Pedro Olalla: un paseo por Atenas, un canto a la Democracia

Por Emma Rodríguez © 2015 / Hemos mirado a Grecia con atención en los últimos meses. La intensidad, la sorpresa, nos han acompañado desde que la formación de izquierdas Syriza ganó las últimas elecciones con la convicción de cumplir el mandato popular y poner límites a las políticas de rígida austeridad impuestas desde Bruselas. En este tiempo, a golpe de negociaciones frustradas, Grecia nos ha demostrado hasta qué punto gran parte de su deuda es ilegítima, a través del informe exhaustivo de un comité de expertos; nos ha puesto ante los ojos el verdadero rostro de la UE – una UE obediente ante los poderes financieros y cada vez más alejada de los ciudadanos– y, sobre todo, nos ha devuelto algo del espíritu de la auténtica Democracia.

Pero este artículo, más que centrarse en el presente, en el ritmo veloz de los acontecimientos con los que desayunamos cada mañana, busca mirar al pasado, a 26 siglos atrás, a esa época en la que, precisamente en Grecia, los atenienses inventaron ese sistema político que da la palabra a un pueblo activo, capaz de influir en la marcha de su destino; un sistema que fue revolucionario, radical en su día, y que sigue siéndolo hoy, aunque estos términos sean usados en su peor sentido por los cultivadores de la distorsión, del engaño. Mientras esto escribo cierro los ojos ante la actualidad: la convocatoria de referéndum en Grecia –último paso a día de hoy– y decido emprender un apasionante viaje al ayer de la mano del helenista Pedro Olalla.

Descubrir su libro Grecia en el aire, ¡imposible título más sugerente!, ha sido un auténtico regalo en estos días, un regalo que me place compartir con todos aquellos lectores y lectoras amantes de la Historia, deseosos de recuperar la confianza en la gran política, capaces de no dejarse engullir por la rapidez de las noticias, de adaptarse al ritmo lento de la reflexión. He dicho anteriormente viaje al pasado, pero no es del todo exacto: la ruta que nos propone el autor nos conduce al ayer, pero con un pie puesto en el ahora. El subtítulo de la obra, publicada por Acantilado, nos lo dice todo: Herencias y desafíos de la antigua Atenas vistos desde la Atenas actual. Lo que hace Olalla es emprender un paseo a pie por la emblemática capital griega, recorrer la Acrópolis deteniéndose en sus monumentos principales, dotándolos de vida, devolviéndolos al momento en el que fueron habitados. Seguir su rastro es descubrir los anhelos, las búsquedas, las luchas, los descubrimientos y entusiasmos de los atenienses que dejaron sus nombres escritos para siempre en el mapa de la Historia.

Hace 26 siglos, en Grecia, los atenienses inventaron ese sistema político que da la palabra a un pueblo activo, capaz de influir en la marcha de su destino; un sistema que fue revolucionario, radical en su día, y que sigue siéndolo hoy, aunque estos términos sean usados en su peor sentido por los cultivadores de la distorsión, del engaño.

En su deambular por la ciudad en ruinas del presente, una ciudad azotada por la crisis, con sus muros llenos de graffitis, el caminante va ubicando en los edificios de hoy lugares tan míticos como la Academia de Platón, el Jardín de Epicuro o los talleres artesanos en los que los ciudadanos se detenían a charlar apasionadamente sobre los asuntos de interés de la vida política. En su recorrido, el caminante se detiene ante los paisajes de la ciudad que tanto ama, buscando en sus trazos las huellas de un pasado que, siguiendo sus palabras, “muchos no dudan en cargarse de golpe”.

Pedro Olalla, un asturiano afincado en Grecia desde 1994, absoluto entusiasta de la cultura clásica que ha difundido a través de libros y trabajos documentales como Los lugares del mito y Con Calliyannis, no deja de evocar, de reflexionar, de plantearse preguntas, y es ese tono el que nos cautiva y nos atrapa en un diálogo altamente estimulante. Un diálogo que nos hace participar de la contemplación, de la meditación, pero también de la defensa, de la reivindicación de unos principios, de unos valores de los que hoy estamos tan necesitados.

“Toda Grecia estaba en el aire” es la cita de Tucídides que da título a la entrega. De ahí arranca el trayecto. “Sin duda, Grecia está aquí abajo, en esta ciudad; también está ahí al fondo, en ese mar que inspiró las primeras palabras escritas sobre el mar; y está sin duda en esta tierra adusta donde piso, de la que aún salen esquirlas de su despedazada memoria. Pero Grecia, como herencia, como desafío y como voluntad, está sobre todo en el aire, repartida, ingrávida, como una patria del espíritu”, señala el hombre que mira más allá de las colinas buscando significados, señales.

