Joshua Cohen y “Los Netanyahus”. Una brillante vuelta de tuerca a la idiosincrasia judía

Emma Rodríguez © 2022 / Fotos por Nacho Goberna

Hay escritores que se aproximan una y otra vez a los mismos temas; que merodean siempre por entornos familiares en busca de respuestas. Y los hay que anhelan en cada obra explorar nuevos rumbos, adentrarse en problemáticas diversas. En ambos casos nos encontramos con magníficos narradores y admiramos la potencia de voces reconocibles, dejándonos cautivar por registros, búsquedas y maneras de contar absolutamente singulares. Como lectora agradezco volver, a través de la literatura, a preocupaciones identificables, a lugares ya transitados, enfocados, eso sí, con luces renovadoras cada vez. Y, del mismo modo, aplaudo encontrarme con historias absolutamente distintas salidas de la misma mano, centradas en argumentos y latidos imprevistos.

Todo este preámbulo me sirve para empezar a hablar de Joshua Cohen, nacido en New Jersey, en 1980, en el seno de una familia de emigrantes judíos. Sin duda, estamos ante un claro representante del segundo grupo, ante alguien que entiende cada nueva incursión en la escritura como un desafío. Con cada uno de sus libros, este autor, que de ser una promesa ha pasado a consolidarse como uno de los más firmes valores de las actuales letras norteamericanas, consigue sorprendernos. 

Nada acomodaticio, Cohen tiene claro que lo suyo no es repetirse. En una entrevista mantenida con él con motivo de la publicación de su primer libro en castellano, Los reyes de la mudanza, de la mano de la editorial De Conatus, que posteriormente llevó a las librerías el conjunto de relatos Cuatro mensajes nuevos y ahora Los Netanyahus, novela de la que voy a hablaros en este artículo, aludía el escritor a sus obsesiones con determinados hechos, conflictos y realidades concretas, siempre muy apegadas a la actualidad; a su necesidad de ahondar en ellas, de abordarlas en sus contrastes y contradicciones, desde perspectivas arriesgadas.

Joshua Cohen entiende cada nueva incursión en la escritura como un desafío. Con cada uno de sus libros, este autor, que de ser una promesa ha pasado a consolidarse como uno de los más firmes valores de las actuales letras norteamericanas, consigue sorprendernos.

Creo que cuando uno es escritor desarrolla distintas personalidades que son casi como tus dobles, dobles que se pueden obsesionar con distintos temas durante periodos de tiempo determinados. La escritura es casi como un exorcismo, un ejercicio para limpiar la mente. Cuando publiqué “Book of numbers” estaba obsesionado con Internet y las conversaciones que mantenía entonces giraban sobre asuntos relacionados con la red… Para mí escribir es casi como tener un desorden de múltiple personalidad”, señalaba entonces, momento en el que le tocaba charlar con los periodistas de la política israelí de ocupación y también de los paisajes de demolición de las sociedades capitalistas, de la crisis americana de la vivienda en las zonas oprimidas, temas que se cruzan en la novela citada, una historia de mudanzas y de personajes rotos, abocados a la marginalidad.

Tras cada novela, tras cada inmersión en un tiempo, en un tramo de presente o de pasado, en unas circunstancias determindas, Cohen se considera una persona distinta y vuelve a cambiar de piel. “Lo único que permanece igual es mi nombre en la portada. La única forma de sobrevivir es limpiar la pizarra después de cada libro, porque si siguiera obsesionado con cada uno de los temas de los que escribo acabaría volviéndome loco”, comentaba hace ya cuatro años (las fotografías de Nacho Goberna que acompañan este texto pertenecen a la conversación ahora recuperada). 

Joshua Cohen. Fotografiado por Nacho Goberna © 2018

Ese mudar de piel define a Joshua Cohen. Quienes le seguimos la pista, libro a libro, debemos estar dispuestos a dejarnos asombrar con sus historias, con sus golpes de efecto. Sabemos que el autor va a cambiar de temática, de escenario; que su inquietud y su curiosidad ante las constantes y veloces transformaciones del mundo le va a conducir a interesarse por las cuestiones más variadas. Pero también reconocemos sus constantes: el ingenio, la capacidad para la caricatura, para introducir el humor, el sarcasmo, en los asuntos más serios. Reconocemos su mirada demoledora sobre el presente, su afán por provocar el debate, por romper los relatos imperantes, por estimular nuevas lecturas capaces de hacer añicos los marcos trazados por el poder y sus medios en cada momento. 

