Por Emma Rodríguez © 2013 / Dice Ernesto Pérez Zúñiga que lo suyo con Giuseppe Tartini fue una fascinación. Que llegó a él a través de un artículo que hablaba sobre los violinistas diabólicos y que al escuchar su música ya no quiso dejar de seguir indagando, sabiendo, asomándose a su vida, a su obra, a la alargada sombra de su leyenda. El resultado de ese flechazo, de esa corriente de complicidad que se ha establecido, a través de los misteriosos y subterráneos cauces del tiempo, entre el autor y el compositor del XVIII es “La fuga del maestro Tartini” (Alianza), una novela que obtuvo recientemente el Premio Torrente Ballester y que ofrece al lector la posibilidad de múltiples registros y lecturas, desde la novela de aventuras, con tretas de espadachines incluidas, a la obra de iniciación en la que el protagonista va creciendo, avanzando y aprendiendo la difícil lección de vivir, pasando por la indagación profunda en la esencia de la música, sus caudales de emoción y su búsqueda de lo sublime, que en opinión de esta lectora es uno de sus mayores logros. Una indagación que el escritor realiza a través de un acertado lenguaje poético que ahonda en los ignotos territorios de los que brotan los sonidos, esas complejas y enigmáticas armonías que pueden partir de lo más simple.
Cuenta la leyenda de Tartini que una de sus piezas más célebres, “El trino del Diablo”, le fue entregada por el mismísimo Lucifer en un sueño y Pérez Zúñiga tira de ese hilo, un hilo que siempre le ha atraído porque le permite reflexionar sobre el mal, sobre el lado oscuro con el que el ser humano ha de convivir porque, al igual que la luz, le pertenece. Recurriendo a la estructura musical de la fuga, a un juego de dos voces, la del propio Tartini, que va escribiendo sus memorias, y la del novelista, que la reconstruye a su vez y que cuenta con la inestimable ayuda del señor de las tinieblas, Pérez Zúñiga conduce al lector por una vida rica en anécdotas y lances, pero también por esos pasadizos secretos donde llega a fraguarse la obra de arte que es capaz de superar a la muerte.
Sobre todo ello empezamos a hablar mientras sonaba de fondo -no podía ser de otro modo- una de las sonatas favoritas del escritor, la “Sonata IV en si Menor”. Imposible al escucharla no abrir el libro por la página en la que se cede la palabra a Ptolomeo, a su explicación de que “el alma está dividida en tonos musicales y que la expresión en música de sus pensamientos y sentimientos le es natural, como es natural que se alegre o se entristezca, se serene o se altere, según la música que llega a nuestros oídos y modula nuestro interior”.
Cuenta la leyenda de Tartini que una de sus piezas más célebres, “El trino del Diablo” le fue entregada por el mismísimo Lucifer en un sueño y Pérez Zúñiga tira de ese hilo, un hilo que siempre le ha atraído porque le permite reflexionar sobre el mal, sobre el lado oscuro con el que el ser humano ha de convivir porque, al igual que la luz, le pertenece.
– Giuseppe Tartini fue buen espadachín y maestro de esgrima, antes de dedicarse a la música y acabar abriendo una academia para enseñar sus secretos con el violín. Simplemente esa dualidad en su biografía basta para que un escritor eche a volar la imaginación.
– Sin duda. Una y otra vez, en el proceso de escritura de la novela, me paré a pensar cómo la misma muñeca podía ser capaz de herir, de matar, y también de hacer una música prodigiosa, cómo con la misma mano Tartini fue capaz de convertir la destrucción en creación y la muerte en belleza. Esa dualidad me resultó muy atrayente, fue clave para propiciar un primer acercamiento al personaje.
– Es evidente que la música es importantísima para Ernesto Pérez Zúñiga. ¿Quiso ser músico antes que escritor? ¿Hasta qué punto la poesía -y se lo pregunto a quien también es poeta- participa de los mismos fondos que la música, se acerca a los sonidos del corazón y de la naturaleza?
– Sí. La música es esencial para mí. Aprendí a tocar el saxofón y durante una época me dediqué a ello y soñé con tocar jazz en garitos, incluso en el metro, no me importaba, pero me di cuenta de que mis condiciones eran limitadas, de que la literatura me ofrecía horizontes más amplios. En cuanto a la poesía, sí, en efecto, es lo que más se le acerca. Para describir la riqueza de las emociones que sentimos al escuchar una pieza determinada, para describir esos sonidos capaces de rasgar las cuerdas del alma, no hay mejor lenguaje que el poético. Igual que la música, la poesía es la vía para llegar a lo sublime, para atrapar por primera vez lo que no existe, lo que no es evidente, esos planos de la realidad que no nos devuelve el espejo. En el caso de Tartini, lo que he querido es que el personaje transmita la angustia que experimenta al querer alcanzar una música que supere lo convencional, que refleje de algún modo el secreto de la existencia. Y ahí está la naturaleza, la naturaleza como expresión más exacta de la realidad. La música, como cualquier arte que quiera ser auténtico, tiene que aspirar a la misma fuerza de la naturaleza, a su parte secreta, invisible.
Para describir la riqueza de las emociones que sentimos al escuchar una pieza determinada, para describir esos sonidos capaces de rasgar las cuerdas del alma, no hay mejor lenguaje que el poético. Igual que la música, la poesía es la vía para llegar a lo sublime, para atrapar por primera vez lo que no existe, lo que no es evidente, esos planos de la realidad que no nos devuelve el espejo.
– Se percibe una gran identificación entre personaje y autor. Está en el cruce entre pasado y presente, en el juego de las dos voces que permite lanzar un puente con la contemporaneidad a través, por ejemplo, de referencias al jazz…
– Sí. En la novela conviven una parte más clasicista, representada por Tartini, y otra de carácter más vanguardista, irónica, jazzística. Hablas de identificación y no puedo negar que fue intensa, que al personaje le fui dando muchas de mis preocupaciones, de mis pensamientos, de mis preguntas, al tiempo que en el proceso de su construcción me fui convirtiendo en él. Me llegué a saber su música de memoria, viajé a los sitios donde vivió, para reflejar su dolor ante la enfermedad y la vejez llegué a escribir en pleno ataque de ciática. Lo mío con Tartini fue una especie de psicoanálisis que me ayudó a descubrir muchas cosas de mí mismo, que me transformó en el sentido de que me ayudó a plantearme la autenticidad, el modo en el que quiero vivir y crear.
– No quiero que el lector piense, por el rumbo de la conversación, que estamos ante una novela filosófica, trascendente. Eso está ahí, por supuesto, a mí me parece una parte muy enriquecedora, pero también se trata de una novela de aventuras cargada de jugosos episodios y anécdotas. Por ejemplo, me ha llamado la atención que Tartini fuera profesor de Salieri y que del mismo modo que éste enfermó de celos hacia Mozart, él lo hizo con otro violinista y compositor excepcional del barroco, Francesco Maria Veracini…
– Sí. Tartini escuchó tocar a Veracini y alucinó tanto, le dio tanta rabia, que lo dejó todo y se encerró en Ancona. Todo eso es real, está documentado. Lo que es fruto de la invención es el duelo que ambos entablan en Praga y a partir del cual Tartini empieza a despojarse de la envidia, a amar a su contrincante, a empatizar con él.
– Novela de aventuras, en efecto, pero también novela de iniciación. “La fuga…” parte de la infancia y llega hasta el final, atravesando todas las etapas de una vida, los crecimientos, las transformaciones del protagonista.
– Toda la novela es una transformación pura y lo que se va contando son las claves de ese itinerario en el que un ser sensible y rebelde con su época va buscando saber quién es realmente y va dejando atrás identidades y máscaras hasta llegar a acercarse lo más posible a su esencia a través de la música. Tartini busca la belleza en lo espiritual, en lo religioso, en los astros, y se da cuenta de que puede estar en lo más simple, en la naturaleza cercana. Y, por otro lado, los sueños, la parte inconsciente es fundamental en la novela. Me basé mucho en Jung y en sus estudios sobre la alquimia para reflejar el descenso hacia el interior del personaje. Estamos en los márgenes de una novela realista, pero no hay exterior sin interior, sin psicología. Ambos planos tienen que ir avanzando a la vez.
– La atracción por el mal es una fuente de la que bebe intensamente la literatura. En tu caso no es la primera vez que recurres al mito de Fausto.
– Así es. Aquí me he acercado a él de una manera más completa, he merodeado alrededor de esa figura sombría que te ayuda a alcanzar lo que más deseas, pero las relaciones entre el bien y el mal están en otros de mis libros. Me interesa analizar el contraste entre la corrupción moral de unos frente a otros que buscan lo sublime y persiguen lo mejor para la sociedad. Y en el medio la duda, los personajes dudosos, el beneficio de la maldad, los múltiples personajes interiores que albergamos.
Me interesa analizar el contraste entre la corrupción moral de unos frente a otros que buscan lo sublime y persiguen lo mejor para la sociedad. Y en el medio la duda, los personajes dudosos, el beneficio de la maldad, los múltiples personajes interiores que albergamos.
– ¿Crees que vivimos en una época especialmente diabólica?
– Creo que hoy, socialmente, la parte más negativa, despiadada e insolidaria del ser humano está gobernando y marcando las pautas de conducta. Pero también debemos pensar en el otro lado de la balanza, en toda la gente que está despertando y que empieza a dar menos importancia a los bienes materiales, a valorar más la corriente espiritual de la vida, la sensibilidad, la belleza.
– Hablabas de la escritura como transformación. ¿Y la lectura?
– Considero que cada lectura se completa en el lector, que no sólo cada libro bueno te transforma sino que también se transforma contigo. El libro es la mejor máquina del tiempo que existe. Es un tesoro hecho de tiempo y de espacio, el mejor lugar donde permanecer vivos.
– ¿Qué primeras lecturas recuerdas?
– Recuerdo que con 7, 8, 9 años, ya leía poesía. Tenía un tomo con las 1.000 mejores poesías de la lengua española y era una gran compañía. Pero también me gustaban los libros de aventuras y de viajes: Stevenson y “La isla del tesoro”; Jack London y “El peregrino de la estrella”, donde se cuenta la historia de un hombre en la cárcel que empieza a revivir sus vidas pasadas. Ese libro me hizo viajar y vivir diez veces más, hacia el pasado, hacia el futuro, hacia el conocimiento del mundo a través de la imaginación. Ya de más adolescente, viviendo en Granada, Lorca fue muy importante para mí, y enseguida descubrí a Cortázar, a Borges, a Onetti, que me resultó fascinante con 17 o 18 años. Y, por supuesto, a Cervantes y a Valle-Inclán, que me marcó profundamente desde “Luces de bohemia”. De hecho es mi autor favorito, el único al que colecciono.
– ¿Qué es lo que más te gusta de él?
– Valle consiguió algo dificilísimo: aunar un mundo estético y ético coherente en su escritura. Y ese mundo se va transformando desde su juventud a su vejez. Ahí están sus “Sonatas”, un ejemplo de literatura malditista maravillosa. Ahí están “Las comedias bárbaras”, que lo equiparan con Shakespeare en su retrato de las pasiones mundanas, y luego ese universo del esperpento, capaz de retorcerlo todo para expresar la decadencia de la España de principios del siglo XIX. En él hay belleza hasta en la deformación. Cuando estoy deprimido siempre cojo un libro suyo.
– ¿Recomendarías la lectura de alguna de sus obras para afrontar las convulsiones del presente?
– Sin dudarlo. Por ejemplo, “La lámpara maravillosa”, subtitulada “Ejercicios espirituales”, una reflexión estética y ética sobre la vida y su sentido. Es un libro que nos enseña a elegir nuestro lugar en el mundo y a valorar la belleza por encima de todas las cadenas materiales. En una sociedad en la que el ocio cuesta tanto dinero, Valle muestra cómo para contemplar la belleza no hace falta nada. La suya es una reivindicación del instante, del quietismo, de la contemplación.
– ¿Qué estás leyendo en estos momentos?
– Pues estoy leyendo varios libros a la vez: “Ceremonias y combates”, un libro de cuentos de un autor venezolano que me gusta mucho, Etnodio Quintero, al que publica Candaya; “El hombre perdido”, de Gómez de la Serna, un escritor inquieto que siempre me ayuda a escribir, a ir más allá en el proceso, y “El mago”, del autor japonés Ryunosuke Akutagawa. También me aguardan: “El paseo”, de Robert Walser; “El agua y los sueños”, de Gastón Bachelard y la nueva edición de “Poeta en Nueva York” (García Lorca).
– ¿Te interesa la literatura japonesa?
– Muchísimo. Kawabata me parece perfecto, pero también me gusta Mishima y, por supuesto, Murakami, un maestro a la hora de introducir los elementos oníricos en lo cotidiano, de hacer convivir todos los planos de la realidad en la novela con absoluta sencillez. Me encanta que sea un autor tan popular con las cosas tan extrañas que escribe. Es capaz de romper los tiempos y los espacios y a mí eso me interesa mucho.
– ¿A qué hora, en qué rincón te gusta leer?
– Me gusta leer por las tardes y por la noche también. En un sillón bajo que está en mi gabinete o en la cama. Me gusta dormirme con un poema del Siglo de Oro. Es una costumbre y la verdad es que me suele bastar porque a los cinco minutos me quedo dormido.
– ¿Asignaturas pendientes?
– Todas. me daría terror no tenerlas. Cada segundo es una aventura. La vida está siempre pendiente. Lo que has cerrado se puede abrir de otra manera y cada libro te puede llevar a dar pasos en una nueva dirección.
– ¿Qué te llevarías a una isla desierta?
– Pues volvemos a Valle-Inclán. Si no me lo llevase me deprimiría. Y como es tan rico…
(“La fuga del maestro Tartini” ha sido publicado por Alianza)
Las fotografías las realizó Karina Beltrán en la casa del escritor en Madrid