Vivian Gornick y su exploración del fin de la novela de amor

Foto Cabecera por Mitchell Bach / Emma Rodríguez © 2022

En el tiempo en que yo me crié, el mundo entero creía en el amor (…) El sentir era que el amor no solo habría de buscarse, sino que se alcanzaría; y una vez alcanzado, transformaría la existencia…”

Quien lo escribe es Vivian Gornick en su ensayo El fin de la novela de amor, un recorrido literario y reflexivo que sigue la estela de Cuentas pendientes, donde también se interpretan los cambios en la sociedad, en las mentalidades, en las miradas, a partir de las ficciones. A través de la lectura, Gornick se acerca a los comportamientos y a las derivas colectivas; con los autores de las novelas que lee entabla enriquecedores diálogos, buscando las claves de las motivaciones de sus personajes, personajes que atrapan estereotipos, ideas aceptadas y asumidas, pero que también se rebelan contra ellas y abren cauces de renovación.

La literatura es el camino del que la escritora se vale para interpretarse a sí misma y al mundo. El origen de su manera de ser y de afrontar la creación lo encontramos en Apegos feroces, sin duda su obra más significativa, donde arranca de la complicada relación con su madre, de las verdades que su progenitora le transmitió sobre el amor romántico como el principal sentido de la vida, algo a lo que se aferraron las mujeres durante generaciones. La obra de Gornick (Nueva York, 1935) es una batalla contra ese principio y es magnífica la manera en la que explora el proceso por el que ella acabó desmontándolo, su empeño por liberarse del mismo para convertirse en una mujer diferente, libre de corsés y de prejuicios.

La madre no está en el  centro del libro que ahora nos ocupa, pero aparece, claro que sí, sutilmente, en el revelador capítulo que le da título, El fin de la novela de amor, última parada de un recorrido que va analizando, lectura tras lectura, la manera en la que la literatura ha ido reflejando los mecanismos del amor romántico, acercándose a ellos desde la aceptación y la identificación, o desde la duda y el anhelo por detectar las grietas capaces de hacer saltar por los aires toda la construcción, de derrumbar los pilares de un concepto impuesto por las sociedades tradicionales, patriarcales.

Como es habitual en su trayectoria, Vivian Gornick parte de su propia experiencia. Nos cuenta lo que su madre y las madres de sus amigas, vecinas del barrio de clase obrera e inmigrante del Bronx donde se crió, pensaban y decían sobre el amor. “Mi madre, comunista y romántica, me decía: “Eres una chica lista, haz algo de provecho, pero recuerda que el amor es lo más importante en la vida de una mujer”, rememora. Y a partir de ahí va desvelando la manera en la que esa idea fue calando en ella misma y en las chicas de su generación, hasta que fueron capaces de ir destapando los engañosos argumentos con los que habían crecido. La literatura, como ya os decía, es la herramienta de la que se vale la autora para dar cuenta de todo ello.

A partir de la invención de la imprenta, cuando los libros entraron a formar parte de la vida cotidiana, el efecto de la lectura en los usos y costumbres ha sido poderosa, toda una revolución. Las ficciones han ido fijando a lo largo del tiempo maneras de mirar, argumentos, ideales, y son muchas las novelas que han sostenido la idea del amor como la única fuente de felicidad y realización, como principal objetivo de las mujeres. El amor con sus tormentos; la consecución del mismo tras atravesar todo tipo de obstáculos, sus componentes de posesión, dominio, celos, obsesión, llena páginas y páginas de la literatura, del teatro, del cine…

Vivian Gornick analiza, lectura a lectura, la manera en la que la literatura ha ido reflejando los mecanismos del amor romántico, acercándose a ellos desde la aceptación y la identificación, o desde la duda y el anhelo por detectar sus Grietas.

También en el Bronx sabíamos que el amor era el logro supremo. Lo sabíamos porque también nosotras llevábamos toda la vida leyendo “Anna Karénina”, “Madame Bovary” o “La edad de la inocencia”, así como las diez mil versiones más populares de esos libros y las novelas de quiosco. Lo sabíamos porque vivíamos en una cultura impregnada hasta la médula por la convicción de que el amor tenía poderes transformadores: conocer la pasión era romper las ataduras del ser ignorante y timorato”, argumenta Vivian Gornick.

Y prosigue: “En el Bronx creíamos lo que creíamos porque un siglo y medio antes en Occidente, la idea del amor romántico había sido el camino de la búsqueda de la comprensión personal: una influencia que marcaba todos los aspectos de la misión del mundo. En literatura, escritores tanto buenos como grandes exploraron las profundidades de pensamiento y emoción que hicieron a los lectores sentir la vida que tenían dentro en presencia de palabras escritas para celebrar los poderes del amor”.

El empuje del feminismo ha sido esencial para modificar las percepciones sobre las relaciones de pareja, pero aún hoy ciertas convenciones siguen persistiendo, aún impera en amplios sectores de la sociedad la imagen de la familia ideal, con la mujer a cargo de la crianza, siempre dispuesta a complacer al marido; convencida de que el amor sigue siendo la respuesta a sus insatisfacciones. La publicidad sigue esa dirección, en gran medida continúa proyectando mensajes patriarcales. Podemos pensar que muchas de las reflexiones de Gornick ya están superadas, pero, desgraciadamente, no es así; aunque cada vez somos más conscientes de que el modelo falla y cada vez hay menos disposición a creer que la “media naranja” perfecta existe, que el amor romántico, que desemboca en la vida en pareja, en el matrimonio, es la vía absoluta de la felicidad, de la plenitud personal. 

En esta “Ventana Propia”, la última de 2022, deseo yo mirar lejos, entablar nuevamente diálogos, buscar espacios de compañía. Los análisis de Gornick me conducen a las reflexiones de otras escritoras como Siri Hustvedt, cuya obra analiza el significado de lo masculino y lo femenino en nuestro mundo y visibiliza los comportamientos misóginos existententes a día de hoy, o bell hooks, quien en su ensayo Enseñar pensamiento crítico argumenta: “La búsqueda femenina del amor tiene que empezar por un ejercicio de amor por una misma (…) Estamos obsesionadas con amar a los demás y no con amarnos a nosotras mismas, porque, en apariencia, es muy difícil que las mujeres podamos hacerlo. Mientras el patriarcado siga ocupando una posición dominante, las mujeres independientes, poderosas, que se quieren a sí mismas, siempre serán atacadas por el “statu quo”…

En El fin de la novela de amor, Vivian Gorcnick alude a una obra en concreto, La edad del desconsuelo, de Jane Smiley, que le confirmó que “el amor como metáfora se había terminado”. Analiza en profundidad esta novela que relata una ruptura matrimonial, en su opinión “muy bien escrita”, pero que no fue capaz de despertarle ideas trascendentes porque en ella “el amor es el catalizador equivocado”. Nos dice la autora que la protagonista se limita a abandonar al marido por el amante y que, en su opinión, “se equivoca si cree que el amor la salvará” de la infelicidad, de la ordinariez, de su vida. 

Pero antes de llegar hasta aquí Gornick ha realizado un extenso recorrido que  resulta esclarecedor por la manera en que va analizando, con su habitual lucidez, agudeza y desparpajo, distintas obras literarias de escritores y escritoras occidentales, identificando en ellas tiempos, modos y maneras de abordar las convenciones del amor romántico; a la búsqueda de momentos de “clarividencia”, como ella misma dice. Cada uno de los capítulos resulta revelador y está contado de manera cautivadora.

El camino parte de novelas escritas a finales del siglo XIX y principios del XX, que no concluyen cuando la mujer protagonista “se diluye en anhelo romántico y en una intensa necesidad de unirse” al hombre, tras haber entablado una lucha con sus sentimientos. Busca personajes escindidos por dentro en “un mundo lleno de innegociables rigideces sociales”. Ahí están: Daniel Deronda, de George Eliot; La casa de la alegría, de Edith Wharton; Diana of the Crossways, de George Meredith, y La señora Dalloway, de Virginia Woolf. En todas ellas los personajes femeninos centrales libran una batalla interior contra los cauces marcados, se mueven en un torbellino de emociones y sentimientos encontrados. A Diana, la protagonista de Meredith, la independencia le da fortaleza y le permite verse como nunca lo había hecho, indica Gornick.

“EL fin de la NOvela de amor” parte de obras escritas a finales del siglo XIX y principios del XX en las que Gornick buca momentos de ” Clarividencia”, personajes escindidos por dentro en “un mundo lleno de innegociables rigideces sociales”.

