Fotograma deL Film “Cielo sobre Berlín” (Wim Wenders) /
Emma Rodríguez © 2022 /
De paseo por los limbos de Anna Adell es un ensayo enigmático e intenso, capaz de llevarnos a paisajes extraños, poco concurridos, fuera de los mapas convencionales. Los espacios por los que vamos transitando, a medida que pasamos sus páginas, son espacios de la imaginación, del sueño, de la creación en sus más diversos ámbitos, pero, a través de las puertas que abren, atisbamos construcciones del presente, conflictos de las sociedades actuales, zozobras, pulsiones en las que reconocernos.
Zonas prohibidas, suburbiales, peligrosas; pasadizos y túneles secretos; fronteras y márgenes que nos remiten a un “afuera hostil”; puentes que cruzar; geografías intermedias… He aquí los lugares que explora esta entrega que anima a aminorar la marcha, a parar el ritmo, a detener la mirada en lo que habitualmente no se ve, porque en las sociedades que habitamos las prisas lo marcan todo y si no hay tiempo para contemplar lo evidente: el árbol y sus ramas, el cielo con sus nubes cambiantes, con sus bandadas de pájaros… cómo pretender percibir las grietas apenas perceptibles que conducen a los misterios.
Adell, historiadora del arte, lleva tiempo accediendo a esas geografías escurridizas de los umbrales, de los limbos. En otro artículo-entrevista de Lecturas Sumergidas, que gira alrededor de su obra Atrapados por Saturno. Imaginarios recientes de la melancolía, señala que “el arte es sensible a su entorno y sabe expresarlo, a modo de sismógrafo”. El arte vuelve a ocupar un lugar central en este nuevo estudio, el arte como ventana de acceso a otras realidades, como mirada visionaria, como la mejor forma de vislumbrar aquello que se oculta, que se mueve subterráneamente.
Este libro que palpa “el extrañamiento del mundo” consigue, si nos mostramos atentos, si no nos rendimos a la primera, acostumbrados como estamos a lo directo, a lo práctico, que la imaginación se encienda y que podamos encontrar el pasadizo que nos traslade a lugares olvidados de la infancia, cuando pensábamos, por ejemplo, que el mundo podía recorrerse en una noche, o que desde determinados escondites era posible huir a ciudades desconocidas. No sucede con normalidad, pero en determinadas etapas de tránsito, de pérdida, podemos llegar a reconocer destellos del azar, signos o sueños reveladores. Son experiencias sepultadas en el transcurrir cotidiano, que esta obra nos devuelve. Pero no hace falta ir tan lejos. Envolvente, lírico, cargado de sugerencias, de referencias, este paseo por los limbos que nos propone Anna Adell es también una especie de juego, una experiencia lúdica que estimula el deseo de mirar y pensar de otra manera. Cruzar una puerta de acceso a algo que vemos por primera vez, ir hacia otro lado, esconderse, atravesar un tiempo, un miedo, una crisis, una etapa existencial…

Se trata de “comprender el espacio y la frontera”, como señala en el prólogo la catedrática Victoria Cirlot, conocida, sobre todo, por sus estudios de literatura medieval. Para ella la sensación que produce el trayecto-lectura de esta obra en la que Adell abre un diálogo múltiple con artistas, novelistas, poetas, cineastas, filósofos, antropólogos, es similar a la de entrar en un laberinto. Cirlot alude al “reino intermedio, físico y material, mental y anímico”, a ese “lugar entre” en el que nos sitúa el ensayo. Nos dice: “Si la visibilidad del reino intermedio en tanto que espacio físico resulta enormemente atractiva y necesaria, hay que añadir que esta no disminuye, sino todo lo contrario, su intenso valor metafórico. La vida misma puede entenderse como un reino intermedio, tal y como la imaginó Nabokov, al describirla como una “breve rendija de luz entre dos eternidades de tiniebla”.
Para Victoria Cirlot, responsable del prólogo, la sensación que produce el trayecto-lectura de esta obra en la que Anna dell abre un diálogo múltiple con artistas, novelistas, poetas, cineastas, filósofos, antropólogos, es similar a la de entrar en un laberinto.
