Fidel Oltra © 2021 /
La madrugada del 11 de diciembre de 1964, la policía de Los Ángeles recibió dos llamadas, prácticamente consecutivas aunque hechas por dos personas distintas, informando de una situación violenta que se había producido en el Hacienda Motel, situado en el cruce entre las calles 91st y Figueroa Avenue de la ciudad californiana. La primera, realizada por la modelo y aspirante a cantante Elisa Boyer, alertaba de un intento de rapto y violación. Elisa había podido huir finalmente de la habitación del motel al que había sido trasladada, según ella a la fuerza, llevándose apresuradamente su propia ropa y también, sin darse cuenta, las de su agresor. La segunda llamada, ocho minutos después, la hizo Evelyn Carr, dueña del local, que había escuchado gritos y disparos procedentes de la recepción. Allí estaba trabajando esa noche Bertha Franklin, que al llegar la policía reportó que había disparado a un hombre en defensa propia.
Según Franklin, un hombre negro semidesnudo empezó a aporrear su puerta preguntando por una chica que se había escapado de la habitación, pensando que se había escondido allí. Ante sus reiteradas negativas a abrir, afirmando una y otra vez que no había ninguna chica escondida en recepción, el hombre forzó la puerta y se enzarzó en una discusión primero, y en una lucha física después, con la recepcionista de 55 años. Cuando Bertha Franklin pudo zafarse del forcejeo alcanzó rápidamente una pistola que guardaba detrás del mostrador y realizó tres disparos. Uno de ellos alcanzó al hombre en el corazón. Con una expresión de sorpresa, el herido solo acertó a decir: “mujer, me has disparado”. A pesar de los disparos, el hombre intentó todavía arrojarse sobre la mujer, quien cogió el palo de una escoba y le golpeó en la cabeza hasa que, finalmente, se derrumbó. Al llegar la policía solo pudo constatar la muerte de un hombre por un disparo en el corazón y tomar declaración tanto a Bertha Franklin como a Evelyn Carr. También se interrogó a Elisa Boyer, que se había presentado poco después como la víctima del intento de violación y la persona que había hecho la primera llamada. El cuerpo sin vida fue identificado como el de Samuel Cook, de 33 años, conocido artísticamente como Sam Cooke, el Rey del Soul.

Samuel Cook había nacido en enero de 1931 en Mississippi, un lugar nada favorecedor durante los años más duros de la Gran Depresión, y menos para una familia negra con ocho hijos. Su padre era el predicador Charles Cook, y su madre se llamaba Annie Mae. Samuel, como todos sus hermanos, fue educado en una estricta ética de trabajo, responsabilidad y respeto. Ante las dificultades económicas, toda la familia emigró al norte, concretamente a Chicago, cuando Samuel contaba con apenas dos años. Allí empezó sus estudios, aunque muy pronto descubrió su vocación de cantante y montó un grupo con sus hermanos y hermanas, llamado Singing Children, aunque su primera ocupación seria le llegaría a los 14 años cuando se convirtió en solista del grupo de góspel The Highway Q.C.’s. Por entonces trabó amistad con Lou Rawls, que también actuaba con otros grupos similares y acabaría también formando parte de The Highway Q.C.’s
Samuel estuvo aproximadamente cinco años con The Highway Q.C.’s hasta que, en 1950, le llegó la oportunidad de ponerse al frente de The Soul Stirrers, un grupo de góspel más famoso que, con diferentes formaciones, llevaba en activo más de dos décadas. Fue entonces cuando Cook empezó a labrarse un nombre en el mundo del góspel, alcanzando cierto éxito con temas como Peace in the valley y otras canciones de temática religiosa. El atractivo físico de Samuel hizo que la música góspel se popularizara entre las jóvenes, que acudían a sus conciertos solo para verle. Como cuenta el gran Luis Lapuente en uno de sus libros sobre historia del Soul, uno de los miembros de Soul Stirrers describió el fenómeno Cook de la siguiente manera: “en los viejos tiempos existía la costumbre de que los jóvenes se sentaran en los conciertos en las últimas filas, dejando las primeras libres para los mayores. Pero cuando Sam llegó a los escenarios, esto se invirtió radicalmente: los jóvenes ocupaban los primeros asientos y establecieron la costumbre de ponerse en pie cuando el cantante solista se unía al acompañamiento”.
