Recomendación cultural sumergida /

Emma Rodríguez © 2023 /
Determinadas biografías son como linternas que iluminan el pasado y nos hacen tomar conciencia de aquello que nunca más debería repetirse. Sucede con la trayectoria vital de María Josefa Sansberro, conocida como Maddi, una mujer nacida en 1895 en Oiartzun (Guipúzcoa, País Vasco), que pasó una parte fundamental de su vida al otro lado de la frontera, se ilusionó con los avances de la República, atravesó las adversidades de la Guerra Civil española (atenta al destino de los refugiados, de los exiliados), se forjó como contrabandista y participó activamente en la Resistencia y la lucha antifascista durante la Segunda Guerra Mundial, siendo víctima de la deportación y el terror de los campos de concentración nazis.
Hay momentos, actos -no demasiados, pero los hay- que nos llevan a creer en la justicia, en la posibilidad de que el bien acabe saliendo a la luz. Sucede con la publicación de Maddi y las fronteras, una novela de Edurne Portela que rescata la voz de esta mujer excepcional, como indica la propia autora, en una época convulsa, compleja. Una mujer corriente que tomó partido, que luchó por su supervivencia sin dar la espalda a los perseguidos de su tiempo, arriesgando la vida en todo momento, movida tal vez por esa “bondad insensata” de la que habla en su obra Vasili Grossman.

Hablamos de un destino singular, tan singular como el proceso de su recate, pues Portela recibió en 2021 un archivo con todos los documentos y declaraciones que habían reunido a lo largo de los años Joxemari Mitxelena e Izarraitz Villaluce, dos personas comprometidas con la concordia en el País Vasco y con la memoria de Maddi. Después de una investigación abnegada, que incluía entrevistas con familiares y conocidos, entre ellos la sobrina Marie Jeanne y Lucien, el hijo reconocido tardíamente –figuras esenciales en la novela–, ambos, que habían dado a conocer parte de sus hallazgos en la revista anual de Oiartzun, decidieron que su tarea había culminado, que necesitaban a alguien que manejase los resortes de la escritura, capaz de bucear más profundamente en la historia, de acercarla a un público más amplio.
La vida de Maddi, imaginada, contada, por Edurne Portela, a partir de datos reales, de fechas, de conversaciones, de lecturas, trasciende sus propias circunstancias para convertirse en un relato colectivo, el relato de un tiempo oscuro cuyas sombras se proyectan en un ahora en el que los partidos de ultraderecha, los movimientos reaccionarios, ganan terreno a nivel global y pretenden reescribir la historia. La incógnita es uno de los motores de la novela desde sus primeras páginas. La escritora trabaja con incógnitas, con preguntas, poniendo palabras a los silencios, a los secretos, intentando comprender comportamientos, decisiones capaces de cambiar radicalmente el rumbo de la existencia. Se mete en la piel de su personaje hasta hacerlo absolutamente creíble, próximo, conmovedor en sus contradicciones; en su mezcla de dureza y fragilidad, de valor y miedo.
LA VIDA DE MADDI, IMAGINADA, CONTADA, POR EDURNE PORTELA, TRASCIENDE SUS PROPIAS CIRCUNSTANCIAS PARA CONVERTIRSE EN UN RELATO COLECTIVO, EL RELATO DE UN TIEMPO OSCURO CUYAS SOMBRAS SE PROYECTAN EN UN AHORA EN EL QUE LOS LOS MOVIMIENTOS REACCIONARIOS GANAN TERRENO A NIVEL GLOBAL.
Cautiva la historia de esta mujer que fue capaz de divorciarse en su tiempo, de cuestionar la autoridad masculina y el papel sumiso, maternal, de las mujeres, pese a sus firmes creencias católicas (muy interesantes las páginas en las que se abordan temas como la vida en pareja, la intimidad, los deseos). Atrapan las vicisitudes de quien regentó un hotel muy popular en los años 30 del siglo pasado a los pies del monte Larrún, en la frontera entre España y Francia. Un hotel que fue requisado para el alojamiento de mandos del ejército nazi, por lo que ella fue vilipendiada por los vecinos, ajenos a su colaboración como agente de la Resistencia. Duele el destino de un ser que no dudó en elegir el bando que sabía más peligroso, incapaz de mirar para otro lado ante el sufrimiento de los perseguidos; ayudando a salvar vidas, muchas de familias judías, mientras a su alrededor había tanta gente pagada por denuncias y chivatazos.