Nabokov, Cortázar, Kafka, Borges, Clarice Lispector, Juan Rulfo, Walter Benjamin, Gilles Deleuze, Gaston Bachelard, Jacques Derrida, Mircea Eliade, Eugenio Trías, Orson Welles, Tarkovsky, Win Wenders, Teo Angelopoulos, son algunos de los nombres propios que aparecen en el recorrido, acompañados de artistas de todas las disciplinas, decididos con sus intervenciones a abrir pasajes, a imaginar realidades alternativas.
Ya en la primera página la autora nos traslada a un escenario mítico, el de la película El cielo sobre Berlín de Wenders, donde unos ángeles visitan la urbe dividida, antes de la caída del muro, para dejar testimonio de lo que estaba a punto de desaparecer. Se trata de una historia que se adapta como un guante a lo que persigue el ensayo que tengo entre las manos, levantar, como dice Anna Adell, “un homenaje a los umbrales y a los que han creído en ellos”. He celebrado volver a esta película que refleja con nitidez la mirada desde el umbral. Siempre me ha cautivado, con sus ángeles invisibles moviéndose entre dos mundos contrarios, con sus deseos de entender a la Humanidad en sus derivas de maldad, de destrucción. La autora asegura que revisar “el mapa de caminos olvidados y desvíos improbables que el film traza” ayuda a “esbozar las tres rutas liminales”, vinculadas a la infancia, la ciudad y la memoria, cuyas pistas sigue su entrega.
A partir de aquí los descubrimientos, son diversos, no exentos de complejidad y al mismo tiempo iluminadores, abiertos como cauces de lucidez, de revelación. “Vadear, cruzar, transir y transitar,” son los verbos que hacen avanzar la narración, como señala su artífice, hacia “lugares simbólicos” que, a lo largo del tiempo, “han funcionado como arquetipos de reinos intermedios o han acogido experiencias fronterizas: jardines cercados, limbos o “bardos”, puentes peligrosos, puertas estrechas, encrucijadas, guardianes de umbral, “axis mundi”, bocas del averno…”

“A los antiguos, los umbrales entre los espacios profanos y los sagrados les eran establecidos por tradición. En el presente, el deseo de umbral persiste, pero las aperturas en los gruesos muros de la prosaica realidad no son fáciles de practicar. Las rutinas cotidianas nos reservan pocas sorpresas. El “homo” y la “mulier secularis” se han acostumbrado a caminar con anteojeras que reducen el ángulo de visión”, reflexiona Anna Adell.
Llegada a este punto pienso en una lectura que podría acompañar a este paseo, una lectura que quiero sumar a todas las que menciona la historiadora del arte en este particular itinerario, con su capacidad para contagiar las ganas de adentrarnos en ellas. Se trata de Poder del sueño, la celebrada antología de Roger Caillois publicada recientemente en España por la editorial Atalanta. Una entrega que recopila significativos relatos fantásticos que parten de los sueños, que recrean mundos enigmáticos, fuera de lo tangible, a través de los que ampliar la mirada, en los que poder perderse. De hecho, al menos una de las piezas que se incluyen en el volumen, La puerta del muro, de H. G. Wells, aparece también, cómo no, en la obra que nos ocupa.
“A los antiguos, los umbrales entre los espacios profanos y los sagrados les eran establecidos por tradición. En el presente, el deseo de umbral persiste, pero las aperturas en los gruesos muros de la prosaica realidad no son fáciles de practicar. Las rutinas cotidianas nos reservan pocas sorpresas”
Son muchos los aspectos, perspectivas, pensamientos, que se despliegan en el ensayo de Anna Adell. La idea de umbral, pienso, también conduce a las transformaciones personales y colectivas, a los tránsitos de las edades, a las transgresiones. De entre los muchos aspectos que me han interesado, destaco a continuación unos pocos pasajes e ideas que me han interesado especialmente. Las comparto a modo de retazos, de pistas en el camino. Me detengo así en la alusión al “arte de perderse”, que nos remite a un inspirador ensayo de Rebecca Solnit, y del que es maestro el filósofo alemán Walter Benjamin, una presencia constante en De paseo por los limbos.