Particularmente cuando leo a este autor me lo imagino jugando con el estilo, con las palabras, disfrutando como un niño travieso y superdotado con cada nueva ocurrencia, proyecto, aventura narrativa. Los Netanyahus, según ha declarado durante la reciente promoción de la novela, fue la obsesión que lo mantuvo activo, despierto, durante el mes y medio de confinamiento debido a la pandemia de Covid-19. Pero no tuvo la tentación de escribir sobre el aislamiento, sobre la soledad, sobre la enfermedad, sobre cualquier otro tema cercano a la etapa de obligado encierro. Su imaginación se centró en un episodio que le había contado el prestigioso crítico Harold Bloom, autor de El canon occidental, con quien trabó amistad en la última etapa de su vida, cuando éste, tras leer Book of numbers –que incluyó entre las 48 novelas para “leer y releer” en un ensayo publicado póstumamente– manifestó su interés por conocerlo y le invitó a su casa de New Haven (Connecticut), un primer encuentro al que siguieron otros.

En una de las muchas charlas que mantuvieron y en las que, según ha declarado Cohen, el anciano Bloom hacía gala de una memoria prodigiosa, muy visual, aunque tendente a virar de unos temas a otros, de contar anécdotas desconectadas entre sí, le llamó mucho la atención la historia del día en el que éste conoció al padre del que había de ser futuro primer ministro de Israel y el que más tiempo se ha mantenido en el cargo, Benjamin Netanyahu. El crítico y profesor universitario tuvo que coordinar una visita al campus de Cornell de un historiador poco conocido llamado Ben-Zion Netanyahu, quien se presentó en compañía de su mujer y de sus tres hijos, un equipo “salvaje” que, al parecer, dejó un imborrable recuerdo en la institución.

Hasta aquí la historia real, que Cohen enriqueció con la visión aportada por Jeanne, la esposa de Bloom. A partir de este hecho menor, pero indudablemente curioso, el autor monta una compleja trama, una obra que se inserta perfectamente en el género de las novelas de campus, pero que va más allá, en la dirección de la reconstrucción histórica, del debate político sobre temas de indudable actualidad como la identidad, la integración, las revisiones y adaptaciones de los acontecimientos del pasado. De nuevo en esta ocasión Joshua Cohen consigue hablar de las contradicciones del hoy, en este caso poniendo el foco en el ayer, con la amplitud de miras que le caracteriza, con su habilidad para enfrentar discursos y relatos contrapuestos y controvertidos.

En una de las muchas charlas que el escritor mantuvo con el crítico Harold Bloom, le llamó la atención la historia del día en el que éste conoció al padre del que había de ser primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. De ese hecho parte su novela.

Los Netanyahus es una novela tan profunda como divertida que discurre en dos planos fundamentales. Por una parte accedemos a la vida profesional y familiar del protagonista, Ruben Blum, a través del cual Cohen revive la peripecia de Harold Bloom, un personaje que, por otra parte, poco tiene que ver con el crítico literario, salvo en sus raíces judías y en su condición de profesor universitario, en este caso no especializado en letras, sino en historia económica de Estados Unidos, en asunto de impuestos. Por la otra, descubrimos las vicisitudes del historiador Netanyahu, especializado en el Medievo, la Inquisición y la expulsión de los judíos de España, materia en la que se ahonda hasta llegar a establecer los principios del revisionismo sionista que tiene en este personaje a uno de sus precursores.

Es evidente que a Cohen le interesa indagar en el tema de la identidad judía, tan presente en la literatura y en el cine, así como en el surgimiento del Estado de Israel, en su apropiación de los territorios de Palestina… Son asuntos que ha tratado en otras entregas, pese a ser cada uno de sus libros muy distintos entre sí. Son cuestiones que le tocan muy de cerca, que han formado parte de sus conversaciones y de su formación como escritor. Precisamente esta novela intenta, y lo consigue de manera genial, caricaturizar la amplia tradición de la narrativa judío-americana, puesta en pie por autores como Philip Roth o Saul Bellow, a los que no deja de admirar sin que ello le obligue a una actitud acrítica. 

Pero adentrémonos un poco en esta novela tan especial, en este libro original, irreverente, vertiginoso, cómico y hondo a la vez. Debo decir que me ha atraído especialmente la historia de Ruben Blum. Su modo de vida, su orden personal y familiar, sus ideas, su afán por ser respetado en la universidad, de integrarse en la sociedad estadounidense, una sociedad aparentemente ideal, pero llena de grietas, de incongruencias, de falsedades, con un potente foco de racismo, de menosprecio a las minorías, en su fondo, salta por los aires cuando se enfrenta al recién llegado Netanyahu.

