Por Emma Rodríguez © 2016 / Mientras escribo este texto, en el tiempo que he dedicado a leer los libros sobre los que voy a hablaros, ¿cuánta gente se ha jugado la vida subiendo a inestables barcazas en busca del supuesto paraíso europeo? ¿cuántas familias han huido de guerras en países ajenos que finalmente se vuelven próximos porque su drama nos toca? ¿cuántos vecinos, amigos, conocidos, han hecho las maletas en busca de mejores condiciones de vida? ¿cuántos jóvenes se han visto obligados a abandonar el sueño de ser quienes quieren ser en sus países de origen? Son preguntas pertinentes en estos “tiempos de vencimiento”, como dice Luis Mateo Díez, o de resistencia, palabra liberadora a la que decido agarrarme, a la que nos agarramos tantos.
Son preguntas aún más pertinentes cuando recorro las páginas, y recupero las anotaciones, de un ensayo leído recientemente, un ensayo que profundiza en la experiencia de los exiliados, de los desterrados, de los desplazados, de los apátridas. Se trata de En tierra ajena (Exilio y literatura desde la “Odisea” hasta “Molloy”), de Josep Solanes (Tarragona, 1909-Venezuela, 1991) al que desconocía por completo y cuya biografía, una vez más, nos lleva a una etapa de nuestra historia de la que seguimos siendo rehenes y a la que nos enfrentamos una y otra vez entre recuerdos y olvidos. Formado en psiquiatría en la Universidad de Barcelona, tras su paso por el hospital Pere Mata de Reus, Solanes se alistó como médico en el frente de Aragón, pasando posteriormente a los Servicios Psiquiátricos Militares del IV Cuerpo del Ejército Republicano, donde llegó a ser capitán y pudo trabajar, observar de cerca, las patologías psíquicas de los soldados combatientes (hay escritos de esa época que dan cuenta de sus análisis al respecto).


Una vez terminada la Guerra Civil, su vida se cruzó con la de tantos otros obligados a abandonar España. Su primer destino, Francia, donde puso su trabajo al servicio de los niños refugiados y conoció, en el hospital Sainte Anne de París, a alguien que le influyó notablemente, Eugène Minkowski, padre de la fenomenología psiquiátrica. Su segunda partida, a Venezuela, país al que viajó contratado por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, y donde, entre otras ocupaciones y cargos, fue profesor de psicología médica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Carabobo y presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría.
Durante todo su trayecto no dejó de estudiar las implicaciones de la guerra y del exilio, temáticas que siempre estuvieron en el centro de las investigaciones del autor, quien parte de sus propia aventura vital para ponerse en la piel de los otros, comprender y ahondar en una experiencia, una condición, una identidad, que une a hombres y mujeres de todos los tiempos. Un propósito, un rumbo fijado con perseverancia, un sentir, anidan, pues, al fondo de En tierra ajena, publicado ahora en nuestro país por Acantilado bajo el buen criterio del ya desaparecido editor Jaume Vallcorba, una obra en la que el autor trabajó largamente y que, en un primer momento, en 1993, la editorial venezolana Monte Ávila publicó, de forma póstuma, bajo el título de Los nombres del exilio.
Como señala en el prólogo la docente universitaria Mònica Miró Vinaixa “el exiliado radical, el exiliado como paradigma humano”, se convierte en la materia de estudio a la que dedicó parte fundamental de su vida este hombre afanado en explorar los resortes de un “ser en estado de excepción”, situado “en la frontera entre lo enfermizo y lo sano, entre lo trágico y lo racional”, expuesto a un conflicto que tanto ayuda a entender “los resortes psíquicos que actúan en nosotros en situaciones límite y los movimientos del alma y de la mente que en último término nos explican”.
Como señala en el prólogo la docente universitaria Mónica Miró Vinaixa “el exiliado radical, el exiliado como paradigma humano”, se convierte en la materia de estudio a la que dedicó parte fundamental de su vida Josep Solanes, un hombre afanado en explorar los resortes de un “ser en estado de excepción”, situado “en la frontera entre lo enfermizo y lo sano, entre lo trágico y lo racional”.