“Qué curioso que Walter Benjamin, el filósofo de los umbrales, cuando rememora sus años de infancia en Berlín, piense en sus recorridos laberínticos entre la escuela y su casa como un aprendizaje inconsciente en el arte de perderse. Sintiendo el peso de la mochila sobre los hombros, el niño atravesaba los extensos jardines y las villas neoclásicas del Tiergarten cuyas estatuas lo miraban desde las alturas. De entre ese regimiento de atlantes y pomonas de piedra erigidas junto a las escalinatas él prefería “aquellos del linaje de los guardianes del umbral cubiertos de polvo, que protegen el paso a la vida o al hogar. Pues ellos entendían algo de la espera”. / Treinta años más tarde los guardianes de umbral seguían esperando, y mientras tanto él había aprendido a perderse, a abrir umbrales en el espacio y el tiempo, en la memoria y en los deseos colectivos…”

La arquitectura, las posibilidades de la construcción para generar huecos, entornos diversos, ocupa un espacio importante en un libro que, pese a su carácter etéreo, elevado, no se desliga de los conflictos del ahora, sino que los aborda desde horizontes innovadores. Acudo a unos párrafos del capítulo Espacios urbanos sin cartografiar, subtitulado Agujeros simbólicos en el espacio de una ciudad, donde Adell nos hace pensar en la problemática de los desfavorecidos, los refugiados; en la marginación y las periferias.
Partiendo de la novela del autor suizo Albert Meister Beabourg, una utopía subterránea, que aborda “las posibilidades de existencia de una comunidad alternativa”, traza un puente con el antropólogo escocés Victor Turner y sus conceptos de comunidad abierta, “communitas”, y “gentes de umbral”. A propósito escribe: “Toda sociedad tiende a un orden, pero bajo esa relativa estabilidad laten fenómenos dinámicos que supuran en periodos de crisis, y sin ellos no sería posible la formación de nuevas estructuras. A esos fenómenos emergentes o períodos transitorios los llamó “communitas” [se refiere a Turner] y a sus habitantes “gentes de umbral”. No se trataría de comunidades en sentido literal ni geográfico sino de una condición marginal compartida por un grupo que (sea de forma deliberada o involuntaria) quedan separados de la esfera social. El desencanto político, las injusticias, el hambre, las guerras… desestructuran el orden previo y propician el ingreso a un estado intermedio o liminal que Turner compara con la fase intermedia de un ritual de paso…”
La arquitectura, las posibilidades de la construcción para generar huecos, entornos diversos, ocupa un espacio importante en “DE paseo por los limbos”. un libro que, pese a su carácter etéreo, elevado, no se desliga de los conflictos del ahora, sino que los aborda desde horizontes innovadores.
Las fronteras, con la imagen tan presente de los refugiados, de los viajeros en busca de otros futuros, se hace presente en las películas del director griego Theo Angeolopoulos, al que se refiere la ensayista en un momento en el que habla de “salas de espera” y “limbos topográficos”. En La mirada de Ulises, el protagonista, declama un verso de los Cuatro cuartetos de Eliot muy revelador: “En mi fin está mi principio”. En El paso perdido de la cigüeña, como nos cuenta Adell, “confluyen todo tipo de umbrales: un pueblo fronterizo sin otro nombre que el de “sala de espera”; un tren varado cuyos vagones dan cobijo a familias enteras de refugiados yugoslavos; un río que separa a los amantes y llama con su rugido a las almas prestas a dejarse llevar por su corriente; grupos de expatriados que por el camino se desprendieron de los ropajes de su vieja identidad. / Cada personaje adopta su propio “paso de cigüeña”, su experiencia limítrofe, haciendo equilibrio sobre una sola pierna y con otra a punto de traspasar la “frontera”, sea esta geopolítica, identitaria o metafísica”.