En otros capítulos explora la obra de Clover Adams, Kate Chopin, Jean Rhys, Willa Cather, Christina Stead, Grace Paley, Ernest Hemingway, Richard Ford, Raymond Carver, Andre Dubus… Son incursiones que le permiten ir trazando un camino lleno de búsquedas, de sorprendentes hallazgos a través de la lectura en profundidad, de la indagación atenta a los detalles, echando mano de una gran habilidad para el ahondamiento en las biografías de sus protagonistas. Imposible dar cuenta en un artículo de todos esos hallazgos. Me detengo en Paley, una escritora que me fascina. Su obra proporciona seguridad y calidez, hace sentir felicidad por estar vivos, dice Gornick. Sobre la presencia del amor en sus intensas narraciones, señala: “En rigor, las mujeres y los hombres de los cuentos de Paley no se enamoran unos de otros, se enamoran del deseo de sentirse vivos. Son, los unos para los otros, proyecciones y provocaciones. Tarde o temprano, por supuesto (y casi siempre temprano) de tales alianzas está abocada a surgir la dificultad humana, y cuando lo hace (la mayoría de las veces), ese amor que sienten se evapora. Es la reacción a esa evaporación lo que le interesa a Paley. Comprende que la pérdida del amor llena de melancolía a la gente o la altera…”

Los años 50 del siglo XX son analizados en este ensayo a través de los cuentos de John Cheever, donde tanto relieve alcanzan las desilusiones conyugales. “El mundo estaba cambiando, pero todavía no estaba cambiado; por eso las historias de Cheever tenían tanta potencia. El Gran Amor y el Matrimonio Duradero seguían siendo la expectativa sobre la que se predicaba la vida…”, señala nuestra autora, quien avanza en el tiempo hacia los logros del feminismo, el divorcio, la terapia, la independencia, la necesidad de experimentar, de descubrir el verdadero ser, las necesidades y deseos propios, la  búsqueda de relaciones de igualdad… 

El escritor John Cheever.

Especialmente revelador me ha resultado el capítulo en el que, analizando las obras de Hemingway, Carver, Ford y Dubus, Gornick profundiza en la nostalgia por esos tiempos en que hombres y mujeres se plegaban a “una noción romántica de sí mismos”. Empieza con Hemingway, “que sostenía una visión alegórica de la vida que idealizaba a las mujeres como el medio de salvación espiritual y luego las condenaba por ser agentes de subversión” y, frente a él, sitúa a los otros autores citados, en absoluto “sexistas ni misántropos”. Todos ellos unidos por el rasgo común de la “ternura de corazón, todos “con un sentido muy desarrollado de la camaradería del sufrimiento humano”, para quienes las mujeres de sus cuentos son “compañeras de fatiga”. Pero, sin embargo, de alguna forma, en sus obras, está presente el lamento por la pérdida del ideal romántico. Se han quedado en la puerta, no han llegado a detectar las transformaciones, pese a la indudable potencia de sus creaciones.

Atrapada en el interior de los relatos de Carver, sin salir a la luz, sin encontrar lugar en su mapa literario, nos dice Gornick, “está la lucha que tantas mujeres y hombres están librando ahora por darse un sentido tal y como realmente son. La lucha ha llevado a esa relación de pareja entre hombres y mujeres a un nuevo lugar; desconcertante y doloroso, sin duda, pero sin embargo nuevo”. 

Otro trecho del recorrido sin duda interesante es el dedicado a la relación entre Hannah Arendt y Martin Heidegger. En este caso el análisis no incide en sus obras sino en sus biografías, en sus destinos, tan cercanos a una novela de amor obsesivo, turbulento, lleno de contradicciones. Gornick traza las líneas de una relación desigual entre el profesor venerado y la alumna inteligente, intenta comprender los fondos de una conexión emocional que fue capaz de superar hondas diferencias ideológicas. Ella, de origen judío, con profundas convicciones éticas, llamada a interpretar el terror nazi y a identificar la “banalidad del mal”, hubo de abandonar la Alemania de los años 30, cuando él había declarado su respaldo al nacionalsocialismo. Pero el apego perduró en el tiempo, “contra toda razón, entre dos personas que, según todas las leyes de la historia social instauradas, deberían haber acabado repeliéndose”, señala la ensayista, que en este caso recurre al psicoanálisis en busca de explicaciones.

Cada capítulo de este libro va conduciendo hacia una conclusión esencial. “El amor, como la comida y el aire, es necesario pero insuficiente: no puede hacer por nosotros lo que debemos hacer por nosotros mismos. Desde luego, no puede ya actuar como principio organizador”. No es la creencia en la receta mágica del amor, sino la búsqueda deliberada de consciencia lo que necesitamos para construir un ser, indica Gornick, para quien la literatura debe explorar ese proceso, ese cambio de perspectiva, arriesgándose a ir más allá de lo establecido, a darnos más de lo que sabemos, a poner palabras a esas emociones y frustraciones profundas, a las debilidades, a las fragilidades, a la desazón del vivir, a la manera en que nos adaptamos, o no, a las transformaciones impuestas por las edades, por el tiempo; en definitiva, todo eso que tanto cuesta nombrar, identificar.

Cada capítulo de este libro va conduciendo hacia una conclusión esencial. “El amor, como la comida y el aire, es necesario pero insuficiente: no puede hacer por nosotros lo que debemos hacer por nosotros mismos. Desde luego, no puede ya actuar como principio organizador”.

Hoy el amor como metáfora, a mi entender, es un acto de nostalgia, no de revelación”, escribe la autora al final de esta entrega abarcadora que sigue un largo itinerario de lecturas y aprendizajes. Tal vez podemos echar de menos ejemplos de obras más actuales, de ahora mismo, que desenmascaran los principios del amor romántico y exploran otros cauces de igualdad abiertos por el feminismo, una corriente de avance, de transformación imparable, pese a la existencia indudable de poderosas corrientes patriarcales, involucionistas. Podría recurrir a muchos ejemplos, pero ahora, mientras escribo, sin meditarlo demasiado, acuden a mí las obras de dos autoras españolas: Marta Sanz y Sara Mesa.

Vivian Gornick / Radcliffe Institute for Advanced Study at Harvard University.

La primera aborda en una novela como El frío las consecuencias de un amor enfermizo, obsesivo y posesivo, que tanto tiene que ver con el devastador concepto romántico del amor como sufrimiento. En esta entrega es la protagonista la que necesita de las ataduras de este tipo de relación, mientras que en una obra posterior, Amor fou, la escritora da un paso adelante e intenta enfrentar el amor como relación de poder, no exento en ocasiones de violencia, a un tipo de relación de pareja basada en el entendimiento y el compañerismo; en el compromiso sin miedos. Un tipo de amor, que como ha señalado Sanz, tiene que ver con lo cotidiano: tomar un café juntos, hacer la compra, leer un libro a dos voces, cuidarse…

Ya he contado muchas veces que yo siempre quise ser la musa, la vampiresa, la mujer fatal. Ser colocada en un altar para que un hombre me adorara me pareció durante un tiempo algo admirable, hasta que me di cuenta de que lo que tenía que hacer era tomar las riendas de mi propia vida, convertirme en sujeto de mis propias narraciones”, recurro a las palabras de la autora –parte de una entrevista que tuve oportunidad de hacerle para la revista literaria “Turia”–, tan en sintonía con lo que refleja Vivian Gornick en El fin de la novela de amor.

Por su parte, Sara Mesa, ha llegado muy lejos en sus indagaciones sobre las relaciones amorosas en novelas como Cicatriz y Un amor, que transcurren por sendas nada convencionales. “Los cánones del amor romántico son mentira, en tanto que no son nada frecuentes. Por supuesto que nos enamoramos y que ese estado de arrebato es maravilloso… Pero también doloroso, confuso, ambiguo y, en ocasiones, cruel. El sexo, a menudo, está teñido de inseguridad y de furia. La diferencia fundamental entre “Cicatriz” y “Un amor” es que, en la primera, el sexo está ausente (aparece una relación fría, cerebral, ambiciosa y atormentada), mientras que en la segunda es central. En todo caso, yo no busco explícitamente romper cánones. Yo cuento simplemente lo que hay”, transcribo estas palabras de la autora, que forman parte de una entrevista publicada en otro número de Lecturas Sumergidas.

Las obras citadas de Mesa, de Sanz, me parecen un magnífico acompañamiento para el ensayo de Vivian Gornick. Sin duda, en ellas queda claro que la metáfora del amor romántico como tal ya no tiene cabida en la literatura, que sobre sus ruinas hace tiempo que han empezado a emerger otros rumbos y sentidos.

El fin de la novela de amor, de Vivian Gornick, ha sido publicado por la editorial Sexto Piso, con traducción de Julia Osuna Aguilar.

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