Francisco Goldman: “La memoria es la mina mágica de un escritor”

Foto de cabecera por Josep Vilar /

Emma Rodríguez © 2023 / 

Hay un momento en la novela de la que voy a hablaros en la que el protagonista, que está a punto de encontrarse con alguien importante de su pasado, se plantea qué pasaría si quitara de la ecuación de su vida los traumas, las humillaciones, los temores, las caídas, los malos momentos y las malas gentes con las que se cruzó en la primera etapa de su vida. “¿Quién sería yo? ¿Sería acaso como si no hubiera pisado la Tierra?”, se pregunta, y se responde a continuación: “Pero he pisado la Tierra y ha sido una buena caminata, y todo eso está en el pasado”.

Este fragmento me parece idóneo para transmitiros, de entrada, de qué va la obra, qué explora el escritor Francisco Goldman en Monkey Boy, libro publicado en castellano por la editorial mexicana Almadía, que ha sido todo un descubrimiento para mí y que me ha abierto las puertas de una literatura hecha con las herramientas de la vida, con los paisajes de la memoria, cargada de emocionalidad, de verdad. Si tuviera que explicar brevemente esta entrega diría que es una historia intensa sobre lo que marca, sobre los momentos que forjan y constituyen la manera de ser, de mirar, de estar en el mundo.

Goldman (Boston, 1954) lleva a cabo una exploración íntima, personal, en busca de sentidos, de claves vitales, en esta entrega, ganadora del American Book Award 2022 y finalista del Pulitzer ese mismo año, que se inscribe en un ciclo de novelas biográficas junto con Di su nombre y El circuito interior. Habrá que leerlas para acercarse mejor a este hombre que se ha buscado a sí mismo hilando recuerdos, pensamientos, fragmentos huidizos, trozos de conversación, ráfagas de historia personal y colectiva. En la presentación reciente del libro en Madrid, en el  Espacio Fundación Telefónica, donde mantuvo una conversación con el periodista y amigo Jon Lee Anderson, el autor confesó que el impulso interior que le movió a escribir esta novela fue la necesidad de responder a una pregunta que le obsesionaba: por qué tardó tanto tiempo en enamorarse, en dar y recibir amor. 

Para contestarla era necesario que volviera al pasado, que buceara en las más dolorosas experiencias de la infancia, en las cosas que dañan: la violencia del padre, la falta de manifestaciones de amor entre sus progenitores, el “bullying” del que fue víctima en el instituto, donde crueles compañeros de clase lo llamaban el “Chico Mono” –de ahí el título de la novela, Monkey Boy–. De todo esto trata esta entrega apasionada, con la que conectamos profundamente por la capacidad del autor para hablar de las emociones, para detenerse en esos momentos que resultan decisivos, aunque no seamos conscientes de ello cuando los vivimos. La obra narra un viaje realizado por Frankie Goldberg, trasunto del escritor, de Nueva York a Boston, su ciudad natal.

Francisco Goldman ha confesado que el impulso interior que le movió a escribir “MONKEY BOY” fue la necesidad de responder a una pregunta que le obsesionaba: por qué tardó tanto tiempo en enamorarse, en dar y recibir amor. 

En un período corto de tiempo, apenas cinco días, se narra toda una vida, pues no sólo los encuentros que mantiene y los actos que realiza el narrador sostienen el relato, sino las divagaciones, los pensamientos, las vueltas en el tiovivo de la memoria, “la mina mágica de un escritor”, en palabras de Goldman. En el acto de presentación del libro se habló de “autoficción”, género al que se adscriben las novelas de cariz biográfico de nuestro autor. Un territorio al que llegó después de un trágico suceso que marcó su vida, la muerte en un accidente de su primera mujer, la joven escritora mexicana Aura Estrada. “Hasta entonces mis ficciones miraban al exterior, a las migraciones, a las guerras, pero esta desgracia me hizo mirar hacia dentro. En el largo proceso del duelo mi vida cambió increíblemente. Fue un período en el que también mi mamá murió; en el que volví a enamorarme y fui padre; en el que Donald Trump fue elegido presidente. Todo cambió para mí. Mi idea de Estados Unidos como país cambió…”

El tiempo compartido con Aura, el dolor, el duelo, dieron lugar a Di su nombre, mientras que en El circuito interior Goldman narra su etapa posterior en la convulsa ciudad de México, trazando una radiografía de la violencia y enlazando su propio dolor con el de todo un país. Esas dos entregas necesitaban de una tercera que fuese hacia atrás en el tiempo, en busca de los orígenes. Monkey Boy le llevó al autor siete años de escritura; encontró el tono tras una primera versión de ochocientas páginas fallida. “Quería que pareciese que estaba contando algo sencillo y que la escritura fuese empujando hacia la sorpresa, no solo a los lectores sino a mí mismo. Quería encontrar la poesía de la vida, lo que importa, y en el proceso de la escritura, en el tiempo real de la novela, fui descubriendo cosas que acabaron entrando en el libro”.