A lo que Blum ha aspirado siempre es a integrarse, a actuar y a ser considerado como un ciudadano más, dejando de lado sus orígenes judíos, las tradiciones y la religiosidad que representan sus padres. Pero de pronto todo eso, que ha logrado mantener a distancia, llama a su puerta y abre un poderoso proceso de indagación en su identidad, en su educación. Tanto él como su mujer, Edith, y su hija, Judy, se ven afectados, revueltos, por la caótica e inesperada visita del polémico aspirante a una plaza en su universidad, un defensor a ultranza de las esencias judías, un sionista convencido. Deben acogerlo en su casa: a él, a su dominante e histriónica mujer y a sus tres disparatados hijos; dos de ellos, Jonathan y Benjamin llamados a ser figuras clave en la historia de Israel. El primero, un militar convertido en un héroe-mártir nacional; el segundo, fruto de la educación recibida por su padre en los principios que le llevaron a fraguar el moderno estado de Israel.

Pero la novela no trata del después, sino que se ancla en un momento concreto, aportando perspectiva y reflexión con los utensilios de la ficción. En la interacción entre los dos núcleos familiares, el de los anfitriones y el de los visitantes, se producen escenas realmente hilarantes, rocambolescas. Todo es tensión y también asistimos a la relación crispada de Blum y Edith con los progenitores de ambos; a la falta de entendimiento con su propia hija, empeñada en operarse la nariz, un distintivo de sus orígenes.  

El escritor consigue de manera absolutamente brillante desenmascarar tópicos, estereotipos y prejuicios acerca de la idiosincrasia judía, ironizar sobre principios y modos de leer la historia largamente asumidos. “Nunca nos pasó por alto a Edith y a mí, que aquellos estúpidos chistes sobre la tacañería que nos soltaba el reparador de la Maytag que nos arreglaba los electrodomésticos eran armas extraordinariamente blancas e ineficaces en los anales del antisemitismo; tanto era así que tomárnoslas como dañinas nos parecía impertinente, una falta de respeto a los antepasados. A fin de cuentas, los griegos estrangulaban a los recién nacidos judíos con sus propios cordones umbilicales, los romanos desollaban la carne de nuestros sabios usando cepillos y peines con púas de hierro; los inquisidores usaban la garrucha y el potro; los nazis usaban el gas y el fuego. Comparado con estas violencias históricas, ¿qué daño podía causar un chiste como “Cuántos judíos puedes meter en un coche”, o incluso palabrotas como “marrano” o “judío de mierda”, dichas en voz baja halitósica?”, se plantea Blum, que es quien nos cuenta la historia, en el momento en que hace repaso a todas las humillaciones y provocaciones padecidas por el hecho de haber nacido en el seno de una familia judía.

Joshua Cohen y Emma Rodríguez.

De manera cómica, como decía, Cohen introduce conversaciones, monta escenas en las que todo parece saltar por los aires, en las que el tono de las discusiones se eleva. Las paredes no bastan para guardar la privacidad en esta novela descarada y por momentos incluso cruel. En la reciente presentación de la obra en Madrid, en la librería Amapolas en Octubre, el escritor explicaba esto último, la creación de situaciones muy divertidas en las que los personajes entran y salen, se cruzan y escuchan a través de tabiques muy finos (hay una escena genial en la que la madre de Edith habla con su hija de temas muy delicados mientras escuchan los ruidos del padre en el baño).

Se refería el escritor a la entrada de la televisión en los hogares en los años 50 y 60, lo cual permitía a la gente ver la vida de otros cómodamente sentados en sus sofás. Hablaba del éxito de las comedias de situación, en gran parte escritas por guionistas judíos que partían de sus experiencias como emigrantes. “En la vida de estos no hay intimidad ni espacios privados. Se trata de gente que vive hacinada. Todos entran por la puerta, todos invaden la privacidad de los otros… Y eso, que tanto odias cuando lo padeces, te hace reír cuando lo ves en la tele. Esa especie de fantasma del pasado, de lo que has vivido, se cuela en el libro, se refleja en su humor”.