La guerra atraviesa todo el recorrido. Me detengo en una de las páginas, donde escuchamos la voz de Maddi en un recodo significativo del camino: “Se nota que el ambiente está revuelto, que para algunos la amenaza de la guerra con Alemania es una realidad, no cosas que se inventan los periódicos o la radio. En esta zona, sobre todo. Aquí hemos vivido de cerca el conflicto de España, como si las bombas de Gernika o Durango hubieran caído aquí, a este lado. Siguen llegando refugiados a pesar de que la guerra acabó hace meses, pero no las persecuciones, los fusilamientos. Me temo lo peor, que esas campanas anuncien que finalmente Francia entra en guerra. ¿A qué viene si no tanto escándalo?”
Es especialmente estremecedora la parte final de la novela. Cuando la tensión y el miedo a que alguno de sus compañeros de lucha sea denunciado, caiga y haga caer a los demás en las garras de la Gestapo, se hace realidad y llega el arresto, la deportación final en un tren rumbo a Alemania, un tren fantasma que, pese a todos los obstáculos, cuando ya los alemanes están a punto de ser vencidos, llega a un aterrador campo de concentración en Alemania.
El viaje en compañía de otras mujeres, ese viaje vertiginoso que, mientras vamos leyendo, deseamos que sea interrumpido, nos deja sin aliento. Escuchamos las voces de todas las mujeres que se hermanan en esos vagones atestados, miserables; accedemos a sus historias, sus recuerdos, sus sufrimientos. La novela alcanza aquí los momentos más trascendentes, de mayor alcance. Hay un punto de inflexión, un giro, un cambio de perspectiva… Se transforma el lenguaje, la mirada, hacen acto de presencia los sueños, el delirio. A ello se refiere Edurne Portela en el diálogo que se abre a continuación, realizado por medio de correo electrónico.
Antes de darle paso señalar el interés del epílogo que cierra la entrega, donde la escritora da cuenta del complejo proceso de escritura, de su complicidad con Maddi, de los aprendizajes recibidos en su compañía. “Imaginar a Maddi es también una forma de activar una memoria antifascista en estos tiempos en los que resuenan ecos del pasado que ella habitó. Escribir y, sobre todo, publicar, es tomar postura y partido. Con Maddi reivindico su vida y también la vida de tantas mujeres cuya voz hemos perdido en los anales de la historia…”, apunta Portela. Leer esta novela es también querer saber, no dar la espalda a lo acontecido, apresar sus iluminaciones a través de los agujeros más negros, agradecer todo lo que cuenta y esconde una historia que ha cruzado el tiempo para llegar a nuestras manos, para hacernos tomar conciencia de la barbarie.

Edurne Portela: “Sin políticas de memoria somos más propensos al auge del fascismo”
– Me pregunto hasta qué punto el proceso de escritura de esta novela, la aproximación al personaje de Maddi, ha sido para ti una experiencia difícil, dura, transformadora. En la cita de agradecimiento dices algo muy hermoso: “Me conmovieron la vida”, refiriéndote a ella y a quienes te la descubrieron. ¿Qué me puedes decir al respecto?
– Pues que, efectivamente, todo el proceso me ha transformado. No solo la escritura, también los momentos previos de compartir con Izarraitz y Joxemari el descubrimiento de Maddi, investigar sus documentos y su contexto histórico y, visitar sus lugares, intentar imaginarla. Y, después, la escritura en sí fue muy intensa. Podría decir que el proceso de escribir Maddi y las fronteras fue una vivencia.
– ¿Cómo presentarías a Maddi a alguien que no sepa nada de ella y que se plantee conocerla en tu novela? ¿Quién es ella ahora para ti?