La sorpresa, en efecto, funciona como motor de la narración, ya que el protagonista lleva a cabo una exploración, una investigación, a la manera de un detective, de su propia vida, que le va revelando secretos de su familia e iluminando zonas de sí mismo y de sus allegados que permanecían en la penumbra. La novela parte de los acontecimientos vividos, que son relatados por Goldman sin tapujos, con una absoluta honestidad, pero evidentemente la ficción, la invención, entra en juego para poner palabras a los silencios, a lo que no ha sido contado.

Hijo de una guatemalteca católica, de orígenes burgueses, y de un descendiente de judíos rusos que llegaron a Norteamérica huyendo de los progromos, Goldman se mueve entre culturas, entre identidades. Su literatura bebe de sus orígenes latinos, pero se escribe en inglés. No se siente de ningún lugar concreto, se define como migrante y dice elegir por voluntad propia, no por ningún otro motivo, sus lugares de pertenencia, por ejemplo México, el país donde actualmente pasa gran parte de su tiempo. Todo esto influye en su literatura, espacio en el que entabla un juego muy personal con la memoria, con la identidad, con las experiencias vividas en el terreno de lo personal y de lo colectivo, pues en esta novela entra también la dramática historia de Guatemala y de otros países de Latinoamérica, así como la compleja realidad estadounidense. 

Hijo de una guatemalteca católica, de orígenes burgueses, y de un descendiente de judíos rusos que llegaron a Norteamérica huyendo de los progromos, Goldman se mueve entre culturas, entre identidades. Su literatura bebe de sus orígenes latinos, pero se escribe en inglés.

Es intensa, muy intensa, esta obra en la que me he sumergido sin apenas respiro, movida por el deseo de ir descubriendo a la par que el protagonista. El autor parte de su propio discurrir, pero lo que saca a la luz son verdades tan esenciales que consigue que muchas veces nos sintamos reflejados, que reconozcamos preguntas y búsquedas alguna vez formuladas; que identifiquemos pesares y sentimientos como nuestros. Deslumbra esa mirada hacia atrás, a la búsqueda de señales, de huellas, de marcas capaces de determinar el rumbo seguido. Deslumbra el uso de los materiales de construcción de esta novela, los movimientos interiores que la impulsan, el buceo en los aconteceres familiares, inscritos en circunstancias históricas concretas. Deslumbra la manera en que se cuenta el proceso de formación del escritor, los comienzos en el periodismo, en la literatura, de Francisco Goldman. 

Es el mecanismo de la memoria el que lo pone todo en marcha, es la voz narrativa, su humor, su ternura, su capacidad de evocar, de sacar de las profundidades gemas ocultas, lo que nos conmueve tanto. Y también la capacidad para la empatía en el acercamiento a los dramas de la historia. Francisco Goldman busca en todo momento unir piezas, ensamblar recuerdos. Particularmente me emocionan las conversaciones que el narrador sostiene con su madre en la residencia donde se encuentra. Yolanda sufre un proceso de demencia, y el hijo intenta atrapar sus momentos de lucidez, despertarle la risa mientras recuerdan juntos cosas del ayer, alcanzar los momentos reveladores de una vida que guarda misterios. “Ay Frankie, ¿ya ves? Por eso nunca quiero contarte nada, porque te agarras de cualquier hilito de verdad y lo vas jalando hasta sacar una historia inventada”, la escuchamos a ella pronunciar a esta frase que define de manera muy eficaz lo que podemos entender como “autoficción”.

El maravillarse ante los procesos de cambio es algo que entra en la novela y que la hace girar. Mientras viaja en el tren el protagonista se pone a pensar en citas de escritores que hacen referencia a las transformaciones que se experimentan en el transcurso de la existencia. Y se pone a meditar sobre ello, haciéndonos saber a nosotros, los lectores, lo siguiente:

Francisco Goldman leyendo uno de sus libros en el National Book Festival. Foto por Slowking4.

