Woody Allen, La nada cotidiana y una muerte casi graciosa

Óscar Hernández Arteaga © 2022 /

En un capítulo de la serie de televisión estadounidense Seinfeld, referencia en el género de la comedia de enredo, se especula sobre la posibilidad de hacer una serie (una sitcom) sobre nada. Es el personaje de George quien se lo propone a Jerry, que, incrédulo, se ríe de la propuesta de su amigo. Pero finalmente acaba siendo un guiño a la propia serie, una suerte de explicación estética o de declaración de principios de unos contenidos, desarrollos, que se presentan en forma de parodia.

Porque claro que la serie va sobre algo. Pero es un algo que se diluye en muchos algos cotidianos. Esos algos cotidianos constituyen la nada de la que está hecha nuestra vida. Y es sobre eso sobre lo que quiero escribir. Aquí no hay epifanías, no hay momentos concretos en los que se resuelve todo. En realidad no se resuelve nada. A lo más que aspiro es a registrar eso.

Un día (por poner una cronología más que incompleta) tomas conciencia (o no) de lo que va sucediendo (o sobre lo que crees que va sucediendo). Te vas al trabajo como todos los días, hablas por whatsapp con algún amigo, escarbas en el aburrimiento algún propósito para salir de él, inicias tus labores cotidianas, cumples rutinas, notas que estás insertado (o injertado) en una rueda o en un huerto metafórico, te cultivas y dejas que te cultiven porque biológicamente, piensas, estás diseñado para algo, cuando en realidad no existe una realidad que podamos cosificar, tocar o nombrar. Existen los números, las leyes de la ciencia, las creencias religiosas, filosóficas y científicas. Y luego existe el ejercicio físico, los pateos por la montaña que te conducen a la vía contemplativa. Y, claro, también el cine de Woody Allen. Un cineasta freudiano que se ríe de su propia reflexión.

Hay una película suya que trata el absurdo de la vida aunando ya en su título (Love and Death) la contraposición entre Eros y Thanatos, los dos conceptos que han sido tratados a lo largo de la Historia del arte y sobre los que ha reflexionado Freud. Dos impulsos inconscientes, por un lado, el vital, caracterizado por el dinamismo, la evolución y el deseo sexual, y por otro, el mortal, que nos ofrece un repertorio de quietud, con ganas de parar y  de disolvernos en la nada verdadera. La vida es un milagro biológico y quizás espiritual, pero la muerte natural parece ser un enigma para la ciencia. Así al menos se lo dice el paleontólogo Juan Luis Arsuaga al escritor Juan José Millás en una divertida entrevista que acabo de encontrar sobre el libro conjunto La muerte contada por un sapiens a un neandertal.

En unos escasos dieciocho minutos ambos tratan de manera muy ligera el envejecimiento y la muerte como un rompecabezas que no tiene una solución clara. Algunos quieren ser eternos y ven la muerte natural como un problema solvente por la ciencia del futuro (allá por el 2040). Otros, como yo, nos consolamos o no con la cultura y las especulaciones pseudo-filosóficas con una cerveza en la mano, planteando pequeños algos que aniden nuestro desconsuelo por la nada futura, la del no ser.

Es más preocupante, por lo omnipresente, la nada del ser, a la que me gusta llamar la nada cotidiana. Y es que la nada cotidiana está formada por esos pequeños algos que nos conforma o nos diluye en el silencio de los otros. La espera y la escucha del ser, a modo heideggeriano, no sirven para nada. Habitar la pregunta por el Ser tampoco. Y que no sirva es lo que le da algo a esa nada que somos. 

Viendo a Woody Allen imitar a Groucho, paseando por el bosque, danzando con la muerte, e intentando escapar de los peligros de la guerra con sus intereses egoístas, me viene a la cabeza la actitud que tengo ante lo que ocurre en Ucrania, entre indignado y asustado. Si tuviera que alistarme posiblemente me declararían inútil.  Sólo apto como prisionero (dixit Woody). Pero la vida no es una película de Woody Allen. Es algo más siniestra. El neoyorkino ha tocado varios palos, más serios. Y explota una filosofía de la existencia que plantea las grandes preguntas sobre por qué estamos o por qué respiramos, o por qué pensamos que estamos y respiramos, una  filosofía de la derrota y de una pregunta que no se contesta, casi cómica y demasiado trágica para tomarla en serio.

Fotograma de Love and Death

La vida no es una película de Woody. La vida se deshace en esos pequeños algos y en esa nada cotidiana donde no hay exactamente personajes allenianos, aunque sí situaciones absurdas, coincidencias inexplicables, emociones que escapan a la razón, comportamientos obsesivos, pensamientos criminales y románticos y alguna que otra ración de garbanzos.

Una vida que se reduce a veces a pasar el rato mirando el móvil; a aburrirte o a tener pareja e hijos; a disfrutar, a sufrir, a dar vueltas sobre tu misma sombra, intentando escapar de ella como Peter Pan. La muerte es esa sombra que no deja que te escapes. Y la muerte danza como la vida cuando te mueves buscando una respuesta. Esos algos no contestan a nada pero registran tu paso por esta dimensión del cosmos. Si en realidad somos polvo de estrellas, cuánto desperdicio en mostrarnos el polvo. Porque nos llegamos a creer invencibles y dioses. Porque creemos que somos mejores que nuestros antepasados del paleolítico, un poco más guapos. Y buscamos en las aplicaciones de contactos ese plus de nuestro deseo de ser el único, el admirado.

Buscamos un entretenimiento acorde con estos tiempos de la desinformación, de la imagen, de la reconstrucción de una identidad sin anclajes. Una identidad que naufraga en el mismo cosmos del que surge. Somos y no somos. Le damos una dimensión trágica a nuestro sufrimiento y nos creemos afortunados por seguir vivos, por estar enamorados. Y mientras tanto la vida nos pasa como un suspiro bajo el agua. Nos queda la nada cotidiana poblada de pequeños algos y la última escena de Love and Death con un Boris Grushenko (Woody Allen) en estado de gracia, danzando con una muerte casi graciosa.


POR ÓSCAR HERNÁNDEZ ARTEAGA

Nacido en Tenerife en 1978, cursa estudios de Filosofía y Filología hispánica en la universidad de La Laguna. Fue colaborador de varios blogs y de un programa de radio cultural llamado El ladrón de libros. Actualmente trabaja en la biblioteca universitaria donde estudió. Y ultima su primera novela. (+ info)