– Una mujer excepcional, que vivió contra corriente durante una época –la primera mitad del siglo XX– difícil y convulsa. Supo vivir su momento histórico, identificar dónde se tenía que situar para ayudar a los perseguidos. Y, además, defender su autonomía e independencia.
– En la parte final del libro, que me parece muy esclarecedora (es un pequeño ensayo que podría dar para mucho más), reflexionas sobre lo que supuso para ti la experiencia. Me pregunto si en algún momento sentiste que era una responsabilidad demasiado grande contar esa vida… ¿Cuándo fuiste consciente de que podías hacerlo, cómo encontraste esa voz que suena tan auténtica? (Te diré que no quise leer nada sobre el libro, antes de sumergirme en la historia; quería acercarme a ella sin informaciones previas… Y pensé que había escritos de Maddi, cartas, diarios tal vez… en los que te habías basado. Me asombró comprobar, en la explicación final, que no; que sólo había datos, fechas, registros…)
– A pesar de todas las vueltas que le di antes de empezar a escribir y todas las dudas que tuve, nunca me planteé abandonar el proyecto. Una vez que conocí la historia de Maddi no pude dejar de pensar en ella y quería que más gente la conociera, que no siguiera su nombre sepultado en el archivo. Fui consciente de que iba a lograrlo cuando empecé a escribir en primera persona (antes había intentado un ensayo biográfico, una tercera persona…). Entonces me di cuenta de que había dado con la voz de Maddi (mi Maddi, el personaje que representa a la verdadera María Josefa Sansberro). En mi caso, una vez que domino la voz narrativa, sé que lo demás viene de la mano y así fue.
“Una vez que conocí la historia de Maddi no pude dejar de pensar en ella y quería que más gente la conociera, que no siguiera su nombre sepultado en el archivo. Fui consciente de que iba a lograrlo cuando empecé a escribir en primera persona”.
– ¿Qué es lo que más te interesó, te conmovió, de esta mujer, de su recorrido? ¿Qué es lo que has aprendido de ella, de la experiencia de rescatar su memoria?
– Un poco lo que te decía antes: su coherencia y su saber vivir el tiempo que le tocó, que se traduce en una valentía extraordinaria.
– Supongo que lo más duro sería narrar los capítulos de la tortura, del viaje en el tren fantasma rumbo a Alemania, del horror en los distintos campos de internamiento… Aquí Maddi es el centro, pero hay otras muchas mujeres alrededor, además de su querida sobrina Marie Jeanne, con la que comparte un camino tan duro. La novela adquiere a partir de un momento dado un tono de relato coral, un cambio de registro muy interesante.
– Sí, esa parte se nutre mucho de los testimonios que nos legaron quienes sobrevivieron a la deportación y a la experiencia concentracionaria. El testimonio siempre narra la vivencia del yo dentro de un nosotros/as, por eso quería que esa parte de la novela también incluyera a las mujeres que posiblemente acompañaron a Maddi durante esos meses terribles. Es una forma de insuflar vida a otras mujeres a quienes he conocido en libros de testimonios, como el que editó Neus Català sobre mujeres españolas deportadas. Yo elaboro esos testimonios a través de la ficción, pero los recuerdos que ellas dejaron están ahí. También el cambio de registro se debe a que quería reflejar cómo la experiencia de la deportación y de los campos va transformando a Maddi, cómo su percepción de lo que le ocurre también se va deteriorando, a medida que su cuerpo se debilita. Eso tenía que reflejarlo a través del lenguaje, en su monólogo interior y su comunicación con las demás. Por eso el lenguaje se va descomponiendo, la sintaxis se rompe…

– Las mujeres y la guerra, las mujeres y su papel en la Resistencia, en la lucha antifascista… Es un tema aún poco explorado. Hay demasiadas historias, demasiadas voces silenciadas todavía. No puedo dejar de citar otro libro, que, además, incluyes en las citas iniciales: La guerra no tiene nombre de mujer, de Svetlana Alexiévich. “Ven. Ven por favor. Llevamos tanto tiempo calladas. Cuarenta años con la boca cerrada”, señala la escritora que le pedían las mujeres que lucharon con el Ejército Rojo en la II Guerra Mundial. Maddi se hermana con esas mujeres. Tu novela me parece también una forma de respuesta a esa petición. ¿Lo crees así?