Los Netanyahus es una obra que atrae por sus muchas capas de significado, por las distintas lecturas que pueden hacerse de ella. El entorno de la vida universitaria, las rencillas entre profesores, las luchas de poder, expuestas desde el sarcasmo, no tienen nada que envidiar a cualquier buena novela de campus. Pero aquí ocupan una parte del conjunto, del mismo modo que lo que sucede en el ámbito familiar de Ruben Blum, alterado, como decía, por la potente presencia del historiador Netanyahu, quien nos hace viajar a la España que expulsó a los judíos y nos introduce en los principios del sionismo, en sus controvertidas teorías sobre el destino de un pueblo que, por su condena a sufrir, a ser perseguido, debe asentarse en un territorio y defenderlo al precio que sea, aunque suponga el exterminio de otros. Un pueblo que debe registrar su propia historia y dejar de vagar por el mundo. “¿Por qué la Iglesia restauró al judaísmo a los mismos conversos que se había pasado la mayor parte de las Cruzadas intentando obtener, según el doctor Netanyahu? ¿Era porque los conversos eran malos católicos? No, no todos. ¿O porque se les daba demasiado bien ser católicos? No, tampoco a todos. La razón era más bien la siguiente: que mientras los católicos siguieran necesitando un pueblo al que odiar, los judíos tenían que seguir siendo un pueblo condenado a sufrir”, leemos en un momento dado. 

El personaje del historiador Ben-Zion Netanyahu nos introduce en los principios del sionismo, en sus controvertidas teorías sobre el destino de un pueblo que, por su condena a sufrir, a ser perseguido, debe asentarse en un territorio y defenderlo al precio que sea, aunque suponga el exterminio de otros.

Sin duda resulta muy interesante toda esta parte de la novela, la más compleja, que Cohen resuelve introduciendo materiales diversos: cartas de recomendación de detractores del aspirante a la plaza de profesor, fragmentos de discursos y el capítulo en el que el medievalista se enfrenta a un tribunal ante el que ha de explicar sus teorías académicas, su propaganda del revisionismo sionista que intenta introducir en América. El tema del significado de ser judío, de vivir con el gran peso de una historia trágica, recorre toda la novela y conduce a una especie de cansancio que se convierte en desencanto hacia la política, hacia los ideales. Lo expresa muy bien Edith, la mujer de Blum en un diálogo muy significativo en el que llega a decir: “Estoy harta de oír hablar de judíos (…) Conocer a ese hombre horrible y a su horrible mujer me ha hecho darme cuenta de algo. Me ha hecho darme cuenta de que ya no creo en nada, y no solo eso, sino que además no me importa. No tengo creencias y me parece bien; me parece mejor que bien, me encanta… Me encanta estar envejeciendo sin convicciones”…

Joshua Cohen.

En Los Netanyahus, Joshua Cohen cuenta muchas historias que se cruzan, que corren paralelamente, que se bifurcan por los terrenos de la historia, de la política, de la sociología, para hacernos finalmente indagar en la manera en que se construyen los relatos históricos; sobre las verdades impuestas en cada época por los vencedores, por quienes manejan el poder en sus distintas vertientes, por las diferentes corrientes ideológicas. Una interesante reflexión en un presente en el que debemos maniobrar sobre terrenos minados por las mentiras, intentando una y otra vez encontrar puntos de luz, de orientación.

El juego entre la realidad y la ficción es brillante, incluso en la última parte de la novela, una especie de apéndice titulado Créditos y crédito adicional, donde el propio Cohen, nada amante de la autoficción, se atreve a introducirse, rompiendo con el pudor que, según cuenta, le caracteriza. Es ahí donde explica su relación con Harold Bloom y la manera en que una anécdota en apariencia menor dio pie a su novela. Es ahí donde traza un puente entre lo fabulado y lo real, refiriéndose a los recorridos biográficos, a los destinos de cada uno de los Netanyahu.

Como ha señalado en entrevistas recientes, en realidad uno de los grandes temas de la novela es la tensión y la influencia entre padres e hijos. “Ben-Zion se siente excluido de la Historia de su pueblo, ese sentimiento le molesta y culpa al sistema israelí de su exilio. En cierto modo, sus hijos representan un regreso freudiano de los reprimidos. Benjamin, especialmente, es la venganza de su padre. Si hay moraleja en la novela sería: cuidado con tus enemigos, pero sobre todo cuidado con los hijos de tus enemigos, que algún día te gobernarán”.

Los Netanyahus ha sido publicado por la editorial De Conatus. La traducción la firma Javier Calvo.

Etiquetado con: