Por Emma Rodríguez © 2016 / No había olvidado a Dorothy Parker desde que la descubrí a través de dos volúmenes de cuentos que la editorial Versal publicó en España a finales de los ochenta. No recuerdo exactamente cómo llegaron a mis manos, pero sí que desde entonces han ocupado un lugar privilegiado entre mis libros. No había olvidado el impacto que aquellos relatos agridulces, en apariencia frívolos, ingeniosos, divertidos, pero en el fondo muy tristes y desasosegantes, despertaron en mí. Dorothy Parker seguía ahí, en mis recuerdos de lectora, y por eso ahora, tanto tiempo después, me ha alegrado reencontrarme con ella gracias a una nueva edición de sus narraciones que acaba de poner la editorial Lumen en las mesas de novedades.
Colgando de un hilo se titula esta entrega en la que las historias de Parker se acompañan de los dibujos del ilustrador y diseñador italiano Simone Massoni, que entre otras publicaciones ha colaborado en la mítica revista New Yorker, en la que ella fue articulista y brilló como una estrella en el firmamento de los felices años 20. Cuando empecé a recorrer sus páginas me planteé qué nuevas cosas iba a contarme Dorothy Parker tantos años después. ¿Me atraería de la misma manera, me decepcionaría…? Conservaba algo de sus atmósferas, sabía que de su mano iba a pisar las calles de una ciudad, de un tiempo, ya lejanos. En la memoria mantenía la idea imprecisa de sus protagonistas, mujeres que siempre acababan decepcionadas, perdidas por algún motivo, pero tenía claro, y esto suponía un estímulo añadido que esta nueva incursión iba a depararme sorpresas, matices y destellos antes no percibidos.
El bello ejemplar que abrí como si fuera un regalo, me devolvió la voz, absolutamente moderna de quien fue ejemplo de independencia y rebeldía en un momento en el que las mujeres empezaban a acceder al mundo del trabajo y a ser conscientes de las trampas de la sumisión, los buenos modales y los convencionalismos impuestos. Pero me supo a poco. Colgando del hilo ha sido para mí como un aperitivo, uno de esos deliciosos aperitivos que abren el apetito y te llevan irremediablemente a probar el menú. Necesité volver a las ediciones de Versal, a La soledad de las parejas y Una dama neoyorquina, para comprender por qué me había seducido tanto Dorothy Parker en su momento, por qué no la había olvidado. Hay relatos de esos libros presentes en el que ahora se publica, entre ellos uno absolutamente magistral, El permiso maravilloso, pero hay otros fundamentales, decisivos para caer rendidos ante la autora, que no se incluyen, caso de Una rubia imponente, El señor Durant o Vestir al desnudo, uno de mis favoritos porque en él la autora prueba un registro diferente, acorde con su perfil de activista, de defensora de la igualdad y los derechos sociales, más allá de su imagen más popular de cronista de éxito, mordaz y sofisticada.
Dorothy Parker fue ejemplo de independencia y rebeldía en un momento en el que las mujeres empezaban a acceder al mundo del trabajo y a ser conscientes de las trampas de la sumisión, los buenos modales y los convencionalismos impuestos.
Pero quizás me estoy anticipando. Mejor os recomiendo el aperitivo, si aún no conocéis a Dorothy Parker, y os cuento por qué merece tanto la pena disfrutar de unos relatos que no han perdido un ápice de frescura y que tanto siguen diciéndonos de las relaciones de pareja, de la incomunicación entre los sexos, de los prejuicios, del juego de las apariencias… Mejor os cuento, sí, de qué manera Parker partió de sus propias vivencias y contradicciones para explorar los sentimientos, las pulsiones, de los hombres y mujeres de su tiempo, cuando Nueva York empezaba a convertirse en la gran urbe, en el centro del mundo; cuando los sueños de prosperidad se vieron truncados por la Gran Depresión y la sensación de caminar sin rumbo definió los destinos de tanta gente.
