Foto por David Butow – Texto por EMMA RODRÍGUEZ © 2020 /
Quiero hablaros de un ensayo sobre las transiciones y las transformaciones; sobre los caminos que emprendemos dejando otros atrás; sobre lo que desaparece para dar paso a algo nuevo. Un ensayo sobre las edades de la vida lleno de revelaciones, de sutilezas, de despertares, de profundidades en las que sumergirnos, de preguntas y respuestas que abren múltiples y estimulantes hilos de pensamiento. Quiero hablaros de Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit, todo un descubrimiento este verano extraño, este verano de 2020 en el que todo ha sido diferente, en el que hemos mirado al mar con los ojos cargados de las sombras del presente, con desoladoras noticias de fondo, con el ánimo encogido en una maraña de dudas y de miedos, con una intensa sensación de pérdida.
Muchas veces las lecturas, los libros, acuden a nosotros cuando los necesitamos. La intuición es como una brújula que nos conduce hacia ellos y vamos pasando sus páginas con la honda sensación de reconocernos. Lejos estaba Solnit (San Francisco, EE.UU, 1961), de imaginar que en el horizonte futuro aguardaba una terrible pandemia, capaz de arrasar con miles de vidas, convicciones, seguridades… Pero su entrega, publicada en 2005 bajo el título original A Field Guide to Getting Lost, y que ahora llega en su traducción al castellano de la mano de Capitán Swing, es capaz de apresar el estado de ánimo colectivo en el que estamos inmersos.
El ensayo de la autora estadounidense es un regalo en cualquier momento, es capaz de traspasar las épocas porque está lleno de autenticidad y de hallazgos que parten de la propia experiencia, de la búsqueda en zonas tapadas por el misterio del existir, pero ahora especialmente nos ofrece valiosos puntos de luz, compañía y complicidad para atravesar el tiempo de espera en el que estamos inmersos, en esta fase de ruptura, de quiebra, ante cambios que no somos capaces de identificar plenamente, anhelando encontrar una salida, un asidero, un rumbo, más conscientes que nunca de que la vida es vulnerabilidad, riesgo, un no saber hacia dónde vamos, ideas esenciales que habíamos olvidado en este siglo XXI acelerado, altamente productivo y tecnologizado.
“El ARte de perderse” es un ensayo sobre las transiciones y las transformaciones; sobre los caminos que emprendemos dejando otros atrás; sobre lo que desaparece para dar paso a algo nuevo.
Rebecca Solnit, que colabora en la revista “Harper” habitualmente, es autora de otros ensayos como Los hombres me cuentan cosas, Esperanza en la oscuridad y Un paraíso construido en el infierno, este último sobre las consecuencias del huracán Katrina y los lazos comunitarios creados en torno al desastre. El medio ambiente, la política, el feminismo y el arte, son temáticas que le interesan y se ha implicado como activista en campañas de derechos sociales y contra la guerra. Hay fogonazos de todo esto en el libro que nos ocupa, una entrega donde ha buceado en sus orígenes, en sus álbumes familiares, en sus huecos, en sus dolores, en sus descubrimientos, para hablarnos de las historias que nos construyen, que nos definen, que nos hacen ser como somos.

El título, Una guía sobre el arte de perderse, nos lleva a pensar en el deseo tan común de cambiar de vida, de país, de identidad, y empezar de cero en cualquier otro lugar (tema que ocupa otro interesante ensayo, Pequeño elogio de la fuga del mundo, de Rémy Oudghiri, que también forma parte de esta edición de “Lecturas Sumergidas”). Hay páginas que tratan de ello, del ansia de huir y de estar lejos de lo conocido de la propia autora. Pero esta es solo una parte. La obra de Solnit es mucho más abarcadora. Aborda las pérdidas en un sentido amplio: pérdidas de recuerdos, de personas, de lenguas, de lugares, de culturas, de valores, de ideales… Y nos conduce a lo que vamos dejando de ser, a lo que abandonamos para empezar de nuevo, para seguir avanzando.