– Sí, todavía queda mucho por hacer respecto a la historia de las mujeres en conflictos, sobre todo de mujeres pertenecientes a la clase trabajadora. Sus hechos pocas veces entraban en el archivo porque quienes hacían la selección de lo que era importante guardar en el registro de la historia –hombres– los consideraban insignificantes, cosas de mujeres. Y después, quienes ordenaban los registros del archivo y narraban la historia –hombres– tampoco tuvieron interés en ellas. Aunque cada vez haya más interés en la historia de las mujeres y más historiadoras haciendo un trabajo excelente, llevamos mucho retraso, sobre todo si a la cuestión de género añadimos la de clase.
– En este libro se rescata la memoria de una mujer capaz de tender la mano a las víctimas, a los perseguidos de su tiempo, pese al peligro que ello suponía para su propia vida, pero, al mismo tiempo, se pone el foco en muchas otras mujeres cuyas memorias, cuyas voces, se han perdido, se han silenciado. Creo que últimamente, desde la literatura, se están rescatando muchas figuras, muchas escrituras y experiencias de mujeres… Parece una corriente caudalosa, ¿lo crees?
– Sí, hay varios libros interesantes en este sentido. Uno que me ha gustado mucho es el de Rebeca Donner, La frecuente oscuridad de nuestros días, editado por Libros del Asteroide, que trata sobre una mujer en la resistencia alemana antinazi.
– Mientras iba leyendo, sobre todo en la parte final, me planteaba la capacidad de la ficción para visibilizar, para poner en primer plano, para dar testimonio. Maddi y las fronteras es una novela que ayuda a recordar, que nutre la conciencia antifascista, algo esencial en un presente en el que parecen haberse olvidado las atrocidades del pasado, en el que el fascismo vuelve a ganar posiciones. ¿Por qué crees que hemos llegado al punto en el que estamos? ¿Qué ha fallado?
– Me lo pregunto a menudo y me temo que no tengo una respuesta clara que lo explique. Pero creo que Geraldine Swartz apunta hacia una posible explicación en Los amnésicos. Los países que peor hemos gestionado la memoria del fascismo (por ejemplo, Italia y España), que menos políticas de memoria hemos llevado a cabo para visibilizar la brutalidad de ese pasado traumático, que menos hemos hecho por las víctimas de aquella violencia, somos los más propensos a padecer el auge de esas nuevas formas de fascismo.
– “Imaginar a Maddie es también una forma de activar una memoria antifascista”, escribes al final. ¿Tuviste presente esa idea desde el principio o surgió a medida que te ibas adentrando en la historia?
– Mientras escribía no pensaba sobre la importancia política de una novela como Maddi y las fronteras. Fui consciente de ello sobre todo al escribir el epílogo y darme cuenta de por qué era para mí tan importante recuperar su vida en nuestro presente, las implicaciones que tenía. Soy una escritora política, ni puedo ni quiero negarlo. Escribo sobre lo que me preocupa a un nivel colectivo, social y, en el fondo, tenía claro por qué quería contar la vida de Maddi, pero no lo formulé claramente hasta la escritura del epílogo.
– Esta es una pregunta tópica, pero no puedo evitar hacerla: ¿Puede la ficción llegar más lejos que la Historia?
– Bueno, es una pregunta que me hacen a menudo, es verdad, y tengo clara la respuesta: No, no creo que la ficción pueda llegar más lejos que la historia, pero sí puede llegar a otros lugares: a la intimidad, a la subjetividad, a esas zonas a las que el legado material histórico no llega. Y eso se hace a través de un trabajo imaginativo y de lenguaje al que la historia como disciplina no tiene acceso.

– ¿Qué otras lecturas sitúas en ese mismo plano? ¿Qué libros, qué autores, tuviste presentes, mientras escribías? ¿Quiénes te ayudaron a dar voz a la protagonista?
– Además de una bibliografía muy extensa de historiografía sobre el nazismo y la ocupación alemana de Francia, me he nutrido mucho de testimonios de supervivientes: Jorge Semprún, Primo Levi, Charlote Delbo, Jean Amèry, Ruth Klüger, Germaine Tillion, entre otros.
