Fotos de Julia Lescano por Andrea Sosa /
Emma Rodríguez © 2022 /
Quiero comenzar la introducción a esta entrevista señalando que Vida escaparate es un ensayo que estaba esperando desde hacía algún tiempo. La autora argentina Julia Lescano (La Plata, Buenos Aires), consigue poner palabras, argumentos de fondo, a una tendencia que está modificando los usos y costumbres sociales, la manera de relacionarnos, de ser y estar. Desde cierta distancia, no somos pocas las personas que asistimos perplejas al comportamiento de tanta gente que parece tener como objetivo fotografiar sus vidas, mostrarlas en las redes, falsearlas si es necesario, para crear una imagen de felicidad, de idealidad, que no siempre se corresponde con la verdad.
Desde la curiosidad y la inquietud buscamos la manera de entender lo que sucede y reflexionamos sobre la forma de responder a esta nueva y devoradora corriente, preguntándonos si es posible mantenerse al margen; participar en este juego, que está marcando el presente, manteniendo un cierto equilibrio, sin perder la perspectiva de lo que realmente es importante, sin caer en la trampa de vivir las experiencias con el principal fin de mostrarlas y no por lo que tienen de descubrimiento, de enriquecimiento.
Hoy todo parece venderse a través de las ventanas virtuales de las redes sociales: las casas, las familias, los trabajos, el yo. Instagram dibuja un mundo de color rosa lleno de belleza impostada, de viajes y bonitos decorados, de constantes y alegres encuentros con amigos, de selfies sin fin. Nada importa si no se fotografía. Cualquiera puede convertirse, con un poco de suerte, en “influencer”. Se asume que cualquier proyecto irá bien si se tiene el don para ganarse la simpatía de observadores (seguidores). ¿Qué está sucediendo? ¿Qué hay debajo de todo esto? ¿Estamos convirtiéndonos en mercancía, renunciando gustosos a la intimidad?
Hoy todo parece venderse a través de las ventanas virtuales de las redes sociales: las casas, las familias, los trabajos, el yo. Instagram dibuja un mundo de color rosa lleno de belleza impostada, de selfies sin fin.
Lescano se hace acompañar en el trayecto de destacados pensadores que fueron atisbando el camino, caso de Guy Debord y su concepto de “sociedad del espectáculo”. Forjada en el territorio de la arquitectura, investigadora y profesora en este ámbito y en otros como la Historia, el arte y el diseño, la autora se planteó preguntas similares que la llevaron a profundizar en el tema en busca de explicaciones, de sentidos. “Lo que me motivó a escribir este ensayo fue la necesidad de expresar algo que venía observando y que, en lo personal, me costaba entender y hasta me incomodaba. A medida que me fui metiendo en el tema e investigando me di cuenta que era mucho más profundo de lo que yo creía y sentí la necesidad de comunicarlo, de compartirlo para concientizar y alertar”, señala la autora.

El resultado es un ensayo altamente interesante. Vida escaparate, subtitulado con un llamativo interrogante: ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?, está escrito desde la claridad, con el afán de llegar a todos los públicos y también de estimular la reflexión sobre la manera tan sumisa en que gran parte de la población está aceptando ser mirada, vivir expuesta, sin cortinas, sin pudor. Los espacios, las nuevas tecnologías y su capacidad de influencia en los devenires cotidianos y colectivos, son analizados por Julia Lescano, quien consigue visibilizar, poner argumentos y hondura, como decía antes, a un fenómeno cada vez más dominante, tan cercano, que aún nos cuesta interpretar sus vertientes con un mínimo de lucidez. El diálogo mantenido con la ensayista a través de correo electrónico es una invitación a que leáis esta obra, publicada por la editorial Almuzara, que se inscribe entre esas lecturas que ayudan a interpretar mejor, bajo otro foco, el mundo en el que vivimos.
– ¿En qué medida la práctica de la arquitectura te ha conducido a esta exploración de los usos y costumbres actuales, de la vida escaparate? ¿Los espacios que habitamos nos definen?
