Por Emma Rodríguez © 2017 / Dice Nuccio Ordine que “si no salvamos a los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos”. Así se inicia el nuevo ensayo del profesor italiano, autor de La utilidad de lo inútil, un apasionado y combativo manual con el que ha conseguido tocar el corazón de no pocos lectores que, como él, nos resistimos a creer que el saber humanista no tiene sentido, que no aporta riqueza a una sociedad cada vez más uniforme que pone la productividad y el lucro por encima de la felicidad, de la igualdad, de la honestidad. En realidad, Clásicos para la vida, subtitulado Una pequeña biblioteca ideal, es una continuación, un tirar del hilo, una puesta en práctica de las ideas del autor, ya que, en este caso, a través de ejemplos concretos, nos va demostrando hasta qué punto la lectura de determinadas obras y autores enseña a entender el mundo en el que vivimos y a interpretarlo con criterio propio.
De nuevo Ordine consigue elevarnos por encima del paisaje gris de un presente en el que se nos quiere convencer de que no hay discursos distintos ni cambios posibles. De nuevo Ordine logra convencernos de que adoptar a los clásicos como compañeros de viaje, enseñar en los colegios a amar a los clásicos, es una manera de romper el muro de la velocidad insana, de la confusión a la que nos vemos sometidos cada día, desde el momento en que encendemos el ordenador y dejamos que entre el ruido incesante de una actualidad que nos apabulla con sus mensajes contradictorios, que nos acobarda con el discurso de la resignación. Una cita de Marguerite Yourcenar en la primera página ya nos indica el sentido, el destino al que nos quiere conducir Ordine: “El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros”.
Me he sumergido con auténtico gozo en las páginas de este libro, de este “homenaje a los clásicos en un momento difícil de su existencia”, como indica el ensayista. Las fotografías que ilustran esta nueva “Ventana”, realizadas por Nacho Goberna, no podían haber sido hechas en un lugar que se ajuste mejor al espíritu del recorrido: la Biblioteca Nacional de España, en Madrid. Contra la ignorancia, la ceguera, la falta de perspectiva de la información apresurada, contra el campo de batalla en que se han convertido las redes sociales, no encuentro mejor contraste que la imagen de una biblioteca. La biblioteca refugio; la biblioteca espacio de entendimiento, de silencio, de calma. Este libro que tengo entre las manos mientras vuelvo a mirar a Miguel de Cervantes, su estatua en lo alto de las escaleras del recinto en el que me encuentro, es un compendio de textos que su autor publicó en el semanario Sette del periódico italiano Corriere della Sera, una inusual iniciativa en los tiempos que corren. Pero el proyecto viene de más atrás, arranca de la biografía de Ordine, de su carrera como docente, porque los fragmentos a los que recurre son los que ha ido utilizando año tras año para explicar a sus alumnos valores y conceptos, para animarlos a desenmascarar mentiras y prejuicios, a vivir de acuerdo a sus propias convicciones.