Es muy sugerente el título, decía antes, es muy sugerente esta cita que, como señala el autor, alude a lo que “está suspendido, flotando”, a todas esas enseñanzas de la antigüedad que nos nutren y nos conforman, pero que también hace referencia a lo incierto, a lo que está en vilo, pendiente de cumplimiento. Grecia hoy nos habla de lo que no queremos perder, de lo que nos espera en un proceso de cambio que, bien puede girar hacia las mejores enseñanzas del pasado, o tomar el rumbo hacia un futuro en el que el sueño de la democracia puede acabar sepultado.

Acrópolis. Atenas por © Karina Beltrán

GESTOS DE RESISTENCIA

Para empezar”, escuchamos atentamente a Olalla, “hay que estar dispuestos a aceptar que las actitudes y conquistas que hoy consideramos un valioso legado de los griegos fueron en realidad gestos de resistencia: la rebeldía de algunos individuos, griegos de sangre o de espíritu, ante la propia sociedad en que vivieron. Incluso en los momentos recordados como de mayor esplendor, una cosa fueron las aspiraciones y otra la realidad dominante. Ambas fueron Grecia, y a menudo pensamos en su herencia atrapados en esta confusión. Pero lo cierto es que entonces, igual que ahora y que siempre, hicieron avanzar al hombre quienes trataron de luchar contra la injusticia y la ignorancia, y lo hicieron hundirse, quienes, por conveniencia o ignorancia aún mayor, optaron por favorecerlas”.

En estas sociedades en las que vivimos, en las que el culto a la inmediatez nos lleva a pensar que cualquier día puede derrumbarse el mundo, tomar distancia, ser conscientes del largo río de la Historia, abrazar la perspectiva y tomar respiro, se hace necesario. Olalla nos invita a adoptar una postura de templanza todo el tiempo que dura el paseo, la lectura. Nos explica lo que está sucediendo y nos indica el camino que el país heleno, que Europa, deberían tomar para dejar atrás los actuales gobiernos de “tecnócratas y marionetas”, para huir de las controvertidas y peligrosas “teorías económicas que han sido elevadas interesadamente a dogmas políticos”. Abramos la mirada; expandamos la memoria; andemos hacia atrás en el tiempo; aprendamos de lo que ya los atenienses de hace 26 siglos pusieron en práctica, con la confianza de que es posible adaptarlo, mejorarlo desde las circunstancias actuales; teniendo en cuenta el punto en el que estamos, pero sin miedo alguno a que nos tachen de utópicos, de ingenuos. No dejemos que nos roben las convicciones, los sueños. No dejemos que nos engañen diciéndonos que los perdedores son los que no se doblegan, los que creen que es posible una Europa de alianzas culturales, humanas, por encima de las primas de riesgo, los vaivenes de los mercados, las órdenes dictadas por los intereses financieros.

A repensar todo lo que estamos viviendo es a lo que nos incita la lectura de Grecia en el aire, un libro que se convierte en una ruta impagable, en la narración de un relato antiguo contado con un lenguaje actual, para favorecer la proximidad, el reconocimiento. Mientras lo leemos tenemos muy presentes los desastres del país actual, de la Europa del Sur: pobreza, paro, desahucios, suicidios... Un nuevo y perverso diccionario donde cuesta encontrar palabras como esperanza. Pero, al mismo tiempo, por el camino que serpentea en torno a las emblemáticas ruinas de la Acrópolis, vamos hallando hechos, figuras históricas, que nos devuelven el optimismo, la confianza.

Acrópolis. Atenas por © Karina Beltrán

EN LOS DÍAS DE SOLÓN (PRELUDIO)

Empezamos en los días de Solón (siglo VI a. C.), quien en su poesía ya hablaba de “salvación de la ciudad”, del “esfuerzo cotidiano de los hombres por tratar de vivir en armonía”, “del intenso deseo de igualdad y de prosperidad común”. “Llamado para conciliar a ricos y pobres en una sociedad amenazada donde los muchos eran esclavos de los pocos, Solón tomó una decisión audaz: sacrificar las ambiciones de los acreedores en favor de la supervivencia de los deudores, situar al hombre por encima de la riqueza en la base de un nuevo sistema político. Así, arrancó de los campos los mojones de madera y de piedra que establecían estos cánones de servidumbre, puso límite al derecho de herencia y a la extensión de tierra que se podía poseer…” vamos leyendo.

El poeta y político actuó, como nos dice Olalla, con prudencia, absteniéndose de hacer una repartición de los bienes, pero “dio a los desheredados algo que nunca habían disfrutado antes, algo de mucho más valor: los hizo miembros de derecho en la nueva asamblea y en los nuevos tribunales, es decir, los implicó directamente en la tarea de gobierno y en los tribunales de justicia”.

