Andrea Bajani, las casas vividas, Los espacios del yo

Foto de cabecera por Emiliano Ponzi / Emma Rodríguez © 2022 / 

Entre las muchas casas cuyas puertas va abriendo Andrea Bajani decido entrar, al iniciar este texto, en la del “Gasómetro”, año 2020. Lo hago porque mientras leía El libro de las casas, original y brillante entrega del escritor italiano, me detuve a pensar en que hay un antes y un después de ese año en el discurrir de la Historia del siglo XXI y en la literatura. Pocos escritores pueden resistir el impulso de hablar de los meses de confinamiento, a causa de la pandemia de Covid-19; del momento en que todo se detuvo, en que la maquinaria dejó de funcionar, de producir con su habitual aceleración, y el silencio se impuso. Un acontecimiento que ya ha marcado el devenir, un paréntesis colectivo imborrable, pese al anhelo de tantas personas ansiosas por correr un tupido velo; un espacio narrativo y filosófico idóneo para reflexionar sobre el tiempo, sobre los altibajos de la vida, sobre los miedos, los límites y las inconsistencias de las sociedades que habitamos. 

El silencio de fuera es el de una ciudad asustada, el de una Roma que parece una imagen fija, de calles vacías, de edificios que son como espacio solidificado, de un silencio que parece hecho de cemento armado, salvo porque el viento, al doblar las esquinas, silba un poco. / Roma, pues sigue siendo Roma, pero es una Roma sin gente en las calles, perfecta para ser fotografiada desde los balcones, donde los ciudadanos se han atrincherado. Solo que nadie quiere fotografiarla, porque la belleza sin seres humanos asusta, revela su carácter inventado y comercial, su vínculo con el capitalismo: si nada hay que vender, poco hay que mirar...”, voy leyendo, ya en un trecho avanzado de la narración, sumergida en sus cadencias, en sus atmósferas.

Pocos escritores pueden resistir el impulso de hablar de los meses de confinamiento, del momento en que todo se detuvo, en que la maquinaria dejó de funcionar, de producir con su habitual aceleración, y el silencio se impuso.

He querido empezar el artículo en este capítulo concreto por lo dicho, por la percepción de que hemos vivido una de esas experiencias históricas, colectivas, que llenarán los manuales, las novelas, que pasarán de generación a generación. Un hecho que, irremediablemente, ha transformado nuestras miradas y nos ha hecho ser conscientes de la intensa soledad y fragilidad que nos constituyen, elementos esenciales de la existencia que olvidamos entre las ocupaciones, las prisas y los ruidos del ahora.

Esa soledad y esa fragilidad están muy presentes en esta novela de Bajani (Roma, 1975), autor ya de una extensa obra, reconocida con galardones destacados en su país, que incluye novelas como Saludos cordiales y Mapa de una ausencia, además de cuentos y piezas de teatro. En la entrega que nos ocupa, finalista de los premios Strega y Campiello, el escritor recorre la trayectoria de un hombre a través de los espacios que ha habitado desde que estaba en el vientre materno, incluso más atrás, hilando las historias que conoce de sus seres cercanos, y proyectándose hacia el futuro, imaginando el momento de la desaparición de todos los protagonistas del recorrido existencial del que se da cuenta, cuando solo quede, en 2048, una longeva tortuga, en su día compañera del niño con el que empieza todo.

El hombre del que os hablo tiene mucho que ver, sin duda, con el propio escritor (él mismo ha reconocido el carácter biográfico de la novela), pero podría ser cualquiera, cualquier varón italiano nacido en los años 70, capaz de observar y de observarse, de ir construyendo las piezas de su identidad dentro de las circunstancias familiares, de los aconteceres vitales y emocionales, de los episodios clave en la historia de su país. Casa a casa se va edificando una vida, siguiendo el reloj de las edades, un reloj que va marcando los impulsos, los descubrimientos, las experiencias que nos nutren y nos igualan. 

El apresamiento de la universalidad, de lo que unifica, más allá de las singularidades, es importante en esta entrega en la que no hay nombres propios. El protagonista es “Yo” y junto a él están “Padre”, “Madre”, “Hermana”, “Abuela”, “Esposa”, “Tortuga”… Y junto a todos ellos, dos personajes clave en el trayecto, “el Prisionero” y “el Poeta”, dos figuras excepcionales en la historia italiana de los últimos 50 años, que es la que abarca la obra, dos destinos trágicos: el de Aldo Moro y el de Pier Paolo Pasolini. El autor va reconstruyendo el final de ambos rumbo a la muerte, a la violencia que acabó con sus vidas. Los últimos espacios en los que estuvieron: la casa donde permaneció secuestrado Moro, el coche en el que fue encontrado; la última playa de Pasolini, su último coche y otros lugares.

