Por Emma Rodríguez © 2018 / ¿En un mundo en turbulencia cuál es el papel de los artistas? La pregunta la planteó Lucy R. Lippard (Nueva York, 1937) ante un público expectante, formado en gran parte por estudiantes de arte. El acto tuvo lugar recientemente, en el Auditorio 400 (edificio Nouvel) del Centro de Arte Reina Sofía, donde la escritora, comisaria, crítica de arte y activista, impartió un taller y una conferencia magistral, presentación de la Cátedra Juan Antonio Ramírez. Hubo muchas más preguntas, una riada de preguntas cargadas de sentido, que la autora iba lanzando, a través de un discurso veloz, bajo el título ¿Qué queremos decir? ¿Cómo queremos decirlo? Un discurso que se acompañaba de diapositivas sobre exposiciones y acciones artísticas diversas, a través de las cuales pretendía demostrar hasta qué punto la creación artística puede actuar sobre las conciencias, producir un impacto en los espectadores, abrir la espita de la reflexión.
¿Cuál es el rol político del arte? ¿En qué medida puede convertirse en una forma de intervención social? ¿A quiénes se quieren dirigir los artistas, cómo, a través de qué medios, con qué premisas? Las cuestiones planteadas dejan al descubierto contradicciones y conflictos de fondo. “El dilema por el cual el artista debe elegir entre seguir siendo independiente o dejarse absorber por el poderoso mundo, por el complejo financiero que mueve el arte convencional, tiene ya décadas. Quizá la pregunta más peliaguda que debemos plantearnos es qué valoramos más: ¿el éxito individual o una victoria social colectiva, por muy nimia que sea en apariencia? A lo largo de los años, se han dicho muchas cosas interesantes sobre las posibilidades que tienen los artistas de estar en los museos sin dejar de abordar las cuestiones que quieren abordar, aunque tarden décadas en lograr ser aceptados…”
Lippard nos lleva a plantearnos muchas cuestiones. ¿La creación artística que nace de la insumisión, de la rebeldía, deja de tener sentido cuando entra en los museos, o es el museo un cauce desde el que llegar e impactar en un mayor número de personas? ¿Es mejor crear desde los márgenes o llevar la subversión a las instituciones? ¿Cómo influir en el cambio de conciencia desde dentro, desde organismos financiados por el capital que tantas veces utiliza la cultura para limpiar su imagen? Si a algo apunta Lippard es al mantenimiento, en todo momento, de una actitud crítica; al cultivo de un arte que logre coreografiar la expresión colectiva y llevar al centro las voces que no se escuchan. Se puede hacer de muchas maneras, incluso los creadores que no cultivan un arte político-social, pueden reflejar de otras maneras las circunstancias del mundo en el que vivimos, sus propias circunstancias ante una realidad desasosegante.
Si a algo apunta Lucy R. Lippard es al mantenimiento, en todo momento, de una actitud crítica; al cultivo de un arte que logre coreografiar la expresión colectiva y llevar al centro las voces que no se escuchan.
Pero en estos momentos, nuestra protagonista, que ha analizado los derroteros del arte contemporáneo en una gran variedad de artículos y en ensayos como Seis años: la desmaterialización del objeto artístico, o el dedicado a la escultora de origen judío Eva Hesse (ambos pueden encontrarse en las librerías españolas), está volcada en la defensa del arte que nace en las comunidades, en estrecha colaboración con las mismas, al lado de minorías cuya voz necesita ser escuchada, aunque ello suponga un sacrificio de la estética. “Los muros nunca son la respuesta”, señaló Lippard. Ella, que abandonó el bullicio de Nueva York para trasladarse a un pueblo de Nuevo México, aludió a Lo pequeño es hermoso, un ensayo del economista germano-británico E. F. Schumacher, un manifiesto que aboga por una economía hecha a la escala de las personas, que ponga en el centro no la producción exagerada, sino el uso adecuado de los recursos humanos y naturales. La citada obra le sirvió para poner de manifiesto su fe en los proyectos pequeños, capaces de “fortalecer las comunidades locales, de asumir los sentidos de los lugares”.