De ahí que recomiende especialmente a quienes ejercen la enseñanza este inspirador manual que, en su sencillez, se aleja de la mera divulgación y se convierte en un buen punto de partida para acabar, de una vez por todas, con la idea de que los clásicos son aburridos para los más jóvenes. No son los clásicos, sino la manera de enseñar a leerlos, a interpretarlos, así como la elección del momento oportuno, de la edad en la que deben introducirse en la vida de los lectores primerizos. Ordine recurre a fragmentos de obras esenciales en este libro y comparte sus experiencias como profesor que sabe que la mejor manera de despertar la curiosidad, las ganas de seguir adelante, es ofrecer motivos para hacerlo, puentes de comprensión. Pocas páginas de un libro bastan para alimentar el deseo, un pasaje especialmente luminoso puede obrar milagros y hacer que el estudiante se decida a sumergirse en una novela, un poemario, un ensayo histórico o filosófico.
La capacidad transformadora de la literatura, idea que tanto planea en esta publicación que es Lecturas Sumergidas, se convierte en uno de los pilares fundamentales de Clásicos para la vida, un trayecto en el que nos encontramos frente a Cervantes, por supuesto, a Shakespeare, Platón, Maquiavelo, Goethe, Balzac, Maupassant, Molière, Giordano Bruno, Flaubert, Thomas Mann, Rilke, Dickens, Montesquieu, Antoine de Saint-Exupery, García Márquez, Italo Calvino, Cavafis, Pessoa, Einstein y Marguerite Yourcenar, entre muchos otros. La autora de Memorias de Adriano es la única mujer del conjunto. De nuevo aquí, como sucede tantas veces, tenemos que lamentar que no se haya incluido a más escritoras, que las hay y que merecerían estar en el compendio. Pero no es mi intención echar por tierra todo lo bueno que ofrece este libro por tal motivo y para nada creo que haya sido una decisión intencionada por parte de Ordine, que ha partido de sus gustos personales, de sus inspiraciones. De hecho, en uno de los últimos capítulos, el autor incluye una obra de John Stuart Mill titulada La esclavitud de las mujeres, de la que extrae unas breves y significativas líneas: “Tenemos el derecho de afirmar que el hombre no ha podido adquirir acerca de la mujer, tal cual fue o tal cual es, dejando aparte lo que podrá ser, más que un conocimiento sobradamente incompleto y superficial, y que no adquirirá otro más profundo mientras las mismas mujeres no hayan dicho todo lo que hoy se callan”.
Nuccio Ordine recurre a fragmentos de obras esenciales y comparte sus experiencias como profesor que sabe que la mejor manera de despertar la curiosidad. Pocas páginas de un libro bastan para alimentar el deseo, un pasaje especialmente luminoso puede obrar milagros y hacer que el estudiante se decida a sumergirse en una novela, un poemario, un ensayo histórico o filosófico.
Este ensayo de mediados del XIX conduce a Ordine a la sociedad patriarcal británica y le hace preguntarse cómo sería recibido este alegato apasionado del filósofo en defensa de la dignidad de la mujer, en un momento en el que apenas se discutía su sometimiento a los hombres, cuando hablar de los derechos femeninos “era percibido como una gran provocación”. Señala Ordine que en este ensayo Mill no se limita “a condenar la milenaria injusticia sufrida por las mujeres”, que “quiere mostrar, en general, que toda forma de opresión y esclavitud, (determinada por el color de la piel, el sexo o la religión) obstaculiza el desarrollo cultural y económico de la sociedad”.

Sirva este ejemplo para que os hagáis una idea del enfoque del libro: partir de los clásicos para comprender, para debatir, para poner sobre la mesa los grandes temas que mueven nuestro mundo, las heridas que no acaban de ser cerradas, los conflictos que siguen abiertos, los sinsentidos… Vayamos a la introducción, a sus propias palabras, porque es ahí donde el autor se explica y retoma algunas de las ideas esenciales de la Utilidad de lo inútil. Cuando Acantilado publicó el libro en nuestro país tuve la oportunidad de mantener un diálogo calmado con el profesor italiano, del que recupero ahora parte de una de sus respuestas: “La dictadura del beneficio ha producido un modelo de comportamiento egoísta en el que las personas piensan solamente en su propio interés, en su propio bien, pero insisto, hay que cambiar eso desde la escuela. Yo suelo poner un ejemplo que me funciona muy bien con mis estudiantes. Les digo que hoy con el dinero podemos comprar cualquier cosa, que en Italia con dinero se compra incluso a los jueces, a los parlamentarios, a las cadenas de televisión y que si se es rico se puede obtener el éxito y el erotismo. Pero, hay algo que, sin embargo, no se puede alcanzar con todo el oro del mundo, el conocimiento. El saber es el fruto, el resultado, de un esfuerzo personal y únicamente quien lleva a cabo ese esfuerzo puede entender el sentido de lo que está aprendiendo”.
Este argumento vuelve a aparecer en Clásicos para la vida, así como el rechazo total a una enseñanza utilitarista, que al proponer como primer objetivo la inserción en el mundo laboral, minusvalora las disciplinas humanistas que son las que ayudan a pensar, a introducir valores de fondo en la vida, dejando a los jóvenes sin recursos para enfrentarse a una realidad cambiante, llena de espejos deformadores que solo pueden identificarse desde el conocimiento y la adquisición de firmes principios éticos. “Perseguir la quimera del mercado es mera ilusión. Así lo confirman los datos cada día más alarmantes del paro juvenil”, señala Ordine. “La rapidez de las mutaciones que hoy afectan al complejo mecanismo de los intercambios económicos es tanta que no es posible adaptar con la misma celeridad los currículos escolares. La formación requiere plazos largos. Orientarla exclusivamente por las presuntas ofertas del mundo laboral es perder de antemano la partida. No necesitamos reformas genéricas, sino asegurar una buena selección de los docentes. Los jóvenes reclaman sobre todo profesores que vivan con pasión y con verdadero interés la disciplina que imparten”, seguimos leyendo y pensamos, como él nos indica a continuación, en ese maestro que pudo influir sobremanera en nuestra orientación en la vida, si tuvimos la suerte de tenerlo.

De hecho en el prólogo, que se convierte en toda una defensa de la lectura como proceso de transformación, y en un homenaje a los maestros, a los verdaderos maestros que pueden llegar a cambiar la vida, hay unas páginas bellísimas dedicadas a Albert Camus y a Louis Germain, el hombre que consiguió que el niño de origen humilde estudiara, que creyó en su talento e hizo posible que se convirtiera en el escritor, siempre comprometido, que llegó a ser.
“La buena escuela no la hacen las “tablets” ni los programas digitales, sino los buenos profesores”, pone de manifiesto en otro momento, y, frente a quienes defienden que la escuela debe ser el lugar donde el estudiante debe potenciar su relación con la tecnología digital, se plantea las siguientes preguntas: ¿no sería oportuno convertir la escuela en un sano momento de “desintoxicación”? ¿No sería necesario hacer comprender a nuestros alumnos que un “smartphone” puede ser utilísimo cuando lo usamos del modo apropiado, pero muy peligroso, en cambio, cuando nos utiliza él a nosotros, transformándonos en esclavos incapaces de rebelarse contra su tirano? ¿No es la escuela o la universidad el lugar ideal para que los estudiantes sometan a debate si la amistad puede identificarse con un simple clic en Facebook y si enorgullecerse de contar con más de mil amigos en un “perfil” significa tener una visión profunda de la amistad y de las relaciones humanas en general?”
“La buena escuela no la hacen las “tablets” ni los programas digitales, sino los buenos profesores”, pone de manifiesto Ordine, y, frente a quienes defienden que la escuela debe ser el lugar donde el estudiante debe potenciar su relación con la tecnología digital, se plantea si “no sería oportuno convertir la escuela en un sano momento de “desintoxicación”.
Cada una de estas preguntas podría dar para un amplio y profundo debate, abrir conversaciones de vital importancia que no acabamos de acometer. Son asuntos sobre los que apenas hablamos, sobre los que apenas leemos, y que están definiendo, falseando, empobreciendo, nuestra manera de relacionarnos, nuestras vidas. La búsqueda del difícil equilibrio, de la armonía, no resulta sencilla, pero cuando la espesura del bosque nos impide vislumbrar los claros, cuando perdemos perspectiva, un libro, la idea expresada con diáfana claridad por un autor, puede devolvernos el sentido de lo primordial, de lo auténtico. Aquí Ordine recurre a Einstein, quien en su ensayo Sobre la educación sostenía que “lo primero debe ser, siempre, desarrollar la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y no la adquisición de conocimientos especializados”. Y transmite que en sus clases nunca falta la maravillosa Ítaca de Cavafis, un poema que, por muchas veces que leamos, no deja de resultarnos revelador, de acercarnos a ese centro que tantas veces perdemos.
“Que los padres piensen más en la formación que en la futura cuenta bancaria de sus hijos”, clama el ensayista italiano. “El conocimiento no debe abrazarse para ganar dinero, sino ante todo para ayudarnos a convertirnos en mujeres y hombres libres, capaces de rebelarnos contra los egoísmos para tratar de hacer que la humanidad sea más humana”, nos dice.

Pero la cultura parece “peligrosa para la clase política”, nos comentaba Ordine el día de la entrevista citada. Fomentar las humanidades, el desarrollo de la creatividad, la imaginación, la fantasía, es algo que se escapa a los políticos mediocres, ya demasiado preocupados por su escalada en las encuestas, a golpe de llamativas acciones y titulares. “Europa, olvidando sus raíces culturales, está matando progresivamente el estudio de las lenguas antiguas, la filosofía, la literatura, la música y el arte en general”, prosigue el autor, ofreciendo a la vez, como contraste, el significativo dato de que un país como Corea, tan tecnológicamente avanzado, está intensificando sus inversiones en las disciplinas humanísticas, lo que me lleva a mí a preguntarme si en un presente en el que podemos acceder a tanta información no serán cada vez más necesarias personas preparadas en humanidades, capaces de clasificar, de aportar claridad, de discernir, de moverse en el denso, abigarrado territorio, de los saberes.
Antes os decía que estos Clásicos para la vida de Nuccio Ordine son una compañía ideal para profesores, para profesores apasionados, necesitados de estímulo. Pero, por supuesto, pueden convertirse en una buena compañía para cualquier lector inquieto, de cualquier edad, que puede tomar la entrega como una guía de lecturas, de motivaciones. La amistad, la desigualdad, la solidaridad, son temas que salen a la luz en un recorrido que nos devuelve a las grandes cuestiones, que parte de los libros del ayer para iluminar las contradicciones del hoy. Montesquieu, por ejemplo, es el puente que utiliza el ensayista para hablar de la solidaridad. En sus célebres Pensamientos el pensador francés sostiene: “Si supiera de alguna cosa que me fuese útil y que resultara perjudicial para mi familia, la expulsaría de mi mente. Si supiera de alguna cosa útil para mi familia, pero que no lo fuese para mi patria, trataría de olvidarla. Si supiera de alguna cosa útil para mi patria, pero perjudicial para Europa y para el género humano, la consideraría un crimen”.
La amistad, la desigualdad, la solidaridad, son temas que salen a la luz en un recorrido que nos devuelve a las grandes cuestiones, que parte de los libros del ayer para iluminar las contradicciones del hoy. Montesquieu, por ejemplo, es el puente que utiliza el ensayista para hablar de la solidaridad.