– Sin duda los espacios que habitamos nos definen. Hay una rama de la antropología, la etnografía, que busca interpretar la información en el contexto en el que se produce. Yo me identifico bastante con esta práctica, digamos que me dedico a observar el contexto, (los espacios construidos) en diálogo con los seres humanos; ese sería mi “trabajo de campo”. La arquitectura articula nuestras experiencias de “ser en el mundo” y como todo arte manifiesta y expresa los síntomas de la época, a veces incluso, anticipa y denuncia. Me gusta analizar la experiencia humana en la arquitectura, porque cuando uno aprende a percibir y a leer los espacios puede decodificar lo que tienen para contarnos.
– La primera parte del ensayo está dedicada a la arquitectura, a las casas escaparate. ¿De verdad es una tendencia tan al alza vivir en casas transparentes, de cristal? Quedan alejadas de mi entorno, por eso te lo pregunto. Está claro que esas construcciones actúan en el libro como una poderosa metáfora.
– El origen de estas casas, que yo llamo “casas escaparate” se remonta a los años 50, en pleno auge de la arquitectura moderna y del estilo internacional. Digamos que en principio fue un juego el hecho de experimentar con los nuevos materiales, el acero y el vidrio, que tuvieron originariamente como objetivo la exposición de productos en venta. Luego ese tipo de viviendas como la Casa Farnsworth de Mies van der Rohe (1951) o la Casa de cristal de Philip Johnson (1949) empezaron a verse, 50 años después, reproducidas como una suerte de prototipo. En Argentina, donde nací, ese tipo de construcción prendió muchísimo.

– El libro parte del concepto de “sociedad del espectáculo”, acuñado por Guy Debord en 1967. Aún estábamos lejos del inicio y la explosión de las redes sociales… En la primera década del siglo XXI empezó a acelerarse todo. Parece que vamos a velocidad de crucero. ¿Qué ha cambiado desde esa fecha en que se empezaron a atisbar los cambios?
– A ver, lo más notorio es que lo que yo llamo “el verdadero espectáculo” era interpretado antes por actores, mientras que hoy el espectáculo (si es que aún podemos llamarlo así), que vemos a través de las redes sociales, se ha banalizado y vulgarizado, en principio porque ya no es representado por gente formada para tal fin, sino por gente común. El concepto de espectáculo ha sido reemplazado por el de distracción y entretenimiento, es decir por el famoso panem et Circum. Creo que otra de las novedades es el tipo de usuario, porque el deseo de consumir ya estaba instalado, pero lo que ha cambiado es que hoy se consume la vida de los otros, lo cual ha hecho que la frontera entre lo público y lo privado ya no exista para muchos. El mandato social dice que para figurar en la escena de moda “debes mostrarte” y gran parte de la población simplemente obedece y no elige.
“hoy el espectáculo que vemos a través de las redes sociales se ha banalizado y vulgarizado, en principio porque ya no es representado por gente formada para tal fin, sino por gente común”, señala JUlia Lescano en “Vida escaparate”.
– Pero, ¿estamos preparados para asumir la rapidez que imponen las nuevas tecnologías y como consecuencia la asimilación de prácticas que están transformando por completo los modos de vida?
– Es evidente que no, la digitalización del mundo sucedió a pasos agigantados y creo que nadie se preocupó por revisar el impacto de su implementación. Es algo así como que se lance un fármaco nuevo al mercado sin antes ser testeado. Se abren dos puertas: sanar y matar. Con el espacio virtual está sucediendo algo similar. Nadie nos preparó para hacer el transbordo de la vida en un medio real a la vida en un medio virtual, de manera tal que el ser humano se adaptó como pudo, con las herramientas y recursos que tenía. Al igual que con el ejemplo del fármaco, a algunos les fue muy bien y a otros muy mal.