– Me parece muy interesante en la construcción del personaje la mezcla entre su fragilidad y su valor, entre su afán de supervivencia y su “bondad insensata”, “sin testigos, pequeña, sin grandes teorías”, de la que hablaba Vasili Grossman. ¿Cómo trabajaste esos dos planos? ¿Encaja la protagonista en esa categoría de los bondadosos insensatos, capaces de realizar acciones valerosas, desinteresadas, sin tener en cuenta las consecuencias?
– Sí, hace poco releía Vida y destino y pensaba en cómo Maddi casaba con ese concepto de la bondad tan presente en Grossman, qué curioso que me lo señales tú también. No sabría decirte cómo trabajé esos dos planos porque creo que para mí estaban intrínsecamente relacionados en la humanidad de Maddi tal y como me la imaginé desde un principio: con sus aparentes contradicciones, una mujer que mira por sí misma sin que ello le impida ayudar a quien lo necesite o exigir lo que le corresponde. No sé si la suya fue una bondad “insensata”, posiblemente era muy consciente de lo que estaba haciendo y de lo que arriesgaba, pero aún así, siguió adelante, tal vez impulsada por una concepción moral muy clara del bien y del mal. Sin grandes teorías.
“Mientras escribía no pensaba sobre la importancia política de una novela como “Maddi y las fronteras”. Fui consciente de ello al escribir el epílogo y darme cuenta de por qué era para mí tan importante recuperar su vida. Soy una escritora política, ni puedo ni quiero negarlo”.
– No estamos ante una heroína, ni ante una intelectual, sino ante una mujer normal, capaz de tomar sus propias decisiones en todo momento, un rara avis en su tiempo, en cierta manera… Esto también convierte la novela en excepcional. Nos lleva a pensar en las acciones que los seres humanos pueden llevar a cabo ante situaciones extremas, a veces dirigidas hacia el bien; a veces hacia el mal…
– Sí, en situaciones extremas sale lo mejor o lo peor de nosotras mismas. Siempre nos gusta pensar que caeríamos en el lado del bien, pero la historia nos demuestra que la mayoría no lo hace. Cae en el de la indiferencia, la cobardía o, directamente, en el del ejercicio del mal y la colaboración con él.
– Me gustaría detenerme en la figura del hijo de la protagonista, Lucien. Es una figura enigmática en la novela que, en la realidad, nunca dejó de luchar por reivindicar la figura de su madre y el papel que jugó en la Resistencia. Su punto de vista, sus búsquedas, podrían dar para otra novela…
– No quiero desvelar mucho sobre él. Pero sí, podría tener su propia novela. Para mí también ha sido y sigue siendo un enigma.
– ¿En qué medida esta historia te ha abierto ventanas, senderos de futuro en el plano de la creación; historias en las que te gustaría indagar a partir de ahora?
– Ahora mismo sigo dándole vueltas a algunas cuestiones que dejé sin desarrollar en el epílogo y que no sé a dónde me llevarán, así que es cierto que me ha abierto ventanas, más en el plano de la reflexión y el pensamiento que de la creación.
– Este libro se inscribe en un largo camino de obras que nos llevan a recuperar la memoria histórica, algo que, desde ciertos sectores, se intenta anular. Pienso, para terminar, si el giro hacia el fascismo que hoy estamos viviendo no podría evitarse con más memoria en los colegios, a través de la educación. Si los más jóvenes pudieran conocer la historia de Maddi y de tantas otras personas… tal vez habría mayor esperanza. ¿Qué opinas?
– Es lo que te comentaba antes sobre la falta de políticas de memoria. En ellas, por supuesto, entra la educación. La enseñanza de la historia del fascismo es fundamental y, desde luego, se puede hacer a través de figuras como Maddi, una mujer que, como bien decías, no es ninguna heroína sino una persona cercana, con una vida sencilla, que se ve atrapada en el torbellino de la historia y elige hacer el bien.
Maddie y las fronteras ha sido publicada por Galaxia Gutenberg