En compañía de Frédéric Gros, ante “la vergüenza del mundo”

Emma Rodríguez © 2023 /

En su ensayo Cómo perder un país señala la autora turca Ece Temelkuran que los males del presente requieren ser leídos desde una vertiente política, moral y filosófica; que no podemos hablar de la verdad, y la manera de protegerla, sin tener en cuenta todas estas perspectivas. “La moral es básica”, indica. “Términos como vergüenza han sido eliminados de los discursos y nada sería lo mismo si no se hubiera perdido la vergüenza”, argumenta.

Confieso que la lectura de esta obra, en la que la ensayista hace mucho hincapié en el concepto de vergüenza, en su eliminación como paso esencial en el mundo de la posverdad para acabar abriendo, sin cortapisas, la puerta a la inmoralidad, a la mentira, al todo vale, me hizo interpretar de un modo diferente las circunstancias del ahora, mirar a mi alrededor y darme cuenta de que sin el mínimo dique de contención que supone el pudor ante las actuaciones más viles, todo (las relaciones, las opiniones, las acciones) pueden acabar desbocándose. Quien carece de vergüenza actúa con descaro, insulta, ataca, oprime, y si la desvergüenza se contagia a la sociedad, si se acepta e incluso se aplaude, se instala la impunidad. A partir de ahí podemos entender la falsedad, la corrupción, la violencia ejercida contra los más vulnerables…

Temelkuran me llevó a reflexionar sobre todo esto y ahora, tiempo después, ha llegado a mis manos un ensayo interesantísimo donde el tema se desarrolla ampliamente. Se trata de La vergüenza es revolucionaria, de Frédéric Gros, profesor de Pensamiento Político en la Universidad Sciences Po de París, autor de obras como Andar, una filosofía y Desobedecer, publicadas en España, como la que ahora nos ocupa, por la editorial Taurus. Os diré que me acerqué al recorrido que plantea el autor con entusiasta curiosidad, consciente de la importancia de los análisis que se van desplegando y que, sin duda, ayudan a comprender mejor el presente.

Motivadora, acertada, oportuna, esta entrega es un ejercicio de lucidez que pone el dedo en la llaga al visibilizar por qué nos sentimos como nos sentimos ante la deriva de las sociedades occidentales, ante representantes políticos capaces de mentir y manipular los hechos sin decoro alguno, de apropiarse de fondos públicos, de apoyar conflictos armados, de dejar sin sentido las democracias. Gros, partiendo de Primo Levi, habla en este libro de “la vergüenza del mundo”, de la “vergüenza de ser hombre”, y no puedo evitar pensar, porque lo estamos viviendo y porque muchos y muchas nos sentimos profundamente afectados, avergonzados, en la violencia continuada ejercida por el Estado sionista de Israel sobre Gaza, sin contención alguna a la hora de atacar a la población civil. Abominable este genocidio cometido por un pueblo que fue víctima del exterminio nazi; lo cual lo vuelve aún más atroz ante nuestros ojos. Una barbarie llevada a cabo con el consentimiento de una Europa que, con su inacción, con su aceptación del horror, con su falta de intervención a favor de una solución pacífica al conflicto, difícilmente podemos seguir considerando garante de los derechos humanos.  

Sí, no debemos tener vergüenza a hablar de la vergüenza que nos embarga, una vergüenza colectiva expresada en manifestaciones de apoyo a Palestina a lo largo y ancho del mundo, manifestaciones también de judíos avergonzados, que alzan su voz para decir no en sus nombres, riadas humanas que piden que se pare de una vez, ante tantos gobernantes y medios de comunicación que permanecen ciegos y sordos a los desesperados llamamientos. 

Me resulta imposible dejar de mencionar todo esto al escribir sobre un libro en el que Frédéric Gros menciona otras guerras y atrocidades, a lo largo de un intenso recorrido en el que se hace acompañar de pensadores y escritores que han plasmado en su obra los sentidos y significados de la vergüenza. Ojalá que pronto las alusiones a la actual masacre en Gaza queden como un recordatorio de algo que pudo ser superado; ojalá que se conviertan en un inciso por el que se pueda pasar por alto en este escrito y seguir leyendo. Vuelvo a las palabras, al grito del poeta palestino Mahmud Darwix: “La esperanza es, a modo de compensación, la fuerza indómita del débil”.

Frente a la consigna tan extendida de superar la vergüenza en todos los ámbitos, de normalizar el descaro y la exhibición, este libro anima a aceptarla, a indagar en sus raíces, a cultivarla como vía para preservar la intimidad, para hacer frente al espectáculo de la grosería, de la banalidad, al que tan acostumbrados estamos ya, no solo en las redes sociales, sino en púlpitos de poder desde los que determinados líderes no dudan en practicar la mentira y el insulto; en actos convocados por formaciones políticas que buscan quebrar los cauces democráticos. No se trata de moralinas, nada más alejado de las búsquedas de la obra de la que os hablo, sino de recuperar los principios éticos, de reivindicar la vergüenza como medio de “estructuración interior” y como detector de la incomodidad ante lo deleznable.

Frente a la consigna tan extendida de superar la vergüenza en todos los ámbitos, de normalizar el descaro y la exhibición, el ensayo de Frédéric Gros anima a indagar en sus raíces, a cultivarla como vía para preservar la intimidad, para hacer frente al espectáculo de la grosería, de la banalidad.

Gros enumera frases como “La vergüenza tiene que cambiar de bando” o “Debería daros vergüenza”, frases en las que podemos reconocernos, a las que el ensayista se refiere como gritos de rabia. “Un grito de rabia”, sigo sus palabras, que “va dirigido a los maltratadores, a los violadores, los que cometen abuso sexual intrafamiliar, pero también a los políticos cínicos, a los jefes corruptos, a los millonarios insolentes”. La vergüenza puede convertirse pues en una chispa que encienda la ira colectiva, la indignación.

La vergüenza del mundo es un concepto revelador, presente en todo el recorrido, pero al que se dedica un capítulo entero hacia el final del mismo. Antes hemos de acercarnos a los modos en los que la vergüenza se ha ido manifestando a través del tiempo. El profesor de Pensamiento político traza un itinerario histórico que se acompaña de experiencias y sensaciones propias y ajenas, de hechos de actualidad, de obras ensayísticas y literarias que van dando cuenta de la evolución que este sentimiento de incomodidad, de humillación, ha ido experimentando de acuerdo a las distintas épocas y culturas.

Es habitual que al pensar en la vergüenza acudan de inmediato a nuestra mente connotaciones negativas, pero esta entrega profunda y amena, consigue dar la vuelta a esas ideas, poner ante nuestros ojos argumentos que nos resultan reveladores, no por su novedad, sino por su poca presencia en los debates públicos actuales. Hoy que tan ocupados estamos discutiendo sobre las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, el multiverso, hemos dejado de lado asuntos que nos afectan profundamente como seres humanos. La vergüenza es uno de ellos. ¿Cómo la detectamos, cómo la afrontamos, qué nos dice de nosotros mismos, de las sociedades que construimos?

Nos hace viajar Frédéric Gros a los tiempos de los duelos de honor entre caballeros debido a una humillación, a una injuria (¡cuántos ejemplos en la literatura!). Nos habla de los entornos familiares, marcados por la defensa a ultranza de la reputación; de los modos de la vergüenza en las familias burguesas, orientados hacia la sexualidad (el adulterio, la homosexualidad…) Paso a paso, avanzando a través del mapa que traza, de las transformaciones y cambios de costumbres que se han ido dando, llegamos al ahora, a unas sociedades liberadas, defensoras de los derechos individuales, en las que, como indica el ensayista, el desarrollo de las redes sociales ha dado “una nueva consistencia (numérica, digital) a la “imagen pública de uno mismo”, que a partir de ahora se cuantifica, experimenta oscilaciones y variaciones como una cotización bursátil”.

Cada uno se ofrece y se distingue en internet, se jacta y se vende, se ilustra y se imagina, se autoriza y se exhibe. Por cada post florecen, en manojos generosos o en ramos escuálidos, evaluaciones, comentarios y apreciaciones que confortan o molestan, producen dolor o placer”, indica Gros. Es ahí, en el territorio de la exhibición, de las apariencias, de los amigos virtuales, de los emoticonos, donde “se construyen las vergüenzas contemporáneas”.  

Frédéric Gros, profesor de Pensamiento político en en la Universidad Sciences Po de París.

Hoy en día la reputación se calcula por el número de seguidores y la imagen pública puede verse amenazada en cualquier momento. Todos hemos sido testigos de campañas de acoso, de representantes públicos, mediáticos, convertidos en dianas sobre las que lanzar las flechas del odio, muchas veces dirigidas a defensores de causas justas, pensemos por ejemplo en las feministas, en los ecologistas, en los defensores de colectivos vulnerables como refugiados o emigrantes.