Proust escribió en su novela que un hombre, durante la segunda mitad de su vida, puede convertirse en el reverso de lo que fue durante la primera. Cuando leí eso por primera vez, hace unos años, la frase me gustó tanto que la escribí en un papelito y me lo guardé en la cartera. Luego encontré una parecida en “La prisión”, de Simenon: “A Alain Poitaud, de 32 años, le tomó unas cuantas horas, quizá unos cuantos minutos, dejar de ser el hombre que había sido hasta entonces y convertirse en uno distinto”. Decidí llenar un cuaderno con citas que transmitieran ese sentido de la posibilidad de una metamorfosis personal casi mágica, pero luego no me encontré con ninguna más. Aunque sí encontré esta de Nathaniel Hawthorne que es como las otras pero con un giro enigmático: “En Wakefield, la magia de una sola noche ha producido una transformación similar, ya que en ese breve periodo ha padecido un gran cambio moral. Pero eso es un secreto para él”. Algo en ti ha cambiado para bien, incluso de un día para otro, pero tú ni siquiera tienes conciencia de ello. ¿Pero no podría ser algo que se ha venido gestando durante años y que finalmente adquiere el peso necesario, incluso en el lapso de un día, para pasar de malo a mejor, o incluso a bueno? ¿Cómo saberlo? Porque te amará alguien que hasta el día de ayer no te amaba”.

Este fragmento, que he transcrito completo, me parece muy significativo. En cierto modo explica las búsquedas de una novela que explora los cambios, las identidades múltiples. Es ahí de donde parte el escritor, de sus “yoes” en destinos y ciudades diversas, de su necesidad de reconocerse en sus tránsitos, en sus amores, en sus orígenes. De la dificultosa búsqueda del amor a raíz de una  mala experiencia de adolescencia, de una burla que influye poderosamente en las relaciones sentimentales del protagonista, se habla en esta novela; y también del maltrato y de la violencia ejercidas por un padre atormentado. Goldman se acerca a su vida sin pudor, porque sabe que solo se comprenderá desde la verdad. En este sentido la novela funciona como una especie de psicoanálisis. 

Pero la perspectiva se amplía más allá del propio existir. A los dolores y traumas personales del personaje central se suman los del tiempo que le ha tocado vivir a él y a sus antepasados. Esta novela me ha enseñado mucho sobre Guatemala, sobre sus hondas heridas y las de Latinoamérica: sus guerras, el terror de regímenes corruptos, violentos… A través de la mirada lúcida, cargada de empatía del autor, me he sentido profundamente afectada, conmovida.  

la perspectiva se amplía más allá del propio existir. A los dolores y traumas personales del personaje central se suman los del tiempo que le ha tocado vivir. Las hondas heridas de Guatemala y las de Latinoamérica: sus guerras, el terror de regímenes corruptos, violentos.

Al ir pasando las páginas de Monkey Boy percibimos que no podemos permanecer ajenos a la historia, ni a la política. Goldman escribe desde el compromiso, desde sus experiencias sobre el terreno como periodista de raza, en la línea de grandes autores latinoamericanos como Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh, Elena Poniatowska, Martín Caparrós y Leila Guerriero, entre muchos otros. Cubrió la larga guerra civil de Guatemala, de 1960 a 1996; investigó el enrevesado episodio del brutal asesinato del obispo Juan Gerardi en 1998, una vez finalizado el conflicto, para “The New Yorker”, al tiempo que estaba en marcha un proceso judicial que terminó con la condena de altos cargos policiales que habían violado los derechos humanos.

De este episodio de su vida, de las amenazas de muerte que recibió en su día por sus informaciones periodísticas, da cuenta en un valorado libro de no ficción, El arte del asesinato político, y también, con las herramientas de la novela, en Monkey Boy. Durante la presentación de la misma el escritor hizo unas declaraciones que explican muy bien la manera en la que la ficción le ayuda a exponer, a dejar huella, de todos los acontecimientos históricos, políticos, que le han afectado moralmente y que también le han hecho ser como es.