Hay otras muchas alusiones a la actualidad. Hay en este libro, como decía, referencias a ámbitos diversos de la creación, por supuesto a la ciencia ficción (saltos temporales, realidades paralelas…), que harán las delicias de todas aquellas personas amantes del género, entre las que me cuento. Merodeos por espacios suburbiales, residuales, peligrosos, prohibidos, siniestros o sublimes, nos vamos encontrando al pasar sus páginas. “Como dijo Paul Éluard: hay otros mundos, pero están en éste y su búsqueda debería ser una ocupación profesional a fin de que, a pesar de su invisibilidad, fueran reconocidos. El mundo es un laberinto de pasajes, pero el vértigo del infinito o de lo desconocido nos lleva a acotar paulatinamente nuestra mezquina idea de paraíso”, escribe Anna Adell. Es hora de dejar que sea ella misma quien de cuenta de las búsquedas que la han motivado, de los sentidos encontrados. He aquí sus respuestas a preguntas planteadas a través de correo electrónico.

Anna Adell: “La imaginación necesita abrir puentes entre lo visible y lo invisible”
– ¿Qué motivó este ensayo sobre los limbos y los umbrales? Son conceptos que suenan antiguos, ajenos, que remiten a textos sagrados, a relatos fantásticos. Parece que no son útiles en los tiempos que vivimos. ¿Crees que necesitamos recuperarlos?
– Lo intersticial siempre me ha interesado porque es el terreno en el que el arte y el pensamiento creativo se mueve (el que discurre por los márgenes). Pero si tuviera que señalar algún acicate que me llevó a escribir este ensayo, sería el estado de excepción que se vivió durante la pandemia. Creo que aquel paréntesis puso de manifiesto la idea de umbral en varios sentidos. La gente parecía sentirse en una especie de etapa liminar. La cantidad de hipótesis más o menos descabelladas que por entonces se publicaron sobre el antes y el después de la crisis humanitaria constata ese sentimiento eufórico propio de las fases transitorias. Por otra parte, las viviendas recuperaron cierta porosidad: los balcones y terrados (que en las ciudades habían quedado en desuso) fueron reutilizados durante el confinamiento, a menudo de forma creativa.
El antropólogo Victor Turner estudió las etapas de tránsito o periodos de crisis entre dos sistemas o estructuras estables, y a sus integrantes los llamó “gentes de umbral”. Consideraba que, así como los ritos de pasaje en las comunidades arcaicas constan de una fase liminar o intermedia durante la que el iniciado flota entre dos mundos (entre el grupo social que abandona y el nuevo al que va a ingresar), las “gentes de umbral” de las sociedades modernas pasan por un trance similar. La invisibilidad simbólica y la carencia de estatus caracterizan al que se somete a un rito de pasaje: a los iniciados se les confina o segrega mientras se encuentran en esa fase intermedia, porque al no encajar en ninguna categoría podrían desbaratar las jerarquías sociales. Por ello se les considera “contagiosos” y peligrosos.
El miedo al contagio y el camuflaje de los neófitos en los ritos tribales tenían su eco en la situación pandémica. Imaginé a toda la humanidad ingresando en una especie de rito de paso. Pero más allá de la pandemia, pensé que esa peligrosidad potencial y simbólica de las “gentes de umbral” podía extrapolarse a temas contemporáneos acerca de lo que sucede en las orillas de la sociedad y del territorio.
– El ensayo nos conduce, y yo lo celebro, a espacios ante los que no solemos detenernos, que apenas percibimos. Son espacios en los que perdernos, pero cada vez nos da más miedo. “Perderse conlleva riesgo y descubrimiento”, señalas en un momento dado. ¿Qué tanto lo necesitamos? ¿Puedes reflexionar un poco sobre esto?
– La capacidad de perderse y el placer del extravío, que en cierto modo nos son intrínsecos en la niñez, van desapareciendo en la edad adulta. Hay muchas maneras de entender el “perderse” y no siempre es algo negativo, todo lo contrario. Perderse puede referirse a una voluntad de sustraerse de la propia zona de confort, como hace Clarice Lispector cuando se pone en la piel de G.H.: “¿tendré el valor infantil para perderme?”, escribe antes de iniciar un vía crucis personal que la irá despojando de cada capa de una identidad que siente impostada. Atravesar umbrales existenciales y ontológicos, cuestionar la idea de una subjetividad cerrada o de certezas asumidas son modos de abrazar la incertidumbre como condición para el pensamiento y la creación.
El extravío también puede ser físico, como el que propone Walter Benjamin. Su observación de que “perderse en la ciudad requiere aprendizaje” fue adoptada como lema por los situacionistas y, aún hoy, por los que siguen haciendo del andar urbano y suburbano una práctica estética y política. Son los herederos del espíritu del flâneur. Se trataría, por ejemplo, de descubrir zonas temporalmente no cartografiadas (en las periferias, en los terrenos baldíos…), de reactivar lazos comunitarios en lugares momentáneamente liberados a la gentrificación, o de interactuar con la arquitectura de un modo creativo.
Por otra parte, mirar el mapa a contraluz, es decir, ver el negativo del mapa, lo no cartografiado, sea a nivel urbano o geopolítico, pone de relieve los no-lugares sobre los que pululan los nómadas involuntarios del capitalismo tardío. Al igual que los neófitos de un rito de paso, los refugiados e inmigrantes han sido despojados de sus atributos y se encuentran flotando entre dos mundos, pero para ellos el tránsito no es transitorio.
“si tuviera que señalar algún acicate que me llevó a escribir este ensayo, sería el estado de excepción que se vivió durante la pandemia. Creo que aquel paréntesis puso de manifiesto la idea de umbral en varios sentidos. La gente parecía sentirse en una especie de etapa liminar”.
– Son muchos los referentes que te acompañan en este paseo, obras de creación literarias, cinematográficas, artísticas, filosóficas… ¿Puedes citar tres que te parezcan especialmente significativas para aclarar a los lectores interesados los conceptos clave del ensayo, de sus búsquedas?
– El libro trata topografías liminares geográficas y psíquicas: desde las porosidades arquitectónicas y las del espacio doméstico o íntimo, hasta las zonas limítrofes de las ciudades y el territorio. También se ocupa de releer episodios históricos que quedaron de algún modo en el limbo de la memoria colectiva.
La memoria y la imaginación juegan su papel en cada una de estas topografías. En el recuerdo del primer hogar, por ejemplo, las oquedades se agrandan y adquieren una textura mítica. Nabokov lo ilustra con preciosismo narrativo cuando de su casa de infancia rememora con fruición los túneles que practicaba de niño detrás del sofá, o las trincheras que improvisaba con sábanas y almohadones.

En el caso de las fronteras, también proyecto sobre el presente recuerdos mitificados de otras épocas, de cuando las zonas perimetrales estaban cargadas de energía sagrada (como el pomoerium romano, custodiado por el dios Terminus), o de cuando germinaban en aquellas áreas interregnos con entidad propia (en las tierras de nadie entre dos polis griegas, o en las “marcas” medievales). En el siglo XX, esos límites interterritoriales se convirtieron en finas líneas trazadas sobre un mapa. Artistas actuales como Rosell Meseguer, Marco Noris y Oier Gil, pero también el teórico cultural Paul Virilio en su germinal Arqueología del búnker, se han interesado por los vestigios fronterizos (mojones, búnkeres…) y han recuperado la energía transhistórica que emana de ellos.
Virilio, paseando entre los búnkeres del Muro Atlántico, poco después de ser abandonados por los nazis, vaticinó el inicio de una nueva era geopolítica en la que las murallas defensivas iban a ser inoperantes en el terreno militar. Intuyó que el espacio iba a ser tragado por el tiempo y la velocidad.
Ésta es la lucidez característica de los oteadores de umbral, la de aquellos y aquellas que han sabido situarse en las bisagras del tiempo, atisbando transformaciones en ciernes sin dejar de mirar hacia el pasado: Virilio, Benjamin, Kafka…, cada uno en su terreno, y también las videoartistas del Golfo Pérsico Sophie Al Maria y Monira Al Qadiri. Al nacer en países (Kuwait, Qatar), en los que en el curso de unas pocas décadas las casas de adobe se sustituyeron por rascacielos, estas artistas reflexionan sobre la brecha insalvable que se abre entre la generación de sus abuelos (beduinos, pastores o buscadores de perlas) y el espejismo de progreso en el que ellas han crecido como hijas del petróleo. Las grabaciones de Al Maria del interior de megacentros comerciales con mujeres desmayándose en pasillos interminables (Black Friday), o el genio de Aladino al que Al Qadiri reanima con transfusiones de combustible fósil, transmiten con humor melancólico la sensación de vivir dentro de una frágil burbuja temporal sin pasado ni futuro.

– ¿Hasta qué punto este libro es un recorrido lúdico, destinado a abrir puertas hacia otras maneras de pensar, de mirar, de vivir?
– Situarnos en la brecha entre dos tiempos, en las fisuras entre mundos distintos, ofrece una perspectiva privilegiada. Es un terreno movedizo porque en las áreas liminares se difuminan las dicotomías entre el adentro y el afuera, entre el sueño y la vigilia, el pasado y el futuro, el mito y la realidad… Por ello, es el terreno propio del arte y del pensamiento errante cuyas huellas he seguido en mi recorrido.
– ¿No te parece que actualmente atravesamos un período histórico que puede considerarse un umbral, un tránsito hacia un mundo diferente? Presentimos que estamos ante una etapa de cambio profundo, pero no sabemos hacia dónde nos dirigimos.
– Todos los periodos son umbrales, pero ahora todo cambia tan rápido que pareciera que la turbina del tiempo va a estallar. A medida que avanzamos mayores son las amenazas a nivel planetario, por lo que es difícil saber si nos encontramos en un umbral o en un final de línea. En cualquier caso, siempre es preferible interpretarlo como umbral que ofuscarse con teorías apocalípticas, aunque éstas también pueden reajustar el lente crítico.
“Todos los periodos son umbrales, pero ahora todo cambia tan rápido que pareciera que la turbina del tiempo va a estallar. A medida que avanzamos mayores son las amenazas a nivel planetario, por lo que es difícil saber si nos encontramos en un umbral o en un final de línea”, señala Anna Adell.
– ¿Nos resistimos a abordar los umbrales, las transformaciones, porque tememos abordar el último umbral, la desaparición, la muerte?
– Así lo creo. En las culturas tradicionales, en las que la muerte es parte de la vida, el sentimiento de lo transitorio prevalece y por ello dan importancia a los ritos de paso e iniciación. Además, se guían por filosofías que atienden a los intersticios. Por ejemplo, el “ma” o “espacio entre” de los japoneses (es la idea de un vacío cargado de energía), o el bardo tibetano (el bardo o “estado intermedio” del sueño, el bardo de la muerte y el del nacimiento son estados de tránsito y trance para los budistas del Tíbet).
En cambio, en las sociedades modernas (sobre todo occidentales) la muerte es tabú y se combate el envejecimiento porque se ha barrido hacia los márgenes todo aquello que cuestiona la idea de estabilidad y permanencia. Ello también afecta al concepto del espacio: deja de estar engarzado de “rupturas de nivel”, como llamaba Mircea Eliade a los umbrales simbólicos que existían en las comunidades antiguas entre el adentro y el afuera de las casas, entre las cúpulas de los templos y el cielo, o entre el mundo de los vivos y el inframundo. Para las sociedades profanas el espacio es homogéneo, pero la imaginación sigue necesitando practicar fisuras en él, ensayar tránsitos, tender puentes entre lo visible y lo invisible.
Nota final: A partir del ensayo De paseo por los limbos, Anna Adell impartirá próximamente un curso, presencial y virtual, en La Central del Raval (Barcelona). Más información en este enlace
De paseo por los limbos, de Anna Adell, ha sido publicado por el sello Wunderkammer, en la colección Cahiers (nº 13).