Las redes no son el problema, sino el uso que se hace de las mismas, pienso yo en este trecho del camino. Muchas veces la denuncia a través de ellas ha sido crucial para detectar comportamientos abusivos, para parar acciones injustas… Todo forma parte de un mundo cargado de estímulos, cargante, un mundo dominado por la imagen, por las marcas, por el individualismo y la competencia, donde nos falta el tiempo para cultivar la reflexión y la calma. En este libro Frédéric Gros nos invita a parar y mirar hacia los marginados, los pobres, los diferentes por cuestiones de raza, de género, porque la vergüenza ha merodeado, y sigue haciéndolo, en torno a ellos. La obra de la escritora francesa Annie Ernaux (la literatura es un acompañamiento esencial en este libro) resulta absolutamente idónea para visibilizar la vergüenza social, el desprecio y la estigmatización, que apunta hacia las personas en función de lo que tienen, de lo que aparentan, no de lo que son, de lo que aportan a nivel humano. 

En “La Vergüenza es revolucionaria” se habla de la vergüenza social, del desprecio y la estigmatización, en función de lo que se tiene, de lo que se aparenta, no de lo que se es. Para VIsibilizarlo se recurre a la obra de la autora francesa Annie Ernaux.

Este capítulo encuentra, más adelante, su contrario en otro que se refiere a la respuesta a estas conductas a través del orgullo, el orgullo del pobre, del trabajador humilde, del profesional que vive encadenando trabajos precarios, unidos todos en su satisfacción por la dignidad que defienden, “por pertenecer a un mundo al que no le importan las convenciones estúpidas, que se burla de la mundanidad sin sentido y se mofa de las poses henchidas”, porque todo eso, en el fondo, les resulta “denigrante”. 

Gros se refiere a “cultivar públicamente la diferencia”, a “ejercitar la subversión”, a convertir la condición de rechazado en “un elemento transgresor”. Alude a la provocación de los cínicos, a la mística de los franciscanos, a las lecciones de austeridad de Gandhi, como vías que han ido abriendo esta vertiente del orgullo como respuesta ante la arrogancia de los que más tienen, de los que se sienten con el poder de señalar a los otros, de denigrarlos por múltiples motivos. Imposible dar cuenta de todos los cauces que abre este ensayo tan motivador. Me detengo en otro de sus capítulos, el dedicado a la vergüenza traumática que rodea al abuso sexual intrafamiliar y a la violación, sobre los que durante demasiado tiempo se ha extendido un espeso velo de silencio.

La vergüenza de las víctimas es analizada por Gros, quien recurre a casos acaecidos a lo largo de la historia, a relatos de mujeres que alzaron la voz para conseguir que otras, con posterioridad, no sufrieran los mismos daños; no aceptaran que la sociedad las culpabilizara de acuerdo a los patrones patriarcales; no se amilanaran ante desaires y comentarios sarcásticos de jueces insensibles, formados en la cultura de la dominación masculina. El autor lamenta lo poco que, en este sentido, se ha avanzado, el camino que queda por recorrer en el ámbito de la justicia, tan atrasada aún pese al empuje de corrientes como el “Me Too”; pese a que el movimiento feminista ha dado pasos de gigante en la visibilización de los abusos. El camino correcto (quiero creer que cada vez más cercano en las sociedades occidentales progresistas) es el de la articulación de leyes que pongan el consentimiento en el centro. 

La vergüenza de las víctimas de Violación es analizada en este libro que recurre a relatos de mujeres que alzaron la voz para que otras no sufrieran los mismos daños; no aceptaran ser culpabilizadas de acuerdo a los patrones patriarcales.

Llegados a este punto, puede qué aún os estéis preguntando por el sentido del título del ensayo: La vergüenza es revolucionaria. Su autor parte de los conceptos de “la vergüenza del mundo” y de “la vergüenza de ser hombre”, a los que ya he aludido al comienzo de este artículo. “No es que deba sentirme culpable por las iniquidades del mundo, pero  al final no pueden no alcanzarme, afectarme, ensuciarme (…) Sentir vergüenza del mundo no es declararse culpable de complicidad, mostrar de pronto la energía y la voluntad feroces de transformarlo. Es simplemente no sentirse solidario con su estado”, reflexiona, tomando como guía las reveladoras enseñanzas del escritor italiano Primo Levi, cuyos testimonios iluminan una y otra vez el sendero. Superviviente de los campos de exterminio nazi, Levi reflexionó hondamente sobre la vergüenza y la humillación, sobre la corresponsabilidad humana ante actos atroces acometidos por nuestros iguales.

Pienso irremediablemente en la Alemania nazi; pienso en Gaza y en como los representantes de un pueblo víctima de genocidio están perpetrando otro. “¿Qué significa exactamente vergüenza de ser hombre?”, se pregunta Gros, e intenta explicarlo siguiendo a Levi. “En primer lugar, tal vez sea vergüenza por formar parte de una especie animal cuyo balance, más de cien siglos después de la revolución neolítica, es tan triste que dan ganas de llorar, terriblemente amargo. Ha convertido el hogar común en un enorme vertedero. Todo destrozado, todo saqueado, todo desperdiciado. Resulta inquietante esta capacidad sin límites de generar desastre y sufrimiento”. 

También el filósofo francés Gilles Deleuze ha reflexionado sobre ello, pero dando un paso adelante, reconociendo que esta vergüenza le ha estimulado a escribir, a pensar, a crear. La vergüenza como chispa para accionar el arte, para ampliar los límites, para situarnos en el lugar de los otros, para imaginar nuevos horizontes de futuro. “El arte y la filosofía nos enseñan la vergüenza de uno mismo, pero no como una tristeza culpable, no como una aflicción arrepentida, sino como un llamamiento a mar abierto”, escribe Gros, quien repasa testimonios de personalidades, de creadores, que sintieron vergüenza ante los comportamientos “cínicos o corrompidos” de los dirigentes de sus países, haciéndonos evocar situaciones en las que, seguramente, hemos sentido vergüenza ante las acciones de otros: el racista; el homófobo; el machista; el que insulta; el que miente sin escrúpulos… 

“No es que deba sentirme culpable por las iniquidades del mundo, pero al final no pueden no alcanzarme, afectarme, ensuciarme (…) Sentir vergüenza del mundo no es declararse culpable de complicidad (…) Es simplemente no sentirse solidario con su estado”, Escribe Frédéric Gros.

Se detiene también el autor frente quienes se resisten a manifestar vergüenza ante el manejo inmoral de sus riquezas, de sus intereses, de sus privilegios, privilegios que afectan a la desigualdad, a la falta de oportunidades de los menos favorecidos.  Podemos identificarlos fácilmente porque suelen ser los que dicen que las cosas son como son, que las injusticias sociales han existido siempre, que nada puede cambiarlas, que solo cabe la resignación. 

La raíz de la banalidad del mal es una falta de esa imaginación que hace que me ponga en el lugar del otro o que considere otros mundos posibles. Además, todo el sistema social, la cultura de masas, funcionan como empresas para desincentivar la imaginación”, escribe Gros, quien en otro momento argumenta que la ira colectiva contra las estructuras desiguales, injustas, contra lo que se nos vende como inamovible, “puede adoptar la forma de una ira política, colectiva, orientada”. 

Si la vergüenza puede ser revolucionaria es porque participa de una ira contra el mundo, contra uno mismo, pero también porque funciona con imaginación. Hace falta imaginación para sentir vergüenza (…) La buena imaginación se despierta ante la llamada del ardor, redibuja nuestras líneas de identidad, reinventa unas nuevas, inventa solidaridades, moldea la rabia…”, sigo leyendo. 

Empecé este artículo con Ece Temelkuran, a quien sitúo en la misma senda que Frédéric Gros, y vuelvo a ella para finalizarlo, concretamente a Juntos, ensayo que ocupa otra página de Lecturas Sumergidas. “Todos los “statu quo” tiene  la capacidad mágica de engañar a las masas haciéndoles creer que, cuando el sistema se derrumbe, todo lo demás se derrumbará con él (…) Tendemos a olvidar que nuestra especie es capaz de reinventarse incluso a través de las cosas más minúsculas (…) Necesitamos un corazón, uno que sea capaz de aunar todas las protestas del planeta para revertir la peligrosa corriente de la historia”.

La vergüenza es revolucionaria, de Frédéric Gros, ha sido publicado por Taurus, con traducción de Julia Calzada García.

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