Percival Everett: “Mi obra no existe hasta que alguien la lee y completa el círculo”

Emma Rodríguez © 2019 /

Una imagen es un secreto sobre un secreto”, dijo la fotógrafa Diane Arbus, una artista que intentó aproximarse a la extrañeza, la indefensión, la diferencia de los otros, buscando a través de su mirada perturbadora, realidades marginales en las que, en cierto modo, sentía que se retrataba a sí misma en lo más profundo. Las palabras de Arbus son tomadas por el escritor estadounidense Percival Everett (Georgia, 1957) como arranque de su novela Cuánto azul. Siempre he sido un gran admirador de Diane Arbus. No es que la tuviera presente durante todo el tiempo que estuve escribiendo la novela, pero evidentemente para mí es una referencia. Me siento muy cerca de la manera que tiene de exponer los temas, con tanta empatía y afecto… Su trabajo está cargado de elementos extraños, pero es capaz de encontrar la humanidad y eso es lo que más admiro”, señalaba el autor en la conversación mantenida en su reciente viaje a Madrid para promocionar la obra, editada en castellano por el sello De Conatus.

La célebre frase de Arbus no puede estar mejor elegida, ni puede ser más idónea para empezar a hablar de este libro en concreto y de toda la trayectoria de Everett, pues los secretos son fundamentales en el desarrollo de la historia, pero también en el proceso creativo del autor y en su manera de entender el papel activo de los lectores, que son quienes han de ir despejando los enigmas, hallando respuestas. De hecho, la necesidad de saber, de comprender, qué está sucediendo, qué anhelos, qué misterios, que turbiedades y revelaciones mueven al protagonista, Kevin Pace, un pintor abstracto afroamericano de 56 años, al que le ha llegado la hora de hacer recuento, de juntar las distintas piezas de su vida para encontrarle un sentido, es un hábil motor que nos mueve a seguir pasando las páginas, con la sensación de que caminamos en paralelo al personaje, a tientas hasta el último momento, buscando algo difícil de definir que nos involucra porque tiene mucho que ver con el caminar a tientas en el discurrir de la vida.

Considero que mi obra no existe hasta que alguien la lee y completa el círculo. La experiencia, el contexto, el tiempo de cada cual, son determinantes. El autor deja de tener el control sobre lo que quiere decir porque el significado de lo que expresa siempre se lo acaba dando el receptor. Puede que algo tenga un gran significado para el que escribe, pero no para el que lee...”, reflexiona este hombre parco en palabras de quien el crítico Alberto Manguel señaló hace unos años, a raíz de la publicación en España de X, otra de sus novelas, que se trataba de “una de las perlas escondidas de la literatura norteamericana, de uno de los más audaces, originales, inteligentes escritores norteamericanos de nuestra época…”

A Everett no le interesa ofrecer pistas sobre su novela; da a entender incluso que mientras trabaja en una ficción no tiene del todo claros sus ejes, sus líneas de desarrollo, los planos en los que ha de moverse. Su vocación comenzó siendo filosófica. La necesidad de contar historias surgió de manera imprevista. “Tristemente, cuando me preguntan por mis orígenes de escritor, mi respuesta no es muy romántica. Yo estudiaba filosofía, en particular a Wittgenstein, y mientras veía a las personas filosofar entre ellas acerca de sus ideas, de sus obras, empecé a construir escenarios en mi mente, a pensar que la ficción era una buena manera de hablar de filosofía”, explica.

Se trata de “una de las perlas escondidas de la literatura norteamericana, de uno de los más audaces, originales, inteligentes escritores norteamericanos de nuestra época…” , ha dicho de Everett el crítico Alberto Manguel.

Ese fondo filosófico está muy presente, desde el comienzo, en Cuánto azul, en el cariz introspectivo, meditativo, de la voz en primera persona del narrador. “Empezaré por las dimensiones. Como debe ser. Un amigo mío matemático me dijo una vez, o quizá dos, que las dimensiones hacen referencia a la estructura constituyente de todo espacio y a su relación con el tiempo. No entendí esta afirmación y sigo sin entenderla, a pesar de su encanto poético obvio e innegable. También intentó explicarme que las dimensiones de un objeto son independientes del espacio en el que el objeto está inserto. No tengo claro que ni siquiera él entendiera lo que estaba diciendo, aunque parecía bastante cautivado por la idea. Lo sí entiendo es que mi lienzo mide tres metros con setenta y cinco centímetros de alto y seis metros y medio de ancho…”, transcribo el inicio de la novela.

Estamos ante una historia con estructura de tríptico, contada en tres partes que se van intercalando y que responden a los títulos: 1979; Casa y París, siendo cada una de ellas esencial para comprender las otras, para armar el puzzle existencial que se nos presenta y cuyo centro es un cuadro secreto, de grandes dimensiones, que el protagonista mantiene escondido, alejado de la vista de todos sus conocidos, incluso de sus seres más queridos, lo cual no deja de crear tensiones. Hay muchas novelas en esta novela. Cada lector encontrará la suya o las suyas, pues se trata de una obra que se abre a distintas pantallas, interpretaciones. Yo puedo hablaros de una historia sobre las etapas de la vida, “sobre ser viejo y ser joven, pues en cada una de las partes encontramos al protagonista en momentos diferentes de su vida, ante circunstancias y decisiones que van forjando su existencia y su trabajo creativo.

Cuando nos acercamos al joven estudiante de arte que en 1979 se encontró atrapado en la Guerra Civil de El Salvador, donde vivió experiencias durísimas e imborrables, de esas que transforman, forjan un carácter y pueden llegar a modificar, a torcer el rumbo de una vida, entendemos mejor al hombre maduro –el del presente– que se enfrenta a las frustraciones cotidianas en el entorno rural de un pueblo estadounidense en Nueva Inglaterra; que intenta superar la adicción al alcohol mientras busca el equilibrio entre los conflictos y las bondades de su vida familiar, el verdadero valor de los afectos. Y sabemos más de él en la recreación de otro capítulo intermedio e importante en el trayecto: el del artista de éxito que en el transcurso de una estancia en París se enamora de una joven acuarelista que le descubre otra clase de amor.

La creación y la vida van de la mano, son inseparables, en esta entrega que tanto nos dice sobre los cambios, sobre las mudas de piel que experimentamos en la vida. ¿Sucede lo mismo con el autor? ¿Su propio recorrido, sus descubrimientos, entran en sus ficciones? “Nunca sé lo que mis novelas significan, pero me gustaría pensar que eso es verdad. Creo que el escritor lleva su equipaje vital a cuestas, totalmente. La obra creativa se va desarrollando a medida que se evoluciona como persona…”, responde Percival Everett.

Sigamos buscando nuestros propios significados, mejor deslumbramientos, en Cuánto azul, una obra que participa, de forma natural, sin ningún tipo de pedantería, del lenguaje pictórico, un lenguaje que el autor conoce bien, puesto que también practica la pintura. Las reflexiones sobre el arte, sobre los materiales y los ambientes del arte; las tonalidades y texturas; la búsqueda de la belleza aún en situaciones de gran crudeza, en paisajes que se quedan fijados en la memoria por su impacto visual, son importantes en una narración que nos habla de la conquista de un color, el azul, un color que al protagonista le resulta difícil controlar, que se hace presente en momentos clave, que marca escenas dramáticas.

“Nunca sé lo que mis novelas significan, pero me gustaría pensar que eso es verdad. Creo que el escritor lleva su equipaje vital a cuestas. La obra creativa se va desarrollando a medida que se evoluciona como persona…”, declara el autor.

Por mucho que el azul fuera un color tan popular, por mucho que gustara y encantara a tanta gente –nadie odia el azul–, yo no lo podía usar. El color de la confianza y la lealtad, sujeto de discursos filosóficos, nombre de una forma musical, el azul no era para mí. Y por extensión tampoco era mío el verde. De hecho en japonés y en coreano el azul y el verde tienen el mismo nombre. Por muy azul que sea el cielo, el color les llegó tarde a los seres humanos. Los rojos, marrones y ocres que yo tanto usaba eran los colores de los cavernícolas, que no tenían nada azul en las paredes. Yo a veces odiaba el azul. No soportaba ver el azul prusiano de las olas de Hokusai. Por aquella razón, por mi odio a aquel color, yo sabía que era algo importante, que el odio que le tenía era resultado del miedo, y que el miedo, como todo miedo, era resultado de mi falta de entendimiento…”, reflexiona Kevin Pace.

También hay reveladoras referencias a artistas diversos a través de los cuales, marcando afinidades o diferencias, el escritor va definiendo a su personaje. Ahí están, entre otros,  Matisse, Monet, Picasso, o Leonardo da Vinci, a quien alude nuestro pintor del siguiente modo: “Lo que yo admiraba de Leonardo da Vinci era su ansia insaciable de entender todo lo que le rodeaba. Se trata de un rasgo positivo en un artista, pero en ese sentido yo era un fracaso estrepitoso; a cada momento quería saber cómo afectaba la luz al color, cómo afectaba la textura a la orientación espacial, y, sin embargo, en lo tocante a mi vida interior, era ciego a la forma en que mis secretos habían influido y dado forma a mi visión, en el sentido más literal…”

Ya fuera de la novela, en la conversación, señala Percival Everett que el arte visual es una inspiración importante en su trabajo, “sobre todo los artistas abstractos”. Y cita a Jackson Pollock, a Robert Motherwell, a Rothko, que le parece menos emocional, pero que le cautiva con sus colores… Es evidente que su propia experiencia como pintor le ha ayudado a trazar el retrato del personaje central. “En todos los libros de ficción se necesita que haya algo de la experiencia personal del escritor, pero tampoco es lo más importante”, declara, y reconoce que su trayectoria le ha demostrado que los colores no pueden ser conquistados. “A lo que podemos llegar es a sentirnos en paz con ellos”, dice, asegurando que ha conseguido sentirse en paz con el azul, un color que siempre le ha parecido “interesante, porque, a pesar de que se suele adscribir al territorio del frío, se trata de un color bastante cálido, lo cual se comprueba al observar la llama del fuego y ver que la parte más caliente es azul...”

Antes os hablaba del tono meditativo, filosófico, que anima toda la novela y que se expresa a través de los pensamientos, de las reflexiones del protagonista. El miedo, el peligro, la belleza, el amor, la vejez, la reconciliación, entran en una historia en la que los acontecimientos –incluso la acción, la aventura, desarrollada en la parte dedicada al viaje a El Salvador– se acompañan de contemplación e introspección en el yo más íntimo; donde los lectores tenemos que ir buscando conexiones y respondiendo a preguntas que nos hacemos al mismo tiempo que se las va planteando Kevin Pace, quien nos dice: “Necesitaba encontrar la pieza de mí mismo que había perdido, fuera cual fuera…

Ha señalado Everett que si algo busca es llegar algún día a escribir una novela abstracta y, en cierto modo, parece que está situando las piedras del camino, porque, vamos pasando las páginas de Cuánto azul sin encontrar respuestas claras a los enigmas que se plantean, pero sí, de igual manera que ante un cuadro abstracto, extrañados, enriquecidos por sus impactos y percepciones. Y todo ello a través de un lenguaje, de un estilo, que fluye con sencillez, sin complejidades, sin excesos.

La pintura era mía y solo mía, yo quería que fuera solo mía, que significara para mí y solo para mí. También me pregunté para qué la estaba pintando. Se suponía que aquel cuadro me iba a ayudar a entender algo, quizá a conectar con un mundo que no me gustaba mucho, pero mientras estaba allí sentado planteándome mi dilema actual, no me ofreció nada en absoluto. Por abstracto que fuera, era esencialmente una línea temporal, así de simple, pero el tiempo no se desplazaba por ella, no había intervalos, nada cambiaba, se aceleraba o se detenía. El hecho de que fuera secreta solo servía a sus secretos, a mis secretos, y de pronto entendí una verdad de las de palmada en la frente bastante simple y quizá obvia: que un secreto solo puede existir si es posible su revelación, su descubrimiento y hasta su traición”, nos va contando el protagonista.

El tono meditativo, filosófico anima “Cuánto azul” y se expresa a través de los pensamientos, de las reflexiones del protagonista. Los acontecimientos, incluso la acción, la aventura, se acompañan de contemplación e introspección en el yo más íntimo.

En sus entregas anteriores, X y No soy Sidney Poitier, publicadas en España por Blackie Books, el tono de Everett era más ácido, mordaz y humorístico. Esta novela es mucho más serena, más tranquila, menos llamativa, por decirlo de algún modo. El conflicto late de fondo. A raíz de la publicación del libro en Estados Unidos, el autor señaló que había llegado a entender que los momentos más emocionantes en la vida estaban muy cerca de casa, que no hacía falta ir muy lejos para encontrarlos. Al incidir sobre ello, sobre su efecto en el  registro de la narración, vuelve a mostrarse escueto, comedido. “Es simplemente un trabajo diferente y en cuanto al estilo he decidido basarme en las necesidades de la historia, pero es evidente que el proceso vital influye en lo que uno hace…”

Si en otras de sus obras los conflictos raciales estaban bastante más presentes, si la crítica y el sarcasmo ante la discriminación eran parte sustancial de sus señas de identidad, en Cuánto azul, no adquieren tanta importancia, pero se perciben de fondo, de manera sutil, en breves pinceladas. El tema está ahí, en todo lo que hace, en un presente que acentúa los enfrentamientos, las rupturas. Por ello no podía faltar la pregunta obligada: ¿Cómo se siente Percival Everett viviendo en la América de Donald Trump, una América evidentemente más racista y más cerrada a los de fuera?

He aquí su respuesta, su reflexión: “Lo primero que tengo que decir es que es vergonzoso, pero a partir de ahí es necesario situar las cosas. Trump no ha creado el racismo de América, pero sí lo hace peor, lo empeora y lo respalda. Hace 70 años había lugares a los que a una persona negra le daba miedo incluso ir, cuando yo era pequeño era impensable que hubiera un presidente negro. Ha habido cambios en positivo, es evidente, pero yo he estudiado mucho este tema y creo que el racismo no va a desaparecer, nunca se va a ir. No sé si como especie podemos llegar a superarlo algún día, si podremos dejar de avergonzarnos de cómo somos, de cómo actuamos frente a la diferencia. Por mucho que Trump sea estúpido, a mí no me da miedo, porque América siempre ha sido racista. Tengo muchos amigos blancos que me dicen que la elección de Trump ha arruinado sus vidas, pero lo dicen porque son blancos. Para los negros siempre ha habido racismo, pero ellos que no lo han vivido, creen que porque está Trump todo a ver más terrorífico que nunca...”

“Trump no ha creado el racismo de América, pero sí lo hace peor, lo empeora y lo respalda (…) No sé si como especie podemos llegar a superarlo algún día, si podremos dejar de avergonzarnos de cómo somos, de cómo actuamos frente a la diferencia”, comenta el escritor.

A partir de aquí, la charla se centra en la actualidad, en lo inmediato: los inmigrantes latinos, el muro con México… “Los gobernantes quieren que creamos que hay una amenaza que viene de fuera, pero la historia de Estados Unidos se basa en la inmigración y la economía depende de los que quieren entrar a EEUU. Si ahora los inmigrantes dejaran de trabajar todo se iría al traste. El miedo siempre se ha utilizado como motivación, en todas partes. En mi país los republicanos están consiguiendo que mucha gente se se esté preocupando en exceso por esto y a mí me gustaría ser optimista, pero no está en mi naturaleza hacerlo. Lo mas que puedo decir es que creo que es algo que va por rachas, por olas, y que espero que la que atravesamos ahora pase rápido...”

¿A Percival Everett le gusta involucrarse en política, cree que el intelectual debe hacerlo o cree que su papel es mantenerse al margen y hablar únicamente a través de su obra?

