Emma Rodríguez © 2023 /
Si os sentís culpables por no trabajar lo suficiente, por no sacar todo el rendimiento posible al tiempo de que disponéis, por no ser todo lo creativos que os gustaría ni llegar a lo que los entornos, los medios y una gran cantidad de libros de autoayuda os indican que hay que hacer para alcanzar el éxito en la vida, os resultará liberador leer un libro como Metafísica de la pereza, un ensayo profundo y a la vez lúdico y refrescante del que salimos con ganas de enfrentarnos al ahora de una manera diferente.
Desde distintas vertientes del pensamiento y la creación; a partir de experiencias propias y ajenas, su autor, el profesor de filosofía y estética Juan Evaristo Valls Boix, logra que conectemos con un anhelo que nos acompaña, aunque no seamos del todo conscientes o no podamos percibirlo, tan cegados por la cultura de la productividad, de la excitación permanente, del más y más, que caracteriza a las sociedades desarrolladas. Al pasar las páginas de este libro reconocemos la necesidad que tenemos de detenernos, incluso de huir, de decir no a tantas cosas que nos agobian, que nos roban la ligereza.
En este presente en el que se nos vende la felicidad como posesión y consumo y en el que se nos intenta convencer de que todos somos emprendedores de nosotros mismos; ante este relato que tanto contrasta con la desigualdad y la precariedad que nos rodea; frente a la realidad de las guerras y las escenas constantes de refugiados y migrantes rechazados en las fronteras, abocados a la muerte al intentar llegar a puertos mejores, estamos necesitados de compromiso, de empatía, de abrazos, pero también de pereza, de la pereza necesaria para disfrutar de lo sencillo, solos y en compañía, para pensarnos y pensar en otras mejores alternativas de vida.
Sobre todo ello he ido reflexionando al pasar las páginas de este ensayo cuya lectura ha coincidido en el tiempo con la de la última novela de Luis Mateo Díez, Mis delitos como animal de compañía, un extraño viaje mental, cargado de simbolismos, hacia el centro de la locura, una locura individual en la que percibimos las señales de lo colectivo, un “trastorno universal” en el que podemos reconocernos. El escritor leonés indica que para hacer frente a los trastornos del ahora hay que buscar refugios personales y yo me pregunto si el cultivo de la pereza puede ser una forma de refugio, una salida.

Valls Boix tiene la capacidad de poner delante de nuestros ojos, de manera crítica, “los dispositivos que constituyen las relaciones contemporáneas de competitividad y productividad que hacen de nuestra vida una desgracia”. Y, al mismo tiempo, compone “un imaginario de la inoperancia, un repertorio de todas las estrategias para desaparecer, para decir no, para parar”. Así lo explica en el arranque del recorrido, donde también se refiere a su Metafísica como “una biblioteca de personajes historias y palabras que nos enseña a leer de otro modo el tiempo muerto, de manera que este no sea ni estúpido ni imposible, sino vivido”.
Os estoy hablando de una entrega muy especial y sugerente, de una investigación que participa de los resortes de las ciencias sociales, de la filosofía, por supuesto, y también de la literatura, pues es destacable el trabajo con el lenguaje, el contenido de capítulos que adquieren forma de inspiradoras narraciones (especialmente Sueños e Interludio 1. Maisons de week-ends imaginaires). El trayecto propuesto es capaz de despertarnos, de ayudarnos a descargar las exigencias que llevamos a cuestas, las culpabilidades impuestas por un sistema que nos incita a estar activos en todo momento; que nos aleja del saludable equilibrio entre la vida y el trabajo; que desdeña palabras como espera, calma, lentitud, serenidad…
Juan Evaristo Valls Boix no arremete contra el mundo tecnologizado en el que vivimos ni se inspira en ejemplos del pasado. La actualidad es el ámbito en el que se mueve, en el que se reconoce, pero anda a la busca de mejores maneras de habitarlo, curiosamente desde sus propias contradicciones, pues él mismo se define como un adicto al trabajo, como alguien que ha caído en todas las trampas del neoliberalismo. Este libro puede entenderse como “un clamor a propósito de la vida que no he vivido, de la que he sido expropiado, pero que quiero reclamar como mía. Lo he escrito desde el deseo de salir de esa vida, de cambiar”, señaló durante la presentación de la obra en la librería La Central del Museo Reina Sofía. “No hay nada que no esté contaminado por el exceso de productividad, por la sensación de fracaso continuo. Sometida la vida a esa lógica, los vínculos se rompen, se fragilizan”, añadió, situando el marco de su ensayo en el deseo de la vida arrebatada, que puede emerger si se logra superar el mal del ímpetu, el no poder parar que consume a los hombres y mujeres del siglo XXI.
La actualidad es el ámbito en el que se mueve Valls Boix, en el que se reconoce, pero anda a la busca de mejores maneras de habitarlo, curiosamente desde sus propias contradicciones, pues él mismo se define como un adicto al trabajo, como alguien que ha caído en todas las trampas del neoliberalismo.
Con un tono cargado de ironía, pero también, me atrevería a decir, aderezado con una pizca de compasión, un tono que el autor define muy acertadamente como “una furia alegre”, este libro tiene la capacidad de hacernos profundizar en nuestras muchas incoherencias; de situarnos frente al espejo y hacernos reír ante la imagen proyectada.
Lo demuestra desde el minuto uno, desde el poderoso inicio del recorrido: “Escribo para los emprendedores, para los que persiguen sus sueños y quieren superarse, para los que van más allá y lo tuitean. Para aquellos que alcanzan metas, que quieren mejorar cada día, dar una versión más alta de sí mismos y batir récords, cumplir objetivos y culminar su vida, entusiastas, con el brillante premio de ser un absoluto competente en todo, o en especializarse. Escribo para instagrammers y youtubers, para oficinistas y smartworkers, deportistas e investigadores becados por el ministerio, para todos aquellos gustosos de vender el cuerpo, de explotar su imagen, de invertir su tiempo en una start-up, en una cita, en una serie. Escribo para todos vosotros (…) para todos los muertos en vida, deleitados en el gran banquete de la devastación de uno mismo, privados de todo, enamorados del trabajo, conmovidos por la carroña. Todos los que creéis en la dicha y la autorrealización y la plenitud, vosotros los runners de la existencia, todos los que vivís de modo aforístico y segregado, entregados a la intensidad de vuestra carrera de fondo, que jamás acaba, que os agita y estimula como la más alucinada de las pesadillas. Soy uno de los vuestros”.
Desde el comienzo queda claro el desafío de la obra: hacernos ver que parar es un gran gesto, tal vez el único capaz de hacer frente al ritmo despiadado al que sometemos nuestras vidas; que la pereza puede entenderse como una revolución, como una forma efectiva de hacer frente al sistema capitalista. Cuánta potencia puede adquirir ese “manso detenerse”, esa “mínima placidez”, esa “quietud tan lenta que confunde el movimiento con su ausencia”… Cuando “la excitación es la norma”, en un hoy, en que vivimos sin parar, “el único gesto rebelde es el de no hacer nada. Aquello que no podemos imaginar y para lo que hemos perdido hasta las palabras que lo nombran”, expone el autor.
Y más adelante dibuja a una colectividad a la que le resulta imposible detenerse, que, estresada por la aspiración al triunfo, ha olvidado “las estrategias del fracaso”; ha perdido “el saber de la derrota y de la renuncia”, absolutamente sumisa al éxito y la eficacia; incapaz de decir no y de “abrazar la ruina que nunca dejaremos de ser”. ¿Seremos capaces de recuperar el goce de lo que no se mide ni se gana; de acoger “lo que queda al otro lado de los méritos y los mitos, de la perfección y las metas”? “¿Podremos llegar a saborear “esa inmanencia alegre y deliciosa que solo en la quietud se alcanza, que solo degustamos en el reconocimiento de que no hay nada que hacer ni conquistar, de que el tiempo que aquí nos queda es prosaico y no está consagrado a ningún fin último?”.
Cuando “la excitación es la norma”, hoy que vivimos sin parar, “el único gesto rebelde es el de no hacer nada. Aquello que no podemos imaginar y para lo que hemos perdido hasta las palabras que lo nombran”, expone el autor de “Metafísica de la pereza”.
Mientras voy leyendo constato que simplemente el acto de detenernos (palabra clave en la entrega) ante estas preguntas, ya en sí mismas cargadas de sentidos, de propuestas, nos conduce a entornos más amables, menos agresivos. En el amplio y sugerente territorio que va abriendo el autor no se mueve solo, como indicaba al comienzo de este texto, sino que está amparado por pensadores, artistas y creadores de ámbitos diversos, que, de un modo u otro, han reflexionado sobre la pereza, han entendido el valor de la holganza.
En todos los capítulos hay acompañamientos, modelos de resistencia. Y no todos los acompañantes son grandes filósofos, aunque una y otra vez estos hacen acto de presencia. La estrella del pop Britney Spears abre el recorrido y representa la necesidad de abandonarlo todo cuando se está en la cúspide de la fama, el afán por desaparecer. Modelo del capital, harta de una existencia utilizada para el lucro desde su niñez, la cantante ha sufrido crisis diversas, trastornos derivados de su tipo de vida, de la superación indefinida de sí misma, de su imposibilidad para salir de las trampas del exceso. Todos sus intentos por liberarse, su rebeldía, sus caídas, se han convertido en espectáculo: internamientos, desintoxicaciones, la pérdida de la custodia de sus hijos… “Todo cuanto ella pudiera ser se volvía capitalizable”, señala Valls Boix, quien parte de las vicisitudes de la popular intérprete, para analizar cómo funciona la lógica de la productividad, de la operatividad, de la autoexplotación y la autoalienación.
El neoliberalismo ha impuesto una nueva temporalidad y sentido del espacio. “Hoy la existencia entera se coordina con la fórmula 24/7, la expresión de la absoluta disponibilidad, en que no hay límite cultural ni biológico que contenga las exigencias sobre uno mismo. La vida entera deviene una fiesta infinita, una existencia hiperestimulada en que el baile no cesa”, expone el autor, quien toma como referencias los estudios al respecto de ensayistas como Mark Fischer y Jonathan Crary, entre otros. También Stoterdiijk, Lipovetsky, Slavoj Zizek… aparecen en este trecho del camino en el que se habla de la ansiedad, de la inquietud, de la agitación, de “la gramática de lo superlativo” que es “un constante sentimiento de fracaso, pues el territorio de la suficiencia raramente llega a conquistarse”.
“Hoy en día es facilísimo enamorarse, u ofenderse, o exaltarse, pues todo conspira en favor de nuestro histrionismo: la seducción secuestra el deseo, que siempre está excitado, que se alimenta de explosiones de júbilo o de ira. Asimismo, la obsesión por el bienestar trae consigo la estigmatización de todos los malestares derivados de este apasionamiento continuo, y bloquea su politización. El cansancio o el aburrimiento, la ansiedad o las conductas compulsivas están al mismo tiempo generalizadas y mal vistas: son lo único que amenaza nuestra total disponibilidad, lo único que puede desarticularla, pero nuestro afán por agradar es más fuerte. Vivimos con vergüenza de lo que podría salvarnos”, vamos leyendo.

El diagnóstico de los modos de vida en las sociedades neoliberales, en las que andamos movidos por la insatisfacción (siempre, en todos los ámbitos, creaciones, quehaceres y disfrutes, podríamos haber logrado más) y en las que impera el cansancio y el fingimiento (fingir contento) es muy certero en Metafísica de la pereza, donde se alude a la depresión y al uso generalizado de psicofármacos (vigorizantes o tranquilizantes) como síntomas de malestar. Si os adentráis en sus páginas lo comprenderéis, os sentiréis reflejados; encontraréis las palabras, los argumentos, que visibilizan lo que vivís u observáis en vuestros entornos, pero, en mi opinión, lo realmente interesante de este libro es su don para abrirnos los ojos, para hacernos mirar de otra manera. Juan Evaristo Valls Boix encuentra la forma de que entendamos el valor de la negación, de la pasividad, del descanso, de lo improductivo e incompetente, de lo que es considerado inútil porque no produce beneficios.
Recurre a Sloterdijk, que, a partir de Las ensoñaciones de Rousseau “esboza los rasgos de una serenidad plácida que se desvincula de cualquier exigencia cotidiana”, señalando que “libre es quien logra conquistar la despreocupación”; quien, “a sabiendas de que es la agitación y la hiperactividad la forma que adopta hoy nuestro sometimiento, imagina una noción de libertad desprendida de la dinámica del estrés y la excitación, una noción de libertad que, como la liberación, es una forma de resistencia pasiva, la capacidad de negarse a actuar”.
a partir de Las ensoñaciones de Rousseau, Sloterdijk “esboza los rasgos de una serenidad plácida que se desvincula de cualquier exigencia cotidiana” Y Señala que “Libre es quien logra conquistar la despreocupación”.
En un momento dado, y al hilo de lo anterior, paseando al lado de Rousseau, escribe el ensayista: “Soñar y pasear son modos de esta holgura u holganza. Libertad es desconexión. Así, los felices como los rebeldes, resultan ser los incompetentes, los ineficientes, infames y anónimos, vacantes y canallas, todas las figuras del despilfarro y lo errático, del fracaso y la ligereza de la ensoñación: Ignatius Reilly, Oblomov, las voces de Perec, Vera Baxter, los personajes de Rohmer, la Mabel de Cassavettes, Palomar, los opiófagos o los faunos a la hora de la siesta. Todos ellos son los emisarios de la metafísica de la pereza, que no solo tiene por afán armar una ciencia de los dispositivos neoliberales, sino también, y sobre todo, resignificar el imaginario de la inacción. Encontrar (…) medios para nombrar formas alternativas de experiencia, modos de vida lentos e indolentes que, en su parsimonia, constituyan la más contundente resistencia a la operatividad”.
Este párrafo transmite muy bien el carácter del ensayo: mordaz, irónico, juguetón, lírico, estimulante… El autor nos invita a tumbarnos, a tomarnos más de un respiro. Rinde homenaje al filósofo y sociólogo Georg Simmel, de quien ha copiado el título del libro, para el que “aspirar a la pereza es lo que guía toda evolución posterior”, y nos anima a pensar en “un programa de la deserción”; en “modos lúdicos y erráticos de articular una política de la resistencia a los imperativos laboriosos”.
Paseos, parques, playas, sofás, lecturas, exposiciones, contemplaciones, huidas... acuden a nosotros mientras leemos y nos convencemos de que el cultivo de la pereza consiste en gestos tan simples como apagar el despertador, olvidar el móvil a propósito, ser capaces de parar sin sentir culpabilidad… En ocasiones, decir no, recurrir a la famosa frase de Bartleby: “Preferiría no hacerlo”, puede convertirse en lo más satisfactorio, del mismo modo que combatir la presión sin hacer nada, comprobando que no se acaba el mundo por ello y que, precisamente, ese gesto, puede llevarnos a enfocar la tarea que estábamos acometiendo desde el disfrute, no desde la obligación.
Llegada a este punto, reflexionando sobre la idea de posibilidades, de alternativas, de salidas a los modos de vida neoliberales, pienso yo hasta qué punto todo lo que plantea este libro en torno a la pereza no puede desligarse del compromiso, de la política. Habrá personas a las que, de primeras, pueda parecerles un asunto frívolo hablar de pereza en un mundo donde falta trabajo, en un ahora dominado por las desigualdades. Pero no se trata aquí de la práctica de la pereza que pueden permitirse los que más tienen, sino de la pereza ligada a la sobriedad, al decrecimiento, al tiempo. Todo esto tiene que ver con el acortamiento de las jornadas dedicadas al trabajo; con la necesidad de recuperar el tiempo para vivir, para pensar, para cuidarnos y cuidar, para entablar relaciones y crear comunidades, para escuchar, para sentir y ser más allá de los marcos de la producción.
La lectura de Metafísica de la pereza conduce a estos planteamientos, ideas que empiezan a entrar en los programas, en los debates de formaciones políticas progresistas, pero que aún están lejos de llegar a las ciudadanías. Esta entrega nos lleva a imaginar otros horizontes de futuro, otras formas de vida en un momento de la historia de la humanidad marcado por la urgencia de transformaciones; cuando ya no es posible negar las consecuencias del cambio climático. No son estos los aspectos tratados, pero se nos hacen presentes mientras vamos pasando las páginas, mientras, como lectores inquietos, nos permitimos abrir cauces, diálogos.
Abrir diálogos, ventanas hacia la inspiración, es lo que hace en todo momento el autor de este libro del que os estoy hablando. “Ser feliz significa poder percibirse sin horror”, culmina con esta frase el capítulo que tiene como protagonista a Britney Spears, a la que van tomando el relevo otras mujeres, en busca de una estructura de la sensibilidad feminista, capaz de separar el querer del trabajar, de elaborar “otra gramática del deseo”, alejada de los ingredientes básicos de la productividad, de carácter tan masculino (competitividad, superación, etcétera).

Una de esas mujeres es la cineasta belga Chantal Akerman, quien intentó reflejar el sencillo discurrir de la existencia en un cortometraje que realizó sobre la pereza, sobre la vida improductiva, sobre el mero habitar el tiempo que avanza. “Sin una meta o una obra, la vida se libera de los fantasmas del éxito, así como de todas sus cargas (…) Quien puede, al fin, no hacer nada ha adquirido una forma sutil de resistencia, y la indolencia se vuelve la virtud más alta, pues habla de quien se ha liberado de toda interpelación para, una vez irreconocible, entregarse al tiempo como quien se relaja en la almohada”, escribe Valls Boix. Y prosigue en otro momento: “La potencia de no hacer nada es una rebeldía calma que exige otra temporalidad, otra conciencia, otra valencia allende el mérito, el progreso o la propiedad: la íntima placidez o la placidez son su única forma”.
Habla el autor en este tramo del camino del sueño, el recreo, la simpatía de las vidas compartidas. Vacación es el título de otro capítulo que arranca con una escena de La notte, película de Antonioni interpretada por la actriz Jeanne Moreau, cuyo personaje decide abandonar el acto de presentación de un libro de su marido, pisar la calle, perderse, vagabundear, “salir del yo, vaciarse, desocuparse”. El ensayista se inspira en este filme que explora un territorio muy frecuentado por el neorrealismo y la Nouvelle Vague, el de “la inacción y la no participación” como “ocasión para una contemplación más alta”.
Se trata de detenerse en los pequeños detalles, apreciar la singularidad, perderse para apreciar lo que en el día a día no se ve, no se aprecia. Una práctica en la que participan los vagabundos anónimos que Virginia Woolf evocaba en sus paseos por Londres; los caminantes errantes de Thoreau; los flaneurs ociosos a los que alude Walter Benjamin en su obra. Todos hacen acto de presencia en este trecho del recorrido donde destaca la singular fotógrafa Vivian Maier, cuya genialidad se mantuvo oculta tras su ocupación como niñera.
“En sus paseos diarios, a los que arrastraba a los niños que cuidaba, tomó cientos de fotografías en que la banalidad cotidiana aparece con una extraña y cautivadora espontaneidad. Una gran mayoría fueron autorretratos, en los que Maier se muestra siempre como un reflejo, como una sombra perdida entre espejos y escaparates (…) Los suyos son retratos de una desaparición, imágenes que captan un dejar-de-ser, ese resto mínimo que queda cuando todo lo demás se pierde por el camino”, expone el autor, para quien su protagonista realiza con cada foto un “gesto tan político como perezoso”.
Ese gesto consiste en “dejar de ser quien cuida y limpia para convertirse en quien camina y observa (…) Su acceso a la cámara es siempre una insubordinación a ocupar el lugar que tiene asignado. La vacancia de Maier es una revolución en la disposición de su cuerpo, una revolución que no necesitaba más manifestación que las huellas de las fotografías, que, como es sabido, nunca reveló ni enseñó a nadie, pero que guardó celosamente, como quien esconde unos billetes de tren, una puerta trasera, una salida”, seguimos leyendo.

En este capítulo el ensayista se centra en el ámbito que se abre con las vacaciones, ese campo extenso que puede aprovecharse para buscar la diferencia, para paladear la ociosidad, para liberarse de dominaciones y reconocerse en un cuerpo distinto. Nada que ver con ese tiempo sin sujeciones laborales que se emplea en otra carrera por querer atrapar y exprimir todo lo nuevo, todo lo que debe ser visto según las guías turísticas. Las vacaciones de las que trata este libro son otras. El espacio de la vacación se muestra como alternativa, como fuga de lo de siempre. El hecho de “viajar” responde a una manera de perder un poco la identidad, “todo el repertorio de vínculos sensoriales e interpretativos que la sostienen”. Resulta muy sugerente esta parte del libro que desemboca en la escritura como un tipo muy particular de vacación, como “un viaje infinito en carretera”.
Resultan altamente inspiradoras las páginas dedicadas a la artista canadiense Agnes Martin. Decreación se denomina el tramo que sigue los pasos de esta creadora, adscrita a la abstracción y posteriormente al minimalismo, quien en un momento determinado de su vida decidió abandonar Nueva York e instalarse en el desierto de Nuevo México. Una forma de “desaparecer” la suya, indica el ensayista, interpretando sus últimas obras como la expresión de un afán de “deshacerse del yo y de todas sus ínfulas”; “no tener ideas, acoger la nada en sus lienzos”; celebrar la perfección “que el mundo revela cuando se le escucha, cuando no se aborda como un recurso a explotar, sino como un lugar de recreo”.
Los cuadros de Martin, “solo brumas de color más allá de las formas de lo comprensible”, su “sucesión de franjas de colores, apenas alternadas con el blanco”, no son “seductores, como Monet, ni metafísicos, como Rothko. No hay gravedad en ellos, solo gracia; aceptación del vacío, desposesión, afirmación de la distancia incesante que nos separa de lo que amamos. No hay conquista, sino vida”, escribe el autor de Metafísica de la pereza. Los cuadros de Martin, son “una oportunidad para suspender la operatividad de cada día y la productividad de la mirada, obsesionada en reconocer y clasificar”, prosigue.
Resultan altamente inspiradoras las páginas dedicadas a la artista canadiense Agnes Martin, quien en un momento determinado de su vida decidió abandonar Nueva York e instalarse en el desierto de Nuevo México. Una forma de “desaparecer”.
La obra de esta artista, que para nada participa de la connivencia de gran parte del arte actual con el poder operativo del capitalismo, lleva a Juan Evaristo Valls Boix a reflexionar sobre ese esquema tan asumido hoy de que “la productividad se reconfigura como creatividad”. La creación ha entrado en el espacio empresarial y “no se trata ya de una estética de la existencia, como propuso Foucault, o de hacer que la vida imite al arte, como quiso Óscar Wilde, sino más aún, de que la empresa sea un espacio creativo, que el empresario sea él mismo un artista, audaz y visionario”, expone el autor, quien nos conduce a los escenarios de autoexplotación, ansiedad y precariedad a los que, en muchos casos, llegan los aclamados emprendedores: dinámicos, creativos, arriesgados, competitivos, impulsados por la adrenalina del desafío, por la autosuperación permanente, solos ante el peligro, pero con sonrisa.
Valls Boix se refiere a “hipsters, artistas, diseñadores freelance, performers cósmicos”… que “combinan la complicidad con el capital en el terreno de consumo con una ferviente desafección política”, lo cual se traduce en un detrimento de la colaboración con los otros, de cualquier tipo de cooperación que no implique competitividad; en una evidente complicidad con el poder y “un compromiso vago o nulo con cuestiones de participación democrática”, sin olvidar la asimilación de los objetivos empresariales con los vitales.
Habla el ensayista del “auge de la posesión de sí como una nueva ética armada mediante imperativos de goce”. Se refiere a seductores proclamas como: “Haz realidad tus sueños” o “Consigue lo que deseas”. No pasa por alto la “felicidad perversa”, a la que conducen estas dinámicas individualistas que evitan cualquier emoción negativa que ponga en peligro la productividad; dinámicas que coinciden con “una radical desvinculación”, con “un proceso de fragilización de las relaciones sociales, que son ya siempre relaciones de consumo”.

Hay en todo el recorrido un puente que lleva del yo al nosotros; que celebra el encuentro, la apertura a los demás, la escucha. Es profundo el análisis, la crítica de las sociedades neoliberales, que plantea este ensayo que reivindica el ejercicio de la pereza, la celebración de los tiempos no productivos, como vía para el cambio, para reconocer lo que no está funcionando y buscar alternativas, para ensanchar el imaginario. En la presentación de su libro se refirió Valls Boix a la pereza como “una forma de deseo, el deseo de respirar”; no “el deseo de aspirar a nada, sino de respirar”. Y aludió al arte como cauce para “abrir un paréntesis y detener el tiempo”. El arte como camino que incita a la transformación, que nos permite salir de nosotros mismos y acercarnos a los otros, abrazar la multiplicidad.
El ensayista alude al al arte como cauce para “abrir un paréntesis y detener el tiempo”. El arte como camino que incita a la transformación, que nos permite salir de nosotros mismos y acercarnos a los otros, abrazar la multiplicidad.
Este punto de llegada resulta muy interesante, del mismo modo que la parte final del ensayo, dedicada a la huelga. La huelga entendida no solo como una parada para reivindicar los derechos que nos corresponden como ciudadanos en las sociedades democráticas, sino también como modo de “desocupar el lugar que con tanto ahínco nos asignan”, o como el momento en que “la vida se tumba, en que se dice no a cualquier cosa que no sea respirar y hacer sonar el aire, en que literalmente no se hace nada, ni se dice nada, ni se sirve a nada”.
“La huelga humana nombra el conjunto de prácticas que desactivan la economía neoliberal que impone formas de afectividad basadas en la competitividad y la productividad”, indica el autor, para el que el término huelga es muy amplio, una apertura hacia un nuevo imaginario que conciba el cuerpo “más allá de su visión operativa y organizada”; un medio para buscar “un espacio de posibilidad en que la vida pueda desarrollarse por medios insólitos y nuevos”.
La huelga va más allá de las concentraciones, las sentadas, las marchas, manifestaciones o paros generales. Tiene que ver “con cualquier práctica que nos haga holgar”, señala el autor, e insiste en que “allá donde se abra un hueco para que pase el aire, sea en las palabras, sea en nuestros nombres, en nuestras casas o en las plazas, habrá huelgas”. En el tramo final del recorrido Valls Boix se hace acompañar, entre otros muchos, por Walter Benjamin, Marguerite Duras, Rosa Luxemburgo, Bertrand Russell (que abogaba en sus escritos por la reducción de la jornada laboral, con la consiguiente ampliación del tiempo de ocio y descanso) y Claire Fontaine (quien se refiere a la huelga feminista como “el primer movimiento en invertir el campo existencial al completo”).
Es mucho lo que aporta esta obra que incluye dos tramos muy personales, muy cercanos a las vivencias del autor: uno dedicado a las casas y otro a los sueños. Ambos aportan la parte más literaria a este libro tan lleno de historias que termina con un capítulo dedicado a la fiesta, la fiesta como elemento lúdico y también entendida como “enemiga del trabajo y como opuesto de la productividad”.
“Quizá hoy las prácticas de la libertad no pasen por inventar más protocolos de acción, sino por tratar de holgar todos los decires y las identidades; quizá no consistan en volverse ilimitados, sino en conocer nuestros límites y cuidarnos de la exigencia de superarlos. Quizá no se trate de ganar una carrera, sino de avanzar despacio, incluso hacia atrás y recuperar la vida que hemos perdido”. Transcribo este otro fragmento de Metafísica de la pereza. Os animo a adentraros en sus páginas, a leerlas con calma, si puede ser plácidamente tumbados. Os aseguro que esta entrega contribuye a ensanchar los marcos mentales en los que nos movemos y a interpretar el presente de otra manera, desde nuevas perspectivas que agradecemos quienes percibimos que las sociedades de las prisas, del tener y alcanzar más al precio que sea, lejos de satisfacernos, nos arrebatan la alegría.
Metafísica de la pereza, de Juan Evaristo Valls Boix, ha sido publicado por NED ediciones.