– Ahora al “ser o tener”, que señalaba Erich Fromm, hay que añadir la variante: “ser o aparentar”. ¿Por qué nos importa tanto aparentar, ofrecer a los demás la imagen de una vida ideal, de éxito? Tu ensayo está lleno de preguntas al respecto y de puntos de llegada. ¿Puedes destacar algunas respuestas, conclusiones, para quienes no lo hayan leído?
– Uno de los problemas de esta época es que se ha instalado el hábito de la comparación. Compararnos nos lleva a copiarnos, motivados por el deseo de ser iguales. Y a su vez, nos conduce a consumir lo que el otro consume (solo por el hecho de que el otro lo hace). Es probable que lo hagamos para tener lo mismo, para sentirnos parecidos, para pertenecer a cierto grupo de la población, etcétera. Lo cierto es que muchas veces necesitamos disfrazarnos para parecernos al otro que queremos copiar y aparentar ser alguien que no somos.
En este sentido, el fenómeno de las redes sociales se concibe como una fiesta popular, más específicamente, como un carnaval. Como parte del ritual para asistir a esta festividad pagana se estila usar un disfraz. Esta costumbre es casi tan antigua como el ritual mismo y deriva de la idea de pasar al anonimato, de compartir, de celebrar y de jugar ocultando nuestras identidades tras máscaras y disfraces, lo que hace que como participantes nos sintamos libres, ya que nadie sabe quiénes somos como para objetar nuestros comportamientos. Los invito a preguntarse: ¿por qué el uso de máscaras sigue teniendo tanta vigencia? ¿Por qué nos disfrazamos en las redes? Y más aún, ¿por qué resulta el lugar ideal para vestir una identidad diferente a la propia? Al igual que quienes asisten a un carnaval, cuando «desfilamos» por el espacio digital, lucimos máscaras y lo hacemos por diversos motivos: para ser otros; para convertirnos, por un momento, en aquel o aquello que más anhelamos o repudiamos; para divertirnos, ya que muchas veces asociamos disfrazarnos con jugar; para socializar, puesto que no hay límites sociales en carnaval. Allí podemos reír y gozar con todos (aunque no sepamos quiénes son realmente los otros), nos liberamos de prejuicios sociales y rompemos las normas, ya que al alterar nuestra identidad no estamos atados a nuestra personalidad. Entonces podemos hacer lo que nunca haríamos, ya que disfrazados nos atrevemos a hacer cosas que de otro modo serían impensables. El anonimato, además, nos ayuda a desinhibirnos. En carnaval, todos los excesos están permitidos.
“Al igual que quienes asisten a un carnaval, cuando «desfilamos» por el espacio digital, lucimos máscaras y lo hacemos para ser otros; para convertirnos, por un momento, en aquel o aquello que más anhelamos o repudiamos; para divertirnos”…
– Pero este juego, esta especie de Carnaval cotidiano del que hablas, no puede resultar del todo inocente.
– Lo anterior trae como consecuencia cierto tipo de incoherencias de la personalidad y generalmente promueve una fragmentación de la identidad, que conlleva el riesgo de que exista cierta fricción entre quienes somos para nosotros mismos y quienes mostramos ser a los demás. En el libro hablo de “los mirados” y los describo como los nuevos sujetos que habitan el ciberespacio; opté por llamarlos así porque eso es lo que buscan: ser mirados. Me refiero a esta nueva etnia, producto de la era digital, habitantes de espacios virtuales y protagonistas por excelencia de la vida escaparate. Viven motivados por un gran deseo de ser vistos, lo que les asegura su permanencia y garantiza la propagación de su especie. Es probable que sus comportamientos tengan alguna conexión con la necesidad de sublimar la sensación de soledad y vacío que habita en gran parte de la población. Además, hasta este momento nunca habíamos imaginado que, con el nacimiento de los selfies, el hecho de hacerse fotos se pusiera «de moda». Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿qué sucede cuándo el producto en venta somos nosotros mismos? Lo cierto es que cotidianamente asistimos a la fiesta de la imagen que nos tiene como protagonistas. Realizamos un producto, editando y haciendo recortes, creamos una ficción consumible como si fuéramos mercancías en exposición. Si hablamos del rol de la propaganda a través de los medios de comunicación podremos ver cómo ha crecido el deseo de consumir la vida cotidiana de los demás como si fuera espectáculo.

– En el libro se analiza el fenómeno de los “reality shows” como un preludio a todo lo que está aconteciendo.
– Sí, como antesala de este laboratorio humano, especialmente el caso del Gran Hermano. Lo que interesa destacar es que la clave del éxito de estos programas no solo radica en sus producciones y protagonistas, sino también en la audiencia, en quienes los consumimos. Compramos estos productos y hacemos que crezcan día a día y tomen protagonismo como formato, siguiendo la ley de la oferta y la demanda. Los personajes de los realities se convierten en objeto de consumo de otras personas en busca de distracción. ¿Hemos fabricado como sociedad productos humanos que están en venta y son un éxito? Este formato televisivo continuará existiendo mientras lo sigamos consumiendo. Teniendo en cuenta que siempre habrá algo para mostrar, deberíamos preguntarnos si siempre estaremos dispuestos y disponibles para mirar, consumir y admirar este tipo de programas. Tal vez puedan cambiar los formatos televisivos cuando cambiemos como público y demandemos algo nuevo que nos represente un desafío. Mientras que como televidentes sigamos queriendo distraernos y dormir, los realities serán buenos y necesarios somníferos, además de una fábrica de pseudofamosos.
En el libro se habla de “los mirados”, nuevos sujetos que habitan el ciberespacio y Viven motivados por un gran deseo de ser vistos. Es probable que sus comportamientos tengan alguna conexión con la necesidad de sublimar la sensación de soledad y vacío.
– Señalas que “sobrevivir a la imagen hoy representa todo un desafío”. Y es cierto. Me encuentro con gente que se siente excluida, desacoplada, porque no muestra su vida en las redes; con personas convencidas de que la exposición es esencial para sus trabajos. Hace poco una librera me decía que lo que hace que venda libros es su presencia, su simpatía en las redes. Y lo mismo escuché a una peluquera, consciente de que sus publicaciones de peinados elaborados gustaban mucho menos que sus propias apariciones, teatralizaciones, en Instagram. ¿Qué podemos hacer ante esto quienes seguimos creyendo en los contenidos? ¿Es posible encontrar un equilibrio? ¿Hasta cuándo será posible resistir?
– Bueno, vamos por partes. Honestamente no termino de entender a la gente que se siente excluida por no mostrar su vida en las redes. Se supone que si uno toma esa decisión es porque efectivamente así lo siente. En mi caso jamás me he mostrado posando, pero simplemente porque elijo disfrutar al 100% los momentos más lindos de mi vida con quienes estoy, no tengo la necesidad de demostrarle nada a nadie, ni de publicar mi status social por medio de fotos en historias. Cuando quiero compartir alguna foto de algún paisaje o algo con un ser querido que no está en el lugar, suelo mandarle un whatsapp con la foto y un texto o audio contándole aquello que quiero compartir, de esa forma preservo mi vida privada, lo cual no quiere decir para nada que sea una ermitaña. También se desprende de esto cuánta seguridad tiene cada uno en sí mismo, cuánto mundo interior… Si lo llevamos a la esfera laboral, creo que las redes son un buen “lugar” donde cada cual puede ofrecer sus servicios o productos, mostrar sus ideas, etcétera. El problema es cuando ambos mundos se mezclan y de repente ves el perfil de un biólogo o un escritor que, en medio de sus entradas sobre trabajo, publica que se celebró el cumpleaños de su hijito o que se fue de vacaciones con su pareja, por citar algunos ejemplos. En tal caso es más “profesional” tener dos perfiles, uno laboral y otro personal. Imagínate años atrás, ¿qué hubiera sucedido si al presentar una carpeta con tu currículum para aplicar a un trabajo intercalabas fotos de tu novio o tu gatito? Eso es lo que sucede hoy… solo que algunos no se dan cuenta y otros lo aceptan.
El equilibrio está en seguir las cuentas que nos hagan bien, que nos aporten algo, porque realmente hay perfiles muy interesantes, y, por encima de todo, hacer lo que a cada uno le haga feliz, lo que le llene realmente. Parece mentira que en el año 2022 aún nos haga tanta falta hallar la coherencia entre lo que sentimos y lo que hacemos. Hay que dejar de lado los mandatos, sobre todo el de hacer lo que hacen todos.
– Junto a estas apreciaciones, también percibo en mi entorno un cierto cansancio ante lo que ya se está convirtiendo en una especie de obligación. Son muchas las personas que no quieren exhibirse, convertirse en productos de consumo en el escaparate digital y, poco a poco, van abandonando las redes. ¿Es posible que asistamos a un declive? ¿Es posible revertir la situación?
– Yo no tengo dudas de que esto que está sucediendo en las redes es un síntoma de muchas carencias de la sociedad actual. Ya lo he dicho en otras oportunidades, el problema no son las redes sociales sino sus usuarios. Se nos ha dado un nuevo espacio, unas nuevas herramientas, pero somos nosotros los usuarios los que estamos aprendiendo a jugar este juego. Cuando se creó Instagram nos dieron la posibilidad de publicar fotos con filtros, pero nadie nos dijo que debíamos fabricar una suerte de fotonovela con esta nueva herramienta… Yo creo que hasta sus creadores estarán sorprendidos con lo que han logrado. De todas maneras, como digo en el libro, la antesala de las redes fueron los reality shows donde quedó demostrado que detrás de la pantalla había un público ansioso por conocer la vida privada de la gente común, ese fue el germen de lo que sucede hoy.
“Cuando se creó Instagram nos dieron la posibilidad de publicar fotos con filtros, pero nadie nos dijo que debíamos fabricar una suerte de fotonovela con esta nueva herramienta… creo que hasta sus creadores estarán sorprendidos con lo que han logrado”.
– El consumo, el turismo, las ciudades globalizadas, uniformadas, en las que las calles se convierten en “escaparates vivientes”. Todo esto es analizado en Vida escaparate. Forma parte de las sociedades capitalistas, neoliberales, donde todo se compra y se vende; donde la ética prácticamente ha desaparecido. Debo reconocer que en determinados trechos de la lectura el libro me ha resultado demoledor, desesperanzador. ¿Hacia qué sociedades nos encaminamos? ¿Qué será de las generaciones de niños que ya nacen con la pantalla incorporada?
– No creo que esto pueda seguir así mucho tiempo más. Estimo que es algo que caerá por su propio peso, el problema es que caeremos junto con todo aquello que caiga. La alternativa es ante todo parar, detenernos, pisar tierra firme, sentir esa tierra sobre la que nos apoyamos y abrir los ojos, recuperar el resto de los sentidos que perdimos, vivir más atentos y confiar en todo aquello que nos hace humanos. Hemos pasado por situaciones mucho peores a lo largo de la historia de la humanidad y hemos sobrevivido. Es necesario que revisemos el antecedente y apelemos a nuestra sabiduría ancestral. Sobre algunos de estos temas estoy escribiendo mi próximo libro. No se trata de rechazar la novedad, sino de no rechazar lo anterior, tomar un poco y un poco y construir presente, sin olvidarnos del pasado y estableciendo objetivos y metas claras de futuro que nos motiven a seguir avanzando.

– Si algo define a nuestras sociedades es la huida colectiva de lo incómodo, de todo aquello que refleje vulnerabilidad, fragilidad, algo inherente a la vida. Hemos salido de una pandemia y en vez de ser más conscientes de ello, parece que gran parte de la población se ha entregado con más fuerza a la diversión, al entretenimiento, a la vida escaparate. Tal vez sea una reacción normal que acabará remitiendo…
– Sí, es lo más probable. De una u otra manera sucederá. Arriesgar hoy cómo se revertirá todo esto sería hacer futurología. Pero si el resultado de estar expuestos en el escaparate es una sociedad cada vez más ansiosa, más adicta, más enferma, con problemas de soledad y depresión, con aumento de tasa de suicidios adolescentes por no poder alcanzar los estándares de belleza impuestos en las redes, con ventas récord de fármacos como el alplax y el rivotril, evidentemente hay algo que no va bien. Hemos creado una sociedad especialista en mirar pantallas y cada vez más ignorante.
– “Vivimos demasiado el presente, inmersos en la cultura del instante, captando la foto, el momento”, leemos. También se analiza la “facilidad para ser manipulados” en estos tiempos y el hecho de que “la vida virtual amenaza la vida real”. Supongo que este ensayo también fue un proceso de descubrimiento. ¿A qué lugares te condujo la investigación, la escritura?
– Como dije anteriormente, a mí me sorprende enormemente lo que sucede. Puedo decirte que yo no he mordido el anzuelo, pero no porque “me cuide” sino porque simplemente no comulgo con el modelo, jamás fui de hacer lo que hacía la mayoría, pero no por pose, sino porque siempre tuve muy claro lo que quería y poco me importaba si aquello estaba de moda o no. En realidad la investigación me resultó muy entretenida y fue una especie de “update” personal, digamos que me puse al día con muchas cuestiones que no tenía idea que sucedían. Como toda investigación uno parte de presunciones, de una tesis, y puedo decir que en este caso pude confirmar las suposiciones con creces.
“si el resultado de estar expuestos en el escaparate es una sociedad cada vez más ansiosa, más adicta, más enferma, con problemas de soledad y depresión, evidentemente hay algo que no va bien”, sostiene la autora.
– Llegas a decir que “nos estamos convirtiendo en rehenes de la tecnología”, que vamos camino de convertirnos en hologramas…
– Sí, creo que algo de eso está sucediendo, simplemente que aún no somos conscientes de la escala, de la magnitud de lo que estamos vivenciando. Mi escuela secundaria la hice en Bellas Artes, de manera tal que a lo largo de mi vida he recorrido gran cantidad de museos y de exposiciones. Recuerdo especialmente una de hologramas con la cual quedé maravillada, incluso compré el póster de la muestra y lo tuve durante mucho tiempo colgado en mi dormitorio de adolescente. Eran imágenes profundas, misteriosas, evocadoras, y casi parecían futuristas. Hoy, con el metaverso, esos hologramas se han hecho realidad, todos podemos tener nuestro “avatar”, pero están muy lejos de transmitir todo lo que yo pude captar en aquella exposición de los años 90.
– Señalas a la filosofía como camino, al cultivo de la reflexión, de la duda. Quienes creemos en ello nos sentimos cada vez más a contracorriente. Una y otra vez, te lo digo por propia experiencia, se nos anima a seguir la senda marcada, se nos indica que nos estamos quedando atrás, que hay que vivir con los tiempos… ¿Es posible desandar el camino en los entornos de las máscaras, de lo “fake”?
– Esta pregunta admite varias respuestas y a distintas escalas o distintos plazos. En primer lugar, creo que si uno está seguro de que no le cierra el paso lo que hace la mayoría, debe seguir su sentir y hacer lo que le haga mejor, siempre que se pueda elegir. En paralelo con esta decisión es necesario aceptar que puede que haya muchos que no lo vean tan claro o simplemente que piensen diferente. En segundo lugar, es posible que a la larga o a la corta tengamos (como eslabón en la cadena de desarrollo humano) que desandar el camino y revisar qué de lo nuevo nos hizo bien y qué no. En lo personal creo que eso es algo que se acabará decantando solo y que todo lleva su tiempo. Probablemente los que lo vemos más rápido tengamos que esperar a que lo vea o lo experimente la mayoría para que la necesidad de cambio o revisión sea más grande y tome más fuerza. A veces cuesta entender que todo tiene su tiempo de maduración y queremos arrancar las frutas verdes del árbol… Simplemente, los que lo vemos más claro podemos elegir, para auto preservarnos, no engancharnos con la parte adictiva de las redes. Es algo similar a cuando vemos a alguien fumar y cuando te convida le decís: “no gracias”.
– Vida escaparate está llena de referencias a pensadores destacados. ¿Quiénes te han inspirado especialmente?
– Uff sí, son unos cuantos. Es probable que, por mis antecedentes y mi experiencia como docente e investigadora, la etapa de búsqueda de datos y de fuentes, para poder confirmar las hipótesis de partida, haya sido uno de los aspectos más importantes en el proceso de elaboración del ensayo. Cuando comencé a escribirlo sentí que me daba el permiso de hacer una investigación sobre un tema no tan académico como otros que han merecido mi atención, pero es cierto que no pude despegarme de la metodología, aunque después también me tomé la licencia de adoptar un lenguaje claro y accesible para que el libro fuese apto para todo tipo de públicos. Retomando tu pregunta, mi referente más fuerte ha sido Juhani Pallasmaa (un arquitecto, profesor y escritor finlandés con el que me identifico muchísimo en las búsquedas, en el interés por el arte y en las formas de percibir la arquitectura). Pero también he recurrido a Debord, Marc Augé, Umberto Eco, Tomás Maldonado, Vance Packard y Bauman, entre otros. La lista de referencias es larga y se va actualizando permanentemente.

– ¿Cuál crees que es el papel que debe jugar la educación?
– Los profesionales de la educación se han comenzado a dar cuenta en los últimos años de que las cosas debían cambiar. Es cierto que muchos programas y métodos de enseñanza han quedado desactualizados y obsoletos. Pero, considero que las formas en que han comenzado a hacerlo no han sido las mejores. Me refiero a que, conjuntamente con el cambio de métodos, ha bajado mucho la calidad de la educación, de los contenidos, y con esto el prestigio de algunas instituciones. Por supuesto que los más damnificados son los estudiantes, que se acabarán convirtiendo en los profesionales a los que recurriremos en algunos años para construir nuestra salud, nuestras leyes, nuestra economía, nuestras ciudades y sociedades. Es probable que para abordar este tema a fondo se precise la colaboración de mentes abiertas de diversas disciplinas, pero con la suficiente capacidad y experiencia para percibir qué cambios nos hacen falta ahora para avanzar. No basta con que las escuelas y universidades se digitalicen, falta indagar acerca de qué enseñar y cómo. De nuevo la tecnología debe ser una herramienta más, no debe sustituir jamás a la presencialidad, a las prácticas, al debate, al trabajo conjunto, cara a cara.
– ¿Frente a la cultura de los “mirados”, frente a la repetición y la copia que se fomenta en los escaparates digitales, hay que cultivar la singularidad, la excentricidad?
– Yo creo que eso siempre, existan los “mirados” o no. Todos somos portadores y dueños de alguna singularidad o excentricidad y creo que hay que celebrarla porque es justamente lo que nos hace únicos. De la mano de encontrar eso (que puede ser algo muy sutil) viene nuestra felicidad, nuestro desarrollo y plenitud. Claro está que no lo hallaremos centrando nuestra mirada y atención en una pantalla desde la que observar el escaparate de los demás.
– El ensayo termina con una pregunta: “¿Será sostenible en el tiempo el estilo de vida escaparate?¿Por cuánto tiempo podremos soportar el hecho de estar tan sobreexpuestos?”. Quiero terminar pidiéndote que la respondas.
– Bueno, en parte la he ido respondiendo en preguntas anteriores. Pasando en limpio, creo que no será sostenible en el tiempo porque la implementación de la novedad ha causado muchas fallas. Actualmente estoy trabajando e investigando sobre posibles alternativas; de hecho será el tema de mi próximo libro. Ojalá en un tiempo podamos estar hablando de soluciones o alternativas. Escribo en primera instancia para dar respuesta a mis preguntas, en ese sentido el cierre de Vida escaparate es para mí el punto de partida del libro que sigue.
Vida escaparate. ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?, ha sido publicado por la editorial Almuzara.