La biografía, la realidad y los sueños, se entrelazan en este ensayo que nos entrega los hallazgos de su autora y nos hace pensar en el acto generoso de la escritura, en las misteriosas conexiones entre quien realiza la entrega y quien la recibe, autor y lector. Da la impresión de que Solnit acometió este trabajo como quien se adentra por un túnel, sin saber hacia dónde la iban a conducir sus pasos, a la manera de una exploradora de vidas, enseñanzas, acontecimientos y paisajes exteriores, pero también interiores, un viaje hacia lo más hondo, hacia lo más íntimo y oculto.
“Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es ahí de donde vienen las cosas más importantes...”, leemos al inicio de un recorrido sorprendente. Nos cuenta la escritora que cuando impartía un taller en las Rocosas, una alumna le hizo llegar una cita del filósofo presocrático Menón que la ha acompañado desde entonces. Una sabia voz del pasado acudió a ella para preguntarle: “¿Cómo emprenderás la búsqueda de aquello cuya naturaleza desconoces por completo?”
“Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es ahí de donde vienen las cosas más importantes…”, leemos al inicio de un recorrido sorprendente.
En esa interrogación, en las posibles respuestas, está la clave de esta obra filosófica, biográfica, artística y trascendente, que nos depara momentos de gran intensidad y emoción. “La pregunta que trajo esta alumna me pareció la pregunta táctica fundamental de la vida. Las cosas que deseamos son transformadoras, y no sabemos, o bien solamente nos creemos que sabemos, lo que hay al otro lado de esa transformación. El amor, la sabiduría, la gracia, la inspiración: ¿Cómo emprender la búsqueda de cosas que, en cierto modo, tienen que ver con desplazar las fronteras del propio ser hacia territorios desconocidos, con convertirse en otra persona?”, reflexiona Solnit.
Y más adelante recurre a Edgar Allan Poe, a su afirmación de que “son los elementos imprevistos los que debemos calcular principalmente”. Nuestra protagonista se detiene en la frase, da vueltas alrededor de la misma, se pregunta cómo se calculan los elementos imprevistos y argumenta: “Parece un arte de reconocer que lo imprevisto desempeña una función, de no perder el equilibrio ante las sorpresas, de colaborar con el azar, de admitir que en el mundo existen algunos misterios esenciales y, por lo tanto, lugares a los que no podemos llegar mediante los cálculos, los planes, el control. Calcular los elementos imprevistos quizá sea precisamente la paradójica operación que más nos exige la vida que hagamos”.
Estamos en el preludio, apenas en el inicio del trayecto. Menón y Poe son compañeros, brújulas que indican a Rebecca Solnit la ruta a seguir, la manera, o mejor la actitud mental, emocional, vital, con la que debe atravesar el túnel. Y también aparecen el poeta John Keats y el filósofo Walter Benjamin. Del primero toma Solnit sus ideas del “hombre de mérito” y la “capacidad negativa”, con las que se refiere a quien posee “la virtud de encontrarse sumergido en incertidumbres, misterios y dudas sin sentirse irritado por conocer las razones ni los hechos”. Del segundo repasa sus teorías sobre el perderse, en palabras de la autora: “una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que todo lo demás se desdibuja…”
A partir de todas estas referencias, Rebecca Solnit empieza a caminar sin mapas, a descubrir por sí misma, a encontrarse en su memoria y recorrer las carreteras del presente intentando desprenderse de los lastres, de las limitaciones. Si os interesa “descubrir”, ir más allá de la planura de lo conocido, de los senderos trillados, os recomiendo abrir las páginas de este ensayo, dejaros llevar, inspirar, por sus hallazgos. De entre todo lo que me ha ofrecido esta lectura, puedo destacar el haberme hecho tomar mayor conciencia de que la incertidumbre deja de ser menos paralizante cuando la entendemos como parte del camino; que asumir que estamos perdidos en determinados momentos ayuda a seguir la marcha; que las pérdidas, de cualquier tipo, siempre son tránsitos hacia otras direcciones. Y que muchas veces hay que dejar cosas para encontrar otras, para seguir creciendo.