¿Qué haces con las experiencias que son importantes para ti? Es evidente que no puedes estar hablando de ellas a la gente que te rodea todos los días de tu vida. Pero cuando tú vives en un país como Estados Unidos, que ha hecho tanto daño en el mundo, que tiene responsabilidad en  tantos terrores: el genocidio en Guatemala, las masacres en El Salvador, la guerra en Nicaragua… Cuando ves cómo las intervenciones en esos países dañaron a sus sociedades y compruebas que en EEUU a nadie le importa, nadie quiere escuchar hablar de eso, la verdad es que te sientes irrelevante. ¿Qué hacer con todo eso? A través de la novela el narrador hace saber a los demás las experiencias que le han formado, que le han afectado”

En una página de la entrega el autor se explica a través de su narrador: “La violencia, la muerte y el sufrimiento, nos rodeaban por completo, es evidente. Vivíamos en medio de una guerra terrible, Centroamérica en los años ochenta, una guerra que muchos de nosotros teníamos la misión de observar, de investigar, de un modo que prácticamente nos obligaba a atar nuestra identidad y nuestro compromiso al trabajo, tanto emocional como moralmente; parecía que solo de esa forma estaríamos  a la altura del horror que contemplábamos”.

Las vivencias amargas del Francisco Goldman periodista, comprometido, están muy presentes en este libro que contiene páginas de brutalidad policial, de torturas, verdaderamente escalofriantes; que cuenta historias de testigos clave obligados a desaparecer, a vivir como forajidos. Esos episodios y las referencias a capítulos y personajes esenciales de la historia reciente (la guerra de Vietnam, los desaparecidos de Argentina, las abuelas de la Plaza de Mayo, la dictadura chilena, José Martí, el Che Guevara, la Cuba comunista…), se van intercalando de manera extraordinaria con las emociones, con sus relaciones cercanas: familiares, sentimentales, de amistad. Un entramado narrativo poderoso en el que todas las piezas van componiendo el retrato de un hombre que busca entenderse, interpretar los fondos, los sentidos de su vida, la lucha de sus identidades.

Las vivencias amargas del Francisco Goldman periodista, comprometido, se van intercalando con las emociones, con sus relaciones cercanas: familiares, sentimentales, de amistad. Un entramado narrativo poderoso en el que todas las piezas van componiendo el retrato de un hombre que busca entenderse.

La violencia atraviesa toda la novela y es vista desde distintos ángulos. La violencia familiar, la violencia en el ámbito educativo; la violencia racial y la ejercida contra los migrantes; la violencia de la guerra; la violencia ejercida por una potencia como EEUU, parecen ramificaciones de un atroz tronco común. Goldman señaló al presentar su libro que para él fue muy importante hablar del abuso cometido contra las mujeres, de la manera en que éstas han ido encontrando la manera de convivir con el dolor. El daño que su padre ejerció contra él y contra su madre y su hermana, de distintas maneras, es explorado en un libro que también busca entender a quien ejerce el abuso. “Cuando Donald Trump fue presidente, entendí de donde partía el arquetipo del narcisismo masculino, de la violencia”, ha declarado el autor. 

Pero, pese a todas sus sombras, Monkey Boy es una novela que trata, como ha comentado el propio autor, sobre la necesidad de amor, sobre su búsqueda constante; sobre el perdón y sobre el reconocimiento de los momentos de alegría en el transcurso de la vida. La relación madre-hijo, contada desde la verdad, es crucial en la entrega, del mismo modo que la presencia de las distintas mujeres que van apareciendo en la vida del protagonista y que le van educando emocionalmente para compartir el amor. “Podemos dejar atrás todo lo que nos volvía incapaces de ser amados. Podemos crecer o evolucionar o esforzarnos mucho por salir de ahí y volvernos personas amadas”, leemos en un momento dado.

Nada queda cerrado en la novela. La vida del narrador, del autor, prosigue. Francisco Goldman ha declarado que a partir de ahora contará otras historias fuera de sí mismo, en las que no estará tan presente. El final de Monkey Boy es hermoso, alude a un retrato de la madre, a su historia como modelo de un amigo pintor. Se narra una conversación muy reveladora en una casa llena de arte, donde los Cuentos completos de Grace Paley se encuentran en el piso junto al sofá. Podría seguir hablando más y más sobre esta novela que me ha cautivado por muchísimas razones. Espero haber sabido transmitirlo. Lo mejor es que abráis sus páginas para comprobar su impacto por vosotros mismos.
 
Monkey Boy ha sido publicado por la editorial Almadía. Con traducción del inglés de Daniel Saldaña París.

La primera fotografía del escritor fue tomada recientemente en Casa América de Catalunya.

Etiquetado con: