Emerson y Thoreau, naturaleza, amistad, trascendentalismo

Emma Rodríguez © 2018 / 

Si tuviera que explicar en pocas palabras lo que para mí significa Henry David Thoreau diría que es un paisaje familiar, un campo abierto por el que moverme con solo abrir las páginas de alguno de sus libros, una cabaña en la que refugiarme y dejar atrás los ruidos circundantes, una permanente fuente de inspiración. Él es mi cabaña, sí. Desde que leí Walden en la adolescencia no he dejado de frecuentar su compañía. Y, aunque no lo esté buscando, me lo encuentro en otros caminos, en otras lecturas. A él alude Paul Auster en su última novela, 4 3 2 1, quien lo cita como una de las lecturas transformadoras de su protagonista. A su lado emprende la marcha Robert Macfarlane en uno de los pasajes de su entrega Las viejas sendas.

Thoreau es una presencia constante en mi trayectoria. Tengo la suerte, además, de que ahora mismo se ha convertido en una especie de moda, en un autor indispensable para despertar y espolear la conciencia ecológica en un presente amenazado, donde ya “estamos en tiempo de descuento”, como nos dice el filósofo Jorge Riechmann. Cada vez son más los lectores que lo descubren y las editoriales se afanan por publicarlo, algo que no deja de ser sorprendente. En cierto modo, Thoreau es responsable de la atracción que sentimos por otros naturalistas, por otros devotos de la vida al aire libre que llenan las mesas de novedades. La necesidad de huir de las urbes, de recuperar tiempos más lentos y contemplativos, horizontes menos tóxicos, así como el  anhelo de imaginar otros modos de vida no tan desquiciados y artificiales, explica este fenómeno que hay que celebrar dure lo que dure.

Ahora ha llegado a mis manos Querido Waldo, un libro, publicado en  la recién nacida colección Hojas en la Hierba (editorial Relee), que recopila muchas de las cartas que Thoreau cruzó con el que fuera su mentor y amigo, Ralph Waldo Emerson, el padre del trascendentalismo, un movimiento surgido en Concord a mediados del siglo XIX, que no ha dejado de interesarme a la par que he ido fortaleciendo mis vínculos con el huraño agrimensor. A la atrayente y noble figura de Walt Whitman, un poeta al que regresar una y otra vez, se unió hace poco Margaret Fuller, toda una revelación. Y en estas últimas semanas, el efecto de este intercambio de misivas ha despertado mis ganas de conocer un poco más a Emerson, coincidiendo con la publicación de Naturalezas (La línea del horizonte). Curiosamente, pasado el tiempo, como bien observa en el prólogo del volumen de cartas José Ignacio Foronda, el discípulo ha eclipsado a su maestro, quien, pese a la admiración y respeto que le profesaba, lamentaba su falta de ambición. Pero ¿qué mayor éxito para el inconformista autor de Desobediencia civil, que en absoluto buscó la fama ni el dinero, que haber traspasado el río del tiempo y seguir transmitiendo sus pensamientos, su filosofía de vida, a los lectores actuales?

El siglo XXI ha dado la vuelta a muchas tortillas. Mientras antes generaciones conocieron a Thoreau por Emerson, son ahora muchos los que conocen a Emerson gracias a Thoreau. Pero no perdamos de vista por dónde sale el sol: sin Emerson no hay Thoreau”, dice Foronda, quien recurre a las palabras del historiador y filólogo estadounidense Lewis Mumford, que aludía a Emerson como el amanecer de la literatura norteamericana, y se refería a él como “el glaciar que se convirtió en el blanco torrente de montaña de Thoreau y creció hasta transformarse en el gran lago de Whitman”.

Leyendo Naturalezas, que recoge los dos textos más importantes dedicados por Emerson al que sin duda fue su gran tema, la naturaleza, su preservación y su trascendencia en el cultivo de una vida en armonía, atenta a los movimientos del alma, he podido comprobar por mí misma hasta qué punto en él se encuentran las claves, las fuentes de las que manan los principios de la obra de sus compañeros de ruta, incluso algunas de sus acciones.

“El siglo XXI ha dado la vuelta a muchas tortillas. Mientras antes generaciones conocieron a Thoreau por Emerson, son ahora muchos los que conocen a Emerson gracias a Thoreau. Pero no perdamos de vista por dónde sale el sol: sin Emerson no hay Thoreau”, dice José Ignacio Foronda en el prólogo de “Querido Waldo”.

Para estar en soledad las personas necesitan retirarse tanto de su habitación como de la sociedad. No estoy solo mientras leo o escribo, aunque nadie esté a mi lado. Pero si alguien quiere estar realmente solo que mire a las estrellas…”, escribió en el ensayo Naturaleza, publicado por primera vez de forma anónima en Boston en 1836, recogido años después, ya con firma, en un volumen con distintos textos de juventud. Al leer fragmentos así es inevitable pensar en el espíritu de Walden, en la aventura de Henry David Thoreau de retirarse a su célebre cabaña en el bosque –curiosamente se encontraba en terrenos de Emerson– a poner en práctica la soledad, la observación y el diálogo con la naturaleza. Hay otro pasaje, en este caso en El método de la naturaleza, texto de una conferencia impartida en 1841, donde  incluso parece estar anticipando, llamando a alguien, a llevar a cabo esa experiencia.

Ralph Waldo Emerson

Se trata de un momento en el que Emerson reflexiona sobre la insignificancia del éxito y de las complacencias que caracterizan la vida social frente al “sagrado mensaje del espíritu”, abriendo el siguiente interrogante: “¿No abandonaremos nuestras compañías como si fueran ladrones y borrachos y nos marcharemos a algún risco desierto del monte Kathadin, a algún recoveco no frecuentado del lago Moosehead, para llorar por nuestra inocencia y recuperarla y con su poder comunicar de nuevo con los que comparten una idea más sagrada?”.

Hay destellos, fogonazos, honduras, en Emerson, donde encontramos a Thoreau. Hay imágenes y palabras en las que identificamos la enriquecedora influencia y comprendemos la comunión entre estos dos hombres que contribuyeron a crear un lenguaje y un pensamiento para una nación en proceso. “Para el ojo atento cada momento del año posee su propia belleza, y en un mismo lugar de la campiña contempla, a cada instante, una escena que no había visto antes, ni volverá a verla de nuevo. Los cielos cambian a cada momento y reflejan su gloria, o su pesadumbre, en las llanuras de la tierra (…) En julio, la azulada pontederia florece en grandes bancales en las partes bajas de nuestro agradable río, mientras en su movimiento continuo revolotean las mariposas amarillas. El arte no puede rivalizar con esta pompa de púrpura y oro. En efecto, el río es una fiesta perpetua y luce cada mes un nuevo adorno...”, voy leyendo estas páginas de Emerson y recuerdo pasajes del Diario de Thoreau, escenas descritas en libros como Una semana por los ríos Concord y Merrimack, publicado en España por errata naturae bajo el título Musketaquid, donde, mientras navega, lejos de las casas y de las obras de los hombres, va teniendo la impresión de que el mundo que se dibuja ante él está adornado “para alguna fiesta o acontecimiento de gran pompa, con cintas de seda al aire”. Y ante ese panorama de increíble belleza se pregunta: “¿Por qué toda nuestra vida y su paisaje no pueden ser tan nítidos y distintos?”

“Para estar en soledad las personas necesitan retirarse tanto de su habitación como de la sociedad. No estoy solo mientras leo o escribo, aunque nadie esté a mi lado. Pero si alguien quiere estar realmente solo que mire a las estrellas…”, escribió Emerson en el ensayo “Naturaleza”.

En Thoreau se hace clara, se engrandece, la enseñanza de Emerson, y también en Walt Whitman. “Todas las cosas con las que nos relacionamos nos transmiten una enseñanza espiritual (…) Una hoja, una gota, un cristal, un instante de tiempo, están relacionadas con el todo y participan de la perfección del todo. Cada partícula es un microcosmos y muestra fielmente la similitud del mundo…”, leo a Emerson y evoco versos de Hojas de hierba de Whitman: “¡Qué bellos y perfectos son los animales! ¡Qué perfecta es / mi alma! / ¡Qué perfecta la tierra y lo más diminuto sobre ella! / Lo que llamamos bueno es perfecto, y lo que llamamos / pecado es igual de perfecto; / los vegetales y los minerales son todos perfectos… y los / fluidos imprevisibles son perfectos; lentos y seguros han llegado a ser lo que son, y lentos y seguros / llegarán a ser otra cosa…”

Henry David Thoreau

Brújulas para su tiempo, brújulas para este presente tan necesitado de respuestas, de propósitos más nobles, ahí están Emerson, Thoreau, Whitman… Y, al fondo, por supuesto, las fuentes de la filosofía oriental en las que todos bebieron. Ha sido muy gozoso para mí el ejercicio de hallar los puentes tendidos entre ellos, de reconocer nuevamente la vigencia de sus visiones, de su pensamiento. Ha sido un placer conocer y saludar un poco más de cerca a Emerson. Responsable de la edición y del magnífico prólogo de Naturalezas, Carlos Muñoz Gutiérrez, doctor en filosofía y amante de la vida al aire libre, se refiere a él como “un moralista y un creador de opinión para un proyecto de futuro”. Y nos anima a volver a su pensamiento como guía. “¿Quién puede proporcionar directrices para el nuevo mundo posible que cada cual imagina y nadie es capaz de concretar?”, se pregunta, apuntando a la urgencia de hallar “un saber que busque la eternidad perdida ante el cambio tecnológico”.

Emerson encarna, para su tiempo, un saber de este tipo que la nueva nación norteamericana necesitaba”, señala el prologuista, que lo sitúa como heredero de los Padres Fundadores, aludiendo a su papel de transmisor de ideales, de conferenciante que, a través de su palabra, de su talento para la conversación, para la comunicación, ayudó a los ciudadanos de su tiempo a “comprender la complejidad de los vínculos y relaciones”, a “articular una acción duradera”, atenta al cuidado y la felicidad de los otros, al respeto y entendimiento con el entorno natural, defendiendo en todo momento los más altos valores democráticos.

Brújulas para su tiempo, brújulas para este presente tan necesitado de respuestas, de propósitos más nobles, ahí están Emerson, Thoreau, Whitman… Y, al fondo, por supuesto, las fuentes de la filosofía oriental en las que todos bebieron.

Leyendo Naturalezas he vuelto a encontrar el mismo refugio, el aliento que me proporcionan las obras de Thoreau; la energía desbordante de los versos de Whitman… Leer a estos autores es una manera de parar el ruido, la insensatez, el ritmo desquiciante de la actualidad y recuperar la perspectiva, ese horizonte de trascendencia que da sentido a la vida, esas dosis tan necesarias de rebeldía, de sano inconformismo ante las incongruencias y las injusticias del mundo. Aunque más sutil en sus críticas, como indica Muñoz Gutiérrez, Emerson, al igual que sus compañeros de grupo, alentó contra los males del progreso y no se cansó de velar por “el interés espiritual del mundo”, frente a la avaricia, el fanatismo y el rápido enriquecimiento, propiciados por la expansión del comercio y de la técnica.

Esta obra ha sido todo un descubrimiento, un contrapunto ideal a las lecturas que he realizado sobre el impacto y el peligro de las nuevas tecnologías y el uso de las redes sociales en la actualidad, de las que doy cuenta en otro de los artículos de este número de “Lecturas Sumergidas”. Y lo mismo puedo decir de Querido Waldo, la correspondencia entre Thoreau y Emerson, que recomiendo, sobre todo, a aquellos iniciados en el autor de Walden, a todos los interesados en el trascendentalismo, porque de verdad ofrece anécdotas y claves altamente reveladoras.

A título personal, este cruce de cartas me ha proporcionado proximidad y cotidianidad, obrando el efecto de bajar a sus protagonistas a tierra, lejos de sus discursos elevados, de imaginarlos en su época, en el transcurrir de su día a día. Todo libro de cartas es un mapa de coordenadas incompleto, una puerta abierta a la intimidad por la que entramos como privilegiados “voyeurs”, alentados a rellenar los huecos, los silencios. Al acceder a sus mensajes privados nos encontramos con otras imágenes de Thoreau y Emerson y apreciamos la hondura de una relación en la que hubo altibajos, distanciamientos, pero que pervivió por el talante honesto y sincero de sus protagonistas. La ayuda mutua, la admiración y las inquietudes compartidas hacia su tiempo llenan los folios que cruzaron nuestros dos corresponsales, pero también encontramos críticas del uno hacia el otro, fundamentalmente hacia sus obras.

Este libro es un correctivo para la mitomanía de Thoreau porque resulta tan humano que hay momentos en los que uno se siente realmente incómodo ante algunos de sus comentarios”, señaló el poeta Alberto Chessa en la presentación del volumen, cuya traducción ha corrido de su cuenta, realizada recientemente en la librería Desnivel, en la que fue un placer participar a invitación del editor de la colección Raúl Gómez. Se refería, por ejemplo, a la misiva en la que Thoreau le transmite a Emerson su rotundo no a una admiradora, a la “señorita Ford”, quien pretendía casarse con él. “Le devolví un distinguido No, tal y como he aprendido a pronunciar después de considerable práctica, y confío en que este No haya tenido éxito. De hecho, lo que deseaba de verdad era que explotase, como una bala hueca, después de acertar el tiro, penetrar y hacerse sentir. No había otra manera. Lo cierto es que no había previsto un enemigo así en mi carrera”.

Sin duda resulta impactante, como otros pasajes de la correspondencia,  que muestran a un Thoreau nada amigo de diplomacias ni juegos de apariencias y medias verdades. Es otro de sus perfiles, el del hombre incómodo ante las reglas de las convivencia social, huraño y airado. Y en este caso, pienso que quizás le movía el deseo de impresionar, de provocar a su amigo, a su mentor. Como os decía las cartas nos permiten interpretar, tomar postura, pues son textos de un momento, de un estado de ánimo concreto. Y nos llevan a conocer curiosidades, debilidades y contradicciones del ser humano que habita en el personaje público, en el creador, cuando no está atento al desarrollo de su obra, a la escucha de sus más nobles anhelos.

Querido Waldo, insisto, me ha proporcionado cercanía, pero también ha llegado hasta mí como un elogio de la amistad y de la lentitud, pues, como expresé el día de la presentación, llegó a emocionarme volver a los tiempos de la correspondencia. En esta entrega asistimos a los viajes que Emerson realizaba a Europa, donde era muy valorado como intelectual y conferenciante, y Thoreau se quedaba al cuidado de su familia, viviendo en el altillo de su casa. Las ausencias duraban meses  y las misivas, de un lado y de otro tardaban en ser recibidas. Es algo obvio, pero, hoy que todo resulta tan urgente, tan inmediato, comprobar, por ejemplo, como Emerson se toma con absoluta naturalidad, consciente de lo irremediable de las circunstancias, la noticia de que su mujer ha estado muy enferma, me ha llevado a pensar en cómo nos ajustamos a los ritmos del tiempo…

Lentitud, amistad y complicidad, nos ofrece esta entrega en la que, al Thoreau huraño del que hablábamos antes se superponen otros Thoreau, el portador de un sentido del humor muy particular, y ese otro mucho más tierno, el del cuidador y compañero de juegos de los hijos de Emerson, dos niñas y un niño, a los que adora. “He leído por algún lado que la ternura no fue una de las virtudes de Thoreau (…) Quien lea estas cartas descubrirá, en las líneas que Thoreau dedica a los pequeños Emerson, que el viejo roble fue tierno con quien tenía que serlo”, en un siglo, el XIX, que “no era tan infantil como el XXI”, indica en el prólogo José Ignacio Foronda.

Margaret Fuller

Nos acercamos a la generosidad de Emerson para con su discípulo y amigo, al que llevaba catorce años. Le proporciona consejos, le busca trabajos, publicaciones… “Nunca te he dado las gracias por esas conferencias que te oí aquí en Concord una y otra vez. Sé que nunca lo he hecho. Siempre había una excelente razón para no hacerlo en cada ocasión, pero nunca es tarde si la dicha es buena. He tenido esa ventaja, al menos, con respecto a ti, en mi educación”, le hace saber Thoreau a su mentor. Las cartas nos permiten apreciar el intercambio de favores entre ambos, la colaboración en los trabajos de la revista trascendentalista “Dial”, de la que durante una etapa fue directora Margaret Fuller, otra interesantísima representante del movimiento que es la protagonista de una de las cartas más emotivas del conjunto, aquella en la que Thoreau informa del naufragio en el que perdió la vida, junto a su marido y su hijo, en su regreso de un viaje a Italia. Se trata de un texto que se diferencia del resto por su tono, por la voz del Thoreau cronista que da cuenta de la desgracia, de los libros y objetos de la amiga que llegaron a la orilla…

“Nunca te he dado las gracias por esas conferencias que te oí aquí en Concord una y otra vez”, le indica Thoreau por carta a Emerson, del que fuera discípulo y amigo, quien le proporcionaba consejos y le buscaba trabajos, publicaciones.

Apreciamos en el volumen, como ya indiqué, la complicidad y también la sinceridad entre los amigos en su papel de críticos atentos y severos el uno con el otro. “Encuentro muchos desmayos en tu “Oda a la belleza”, le dice Thoreau a Emerson. “La melodía es absolutamente indigna del pensamiento. Te inclinas demasiado hacia la rima, como si ese truco fuera la mejor solución posible siempre…”. Y Emerson le comunica en otro momento: “Quiero enviar a imprenta mañana mismo “Un paseo invernal” para el “Dial”. Me entraron algunas dudas al respecto, a pesar de su fiel observación y de esas finas pinceladas de pescador de lucios y de leñador, por culpa de su manierismo, una vieja manía mía: como si para llamar la atención se le pudiera pillar el truco a la retórica refiriendo, por ejemplo, un lugar frío como sofocante, uno solitario como concurrido, uno salvaje como doméstico (una de tus palabras favoritas), además de injuriar desde los bosques a las ciudades, mientras que los bosques se dignifican en tanto que se los compara con el ejército de ciudades, etcétera. Sin embargo, he eliminado mis objeciones con una serie de omisiones bastante libres...”

Son muchos los puntos de interés en esta correspondencia en la que Ralph Waldo Emerson va desgranando sus observaciones sobre los países que visita en Europa, fundamentalmente Gran Bretaña, y de las personalidades de la literatura y el pensamiento con las que trata, por ejemplo Henry James, Thomas Carlyle, Charles Dickens, William Wordsworth, Thomas de Quincey, George Eliot… Llama mi atención el modo en el que, en su papel de descubridor de nuevos talentos, varía su juicio respecto a Walt Whitman y sus Hojas de hierba, una obra que le entusiasma en la primera lectura, libre de prejuicios, porque encarna lo que él siempre ha anhelado, una poesía nueva, capaz de hablar con el lenguaje y los ideales de una nación joven. Y, como poco a poco, la crítica de sectores más conservadores, que la tachan de subversiva, salvaje, contraria a las buenas costumbres, le llevan a aplacar sus entusiasmos.

Walt Whitman

Asistimos también a la construcción de las vías del ferrocarril en Concord, con todos los cambios que ello supone. “Hoy la gente de la ciudad sufre por los pobres irlandeses que solo reciben 60 o incluso 50 centavos por trabajar de sol a sol, con una presión y una constancia que recuerda a la mano de obra negra (…) Pero ¿qué podemos hacer para aliviar su situación, toda vez que no paran de llegar otros todos los días para desempeñar el mismo oficio? Estos, por supuesto, hacen que los salarios se reduzcan a la suma mínima para que sobreviva un hombre soltero y acaban expulsando a los hombres con familia…” le hace saber Emerson a Thoreau en septiembre de 1843, cuando este se encuentra en Staten Island (Nueva York), donde permanecerá durante siete meses, ejerciendo como tutor de un niño de nueve años, sobrino de su amigo.