“Algo que me preocupa hoy en día es que muchas personas (…) nunca van más allá de aquello que conocen. La publicidad, las noticias alarmistas, la tecnología, el ajetreado ritmo de vida y el diseño del espacio público y privado se confabulan para que así sea”, argumenta la escritora, quien recuerda los enriquecedores deambulares de su infancia y lamenta que los niños de este siglo, debido a los miedos de sus padres -entendibles en el tipo de sociedades que habitamos- no puedan explorar por sí mismos, salir a la calle y perderse un poco “para después encontrar el camino de vuelta”. “¿Cuáles serán las consecuencias de tener a esta generación bajo arresto domiciliario?”, se pregunta.
La reflexión, la evocación y la investigación se aúnan en esta guía tan especial donde la autora demuestra una gran capacidad de observación, de introspección, de ahondamiento. Rebecca Solnit parte de sí misma y al mismo tiempo abraza a los demás, aprende de las historias ajenas y sigue los senderos del conocimiento, los cauces abiertos por filósofos, exploradores, viajeros, artistas… Si hay algo que anima esta obra es la curiosidad, la búsqueda. Nuestra protagonista quiere saber, descubrir qué rodea al fenómeno de perderse, indaga en el mismo desde distintas perspectivas y amplía sus significados y sentidos, circulando hacia esas zonas del misterio y la trascendencia que solo pueden rozar quienes creen en lo inexplicable, en lo inaprehensible, y siguen haciéndose preguntas esenciales.
REBECCA SOLNIT lamenta que los niños de este siglo no puedan salir a la calle y perderse un poco “para después encontrar el camino de vuelta”. “¿Cuáles serán las consecuencias de tener a esta generación bajo arresto domiciliario?”, se pregunta.
A Solnit la vemos en la zona de las Rocosas recopilando testimonios de personas que se han desorientado en ese “abrupto paisaje de montañas y valles que se extienden en todas direcciones”. Y la seguimos en sus viajes por carretera, perdiéndose voluntariamente, en pueblos y moteles desconocidos. Sitios que ve por primera vez y que son para ella “un descanso temporal” de su propia biografía. El encuentro con detalles en los que no se había fijado nunca antes. “Esas historias que hacen que lo familiar se vuelva otra vez extraño, como las que me han revelado paisajes perdidos, cementerios perdidos, especies perdidas alrededor de mi propia casa. Esas conversaciones que hacen que todo lo demás desaparezca. Esos sueños que olvido hasta que me doy cuenta de que han influido en todo lo que he sentido y hecho a lo largo del día. Perderse de esa manera parece el primer paso para encontrar el camino o encontrar otro camino, aunque existen otras formas de estar perdido”, nos va contando.
Todos hemos experimentado, en mayor o menor medida, sueños reveladores que nos dicen algo mágico que no podemos recordar. Todos hemos tomado decisiones que han supuesto cambios drásticos y que nos han hecho sentir perdidos, desubicados, hasta adaptarnos a las nuevas circunstancias. Sabemos lo que supone cambiar de trabajo, de relación, de ciudad, de país, de forma de vida… Y Rebecca Solnit pone palabras a lo que hemos sentido alguna vez, lo que estamos atravesando o vamos a atravesar. Por eso nos sentimos tan cómplices de sus palabras, de este ensayo que atrapa la esencia del discurrir de la vida.
Los lugares de fuera y los de dentro son esenciales en esta entrega en la que aparecen los escenarios donde se ha desarrollado la vida de la escritora. Lugares que han cambiado de fisonomía con el paso del tiempo, caso de San Francisco, donde nació en 1961. En la ciudad de la década de los 50 del siglo XX, la de los artistas y poetas “beat” situó una novela juvenil que no llegó a concluir y cuyos personajes y atmósferas recrea en las páginas de El arte de perderse. Ese mundo en el que “la gente estaba construyendo comunidades en las que quizá fuera posible desarrollar una nueva cultura, un nuevo arte, una nueva era”, se ha perdido. Y Solnit recuerda los viejos anhelos, la libertad de un espacio abierto donde se hacía cine experimental, se consumían drogas alucinógenas y se recurría a las corrientes espirituales esotéricas. Nada que ver con el actual y exitoso territorio de Silicon Valley.