Montesquieu es el puente que lleva a Ordine a tratar el dramático destino de tantos inmigrantes, abandonados a su suerte por una Europa que pone los intereses de los Estados por encima de la dignidad humana. Y también para abordar cuestiones como la de la reestructuración de la deuda griega, tan necesaria para que el país pueda recuperarse. Las palabras de Montesquieu le permiten hablar de la corrupción, del racismo. “Si Europa no avanza por el camino de la solidaridad, en nombre del interés común, será difícil imaginar un futuro para el viejo continente”, concluye.
Para dar cuenta, más concretamente, de la corrupción frente a la integridad moral, recurre el ensayista a otro autor, Thomas Mann y su novela Los Buddenbrook. La decadencia de una familia, y vuelve al tema con Balzac y El pobre Goriot, donde podemos leer: “La corrupción abunda, el talento escasea. Por lo tanto la corrupción es el arma de la mediocridad, que abunda”. Para valorar el éxito como actitud frente a la vida y a los emprendimientos, desdeñando la victoria cuando va de la mano de acciones ilícitas y desleales, abre para nosotros las páginas de La cena de las cenizas de Giordano Bruno, donde el autor indica que todas las cosas de valor son difíciles de obtener y exigen un esfuerzo. Para combatir el racismo y la intolerancia, condenando cualquier asomo de nazismo en la Europa actual, repasa las palabras de Primo Levi en Si esto es un hombre. Para mostrar que la vida no puede reducirse a cifras, que sólo a través del lenguaje de los sentimientos, del corazón, se llega a apreciar las cosas esenciales, propone la lectura de El principito, de Saint-Exupéry. Para referirse al importante papel de las bibliotecas toma Memorias de Adriano, de Yourcenar, el pasaje donde el emperador romano compara las bibliotecas con “graneros públicos” en los que “amasar reservas para un invierno del espíritu”.

Son muchas más las alusiones, las enseñanzas. Los clásicos nos ofrecen muchas satisfacciones y sugerencias, pero, sobre todo, nos animan a no rendirnos, a ejercer la crítica sin miedo, a saber mirar con detenimiento, a ejercitar el silencio e imponer calma a nuestras vidas agitadas. Nuccio Ordine nos abre la puerta de su pequeña biblioteca ideal. A nosotros nos corresponde ampliarla con nuevas voces, con esos libros que nos han transformado, que, en un momento dado, nos han hecho cuestionarnos nuestro modo de mirar, de estar en el mundo. “Quien se enamora del saber puede cultivar mejor su ingenio (…) No disponemos de otros caminos para afrontar la grosería de la ignorancia”, toma el profesor italiano estas frases de Oráculo manual y arte de prudencia del clásico español Baltasar Gracián. Creo que es una manera idónea de cerrar esta “Ventana”. Pero no sin antes decir –y esto lo añado después de un comentario de un amigo lector de Ordine– que sin haber leído La utilidad de lo inútil este Clásicos para la vida puede resultar insuficiente, dejar en quien lo recorre ganas de más. Como decía al principio, es una continuación, un tirar del hilo, un modo de acercarse a la manera en la que el profesor propone, desde el terreno, acercarse a los clásicos para entender el mundo. Por tanto, lo recomendable es empezar leyendo La utilidad y acceder después a esta pequeña Biblioteca Ideal.

- “Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal” ha sido publicado por Acantilado, con traducción de Jordi Bayod. En el mismo sello podemos encontrar el título anterior del autor italiano, “La utilidad de lo inútil”.
- Las fotografías son de Nacho Goberna