Estamos en los preliminares de la Democracia, de la búsqueda de la justicia social. Entonces se tomó la decisión de suprimir entre los atenienses la esclavitud por deudas, abriendo las puertas al nacimiento de conceptos como dignidad humana, soberanía y democracia. Precisamente los principios que hoy son puestos en tela de juicio por los poderes que han vuelto a esclavizar a los pueblos en base a las deudas, a las trampas forjadas en torno a las deudas por un sistema prepotente.

Pero hubo pasos atrás desde Solón, obstáculos, guerras atroces, hasta que ese preludio pudo alcanzar su total esplendor. Hemos de llegar a finales del siglo IV a. de C. De la mano del autor, seguimos avanzando por Atenas e, incluso sin conocer la ciudad, añoramos sus paisajes. Cruzamos ríos de tiempo, olvidamos la distancia, y retrocedemos hacia esos momentos en los que el curso de la Historia estaba dando pasos de gigante. Pedro Olalla nos lleva por el barrio de Melite, donde vivieron Temístocles, Milcíades y Cimón, hasta las rocas de Pnyx, en la colina frente a la majestuosa Acrópolis. Esas rocas fueron el lugar concreto donde nació la democracia, nos explica nuestro guía. Ahí, en una discreta modulación del terreno se construyó una tribuna para oradores. Detrás de las rocas, el altar de Zeus protector.

El relato de la tribuna de los oradores, que tenían frente a ellos al pueblo, y por encima de sus cabezas “sólo árboles y cielos” es recreado de una forma bellísima por el autor, quien nos hace imaginar un tiempo extinguido del que se conserva intacta la geografía: las piedras, las especies vegetales, el viento, el sol y el canto de las cigarras. “Aquellos atenienses reunidos aquí estaban inventando entonces algo nuevo: la ciudadanía”, partiendo de un pacto consciente entre todos para la construcción de un Estado de iguales en la medida de lo posible, capaz de “defender el interés común y los derechos individuales frente a los intereses particulares y la arbitrariedad de las familias poderosas”, un Estado “de Todos frente a un Ellos”.

Pedro Olalla nos lleva por el barrio de Melite, donde vivieron Temístocles, Milcíades y Cimón, hasta las rocas de Pnyx, en la colina frente a la majestuosa Acrópolis. Esas rocas fueron el lugar concreto donde nació la democracia, nos explica nuestro guía. Ahí, en una discreta modulación del terreno se construyó una tribuna para oradores. Detrás de las rocas, el altar de Zeus protector.

Seguimos pasando las páginas de Grecia en el aire, inmersos ya absolutamente en el paseo. Hacemos una parada en el trayecto para simplemente admirar las vistas. Olalla aprovecha para arremeter contra la historiografía convencional, “a la que le gusta repetir que las victorias sobre los persas y el subsiguiente impulso económico y moral dejaron el camino expedito para la aparición de la democracia”. “¡Qué simpleza!”, exclama, y argumenta que en el mundo hubo muchas victorias, muchos momentos de euforia y prosperidad material que no alumbraron nada parecido. “La democracia surgió del alma de los griegos, que desde Homero y Hesíodo habían comprendido que la vida de cada ser humano es única y más valiosa que cualquier tesoro o cualquier ambición”, nos dice. “La democracia surgió de una búsqueda a tientas de algo sin precedentes, surgió de un arduo proceso de toma de conciencia, de conciliación y de renuncia, anterior y ajeno a las victorias sobre los persas”.

Continuamos adelante sin tregua, porque de algún modo sentimos que estamos recuperando algo que habíamos olvidado. La marcha nos estimula, los cielos y entornos nos deslumbran. Estamos pisando la Historia, volviendo a ver con claridad, alejando los nubarrones de confusión que nos han tapado los claros durante tanto tiempo. “El logro fue enorme”, señala el helenista. “Aquella experiencia –con todos los defectos que puedan señalársele– confirió a la sociedad del momento unos sentimientos de libertad, justicia, igualdad, responsabilidad e implicación y defensa del interés común desconocidos hasta entonces y, desgraciadamente, en las épocas que vinieron después”.

Recuperamos nociones olvidadas, sí, mientras nos impregnamos de las esencias, del legado, de un maravilloso país con una prodigiosa herencia a sus espaldas y un porvenir cargado de retos. Leer este ensayo se convierte en un placer, en un saludable ejercicio de refrescamiento de la memoria, de la conciencia, del sentido de la Historia. Somos exploradores en busca de huellas, de verdades, “en busca de vestigios de la democracia, en busca de carbones de aquella antigua hoguera que ardió al pie de estos montes y que hoy se niega a extinguirse sobre esta misma tierra”, nos dice Pedro Olalla con pasión. Profundo conocedor del mapa heleno, de su orografía, de su cultura, de la idiosincrasia de sus gentes, nos va orientando hacia un horizonte de mayor lucidez. Nos habla de las conquistas paulatinas de la democracia ateniense; de la igualdad en el uso de la palabra, que fue el paso previo a la igualdad de los derechos políticos y a la igualdad ante la ley. Pero había que atreverse a utilizar la palabra, a tener el valor de hacerlo para enunciar la verdad, eso que en griego se denomina parrhesia.

La parrhesia, argumenta el ensayista, “no es sólo honestidad, sino valor: valor para oponerse a una mentira cómoda, para abrir una brecha en el silencio, para dejar en evidencia una falacia. No es sólo conocimiento, sino también responsabilidad y riesgo. No es sólo consciencia, sino también acción. Es una relación activa con la verdad (…) ¿Hay parrhesia hoy en nuestras democracias?”, se pregunta.

Pese a que este libro nos conduce a mitificar, a ensalzar el pasado (somos lectores conscientes de ello, y lo aceptamos, porque buscamos el hilo desde el que tirar para hallar algo de fe en nuestro abierto, incierto, presente; para hallar un punto de partida ilusionante) Olalla nos enfrenta, una y otra vez, a las dificultades de cualquier avance y nos indica que también en la Antigüedad, hubo muchos escépticos frente a la democracia, que ésta fue constantemente cuestionada y combatida; que acabó quedando en el olvido como una estrella distante y que, más adelante, en el discurrir de la Historia, al albur de revoluciones como la americana y la francesa, cuando sus gestas volvieron a ser recordadas, fue vista como algo subversivo y despertó el recelo del poder establecido. Cuánto tiempo había de pasar aún para que el modelo democrático fuese ensalzado como el mejor de los modelos de convivencia posibles y adoptado por los países más avanzados de Occidente, que, poco a poco, en su discurrir hacia el neoliberalismo, le fueron arrancando poco a poco sus virtudes, dejándolo maltrecho, expuesto a la sumisión de unos y al arrojo de otros, representantes públicos y ciudadanos firmemente convencidos de que la lucha por volver a sus esencias merece absolutamente la pena.

Atenas por © Karina Beltrán

EN EL ÁGORA
(CLÍSTENES, EFIALTES Y PERICLES)

Héroes, poetas, gobernantes y filósofos desfilan por esta entrega que nos habla de una larguísima conquista, de una herencia ante la que hoy debemos seguir dando las gracias. Aprovechamos el momento en que llegamos al Ágora para hacerlo. Estamos en el lugar que guarda la memoria de los órganos y símbolos de la primera democracia, los orígenes desde los que tenemos que replanteárnoslo todo. El Ágora, antecesor de los foros romanos, lugar de reunión y encuentro, espacio mítico, recinto sagrado cuyo solo recuerdo nos devuelve la idea perdida de la grandeza de la política, del diálogo, del debate, de la participación, de la consulta. “Tan sólo en los años de mayor influencia de Pericles”, nos cuenta el autor de Grecia en el aire, “se cruzaban en esta explanada Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Heródoto, Tucídides, Fidas, Ictinos, Calícrates, Metón, Aspasia, Anaxágoras, Protágoras, Gorgias, Hipias, Antifonte… y Sócrates”. Bastan sus nombres para llevarnos hacia esa otra realidad (¿realidad paralela?) en la que todo parecía a punto de nacer, de ser descubierto.

Son muchos los detalles que reclaman nuestra atención mientras avanzamos en la lectura. ¿Sabíais que Solón, junto a un conjunto de leyes que hoy siguen resultando rompedoras, promulgó una ley contra la desafección política, por la cual perdería sus derechos ciudadanos aquel que no tomara partido en las cuestiones que enfrentaran al pueblo? ¿Sabíais que los tesmotetas eran los encargados de hacer pruebas de aptitud a las que habría de someterse todo aquel al que la suerte o los votos designaran para un cargo? Ante la imposibilidad de registrar todas las enseñanzas, todas las sorpresas que me ha deparado este libro, sólo puedo recomendaros apasionadamente que lo leáis. Pero no acabamos aquí. Aún queda aventura.

¿Sabíais que Solón, junto a un conjunto de leyes que hoy siguen resultando rompedoras, promulgó una ley contra la desafección política, por la cual perdería sus derechos ciudadanos aquel que no tomara partido en las cuestiones que enfrentaran al pueblo? ¿Sabíais que los tesmotetas eran los encargados de hacer pruebas de aptitud a las que habría de someterse todo aquel al que la suerte o los votos designaran para un cargo?