En el fondo, El libro de las casas consigue atrapar las heridas, las heridas grandes, capaces de producir dolor en toda una generación, de definir incluso la idiosincrasia de un país, y las heridas que tocan individualmente, que definen el ámbito familiar, que dibujan y determinan la identidad. Precisamente por esto su lectura nos persigue y nos conmueve hondamente. Hay muchos momentos de ternura en sus estancias. Hay pasajes conmovedores en sus trechos, para mí especialmente los del “Yo” niño y adolescente; retazos emocionales, vivencias de soledad, de distanciamiento, de indefensión frente a la figura paterna, una figura airada, violenta, incapaz de enfrentarse con su pasado.

En el “Libro de las casas” hay dos personajes clave, “el prisionero” y “el POeta”, dos figuras excepcionales en la historia italiana de los últimos 50 años, dos destinos trágicos: el de Aldo Moro y el de Pier Paolo Pasolini.

No es lineal el camino en este Libro de las casas a cuyos espacios tenemos acceso. A través de la mirilla quienes vamos leyendo nos convertimos en “voyeurs” curiosos que observamos lo que acontece en las distintas viviendas, en las habitaciones donde acaece la vida íntima, donde se fraguan los secretos. Hay saltos temporales, hacia adelante y hacia atrás. Cada capítulo lleva el nombre de una casa y hay casas que se repiten, pues cada una de ellas representa una etapa, una época concreta. Por su atención a los espacios como pilares de construcción de la identidad, esta obra del autor italiano tiene algo en común con La ventana inolvidable de Menchu Gutiérrez, protagonista de otro de los artículos de este número de Lecturas Sumergidas. Ambos autores se decantan por una narración hecha de fragmentos de memoria que van armando el devenir, la manera de estar en el mundo, de mirar, de amar, de ser.

La primera casa que rememora Andrea Bajani es la del “sótano”, el lugar que guarda los primeros recuerdos de un “Yo” que gatea por el patio en busca de la tortuga que se esconde tras las macetas. La figura de la abuela cobra fuerza en ese tiempo originario del que es imposible acordarse, a menos que se recurra a la ficción, a la rememoración de la historia a través de los relatos de otros. Es el escenario número uno y a partir de ahí se van reconstruyendo unos cuarenta, él último la casa de los recuerdos fugados”, donde el “Yo” adulto se enfrenta a los “recuerdos que escaparon de su memoria”, recuerdos “naufragados”.

Andrea Bajani en la puerta de la editorial Gallimard. Fotografía por Daniele Bajani.

Antes os hablaba de la capacidad del autor para alcanzar momentos de gran ternura, para conmover; debo añadir que también para capturar la tristeza del paso del tiempo, de los deseos incumplidos, de los puentes que no pudieron cruzarse, de los adioses y abrazos que no llegaron a ser, de los secretos sepultados. Esa tristeza es sutil, una especie de penumbra, de tonos grises que colorean la narración. Puede que yo estuviera demasiado triste mientras leía y el ritmo del relato, sus silencios, añadieran intensidad a mi estado de ánimo. El escritor apresa esa pesadumbre que nos invade los días oscuros; cuando visitamos a alguien enfermo; cuando constatamos la distancia entre los deseos y la realidad, entre lo que se anhela alcanzar y lo que finalmente se logra. Y, por supuesto, están los dramas imborrables de la Historia que van conformando una sombra alargada, una corriente subterránea. 

A través de la televisión se cuela en la casa familiar del protagonista la noticia del secuestro de un famoso político a manos de militantes de las Brigadas Rojas. Corre el año 1978 y el autor imagina al “Yo” niño gateando y atravesando el túnel de la pantalla para llegar hasta el lugar donde se encuentra el “Prisionero”. Con gran originalidad, transmitiendo la importancia, la trascendencia de determinados acontecimientos en el sentir individual y colectivo, Bajani abre la puerta de ese capítulo dramático de la trayectoria de su país. Y lo mismo sucede con el asesinato del “Poeta”. Ambas historias atraviesan el libro, son como dos grietas enormes, profundas, que marcan el camino. 

“Casa roja con ruedas” se titula el capítulo donde se narra el momento en que fue encontrado el cuerpo de Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana Italiana y primer ministro del país durante seis años, dentro del maletero de un Renault 4 rojo. “Yo reconoce ese rojo. La boca luminosa del televisor se lo ha metido en el sistema nervioso mientras correteaba por la Casa del Sótano. Por eso, aunque no lo recuerda, Yo siente ese color como una punzada en las costillas, como una especie de dolor nacional; lo reconocerá siempre y no lo distinguirá de la sangre”, vamos leyendo.

El escritor apresa esa pesadumbre que nos invade los días oscuros; cuando visitamos a alguien enfermo; cuando constatamos la distancia entre los deseos y la realidad, entre lo que se anhela alcanzar y lo que finalmente se logra.

En “Última casa de poeta (1975), tramo 71 de esta entrega compuesta de 78 pasajes, se narra el momento en el que se conoció el brutal asesinato, siempre envuelto en enigmas, del escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini, cuyo cuerpo fue encontrado en un descampado de Ostia, cerca de Roma. Más que al momento, se alude al efecto que produjo en el devenir de todo un país conmocionado, horrorizado.

Pensemos ahora en el ruido, en la explosión de palabras con que se anuncia al mundo la muerte de Poeta. Pensemos en cómo el cuerpo masacrado de Poeta se deposita cual ceniza de lava en todas las casas, en los balcones, en las cabezas de quienes  caminan por la calle. Pensemos en cómo la muerte de Poeta se deposita en la cúpula de San Pedro, en los cristales de las gafas, en las escotillas de los barcos, en las guarderías, en los zapatos de los niños, en las uñas pintadas de las madres, en el cristal de los relojes de las estaciones, en los pasillos de los hospitales, en la Mole Antonelliana, en el estrecho de Mesina. / Pensemos en la prensa y en la televisión, en el dolor que se repite, en los rumores, en el rostro desfigurado, en la sábana que cubre el cuerpo, en la indecencia de no tapar los zapatos. Y, una vez pensado todo esto, multipliquémoslo por cien y por mil, hasta la náusea de tantas y tantas imágenes y palabras”.

Andrea Bajani. Foto por Lyn Ragsdalr.

La lectura de este libro permanece en nosotros durante largo tiempo, una vez cerradas sus páginas. Repaso ahora los fragmentos que fui subrayando y me quedo con la imagen del “Yo” niño al que “Tortuga” le enseña que “el mundo es un cuerpo que se desplaza”. Abro la puerta de la “Casa de la Felicidad” y recupero al adulto recién casado, “la emoción que siente, la idea de que se acabó la soledad”. / “La idea gloriosa, blasfema, de ser feliz y estar salvado”. 

En otro momento, en 2020, nuestro hombre observa que el surco de la alianza ya ha cicatrizado en el dedo anular de la mano izquierda. Se ha acabado el amor, se ha desprendido del pasado, incluso de los muebles que le han acompañado, a lo largo de los años, mudanza a mudanza, y “por primera vez experimenta la embriaguez de quien nada posee”. Como lectora voy abriendo puertas. Vuelvo a visitar la Casa de la montañay me conmueve el desvalido adolescente que teme que suene el timbre que anuncia el final de las clases, porque “es una sentencia diaria que lo devuelve a la miseria de un sistema familiar fallido. Sigo los pasos del “Yo” joven, universitario, ensayando “la vida adulta, estereotipada, burguesa”, en la casa del adulterio, “un lugar que se halla situado en el mapamundi de los secretos”. 

La particular melancolía de esta entrega se cuela muy dentro porque atrapa con sabiduría el discurrir del tiempo, de las edades. Nos reconocemos en ramalazos de emocionalidad, en escenas de desamparo. La novela nos conduce a pensar en nuestros propios ayeres, a recordar determinados episodios, a recuperar retazos de las distintas etapas vividas. Los espacios, las casas, las ciudades donde hemos ido creciendo, reaparecen y nos retratan. Vamos uniendo momentos, ráfagas de memoria, fragmentos de cristales rotos, a la manera de Andrea Bajani.

El libro de las casas ha sido publicado por Anagrama, traducido del italiano por Juan Manuel Salmerón Arjona.

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