– Creo que el arte afecta a la cultura, a la sociedad, de forma irremediable. Creo que escribir un libro ya es un acto necesariamente político y que por eso los dictadores siempre han tendido a prohibir y a quemar los libros, una forma de acotar la información, de limitarnos. Considero que ya solo el acto de leer es una forma de activismo y para que la gente lea tiene que haber otros que escriban. El único problema que veo es el número de lectores, que no es demasiado elevado.

Everett , que reside en Los Ángeles, una ciudad que define como “muy creativa“, es catedrático en la Southern California University, donde actualmente dirige el Departamento de Estudios Literarios. Con una amplia experiencia en el ámbito de los talleres de escritura, está en contacto con jóvenes que siguen creyendo y apostando por las artes, por la literatura (“mis estudiantes deciden, eligen, escribir, y ya solo por eso tienen una relación diferente con la escritura que el resto de la población”, señala), pero es consciente de que la realidad va por otros derroteros, impulsada por la velocidad tecnológica, el influjo de las redes sociales, el reinado de las “fake news”. “Todo eso me preocupa porque conlleva que haya menos contacto con el lenguaje escrito. Que ahora la gente se comunique a través de mensajes tan breves y simplificados, da mucho que pensar. Y también el hecho de que el imparable avance tecnológico esté haciendo que tengamos menos contacto con otros seres humanos, que lleguemos a creernos que se puede tener amigos sin realmente llegar a comunicarse con ellos…”

“Creo que escribir un libro ya es un acto necesariamente político y que por eso los dictadores siempre han tendido a prohibir y a quemar los libros, una forma de acotar la información, de limitarnos. Considero que ya solo el acto de leer es una forma de activismo”, opina Everett.

¿Cómo enfrentarse a todo ello desde la universidad? ¿Qué enseña a sus alumnos Percival Everett?, es la pregunta. “Les enseño a leer y a entender que leer es una noción mucho más amplia de lo que parece. Estamos todo el rato leyendo, en las situaciones, en las películas, en los eventos…”, responde. También, como ha señalado en otras ocasiones, el escritor intenta transmitir a sus estudiantes que “necesitan ser fieles a sus propias visiones”; “que no deberían importarles los gustos de ningún maestro”; “que hacer arte literario es una tarea solitaria”…

Él, que estudió Filosofía en la Universidad de Oregón y cursó posteriormente un máster en Escritura Creativa en la de Brown [como escritor de ascendencia sureña reconoce la influencia de autores como William Faulkner, Flannery O’Connor y Katherine Anne Porter, entre otros, aunque no le gusta adscribirse a territorios ni géneros], optó por no asistir a ningún taller literario, pero considera que para muchas personas que están empezando a escribir puede ser muy beneficioso. “La escritura, como la pintura, o la música, es un arte y también requiere de una técnica. Hay mucha gente que considera que no se puede enseñar a escribir, pero es como cualquier otra actividad creativa; claro que se puede enseñar, lo cual no quiere decir que todo el mundo que asiste a un taller vaya a convertirse en escritor, del mismo modo que todos los que aprenden a tocar el violín no se convierten en violinistas profesionales”.

Regreso a Cuánto azul. Paso las páginas y me detengo en algunas de las frases, de los párrafos, que fui subrayando mientras leía la novela: “Esta es la historia que contaré ahora. Una historia sobre ser viejo y ser joven…” / Parecía que todos los colores habían desaparecido del mundo...” /  “Si te guardas un secreto durante un tiempo suficiente, al final simplemente ya no se puede contar o se niega a ser contado…”

Todo lo que vamos subrayando se articula como una especie de mapa de coordenadas, de pistas, destinado a hacernos recordar la ruta de lectura transitada, los descubrimientos realizados mientras vivimos la experiencia. He querido haceros partícipes de mis coordenadas en este artículo donde la conversación con el escritor se mezcla con mis propias impresiones y acercamientos. Espero haberos animado a entrar en esta aventura impredecible y huidiza que es Cuánto azul por vuestra cuenta, trazar vuestro propio mapa, porque como dice Percival Everett, es el lector quien acaba cerrando el círculo y hay tantas novelas como lectores.

“Cuánto azul”, de Percival Everett. ha sido publicado por la editorial De Conatus, con traducción de Javier Calvo.

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