Clístenes es otro eslabón fundamental en esta historia. De origen aristocrático, entendió que había que avanzar por el camino de la igualdad marcado por Solón y que para ello había que acabar con los privilegios de la sangre. A él se debe la institución de una estructura de diez tribus, que agrupaban a personas de procedencias, linajes, recursos y afanes diversos, como la mejor manera de romper con la imposición de los intereses de unos pocos por encima del bien común. La historia de Clístenes nos habla de valentía y de rebeldía, de defensa de los valores del pueblo frente a los oligarcas, de la unión de todo un pueblo para organizar la resistencia y hacer frente a quienes querían usurparle sus conquistas.

¿Cómo pudo conseguir un individuo obrar una reforma que iba contra los privilegios de su clase y socavaba al tiempo los cimientos profundos de su sociedad?”, se pregunta Pedro Olalla, quien nos muestra cómo la participación directa del pueblo ateniense en la toma de decisiones, su papel a la hora de influir en las leyes que habían de gobernarle, nunca ha vuelto a ser como entonces.

En aquellos tiempos, nos explica el autor: “la política no era un terreno de enriquecimiento: había costado mucho llegar a repartir el poder entre el conjunto de los ciudadanos como para permitir que éstos se desentendieran o se acercaran a él para lucrarse. Muy al contrario, el ejercicio de la función política era un terreno para la realización del ciudadano como sujeto portador de la soberanía, era el tributo en responsabilidad y esfuerzo que éste pagaba por poder gobernarse a sí mismo, una prerrogativa de hombres libres y un servicio honroso al conjunto de la sociedad. Y eso no se pagaba. La retribución que se daba no era otra cosa que una dieta para poder cubrir las necesidades básicas del día. Y, para eso, bastaba con un simple puñado de óbolos” [los óbolos eran varillas de metal usadas como medio de pago. El grupo de seis varillas constituían un manojo, dracma; de ahí los nombres de las primeras monedas griegas.]

Un ciudadano, decía Aristóteles, “es el que participa de la potestad de legislar y de juzgar”. Al filósofo se debe esta primera definición que no deja de sorprendernos desde el mero papel de votantes que hoy nos corresponde. Pero en la Atenas de esos días había tribunales populares y los ciudadanos tenían el deber de conocer unas leyes que ellos mismos proponían y votaban. Resulta muy interesante en este ensayo el capítulo dedicado al funcionamiento de los tribunales, un capítulo que nos habla de los mecanismos de control que se imponían, de los sorteos y de la alternancia rápida en los cargos para evitar la profesionalización, el clientelismo, el monopolio de la vida pública.

En aquellos tiempos, nos explica el autor: “la política no era un terreno de enriquecimiento: había costado mucho llegar a repartir el poder entre el conjunto de los ciudadanos como para permitir que éstos se desentendieran o se acercaran a él para lucrarse. Muy al contrario, el ejercicio de la función política era un terreno para la realización del ciudadano como sujeto portador de la soberanía…”

Resulta asimismo interesante ir siguiendo el curso del río: de Clístenes a Efialtes y a Pericles (otro joven aristócrata “que llegó a convertirse en el líder indiscutible de la democracia… Hombre de amplias miras, inteligente, incorruptible ante el dinero y el halago”), son los principales protagonistas de un fabuloso relato coral, un relato de siglos que fue interrumpido, como decíamos antes, por períodos en los que el destino del pueblo pasó a manos de oligarcas y tiranos. Pero en ese dilatado proceso, “la idea de que la soberanía reside en el conjunto de la sociedad quedó formulada para siempre. A partir de entonces, a ella han de remitirse quienes pretendan gobernar conforme a la justicia verdadera, y a ella se enfrentarán en la práctica cuantos gobiernen defendiendo meramente intereses”, nos dice el guía en el momento que atisbamos el Partenón.

A medias entre la crónica de viajes, el recorrido histórico y la reflexión, con un estilo claro, muy literario en la descripción de los entornos y ameno a la hora de acercarnos a circunstancias y personajes, Grecia en el aire es un ensayo que nos cautiva. Leyéndolo queremos viajar a Atenas. De hecho, nos sentimos en Atenas, cerca de un pueblo que hoy atraviesa otra encrucijada de su destino. El presente con sus interrogantes nos lleva a buscar respuestas en el pasado. Nos imaginamos los gloriosos tiempos de Pericles, tiempos en los que “los atenienses”, volvemos a las palabras de Pedro Olalla, “se dieron a sí mismos la oportunidad insólita –constantemente escamoteada al género humano- de realizarse plenamente como seres políticos” (“seres políticos” los define Aristóteles).

Atenas por © Karina Beltrán

LA “PAIDEIA” Y SÓCRATES

Una reivindicación de la educación, de la paideia es también este libro. La “paideia como cultivo permanente de la personalidad y de las facultades humanas”, nos recuerda el autor, no como “una simple instrucción para salir adelante en la vida, sino como una formación profunda, fruto de una actitud valiente y perseverante, para alcanzar a distinguir lo bueno, lo justo, lo que da sentido, lo que justifica nuestro esfuerzo”. La paideia, nos recuerda, era absolutamente necesaria, para poder “confiar la ciudad a la virtud política de los ciudadanos”.