Las mujeres de las que escribe Dorothy Parker (Nueva York, 1893-1967) se ven abocadas a representar un papel: a ser las novias perfectas, siempre divertidas y alegres, que al parecer los hombres anhelan; a convertirse en las buenas madres y esposas que la sociedad les exige, heroínas del feliz modo de vida americano. Pero la frustración, la impotencia, ante esas reglas del juego, las desorienta, y asoman ya deseos, más o menos tímidos, de resistencia, de liberación, de abrazar los ideales de la lucha feminista, de ser ellas mismas. Es curioso que, tanto tiempo después, en pleno siglo XXI, muchos comportamientos de esas mujeres que deseaban casarse con un buen partido, tener bonitas casas y disponer de cosas, muchas cosas materiales, aún nos resulten tan cercanos. Parker nos habla del mundo que conoció, de su mundo. Aparentemente lo hace de un modo superficial, frívolo (muchos de esos cuentos se publicaron en las revistas de moda del momento), pero cuando nos habla de fiestas sin fin, de visitas a tabernas ilegales en el tiempo de la Ley Seca, de borracheras y chismorreos, en realidad está planteando una profunda crítica, un cuestionamiento, un desprecio hacia una manera de vivir que no lleva a la autenticidad, a la realización personal, a la felicidad.
“ (…) Madre mía, qué pocos americanos saben hablar a las mujeres. Imagino que están todos demasiado ocupados o algo así. Todo el mundo parece tener tanta prisa…, sin tiempo para nada más que para el dinero, dinero, dinero…”, escuchamos a la protagonista de Una joven vestida de encaje verde. “Debes ser alegre y frívola, porque la frivolidad es lo que desean todos los hombres. Habla con él con aire alegre y simpático cuando lo veas y no dejes entrever la pena que te ha causado. Los hombres no soportan que les recuerden la tristeza. Y nada de reproches: nunca, nunca, nunca más deberá haber “peleas terribles”. No hay nada que moleste más a un hombre que ver cómo una mujer pierde la dignidad”, le aconseja a una joven una mujer con experiencia que acaba lloriqueando junto al teléfono porque el hombre al que ama no le devuelve la llamada.
Dorothy Parker es una maestra de los giros inesperados que cierran un relato y de los diálogos, pero también de los silencios, de esos silencios que tanto nos dicen. Observadora sagaz de los aconteceres cotidianos, de las charlas habituales, su don para el humor, para el sarcasmo, consigue que sus cuentos nos hagan reír y al mismo tiempo nos produzcan una honda tristeza, un reconocimiento del cinismo, de la hipocresía que tantas veces imperan en el entramado de las relaciones, de los usos y costumbres sociales.
En este sentido, algunas de sus piezas resultan durísimas, absolutamente demoledoras, caso de El señor Durant, incluida en La soledad de las parejas, que retrata a un padre de familia de clase media que engaña a una inocente secretaria y cuando ésta se queda embarazada, le paga el aborto, se deshace del problema con total frialdad, como si nada, y recobra la tranquilidad de su dulce hogar mientras planea nuevas conquistas. La manera en la que Parker plantea la historia da idea de su maestría como cuentista y de su ácida mirada sobre la sociedad de su tiempo. En el premiado relato Una rubia imponente, que forma parte de la misma recopilación, la autora narra el declive de una mujer y el deterioro de un matrimonio que desemboca en el aburrimiento, el vacío, la incomunicación, la violencia y el alcohol.
En El permiso maravilloso, que sí aparece en Colgando de un hilo, nos cuenta de qué manera una joven esposa vive pendiente de los permisos de su marido, un soldado con el que apenas ha convivido, y cómo una y otra vez las visitas tan esperadas se frustran. Es una situación simple, apenas el desarrollo de los pensamientos de la mujer; apenas el diálogo posterior con el esposo -un mínimo intercambio de frases, de pareceres- pero en unas pocas páginas Parker nos ha transmitido el desolador abismo que se abre entre ambos personajes, la desconexión, una distancia insalvable más allá de la separación circunstancial.
