Miriam Toews, cómo seguir adelante pese a las desgracias

Fotografía Cabecera por Carol Loewen /

Emma Rodríguez © 2022 /

La nuestra es una época esencialmente trágica, por eso nos negamos a tomarla trágicamente. El cataclismo ya ha ocurrido, nos encontramos entre ruinas, comenzamos a construir nuevos y pequeños lugares en que vivir, a tener nuevas y pequeñas esperanzas. Es un trabajo duro: no tenemos ante nosotros un camino llano que conduzca al futuro, pero evitamos o superamos los obstáculos. Tenemos que vivir por muchos que sean los cielos que hayan caído sobre nosotros”.

El soberbio comienzo de El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence, es una referencia clave en Pequeñas desgracias sin importancia, de la autora canadiense Miriam Toews (Steinbach, 1964), una de esas novelas que sorprenden por su capacidad para explorar lo que duele, para profundizar en las más hondas heridas sin renunciar a la esperanza, sin cerrar las puertas al “amor”, la “bondad”, el “optimismo” y la “fuerza”, palabras de ánimo, de consuelo, cuando la existencia amenaza con convertirse en un lugar oscuro, utilizadas en ese orden por el poderoso personaje de la madre de las dos hermanas protagonistas. 

La obra de Lawrence, con su llamamiento a la resistencia, a la construcción de refugios, a la esperanza, es una lectura con gran carga de complicidad entre las hermanas Von Riesen. Los libros que han leído, que leen, actúan como asideros, como puentes de afinidad, como compañía, en esta entrega cuyo título, de hecho, está tomado de un poema de Samuel Coleridge. En el transcurso de la novela la literatura es un elemento esencial y también la música. Una de las hermanas, Yolandi, Yoli, es escritora; la otra, Elfrieda, Elf, es una pianista prodigiosa. La primera se aferra a la vida e intenta por todos los medios que la otra no lleve a cabo lo que más desea en el mundo, morir, desaparecer.

El sucidio, la enfermedad mental, la depresión, son temas potentes de esta novela cargada de autenticidad, basada en las vivencias reales de la autora. Pero el peso dramático se combina con una gran maestría en el uso del humor, con una hábil y sabia mezcla de las emociones. Cuando perdemos a seres queridos lloramos, pero también reímos al recordar determinados episodios de sus vidas, momentos compartidos, anécdotas, confidencias… Toews consigue transmitir ese contraste, logra que la luz se cuele en las zonas sombrías; nos convence de que la fuerza de los afectos es la salida, el camino posible ante los momentos más crueles. Testigo del suicidio de su hermana y de su padre, ambos tirándose a las vías del tren, la autora recurre a la escritura para dar cuenta de experiencias de gran dureza frontalmente, sin miedos.

El sucidio, la enfermedad mental, la depresión, son temas potentes de esta novela cargada de autenticidad, basada en las vivencias reales de la autora. Pero el peso dramático se combina con una gran maestría en el uso del humor, con una hábil y sabia mezcla de las emociones.

Su gran mérito al traspasarlas a la ficción, al tomar la suficiente distancia para convertirlas en otra historia, al recrearlas y dotarlas de sentido, es haber logrado reflejar los grandes contrastes de la existencia. Esta novela nos hace tomar conciencia de que hay que asumir la tristeza, la angustia, la infelicidad, como partes esenciales de la vida; de que en ocasiones, ni las terapias ni las pastillas bastan para evitar el sufrimiento. Y también que la alegría consigue, de forma inesperada, abrirse paso entre las lágrimas. 

Pequeñas desgracias sin importancia es la historia de dos hermanas contada desde dentro, desde su complejidad, ese enmarañado hilo de complicidad, de admiración, de profundo amor, de secretos, de influencias, de celos soterrados, comparaciones y enfrentamientos también… Las hermanas Von Riessen crecen en un pequeño pueblo menonita, en una comunidad religiosa aislada y cerrada, donde las mujeres no deben destacar más allá de su papel de devotas cristianas y amas de casa. Para los hombres del grupo, entre los que no se incluye al padre, considerado un tipo raro, un amante de la lectura silencioso, reflexivo y depresivo, no había nada peor que el hecho de que las jóvenes optasen por estudiar, no había mayor enemigo que una chica con un libro”, va contando Yolandi, la narradora. Desde un primer momento queda claro que complacer esos deseos masculinos no entra para nada en los planes de las protagonistas.

“Pequeñas desgracias sin importancia2 es la historia de dos hermanas contada desde dentro, desde su complejidad, ese enmarañado hilo de complicidad, de admiración, de profundo amor, de secretos, de influencias, de celos soterrados, comparaciones y enfrentamientos también.