Pedro Olalla nos hace detenernos en las cuatro grandes escuelas públicas a disposición de todos: la Asamblea, el Consejo, los Tribunales y, por supuesto, el teatro, esas tragedias que todavía hoy nos siguen iluminando y despertando. A su lado, nos introducimos en las casas en las que vivían los atenienses, “construcciones sencillas de paredes de adobe, iluminadas por un patio interior donde se abría un pozo” y visitamos los talleres de manufacturas. “Ambos espacios solían ser lugares de encuentro, y, sin duda, escenarios de diálogo político en toda su extensión”, nos cuenta. Y relata que, según Lisias, el orador, cada ateniense acostumbraba a reunirse en un lugar concreto; ya fuese la tienda de esencias, la zapatería o la barbería. “Sócrates”, leemos, “solía reunirse con sus discípulos más jóvenes en la zapatería de un tal Simón. Allí, sumido en el olor del cuero, hablaba con los que aparecían por la puerta, y a veces era tal el interés de la conversación que el bueno de Simón cogía una tablilla y apuntaba apresuradamente las ideas que oía”.

Según Lisias, el orador, cada ateniense acostumbraba a reunirse en un lugar concreto; ya fuese la tienda de esencias, la zapatería o la barbería. “Sócrates”, leemos, “solía reunirse con sus discípulos más jóvenes en la zapatería de un tal Simón. Allí, sumido en el olor del cuero, hablaba con los que aparecían por la puerta, y a veces era tal el interés de la conversación que el bueno de Simón cogía una tablilla y apuntaba apresuradamente las ideas que oía.”

Precisamente Sócrates protagoniza uno de los capítulos del libro que se ha convertido en un auténtico tesoro para mí. “Sócrates nos enseñó que argumentar es ejercer lo humano, pues “una vida sin reflexión no es vida para el hombre”. Nunca conoceremos al verdadero Sócrates, a aquel conversador dispuesto y perspicaz, a aquel honesto seductor de la razón”, nos dice Olalla, quien reconstruye su historia partiendo de lo que de él dejaron escrito Platón, Aristófanes y Jenofonte.

Una historia que nos habla también de los errores de la democracia, del esfuerzo y cautela que requiere conquistar los espacios de libertad, como señala el helenista. Una historia que nos estremece por el injusto veredicto al que fue sometido un hombre justo que, ejemplar en su defensa del bien, de la virtud, de la honestidad, se convirtió, como suele pasar con muchas figuras ejemplares, en una especie de aguijón en las conciencias de muchos de sus conciudadanos, quienes, incómodos ante tanta rectitud, empezaron a acusarlo de impiedad.

La única culpa de Sócrates fue exponer ideas, consideradas irrespetuosas con el orden divino. Por ello fue llevado a juicio –existía una ley que amparaba a los denunciantes– y condenado a muerte por los representantes del pueblo. El azar quiso que, entre los escombros removidos del antiguo solar, asomase una estatuilla de mármol de rostro barbado que representaba al pensador, “un exvoto, sin duda, colocado en la cárcel por los atenienses, que nunca pudieron perdonarse su condena”, escribe Olalla, quien también nos dice que “Sócrates tuvo ocasión de salvarse en la vista, en la votación de la condena, e incluso en la cárcel, a la espera de su ejecución. Pero no lo hizo. La solidez de sus principios éticos, su amor a la ley y su desinterés por una vida carente de virtud hicieron de su muerte una inmolación”, seguimos las palabras del autor mientras recorremos el barrio de los marmolistas, donde ese hombre, que tanto creyó en los principios de la democracia, trabajó ejerciendo, como su padre, el oficio de cantero, y donde también fue encarcelado y ejecutado.

No todo fue perfecto en la Atenas de aquellos días. El destino de Sócrates lo demuestra, así como el hecho de que la esclavitud no fuese abolida, uno de los principales argumentos de sus detractores a lo largo del tiempo, quienes sostienen que gracias a los esclavos los atenienses podían dedicarse felizmente a la política. “Hubo esclavos, sí, pero el sistema productivo se sustentaba entonces sobre el conjunto de la población, sobre el trabajo cotidiano, en su gran mayoría, de pequeñas unidades de producción independientes y modestas (…) La democracia ateniense no erradicó la esclavitud, pero se preocupó sin duda de la dignidad de los esclavos. No fueron “cosa”, como en Roma o en Asia, sino personas, caídas en dicha condición fundamentalmente por la guerra, y cuya dignidad como seres humanos ponía límites al abuso y a la depravación”, argumenta el autor de Grecia en el aire.

