decía al principio, entre sus méritos está su capacidad para abrirnos los ojos ante realidades ajenas a los focos mediáticos; hacernos tomar conciencia de batallas que hay que seguir manteniendo vivas, fortaleciendo; situarnos frente a los abismos de una Europa cuyos valores se desdibujan y resquebrajan. Su color es el del agua y la tinta, la escritura, el fluir, el arrastre del tiempo y de la memoria. No somos nada sin pasado, sin historias. No podemos construir futuro sin esperanza.
 
Mujer azul, de Antje Rávik Strubel, ha sido publicada por la editorial De Conatus, con traducción y prólogo de ibon Zubiaur.

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