Estamos ante un recorrido muy especial, en el que los conocimientos científicos, filosóficos y literarios se abrazan. Estamos ante un libro altamente inspirador, lleno de referencias que se convierten a su vez en inspiraciones y sugerentes puntos de partida. Estamos ante una travesía que nos impulsa a la búsqueda y la reflexión, descubridora de sentidos y palabras que recibimos como nuevas. Estamos ante “un autor moderno, sutil y profundo, cuya vigencia no se ha debilitado un ápice. Su reflexión parece surgida del mordiente de la actualidad más rabiosa –el éxodo del pueblo sirio, los refugiados hacinados en Lesbos, por hacer una sola mención–, porque lamentablemente existe en el hombre como especie una persistente tenacidad autodestructiva”, nos dice la profesora Miró, quien sigue retratando a Josep Solanes como alguien que “nunca se desprendió de su condición de exiliado”, para quien el exilio fue un género de vida que había que entender y dar a entender, desgranando nombres, fijando conceptos, aumentando el bagaje de lecturas…”
A través de metáforas, representaciones y meditaciones; en compañía de autores como Homero, Dante Alighieri, Victor Hugo, Stevenson, Camus, Saint-John Perse, Cavafis, Coleridge, Beckett, Unamuno, María Zambrano, Carpentier, Ortega y Gasset, Gil Albert, Cernuda, Emilio Prados, Rafael Cadenas y tantos otros, Josep Solanes nos va conduciendo por un camino que, por momentos, cuando logramos el punto de concentración adecuado, se torna hipnótico, nos absorbe y eleva a través de las resonancias de un lenguaje que, como os decía antes, nos resulta absolutamente refrescante, inexplorado. Le gusta al autor profundizar en las palabras, encontrarles sentidos inéditos. Nos sorprende con nociones como “la elasticidad de las fronteras”, “la línea de deseo”, los “anambientes”, el “destiempo” y el “desespacio”, el “redrotiempo”, la “dilatada brevedad”…
“Tanto la poesía como el exilio (y bien sabemos cómo los poetas, aun aquellos que jamás se han movido de sus hogares, gustan de llamarse exiliados) hacen penetrar en terrenos a menudo desconcertantes”, nos dice, preguntándose si no es la nostalgia la causante de sembrar ese desconcierto. “El espacio con el que el desterrado se enfrenta se le manifiesta discordante, como el tiempo (…) El espacio del exilio es igualmente heterogéneo y no se vive como simple prolongación de lo anteriormente vivido”, prosigue, dando cuenta de que en la representación de ese espacio, la mayoría de quienes lo conocen, coinciden en su “frialdad, oscuridad, inanidad (…) amontonamiento, congestión, vacío”. Y en la ya citada “elasticidad de las fronteras”, porque éstas dejan de ser objetivas y pasan a ser sentimentales, se convierten en “límites que no pueden quedar atrás cuando se abandona el país para internarse en tierra ajena, sino que móviles, adherentes, le siguen a todas partes…”
“Tanto la poesía como el exilio (y bien sabemos cómo los poetas, aun aquellos que jamás se han movido de sus hogares, gustan de llamarse exiliados) hacen penetrar en terrenos a menudo desconcertantes”, señala el autor de “En tierra ajena”.
No es el testimonio histórico ni el documento sociológico el punto de partida de Josep Solanes. Es la introspección, el ahondamiento. Su clarividencia científica, unida a su talante filosófico, a su mirada poética, le permiten ahondar en las vivencias, las emociones y las contradicciones de los desplazados de un modo particular. Así, el autor nos habla de las temperaturas del exilio, del frío que lo define, de la experiencia de la oscuridad, de la extrañeza, de la borrosidad de las distancias, de la falta de referencias, de la desorientación, de los tratamientos para la enfermedad de la nostalgia, de la esperanza, del desgarramiento…


Y clasifica a los exiliados por sus conductas diversas, por sus modos de enfrentarse a su destino. La tendencia a hermanarse, la vocación del gueto, es muy común; pero también es frecuente la pelea entre iguales, la desavenencia con quienes recuerdan la pérdida, el dolor, que emana de la situación, o, en otra vertiente, el alejamiento por el que optan muchos que al triunfar, al alcanzar puestos de poder en los países de llegada, no quieren que se les recuerde su primitiva condición. En cualquier caso, cuando se empieza de nuevo en otro lugar, en otro tiempo y espacio, lo habitual es verse y vivirse como personajes transformados, diferentes, a los que habitaron la tierra de origen.
“Se vive en un mundo provisional en el que, por agradable o enojosa que una cosa pueda parecer, todo discurre sin imprimir huella. Por ello los desarraigados pueden ser pacientes y, sin darle siquiera importancia, elevarse en ciertas ocasiones hasta un estoicismo heroico; pueden atravesar situaciones deprimentes sin sentir mengua moral, pueden aceptar trabajos humillantes y mal pagados que en su país hubieran rechazado ofendidos; lo hacen, no muerde en su devenir íntimo, les queda ajeno, no se integrará verdaderamente en su yo hasta que la adaptación haya tenido realidad efectiva, es decir, afectiva”, leemos a Josep Solanes, quien también indica otra dirección, la del abandono, en las mismas circunstancias, del deber, de la honradez, entregándose algunos a la rapiña y la violencia, porque ¿qué puede ocurrir con ello si no se es nadie?, se pregunta, dando paso, y reflexionando, sobre la “imagen estereotipada”, que se refuerza con la segunda opción, “del forastero amenazador y misterioso que, sea quien sea, todo desconocido trae consigo”.
La vocación del gueto, es muy común entre los exiliados; pero también es frecuente la pelea entre iguales, la desavenencia con quienes recuerdan la pérdida, el dolor, que emana de la situación, o, en otra vertiente, el alejamiento por el que optan muchos que al triunfar no quieren que se les recuerde su primitiva condición.
Pero, libre de una tierra propia, de la posesión de un lugar particular en el mundo, ¿no puede sentir el desterrado, el exiliado, la sensación liberadora, enriquecedora, de ser parte de algo mayor, integrador, del cosmos? He aquí el devenir más luminoso en el trayecto del exilio, un trayecto que transforma y modela. He aquí la salida con la que se consigue superar sus males. Solanes se refiere a ella como mentalidad oceánica, adánica, “cosmiana”. “Los desterrados se derraman por el mundo como la especie antaño se derramó. Cada uno tiene que hacer, solo, en su soledad única, lo que el género humano hizo en su soledad innumerable: tomar posesión del planeta, siendo unas veces huraño y nostálgico, otras risueño y osado, vencido y vencedor será de una Naturaleza que únicamente se le rendirá cuando se identifique con ella y descubra en sí mismo el aliento que a ella empuja y transforma”, transcribo las palabras del autor.
He aquí una de las enseñanzas de este libro que dedica sus últimos capítulos al regreso, a las variables y los asombros del regreso, quejándose el autor de la escasez de testimonios que existen al respecto y analizando esa sensación común a los que se han ido de volver a un lugar que también les resulta nuevo, desconocido, porque ellos han cambiado y lo que dejaron atrás ya nunca podrá volver a ser lo mismo. Josep Solanes nos invita a embarcarnos en este viaje sin duda intenso, inspirador, en el que siempre hay un puerto de llegada, una tierra de acogida. Enormemente trágica es la ruta de quienes emprenden el viaje y no son recibidos en ningún lugar, de los que no encuentran destino y son devueltos a la miseria, a la violencia, de la que huyeron. Una situación que nos estremece en estos comienzos del siglo XXI.
Os contaba que este ensayo está lleno de inspiraciones, de referencias. Entre las muchas piezas literarias a las que alude Solanes, está un poema de C. P. Cavafis que tiene que ver con los lugares, con el trayecto de la vida, con la identidad, con “como el alejamiento físico no puede suprimir la vecindad psicológica“, como dice Solanes. Se trata de un poema que en su día significó mucho para mí y que ahora he recuperado con gran alegría. No puedo dejar de introducirlo en esta página. Tomadlo como un regalo:
La ciudad
Dijiste: “Iré a otra tierra, iré a algún otro mar
Mejor que esta habrá alguna otra ciudad.
Una condena escrita es cada intento mío
Y está mi corazón, como un muerto, en su nicho.
¿Hasta cuándo mi alma va a continuar tan lánguida?
Donde vuelvo la vista, mire a donde mire,
de mi vida las ruinas negras las veo aquí,
en donde tantos años pasé, arruiné y perdí.
No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares
Tras ti irá la ciudad. Y por las mismas
calles vagarás. Y en los mismos barrios envejecerás
y canas te saldrán en estas mismas casas.
Siempre arribarás a esta ciudad. ¿A otra parte ir?
–no lo esperes, ya no hay barco ni ruta para ti.
Al arruinar tu vida aquí, en este rincón mínimo,
Para toda la tierra tú ya la has destruido.
En una tierra ajena, en una ciudad ajena, en Lisboa, el pasado mes de agosto acabé de leer este ensayo. De ahí el ambiente veraniego que transmiten las fotografías, lejano ya en la plenitud del otoño. Pensaba entonces que cuando viajamos, cuando abandonamos por un tiempo los escenarios habituales, los trabajos y rutinas, nos sentimos, salvando las distancias, extranjeros, exiliados. Pensaba que dejamos atrás lo que vamos viviendo, y que también eso es una especie de exilio; que la vida nos enfrenta a exilios, a pérdidas permanentemente; que nunca sabemos cuando somos felices hasta qué punto puede esperarnos la tristeza a la vuelta de la esquina…
Pensaba que la literatura, los libros, también son un modo de salir fuera de nosotros y descubrir otras tierras. Pensaba que si todo viaje, si toda ciudad ajena, nos anima a la meditación, en Lisboa esta sensación se vuelve más plena, se engrandece. ¿Será porque, de forma irremediable, subterránea, nos acompaña el espíritu introspectivo, meditativo, de Pessoa? Una vez más no pude dejar de sentirme acompañada de Pessoa mientras recorría sus calles, entraba en sus cafés favoritos, visitaba su museo, recordaba las muchas casas en las que vivió, desde cuyas ventanas quiso ver los perfiles de una ciudad que fue muchas ciudades para él, recrear viajes y vidas imaginarias. Y más allá de todo eso, que ya forma parte de la ruta turística de todos los amantes de la literatura, no pude dejar de sentirme acompañada de Pessoa mientras leía a Josep Solanes.
Su ensayo me hizo volver a las páginas del Libro del desasosiego (os recomiendo la maravillosa, reciente, edición de Pre-Textos, con traducción, prefacio y notas de Antonio Sáez Delgado). Las referencias al tiempo, al pasado, a los recuerdos, a las nostalgias, de En tierra ajena dialogan con los ambientes, atmósferas y hondas reflexiones de Pessoa, de sus heterónimos. Por eso no quiero cerrar esta página sin transcribir una de las meditaciones de la primera fase del libro (la 95):
Siento el tiempo con un enorme dolor. Siempre abandono todo con una emoción exagerada. El pobre cuarto alquilado donde pasé unos meses, la mesa del hotel de provincia donde pasé seis días, la propia sala de espera triste de la estación de trenes donde pasé dos horas esperando; sí, pero las cosas buenas de la vida, y pienso con toda la sensibilidad de mis nervios que nunca más las veré y tendré, por lo menos en aquel exacto y preciso momento, me duelen metafísicamente. Se me abre un abismo en el alma y el aliento frío de la hora de Dios me roza la cara lívida.
¡El tiempo! ¡El pasado! Algo allí, una voz, un canto, un perfume ocasional levanta en mi alma el telón de los recuerdos… ¡Aquello que he sido y nunca más volveré a ser! ¡Aquello que he tenido y no volveré a tener! ¡Los muertos! Los muertos que me amaron en mi infancia. Cuando los evoco, toda el alma se me enfría y me siento desterrado de los corazones, solo en la noche de mí mismo, llorando como un mendigo el silencio cerrado de todas las puertas.
Los libros de los que hablo en este artículo son:
- En tierra ajena (Exilio y literatura desde la “Odisea” hasta “Molloy”), de Josep Solanes, pulicado por Acantilado, con prólogo de Mònica Miró Viñaixa.
- Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Traducción, prefacio y notas de Antonio Sáez Delgado. Edición de Jerónimo Pizarro. Editorial Pre-Textos.
- El poema de C. P. Cavafis La ciudad ha sido traducido por Ramón Irigoyen para una recopilación de sus Poemas en la colección Contemporánea de Penguin Random House.
- Fotografías por Nacho Goberna © 2016