Daniel Barenboim: la música trazando puentes


Recomendación cultural sumergida /
+ INFO de la exposición en el TEA (Tenerife Espacio de las Artes) / ver vídeo del montaje de la exposición.

Nacho Goberna © 2023 / 

En ocasiones el profesor de música entraba en el aula a trompicones. ¡Viene con la orquesta!, comentábamos entre susurros los presentes. El tocadiscos portátil del Sr. G. era una especie de tótem para nosotros. Cada vez que el artilugio asomaba acarreado a través de la puerta, todo el grupo nos veíamos transportados a un tempo diferente. Bandadas de notas en negro sobre blanco a punto de proyectarse más allá de las dos dimensiones de los pentagramas, desparramándose en la tercera, en la profundidad. Toda suerte de frecuencias sonoras produciendo alteraciones físicas, emociones, en cada cuerpo. Yo tenía alrededor de doce años, el profesor cincuenta y pocos.

La aparición de G. y su máquina era celebrada por las veintipico caras barbilampiñas al unísono, todas ellas asombradas, expectantes, risueñas, en ese orden. Callados y sin perder detalle, los habitantes de la clase en la hora de Música seguíamos cada movimiento del singular transporte con entregado interés: las manos y brazos de G. sosteniendo la base del tocadiscos a la altura de su cintura, encima de la tapa de plástico del plato los altavoces sosteniéndose sobre el pecho mientras la barbilla del profesor aplicaba presión a la cúspide del inestable torreón para minimizar la posibilidad de colapso. Durara lo que durara la procesión, siempre daba la sensación de que duraba demasiado.

A punto de llegar a destino, abandonadas las alturas, cómo no, el aterrizaje. Más o menos forzoso según el día, tenía lugar en la mesa grande con vistas a cinco filas de pupitres de madera. Era tal la intensidad acumulada en todo el proceso que, culminada con éxito la toma de mesa sobre tierra, daban ganas de aplaudir. Era, año arriba, año abajo, 1975. Daniel Barenboim debía tener en torno a 33. Habían transcurrido seis años desde su debut en la dirección de orquesta junto a la Filarmónica de Londres, con 26, y  más de dos décadas desde su estreno como pianista en el Mozarteum de Salzburgo. Daniel fue un niño prodigio.

Una vez acomodadas las diferentes piezas del artefacto sonoro en su efímero destino, G. procedía a extraer de su bolsa negra un atril desplegable, una partitura, una batuta y un vinilo, en ese orden. Conectados los altavoces y encendido el tocadiscos colocaba, con indiscutible vocación ceremonial, el acetato en el plato. A partir de ahí levantaba el cabezal de la aguja y lo dejaba caer con precisión a la altura del LP donde aguardaba, a la espera de ser liberado una vez más de su cárcel analógica, de sus negros surcos, de su lámpara, un genio y su  genialidad. Tomando la batuta con la mano derecha el profesor se situaba con gesto serio de cara a nosotros y, tras unos segundos suspendidos en el tempo, comenzaba a mover su cuerpo y extremidades como si de olas en marejada se tratara.

No cabía lugar a dudas, tarareando la línea melódica principal, el señor G. estaba “dirigiendo” el cuarto movimiento de la Sinfonía No. 1 en Do menor, op.6  del compositor alemán Johannes Brahms. Siempre el mismo compositor, la misma sinfonía, el mismo movimiento, el mismo fragmento. Casi medio siglo después quiero entender que en ese puñado de minutos musicales, repetidos en múltiples ocasiones a lo largo de un curso entero, el profesor consideraba que se encontraban todas las herramientas necesarias para que, llegado el momento, cada uno el suyo, los veintipico pudiéramos encontrar el camino que nos condujera a un amor muy especial que una vez sentido enraíza permaneciendo de por vida.