La rebeldía, el talento y la sensibilidad extrema caracterizan a Elf, que pronto se convierte en una prodigiosa pianista que viaja por todo el mundo y encuentra al compañero ideal; mientras que su hermana menor sigue un camino muy distinto: tiene dos hijos de padres diferentes, se dedica a la escritura y se enfrenta a problemas económicos. La disparidad de las vidas es importante, pues haber conseguido el éxito, haber visto cumplidos los sueños, no es suficiente para que Elf supere su angustia ante la vida, para que una y otra vez intente quitársela; mientras que, pese a los desastres y obstáculos que se va encontrando en el camino, Yolandi se aferra a ella a trompicones e intenta salvar a su hermana por todos los medios. Es su aliada, su compañera de juegos, de aventuras, de alegrías y sinsabores. En ella están las llanuras y los terrenos rocosos de la infancia compartida.

¿Es que no entiendes que soy yo la que te necesita a ti? ¿Qué a lo mejor estás en este mundo por una razón, que es ser mi puta hermana?, le dice enfurecida. Intenta convencerla, le hace frente en vano, desde la rabia y la impotencia. En ese afán por hacerla cambiar de idea, se esconde el miedo a quedarse sin esa otra parte que la constituye, que la hace ser quien es. ¿Por qué tan brusca interrupción; por qué no seguir “como antes, riendo, paseando, respirando, haciéndonos la pedicura, planeando cosas para la semana siguiente, y Navidades y la primavera y la vejez?,” se plantea la narradora.

¿Se puede luchar por mantener a alguien con vida contra su voluntad? ¿Se puede ganar esa lucha? son las preguntas que nos vamos haciendo mientras leemos. Transcribo al respecto un párrafo muy significativo: “Elf me explicó que se sentía igual que un hombre sobre el que había leído en el periódico, un tipo que era ciego de nacimiento y que entonces, a los cuarenta y tantos, se había operado de la córnea y de pronto había podido ver, y aunque le habían dicho que la vida sería increíble después de la operación, resultó un horror. El mundo le parecía deprimente, con sus defectos, sus dobleces, su podredumbre, la mugre y la tristeza: todo lo feo le saltaba ahora a la vista, apagado y descascarillado. Se hundió en una profunda desesperación y no tardó en morir. ¡Esa soy yo!, me dijo Elf. Le recordé que ella había nacido con vista, que veía, que siempre había podido ver, pero me dijo que nunca había llegado a ajustarse a la luz, que nunca había desarrollado una tolerancia al mundo…” 

La novela crece alrededor de las dos hermanas, pero destacan otros personajes. Como decía al principio, es poderosa la figura de la madre, un ser adorable, divertido, con una gran capacidad de adaptación a las circunstancias. Ella es quien ofrece en el recorrido una extraordinaria lección sobre la supervivencia. El recuerdo del padre, su manera tan especial de ser, sus decepciones, sus semejanzas con Elf, es una constante que afecta de forma irremediable el devenir de una familia marcada por la sombra del suicidio, por una pena contenida en el tiempo. Y se entablan intensos diálogos con hijos, amigas, amantes, parientes cercanos tan luminosos como el de la tía Tina, también con sus pérdidas a cuestas. Esta novela nos habla de la manera en que nos llega a afectar el pasado, los traumas de quienes nos antecedieron, sus miedos, sus rendiciones, sus traiciones. Esta novela nos conduce a un cruce de destinos, a una salvadora red de compañías, de afectos, de abrazos, muchos abrazos.  

Miriam Toews. Fotografía por Alessio Jacona

La fuerte tensión entre dos contrarios, entre dos maneras de sentir, de afrontar el hecho de vivir, nos mantiene en vilo mientras vamos leyendo. No se puede hablar de esta historia sin revelar el principal hecho que la sostiene, los deseos de Elf de quitarse la vida, su imposibilidad de seguir con lo que para ella no es más que un teatro, una farsa. 

El suicidio es un acontecimiento de la naturaleza humana del que, por mucho que se haya hablado y tratado de él, incita a todo el mundo a tomar partido y hay que tratarlo de nuevo a cada época”, reproduzco esta cita de Goethe a la que se alude en la novela y que da cuenta de la complejidad del tema. Al respecto esta novela ilumina esa zona tan sombría. Es todo lo que sucede alrededor del hecho, los efectos que provoca, el proceso por el que la hermana menor acaba entendiendo ese deseo y se plantea incluso ayudar a llevarlo a cabo, lo que nos atrapa. Es aquí donde la novela trasciende el marco concreto, íntimo, de la familia protagonista, para convertirse en algo que nos atañe como colectividad. ¿Hasta qué punto el tema del suicidio, de la muerte asistida, son asuntos que evitamos? ¿Cuánto sabemos de las motivaciones del suicida? ¿Estamos dispuestos a comprender, a respetar, a asumir? ¿Las sociedades de la apariencia, del escaparate, en las que vivimos intentan por todos los medios que no asome el sufrimiento, que no pensemos en la muerte? 

