Maxie Wander, el don de saber escuchar a las mujeres de la RDA

Por Emma Rodríguez © 2017 / Una mujer llama a las puertas de otras mujeres dispuesta a conversar con ellas, a escuchar sus historias. Esa mujer se llamaba Maxie Wander y los encuentros se desarrollaron en la Alemania del Este, antes de la caída del muro. Así de simple es el planteamiento de Buenos días, guapa, que acaba de publicar en español el sello errata naturae, una obra que, pese a la sencillez de su esquema, resulta absolutamente reveladora por su capacidad para acercarnos a lo más íntimo de sus protagonistas y por darnos la oportunidad de descorrer las cortinas de la Historia y mostrarnos aspectos desconocidos de un país que se ha quedado grabado en la retina de muchos europeos occidentales exclusivamente por las imágenes de los cerca de 200 alemanes que fueron abatidos al intentar cruzar al otro lado.

Ese hecho deleznable, símbolo de la represión, ha actuado al mismo tiempo como un velo que ha impedido ver, que ha hecho caer en el olvido, los logros alcanzados a nivel social por el régimen comunista, un régimen lleno de contradicciones donde las mujeres lograron un grado de emancipación muy por encima del alcanzado en su momento en el resto de países europeos, incluyendo la propia Alemania Federal. Parto de este preámbulo porque mientras pasaba las páginas del libro no era capaz de abandonar una actitud de sorpresa e incluso de cierta incredulidad. ¿Pero cómo es posible? empecé a preguntarme desde los primeros relatos. Nada de lo que iba descubriendo, ni las confesiones tan abiertas, ni las ideas expuestas sobre el trabajo, sobre el sexo, sobre la vida familiar y las relaciones de pareja, tenía que ver con la idea de la Alemania oriental que yo me había forjado, aunque sabía de los ideales que animaron la vida de tantos ciudadanos de los países del bloque del este antes de que las utopías fueran destrozadas por la práctica política.

Tuve entonces que hacer una parada y buscar información antes de seguir adelante, antes de adentrarme en las vidas de las 19 mujeres que abrieron las puertas de su casa y de su corazón a Maxie Wander. Una vez aclarado el contexto, yo también me sentí como una invitada cuando me sumergí en las confidencias, en las conversaciones trazadas por Wander a la manera de narraciones literarias, como señala en el epílogo de la entrega la escritora Christa Wolf. Fue una mezcla de intuición y de curiosidad la que me llevó a elegir este título del que apenas conocía los datos de promoción proporcionados por la editorial.

¿Por qué supuso un impacto a mediados de los 70, cuando se publicó, en las dos Alemanias y por qué a día de hoy sigue siendo una obra de culto y una referencia para el feminismo? Estas preguntas me llevaron a querer saber más, a constatar por mí misma sus méritos. Y debo deciros que no me he sentido para nada decepcionada, todo lo contrario. Hay cercanía, testimonio, experiencia y verdad en esta historia coral en la que la vida y la política van de la mano. Señala Ibon Zubiaur, autor del prólogo y responsable de la edición, que “decenas de miles de lectoras, en el Este y el Oeste de Alemania, pudieron reconocerse en la frescura de sus testimonios y confirmar que, en cuanto a emancipación femenina, la República Democrática Alemana llevaba una considerable ventaja sobre la Federal”.

Recuerda Zubiaur que Maxie Wander recibió “una avalancha de cartas (hasta cincuenta diarias) de mujeres que le agradecían nada menos que haber cambiado su vida”. La autora, que murió en 1977, poco después de la publicación, víctima de un cáncer, fue consciente del éxito, de la oportunidad de un libro que hablaba a las mujeres sin imposturas, sin prejuicios. Un repaso a su vida nos conduce a la Viena de 1933, año de su nacimiento en el seno de una familia humilde. Después la vemos trabajando en una fábrica desde los 17 años y en 1952 asistiendo a un acto del partido comunista, donde conoció al escritor vienés de origen judío Fred Wander, quien sería su marido y quien resultó clave en la elaboración del libro que nos ocupa, ya que en realidad él delegó en su compañera la elaboración de un reportaje sobre las mujeres de la RDA que le fue encargado por la editorial Der Morgen.

