Óscar Hernández Arteaga © 2023 /
– En la fotografía de cabecera el escritor J.D. Salinger. POr Paul Adam –
UNO
Enrique Vila-Matas revisa, después de un trasplante de riñón, su última novela, llamada Montevideo. Y la describe como una ficción real. Consta de varias partes. Y el tema es conocido para los que hemos seguido su obra. Un protagonista (alter ego del autor), escritor, que está preparando una conferencia sobre la escritura y que posiblemente pasa por un periodo de crisis que implica el consabido y gran temido bloqueo, la parálisis ante la hoja en blanco.
DOS
David Lodge en su libro El arte de la ficción, analiza las partes de una novela, los distintos enfoques, géneros, y características de lo narrativo. Me asombra por lo didáctico y bien escrito que está. Y me quedo con la parte en la que analiza el estilo. Habla de J. D. Salinger y de su novela El guardián entre el centeno. Y define el estilo como el conjunto de recursos narrativos para caracterizar al personaje (su forma de hablar, recreación de un lenguaje conversacional plagado de repeticiones y coloquialismos). Lodge nos dice que la novela de Salinger es una recreación, es decir, un esfuerzo intelectual para representar un tipo de lenguaje (el adolescente) que nos da muestras de la psicología del protagonista (Holden Caulfield).
Me viene a la cabeza La novela luminosa, de Mario Levrero, que es también otra declaración de estilo. En ella, el propio autor (narrador) confiesa que le parecen interesantes no tanto los argumentos de las novelas que lee (sobre todo policiales) como la forma en que están contadas. Aquí el eterno debate entre forma y contenido surge de nuevo; la importancia del estilo; la intención de contar de una determinada manera; el tono, la longitud de la frase, la adjetivación, etcétera. Y si estamos retratando a un adolescente, pensar lo que pueda definirlo mejor. Salinger apuesta por lo hiperbólico y lo dramático. Y es verdad que a Holden pocas cosas le gustan y todo lo que le sucede tiene una importancia enorme. Son las suyas, digamos, experiencias únicas.

TRES
La vida parece eso que sucede cuando intentas averiguar lo que es. No es que quiera quitarle el mérito a John Lennon, parafraseando su famosa frase, pero me doy cuenta de que por mucho que intentes registrar la experiencia, lo que registras siempre es otra cosa. La vida parece ir por otro sitio. La lógica y la emoción no son sino fórmulas que no atrapan (afortunadamente) la biología del asunto. Un asunto que nada tiene que ver ni con lo espiritual ni tampoco con los libros de texto de ciencias naturales. O quizás simplemente sea una trampa de mi retórica donde nada es lo que parece, incluido este último juicio. Lo que me lleva a escribir de nuevo sobre el ensayo como género. Brian Dillon en su libro Ensayismo deja claro (y no tan claro) que el ensayo, ensaya, valora, enjuicia, examina y también falla en el intento. Nos habla a la manera de Montaigne (con 400 años de tradición a sus espaldas), con un lenguaje moderno y ensayístico, sin perder el origen donde se percibe el frágil equilibrio de una herida abierta, la del propio pensamiento intentando atrapar la realidad del sujeto que piensa. Y así, con un lenguaje actual y un enfoque moderno, mantiene el formato (si eso es posible, si es que existe realmente un formato).
CUATRO
La tentación de querer ser siempre otro para ser uno mismo es toda una tortura. Cuando te decides a exponer tu punto de vista, a aceptar el rechazo, a no seducir ni a persuadir. Pero la retórica es eso y, además, es una rama de la filosofía (de la filosofía más cotidiana y verbal) que consolida el Sócrates platónico. No olvidemos que Sócrates era ágrafo. Y que lo que nos llega de sus enseñanzas se lo debemos, principalmente, a su alumno Aristocles (de apodo Platón, por sus espaldas anchas). Por eso, el Sócrates que aparece en los diálogos platónicos es “todo un personaje”, que seduce y persuade a través del lenguaje escrito. Es otra ficción real y un gran ejemplo de cómo para ser uno mismo a veces hay que ser otro. Las labores del actor, del político, del narcisista (tan en boga en la actualidad) que frecuenta Tik Tok o Instagram o Twitter (X), confluyen. Los gurús de la palabra escrita y oral se sostienen en el cultivo de la imagen. Lo visual resulta muy elocuente y ayuda a convencer, a influir, a cambiar la opinión pública. Y la ficción de nuevo se convierte en algo real. El uno mismo que ha de ser otro se convierte en una ficción real.

CINCO
Leyendo un libro sobre La Biblia (La Biblia contada para escépticos de Juan Eslava Galán) me doy cuenta de que es un libro sobre libros que podría leer simplemente por el placer de leer. Lleno de tramas pintorescas y asuntos de violencia, enfrentamientos, romances, sexo, milagros y verborrea divina, el protagonista (un dios egoísta y castigador) pacta con un tal Abraham para emprender una odisea (casi homérica) donde el supuesto pueblo elegido ha de justificar todo lo que haga ante la opresión de los pueblos más poderosos. Esa primera parte (Antiguo Testamento) está compuesta por más de 40 libros (dependiendo de la religión que los interprete: islámica, judía o cristiana). Un dios que, en su secuela (Nuevo Testamento), se transforma en un hombre con un perfil socrático que no para de intentar persuadir y convencer, a quien necesite escuchar, de que este mundo es un sufrimiento que ha de asumirse con buen corazón para llegar al verdadero mundo tras la muerte. La moral judeo-cristiana, decía Nietzsche (en el Anticristo sobre todo) era una moral de esclavos, una moral de la resignación. Roma estaba actuando como opresor por aquel entonces… La ficción que ha creado la cultura es la manera en que nos entendemos a nosotros mismos y se convierte en algo real.
SEIS
La literatura de autoayuda (o de autoagravio) también juega con las mismas cartas. Se trata de vender una fórmula para paliar el sufrimiento humano. No tener en cuenta las circunstancias materiales o intrepretarlas como algo heredado y que hemos de aceptar. El pensamiento positivo que en su delirio pretende hacernos creer que todo es posible (generando así un grado infinito de frustración mal gestionada). Aceptar que esa ficción (cultural y material es nuestro mundo inamovible).
SIETE
El pasado verano (2023) Tenerife estaba ardiendo. No eran sólo las hectáreas de monte y la gente afectada, también el terrible calor y las condiciones que hacían muy difícil erradicar un incendio cuyas llamas llegaron al Parque Nacional del Teide. A mis 44 años no recuerdaba un incendio así. Pero tengo mala memoria. Al menos en cuanto a climatología se refiere. Nunca sé si el año anterior fue de lluvias abundantes o de calor insoportable. Y los incendios, aunque se van sumando, siempre parecen estar en otro sitio. Excepto este. Fueron unos días bastantes tensos en los que gente que conozco tuvo que abandonar sus casas. Incluso llegué a participar en una de esas mudanzas express. Y apenas podía leer o hacer nada.
Seguían pasando los días y seguía escuchando los hidroaviones surcando el aire. Rastreaba en las redes sociales y constataba que la isla estaba en peligro. Se repetían las fotos del incendio, de los hidroaviones surcando el cielo. Veía las cenizas por fuera de mi casa; notaba el olor a quemado en el ambiente. Fue pasando el tiempo y el fuego parecía estar controlado, la gente empezaba a volver a sus casas. Ya no se escuchaba casi nada sobre el desastre en casi ningún sitio. Lo que importaba ahora era el beso no consentido del presidente de la federación de no sé qué… Empecé de nuevo a mis lecturas y un día, tras volver del gimnasio, comprobé que había contraído COVID, como el que contrae matrimonio. Pero esto no lo puedo decir. El COVID ya no está de moda.

Las ficciones no siempre se aceptan como realidad. Y las rutinas tampoco. He vuelto a ver Doctor en Alaska. Es una parte de la rutina. Y la interrumpo para darme cuenta de ciertos detalles del guión, para comprobar cómo van evolucionando los personajes principales, la manera en la que el que era escéptico y racional se va convirtiendo en un soñador casi místico. Algo parecido ocurre con Don Quijote y con Sancho, entre los que parece darse una especie de intercambio de cualidades. El loco se vuelve cuerdo y al revés.
También he picoteado el ensayo de Cortázar sobre Keats (La imagen de Keats). Parece ser una especie de diálogo peculiar entre los dos autores. Con una diferencia de 120 años, los interlocutores (que no son sino el propio Cortázar comentando las cartas de Keats, como excusa para analizar su breve pero intensa obra poética) conectan a través de la ficción y el ensayo. De nuevo la representación de la realidad queda homenajeada con la propia lectura y su comentario. Marc Saporta en su obra La novela norteamericana habla de Hemingway y en una sola página resume el esfuerzo por encontrar un estilo acogiéndose a los consejos de Gertrude Stein y a lo vivido en París en los años veinte del siglo pasado, mientras se detiene en el comportamiento de los personajes, en lo que dicen y hacen, sugiriendo su psicología (sin llegar a describirla). Una ficción que intenta recrear la realidad. Frases cortas, que parecen hechas con prisas, sin demasiados adjetivos ni florituras. Y con las repeticiones justas para transmitir esa especie de prisa y de mala escritura, que, como bien dice Saporta, crea escuela.
A Roberto Bolaño, por poner un caso actual, lo reconozco, en ese sentido, bajo la influencia de Hemingway. La realidad no siempre se acepta como realidad y hay que ficcionalizarla. La creación de la opinión pública, el periodismo, son un magnífico ejemplo de ello. El incendio, pasados los días, seguía aún activo en Tenerife (aunque controlado), pero ya no era noticia. Parecía que había dejado de existir. Y el resto era rutina.

POR ÓSCAR HERNÁNDEZ ARTEAGA
Oriundo de Tenerife (1978), con estudios en Filología Hispánica y Filosofía; es un apasionado del café y de las conversaciones irrisorias. Divagador profesional y podcastero por accidente. Gente de principios, es el título infame del podcast que lleva con otro cafeinómano amigo suyo.