El volumen se enriquece con la inclusión de tres cartas de Henry David Thoreau a Lidia, la esposa de Emerson, mensajes que, según se indica en una de las notas introductorias a los distintos bloques de cartas –muy acertadas– ha dado mucho que hablar por el tono de enamoramiento, en cualquier caso platónico, de este hombre cuyo talante solitario se acentuó tras el desengaño juvenil que sufrió con Ellen Sewall, la única mujer con la que quiso comprometerse. Se incluyen, además, los dos textos que escribió Emerson a la muerte de Thoreau, al que sobrevivió veinte años, y cuyo Diario fue el primero en leer.

Era un contestatario nato. Se negó a renunciar a su inconsolable sed de conocimiento y de acción a cambio de un empobrecedor oficio o profesión, con el objetivo de alcanzar una vocación con miras mucho más amplias: el arte del buen vivir. Si menospreció y desafío las opiniones de los demás, lo hizo solo porque quería poner la mayor atención posible a la hora de conciliar su forma de obrar y sus convicciones...”, leemos en el artículo publicado en el “Atlantic Monthly en 1862, en su Elogio al amigo ido demasiado pronto, a los 45 años, del que también dice: “Pocas vidas contienen tantas renuncias. No se preparó para ejercer profesión alguna; nunca se casó; vivió solo; jamás iba a misa; nunca votó; se negó a pagar impuestos al Estado; no comía carne ni bebía vino ni supo lo que era el tabaco; y, aunque era naturalista no empleaba trampas ni armas. Escogió, sin duda sabiamente para él, ser el soltero del pensamiento y de la Naturaleza. No tenía talento para la riqueza y sabía ser pobre sin el menor asomo de falta de pulcritud o de elegancia. Acaso dio con su forma de vida sin demasiada premeditación, pero la aprobó a la postre con sabiduría…”

“Era un contestatario nato. Se negó a renunciar a su inconsolable sed de conocimiento y de acción a cambio de un empobrecedor oficio o profesión, con el objetivo de alcanzar una vocación con miras mucho más amplias: el arte del buen vivir”, escribió Emerson de Thoreau tras su muerte, en 1862.

Señala José Ignacio Foronda en el prólogo, que podemos leer este libro,, entre otras muchas razones, como “si fueran los escritos menores  de dos grandes hombres, que vivieron en un tiempo donde empiezan a cultivarse los gigantes intelectuales que sirven de guía hoy. Hoy que los enanos proyectan sus sombras para hacernos creer que son grandes”. Nos dice que cada una de sus líneas es “una invitación al pensamiento”. A mí esta entrega me ha proporcionado perspectiva y me ha conducido de Thoreau a Emerson, al descubrimiento de sus Naturalezas. Tengo la sensación ahora de conocerlos un poco mejor, de haber percibido la coherencia entre sus obras y sus vidas.

Bosques: Fotografía por Nacho Goberna

Ambas lecturas han ampliado mis horizontes sobre sus figuras y sobre el trascendentalismo, una corriente a la que cada vez me siento más afín, cómplice de su espíritu contemplativo y a la vez combativo, de su idealismo, de su acercamiento a la naturaleza para encontrar el sentido espiritual de la vida y entrar en contacto con la energía cósmica que todo lo mueve. En estos hombres y mujeres inquietos, visionarios, rebeldes y críticos, que siguen animándonos a experimentar la realidad, lejos de los dogmas y de la presiones grupales; así como a ejercitar la observación, la intuición, la sensibilidad y la originalidad de la que cada uno de nosotros somos portadores, he encontrado yo mi cabaña, he ido engrandeciendo la cabaña de Walden. Cuando la estupidez, la incertidumbre y el exceso de ruido me atrapan, cuando necesito decir basta, sé que tengo un lugar al que ir, en el que poder conectar con lo que de verdad importa, en el que, como decía Thoreau, intentar prepararme para “calentar el espíritu realizando acciones nobles”.

“Querido Waldo. Correspondencia entre Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau” ha sido publicado en la colección Hojas en la hierba (sello Relee), traducido por Alberto Chessa, con prólogo de José Ignacio Foronda.

Naturalezas”, de Ralph Waldo Emerson, ha sido publicado por La línea del horizonte, con edición y prólogo de Carlos Muñoz Gutiérrez; traducido por el propio Muñoz Gutiérrez y Salvador Sediles.

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