“El suicidio es un acontecimiento de la naturaleza humana del que, por mucho que se haya hablado y tratado de él, incita a todo el mundo a tomar partido y hay que tratarlo de nuevo a cada época”, ESCRIBIÓ Goethe.

Todas estas preguntas van surgiendo mientras leemos. Pequeñas desgracias sin importancia, que ha sido adaptada al cine por el  director canadiense Michael McGowan, es una novela valiente que lleva a pensar en asuntos incómodos, por los que preferimos pasar de puntillas, pero a los que Miriam Toews consigue que nos acerquemos desde otros ángulos, a través de logrados equilibrios. Hay hondura en el tratamiento del sufrimiento, hay dureza, pero el humor se muestra como una eficaz herramienta de resistencia. Las bromas, chistes y guiños cómplices, definen la relación entre las dos hermanas y entre los distintos miembros de la familia. La sabiduría de la vida asoma a través de los personajes de la madre y la tía. A veces lo único que podemos hacer es ser valientes, ni más ni menos, escuchamos a la primera de ellas.

“Bromeamos sobre lo impredecible de la vida y lo divertido que podía ser todo visto desde cierto ángulo… o desde cualquier ángulo”, leemos en un momento dado. La escritora Margaret Atwood en su elogio de la novela, destacado en la contraportada del libro, abre los siguientes interrogantes: “¿Qué hacer cuando tu maravillosa y querida hermana te pide que la ayudes a dejar este mundo porque la existencia le resulta intolerable? ¿Cómo convertir semejante historia en una obra creíble y, aunque dolorosa, también tremendamente divertida?

Hay hondura en el tratamiento del sufrimiento, hay dureza, pero el humor se muestra como una eficaz herramienta de resistencia. Las bromas, chistes y guiños cómplices, definen la relación entre las dos hermanas y entre los distintos miembros de la familia.

Por momentos, la voz que cuenta, me recuerda a Lucia Berlin, también a Dorothy Parker, a la que se recurre en un momento dado, concretamente su cita “ a ver qué infierno toca hoy” (tan representativa de un tipo de sarcasmo compartido). En ambas autoras, como en Miriam Toews, se da esa mezcla entre la crudeza y la suavidad, la tristeza y la alegría. En las tres se refleja de forma soberbia la tragedia y el absurdo de la existencia, con sus tintes grotescos, cómicos. Todos tenemos agujeros en la vida”, recuerda Yolandi la frase de una canción que ha escuchado interpretar a alguien en el parque, con acompañamiento de guitarra. 

Miriam Toews. Fotografía por Mark Boucher

¿Qué pasa con el talante que hay que tener para aceptar el don de la vida?” es otra pregunta clave. ¡Hay tantas! ¡Son tantos los momentos que nos conmueven, sacuden, inspiran, en este libro! Son tantas las páginas que he subrayado mientras leía, tantas las complicidades que he entablado con esta novela, que me cuesta contenerme a la hora de escribir. Pero no. No puedo contar mucho más. Cada cual deberá ir descubriendo por su cuenta. Si os diré que el final de la novela, en parte una larga carta, es luminoso, cargado de liberación, de ligereza, y que la intensidad, la emoción, de mi experiencia de lectura, se avivó con la escucha atenta, entregada, de una de las piezas musicales que se incluyen en el recorrido y que Elfrieda escucha en bucle. 

Se trata de la Sinfonía nº 3 del compositor polaco Henryk Górecki, también llamada La Sinfonía de las canciones dolientes, una obra que trata de las relaciones entre madres e hijos y de la pérdida. Al ser parte de la banda sonora de una película que me fascinó, El árbol de la vida, de Terrence Malick, conocía sus efectos, pero ha sido ahora, acompañando a la lectura de Pequeñas desgracias sin importancia, cuando me he sentido profundamente conmovida por su belleza, su misterio, su magnetismo. Escucharla es como dejarse llevar hacia otro lado, hacia un espacio lejos de lo terrenal. Escucharla es ponerse en la piel de Elfrieda, con su “dolor íntimo”, “inabordable”.

La música se abre ante nosotros como un territorio capaz de expresar profundidades que las palabras no alcanzan, anhelos, emociones y pesares, difíciles de apresar, de compartir. Son muchos los secretos, los misterios, que oculta y que revela. Música y literatura, en el caso que nos ocupa, se confabulan para hablar de las pérdidas, de los adioses, del duelo y la supervivencia, de “volver sobre nuestros pasos en la oscuridad”, que como supone la narradora de nuestra historia, “vendría a ser el sentido de la vida”.

 Pequeñas desgracias sin importancia ha sido publicado por la editorial Sexto Piso, con traducción de Julia Osuna Aguilar.

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