En el libro Daniel Barenboim, La música despierta el tiempo —Editorial Acantilado / mayo 2023—, el amor por la música está presente desde la primera hasta la última página. Un sentimiento, en todo caso, que comparte espacio con el evidente amor por la vida y el profundo humanismo que proyecta su autor a lo largo de los diferentes capítulos. Si uno presta atención, en la obra se puede percibir la cadencia de los pensamientos del director de orquesta y pianista Daniel Barenboim. Caminos que se cruzan, ideas que se bifurcan para converger: miedos, dudas, certezas, experiencias, flujos de pensamiento libre que permiten al lector hacerse con  un mapa detallado de la relación de nuestro protagonista con el mundo por él percibido, vivido, sentido, aprendido. Música, por supuesto —es un maestro—, pero también filosofía, política..: “Éste no es un libro para músicos, ni tampoco para quienes no lo son, sino para espíritus curiosos que desean descubrir los paralelos entre música y vida.”

En el libro “Daniel Barenboim, La música despierta el tiempo”, el amor por la música está presente desde la primera hasta la última página, junto con el evidente amor por la vida y el profundo humanismo que proyecta su autor.

Bienvenida sea la curiosidad. Nacido en Buenos Aires en 1942, Barenboim dedica las primeras páginas del libro a levantar puentes entre la música, la vida y otras artes, pero también en señalar las especificidades que perfilan cada lenguaje, cada vivencia, cada acción. Se detiene, por ejemplo, en la naturaleza física de la música, de su vehículo de transmisión, el sonido. Me pregunto si nunca han sentido perturbación estrictamente física en el cuerpo ante las frecuencias graves, cuando su presión, literalmente, estremece el pecho. Nos habla de la escritura y la relación que mantiene con su material de construcción, con las palabras. Señala que “la música dispone de un universo de asociaciones mucho más amplio precisamente por su naturaleza ambivalente: existe en el mundo, pero también fuera de él”.

El pensamiento de Barenboim, fluyendo, va deslizándose entre lo concreto y lo abstracto, entre preguntas y respuestas, entre certezas y dudas, trazando según avanzan las páginas vínculos, en ocasiones inesperados, y apelando en el camino al calor que le aporta el continuum  del pensamiento: “Según Juan: «En el principio era el Verbo»; según Goethe: «En el principio era la Acción». Tal vez también podríamos decir: «En el principio era el sonido». Una vez examinada la relación entre sonido y silencio, ahora me gustaría estudiar la relación entre el oído y el resto de los órganos del cuerpo. El oído percibe el sonido. Según Aristóteles, los ojos eran los órganos de la tentación y los oídos eran los órganos de la instrucción; el oído no se limita a recibir el sonido, sino que, al enviarlo directamente al cerebro, pone en marcha un proceso creativo de pensamiento; los procesos físicos y cognitivos de la audición distan de ser pasivos.”

Cuando se detiene de manera explícita en surcos musicales con nombres y apellidos, resulta cautivador. Como pez en océano, conociendo en profundidad las corrientes que recorre, Barenboim cartografía las profundidades del espacio-tiempo musical con brillantez. Por ejemplo, con trazo firme pone sobre el tapete a grandes nombres de la música occidental, los entrelaza mediante un imaginado hilo de Ariadna creativo y nos los muestra formando parte indisoluble de un todo: Beethoven y Schönberg: los dos fueron capaces de asimilar la música de sus predecesores, al tiempo que mostraban el camino hacia el futuro. Beethoven habría sido imposible sin Bach, Haydn y Mozart; a su vez, él desbrozó el camino para Schubert, Weber, Schumann, Brahms y, en última instancia, Wagner. Schönberg fue capaz de que los mundos en apariencia opuestos de Brahms y de Wagner coexistieran…”.

Uno de los filósofos recurrentes a lo largo de toda la entrega es Spinoza. La admiración que siente por el filósofo neerlandés de origen sefardí hispano-portugués (Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632-La Haya, 21 de febrero de 1677), le permite ondear en diferentes momentos la bandera de la libertad de pensamiento. Sin ella, ¿qué futuro habría para la humanidad?: “La lectura de Spinoza me permitió acceder a una nueva dimensión, y por eso nunca he dejado de cultivar sus libros. El sencillo principio establecido por Spinoza, según el cual «el hombre piensa», se ha convertido para mí en una actitud existencial (…) Spinoza enseña la libertad radical del pensamiento con mayor amplitud que cualquier otro filósofo.”

La lectura de Spinoza me permitió acceder a una nueva dimensión, (…) El sencillo principio según el cual «el hombre piensa», se ha convertido para mí en una actitud existencial (…) Spinoza enseña la libertad radical del pensamiento con mayor amplitud que cualquier otro filósofo”, señala BarenboiM.

Sumergidos en el mundo y en el arte a través de la vista y el oído del ser humano Barenboim, envueltos por la capa de sensibilidad y racionalidad del artista, podemos encontrarnos con claves y paisajes escondidos que probablemente merecen la pausa del aliento, del tempo íntimo del lector. Bienvenidas sean las enseñanzas escurridizas, los panoramas incitadores, imprevisibles, que nada más tocarlos mutan, siendo transformadas por vivencias y temperamentos propios, únicos, en suma, por nuestro intransferible Yo. Dónde y cómo proyectar cada clave, cada insinuación, cada sugerencia, cada descripción a nuestros personales porqués, a nuestro trayecto vital o creativo, considero que forma parte del juego en este bello libro.

Pienso ahora en una incitación a la reflexión a la que nos invita Barenboim. Lo hace en torno a los paisajes emocionales y racionales donde habitan los procesos creativos; sobre sus por momentos arcanas, por momentos mágicamente fluidas, dinámicas: “Dice la leyenda que el poeta árabe del siglo VIII Abu Nuwás visitó en cierta ocasión al célebre Jalaf al-Ahmar para que le aconsejara sobre cómo escribir poesía, y que éste le dijo que empezara memorizando mil poemas. Una vez cumplida esa tarea, los recitó de memoria ante el maestro, que a continuación le instó a olvidarlos. Esta fábula, pese a todas las simplificaciones que contiene, describe con exactitud el proceso por el que un músico ha de pasar cuando estudia una obra nueva para él. En otras palabras, la estructura de una obra debe quedar tan interiorizada en la mente del músico como para que no haya de recurrir al pensamiento intelectual durante su interpretación; al mismo tiempo, debe confiar en que las ideas que se le ocurren de modo espontáneo proceden de su profundo conocimiento de la obra, no de su capricho personal.”

En la parte central del libro nos encontramos con La Orquesta. En este extenso y detallado capítulo Barenboim demuestra tanto una rocosa solidez en sus convicciones y argumentaciones como una admirable valentía. Pero vayamos por partes. Un hito importante en la vida de Barenboim es la creación en 1999, junto al palestino-estadounidense Edward Said, de la Orquesta El Divan de Oriente y Occidente. Compuesta por músicos de Israel, Palestina y otros países árabes, es indudablemente una de las protagonistas del libro en el que estamos sumergidos. Como indica Barenboim, para él la creación de esta orquesta se convirtió en un proyecto axial, clave, de vida. Una declaración de intenciones anclada profundamente en los anhelos humanistas del director: “La cultura alienta el contacto entre las personas y puede unirlas más de lo que estaban, pues fomenta la comprensión mutua. Por eso, Edward Said y yo fundamos el proyecto West-Eastern Divan (‘El diván de Oriente y Occidente’) con vistas a reunir a músicos de Israel, Palestina y otros países árabes, hacer que tocaran música juntos y, finalmente, tras percatarnos del enorme interés que había despertado la idea, formar una orquesta”.

Un hito importante en la trayectoria de Barenboim es la creación en 1999, junto al palestino-estadounidense Edward Said, de la Orquesta “El Divan de Oriente y Occidente”. Compuesta por músicos de Israel, Palestina y otros países árabes, se convirtió en un proyecto axial, clave, de vida.

Ante el doloroso conflicto Palestino-Israelí se puede mirar a otro lado o enfrentarlo con honestidad y rigurosidad histórica, que no mítica. Barenboim, de ascendencia judía y poseedor de la doble ciudadanía, Palestina e Israelí, opta sin ambages por lo segundo. Alguien con su trayectoria podría, como tantos otros, optar por una posición más cómoda, menos comprometida:  podría equiparar la tecnología de guerra más puntera con las piedras; podría poner en el mismo plano la dirigida proganda en los medios de masas y la realidad palpable que se vive estando allí, en territorio palestino… podría, pero no lo hace: “(…) Por mi parte, cuando me ofrecieron el pasaporte palestino, lo acepté como una forma de reconocer el destino palestino, que, como israelí que soy, comparto con ese pueblo. Un verdadero ciudadano de Israel debe tender cordialmente la mano al pueblo palestino y, como mínimo, intentar comprender lo que la creación del Estado de Israel ha supuesto para dicho pueblo. El Día de la Independencia de los judíos, el 15 de mayo de 1948, es la Nakba, la catástrofe, para los palestinos. Un verdadero ciudadano de Israel debe preguntarse qué han hecho los judíos, conocidos por su inteligencia, su sabiduría y su cultura, para compartir su herencia cultural con los palestinos. Un verdadero ciudadano de Israel también debe preguntarse por qué las fuerzas de ocupación han condenado a los palestinos a vivir en chabolas y a aceptar un sistema educativo y un sistema sanitario ínfimos, en lugar de ofrecerles unas condiciones de vida decentes, dignas y aceptables, un derecho común a todos los seres humanos.”

Buenos Aires, 2010. Daniel Barenboim junto a la orquesta West-Eastern Divan.

Son muchas las reflexiones que nuestro protagonista vuelca en las páginas de este libro en lo relativo al sangrante conflicto palestino-israelí. Cada una de ellas merecen todo la pena; cada una de ellas las hago mías: “Sin duda, Israel tiene derecho a existir, del mismo modo que el pueblo palestino tiene derecho a contar con un Estado soberano y legítimo. Israel necesita seguridad; los palestinos necesitan igualdad y dignidad.”

Uno de los capítulos más emocionantes del libro es el titulado Historia de dos palestinos. En él Barenboim nos narra el devenir previo a su llegada a la orquesta de dos de los músicos palestinos que la componen. Dos infancias, dos juventudes muy distintas pero a la par convergentes, Nos cuenta de sus raíces, sus entornos, sus circunstancias. Nos muestra su dolor, sus pérdidas, su alienación. Pero también nos habla de superación invitándonos a dirigir nuestra mirada al poder transformador de la cultura, de la música: Ramzi Aburedwan y Saleem Abboud Ashkar son dos jóvenes palestinos a quienes la música les cambió la vida por completo. Ramzi Aburedwan nació en Belén y creció en un campo de refugiados de Ramala, rodeado de muros y fronteras, y en un ambiente de odio generalizado contra los opresores israelíes. De niño la gente lo conocía porque lanzaba piedras contra los soldados israelíes. Asimismo, fue testigo de tiroteos en la calle, a veces contra miembros de su propia familia y amigos suyos. Su padre y su hermano murieron asesinados cuando era muy joven.(…) Saleem Abboud nació en Nazaret, en el seno de una familia que había decidido quedarse después de que en 1948 la ciudad pasara a formar parte del Estado de Israel (…) para el padre de Saleem era muy importante quedarse a vivir y trabajar en su tierra natal. Era ingeniero y había recibido innumerables ofertas de trabajo, siempre interesantes, de otros países, pero las había rechazado todas por su lealtad a la causa palestina. A su juicio, si los miembros más relevantes de la comunidad palestina se marchaban, no quedaría nadie que defendiera los derechos de la minoría, ni habría ninguna esperanza de alcanzar la condición de Estado…”.

Daniel Barenboim dirigiendo la orquesta West-Eastern Divan (fuente: west-eastern-divan.org)

Página tras página, pensamiento a pensamiento, Barenboim avanza en su despliegue de ideas intentando aportar, con una honestidad y decencia que salta a la vista, luz donde a duras penas se percibe penumbra; armonía donde si algo predomina es el ruido, la estéril cacofonía. Una vez más en nuestro trayecto lector nos encontramos con el calor que aportan filósofos y pensadores desde un tiempo y espacio pretérito, lejano, pero que sigue íntimamente ligado y alumbrando nuestro ahora. Aquí de nuevo el hilo de Ariadna desplegado en el espacio-tiempo : “Determinada línea de pensamiento judío siempre ha tendido a adherirse a la universalidad de la experiencia humana. Estos pensadores (entre los que se cuentan Spinoza, Hein-rich Heine, Martin Buber y Sigmund Freud) no establecían distinción alguna entre judíos y no judíos. El extremo opuesto de esta línea de pensamiento más abierta está ejemplificado por los partidos políticos religiosos de Israel, que definen los territorios ocupados no sólo como territorios «liberados», sino, peor aún, como territorios «bíblicos».”

“Sin duda, Israel tiene derecho a existir, del mismo modo que el pueblo palestino tiene derecho a contar con un Estado soberano y legítimo. Israel necesita seguridad; los palestinos necesitan igualdad y dignidad”, argumenta el músico.

Acercándonos a las postrimerías del libro nos encontramos con la última marea de contenidos. Variaciones es su nombre. Compuesto por un flujo de fragmentos de artículos escritos por Barenboim, así como de extractos de entrevistas que le han realizado en los primeros años del siglo XXI, el autor persiste moviéndose por diferentes temas con la lucidez que acostumbra. A saber: Sobre Schumann, Edward Said en el recuerdo, Me crié con Bach, Sobre Wilhelm Furtwangler, Sobre Pierre Boulez, Sobre Don Giovanni, Sobre la orquesta West-Eastern Divan, Sobre Mozart y, por último, siendo bajo mi punto de vista el colofón idóneo para la crisálida de pensamientos compartida a lo largo y ancho de toda la lectura, así como una poderosa declaración de intenciones, Sobre la doble ciudadanía.

Podría detenerme unos instantes en cada uno de los capítulos, disfrutaría de hecho, pero he decidido que prefiero dejarles ese placer íntegro, y en su debida profundidad, a cada uno de ustedes.

Daniel Barenboim dirigiendo la orquesta West-Eastern Divan. (fuente: west-eastern-divan.org)

Con su permiso, voy cerrando el libro aún atrapado por un enjambre de palabras que, poco a poco, se van diluyendo en mi realidad cotidiana, tal vez como si fueran parte de un sueño: “(…) cuando Martin Luther King entra por la puerta y exclama: «¿Tienes un sueño? Eres Barenboim, ¿verdad?». Me toma por los hombros, me acaricia la cabeza y me dice: «No sé si debería reírme o llorar, porque tú estás vivo y yo estoy muerto»”.  

Si prestan atención oirán despedirse de todos nosotros a Mozart, Wagner, Beethoven, ¿pueden escucharlos? Junto a otros gigantes del universo musical han sido nuestros compañeros en este viaje humanista y reivindicativo de la mano de un anfitrión excepcional, el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim: “Yo creo que, en efecto, Mozart nos provoca, simplemente porque resulta mucho más sencillo identificarse con la grandeza, con el coraje de un Beethoven, o con la sensualidad, con la libertad de un Wagner (…) Mozart dice: «Grandeza, sí, sensualidad, sí… pero ¿y qué más?». Mozart nos señala a usted y a mí. Y su comprensión de la naturaleza humana es mucho más profunda, mucho más amplia de la que podemos encontrar en la actualidad. Por eso nos resulta tan extraño.”

Apago la luz y salgo de la habitación. ¡Viene con la orquesta!, me parece escuchar, susurrado, al otro lado de la puerta.

“El poder de la música estriba en su capacidad para apelar a todos los aspectos del ser humano: el animal, el emocional, el intelectual y el espiritual. A menudo creemos que lo personal, lo social y lo político son elementos independientes y que no se influyen. Gracias a la música podemos entender que tal cosa es objetivamente imposible; no hay elementos independientes, así de sencillo. El pensamiento lógico y las emociones intuitivas siempre han de estar unidas. En suma, la música nos enseña que todo está conectado.”

Daniel Barenboim

  • La música despierta el tiempo ha sido publicado por la editorial Acantilado (2023) y la traducción ha corrido a cargo de Francisco López Martín y Vicent Minguet.

NOTAS FINALES:

También editado por la editorial Acantilado en 2018, os recomiendo el interesantísimo libro Daniel Barenboim & Patrice Chéreau, Diálogos sobre música y teatro: « Tristán e Isolda», edición por Gastón Fournier-Facio y traducido, como el libro que nos ha ocupado en este artículo, por Francisco López Martín y Vicent Minguet.

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