¿Qué es una familia ideal? ¿Qué se esconde detrás de las familias, de las parejas ideales? He aquí algunas de las preguntas que plantean los cuentos de esta mujer que supo levantar las capas de la apariencia, lavar de maquillaje los rostros y mostrarnos las carencias escondidas, el fracasado juego de las representaciones, de los teatros de cartón piedra, de los afectos impostados, de la falsas ilusiones y la ausencia de autenticidad. Ya basta de mantener las formas. Ya basta de buenas costumbres y chicas modositas, correctas y perfectas, parece clamar Parker en sus cuentos, poniendo de manifiesto su indocilidad, su irreverencia, su convencido feminismo. Nos gustan sus cuentos por su mérito literario, pero también, como sucede con tantas otras mujeres escritoras, en la estela de Virginia Woolf, por lo certeramente que nos muestran las dificultades de la mujer para liberarse de las trampas de la educación, de la tradición, de las ideas largamente aceptadas sobre su rol en la familia, en la sociedad.
¿Qué es una familia ideal? ¿Qué se esconde detrás de las familias, de las parejas ideales? He aquí algunas de las preguntas que nos abren los cuentos de esta mujer que supo levantar las capas de la apariencia, lavar de maquillaje los rostros y mostrarnos las carencias escondidas, el fracasado juego de las representaciones, de los teatros de cartón piedra, de los afectos impostados, de la falsas ilusiones y la ausencia de autenticidad.
Es evidente que la literatura de Dorothy Parker corrió en paralelo a sus circunstancias personales, a su biografía. Son muchas las Dorothy Parker que asoman en sus relatos y todas ellas perfilan el retrato de una mujer compleja, temperamental, llena de contradicciones. Casada en dos ocasiones, la primera con un corredor de bolsa de Wall Street: la segunda, en los años 30, con el actor Alan Campbell, con quien mantuvo una tormentosa relación llena de peleas y reconciliaciones, Parker tuvo problemas con el alcohol, intentó suicidarse más de una vez y murió a los 73 años en una habitación de hotel de Manhattan, en soledad, presa de esa soledad que tan bien supo transmitir en sus relatos.
Fue su vida una sucesión de claros y sombras, de subidas y bajadas, de logros y pérdidas. Hasta nosotros ha llegado su leyenda: la leyenda del glamour, asentada sobre los pilares del ingenio y la mordacidad que la llevaron a abrirse paso en una cultura de hombres. Parker brilló en las fiestas del momento, en los salones de la bohemia neoyorquina, en la mitificada tertulia del hotel Algonquin, el club literario donde se daban cita destacados personajes de la vida artística del momento. Culta, atenta a la moda y amante de la lectura, vivaz e inteligente, sus comentarios e ironías eran muy celebrados y en una etapa de su camino mantuvo trato con escritores como Scott Fitzgerald, Hemingway y Dos Passos. Conoció el éxito como crítica de teatro, como poeta y autora de relatos. Sus historias ácidas, divertidas, afiladas, eran buscadas por el público en revistas como la citada The New Yorker, donde fue una de sus plumas de referencia desde el principio, The Bookman, Cosmopolitan, Vanity Fair y Harper’s Bazaar, entre otras. Y llegó a escribir para Hollywood el guión de la película Ha nacido una estrella, de William A. Wellman.
Pero hay otro lado menos conocido de Dorothy Parker. Esa mujer sofisticada, que mantuvo en sus mejores tiempos un alto tren de vida, miró de frente a la pobreza y a la desigualdad, comprometiéndose con las causas de los más débiles y luchando contra cualquier atisbo de totalitarismo, de xenofobia. Fue fundadora de la Liga Antinazi de Hollywood, se puso del lado de la República durante la Guerra Civil Española (escribió un cuento, Soldados de la República, ambientado en Valencia, y después de un viaje al país llegó a aborrecer las corridas de toros) y se comprometió activamente en la defensa de los derechos de la gente de color, siendo perseguida por sus ideas de izquierda por la Comisión de Actividades Antiamericanas, en el tiempo de la “caza de brujas” promovida por el senador McCarthy.