La escritora indaga en sus raíces familiares y en las de su país. Recurre a los primeros pobladores del XIX en Norteamérica y rescata historias de pioneros blancos, de tramperos, exploradores y conquistadores como Cabeza de Vaca, un edificante ejemplo sobre la capacidad humana de reinventarse una y otra vez; uno de los pocos casos de invasor que, una vez capturado y después de sucesivas pérdidas y duras experiencias, llega a conectar con los pueblos indígenas, con su modo de vida, hasta el punto de convertirse en una persona diferente.
Aquí la autora recurre al escritor Eduardo Galeano, para quien “América fue conquistada, pero nunca descubierta”, ya que “los hombres que llegaron con una religión que imponer y con sueños de encontrar oro nunca supieron realmente donde estaban”, un “descubrimiento que se está produciendo todavía hoy en día”. Lo que sugiere esto, nos dice Solnit, es que “la mayoría de los americanos de origen europeo permanecieron perdidos a lo largo de los siglos, no en términos prácticos sino en un sentido más profundo, el de comprender dónde estaban realmente, el de interesarse por la historia del lugar y su naturaleza”.
En su búsqueda constante, Solnit se encuentra con otras estremecedoras y transformadoras vivencias de célebres cautivos y cautivas en manos de tribus indias (Eunice Williams, Mary Jemison, Cynthia Ann Parker, Thomas Jefferson Mayfield) que, como nos dice, “ponen de manifiesto de manera cruda y dramática algo que sucede en las vidas de todo el mundo: las transiciones a través de las cuales uno deja de ser quien era”. Y nos enseñan que “las verdaderas dificultades, el verdadero arte de la supervivencia”, no depende tanto de grandes destrezas y técnicas, sino que “parece residir en terrenos más sutiles”. Y “lo que se necesita en esos terrenos es una especie de resiliencia psicológica, estar preparado para hacer frente a lo que venga”.

Las inmersiones en el pasado y las investigaciones y conversaciones sobre el terreno, en el presente, permiten a Rebecca Solnit llegar a conclusiones, a asideros, a iluminaciones. “No perderte nunca es no vivir”, señala en un momento dado y se siente en armonía con el Thoreau que dejó escrito en Walden: “Perderse en los bosques es una experiencia tan sorprendente y memorable como valiosa. Solo cuando estamos totalmente perdidos –y solo hace falta hacer girar a un hombre sobre sí mismo con los ojos cerrados para que se halle desorientado en este mundo–, tomamos conciencia de la inmensidad y de la extrañeza de la naturaleza”.
Pensar en Thoreau es pensar en la defensa del planeta, del medio ambiente, algo que no puede dejar de estar presente en este ensayo. Solnit nos habla de la preocupante y grave pérdida de especies. “El presente”, señala, “se puede imaginar ya como un arca de Noé en la que la avaricia, el crecimiento y la contaminación son tres piratas que están tirando a los animales y plantas por la borda hasta el fondo del mar que es el pasado…”
“No perderte nunca es no vivir”, señala la autora, quien se siente en armonía con el Thoreau que escribió en “Walden”: “Solo cuando estamos totalmente perdidos tomamos conciencia de la inmensidad y de la extrañeza de la naturaleza”.
El arte de perderse es un libro lleno de inspiraciones que habla al oído de cada cual dependiendo de sus vivencias y emociones. El arte, la pintura, la fotografía, son piezas importantes de esta construcción pintada en azul. El azul de la distancia, con el que estaban entusiasmados los pintores del Renacimiento, es el título que introduce la mitad de los capítulos. “El mundo es azul en sus extremos y en sus profundidades. Ese azul es la luz que se ha perdido. La luz del extremo azul del espectro no recorre toda la distancia entre el Sol y nosotros. Se disipa entre las moléculas del aire, se dispersa en el agua (…) Esa luz que no llega a tocarnos, que no recorre toda la distancia hasta nosotros, esa luz que se pierde, nos regala la belleza del mundo, gran parte del cual está en el color azul”, escribe nuestra autora.
El azul, que impregna también un interesante capítulo dedicado al artista Yves Klein, gran devoto y cultivador de este color, es el fondo sobre el que va tejiendo sus recuerdos y meditando sobre los procesos de transformación, sobre la profundidad de los cambios que no percibimos, sobre la infancia, los lazos familiares, los tiempos y espacios, los paisajes abandonados y los descubiertos de pronto, en cualquier momento de la vida. “El azul de la distancia”, nos dice, “llega con el tiempo, con el descubrimiento de la melancolía, la pérdida, la textura del anhelo, la complejidad del terreno que atravesamos, y con los años de viaje…”
Hay pasajes bellísimos en este recorrido en el que Rebecca Solnit realiza una profunda búsqueda de las cosas perdidas en su devenir y en el de sus antepasados, un legado lleno de errancias, de desarraigos, en el que hace acto de presencia el Holocausto, el exilio, la locura. “¿Cómo no perderse, cómo no perder el equilibrio mental ante determinadas circunstancias?”, se pregunta en un momento dado. A través de recuerdos, de viejas fotografías, de historias a las que acaba encontrando un sentido, de rumbos recuperados, adioses y reconciliaciones con personas que ya no están (caso de su padre) y a las que acaba comprendiendo, la escritora va trazando los pilares de su identidad.
Son muchos los fragmentos, los capítulos de este libro que me han emocionado y que he vuelto a leer más de una vez este extraño verano, en este 2020 en el que yo también estoy asumiendo la pérdida y explorando lo que supone estar perdida. Puedo hablaros del conmovedor Guirnaldas de Margaritas, en el que la escritora habla de la tendencia a que las cosas desaparezcan en su familia; recuerda a sus predecesores, que formaron parte de las primeras generaciones de inmigrantes llegados al puerto de Nueva York desde el este de Europa; imagina que una de sus bisabuelas de la que apenas sabe nada es la mujer de una fotografía de Lewis Hine, Joven judía rusa en la isla de Ellis (“una fotografía del alma”), evoca episodios de su abuela en un psiquiátrico y acude al encuentro de una de sus tías, “la encargada de conservar las historias y fotografías familiares” ; la que influyó en su devoción por la lectura, en su último día de vida. Un encuentro revelador dentro de un capítulo que habla de las historias ocultas, perdidas, ignoradas. “A veces pienso que me hice historiadora”, confiesa Solnit, “porque no tenía historia, pero también porque me interesaba contar la verdad en una familia donde la verdad era una entidad escurridiza”.

Puedo hablaros de la intensa narración que es Perdición, donde Solnit cuenta la pérdida de una persona querida, Marine, su mejor amiga, y de un modo de entender la vida. Una narración adolescente, de estética punk, al ritmo de The Clash y Joy Division, marcada por las drogas, la subversión y los paisajes del abandono, con ruinas por todas partes. “En los años ochenta nos imaginábamos el apocalipsis porque era más fácil de visualizar que los complejos y extraños futuros que nos impondrían el dinero, el poder y la tecnología, unos intrincados futuros de los que sería difícil salir…”, voy leyendo estas páginas donde la autora da cuenta de una de las grandes transiciones de su vida: el final de su juventud, la aparición de la muerte como algo real. “Perdí toda una vida y poco a poco fui ganando otra, más abierta y más libre”, confiesa.
Y a continuación contrapone la permanente estancia en el presente, el dramatismo, la imprudencia y el impulso de la juventud, la fase perdida, con la madurez. “La madurez”, señala Solnit, “se compone de una actitud previsora y prudente y de una memoria filosófica gracias a las cuales nos movemos con un paso más lento y seguro. Pero el propio miedo a equivocarse puede acabar siendo una gran equivocación, una equivocación que te impide vivir, pues la vida está llena de riesgos y no correrlos ya supone una pérdida…”
“Perdición”, donde Solnit cuenta la pérdida de una persona querida, Marine, su mejor amiga, y de un modo de entender la vida, ES Una narración adolescente, de estética punk, al ritmo de The Clash y Joy Division, marcada por los paisajes del abandono.
Puedo hablaros también de un hermoso y emotivo relato de amor y de pérdida. “Una vez amé a un hombre que era muy parecido al desierto, y antes de eso amé al desierto…” De este modo comienza esta narración biográfica, ambientada en el desierto de Mojave y titulada Dos puntas de flecha, que lleva a la escritora a reflexionar sobre el fin de las relaciones, sobre los afectos y la poderosa influencia que ejercen en las metamorfosis que vamos experimentando como personas.
“Una relación es una historia que construyes junto a otra persona y en cuyo interior te instalas con ella, una historia que proporciona tanto cobijo como una casa. Te inventas una historia sobre cómo vuestros destinos estaban llamados a entrelazarse como los tallos de la enredadera del porche, te acostumbras a tener una vista amplia por ese lado y a no tener vista por ese otro, a la puerta en la que hay que agacharse y a la ventana que está atrancada, y la persona que crees que eres influye en la persona que crees que es él y en la persona que él cree que eres tú, un castillo en las nubes hecho con el aire exhalado al soñar. Es una impresión enorme verte de nuevo sola y a la intemperie, es difícil concebir que un día vayas a poder vivir en otra casa (…) Pero yo salí de aquella casa transformada, más fuerte y segura de mi misma que antes y cargada con un mayor conocimiento de mí misma, de los hombres, del amor, de los desiertos y de los animales salvajes”, escribe Rebecca Solnit.
“Con el tiempo te conviertes en otra persona”, señala a continuación, en este capítulo tan bello. Pero esta frase aparece en otras ocasiones a lo largo del libro. Es una de sus claves. El arte de perderse, como ya os indicaba, es un ensayo que nos estimula a buscar al otro lado de lo cotidiano, de lo familiar. Es un itinerario cargado de hallazgos, de arte, de impresiones, de iluminaciones y también de música, de cine, de canciones, porque a través de los distintos estilos, del punk, del blues, del country, del jazz… se pueden explicar los cambios, los fenómenos sociales, los estados de ánimo colectivos. Os aseguro que me ha entusiasmado recorrer este camino que os animo a emprender por vuestra cuenta.
Puedo terminar aquí, pero no sin transcribir otro de los muchos párrafos que he subrayado como esenciales. “La gente mira al futuro y piensa que las fuerzas del presente se van a desplegar de una forma coherente y predecible, pero todo examen del pasado revela que los tortuosos caminos del cambio son tan extraños que no pueden siquiera imaginarse…” Volvemos al comienzo, a Poe y su afirmación de que “son los elementos imprevistos los que debemos calcular principalmente”. Rebecca Solnit nos habla de las pérdidas y del anhelo de perdernos desde múltiples perspectivas, pero este ensayo es también un llamamiento a caminar sin miedo, a atravesar puentes hacia lo desconocido, a movernos en terrenos movedizos, cambiantes, hacia adelante.
En un momento, ya al final, nos conmueve la curiosa historia del “Hombre tortuga”, que no voy a desvelar, pero que nos enseña, como señala la autora, que no pasa nada “por vivir de vez en cuando la experiencia de no saber qué hacer a continuación, por encontrarse con un obstáculo. No pasa nada por reconocer que en la vida hay algo de misterio, que hay un componente de incertidumbre, no pasa nada por reconocer que necesitamos ayuda, que pedir ayuda es un acto de una gran generosidad porque permite a los demás ayudarnos y nos permite a nosotros mismos ser ayudados. Unas veces pedimos ayuda, otras veces ofrecemos ayuda, y entonces este mundo hostil se transforma en un lugar muy diferente…”
Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit ha sido publicado por Capitán Swing. Traducción de Clara Ministral.