“La energía social todavía no se reconoce como arte”, pero “el artista ha empezado a mirar fuera de las ventanas de su estudio para ver lo que está sucediendo ahí, lejos de los entornos de las galerías y del mercado del arte”, fueron algunas de las ideas que expuso en un recorrido en el que no faltó el pensador italiano Antonio Gramsci y su célebre frase “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”, todo un lema para Lippard. “Creo que no se puede explicar mejor. Somos pesimistas intelectuales porque sabemos que lo que viene es muy duro; pero necesitamos el optimismo de la voluntad para resistir, para seguir hacia adelante”.
Son muchas las cosas que denunciar en estos momentos, sobre las que llamar la atención: la gentrificación, la contaminación, el racismo, el maltrato a pueblos como el palestino, el descontrol y vía libre de determinados gobiernos al uso de armas, la venta de las mismas a países que no respetan los derechos humanos… La lista es interminable. Todo lo observa Lucy R. Lippard desde una mirada feminista. “El arte puede ayudar a sacudir las conciencias”, señala una y otra vez. Su mensaje es directo. Su palabra se acompaña de imágenes de obras y actuaciones de creadores como Doris Salcedo, Harmony Hammond, el artista callejero francés JR; el dúo de activistas Yes men… Entre sus referencias, cita en más de una ocasión a la escritora india Arundhati Roy, quien tanto ha luchado por otorgar visibilidad a los pueblos sin voz.
“La energía social todavía no se reconoce como arte”, pero “el artista ha empezado a mirar fuera de las ventanas de su estudio para ver lo que está sucediendo ahí fuera, lejos de los entornos de las galerías y del mercado del arte”, sostiene Lippard.
Si algo transmite esta mujer menuda, que ha centrado su trabajo y sus búsquedas en temas como la identidad, el feminismo, la ecología y las relaciones transversales entre el arte y la vida, es energía. Una energía contagiosa. Los argumentos de Lippard, que en su haber cuenta con la participación activa, en 1970, en la ofensiva de mujeres artistas que, con sus acciones y protestas continuadas y atrevidas, consiguieron que el Whitney Museum aumentará la presencia femenina en la exposición anual que daría paso a la famosa Bienal de 1973, son argumentos que estimulan a abandonar las posiciones acomodaticias; una llamada a la acción, o por lo menos a despertar el pensamiento activo, crítico, no solo de los artistas sino de los ciudadanos de cualquier parte del mundo.
No hay tiempo que perder cuando el cambio climático ha dejado de estar lejos y ya es una amenaza real, inmediata. “Ahora estamos más cerca del final que cuando Estados Unidos y la URSS mantuvieron su lucha atómica. Todo está sucediendo a más velocidad de lo que preveíamos. Durante un tiempo me preocupé por mis nietos, pero ahora ya lo hago por mi hijo, que está en la cincuentena”, confesaba, dibujando un horizonte de desertificación, aniquilación de especies animales, subida del nivel de los océanos hasta hacer desaparecer ciudades enteras, con el consiguiente aumento de los desplazados, de los refugiados climáticos.
Lippard forma parte de esa estirpe de personas despiertas, dotadas de lucidez y visión, capaces de mover, de motivar, a los otros. Ya no cabe hablar de catastrofismo, sino de de sensatez frente a la ceguera que quiere imponer un capitalismo que se niega a ceder, a reconocer la inevitabilidad del desastre si se mantiene el ritmo de las máquinas de producción. “Tenemos que pensar en la Historia como un presente continuo, discutir los fracasos y arraigarnos en la realidad con una dosis de esperanza, no censurar la memoria, sino reflexionar sobre ella”, argumentaba, introduciendo dos palabras clave: decrecimiento y empatía. “La sostenibilidad depende de la empatía, algo imposible en una sociedad capitalista. La naturaleza no puede ser una mercancía”, sostenía.
No hay tiempo que perder cuando el cambio climático ya es una amenaza real, inmediata. “Ahora estamos más cerca del final que cuando Estados Unidos y la URSS mantuvieron su lucha atómica (…) La sostenibilidad depende de la empatía, algo imposible en una sociedad capitalista”, dice la crítica de arte y activista.
Después de escucharla quise saber más de esta mujer y me sumergí en las páginas de su novela Yo veo/tú significas, publicada en España en 2016 por la editorial bilbaína Consonni, cuarenta años después se su edición en Estados Unidos, de la mano del sello feminista Chrysalis. Muchas de sus ideas, de sus búsquedas, de sus inquietudes, las encontramos en esta entrega que fue un desafío para ella y que lo sigue siendo para cualquier lector que acceda a su territorio.