Atenas por © Karina Beltrán

CON PLATÓN, ARISTÓTELES
HACIA LA PLAZA SYNTAGMA

El imponente discurso de Pericles tras los primeros caídos en la Guerra del Peloponeso; la búsqueda de la ubicación donde estuvo el Jardín de Epicuro (hoy un destartalado espacio urbano donde sólo algunos árboles resistentes consiguen recordar el espíritu contemplativo, la energía del pasado); el paseo por el lugar donde estuvo la famosa Academia de Platón; los capítulos dedicados al pensamiento del autor de La República, a la crítica que hizo de la democracia, al igual que Aristóteles, desde dentro, vislumbrando sus peligros, buscando perfeccionarla, son otras tantas perlas de este fabuloso viaje.

Parémonos aquí, enlazando una vez más pasado y presente. “Para Aristóteles –como también para Platón– la riqueza material no es el fin de la polis, y muchas de sus críticas fueron dirigidas de manera especial hasta este punto. La ambición de los ricos destruye la ciudad más que la de los pobres, la usura es una práctica contraria a la naturaleza, y la administración de la ciudad no debe ser equiparada a la gestión de las actividades lucrativas”, seguimos las palabras de Pedro Olalla, quien concluye que los dos filósofos “se adelantaron a denunciar como perversos los cimientos reales de nuestras democracias modernas”.

Imposible mejor brújula que la del helenista para visitar la Atenas de ayer y de hoy, para aprender lo que nos dicen las ruinas, las piedras, las construcciones simbólicas. Recorremos, paso a paso, cada uno de los emplazamientos de la Acrópolis y sentimos que algo se nos está comunicando desde el ayer. Algo muy profundo fluye por debajo de la herida Atenas actual, el pulso de la memoria, la fuerza que a los ciudadanos de hoy le transmiten los que se han ido. Grecia nos habla de la riqueza de una cultura, de un legado imperecedero.

Pedro Olalla concluye este ensayo en noviembre de 2014, en un último paseo que le conduce, a través de calles y muros llenos de graffitis, hasta la simbólica Syntagma, plaza de la Constitución, donde se encuentra el Parlamento que tantas veces hemos visto en imágenes últimamente. Syntagma ha sido en los años de la crisis, de los recortes persistentes sobre el pueblo griego, el símbolo de la desesperación y también del combate, de la fuerza de un pueblo unido. “En la plaza se alzan aún algunos árboles: naranjos silvestres, unos cuantos plátanos, varias palmeras solitarias, y también el ciprés donde se suicidó el farmacéutico Dimitris Christoulas”, señala el autor, quien no olvida a las víctimas de la crisis en ningún momento, quien denuncia la violencia ejercida por quienes no dudan en desmantelar el estado social y democrático “para pagar la insensatez de los políticos y el descontrol de la especulación”.

Pedro Olalla concluye este ensayo en noviembre de 2014, en un último paseo que le conduce, a través de calles y muros llenos de graffitis, hasta la simbólica Syntagma, plaza de la Constitución, donde se encuentra el Parlamento que tantas veces hemos visto en imágenes últimamente. Syntagma ha sido en los años de la crisis, de los recortes persistentes sobre el pueblo griego, el símbolo de la desesperación y también del combate, de la fuerza de un pueblo unido.

¿Qué ha de suceder para que esto cambie? ¿Cuánto hemos de perder aún para reaccionar de un modo organizado y eficaz? ¿Cuántos han de morir todavía para que se imponga un poco de sentido común?”, se pregunta. Y reflexiona: “Con todo tipo de argumentos y de métodos –algunos realmente patéticos– quieren hacernos creer que el mal que nos afecta es un problema interno, un problema de índole económica, la consecuencia de una abultada función pública o de una falta de productividad colectiva. Puede que esos problemas existan, claro está, pero ninguno de ellos es la causa de esta terrible situación. La verdadera causa es la utilización de la política para la salvaguarda de intereses privados. Y ante eso tenemos que actuar. La humanidad entera tiene hoy día ante sí dos grandes retos: conseguir una mejor distribución de la riqueza y una mejor distribución del poder, y, sorprendentemente, ninguna medida de las que están tomando hoy nuestros gobiernos va encaminada a estos dos fines…”

Desde noviembre de 2014 han sucedido muchas cosas: unas elecciones, un nuevo gobierno (Syriza), un proceso de negociaciones fallido, la convocatoria de un referéndum… Grecia está protagonizando hoy una batalla con las instituciones de la UE que ningún otro país europeo se había atrevido a entablar. Con las armas de la democracia. Todo está en el aire: Grecia, Europa. Todo está en el aire, igual que en otros momentos de la Historia. Considerémonos protagonistas, reivindiquemos la democracia con mayúsculas y recobremos el espíritu de los “ciudadanos políticos” que nombró Aristóteles.


Entrevista a Pedro Olalla: “La democracia, para renacer, necesita educación política y cambios estructurales profundos”

Pedro Olla. Fotografía en Atenas por © Nad Pav

– ¿Desde cuándo tu amor por la cultura griega?

– Pues nació de forma simultánea y paralela a mi amor por la cultura. Porque la cultura griega no es sólo la cultura de un pueblo o de un país. Es, en gran medida, materia prima de la cultura universal.

– ¿Fue la situación que está viviendo Grecia lo que te impulsó a escribir este libro que es toda una reivindicación de las enseñanzas de su pasado, de la idiosincrasia del pueblo donde nació la Democracia? ¿Cuál fue el planteamiento?

– Mi planteamiento fue escribir un libro sobre la Democracia desde el lugar más emblemático: Atenas. Emblemático por ser su lugar de nacimiento y por ser el lugar donde ahora, no sin simbolismo ni intencionalidad, está siendo minada por los poderes fácticos que crean y gestionan la “deuda”. Atenas es la ciudad donde más he vivido y que mejor conozco, y he querido recorrerla literariamente evocando lo que fue el proyecto y la realidad de la antigua democracia ateniense y reflexionando, desde los mismos escenarios, sobre lo que tenemos ahora.

– ¿Cómo es la experiencia de vivir hoy en Atenas? El libro termina en noviembre de 2014. Ahí pones su punto final, pero la crónica de después ha sido, está siendo, muy intensa, y la verdad es que nos llega muy confusa, absolutamente filtrada, salvo excepciones, por medios de comunicación afines a los dogmas de Bruselas, alejados de la realidad griega. Me gustaría conocer tu punto de vista. ¿Qué está pasando realmente? ¿Qué es lo que siente el pueblo griego ahora mismo? ¿Qué se puede esperar de Syriza?

– Durante los últimos cinco años, el establishment político y mediático ha estado actuando en connivencia con el núcleo duro de la Unión Europea para llevar a cabo un plan que sirve únicamente a sus intereses particulares y para presentarlo ante la sociedad como “único camino”. Y lo han llevado tan lejos que, a mi modo de ver, han incurrido en crímenes de lesa patria y lesa humanidad. Ahora, un gobierno votado supuestamente para la ruptura, se ha visto obligado a hacer políticas de continuismo porque, en el espejismo de querer “cambiar Europa desde dentro”, no está dispuesto a romper con el marco que le arrebata la soberanía: el Acuerdo de Préstamo, los memorándum, la moneda única y la Unión Europea. Y dentro de este marco no puede hacer una política distinta a la que dictan los “acreedores”. Entretanto, el cuestionamiento del euro y de la UE sigue siendo un tabú, al tiempo que se demoniza todo discurso alternativo. Y ya va siendo hora de que la sociedad sea informada honestamente, no sólo de lo que implica la ruptura, sino también -muy claramente- de lo que implica la opción de continuismo. Sólo si esto se hace, podrá tomar las riendas de su destino y recuperar su dignidad.

[Cuando se planteó esta pregunta a Pedro Olalla, a través de email, Syriza y la UE estaban en el proceso de las negociaciones. Aún no se había convocado un referéndum para ver si el pueblo aceptaba, o no, el ultimátum impuesto por la UE, con nuevas medidas de recortes].

– En el libro planteas el deseo de que ojalá en Grecia, nuevamente, vuelva a renacer la Democracia. ¿Hay algún indicio de que pueda ser así?

– La democracia, para “renacer”, necesita educación política y cambios estructurales profundos. Y ambas cosas nunca llegarán propiciadas desde las cúpulas, pues van en contra de sus intereses. Deben ser reivindicadas y edificadas desde las bases, desde una ciudadanía más activa y mejor organizada. Personalmente, pienso que Atenas, si sabe aprovechar su simbolismo histórico y actual, tiene un gran potencial en este sentido. Yo quiero trabajar por ello, y estoy seguro de que no soy el único.

– ¿Qué tenemos que aprender del pasado griego y de la experiencia que está viviendo ahora el país?

– Que la verdadera democracia es algo muy distinto a lo que ahora tenemos, y que, si de verdad nos interesa, hay que implicarse activamente en su construcción, pues sus conquistas –como las demás conquistas de la civilización– no han sido ganadas para siempre y hay que defenderlas cada día que amanece.

Grecia en el aire. Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual, de Pedro Olalla, ha sido publicado por la editorial Acantilado.


 – Fotografía 1: Pedro Olalla por © A-Leuk

– Fotografías 2,3,4,5,6: Atenas, por © Karina Beltrán

– Fotografía 7: Pedro Olalla, Atenas, © Nad Pav

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