Pintura de cabecera: Domenico di Michelino, Dante y la Divina Comedia, 1465. Florencia, Catedral de Santa María del Fiore
José de María Romero Barea © 2021 /
En esta época de citas online y ciberdelincuencia, la importancia de un clásico radica en el persuasivo argumento de ser capaz de mitigar la disonancia potencial que nos infligen las nuevas tecnologías. Su frecuentación mejora nuestra comprensión de lo que sucede a nuestro alrededor, aumenta nuestras capacidades cognitivas. Qué es un libro sino una prótesis imperecedera, una memoria portátil, siempre al alcance de la mano. Ilusión de vida cuando nada nos parece real. Ejercicio de restitución, de elaborada piratería, donde el autor saquea la imaginación ajena para conjurar el heroico trabajo de entender lo que nos pasa.
Se reimprime estos días, tan radical como cuando fue concebida, la Comedia del poeta, político y provocador Dante Alighieri (Florencia, 1265 – Rávena, 1321), feroz en su empatía intransigente. En el año en que conmemoramos el 700 aniversario de su muerte, vuelve, gracias a la editorial Acantilado, la premiada traducción del poeta, filólogo, y músico español José María Micó (Barcelona, 1961), una empresa bibliográfica tan heterogénea como su autor, repleta de éxitos y controversias, un tributo al maestro de las realidades imposibles, de la visión extática de Dios.
En un mundo tan globalizado como polarizado, la Comedia reivindica la simpatía. Hoy que la Guerra Fría nos aboca a nuevas formas de enfrentarnos, hoy que el confinamiento nos empuja al ciberespacio, el regreso a la (no tan nueva) normalidad nos obliga a repensar cómo estructurar nuestros desasosiegos. Dante escribe con urgencia sobre nuestro futuro, insiste en que nosotros, los lectores, no debemos optar por aislarnos, sino por adentrarnos junto a él en un universo subterráneo que redunda en el ruido constante, el ecosistema perpetuo.
A pesar de su ambivalencia, sobrevive la reputación póstuma de su hacedor, aventurado en los caminos del Infierno, a merced de “lenguas extrañas, raras jerigonzas, / palabras de dolor, gritos de ira, / quejas, susurros y batir de palmas”, premoniciones sobre nuestra postpandemia, conceptos divorciados de su entorno hasta conformar un legado maniqueo de entusiasmos, disquisiciones, inquisiciones manifiestas: “Su fronda no era verde, sino oscura; / sus ramas, retorcidas y nudosas; / sus frutos, sólo espinas venenosas”.

Virgilio y Dante, maestro y alumno, deambulan a través de sus propios laberintos, abiertos al lenguaje que avanza a tientas tras la desintegración, la solidificación, el ahogamiento, la dispersión de la individualidad; el autor se descentra, mira hacia adentro. Se encuentra toda la existencia, real o virtual, en esta composición universal escrita antes de Internet, un recuento de las convulsiones a las que el florentino asistió, incursiones que dejan su poso en el museo del poema, una forma de duelo público, de íntima autoterapia, mediante la cual el letraherido busca un significado al dolor caótico frente a la inminente muerte del yo. El poder es el tema, la alternativa a la conquista es la destrucción, una experiencia acumulativa sin aliento, un viaje salvaje, un largo recorrido.
Un laberinto de sentimientos, emociones, acciones, prueba de que las historias son los cimientos de nuestra cultura. Su genio es envolvente, su alcance detallado. Su juicio exacto. La Comedia replica sus experiencias de transición, donde la alegría y la belleza se ven amenazadas. Involucrados en las políticas legales, gubernamentales y corporativas del momento, los movimientos de lo inescrutable incluyen fetiches y adicciones, agregan capas de memoria a los estratos sedimentados. Son la materia prima con todos sus defectos, con un ojo tanto literal como figurado para la oscuridad. Se despliegan ritos de iniciación, personalidades distorsionadas, abandonadas a sus inclinaciones, inofensivas o no, en estudios del pasado antes de la telefonía inteligente y el digital desvarío, en la Edad Media de nuestra actualidad trufada de televisión por cable: “¿Quién podría narrar, aunque lo hiciese/ en prosa y repitiéndolo mil veces, / la sangre y las heridas que yo vi?”.
Toda la existencia, real o virtual, se encuentra en la “Comedia”, una composición universal escrita antes de iNternet, un recuento de las convulsiones a las que asistió el autor florentino y que dejan su ppso en el museo del poema.
Fue Dante un erudito que concibió la historiografía no solo como base para la práctica teórica, sino como un medio para promover influencias. Se ocupa lo mismo de la guerra que de la paz, del comercio que la diplomacia, la religión o la mitología: “Por un agujero vi las cosas/ bellas del cielo. Y por allí salimos/ a contemplar de nuevo las estrellas”. Artefactos recolectados en las distintas galerías del Purgatorio nos conducen a los distintos seres, un caos que corresponde a la ontológica inestabilidad del escritor, a través de diferentes vías, infinitas posibilidades: “Busca la libertad, que es bien preciado; / lo sabe el que por ella da la vida”. Lejos de ser una zona oscura y muerta, como alguna vez se pensó, el abismo brilla. Preocupado por realidades alternativas, el poeta se basa en las posibilidades imaginativas de los avances tecnológicos de su época a partir de las pasiones olvidadas.

Se reverencia la dignidad universal y su complejidad, una lucha imaginativa y emocional con la realidad en inventos y creaciones que demuestran el auge de la erudición como forma de transformar los regímenes del pseudointelecto, “la vanagloria del ingenio humano: / ¡Qué poco dura el verde en vuestras hojas/ si los días más fértiles se alejan!”. La sabiduría no se considera corruptora sino liberadora; es el deseo de prohibir lo que nos corrompe. Si el yo es otro según Rimbaud, el vate italiano trasciende el egoísmo ilustrado al dividirse en sus extraños inventados, se multiplica en las identidades de sus personajes. En medievales lecciones de textual lujuria, orgías de fecundación masiva a cargo del cerebro que engendra entelequias abarrotadas, invisibles constructos, espacios sagrados, relicarios a los que acudir para comulgar con las tradiciones.
Fue Dante un erudito que concibió la historiografía no solo como base para la práctica teórica, sino como un medio para promover influencias. Se ocupa lo mismo de la guerra que de la paz, del comercio que la diplomacia, la religión o la mitología.
La argumentación razonada es parte indispensable de nuestra búsqueda de conocimiento, la claridad y sus ambigüedades. Se celebra aquí nuestra capacidad para hallar significado en el reconocimiento de que el sentido no es algo que descubrimos, sino algo que creamos. Se trasciende así la minería del mito en busca de analogías, visiones del orbe que ilustran el recorrido de la humanidad (“con tal remedio y alimento/ [que] podrá cicatrizar al fin su herida”). De sus controvertidos episodios, regresamos “reverdecido[s] como los renuevos/ llenos de nueva fronda, limpio[s], puro[s]/ y dispuesto[s] a subir a las estrellas”. Abstraído, indeciso sobre cuál de sus avatares debe fingir ser, Dante se despersonaliza a sí mismo, cuestiona la inmortalidad preferible a la soledad de la extinción.
Nos muestra el Paraíso, por último, “de la verdad más bella el dulce rostro”. Accesible el caos primordial, la desordenada región metafísica previa al Big Bang, donde el razonamiento científico se abandona en brazos de la Gran Respuesta. Un punto de luz es Dios; luego tres círculos que representan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; nueve anillos de ángeles; por último, Beatriz. Encapsula lo que sabemos sobre el destino del ser, porque “los deseos allí son plenos, puros, / perfectos; solo en esa esfera última/ todo está fijo donde siempre ha estado”. Se auscultan las capacidades cognitivas, conductuales, (“los usos de los hombres vienen/ y van como las hojas de los árboles”), afectivas y motivacionales, explotadas o comprometidas junto a comentarios sobre la “voluntad y [el] deseo/ [que] giran con la fuerza del amor/ que mueve el sol y las demás estrellas”. Se defiende la primacía de la vida interior, es decir, la parte de nosotros que los algoritmos todavía no pueden reconocer ni monetizar, conexiones entre ideas en el espacio democratizado de una felicidad que resiste el significado de la cronología. ¿Cómo podemos conformar la asimetría o articular el silencio?

Setecientos años después de la muerte del padre de la lengua italiana, asistimos maniatados a los estragos que las redes de intercomunicación provocan en nuestro alienado comportamiento: los versos ganan en lugar de perder significado, plantean más preguntas de las que responden, reconocen la ambigüedad inherente a todas las cuestiones éticas, se reinterpretan en un libro de libros, un vademécum “que no nos habla del saber”, sostiene su traductor, especialista en los clásicos de los Siglos de Oro, “sino del vivir, de la vida mortal y de la vida eterna”. Leer es desplazarse a través de la historia de la literatura junto al bardo europeo, un despliegue visionario del mapa bíblico, una amalgama intertextual de mundos ficticios, renovada por la imaginación, encarnada las líneas que fluyen, ondulan o truenan incansables.
Moldeado por los patrones culturales heredados de su entorno, este clásico nos ayuda a debatir sobre la diferencia, hoy que la diversidad y su defensa genera debates políticos. La Comedia traza el panorama general de su época, al tiempo que escruta las implicaciones metafísicas de la nuestra. Se habilitan las escenas como espacios de contemplación, formas de reflexionar sobre el legado, complementar con la que nos llegan a través de los medios. En el microcosmos de la página, todas las maravillas a disposición de la mente inquisitiva. Erudito y elíptico, sucinto y autorreferencial, apasionado y desconcertante, un volumen de otro mundo que nos abre los ojos al propio, mientras nos somete “a la admirable concreción de las palabras”, concluye Micó, “porque para Dante no existe nada que no pueda decirse poéticamente”. Decodificamos nuestro pasado a través de este texto siempre presente, inmemorial jardín conceptual, banco de semillas para civilizaciones venideras.
FIRMA SUMERGIDA: JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA
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José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Autor del libro de poemas Agnusdéi (Ediciones en Huida, 2018) y la novela WTBTC (Amargord, 2018). Ha traducido Gerald Stern. Esta vez. Antología Poética, Robert Lowell. Poesía completa y el poemario Ornitología en tiempos de guerra (los tres en Ediciones Vaso Roto) y el número especial de «Revista Ánfora Nova» (2017) Ríos ancestrales: poesía afroamericana contemporánea. Colabora, entre otros, con los diarios «Le Monde Diplomatique», «La Vanguardia (Revista de Letras)» y las revistas «Claves de Razón Práctica», «Quimera» y «Nueva Grecia», de cuyo consejo de redacción forma parte.