Señala Ibon Zubiaur, autor del prólogo de “Buenos días, guapa” que “decenas de miles de lectoras, en el Este y el Oeste de Alemania, pudieron reconocerse en la frescura de sus testimonios y confirmar que, en cuanto a emancipación femenina, la República Democrática Alemana llevaba una considerable ventaja sobre la Federal”

Autor de El séptimo pozo, novela con la que obtuvo el Premio Heinrich Mann, ambientada en el campo de concentración de Buchenwald, del que fue superviviente, habiendo pasado también por el de Auschwitz, escribió, además, una autobiografía, La buena vida, donde explica la decisión de la pareja de vivir en la RDA a partir de 1958. Ninguno de los dos comulgaba con las rígidas proclamas e imposiciones del sistema, pero sí estaban de acuerdo con muchos de sus ideales, sobre todo con la igualdad alcanzada por las mujeres. “Por mucho que simpatizaran con el socialismo eran muy conscientes del dogmatismo y la estrechez del régimen de la RDA. Pero su repugnancia ante la doblez de la sociedad austríaca era aún mayor (en uno de sus trabajos en Viena, Maxie había sido secretaria de una empresa que operaba como tapadera para financiar a antiguos nazis y miembros de las SS que vivían en países árabes o latinoamericanos)…”, leemos en el prólogo.

La pareja trabajó junta en guiones y reportajes periodísticos y fue esa la principal escuela de Maxie Wander, la antesala de Buenos días, guapa. De haber vivido más años, seguramente habría seguido escribiendo, explorando su innata capacidad para la observación, para la recreación de memorias ajenas. Apunta Ibon Zubiaur que la autora reinventó el reportaje de entrevistas, situándose en la estela de la Premio Nobel Svetlana Alexiévich, quien ha elevado la entrevista, la crónica periodística, al altar de la literatura con mayúsculas. Hay, en efecto, algo grandioso que hermana a Wander con la Nobel bielorrusa, el don de la escucha y de la empatía, aunque la primera se mantiene en un absoluto anonimato (podemos imaginarla al fondo de la estancia haciendo preguntas que luego no son transcritas, dejando que las declaraciones fluyan como un monólogo) frente a la segunda, que se involucra y se suma al relato colectivo, aportando en títulos como El fin del homo sovieticus, Voces de Chernóbil o La guerra no tiene nombre de mujer, del que hablamos ampliamente en otra entrada de “Lecturas Sumergidas”, sus propias meditaciones, lo que convierte sus escritos en estremecedores relatos cargados de veracidad y de hondura.

Pero centrémonos en Buenos días, guapa, del que su autora señala en una breve introducción: “No he buscado el dramatismo externo ni la sintonía personal. Cualquier vida me parece lo suficientemente interesante para ser comunicada a otros (…) Lo decisivo para mí era si una mujer tenía las ganas o el valor de contar cosas de sí misma. Me interesa cómo viven su historia las mujeres, cómo se imaginan sus historias (…) Quizá este libro haya surgido sólo porque yo quise escuchar”.

Hay algo grandioso que hermana a Wander con la Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich, el don de la escucha y de la empatía, aunque la primera se mantiene en un absoluto anonimato, al fondo de la estancia haciendo preguntas que luego no son transcritas, dejando que las declaraciones fluyan como un monólogo, frente a la segunda, que se involucra y se suma al relato colectivo.

El don de la escucha es evidente para cualquiera que abra las páginas de esta obra que resulta dura por momentos, tierna en ocasiones, con pasajes impactantes y un halo de tristeza contenida, la misma tristeza que provoca ser conscientes de las derrotas que impone el paso del tiempo, de la insignificancia de la vida. Este pensamiento acudía una y otra vez a mí, a medida que iba ahondando en unas narraciones que llamaban poderosamente mi atención por el desparpajo de las protagonistas al hablar de sus frustraciones y deseos, de su anhelo por acercarse al hombre en todos los terrenos, incluido el sexual, de su distanciamiento de los roles tradicionales, alentadas por una sociedad donde se defendía la igualdad de salarios y la formación para acceder a empleos cualificados; donde se alentaba el uso de la píldora anticonceptiva, se ofrecía ayudas a las madres solteras y se permitía el aborto, de carácter gratuito, en los tres primeros meses de embarazo.

Trabajadoras en una fábrica del Berlín oriental (1978)

Sin duda son hechos que resultan llamativos, sobre todo si entablamos una comparación con la situación de inferioridad, de sumisión, de la mujer española en la larga posguerra franquista. Pero apenas estamos en una primera aproximación. En las confesiones de estas 19 mujeres, próximas y a la vez alejadas entre sí, porque hay entre ellas distancias generacionales y de formación, destaca también la capacidad crítica, el cuestionamiento de la sociedad en la que vivían y el afán por construir algo mejor para sus hijos. Hay convicciones, ideales, valores firmes en esta entrega en la que también llama la atención la presencia de los libros, porque las mujeres de Wander leen, hablan de literatura, tienen interés por la cultura, algo que no puede dejar de provocar nuestro asombro. Porque ¿con cuántas personas –hombres y mujeres– nos encontramos en el día a día, fuera de nuestros afines en las redes sociales –que ya es mucho de agradecer– que nos hablen del enriquecimiento que les ha procurado tal o cual libro?

Wander nos transmite, a través de las voces que transcribe, que hay algo único e irrepetible en cualquier vida humana. Nada de uniformidad, aunque, evidentemente, haya rasgos comunes. Cada mujer, con sus palabras, abre un mundo. Ser capaz de reflejar eso es uno de los grandes logros de su entrega. Como os decía, las mujeres que nos hablan a través del tiempo no dejan de hacerse preguntas, de pensar por sí mismas y sus palabras encierran aprendizajes, muestran muchos senderos de búsqueda. Vayamos, por ejemplo, al primer testimonio, el de Rosi (32 años, secretaria, una hija, casada). La escuchamos decir que ella siempre se resistió a “aceptar lo que no encajaba: el cuadrarse en la escuela, esa disciplina exterior y absurda, izada de la bandera, mirada a la izquierda, mirada a la derecha”. Son normas que la llevan a preguntarse qué tendrá eso que ver con el socialismo y a seguir argumentando: “Ya sabes que hay padres que, con la mejor de las intenciones, les recomiendan a sus hijos que hagan todo como los demás, para no señalarse. Es una irresponsabilidad. Mis padres decían siempre: No debes hacer nada ni decir nada que no sientas de verdad. Me educaron contra la hipocresía...”

En las confesiones de las 19 mujeres protagonistas destaca la capacidad crítica, el cuestionamiento de la sociedad en la que vivían y el afán por construir algo mejor para sus hijos. Hay convicciones, ideales, valores firmes en esta entrega en la que también llama la atención la presencia de los libros, porque las mujeres de Wander leen, hablan de literatura, tienen interés por la cultura.

En este arranque del libro, la protagonista critica el conformismo al que ha ido llegando el socialismo en su trayecto y abre un interrogante que, tal vez sea, lo que une los 19 testimonios, lo que otorga un sentido de fondo al conjunto: “¿Cómo iba a avanzar una sociedad que no cuestiona, que ya no está dispuesta a cambiar, que teme el riesgo? Para eso podríamos haber seguido con Dios y con los dogmas de nuestros abuelos. Dudar, examinar, hacer preguntas, son aptitudes que entretanto hemos perdido”.

Son muchos los momentos como este en que, os aseguro, podéis olvidar la época en que fue escrito el libro y pensar que las opiniones expresadas van dirigidas al presente. Es un ejercicio saludable entrar en la conversación, dialogar con quienes desde el ayer nos impulsan a seguir haciéndonos preguntas. Bastantes de las situaciones que se plantean en cuanto a las relaciones de pareja, a la educación de los hijos, a la vida matrimonial, siguen estando del todo vigentes, más allá de fechas, lugares e ideologías. Hay mujeres que confiesan abiertamente sus infidelidades, en pie de igualdad con los hombres. Las hay que debaten sobre la posibilidad de llevar a la práctica experimentos tipo familia extensa o familia comunitaria. La mayoría expone con absoluta sinceridad sus miedos y la falta de entendimiento con el sexo opuesto: “A los hombres siempre hay que hacerles teatro, si no los asustas. Todavía no he conocido a ninguno que quisiera averiguar cómo soy realmente y por qué soy así. Todos querían algo concreto de mí”, escuchamos a Ruth, de 22 años, camarera, soltera, con un hijo, y lectora de  Hesse y Henry Miller.

En este volumen “lo privado se hace público: eso no tiene nada que ver con el exhibicionismo. Pero tampoco es tan obvio como para que nadie se pueda llamar a escándalo” , señala en el epílogo Christa Wolf. “Habrá hombres a los que se les hará incómodo ver cómo las mujeres se deshacen de su tradicional impronta “femenina”, examinan al hombre, pueden prescindir de él, barajan “despedirlo”, se ponen en “modo receptivo”, aspiran más “al roce anímico” que al físico y se burlan cuando el “hombre les regala las “Obras completas” de Marx por el divorcio”, sigue argumentando y se plantea las siguientes preguntas: “¿Cabe pensar que hay hombres (no se trata aquí de cifras…) que sentirán el humor, la ironía y la autoironía de las mujeres como una provocación chocante? ¿Tan poco conocían a sus mujeres? ¿O es que las prefieren, cuando confrontadas de improviso con la infidelidad del marido, se desmayan al más puro estilo antiguo? Por lo demás, lo hacen, de cuando en cuando, pero se levantan otra vez y se dan cuenta: el hombre “necesita un espejo nuevo.

Bastantes de las situaciones que se plantean en cuanto a las relaciones de pareja, a la educación de los hijos, a la vida matrimonial, siguen estando del todo vigentes. Hay mujeres que confiesan abiertamente sus infidelidades, en pie de igualdad con los hombres. Las hay que debaten sobre la posibilidad de llevar a la práctica experimentos tipo familia extensa. La mayoría expone con sinceridad sus miedos y la falta de entendimiento con el sexo opuesto.

El sexo, la amistad, la política, la enseñanza, la vida… De todo esto se habla en esta entrega abarcadora que se lee sin pausa, como una novela, como un conjunto de relatos cargado de intensidad. Cada historia es diferente, cada una de ellas está contada con una voz, con un lenguaje, distintos. Y hay, como decíamos antes, voluntad de estilo, voluntad de superar los límites del periodismo, de hacer literatura, por parte de Maxie Wander. Basta con leer una de las narraciones, la de Gabi, de 16 años, una estudiante que ve el mundo con los ojos del abuelo, un hombre que, cuando era joven, “amó a una mujer que murió en un interrogatorio, con los fascistas” y cuyos pasos sobre la tierra, nada afortunados, fueron capaces de dejar un profundo amor en su nieta. Es un maravilloso, estremecedor relato, en el que, como dice Christa Wolf, “se muestra a una persona muy joven entre el afán de autorrealización y el riesgo de alienarse”.

Si el libro resulta enriquecedor, también lo es el epílogo de Wolf, que aporta mucho a la entrega a nivel de análisis, de reflexión. La autora de la RDA va muy lejos en su escrito, apuntando a contradicciones a las que la mujer sigue enfrentándose hoy, a la búsqueda de otras maneras de convivencia, de trabajo, en las que la autoridad masculina, la voluntad de mando, sean superadas y sustituidas por la capacidad de cooperar (pensemos en la filosofía de la solidaridad, de los cuidados, tan en boga en la actualidad). “Habrá que acostumbrarse a que las mujeres no busquen ya sólo la igualdad de derechos, sino nuevas formas de vida”, señala Christa Wolf, quien nos remite a las palabras de Ruth, una de las protagonistas, cuando se pregunta qué clase de sociedad están construyendo y confiesa que ella tiene el sueño de un día en que las personas se traten como personas, un día en que “no habrá egoísmo, ni envidia, ni desconfianza”.

“Habrá que acostumbrarse a que las mujeres no busquen ya sólo la igualdad de derechos, sino nuevas formas de vida”, señala la escritora Christa Wolf en el epílogo de la obra, refiriéndose a la superación de la voluntad de mando masculina.

El epílogo concluye con la siguiente pregunta: “¿Cómo podemos ser libres las mujeres mientras no lo sean todas las personas?” Wolf habla de ideales, de principios. En las 19 entrevistas están muy presentes los principios que animaban a los ciudadanos de la RDA. Las sociedades capitalistas, con su poder de seducción, están cerca, pero, lejos de adorar sin más ese tipo de vida, frente al estado de mayor control en el que viven, y muchos de cuyos aspectos detestan, en mayor o menor medida, muchas de las mujeres de Wander hablan de solidaridad, de justicia, y critican la aspiración de vivir con el fin primordial de consumir y amasar bienes materiales. Al respecto, me parece interesante apuntar lo que Svetlana Alexiévich escribe en El fin del hombre rojo: “Estábamos dispuestos a morir por nuestros ideales. A luchar por ellos (…) Todos los valores se desmoronaron (…) Los nuevos sueños son construirse una casa, comprarse un coche bonito y plantar groselleros. Ya nadie hablaba de ideales. Hablábamos de créditos, de porcentajes y de letras de cambio. Ya no trabajábamos para vivir, sino para “ganar” dinero, para “hacer” dinero…

El matrimonio Wander, Maxie y Fred.

En la misma línea se manifiesta, por ejemplo, Susanne, de 16 años: “Ya he visto a qué aspira en la vida: un bungaló junto al mar y ganar montañas de dinero y tener relaciones…”, dice de un chico con el que está saliendo y al que piensa dejar porque no soporta esa visión de la vida tan timorata, “esa estrechez, esa limitación, no mirar más allá del propio nicho, trabajar sólo para sí”. En otro de los testimonios, el de Margot (46 años, científica, casada, con dos hijos) vemos a una persona dedicada en cuerpo y alma al trabajo, que se cuestiona si merece la pena tanta presión, si el rendimiento no le está quitando el placer de la vida, el desarrollo de actividades menos útiles, pero placenteras, como pintar. “Hoy ya no pintaría cuadros”, la escuchamos. “Pintaría mi visión: el miedo a ver degenerar la vida humana, a que las cosas socaven a las personas. Cómo la gente habita en masa celdas de cemento, y nadie tiene acceso a los demás (…) Es un hecho que aún no conseguimos generar las suficientes posibilidades de comunicación...”

Y en cuanto al concepto de libertad, hay una entrevista que resulta muy esclarecedora, la de Ute, obrera especializada, 24 años, soltera y con un hijo. Cuenta que en un viaje a Leningrado, al que acudió con su empresa, un holandés le preguntó si en la RDA se sentían libres, a lo que ella le contestó con firmeza: “Estoy libre de explotación, tengo derecho al trabajo, me pagan exactamente lo mismo que a un hombre, y me dan un piso, aunque no todo vaya a pedir de boca, que tampoco en vuestro país, ¿verdad?”.

Esta respuesta me lleva a otra entrega, de la que también hemos hablado en otra de las páginas de LS, Noticias de Berlín, de Cees Nooteboom, donde se traza una crónica lúcida y profunda de la reunificación alemana. En uno de sus capítulos el escritor nos habla de una representación en el Teatro Máximo Gorki (La sociedad de transición, de Volker Braun), aludiendo a un gran cartel, en el vestíbulo, donde el autor de la obra se preguntaba si el Este había de dejarse colonizar por el Oeste y si merecía la pena eso que se les venía encima y que podía traducirse en “una nueva miseria y desasosiego social”. En algunos pasajes del libro Nooteboom registra las voces de quienes se lamentaban de que la única salida posible para la RDA fuera abrazar el capitalismo salvaje, de que no se hubiera intentado ir hacia otro tipo de sociedad más sencilla y humana, no pervertida por la avaricia, por el materialismo, por la ostentación de la República Federal, capaz, en fin, de integrar los ideales del comunismo, esos ideales enmohecidos, decapitados por el estalinismo.

Es muy interesante el libro de Maxie Wander por los testimonios de las mujeres, por su carga de irreverencia, por la avanzadilla que suponen en la lucha feminista, pero también por su capacidad para hacernos reflexionar sobre el modo en que se transmite la Historia, sobre la necesidad de enfrentarnos a ella limpiamente, sin ocultamientos de ningún tipo, para extraer lecciones. Sin ser una entrega complaciente, para nada, Buenos días, guapa nos acerca a los logros de la Alemania del Este que se han silenciado, que no se han querido difundir, contribuyendo a sostener un relato absolutamente negro, despojado de cualquier matiz positivo.

En “Noticias de Berlín” Cees Nooteboom registra las voces de quienes se lamentaban de que la única salida posible para la RDA fuera abrazar el capitalismo salvaje, de que no se hubiera intentado ir hacia otro tipo de sociedad más sencilla y humana, no pervertida por la avaricia, por el materialismo, capaz de integrar los ideales del comunismo, esos ideales enmohecidos, decapitados por el estalinismo.

Alentada por su lectura, en mis búsquedas para llenar las lagunas al respecto, encontré una información que os recomiendo, si como yo queréis indagar, saber más sobre la vida en la RDA. Se trata de una entrevista en el periódico online Eldiario.es con Stephen Wechsler, que cambió su nombre por el de Victor Grossman a comienzos de los 50, en pleno “maccarthismo”, cuando decidió desertar del ejército estadounidense tras descubrirse su pasado como militante del partido comunista de EEUU. Durante los años de la Guerra Fría, Wechsler, que se dedicó al periodismo, vivió en la RDA y fue un testigo excepcional de su construcción, capítulo a capítulo, hasta su derrumbamiento con la reunificación alemana.

En la entrevista declara que, pese a sus fallos (la burocracia, el control y vigilancia de la población y, sobre todo, las personas que fueron asesinadas intentando cruzar el muro,) la República Democrática Alemana “fue un experimento noble en el fondo que fracasó no sólo por sus errores, sino por los errores de la Unión Soviética y por la enorme presión de EE.UU y de Alemania occidental”.

Cruzando el muro de Berlín pocas semanas antes de su caída (1989)

Siempre la vi como la Alemania moral”, declara, argumentando entre sus razones, el hecho de que en el Este se expulsase a todos los fascistas y se rompiese con las grandes empresas que colaboraron con los nazis, acciones que no se emprendieron en la Alemania occidental, al tiempo que se construyó una sociedad en la que los ciudadanos tenían pleno derecho a una sanidad y a una educación gratuitas, a un trabajo y a una vivienda, sin posibilidad de ser desahuciados.

También es muy recomendable, si no la habéis visto aún, como complemento a esta lectura, una película: Good bye, Lenin, del director Wolfgang Becker, un filme que cuenta con ironía la historia de la RDA a través de una mujer devota del partido gobernante, que está en coma cuando tiene lugar la reunificación y que al despertar cree que todo sigue igual porque su hijo, para evitarle el disgusto monta falsos documentales. A través de las filmaciones se recorre la historia del país desde una mirada crítica con el régimen, su burocracia, su militarismo, la vigilancia extrema de los ciudadanos, que se acentuó con el tiempo. Pero también se transmite que la solución no puede estar en el nuevo capitalismo que llega tras la caída del muro, con su carga de trabajo basura y frivolidad.

Ahí seguimos, anhelando sociedades más equilibradas e igualitarias en un presente lleno de incertidumbres. Aquí estamos, pasando las páginas de un libro como Buenos días, guapa, aparentemente tan sencillo, pero capaz de agitar, de remover nuestras conciencias, de llevarnos a seguir escuchando y planteándonos preguntas.

Buenos días, guapa, de Maxie Wander, ha sido publicado por errata naturae. Traducción, prólogo y notas de Ibon Zubiaur; epílogo de Christa Wolf.

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