“El libro es un documento clave de la transformación de su autora, en su migración desde la vanguardia conceptual neoyorquina hacia una comprometida y politizada práctica como curadora y crítica de arte feminista”, señala en el texto de introducción la crítica Paloma Checa-Gismero, responsable también de la traducción, quien sitúa la obra en su marco temporal, la segunda ola del feminismo, desde donde Lippard “persigue la conciliación con su pasado en los espacios masculinos del arte”. “La novela”, nos dice, “fue escrita en un contexto de crisis política internacional, de ataque a las libertades y ensombrecimiento de las grandes utopías modernas. Pero también nació en tiempos de fructífera consolidación de nuevas subjetividades, de intensa acción política de calle, de exploración formal en la producción cultural, de defensa del rol emancipador del arte pese a la oscuridad del horizonte...”
Os hablaba de desafío en el sentido en que lo es toda obra experimental, de estructura compleja, no apta para quienes evitan salirse de las reglas y medidas de lo convencional. Estamos ante una narración extraña, de cariz marcadamente biográfico (hay alusiones a los padres, las parejas, el hijo…) en la que Lippard relata una historia a varias voces. Estamos ante un recorrido lleno de contradicciones, de mudanzas, de lugares, de encuentros y desencuentros, donde el arte, la escritura y la vida, se entrecruzan.
La aversión hacia el entramado comercial que mueve el arte, la búsqueda de una manera de seguir dentro de sus ámbitos, manteniendo las distancias, la mirada limpia, crítica, está presente en esta novela donde la protagonista, “A” (todos los personajes se nombran con una letra), busca su identidad como mujer y se compromete con la lucha feminista. “Lo triste es encontrar todavía grupos de mujeres sin confianza para actuar sobre sí mismas o que menosprecian el movimiento porque sus hombres se burlarán o las dejarán si se involucran, o peor aún, porque realmente no entienden de qué va el tema” (…) “Los maridos o los amantes son incapaces de adaptarse a los cambios. Resulta que estaban enamorados de las esclavas, de su “media naranja”, de la compañera que se encarga de todo el trabajo sucio sin rechistar. No pueden resistir la competencia de una igual”, transcribo estos párrafos que son fragmentos de un diálogo entre la pareja central, ambos pertenecientes a los ambientes artísticos.
Los diálogos son constantes en el relato, que por momentos adquiere la forma de una conversación entre un grupo de amigos que comparten el tiempo de sus vidas y van evolucionando en distintas direcciones, siempre atentos los unos a los otros, en un interesante juego de espejos y de identidades. Pero son muchos más los registros y elementos que configuran esta historia fragmentada. La propia autora señala al final que ha utilizado materiales diversos, encontrados en distintas publicaciones, “sobre oceanografía, meteorología, grafología, crimen adolescente, feminismo, parto natural, lectura de manos, magia precolombina y los horóscopos de los amigos”. Y cita también el I Ching, el test de color de Lüscher, un manual de Kodak… Y, por supuesto, una gran variedad de referencias a figuras de las letras y del pensamiento.
Todo ello entra en Yo veo/Tú significas, una novela coral, para nada fácil de leer, pero que consigue atrapar en sus redes cuando se consigue conectar con su lenguaje, dejarse arrastrar en su corriente. A lo largo del recorrido, la escritora va dando claves. Hay un momento en el que explica que lo que ha intentado con el libro es que el lector se sienta estimulado a unir sus puntos dispersos, “unos pocos puntos de partida que son quizá la razón de escribir, llevar a la gente al punto de pensar por sí misma, de inventar”, señala la narradora en un momento dado. Y más adelante nos dice: “Escritores y artistas se obstinan en la ilusión de que controlan el modo en que la gente ve su trabajo, cuando el arte en realidad es solo un punto de partida para las fantasías privadas de cada uno…”
La aversión hacia el entramado comercial que mueve el arte, la búsqueda de una manera de seguir dentro de sus ámbitos, manteniendo las distancias, la mirada limpia, crítica, está presente en “Yo veo/Tú significas”, novela biográfica y experimental donde la protagonista, se compromete con la lucha feminista.
El arte, la creación en general, son esenciales en una obra que habla de las relaciones, del amor y de la identidad sexual con desparpajo e irreverencia, desmontando prejuicios. Lucy R. Lippard da cuenta de sus idas y venidas, de sus decisiones, de sus descubrimientos… En cierto modo, se desnuda en esta entrega, atravesada de realismo y también de pasajes de aliento poético, en la que da cuenta de su búsqueda de un lugar en el mundo. Ella misma ha dicho, según se recoge en la contraportada de la edición española: “Empecé escribiendo y me di cuenta de que estaba avergonzada de ser mujer. Así que tuve que saber por qué. Luego me enfadé. La forma fragmentada y visual del texto bebe del arte contemporáneo y las formas conflictivas de las confrontaciones políticas de los años 60; todo esto sugirió una nueva forma de colocar las cosas, de forma abierta, de un modo femenino que no perseguía conclusiones”.
En esta novela, que le llevó unos doce años de trabajo y que, además de en Nueva York, está ambientada en los paisajes de Carboneras, Almería, donde la autora pasó una temporada, en 1970, precisamente para desconectarse de los ruidos urbanos y trabajar en ella, vemos ya a la mujer enérgica que escuchamos en la conferencia en el Centro de Arte Reina Sofía. Se hacen patentes sus batallas e inquietudes a lo largo del camino; así la desigualdad entre hombres y mujeres o la preocupación ecológica, que hace entrar en el relato a través de informaciones que dan cuenta, por ejemplo, del mal estado de los ríos y los océanos.
Más allá de sus mecanismos experimentales, de sus juegos y efectos, Lippard nos habla del paso del tiempo y de las transformaciones que vamos experimentando a lo largo de la vida en esta novela absolutamente abierta. ¿Qué de nosotros seguirá igual con el paso de los años? ¿Dónde, en qué gestos, en qué palabras, en qué emociones nos reconoceremos? son preguntas que laten en el fondo de una entrega cargada de interrogantes.
Hay una parte que me gusta especialmente donde la protagonista se proyecta en el futuro y empieza a plantearse cómo será con muchos más años encima. “Habrá nacido en mí un nuevo interés por las cosas de nacimiento lento, y silencioso que cambian muy poquito de un día para otro, que se sienten e insinúan menos, pero aparecen más enteras para ser saboreadas. ¿Empezaré a releer libros, cosa que no hago ahora por miedo a perderme algo nuevo? ¿Acabaré con los escritores del Norte –Rilke, Hesse, Richardson, Conrad, Melville, Strindberg– severos y místicos, intrincados y honestos? Y Joyce, desde luego siempre Joyce y Beckett y Woolf”.
Y en otro momento se pregunta si se convertirá en una persona “amargada, olvidada y pobre”. “Asistiré a reuniones ocasionales de lo que sea que sobreviva de la izquierda, pero ¿odiaré el optimismo tanto como el derrotismo, que será mucho más realista?”, sigue planteándose. Resulta curioso enfrentar estas proyecciones con la persona que es hoy, a los 81 años, Lucy R. Lippard: una persona llena de ideales, preocupada por el medio ambiente, por la cultura de los indios americanos, por el uso de la tierra, por las minorías desplazadas, muy crítica con el reclamo turístico del arte, con las imágenes del poder que se imponen en unas sociedades que parecen volver a agarrarse al conservadurismo y donde “todo está cada más polarizado“, como señaló en su conferencia en el Reina Sofía. Imaginación, realidad y acción, son palabras que Lippard utiliza y relaciona, al tiempo que incita a los artistas a definir el lugar desde el que quieren crear, a preguntarse a qué público buscan dirigirse.
“La idea de lo invisible, la idea de lo infinito, la idea de lo nuevo, son las ideas más grandiosas legadas a la humanidad, porque son inconcebibles. No hay conclusiones. El vacío no existe. Quienes han visto el vacío siempre lo han visto abriéndose a otro vacío dentro de un vacío, o a otra plenitud…”, he subrayado este fragmento de “Yo veo/Tú significas” que dice tanto de la manera de ver de esta mujer convencida de que la única manera de seguir adelante es derribando muros, buscando pequeñas grietas por las que hacer entrar ideas renovadoras que hagan avanzar el mundo hacia horizontes menos oscuros.
Yo veo/Tú significas ha sido publicado por el sello Consonni. La traducción y el texto introductorio han corrido a cargo de Paloma Checa-Gismero.
Las fotografías que ilustran el texto fueron realizadas por Nacho Goberna en la plaza del Museo Reina Sofía (Madrid).