En aquellos años el mundo del góspel era bastante liberal: cuentan muchos que lo vivieron desde dentro que las pasiones terrenales estaban tan desatadas entre sus integrantes como los fervores religiosos. Samuel Cook no solo no era una excepción, sino que su apetito sexual era casi descontrolado, algo que le causaría bastantes problemas a lo largo de su vida, terminando finalmente en el fatal desenlace del que hemos hablado al principio. Cook, como harían también otros artistas góspel, Aretha Franklin sin ir más lejos, empezó a vislumbrar la posibilidad de triunfar como cantante pop, con canciones más mundanas y ligeras. Los jefes de Specialty, el sello que había fichado unos años antes a The Soul Stirrers, estuvieron de acuerdo con la idea, viendo un posible filón de oro en un posible acercamiento del cantante al entonces incipiente rock and roll, que causaba furor entre los jóvenes blancos y negros. Samuel, sin embargo, tenía otros planes.

Lo que el cantante tenía en mente era otro tipo de música. Algo que no fuera tan diferente del góspel que había cantado toda su vida, pero que tuviera un aroma más terrenal, una sensualidad que casi se pudiera tocar. Cook quería llevar el góspel al lenguaje juvenil, y para ello no dudó en empezar su carrera solista con algunas versiones renovadas de clásicos del género. Lo hizo, además, con un sobrenombre: Dale Cook. El motivo alegado fue que no quería perder a los seguidores de su música religiosa en el caso de que su aventura pop fracasara, pero no le sirvió de mucho porque a aquellas alturas la sedosa voz de Cook era más que conocida y rápidamente se hizo público quién estaba detrás del seudónimo. Entonces decidió que se labraría una carrera sin ocultarse de nadie, pero aun así deseaba marcar una clara línea diferencial entre lo que había hecho hasta entonces y lo que se disponía a intentar. Convencido de que otro alias sería rápidamente descubierto, lo que hizo fue simplemente añadir una e al final de su apellido y convertirse en Sam Cooke.
Otro cambio tuvo lugar cuando, tras una discusión con los responsables del sello sobre el tipo de música en el que estaba trabajando Cooke junto al productor Bumps Blackwell, estos decidieron abandonar Specialty Records. Sería fácil imaginar que la compañía quería que el nuevo artista Sam Cooke siguiera cantando sus baladas góspel que le habían hecho famoso y habían reportado notables beneficios, pero era más bien todo lo contrario. En Specialty deseaban convertir a Sam Cooke en un nuevo Little Richard, pero él se sentía más atraído por las viejas baladas de la corriente Tin Pan Alley y la posibilidad de combinarlas con la suavidad y espiritualidad del góspel, algo que nadie más veía con posibilidades de triunfar.
De manera curiosa, uno de sus principales apoyos en este cambio de estilo fue su padre. El Reverendo Cook le dijo a su hijo que Dios le había dado una voz y un talento musical, que debía usar sus dones para hacer a la gente más feliz y que para ello no importaba demasiado el tipo de música que cantara. Sam se decidió así a dar el paso decisivo, firmó por una nueva compañía, Keen Records, y grabó allí el sencillo que había sido motivo de su discusión y salida de Specialty: una versión del Summertime de George Gershwin. Para la cara B, Sam Cooke escogió una canción que llevaba ya un par de años componiendo y mejorando. Un tema que grabó con una guitarra en 1955 para presentarla como demo a Specialty, y que finalmente cedió a su hermano, también cantante, para que la interpretara.
En 1956 la volvió a grabar con Specialty en uno de sus primeros intentos por convertirse en cantante pop, todavía con el nombre artístico de Dale Cook. A la tercera fue la vencida, aunque aquella canción que llevaba años intentando abrirse camino quedó relegada, como hemos comentado, a cara B de Summertime. Los pinchadiscos de las radios, sin embargo, ya habían escuchado como quinientas versiones de este tema, así que le prestaron más atención a la otra canción, donde se combinaba la tradición góspel con el pop más mundano y sensual. Se llamaba You send me y acabó llegando al número uno, dando el salto a las listas de pop diseñadas para el mercado ‘blanco’ y ayudando a crear un nuevo género, el Soul, tal como sería conocido y extendido por todo el mundo en las décadas posteriores.

Antes que Sam Cooke estuvo Ray Charles, por supuesto, que precisamente había sido criticado por su intento de cantar canciones góspel con letras populares y había grabado canciones como I’ve got a woman. También Solomon Burke había empezado a dar sus primeros pasos para desplazarse de la música religiosa a la profana. Asimismo precedieron a Cooke nombres como los de Johnny Otis, Fats Domino, Nat King Cole, Mahalia Jackson, Dave Bartholomew o la magnífica Sister Rosetta Thorpe, a la que hay que darle el crédito de protagonizar el primer exitoso salto de la canción religiosa a las listas de R&B. Sin embargo, todos estos nombres estaban más cercanos al blues, al jazz, al góspel tradicional, al rock and roll o al sonido mestizo de New Orleans. Lo que hacía Sam Cooke era otra cosa, algo nuevo. Era interpretar canciones con textura de espirituales con el erotismo que desprendía Frank Sinatra cuando cantaba sobre sus romances y sus desamores, incorporando al mismo tiempo la frescura mundana de ídolos juveniles como Paul Anka o Pat Boone. La inocencia de estos, sin embargo, se convertiría en el caso de Cooke en todo un torrente de sensualidad: el amor físico, más que el divino, era ahora el centro de toda su atención artística y vital.
Lo que sucedió en los siguientes siete años fue una de las grandes historias de las que el mundo de la música está plagada. Cooke grabó entre 1957 y 1960 un puñado de sencillos y varios álbumes, aunque entonces estos eran meramente colecciones de canciones sin demasiada relación entre sí; recopilaciones, en general, de sencillos de éxito junto a otras canciones de relleno. Después de publicar temas como (I love you) For sentimental reasons, Everybody likes to cha cha cha, Only sixteen o Win you love for me, Sam Cooke se despidió de Keen Records dejándoles una de sus canciones más recordadas, la maravillosa Wonderful world, y unos discos de tributo a Billie Holiday. Cooke fichó por RCA Victor en 1960 y rápidamente triunfó en su nuevo sello con canciones inmortales como Cupid, Chain gang, Shake, Havin’ a party, Twistin’ the night away, o una Bring it on home to me que no podía refrenar su pasado góspel, con esas dolorosas o excitantes, según como queramos escucharlas, exclamaciones de llamada y respuesta.
Sam Cooke fue también pionero en la gestión de los derechos de sus propias canciones, para lo que fundó la empresa SAR Records. Hoy en día puede parecer un movimiento lógico que han imitado multitud de exitosos artistas de todos los estilos, pero a finales de los 50 era una osadía que un músico negro quisiera controlar no ya su trayectoria artística, sino también sus finanzas y la gestión de sus derechos de autor. Un acto tan revolucionario, aunque a otro nivel, como el de Rosa Parks negándose a ceder su asiento de autobús. Cooke abrió el camino para que más adelante otros artistas como Stevie Wonder o Marvin Gaye consiguieran obtener el control de su obra.

Algo empezó a cambiar, sin embargo, dentro de Sam Cooke a partir de 1963. En mayo de ese año Bob Dylan publicó el disco The Freewheelin’ Bob Dylan, que arrancaba con la canción Blowin’ in the wind. Aunque el tema llevaba sonando en los directos de Dylan desde un año antes, estando todavía en evolución, y varias revistas de folk la habían publicado con la letra, partitura y comentarios del propio Dylan, fue en su lanzamiento oficial en 1963 cuando empezó a cautivar a mucha gente. Músicos blancos y negros admiraban la forma en la que aquel debutante había captado el sufrimiento de la gente, sin importar el color: tanto unos como otros podían identificarse con esa larga espera de la que hablaba la canción.
Gente como Mavis Staples o el propio Sam Cooke la identificaron rápidamente como “una de las nuestras”, una suerte de espiritual folk que captaba la frustración de la gente de una manera casi tan lacerante como los desgarradores lamentos del blues. Sam Cooke quedó impresionado y empezó a incluirla en sus directos. Sin embargo, el efecto de Blowin’ in the wind sobre Cooke fue más allá, y le empujó a pensar e involucrarse más en temas sociales y en la capacidad transformadora de la música. Su álbum de 1963, Night Beat, se abría con una revisión realizada por el propio Cooke de Nobody knows the trouble I’ve seen, un espiritual cuyos orígenes se remontaban a la época de la esclavitud. La interpretación de Cooke, aunque más ligera, quedaba inevitablemente salpicada por la intensidad de la canción. Puede que Sam se divirtiera junto con sus amigos músicos (entre los que estaba un jovencísimo Billy Preston) durante las sesiones de grabación, pero el hecho de abrir el disco justo con esa canción, y la forma de interpretarla, hacen pensar que en el interior del músico estaba naciendo otra llama que desde entonces entraría en competencia con la ya asentada de la lujuria.
Ese mismo año 1963 Cooke produjo el debut discográfico del boxeador Cassius Clay, que pronto iba a convertirse en campeón del mundo. Un hecho luctuoso marcaría también su vida en esos meses: el fallecimiento de su hijo Vincent, de 18 meses, ahogado en la propia piscina de la familia. Durante un tiempo Cooke pareció algo perdido, centrándose en su trabajo, pero también protagonizando episodios lamentables, como el sucedido al intentar registrarse en un hotel solo para blancos con su familia y algunos amigos y acabar todos arrestados.
El rechazo vivido, así como la creciente conciencia social, cuya llama había prendido la escucha de Blowin’ in the wind, le impulsaron a crear la versión negra de esa inmortal oda al sufrimiento: la insuperable A change is gonna come. Una canción que también encontraba parte de su inspiración en el famoso discurso de Martin Luther King conocido como I have a dream. Cooke, entre finales de 1963 y 1964, frecuentaba compañías como las de los mencionados Martin Luther King, Cassius Clay, y también la del líder radical Malcolm X. Por entonces empezó a componer A change is gonna come. La presentó con gran ilusión a sus amigos y compañeros músicos, algunos de los cuales le advirtieron de que meterse tan a fondo en temas sociales quizás no era una buena idea para impulsar su carrera, hasta ahora marcada por la sensualidad y cierto hedonismo. A Cooke no le importaba lo que pudiera pasar con su trayectoria, afirmando que quería hacer una canción de la que su padre pudiera estar orgulloso. A change is gonna come era esa canción. Decidió darle a su arreglista René Hall un control total, algo raro hasta entonces, sobre la ornamentación del tema y obviamente fue una decisión acertada.

Escuchar el tema sigue poniendo los vellos de punta. Las frases iniciales, I was born by the river, oh, and just like the river, I’ve been running ever since, dice, tal como está recitada, más que miles de ingeniosas proclamas contra el racismo. Lo que sigue es, letra por letra, igual de impresionante. Sam Cooke expulsó todo la rabia que había en su interior en esta canción, curiosamente sin que sonara rabiosa o enfadada, sino como si el cantante hubiese vuelto de alguna manera al sosiego y misticismo del góspel. Eso sí, ya no cantaba sobre las bondades celestiales sino sobre el miedo a morir y la esperanza en que hubiese un cambio pronto. Y lo hacía, de nuevo, como en una vuelta a los espirituales, conectando de alguna forma con el alma de millones de personas que esperaban ese mismo cambio al que Cooke cantaba, personas que ahora le conocían, le seguían y compartían también sus temores e ilusiones.
It’s been too hard living
But I’m afraid to die
‘Cause I don’t know what’s up there
Beyond the sky
It’s been a long
A long time coming
But I know a change gonna come
Oh, yes, it will
[ Ha sido muy duro vivir, pero tengo miedo de morir
Porque no sé qué hay allá arriba más allá del cielo
Ha pasado mucho, mucho tiempo
Pero sé que vendrá un cambio, oh sí lo hará ]
El propio Cooke sintió en sus propia carnes la envergadura y grandeza de lo que había creado, llegando a encontrarse superado por su propia canción. Tras publicarla como cara B de su sencillo Shake y presentarla en directo en un show televisado, decidió no volver a interpretarla en vivo, alegando que no había tenido tiempo de preparar unos arreglos que pudieran reproducirse con la banda. Ante la insistencia de quienes le rodeaban y se frotaban las manos viendo la posibilidad de que A change is gonna come convirtiera a Cooke en un cantante ‘serio’, algo así como la respuesta negra a Bob Dylan, finalmente Cooke tuvo que admitir lo que realmente sentía: la canción le sonaba a muerte. En su cabeza el mensaje de que el cambio estaba por llegar sonaba menos fuerte que el del temor a un próximo fin.

¿Fue premonitorio este pensamiento de Sam Cooke? Desde la perspectiva que da el tiempo, parece que sí. Cuando finalmente Cooke estuvo convencido de que A change is gonna come era una canción que debía compartir con el mundo y accedió a que se lanzara de nuevo como sencillo, esta vez en la cara A y con una versión retocada para la radio, y quién sabe si también hubiese accedido a promocionarla en directo, tuvo lugar el luctuoso suceso del Hacienda Motel y Sam Cooke no vivió para ver el éxito. El tema se convirtió en himno de los derechos civiles y desde entonces aparece invariablemente en los primeros puestos de las mejores canciones de la historia. Su importancia ha trascendido lo musical, según se reconoció en 2007 cuando fue escogida para su preservación en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Aunque Barack Obama hizo uso de la canción en un discurso, después de ganar la presidencia de los Estados Unidos, diciendo en Chicago que “había tardado mucho tiempo, pero esta noche el cambio ha llegado a América”, si Sam Cooke levantara la cabeza lo que vería y escucharía, principalmente, es a millones de personas esperando todavía a que el ansiado cambio llegue de una vez.