Parker brilló en las fiestas del momento, en los salones de la bohemia neoyorquina, en la mitificada tertulia del hotel Algonquin, pero esa mujer sofisticada, que mantuvo en sus mejores tiempos un alto tren de vida, miró de frente a la pobreza y a la desigualdad, comprometiéndose con las causas de los más débiles y luchando contra cualquier atisbo de totalitarismo, de xenofobia.
Este perfil se refleja también en sus escritos y ha sido el que más ha despertado mi interés en este reencuentro con ella. Hay relatos en los que Parker sale del ámbito de las fiestas, y de los frecuentes espacios íntimos donde pone a discutir a sus parejas, y opta por acercarnos a la realidad de la calle. Hay otros muy reivindicativos y críticos, aunque no fueran seguramente esos los más aplaudidos ni los preferidos por los responsables de muchas de las publicaciones para las que trabajó.
“Durante días de horror, desesperación y cambios en el mundo”, escribe como encabezamiento de una de sus piezas, Del diario de una dama neoyorquina, donde se ríe del egoísmo y de las banales preocupaciones de una mujer de mundo, mucho más sola de lo que las apariencias muestran. En El banquete de sapos, escrito en diciembre de 1957 en The New Yorker y donde el tema central vuelve a ser la ruptura de una pareja y el lamento continuado de ella, incapaz de reconocer cualquier tipo de error en su condición de abnegada esposa, la autora mira al exterior, a los tiempos que corren: “Aquel fue un año de locos, un año en que las cosas que debían haber ocurrido a su debido tiempo salieron de cualquier manera. Fue un año en que la nieve cayó copiosa y duradera en pleno abril, y los periódicos sensacionalistas publicaron fotos de chicas vestidas con pantalones cortos tomando el sol en Central Park en pleno enero. Fue un año en que, pese a la gran prosperidad reinante en la nación más rica, no podías andar cinco manzanas sin que los mendigos te pidieran limosna; en que no era infrecuente ver mujeres llamativas, de paso vacilante, vestidas con trajes caros, exhibirse en lugares públicos; en que los mostradores de las farmacias rebosaban de pastillas para tranquilizarte y de pastillas para animarte…”
Dorothy Parker nos está hablando de un tipo de sociedad, de vida, que no nos resulta tan distante. Con breves pinceladas traza la angustia, la desesperación, que late por debajo del ritmo frenético de las grandes urbes, el drama de la pobreza ante el que tantos responden con indiferencia, la no aceptación de la tristeza, la lucha por mantener el estatus a cualquier precio.
Hay otro relato, Sentimentalismo, que me ha recordado irremediablemente a otra escritora que también colaboró en publicaciones femeninas y supo mirar a los más desfavorecidos desde su posición de mujer de mundo. Me refiero a Clarice Lispector. La protagonista de este cuento de Parker, llorosa y desconsolada por una reciente ruptura, mira desde la ventanilla del taxi a “una vieja chacha” e intenta ponerse en su lugar, envidiando el “corazón insensible” que ella le supone. Algunas de las protagonistas de Lispector reciben un gran impacto al detectar la diferencia de clases, al constatar que hay gente que sufre mientras ellas viven sus vidas acomodadas, conscientes de que la felicidad no puede ser plena mientras alrededor hay gente luchando por la mera supervivencia.
Hay una narración, Arreglo en blanco y negro, ante la que no podemos más que caer rendidos. Resulta genial la fina ironía de la autora para transmitir la hipocresía de parte de la buena sociedad neoyorquina ante los derechos de la gente de color. Parker conocía bien a esa gente dispuesta a la caridad y a las buenas obras, pero incapaz de reconocer como iguales a los que tenían a su servicio como criados y a los que consideraban inferiores por el mero color de su piel. Nos lo cuenta de una forma tan divertida como demoledora, a través del diálogo entre el anfitrión de una fiesta y una de sus invitadas, una señora ansiosa por conocer al fabuloso cantante negro que anima la reunión y ante el que, aunque se esfuerce en demostrar lo contrario, no puede ocultar sus prejuicios.
Finalmente, no puedo dejar de hablaros de Vestir al desnudo, el cuento que cierra El silencio de las parejas, donde mejor se condensa el compromiso, la sensibilidad, la ternura, el vuelo poético de Dorothy Parker, su rabia ante las injusticias del mundo. Los protagonistas son Big Lannie, una lavandera negra, y su nieto Raymond, un niño ciego que “sólo conocía el bien”. De nuevo la caridad de las buenas damas neoyorquinas, practicada como una forma de quedar bien ante los demás, sale a relucir en esta pieza durísima que pone sobre el tapete el tema del racismo. Parker contrapone a la crueldad de los poderosos la inocencia y la bondad de un niño que, incapaz de ver, siente que el mundo puede ser un lugar bello cuando se toca con el corazón.
En Diario de una dama neoyorquina la protagonista dice que a veces se sentía tan asqueada que podría ponerse a aullar. Seguramente esta declaración vertida en un relato a primera vista muy frívolo, dice mucho de la mirada, de la manera de estar en el mundo, en el tiempo que le tocó vivir, de Dorothy Parker. Llegada a este punto no puedo evitar establecer un paralelismo con la protagonista de Desayuno con diamantes, de Truman Capote, porque como ella Parker participó de la juerga, de la fiesta prolongada, pero siempre con un profundo pozo de tristeza, con una ternura y una vulnerabilidad que dejó traslucir en sus relatos. Sus biógrafos han hecho correr la leyenda de que era temida por sus comentarios afilados, y seguramente fue así. La sagacidad, la mordacidad, de la escritora está patente en sus relatos, pero también la empatía a la hora de acercarse a los otros, no sólo con las palabras, sino también con las acciones, con los gestos.
En “Diario de una dama neoyorquina” la protagonista dice que a veces se sentía tan asqueada que podría ponerse a aullar. Seguramente esta declaración, vertida en un relato a primera vista muy frívolo, dice mucho de la mirada, de la manera de estar en el mundo, en el tiempo que le tocó vivir, de Dorothy Parker.
Hoy podemos seguir aplaudiendo su capacidad crítica, su manera de sacar a la luz las grietas del tan aclamado estilo de vida americano, la falsedad de la sociedad bienpensante. Hoy Dorothy Parker seguiría reconociendo el cinismo y las mentiras del poder y seguiría divirtiéndonos con su caricatura. Hoy, los relatos de Parker siguen haciéndonos reír y llorar, porque, en el fondo, supo captar la sensación de las rupturas, de los adioses, de las soledades, así como esa profunda melancolía que, en cualquier hora y lugar, se apodera de nosotros cuando percibimos que, en medio del ruido, de la velocidad, de las imposiciones y trabajos de este tiempo que habitamos, nos estamos perdiendo algo, tal vez lo más esencial.
NOTA FINAL: Si queréis conocer más sobre Dorothy Parker, hay una biografía sobre la escritora de Marion Meade en la editorial Circe, fechada en el 2000. También resulta interesante la película sobre ella de Alan Rudolph, La señora Parker y el círculo vicioso, con la actriz Jennifer Jason Leigh en el papel de protagonista.
La recopilación de relatos Colgando de un hilo acaba de ser publicada por la editorial Lumen, con Jordi Fibla, Celia Filipetto y Carmen Francí, como traductores. Para escribir este artículo he recurrido también a las ediciones de otras dos volúmenes de cuentos, La soledad de las parejas y Una dama neoyorquina, en la antigua Versal. Hay una edición en tapa blanda de los cuentos de la escritora, Narrativa completa, en Debolsillo.